CAPÍTULO V

 

CHOQUE DE VOLUNTADES

 

A la mañana siguiente, se dirigió a los pastos y ordenando al capataz que reuniese a los peones, cuando éstos le rodearon intrigados por aquella llamada, les dijo:

—Como administrador de los intereses de mi sobrina, e informado a ésta de mis proyectos, quiero advertirles que a partir de este momento, no deben consentir en modo alguno que ninguna res del señor Crauss se acerque a las nuestras ni las de aquí a las suyas.

—Les reitero la orden de disparar contra cualquier astado, tanto si es nuestro como si es de Shad, si amenazan con esta mezcla, por ser mi criterio acabar con ella.

—He visitado a Shad para rogarle que tuviese cuidado de evitar estos contactos y me ha recibido con la máxima grosería, diciéndome que no piensa evitarlos ni está dispuesto a que lo arreglemos nosotros. Cuando un hombre se comporta de esa manera, no hay más medio de entenderse con él que empleando la violencia.

El capataz rechinó los dientes y repuso:

—Y si después de disparar contra alguna res de ellos, los peones contestan disparando no sobre nuestro hatajo sino sobre nosotros, ¿qué hacemos?

—Contestar de la misma manera. No creo que ellos sean más hombres que ustedes.

—No lo son, si hay que pelear con la razón por delante, pero como en este caso no existe y ya se lo advertí, no seré yo quien consienta, mientras sea capataz, que nadie saque el revólver para disparar un solo tiro, si alguien no es el primero en provocarnos de esa manera.

—Usted pensará personalmente como le parezca, pero en tanto esté a mis órdenes y yo sea quien tiene autoridad para mandar aquí, las cosas se harán como yo dispongo y no como le parezca a usted. Esto quiere decir, que le quedan dos caminos a escoger; o poner en práctica mis órdenes o dejar el puesto y que sea otro quien se haga cargo de su misión.

—Pues desde este momento, mi cargo queda a disposición de quien quiera tomarlo en esas condiciones, pero espero del sentido común de todos éstos, que mediten mucho lo que hacen, si es que se deciden a hacerlo.

—Oiga, usted podrá presentar su renuncia disconforme con mi criterio, pero no le consiento que ejerza coacción sobre los demás.

—Yo no coacciono a nadie. Me limito a hacerles ver lo estúpido e insensato de sus tonterías para que no se vean mezclados en una lucha en la que seguramente alguno podría pagar con la vida algo en lo que no tiene arte ni parte.

—Le repito que eso es una coacción y no la tolero. Lárguese de los pastos y preséntese en mi despacho a recoger su cuenta.

—Ahora mismo y muy contento de dejar de recibir órdenes de quien debía estar recluido en un manicomio por demente.

Y con brusquedad, saltó a la silla del caballo y se encaminó al galpón de los peones a recoger sus efectos.

Paul, rabioso, se volvió hacia los peones, diciendo:

—Más tarde hablaré con ustedes de éste asunto.

Y regresó veloz al rancho para arreglar la cuenta del dimitido capataz y hacerle salir de allí antes de que Gloria se enterase de su despido.

Aquel iba a ser otro grano gordo de arena en sus relaciones con su sobrina, pues sabía el afecto que profesaba al capataz, pero lanzado por la pendiente estaba dispuesto, incluso, a anular a ésta y a disponer como dueño y señor de la hacienda, quisiera ella o no.

Estaba terminando de preparar el dinero, cuando el capataz, tenso, se presentó en el despacho.

Paul, empujando el dinero que ya tenía dispuesto dijo:

—Aquí; tiene lo que le corresponde. Examínelo antes de salir ele aquí.

El capataz, con gesto duro, recogió el dinero, se lo guardo y repuso:

—¿Dónde está su sobrina? Quiero despedirme de ella.

—Mi sobrina está un poco indispuesta y no podrá recibirle, pero yo me encargaré de hacerlo cuando hable con ella.

—Usted se encargará delo que quiera, pero yo no saldré re aquí sin despedirme de ella y decirle cuatro cosas que merece la pena que sepa respecto a usted.

