CAPÍTULO II
UNA ESCENA EDIFICANTE
Paul Wilder era un tipo de regular estatura, más bien grueso que delgado, fuerte y musculoso y de movimientos más que enérgicos, bruscos.
Como había dicho su ex peón, andaría rondando los cuarenta y cuatro años y su rostro no era mal parecido, pues tenía los ojos grandes y grises, las facciones correctas y adornaba su labio superior con un bigote rubio, no muy poblado, de guías cortas, que le daba un aspecto relativamente atrayente.
Pero en cambio, su voz era áspera e hiriente, sus modales vulgares y su modo de decir las cosas, agresivo y de mal efecto.
Había sido peón de equipo, mozo de granja, labrador y cuando murió el padre de Gloria, su sobrina, se dedicaba a intermediar en la venta de reses.
Su cuñado hacía bastante tiempo que no le veía e ignoraba completamente sus actividades y su modo de entender las cosas. Sólo sabía que al enviudar, se había dedicado a recorrer los Estados circundantes traficando con reses por cuenta ajena y esto fue lo que le indujo a nombrarle administrador del rancho que legaba a su hija. No tenía otro pariente más próximo, que además entendiese de ganado y creyó de buena fe que Wilder cuidaría de la hacienda y de su sobrina, con tal de retirarse de andar a salto de mata de un lado para otro, ya que el cargo de administrador le proporcionaría un sueldo decente, lo mismo mientras tuviese que servir de tutor a su sobrina, que una vez casada ésta.
Pero el difunto desconocía el carácter ambicioso de su cuñado. Este siempre había envidiado al marido de su hermana por la suerte que había tenido en levantar a pulso una hacienda bastante valiosa, en tanto que él no había pasado de ser un asalariado más o menos bien retribuido por su trabajo, pero siempre limitado a unos ingresos relativamente cortos y sin poder gastar a su antojo y presumir de hombre bien acomodado.
Cuando recibió la llamada del padre de Gloria, ya muy próximo a expirar y escuchó la proposición de hacerse cargo de su sobrina y de la dirección de la hacienda, Paul vio el cielo abierto. Allí se le presentaba la ocasión que tantas veces había echado de menos trataría de aprovecharla hasta donde las circunstancias se lo permitiesen.
El difunto ranchero había tomado serias precauciones para proteger los intereses de su hija. En poder de un notario de Escalante, obraba una copia de su testamento. En ella especificaba que todos sus bienes pasarían a ser propiedad de su hija; que en tanto ésta permaneciese soltera, actuaría de administrador su cuñado Paul Wilder, al que le señalaba un sueldo de cien dólares más un diez por ciento de los beneficios a final de cada año. Paul administraría, pero no podría enajenar el rancho de ninguna manera. Era su voluntad que éste siguiese siendo explotado como él lo había hecho y exigía que su hija, al casarse, lo hiciese con un hombre entendido en la materia y capaz de engrandecer aún más el negocio. Cuando Gloria decidiese casarse libremente, Paul pasaría a ser administrador simplemente, pero a las órdenes del matrimonio y de no convenirle, recibiría la paga de seis meses y podría renunciar al empleo.
Todos los años Paul debería rendir cuentas a Gloria del estado del rancho, así como de sus gastos e ingresos y según las utilidades, recibiría su parte asignada en los beneficios.
El dinero se ingresaría en la cuenta corriente a nombre de Gloria y ésta autorizaría con su firma todas las extracciones que fuesen precisas para los gastos de la hacienda.
Los términos concretos del testamento no los supo Paul hasta después de haberse comprometido a aceptar el encargo de su cuñado. Quizá de haberlos conocido antes, hubiese rechazado el puesto, pues prácticamente, el difunto le cortaba totalmente las alas para el manejo del dinero y la manera de llevar la administración. En cualquier momento,Gloria, que aunque muchacha algo apocada no era tonta, podía exigirle severas cuentas de su actuación completa y de no satisfacerle, estaba en su derecho de prescindir de sus servicios sin más requisitos que darle el sueldo de seis meses como indemnización.
