SANTA MARIA LA BLANCA
(ANTIGUA SINAGOGA)
I.
La Iglesia de SANTA MARIA LA BLANCA, en cuyo análisis histórico y artístico vamos á ocupar algunas páginas de nuestra obra, es, como la del TRÁNSITO, uno de los mas notables monumentos del arte árabe que presenta la Ciudad Imperial, á la vez que vivo recuerdo de la opulencia y esplendidez de la raza hebrea, al culto de cuya religion estuvo primitivamente destinada.
Surge necesariamente al trazar la historia de este templo, la cuestion ya tantas veces controvertida, acerca de la época en que por vez primera vinieron á Toledo los judíos. La Iglesia de SANTA MARIA es ciertamente el primer monumento que hallamos dentro de sus muros atestiguando el paso de la raza despreciada; pero la época de su ereccion no puede servirnos de punto de partida para el descubrimiento de la verdad, habiendo indicios vehementes de la existencia de otras sinagogas anteriores á la que nos ocupa.
Autores hay que remontan esta época al tiempo de Nabucodonosor; hay también quien cita en comprobacion de la antigüedad de la existencia de los judíos en la ciudad de los Césares, el hecho de haber escrito los judíos de Toledo á los de Jerusalén una carta reprobando la sentencia de muerte dictada contra el Salvador, y sobre la cual le habian estos consultado, hecho absurdo y destituido de todo documento que lo acredite; y no falta, por último, quien, para dar mayor aspecto de verdad á esta fábula recurra á la peregrina idea de presentar como una de las mas antiguas sinagogas de los hebreos el templo que nos ocupa, llegando hasta referir la tradicion de que fué traída de Jerusalén la tierra con que habian de ser fabricados sus cimientos, como si el carácter del edificio, que tan claramente lo clasifica entre los del primer período de la arquitectura árabe, no viniera á destruir suposiciones tan gratuitas.
Pero dejando á un lado estas conjeturas, que ninguna luz pueden arrojar sobre el asunto, es lo cierto que ya al comenzar el siglo IV de nuestra era existian los judíos en la Península, como lo comprueban algunas decisiones del Concilio Iliberitano y del Toledano tercero. Capital Toledo por entonces del reino godo, y centro, como todas las capitales, de la riqueza y del comercio, debió naturalmente atraer las miradas de una raza esencialmente mercantil, y que veia en la posesion del oro el único lenitivo á los sinsabores de una vida de vejaciones y desprecios.
Vinieron, pues, á Toledo los judíos en gran número, y al ocuparse de ello los Concilios Toledanos les señalaron para su habitacion un barrio, que aun se conocia no ha mucho tiempo con el nombre de la Judería y que debió hallarse fuera de la ciudad, siendo despues cobijado por sus muros, cuando el ensanche de estos en tiempo de Wamba. En este estado les sorprendió la invasion de la Península por los sarracenos. Malcontentos con los cristianos, que tan duramente les hacian sentir su humillacion y abatimiento, favorecieron los judíos la empresa de los árabes, que tanto protegia por otra parte la fortuna, y es indudable que desde entonces comenzó para ellos un período de grandeza, que fué progresivamente aumentando casi hasta la época de su expulsión. Raza oriental como la raza conquistadora, con mas de un punto de contacto en sus ideas, en sus costumbres y hasta en sus ritos, el pueblo judío fué el que mas se aprovechó de los elementos civilizadores derramados por los árabes en su marcha por la Península, de lo cual nos presentan una prueba irrefragable los monumentos que hemos citado en el comienzo de este artículo, únicos templos del Judaismo en Toledo que han llegado hasta nosotros, y posteriores ambos á la época de la invasión.