—Le he dicho que no puede recibirle y haga el favor de salir de este despacho.

—Conforme. Saldré de aquí, pero no del rancho sin hablar con la señorita Gloria. Quiero que sepa por qué me voy y se entere de que tiene un administrador que es un besugo en cuestión de ganadería.

Y saliendo bruscamente del despacho, en lugar de dirigirse a la salida se encaminó hacia la parte interior llamando con su potente voz:

—¡Señorita Gloria!...¡Señorita Gloria!

Paul, como una fiera, se lanzó al pasillo y trató de aferrar al capataz para tirar de él y obligarle a descender por la escalera. El capataz se revolvió repeliéndole y como Paul fuera de sí le aplicase un puñetazo, el capataz perdiendo la calma se enzarzó con él a golpes, encendiéndose una pelea en la que Wilder llevaba la peor parte.

A la llamada del capataz y al fragor de la lucha, Gloria que se encontraba en su dormitorio se apresuró a salir asustada y al descubrir a los dos hombres peleándose a golpes, gritó:

—¡Tío!...¡Sam!...¿Qué significa esto?

Paul había quedado en el suelo sangrando de la boca y la nariz, mientras el capataz acusaba el efecto de la lucha en los desgarrones que presentaba su camisa.

—Esto significa, señorita Gloria, que me he despedido como capataz de su equipo por no estar dispuesto a cumplir ciertas órdenes que nos ha dado el cretino de su tío.

—Se ha obstinado en provocar una guerra innecesaria entre el señor Crauss y usted, ordenando que disparemos sobre cualquier astado suyo que se mezcle con nuestras reses agregando que si los peones de Shad contestaban a la agresión, nos liemos a tiros con ellos, como si nuestras vidas sólo sirviesen de juguete a los caprichos estúpidos de su tío,

—Y como no me dejaba que me despidiese de usted y la explicase el motivo de mi idea, ha tratado de agredirme. Como verá, es el cretino más grande de la creación.

—Y ahora que está usted aquí la diré una cosa. Me voy porque dignamente no puedo estar a las órdenes de quien, en lugar de velar por sus intereses, pretende complicarlos y crearle la enemistad de quienes siempre la contemplaron con respeto y sintieron por usted una gran simpatía.

—Este tipo la tiene tomada con el señor Crauss, que es la más bella persona del valle y a eso no hay derecho. Si alguien osase disparar un tiro provocando la lucha, le obligarán a responder del mismo modo y la armonía que reinaba aquí se habría roto para siempre,

—Y ahora que sabe todo lo que sucede, me marcho. Lo lamento por usted, a quien aprecio de verdad, pero es mejor así, pues de lo contrario, un día tendría que aferrar a su estúpido tío por los pelos y lanzarle en medio del rebaño, para que le corneasen hasta destrozarle por bruto.

Gloria, pálida, tensa, casi a punto de estallar en sollozos, suplicó:

—¡Sam, por favor, calme sus nervios y no obre tan a la ligera! Tío, vamos a discutir este caso con serenidad para que las cosas se suavicen y no lleguen a extremos que no me agradan.

—Lo siento —repuso Sam—, pero esto ya no tiene arreglo, al menos mientras ese hombre sea aquí el árbitro de la hacienda. Lo que hoy ha sido una escaramuza, se podría convertir en algo más sangriento.

Paul, que se había puesto en pie con los ojos desorbitados y limpiándose la sangre con el pañuelo, bramó:

—Sí, que se vaya o tendré que matarle.

—¿A mí? Es usted muy poco hombre para eso.

Paul hizo intención de arrojarse sobre el capataz y éste se dispuso a recibirle a tono con su actitud, pero Gloria, enérgica, se interpuso entre ambos, diciendo:

—¡Quietos!...¿Qué respeto es éste hacia mí?

—Lo siento, señorita Gloria —contestó el capataz— pero no ha sido culpa mía. Y ahora que la he informado de lo que sucede, me voy. Si en algún momento necesita de mí, me tendrá siempre a su disposición, pero no mientras el cretino de su tío esté regentando tan pésimamente su hacienda.