Pero pese a estas trabas, tras estudiar a fondo la situación., entendió que él sabría encontrar la manera de burlar aquellas cláusulas inflexibles del testamento. Una de ellas, bien podía ser la de llevar a Gloria por el camino que a él le interesase, hasta convencerla de que el mejor partido que podía encontrar para el porvenir era casarse con él.
Cierto era que llevaba a la muchacha veinte años, pero él estaba en una edad viril, muy bien conservado,era fuerte y animoso y hasta aparenta cuatro o cinco años menos de los que tenía.
En cuanto a las cuentas, confiaba en que si se mostraba cariñoso, afable, solícito con ella, Gloria no haría mucho hincapié en examinarlas, a fondo, y siempre encontraría justificación para ciertas partidas, Que ya se encargaría él de que fuese difícil controlarlas.
Fiel a este propósito, apenas se hizo cargo del rancho, toda su preocupación fue captarse la voluntad de Gloria, demasiado apenada por la muerte de su padre y por el abandono en que quedaba.
El la consolaba lo mejor que podía, trataba de buscarle distracciones recomendándola se diese algunos paseos a caballo para refrescar su imaginación y hasta algunos domingos la acompañaba en tales paseos, mostrándose solícito, agradable y galante con ella.
Gloria había seguido los consejos de su tío y parecía resignarse a encajar la pérdida de su padre con filosofía. Su tío empezaba a llenar el vacío que dejara el difunto y como era joven, un día u otro, la juventud se impondría al dolor y terminaría por adaptarse a las circunstancias.
El difunto, hombre amable, comprensivo y de buena fe, se había llevado muy bien con sus vecinos de los ranchos próximos. El hecho de que los pastos fuesen libres y pudiesen ser utilizados por todos indistintamente, no había producido jamás roces entre ellos. Había pastos para todos y cuando el ganado se entremezclaba, cosa inevitable debido a la libertad de movimientos que gozaba, los propios rancheros se encargaban de separar las reses que no les pertenecían, devolviéndolas a sus respectivos rebaños, o eran reclamadas y devueltas si alguno no se había dado cuenta de la intromisión.
Uno de los rancheros con quien más amistad había tenido el difundo, era Shad Crauss; su padre se había establecido en aquella zona abandonada casi al mismo tiempo que él y sus ranchos estaban próximos uno al otro. Al fallecer el padre de Crauss, a causa de una desgraciada caída del caballo, su hijo heredó el rancho y como había sido educado para continuar la labor de su padre, la hacienda no sufrió variación alguna ni las costumbres tampoco.
Shad era un hombre que andaba frisando los treinta años. Poseía una estatura más que normal, era delgado pero musculoso y fuerte y gozaba fama de ser tan serio y tan recto como el autor de sus días.
En cuanto a presencia, era muy atractivo y erguido en la silla, su porte hubiese servido magníficamente a cualquier dibujante de un magazine, para abocetar la figura subyugante del hombre clásico de las praderas del Oeste.
La amistad conjunta de ambas familias tampoco había sufrido variación alguna por las bajas sensibles que la muerte había causado en sus filas y los supervivientes seguían tratándose con la misma familiaridad que cuando vivían sus padres.
A Gloria le agradaba el trato con Shad y a éste no le desagradaba ella, pero nunca habían pasado de profesarse una buena amistad, sin que las cosas llegasen más lejos; aunque parecía que en algún momento esta amistad llegaría a cristalizar en un compromiso matrimonial.
Y quizá hubiese cuajado este compromiso antes de la muerte del padre de Gloria, si el ranchero no hubiese caído enfermo seis meses antes y hubiese sobrellevado con energía las consecuencias de su enfermedad. La preocupación de Gloria por el estado de su padre, mataba en ella el optimismo y la alegría y no eran momentos para ocuparse de asuntos sentimentales y egoístas.