Casi en esta misma época un acontecimiento de gran importancia vino á ejercer una saludable influencia en el ya próspero destino del pueblo hebreo. Las renombradas Academias rabínicas, existentes en Persia, fueron trasladadas á Córdoba, capital á la sazon de la España árabe, y este hecho, de escaso interés al principio para los hebreos que habitaban en la córte de los godos, vino con el tiempo á constituir uno de los mas grandes elementos de su grandeza. La obra inmensa de la Reconquista seguia paso á paso su carrera de triunfos, y Fernando III, el Rey Santo, acababa de escribir al pié de los muros de Sevilla uno de los mas gloriosos cantos de ese poema que comenzaron un puñado de valientes en las escabrosas montañas de Asturias, y acabó una gran Reina tremolando el vencedor estandarte de la Cruz sobre las altas torres de la Alhambra. Conquistada Sevilla, las Academias rabínicas tornaron á trasladarse, siendo esta vez Toledo el punto designado, y de esta manera aumentóse la poblacion judía de la última capital con un gran número de hombres científicos, que acrecentó la influencia de que ya gozaba por su número, su saber y sus riquezas.
Pero la buena estrella que parecia presidir á los destinos del pueblo hebreo se acercaba á su ocaso. Sin embargo, el poder y la opulencia de esta raza, á la que tan duras pruebas estaban reservadas en lo porvenir, dió, como una luz próxima á extinguirse, mas clara y brillante muestra de sí, en el reinado de D. Pedro I de Castilla, apellidado el Cruel, merced á la proteccion de su correligionario Samuel Leví, que ejercia al lado del Monarca las funciones de Tesorero. A esta época pertenecen los mejores edificios que de ella nos quedan; en ella se levantó la magnífica sinagoga, destinada hoy al culto cristiano bajo la advocacion del TRÁNSITO DE NUESTRA SEÑORA; y en ella acaso, finalmente, como mas adelante veremos, tuvieron lugar las obras de ornamentacion que hoy avaloran la Iglesia de SANTA MARIA LA BLANCA.
Ocupado ya el Trono de Castilla por los Reyes Católicos D. Fernando y Doña Isabel, tuvo lugar la expulsion de los judíos de España, abandonándola en número de 800,000, medida que á tan distintos pareceres y acaloradas controversias ha dado lugar entre los historiadores, y de la que nosotros no nos ocuparemos por no ser de la mayor importancia para el asunto de nuestra obra.
Ahora, trazado ya este ligero bosquejo de la historia de los judíos en España, bosquejo que hemos creído de la mayor importancia, entraremos de lleno en el asunto principal de nuestros trabajos, y al analizar histórica y artísticamente la Iglesia de Santa Maria la Blanca explanaremos con mayor copia de datos y de observacíones algunas de las ideas que hemos solamente indicado en la primera parte de este artículo.
II.
Aparte de las fábulas con que Alvárez Fuentes, en su Diario histórico, y Tamayo de Vargas, en sus Antigüedades Nuevas de Toledo, intentan confirmar la existencia de la sinagoga que hoy conocemos con el nombre de Santa Maria la Blanca, en una época anterior á la invasion de los árabes, ningún documento histórico queda merced al cual sea posible colegir, siquiera fundado en suposiciones, la verdad que hay en esta aserción. Ni tampoco del minucioso análisis del edificio se desprende algún rayo de luz que esclarezca, aunque confusamente, en el terreno del arte la cuestion que nos ocupa; antes por el contrario, de su examen resulta hasta la evidencia que la fábrica de este templo pertenece al primer período de la arquitectura sarracena. Su planta, los gruesos pilares octógonos sobre que descansan sus macizos arcos de herradura, todo lo que constituye la mole primitiva del edificio, excepto la ornamentacion, que como mas adelante diremos, parece pertenecer á otra época, confirman la opinion que dejamos sentada en el párrafo anterior.
