Duodécima sesión
Mientras prot comía ciruelas y melocotones saqué el tema de Howie y de sus tareas. Le expliqué que la primera que le había asignado (encontrar al «pájaro azul de la felicidad») había tenido un efecto positivo en Howie y en el resto de la planta. La segunda («curar» a Ernie) también había salido bien, aunque era más problemática. Luego le pregunté si había pensado alguna otra cosa para mi paciente.
—Una última tarea.
—¿Le importaría decirme en qué consiste?
—Dejaría de ser una sorpresa.
—Me parece que hemos tenido suficientes sorpresas por ahora. ¿Puede garantizarme que esa tarea no será peligrosa para nadie?
—Si la hace bien será un día muy feliz para todos, incluso para usted.
Yo no estaba tan seguro, pero su confianza disipó mis dudas. Una vez mi padre se tumbó en el suelo de la sala y me dijo que diera una voltereta por encima de él. Quería que me apoyara en sus rodillas, me diera la vuelta y cayera de pie al otro lado. Parecía una locura. «Confía en mí», me dijo. Así que puse mi vida en sus manos, cogí carrerilla y, con su ayuda, caí de pie milagrosamente. No volví a hacerlo. Prot tenía la misma mirada en sus ojos cuando me habló de la última tarea de Howie. Y con ese tono de confianza comenzamos la duodécima sesión.
En cuanto empecé a contar prot cayó en un profundo trance. Le pregunté si podía oírme.
—Por supuesto.
—Bien. Ahora quiero que vuelva al año 1979. Es el día de Navidad de 1979. ¿Dónde está y qué ve?
—Estoy en el PLANETA TERSIPION, en lo que para ustedes es la CONSTELACIÓN TAURO. Veo verdes y naranjas por todas partes. Me encanta. En este MUNDO la flora no es clorofílica como en la TIERRA y en K-PAX. La luz tiene un pigmento similar al de sus algas rojas. El cielo es verde por el cloro de la atmósfera. Hay todo tipo de seres muy interesantes; muchos parecen insectos. Algunos son más grandes que sus dinosaurios. Por suerte todos se mueven con lentitud, pero hay que…
—Discúlpeme. Me encantaría que me hablara de ese planeta, y del resto de los lugares que ha visitado, pero ahora mismo preferiría centrarme en sus viajes a la Tierra.
—Como quiera. Pero me ha preguntado dónde estaba en la Navidad en 1979.
—Sí, pero sólo era un punto de referencia. Ahora me gustaría que avanzara en el tiempo hasta su siguiente visita a la Tierra. ¿Puede hacerlo?
—Claro. Déjeme ver. ¿Enero? No, aún estaba en TERSIPION. ¿Febrero? No. Había vuelto a K-PAX y estaba aprendiendo a tocar el patuse, aunque nunca se me dará bien. Debió ser en marzo. Sí, fue en marzo, esa época maravillosa en el hemisferio norte cuando comienza el deshielo y florecen los podófilos y el azafrán.
—¿Es marzo de 1980?
—Exactamente.
—¿Le ha llamado su amigo?
—Sí, pero por ninguna razón especial. Necesita hablar de sus cosas con alguien de vez en cuando.
—Hábleme de él. ¿Cómo se encuentra? ¿Está casado?
—Sí, con una chica que conoció en… pero eso ya se lo dije, ¿no?
—¿La chica católica que estaba embarazada cuando iban al instituto?
—Tiene buena memoria. Sigue siendo católica, pero ya no está embarazada. Eso fue hace cinco años y medio.
—No recuerdo su nombre.
—No se lo dije.
—¿Puede decírmelo ahora?
Después de una larga pausa, durante la cual pareció analizar mi corte de pelo (o la necesidad de que me lo cortara), dijo en voz baja:
—Sarah.
—¿Tienen un hijo o una hija? —pregunté intentando ocultar mi entusiasmo.
—Sí.
—¿Qué?
—Debería hacer algo con su sentido del humor, doctor brewer. Una hija.
—Que tendrá cinco años aproximadamente.
—La semana que viene es su cumpleaños.
—¿Tienen más hijos?
—No. Sarah tuvo una endometriosis y le practicaron una histerectomía. Hizo una estupidez.
—¿Porque era muy joven?
—No. Porque hay un tratamiento muy sencillo para eso que sus médicos deberían haber desarrollado hace tiempo.
—¿Puede decirme cómo se llama su hija? ¿O es un secreto?
—Rebecca —contestó tras vacilar sólo un momento. Al oír aquello me pregunté si Pete estaría dispuesto a decirme también su nombre. Puede que comenzara a confiar en mí. Pero prot se anticipó a mi pregunta.
—Olvídelo —dijo.