A la muerte del ranchero, Shad se ofreció a Gloria para cuanto necesitase de él. Ella le dio cuenta de la decisión tomada por el difunto, de poner en manos de su tío la dirección del rancho en tanto ella permaneciese soltera y a Shad no le pareció mal esta determinación. No conocía a Paul y creía de buena fe que tratándose de un pariente tan allegado, éste velaría desinteresadamente por los intereses de su sobrina, hasta que llegase el día de ponerlos en manos de quien tuviese el pleno derecho a deber de cuidar de ellos.
Pero apenas Paul tomó posesión de la hacienda y empezó a orientarse respecto de cuanto le rodeaba, su espíritu sagaz adivinó que, la amistad de su sobria y de Shad amenazaba con cristaliza en algo que truncaría sus proyectos y se propuso ensombrecer el panorama de ambos, creando una atmósferas de disgustos, que pusiese, freno a los posible ímpetus de los dos.
Y buscó la ocasión más propicia para empezar su maniobra parando los pies a Shad. Alejando a éste de todo contacto con la joven, levantaría una muralla entre los dos, difícil de saltar.
Y uno de los días en que Gorja salió a dar su acostumbrado paseo a caballo, decidió seguirla a distancia. Sospechaba que por la dirección que ella solía tomar, se aproximaba mucho al rancho de Shad y que éste no desaprovecharía la ocasión de salirla al paso y charlar amistosamente con ella.
Y no se equivocó, pues la joven sentía una gran inclinación hacia Shad y le agradaba que él la buscase en sus paseos y le diese un rato de conversación.
Shad sentía una gran curiosidad por conocer la marcha del rancho a través de la administración del tío. Pasados los primeros momentos de conocerse, al joven ranchero no le había causada una buena impresión la frialdad y el tono áspero con que Paul trataba a la gente y temía que la muchacha pudiese ser víctima de la tiranía de su pariente.
Cuando el joven preguntaba a Gloria cómo marchaban las cosas y qué tal la trataba su tío, ella respondía:
—No tengo queja alguna de él, Shad. Se muestra muy solícito y cariñoso conmigo, vive pendiente de mí y todo lo que pueda contar de su amabilidad es poco.
—En cuanto a la parte material del negocio, por lo que he podido observar, marcha bien. Es hombre madrugador, pasa mucho tiempo en las pastos vigilando el trabajo de los peones y no ha surgido nada que pueda disgustarme. Creo que mi padre estuvo acertado al acudir a él.
—La celebro de verdad, Gloria, porque me sentía preocupado por su porvenir inmediato. El cambio ha sido demasiado brusco y a un padre es muy difícil sustituirle, sobre todo tratándose de una mujer.
—Claro es que como mi padre nadie, Shad, pero en medio de mi desgracia, mi tío ha venida a suplirle en gran parte.
—Me alegran mucho sus noticias y usted sabe que si en algo puedo serla útil, no tiene más que mandar. No es que pretenda meterme en los asuntos de su rancho, pero si en algún momento las cosas no marchasen a su gusto y mi concurso puede servirle de algo, no tiene más que decírmelo.
—Gracias, Shad; ya sé que es un buen amigo.
Durante uno de estos encuentros en la pradera, lejos de los respectivos ranchos, Paul, que andaba al acecho, hizo su aparición a caballo sin que nadie le esperase. Ambos, al verle aparecer se extrañaron,y quedaron con los caballos parados en espera que se aproximase.
Gloria preguntó preocupada:
—¿Sucede algo de particular, tío?
—No; sólo que creo que debo preguntarle al señor Crauss si a estas horas no tiene nada que hacer en su rancho que sea más útil que perder el tiempo paseando contigo por la pradera.