Teniendo en cuenta estas observacíones, inútil nos parece el detenernos á refutar las maravillosas consejas, que á cerca de la consulta de los judíos de Jerusalén, á propósito de la muerte del Redentor, relatan los escritores citados en el comienzo de este artículo, como igualmente la de la aparicion de un niño que en este templo anunció á los rabinos la venida del verdadero Mesías. Sin que neguemos absolutamente la posibilidad de que en el mismo sitio que ocupa Santa Maria la Blanca existiese durante la dominacion de los godos alguna sinagoga de judíos, supuesto que los habia en Toledo, y la relajacion de los últimos Reyes de la Monarquía gótica autoriza á creer en estas manifestaciones del culto israelita, debemos consignar, que segun nuestro juicio, formado en vista de la absoluta falta de pruebas que testifiquen lo contrario, la sinagoga data de la época en que el carácter de su fábrica la clasifica.
Pero aunque no queda duda alguna de que se levantó el edificio durante la dominacion de los árabes, tampoco puede asegurarse nada sobre las circunstancias que concurrieron á su edificacion, ni acerca de la prioridad de este templo, relativamente á otros que se sabe haber existido en Toledo dedicados asimismo á celebrar los ritos hebráicos.
De la historia del pueblo judío en España, como de la del árabe, solo nos restan los hechos mas de relieve, y que en cierto modo tuvieron alguna influencia política; en cuanto al conocimiento de los detalles de su civilizacion, de sus adelantos, de su manera de ser en aquellos remotos siglos, á pesar de los estudios que posteriormente se han emprendido por personas diligentes y eruditas, nada ó casi nada se ha adelantado.
Hasta el año de 1405 se puede asegurar que no existe dato histórico alguno acerca del edificio que nos ocupa, y que ha sufrido posteriormente tantas vicisitudes y sido víctima de tan estrañas peripecias. Habitaba por este tiempo en Toledo el glorioso San Vicente Ferrer, y sus inspiradas predicaciones exaltaban el fervor religioso de sus habitantes, especialmente los del arrabal, cuya Iglesia parroquial de Santiago era comunmente teatro de aquellas, y en la que aun se conserva el púlpito donde resonaba la voz del Santo predicador. Entonces fué cuando, no sabemos si en medio de una conmocion popular, ó de otro cualquier modo, fué arrebatado á los hebreos, y dedicado al culto cristiano, bajo la advocacion con que hoy lo conocemos.
De esta suerte continuó hasta el año de 1550, en que el Cardenal Silicéo, de cuyo Arzobispado tantos y tan notables vestigios se encuentran en Toledo, hizo que fuese reparado, construyendo además tres capillas á la cabecera de las naves principales. Y cuando conociendo que una, y quizá la mas poderosa de las causas que impulsan á la prostitucion á muchas desgraciadas, es, no solo la viciada educacion que han recibido, sino también la certeza de que el sello de infamia que su mala vida imprime en su rostro, las separa para siempre de la sociedad, trató de erigir un lugar de refugio, donde, lejos del mundo pudieran borrar con el arrepentimiento los dias pasados en el desenfreno, la Iglesia de SANTA MARIA, á la cual agregó algunas de las casas inmediatas, fué el lugar designado para el objeto, fundando en ella el beaterio con el título de Refugio de la penitencia, con la condicion expresa y terminante de que solo fuesen admitidas en él las meretrices, y agregándosele posteriormente el que existia en la Iglesia de Santiago del arrabal, bajo la advocacion de Jesus y Maria. Medio siglo duró el beaterio, cumpliéndose religiosamente la voluntad del fundador, acerca de la clase de mujeres que en él fuesen albergadas; pero pasado este tiempo, solicitaron las monjas del Sumo Pontífice la relajacion de esta regla, solicitud que fué denegada, por estar espedidas las bulas con esa condicion, á peticion expresa del fundador, y con esto dejaron de entrar novicias y el beaterío se extinguió completamente hacia el año de 1600.