—¿Olvidar qué?
—Eso no va a decírselo.
—¿Por qué no? ¿Me dirá al menos por qué?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque lo utilizaría para intentar localizarle.
—Muy bien. Entonces dígame si viven en el mismo pueblo.
—Sí y no.
—¿Puede ser más preciso?
—Viven en una caravana en las afueras del pueblo.
—¿A mucha distancia?
—No. Está en un parque de caravanas. Pero quieren conseguir una casa más lejos, en el campo.
—¿Tienen un aspersor?
—¿Un qué?
—Un aspersor para regar el césped.
—¿En un parque de caravanas?
—De acuerdo. ¿Trabajan los dos?
Frunció la boca como si la fruta no le hubiera gustado.
—Él tiene un empleo de jornada completa, como dirían ustedes. Ella gana algo de dinero haciendo ropa para niños.
—¿Dónde trabaja su amigo?
—En el mismo sitio que su padre y su abuelo. El único lugar del pueblo donde se puede trabajar, a no ser que uno sea comerciante o banquero.
—¿El matadero?
—Sí señor.
—¿Qué hace allí?
—Es macero.
—¿Qué es un «macero»?
—El macero es el tipo que da un golpe en la cabeza a las reses para que no se resistan tanto cuando les cortan el cuello.
—¿Le gusta su trabajo?
—¿Está de broma?
—¿Qué otras cosas hace? ¿En casa, por ejemplo?
—No mucho. Por las noches lee el periódico cuando su hija se va a la cama. Los fines de semana arregla su coche y ve la televisión como todo el mundo.
—¿Sigue dando paseos por el bosque?
—No, aunque a Sarah le gustaría.
—¿Por qué no?
—Le deprime.
—¿Sigue coleccionando mariposas?
—Tiró la colección hace mucho tiempo. No cabía en la caravana.
—¿Se arrepiente de haberse casado y de haber formado una familia?
—¡Oh, no! Adora a su mujer y a su hija, aunque no sé exactamente qué significa eso.
—Hábleme de su mujer.
—Es una persona alegre, enérgica e insulsa. Como la mayoría de las amas de casa que uno ve en cualquier supermercado.
—¿Y la hija?
—Es calcada a su madre.
—¿Se llevan bien?
—Se idolatran.
—¿Tienen muchos amigos?
—Ninguno.
—¿Ninguno?
—Sarah es católica. Ya se lo dije; viven en un pueblo pequeño y…
—¿No ven a nadie más?
—Sólo a la familia de ella. Y a su madre.
—¿Qué hay de sus hermanas?
—Una de ellas vive en Alaska. La otra es como el resto de la gente del pueblo.
—¿Diría que la odia?
—No odia a nadie.
—¿Y sus amigos varones?
—No tiene ninguno.
—¿Qué pasó con el gallito y con el chico al que le rompió las gafas?
—Uno de ellos está en la cárcel, y el otro murió en Líbano.
—¿Y nunca va a una taberna después de trabajar para tomar una cerveza con sus compañeros?
—Ya no.
—¿Lo hacía antes?
—Sí. Solía juntarse con los demás y se tomaba un par de cervezas. Pero cuando invitaba a alguien a cenar siempre le ponían alguna excusa. Y nadie le invitaba ni a él ni a su familia a una barbacoa ni a ninguna otra cosa. Al cabo de un tiempo se dio cuenta de lo que pasaba. Ahora se quedan en la caravana la mayor parte del tiempo. Le dije que esto iba a ocurrir.
—Parece que están muy solos.
—No crea. Sarah tiene un montón de hermanos y hermanas.
—¿Y ahora van a comprar una casa?
—Puede ser. O quizá la construyan. Han echado el ojo a un terreno. Es parte de una granja que alguien ha dividido. Tiene un riachuelo y un par de hectáreas de árboles. Es un lugar precioso. Me recuerda a mi planeta, excepto por lo del riachuelo.
—Dígale que espero que lo consiga.
—Lo haré, pero no espere que le diga su nombre.
En ese momento entró la señora Trexler sin aliento diciendo atropelladamente que había ocurrido un incidente en la planta de los psicópatas: alguien había secuestrado a Giselle. Después de pedirle que se calmara saqué a prot de su estado hipnótico, le dejé con ella y fui corriendo a la cuarta planta.
¡Giselle! Es difícil expresar lo que sentí en los breves segundos que tardé en bajar las escaleras. No me habría alterado tanto si hubieran sido Abby o Jenny las que estuviesen en manos de aquel lunático. La vi acurrucada en la silla de mi despacho, oí su voz infantil, olí su dulce aroma a pino. ¡Giselle! Era culpa mía, por haber dejado a una criatura indefensa «recorrer los pasillos» de esa sección. Intenté no imaginar su cuello rodeado por un par de brazos peludos, o algo aún peor…
Cuando llegué a la cuarta todo el mundo estaba charlando amigablemente, y algunos incluso habían vuelto a su rutina. Era increíble que les importara tan poco. ¿Qué clase de gente era ésa?