Shad se envaró y repuso en el mismo tono agrio empleado por Paul:
—Lo que tenga yo que hacer en mí rancha es cosa que sólo me incumbe a mí, pues no existe nadie que tenga derecho a pedirme cuentas del empleo de mi tiempo. En cuanto a que acompañe o no a su sobrina en alguno de sus paseos, espero que no saque las cosas de quicio interpretándolo mal. En vida de su padre hemos paseado muchas veces, ya que no soy de los que se tragan a las personas como los ogros.
—Quizá no, pero... cuando su padre vivía, era muy dueño de interpretar las acciones de su hija y de sus amigos como quisiera, pero al descargar sobre mí la responsabilidad de velar no sólo por sus intereses, sino por su reputación, mi criterio es más estrecho.
—Yo na la voy a impedir que pasee cómo y por donde le parezca bien, pero no estoy dispuesto a consentir que alguien la vea con un hombre lejos de toda mirada,e interprete esto a su modo y lo lance a los cuatro vientos poniendo en entredicho la reputación de mi sobrina.
—¿Que es usted amigo suyo? De acuerdo, pero usted sabe dónde está su rancho. Cuando quiera, vaya a visitarla, pues yo no prohíbo que tengan amistades, pero que yo pueda salvaguardar con mi presencia el que nadie pueda interpretar mal sus visitas.
Shad estaba a punto de estallar. Aquellos pujos moralistas de Paul no le convencían y su instinto le decía que debajo de aquella capa de pusilánime moralidad había algo más oculto que por el momento no estaba en condiciones de analizar.
Furioso, repuso:
—Me parece que con sus intemperancias, lo que hace usted es ofender a su sobrina en lugar de velar por ella. Gloría es una mujer demasiado sensata para saber lo que debe hacer para cuidarse a sí misma y yo soy un hombre la suficientemente decente y conocido de todos, para no cometer imprudencias que puedan poner en entredicho el buen nombre de Gloria.
—No lo discuto ni le he acusado de nada malo, como tampoco a ella. Voy más lejos que todo eso y creo haberlo explicado. Hay gente mal pensada que puede interpretar esto malignamente y mi deber es evitarlo. Creí que lo entendería usted así.
—Debo ser muy torpe para no comprenderlo.
—Lo siento, pero es mi criterio y hay que aceptarlo. No prohíbo su amistad con Gloria, la condiciono a que se desarrolle en términos correctos. Cuando quiera venga a verla al rancho y será bien recibido.
—Me temo que el recibimiento no será tan cordial como promete.
—¡No sé por qué razón!
—El que la ignora soy yo, pero estoy seguro de ello. Iré o no, eso es cosa mía. En cuanto a lo demás, yo sabré lo que debo hacer.
Y dando media vuelta al caballo, emprendió el camino de su rancho.
Gloria no había intervenido en la áspera conversación, pero se sentía confusa y avergonzada de que se hubiese producido. Ni su propio padre habría interpretado de aquella manera sus paseos con Shad y le dolía que su tío se hubiese excedido de aquella manera tan desconsiderada. Y no pudiendo ocultar su disgusto exclamó:
—No me gusta poco ni mucho lo que ha hecho tío.
—Lo siento mucho; querida—dijo él fingiendo pesar—, pero yo no tengo la culpa de que tu amigo sea tan soberbio y pagado de sí mismo para que haya interpretado mal mis advertencias.
—Si en verdad es un hombre tan cuidadoso del buen nombre tuyo, debió ser el primero en reconocer la justicia de mis advertencias. He aclarado que no le culpo de nada que pudiese ofenderle, ¡estaría -bueno!, sino el que es una imprudencia pasear a solas contigo por lugares desiertos, con el riesgo de que alguien os vea y pueda interpretar mal lo que carece de maldad.