Por espacio de dos siglos quedó el edificio simplemente como ermita de Nuestra Señora, hasta que en 1791 fué profanado destinándolo á cuartel para las tropas de infantería, y asi hubiera continuado, si reconociendo el estado de próxima ruina en que se encontraba, no hubiera sido decretada su reparacion, la que se llevó á cabo en 1798, por disposicion del Sr D. Vicente Domínguez de Prado, destinándolo á almacén de enseres de la Real Hacienda, como lo demuestra la siguiente inscripcion colocada en el lado interior de la puerta occidental del edificio:
ESTE EDIFÍCIO FUÉ SINAGOGA HASTA LOS AÑOS DE 1405 EN QUE SE CONSAGRÓ EN IGLESIA CON TÍTULO DE SANTA MARIA LA BLANCA, POR LA PREDICACIÓN DE SAN VICENTE FERRER. EL CARDENAL SILICÉO FUNDÓ EN ELLA UN MONASTERIO DE RELIGIOSAS CON LA ADVOCACIÓN DE LA PENITENCIA EN 1500. EN 1600 SE SUPRIMIÓ Y SE REDUJO A ERMITA U ORATORIO, EN CUYO DESTINO PERMANECIÓ HASTA EL DE 1791, EN QUE SE PROFANÓ Y CONVIRTIÓ EN CUARTEL POR FALTA DE CASAS; Y EN EL DE 1798 RECONOCIÉNDOSE QUE AMENAZABA PRÓXIMA RUINA, DISPUSO EL SEÑOR DON VICENTE DOMÍNGUEZ DE PRADO, INTENDENTE DE LOS REALES EJÉRCITOS Y GENERAL DE ESTA PROVINCIA, SU REPARACIÓN, CON EL FIN DE CONSERVAR UN MONUMENTO TAN ANTIGUO Y DIGNO DE QUE HAYA MEMORIA EN LA POSTERIDAD, REDUCIÉNDOLE EN ALMACEN DE ENSERES DE LA REAL HACIENDA PARA QUE NO TENGA EN LO SUCESIVO OTRA APLICACIÓN MENOS DECOROSA.
Por desgracia, la consoladora esperanza que acerca de la futura suerte del magnífico edificio dejaban entrever las últimas líneas de la inscripcion citada, no tardó mucho tiempo en ser destruida por una triste realidad. Abandonado, destrozado, expuesto á todas las injurias del tiempo y de los hombres, sirviendo hasta de asilo á animales inmundos, la mas completa ruina era el único porvenir del malaventurado templo, si la Comision Provincial de Monumentos históricos y artísticos, á fuerza de continuas instancias y reclamaciones, noblemente secundadas por la Comision central, no hubiese logrado que merced á una real orden se le hiciera cesion de este edificio tan digno por todos conceptos de la atencion de un Gobierno ilustrado y protector de las artes.
Ya puesto al cuidado de personas inteligentes y que saben apreciar en lo que valen edificios que, como el de Santa Maria la Blanca, son á la vez que una brillante página de la historia artística de nuestro país, el recuerdo de una raza que ha desaparecido de entre nosotros dejando sus templos como trofeo del triunfo de nuestra religion nada se ha perdonado para evitar que en lo sucesivo sea víctima del abandono y de las profanaciones que, andando el tiempo, hubieran ocasionado su completa desaparición.
Entre las reparaciones que á este efecto han tenido lugar, merece que hagamos mencion de la que ha llevado á término, con una escrupulosidad é inteligencia nada común, un joven de la ciudad de Toledo, y que consiste en la restauracion de los adornos de estuco de toda la fábrica, muy particularmente de los magníficos capiteles que coronan los pilares; obra que acometió con el mayor desinterés y sin otra idea que la de preservar de la ruina, un monumento, que, entre los muchos que dan renombre á la ciudad de los Césares, es de los que con mas títulos reclaman el aprecio de las personas amantes de las glorias españolas.
La Comision de Monumentos ha pensado, por último, en devolver al culto este Santuario, y despues de arbitrar por medio de donaciones voluntarias los fondos precisos para costear los gastos de rehabilitacion, ha hecho trasladar á la Iglesia el retablo antiguo, que cuando se profanó por primera vez se sacó de ella, con la venerada efigie de Nuestra Señora, conocida bajo la advocacion de Santa Maria la Blanca.
III.