Y dando media vuelta, se encaminó a la escalera para abandonar el rancho.

Gloria, tensa, furiosa por el desagradable incidente, señaló a su tío el despacho, diciendo:

—Pase, tenemos que hablar.

—Déjame en paz ahora. No tengo humor para tratar de nada.

—Tenga humor o no, se impone que hablemos y dejemos aclarada la situación. Se han producido sucesos lamentables y pueden originarse otros más lamentables aún y mi deber, como dueña del rancho, es evitarlos.

—Tu deber es ver, oír y callar, pues para eso tu padre me confió la administración. Una mujer no tiene noción alguna de lo que es el gobierno de estas cosas, tratando con tipos duros y agresivos y lo mejor que puede hacer es estarse quieta y no intervenir en nada. Sería contraproducente.

—Esa será su opinión, pero no la mía. Soy la dueña pese a que usted me administre, y lamentaría que por cabezonadas sin base, tuviésemos que romper nuestras relaciones, cosa que no sería yo la que lo provocase.

—¿También tú me amenazas?

—Le advierto simplemente. Quiero que me explique qué tiene contra Shad para demostrar esa inquina hacia él y echármelo encima como enemigo.

—No he sido yo, sino él quien se declara enemigo mío.

—Por haber iniciado usted la agresión. Shad se comportó siempre correctamente y parece como si tratase de abrir un abismo entre su amistad y la mía.

—Si así es, tendré motivos para ello.

—Explíquemelos.

—Ya te los expliqué. Si no quieres comprenderlos es cosa tuya, pero te advierto que tal como él ha puesto la cosa ya no caben paliativos. Si él es orgulloso, yo lo soy más.

—¿Y yo no cuento?

—En asuntos de hombres, no.

—Se equivoca, La hacienda es mía y tengo derecho a mandar en ella con su beneplácito o sin él, pues a fin de cuentas, si me equivocase, quien pagaría las consecuencias sería yo y no usted.

—Mi responsabilidad...

—Déjese de cuentos. La responsabilidad es de todos, y si alguno se pasa de la raya, es el otro quien debe impedirlo.

—¿Me desafías?

—Le advierto simplemente. A partir de este momento, no se tomarán medidas extremas sin que yo tenga conocimiento de ellas y las apruebe o las rechace. Si le parece así bien, lo toma y si no, lo deja.

—¿Sí?¿Crees que dejé yo todos mis negocios para venir a ocuparme de los tuyos por una mísera paga y ahora, por un capricho, voy a dejar una cosa y otra? No, querida sobrina; las cosas continuarán así nadie sabe cuánto tiempo, porque fue el compromiso que adquirí con tu padre.

—Su compromiso fue el de seguir llevando las cosas como él las llevaba hasta que yo me case. ¿Qué pretende, que me case mañana con el primero que llame a esa puerta?

—Mejor será que lo hagas con Shad, que es un hombre muy comprensivo y muy sensato, ¿no es así?

—Desde luego. Con otro iría peor en la vida.

—Ya me he dado cuenta que te atrae mucho y tú a él... Tu rancho sería un buen negocio para un tipo así...

—¡Ah!... ¿Es ahí donde le duele? Quisiera saber por qué.

—Porque no me gusta como marido tuyo y estoy dispuesto a no consentir que te cases con él mientras pueda impedirlo.

—No sé cómo.

—Si la ocasión llega, ya lo diré.

—¿Qué es lo que pretende?

—Nada. Vete y déjame en paz, pues me estás obligando a hablar más de lo conveniente para todos. Estoy dispuesto a llevar adelante mis planes contra viento y marea y mejor es que me dejes tranquilo y no me arañes tú también porque me harás estallar,

Gloria, dándose cuenta del estado de ánimo de su tío, entendió que cuanto más se agriase la conversación sería peor, y tratando de recobrar la calma, dijo:

—Bien, tío, creo que lo mejor que puede hacer es dirigirse al pilón, lavarse bien esas erosiones y refrescar un poco su cabeza demasiado acalorada. Cuando esté más sereno y haya recapacitado un poco, hablaremos.