—Tú no te das cuenta de esta ni de otras coses, pero yo estoy obligado a hilar muy delgado respecto a tu buen nombre, para que nadie tenga nada que decir de ti. Soy más viejo que tú, aunque no mucho, pera he vivido lo suficiente para saber muchas cosas que tu inexperiencia ignora y he dejado sentado que me parece bien tu amistad con él, pero en terreno que no dé lugar a malas interpretaciones. ¿Está esto claro?
—Lo estará, pero aquí todo el mundo nos conoce y sabe de mi honradez y de la de Shad.
—No la discuto, pero yo quedaré más tranquilo cumpliendo con este deber que me traspasó tu padre. Y como el responsable de ti soy yo y no te prohíbo tu amistad con Shad ni con nadie, sino que la condiciono, no veo por qué puedes ofenderte.
—No es ofensa, pero sí disgusto.
—Ya se te pasará cuando reflexiones mejor. Shad vendrá a visitarte si de verdad es su gusto y aquí no habrá pasado nada.
—Me parece que no le conoce bien. Estoy segura de que no vendrá, porque se ha considerado humillado con su actitud. Sospecho que piensa que no le es grato.
—Eso es otra cosa. Si debo decir la verdad, no me lo es, pero no porque tenga amistad contigo, sino por algunas cosas que no quería decir.
—¿A qué se refiere usted?
—A algo muy delicada que en algún momento puede originar serios disgustas.
—Tu padre era un hombre demasiado bueno y confiado. No dudaba de la buena fe de nadie; todo lo aceptaba sin discutir ni examinar y cuando se tienen intereses que defender, se impone no aceptar las cosas a ojos cerrados, aunque se trate de amigos.
—Como tú sabes, aquí los pastos son libres. Esto, en todas partes, ha originado serios disgustos y no hay razón para que aquí, si aquilatamos las cosas, no surjan en algún momento.
—Las reses pastan a su albedrío, van y vienen, se mezclan con el ganado de los demás y es un verdadero maremágnum evitarlo y más aún discernirlo.
—Tú tienes mucho ganado y es difícil controlarlo. Si equis reses se separan del rebaño, por mucho cuidado que se ponga para evitarlo, es imposible saber cuántos se han mezclado con otro hatajo y menos poder reclamarlas legalmente.
—Estás a merced de que el otro se dé cuenta y sea tan honrado que te las devuelva íntegras.
—¿Qué quiere decir?¿Es que va a acusar también a Shad de quedarse con mis reses?
—No voy tan lejos, porque no es él quien interviene precisamente en el cuidado del hatajo, pero no creo que ponga mucho cuidado en comprobar si todo el ganado que recoge al atardecer es suyo. El otro día, por estar atento a lo que hacían nuestras reses, observé que tres de ellas se mezclaron con las de Shad y nadie pareció molestarse en comprobar si hubo o no filtraciones. Tuve que reclamarlas al día siguiente, en vista de que no me las devolvían.
—¿Es eso algo grave? No es la primera vez que las cosas han sucedido al contrario y nuestros peones no se han dado cuenta de ello. Entre cientos y cientos de reses no es fácil apreciar las marcas a simple vista.
—Bien, no quiero discutir más el asunto. Parece que defiendes más a ese hombre que a tus intereses y así no hay modo de entenderse.
—Esa es una exageración. No defiendo nada que sea ilógico. Lo que sucede es que no soy tan quisquillosa como usted en detalles tan insignificantes que tienen mucha justificación. Algún día se dará cuenta de que entre nuestras reses hay alguna que no nos pertenece. Ha sucedido muchas veces y sucederá.
—Entonces, adelante. Quizá algún día este criterio tuyo dé origen a algo serio. Dejo las cosas al tiempo.
No quiso seguir discutiendo con Gloria; se daba cuenta de que ella salía en defensa de Shad y aparte de no agradarle su actitud, temía que si extremaba las cosas, provocaría una reacción en su contra de la joven, cosa que tenía mucho interés en evitar... al menos de momento. Y ambos volvieron los caballos hacia el rancho sin comentar más el caso.