En uno de los párrafos anteriores, y al reseñar la historia de la antigua sinagoga, conocida hoy con el nombre de Santa Maria la Blanca, dijimos que su primitiva construccion pertenecia al primer período de la arquitectura árabe, aunque sus ornatos, asi por su forma, característica de otra época mas reciente, como por la manera especial que en su combinacion se observa, parecen haber sido sobrepuestos despues de la reconquista, esto es, cuando el género á que corresponden tocaba á su mayor grado de perfeccion y originalidad. Sentada esta premisa, deber es nuestro, al trazar la descripcion de tan notable edificio, el exponer las razones que justifican nuestra opinion, y por lo tanto, al par que daremos á conocer los detalles que lo embellecen, haremos las observacíones que creamos mas oportunas y conducentes á esclarecer este punto bastante controvertido ya por los escritores que de él se han ocupado.
La planta de este edificio, que forma un paralelógramo colocado de Oriente á Poniente, consta de 81 pies de longitud por 63 de latitud, y está dividida á lo largo por cinco naves paralelas entre sí, de las cuales, la central, mide 60 pies de elevacion por 15 de anchura, mientras que las laterales, que van gradualmente siendo mas bajas segun se aproximan al muro exterior, solo constan de 12.
Los lienzos de pared que dividen las naves, se hallan perforados en su parte inferior por grandes y severos arcos de herradura, los que, en número de 28, apoyan sus recaidas sobre 32 gruesos pilares octógonos de unas cuatro varas de alto. Coronan á estos pilares, que son de ladrillo y solo tienen un listel por basa, otros tantos capiteles de estuco ajacarados, en los cuales las hojas, las lacerías y unas especies de píñas picadas, se combinan de una manera tan caprichosa, que solo examinando la lámina que los representa, y que ya hemos dado con él título de diversos capiteles de Toledo, podrán formarse nuestros lectores una idea exacta de su conjunto. Corren, todo lo largo de los muros y por cima de la parte superior de estos arcos, dos filetes entrelazados, que, combinándose con otros dos filetes que dibujan la archivolta, trazan en los tímpanos ó espacios que median entre hueco y hueco una enjuta ó pechina de forma triangular en cuyo centro se ve un círculo á manera de rosetón. En el perímetro de estos círculos se incluye un menudo adorno compuesto de figuras geométricas, combinadas en cada uno de ellos de una manera distinta y al conjunto de las cuales se llama arcion porque imita una red ó celosía calada. Completan el ornato de los tímpanos, extendiéndose hasta buscar la forma de sus ángulos, un ataurique compuesto de vástagos airosísimos y de hojas ornamentales agudas y entrelazadas, que al enredarse forman pequeñas circunferencias, en cuyo interior se observan otros rosetones mucho mas reducidos.
En la nave principal, divide la zona superior de la inferior ya descrita, una especie de cornisamento desfigurado, el cual, aunque sin vuelos ni molduras, guarda alguna analogía en su comparticion con el de los órdenes clásicos, que sin duda le sirvieron de fuente. Componen el arquitrave y la cornisa unas cenefitas en que dos líteles ó cintas dobles corren paralelas, reuniéndose sobre la labor de los tímpanos, donde forman unas estrellas mistilíneas, cuyo fondo es de menudo ataurique y en el que se incluye una concha, volviéndose á separar las cintas y á correr paralelas hasta encontrar otro tímpano donde reproducen su combinación.
Incluida entre estas dos, que forman el arquitrave y la cornisa, y ocupando el lugar correspondiente al friso, se extiende por toda la nave una ancha y lujosa cenefa de lacería en la que, cuatro cintas dobles, combinándose en forma de exágonos trazan al reunirse multitud de estrellas rectangulares de ocho puntas, cuyos centros enriquece un menudo ataurique.