Paul, que estaba deseando poner fin a aquella conversación tan poco favorable para él, gruñó algo difícil de captar y se dirigió a la escalera para encaminarse al pilón a lavar su boca y nariz. Luego, tendría que cambiarse de ropa, pues tenía la camisa y la chaqueta manchadas de sangre.

Gloria, apenas le vio salir, descendió al patio y cuando su tío, después de lavarse, subió a su habitación, se dirigió al galpón de los caballos, tomó el suyo, y sin previa consulta, se encaminó a la pradera donde los peones, tensos y ceñudos, cuidaban del ganado. Ninguno parecía estar dispuesto a cumplir la orden de Paul y lo más que hacían, era cuidar que sus reses no se desmandasen para unirse a las de Shad.

La joven abordó al primer peón que encontró y le dijo:

—Llame a sus compañeros y dígales que vengan un momento, pues tengo que hablarles.

—El vaquero cumplió la orden y poco más tarde, el equipo se reunía en torno a ella.

Gloria paseó su aguda mirada por el grupo y agregó:

—Supongo que a pesar de todo lo sucedido, estarán convencidos de que la dueña de esta hacienda soy yo.

—Claro que sí, ama... Eso lo sabemos todos.

—Bien, el hecho de que mi tío asuma las funciones de administrador, no resta un ápice a mi autoridad en el equipo y por lo tanto, voy a dar una orden terminante que ustedes habrán de obedecer, sin que esta orden pueda ser revocada sí no es por mí misma. La orden es ésta: pase lo que pase con las reses, se mezclen o no con las de otros rancheros, ustedes se limitarán a reclamarlas como hasta el presente, pero jamás ninguno de ustedes hará uso del revólver contra ningún otro peón, salvo que fuesen los otros los que intentasen una agresión, cosa que no espero.

—Si hasta ahora ha reinado la armonía entre todos, no quiero que seamos nosotros los que provoquemos conflictos con los demás. Esta orden, ni mi tío ni nadie puede anularla... ¿Estamos de acuerdo?

—Claro que sí, ama, pero ha sido una pena que Sam haya presentado su dimisión y deje de dirigir el equipo. El opinaba como usted, pero su tío.,..

—Lo sé, pero ese incidente ya no tiene arreglo... al menos por ahora. Las cosas han ido demasiado lejos por estar yo ignorante de lo que sucedía y no se pueden agravar las cosas.

—Entonces, si su tío vuelve a insistir....

—Le dicen que he sido yo la que he dado esa orden y que en tanto no dé otra, ustedes están obligados a respetarla. Si no está conforme, que me lo diga a mí.

—En cuanto a las demás faenas normales del rancho, su autoridad sigue siendo la misma y no consentiré que nadie la discuta.

—Es cuanto tenía que decirles y espero que no se alterará la calma por culpa de ustedes.

—Descuide, que será fielmente obedecida.

Gloria regresó al rancho. Cuando se apeó en el porche, su tío apareció furioso gritando:

—¿De dónde vienes?

—De echar un vistazo al ganado.

—¿Es que no sirvo yo para eso?

—Sí, pero al mismo tiempo, he ido a ordenar a los peones que mientras no reciban autorización mía personalmente, no hagan uso de las armas ni cambien las costumbres que hasta el presente se han venido practicando.

—Es decir, que me has desautorizado ante ellos.

—En ese punto únicamente. En lo demás, ya les he advertido que su autoridad será respetada en todo lo normal y que no consentiré que nadie se la discuta.

—He querido dejar las cosas en su punto justo, porque así entiendo que debe ser. Espero que recapacite bien sobre la locura que pretendía llevar a cabo y comprenda que es lo mejor. Ya es bastante que me haya privado del concurso de Sam a quien apreciaba de veras y él a mí. Ahora no creo que sea tan fácil encontrar un capataz tan leal .y eficiente como él.

—Capataces los hay a patadas.

—Ya lo veremos cuando llegue la hora de contratar uno.

Y dando media vuelta, no quiso seguir discutiendo con su tío.