Sobre este cornisamento figurado se levanta el segundo cuerpo, el cual consta de 22 arcos ornamentales estalactíticos que se apoyan en columnas pareadas. Estos arcos, que se componen de cinco porciones de círculo, son de ladrillo, asi la parte sólida que dibuja el angrelado puro, como el pilar cuadrado que los sostiene y en el que están empotradas las columnillas. Los pequeños arcos, apuntados conopiales, que se incluyen dentro de cada una de las porciones de círculo que dibujan el vano de estos ajimeces, las molduras de la archivolta y las basas y capiteles de las columnas pareadas son de estuco. Una segunda cenefa, bastante estropeada y del mismo género que la de la zona inferior, se extiende por cima de los arcos ornamentales y remata la ornamentacion de los muros, sobre los cuales se levanta, en forma de caballete y cruzado por gruesas alfardas ó tirantes, un riquísimo artesonado de alerce que forma infinitas combinaciones geométricas, y de cuyo conjunto maravilloso no es posible dar una idea con palabras.
Las naves colaterales son muy semejantes á la central, aun cuando carecen del gran frisa de lacería que adorna á ésta y el número de sus arcos ornamentales es el de 20.
El exterior de la fábrica nada ofrece de particular por carecer de ornatos, y solo en la imafronte ó fachada de los pies de la Iglesia se abren dos ajimeces compuestos de líneas rectas y curvas combinadas, cuya totalidad en la forma, asi como su colocacion, hacen juego con los ajimeces ornamentales de la nave principal á cuyo muro corresponden.
Dada ya una idea del edificio árabe, solo nos resta añadir, para completar la descripcion de Santa Maria la Blanca, algunas palabras acerca de las adiciones que se le han hecho al destinarlo á los diferentes usos que con el trascurso de los tiempos ha tenido.
Probablemente en la época en qué, merced á las predicaciones de San Vicente Ferrer, arrancaron los cristianos este templo á los judíos, al habilitarlo, para celebrar en él las ceremonias de nuestra religion, hubo de construirse el pequeño átrio, que aun hoy se observa cubierto de una bóveda cruzada por nervios del género ojival, y que da paso al templo por el costado de Mediodía. La portada, que sirve de ingreso á este pórtico, desde luego se conoce ser bastante posterior, pues se compone de un entablamento sostenido por dos columnas estriadas, en el friso del cual se lee esculpida esta breve plegaria:
SANCTA MARIA, SUCURRE MISSERIS.
A mediados del siglo XVI, y cuando el Cardenal Silicéo fundó en la sinagoga el beaterío, de que ya hicimos mencion en la parte histórica, agregó á la cabecera de las tres naves principales del templo igual número de lindísimas capillas del género plateresco, las que, por pertenecer á una época en que este gusto se hallaba en su mayor grado de esplendor, son dignas de ser examinadas detenidamente.
La de la nave central, cuyo piso se halla elevado sobre el pavimento de la Iglesia, tiene cuatro escalones en el ingreso y está cubierta por una elegante media naranja apoyada en cuatro pechinas que figuran conchas prolijamente esculpidas. En el espacio del muro, intermedio entre estas pechinas, se ven los escudos de armas del Cardenal fundador, sostenidos por ángeles de airosa apostura, y corriendo á par de la imposta que sostiene la cúpula y volteando con el arco de entrada, lujosas fajas de casetones, de los que cada uno contiene un delicadísimo florón, contribuyen á dar realce á esta rica obra de la piedad y del arte.
Sirven de cerramiento superior á las capillas de los costados, que son mas reducidas, dos grandes conchas que apoyan sus ondulantes bordes en las archivoltas, profusamente adornadas de casetones, de los arcos de ingreso, los cuales ocupan el testero de la nave y estriban en dos reprisiones ó ménsulas de esbelto contorno.
Toda la ornamentacion de esta parte del templo, debida al siglo XVI, es también de finísimo estuco blanco fileteado de oro, y asi por su género, como por la combinacion y colores de los escudos del Cardenal y los ángeles que los sustentan, forma juego con el airoso retablo, asimismo del gusto plateresco, que en su capilla mayor se admira.
Ignórase el autor de este, aun cuando algunos, y no sin fundamento, creen hallar en él los rasgos valientes del cincel de Berruguete. Compónese de dos cuerpos sobrepuestos y flanqueados por dos columnas de esbelto dibujo en las que descansa el entablamento sobre el cual se eleva un medallon circular que le sirve de remate. Este medallón, que representa á la Santísima Trinidad, se encuentra rodeado de ángeles que sostienen en sus manos los atributos de la Pasion y una tarjeta en que se leen las siguientes palabras:
¡OH MORS, QUAM AMARA EST MEMORIA TUA!
Los cuatro altos relieves principales, que, flanqueados por delicadas y airosas columnitas, enriquecen los dos cuerpos de que se compone el retablo, representan los del primero, la Anunciacion y el Nacimiento; y la Adoracion de los Reyes y la Huida á Egipto los del segundo.
Como, segun quedó expresado en el anterior capítulo, la Iglesia no se halla abierta al culto, carece por completo de altares, pinturas ú otros objetos de arte propios de los edificios religiosos.
Descrita, aunque ligeramente, toda la parte que le ha sido agregada á la sinagoga, despues que pasó al poder de los cristianos, como complemento del estudio arquitectónico de Santa Maria la Blanca, solo añadiremos, antes de concluir, algunas observaciones relativas á la construccion y ornamentacion de la fábrica árabe.
Nótase á primera vista, ya en la disposicion de la planta, compartida en naves como las Basílicas cristianas; ya en la forma de los arcos que se abren en los lienzos divisorios, los cuales son de herradura; ya, por último, en los gruesos y octógonos pilares que los sustentan, el sello de las primitivas construcciones mahometanas. La solidez de estas partes arquitectónicas, sus grandes proporciones, su conjunto sencillo y severo se encuentran conformes en el carácter especial que presentan, con los que, en la breve noticia de la arquitectura árabe española que antecede á estas monografías, hemos señalado en el primer período, al que, merced á estas razones, no vacilamos en atribuirlas.
Pero al examinar la ornamentacion del templo, al hacer un examen detenido de los prolijos é innumerables detalles que lo engalanan, no puede por menos de chocar, aun á los menos versados en los estudios arqueológicos, la profusion, delicadeza y carácter de los adornos empleados en el embellecimiento de este edificio; adornos trazados y combinados con una maestría y esbeltez de que no podemos menos de suponer muy lejos á los alarifes árabes en la remota época á que se debe, segun nuestras observaciones, su erección.
Los capiteles ajacarados de los pilares, que no tienen ni guardan idea alguna de la proporcion y contornos de los pertenecientes á otros órdenes; la manera especial de combinar las lacerías y los filetes de los arciones; el empleo de folias conopiales y de líneas curvas y rectas en el perfil del vano de los ajimeces; y por último, los arquitos apuntados conopiales, que se incluyen en cada una de las porciones de círculo que trazan los arcos ornamentales de la zona superior de los muros, son otras tantas pruebas de que, ya durante el reinado de D. Pedro, ya en otra época, posterior siempre á la de la ereccion de la sinagoga, los israelitas, siguiendo en sus pasos á la arquitectura de los árabes, la enriquecieron con los adornos característicos de su mas brillante período, cubriendo en partes la fábrica antigua de ladrillo con el estuco en que se ve tallada toda su ornamentación.
Esta sola puede ser la causa de tan extraña mezcla; únicamente de este modo se explica satisfactoriamente el fenómeno artístico, que, desde luego, preocupa al observador en presencia de estes venerables vestigios del genio mahometano. Porque no hay duda, la idea severa y primitiva que se expresó con una fórmula tan concisa y grave, no pudo, sino con el tiempo, alcanzar el grado de refinamiento y lujo que revela su desarrollo.
Dos siglos, pues, han contribuido á esta obra: uno armó su esqueleto y le imprimió su carácter de solidez y severidad; otro la revistió de galas y la impregnó en su perfume de lujo y poesia.
En la grande Aljama de Córdoba conocíamos ya algunos ejemplos de esta extraña combinacion de las ideas de dos distintas generaciones.
FIN DE SANTA MARIA LA BLANCA