El secuestrador se llamaba Ed. Era un hombre blanco apuesto de mediana edad que se había vuelto loco seis años antes y había matado a ocho personas con un rifle semiautomático en el aparcamiento de un centro comercial. Hasta ese momento había sido un corredor de bolsa con gran éxito, un padre y esposo ejemplar, aficionado a los deportes, religioso, jugador de golf y todo lo demás. Desde entonces, incluso con medicación regular, sufría episodios de descontrol acompañados de una intensa actividad eléctrica cerebral, que normalmente le dejaban agotado y con los puños ensangrentados tras golpear las paredes de su habitación.
Pero no era a Giselle a quien había secuestrado. Era a La Belle.
Nunca supe si la señora Trexler se había confundido o si yo la entendí mal; desde el principio había estado preocupado por la seguridad de Giselle. El caso es que la gata había entrado en la planta de los psicópatas, y cuando los enfermeros abrieron la puerta de Ed para llevarse la ropa sucia ella se coló dentro. Poco después él comenzó a golpear los barrotes de su ventana y amenazó con retorcer el cuello a La Belle si no le dejaban hablar con «el tipo del espacio exterior».
Villers estaba allí para recordarme que se había opuesto a la idea de tener animales en las plantas, y puede que tuviera razón. Aquello no habría ocurrido sin la gata y, además, si le pasaba algo Bess y los demás se desmoralizarían. Pensé que era un farol; Ed no estaba en una de sus fases violentas. Pero no había ninguna razón para no dejarle hablar con prot, y le dije a Betty que fuera a buscarle. Pero prot ya estaba allí. Al parecer me había seguido por las escaleras.
No hacía falta explicarle la situación, sólo decirle que asegurase a Ed que no habría represalias si dejaba salir a la gata. Prot pidió que no le acompañara nadie y se dirigió a la habitación de Ed. Supuse que hablarían a través de las rejas de la ventana, pero de repente se abrió la puerta y prot entró cerrándola a sus espaldas.
Al cabo de un rato me acerqué con cuidado a la ventana y eché un vistazo. Estaban de pie junto a la pared del fondo hablando tranquilamente. No pude oír lo que decían. Ed tenía a La Belle en brazos y la estaba acariciando. Cuando miró hacia donde estaba yo me retiré.
Por fin salió prot, pero sin la gata. Después de asegurarme de que el guardia de seguridad cerraba la puerta de Ed le miré desconcertado. Anticipándose a mi pregunta, él dijo:
—No le hará daño.
—¿Cómo lo sabe?
—Me lo ha dicho él.
—Ya. ¿Qué más le ha dicho?
—Quiere ir a K-PAX.
—¿Qué le ha respondido usted?
—Que no puedo llevarle.
—¿Cómo se lo ha tomado?
—Estaba decepcionado, hasta que le he dicho que volvería a buscarle.
—¿Y le ha parecido bien?
—Dice que esperará si puede quedarse con la gata.
—Pero…
—No se preocupe. No le hará daño. Y tampoco le creará a usted más problemas.
—¿Cómo puede estar tan seguro?
—Porque cree que si lo hace no volveré a buscarle. Lo haré de todos modos, pero eso no lo sabe.
—¿Lo hará? ¿Por qué?
—Porque le he dicho que lo haría. Por cierto —añadió mientras salíamos—, tendrá que buscar más seres con pelo para el resto de las plantas.
La última tarea de Howie consistía en estar preparado para cualquier cosa. Hacer de forma inmediata lo que prot, sin previo aviso, le ordenara.
Durante uno o dos días no dejó de correr a la velocidad del taquión de la biblioteca a su habitación y vuelta a la biblioteca, como de costumbre. No durmió en cuarenta y ocho horas. Estuvo leyendo a Cervantes, Schopenhauer y la Biblia. Pero de repente, al pasar por la ventana del salón donde había visto al pájaro azul, se detuvo, se sentó de nuevo en el alféizar y comenzó a reírse a carcajadas. Poco después toda la planta se estaba riendo, excepto Bess, y luego todo el hospital, incluido el personal. La tarea absurda que le había encargado prot, que estuviera preparado para cualquier cosa que pudiera ocurrir, parecía haber fracasado.
—Es una estupidez intentar prepararse para la vida —me dijo Howie más tarde en el jardín—. Las cosas ocurren, y no hay nada que se pueda hacer.
Prot estaba junto al muro lateral examinando un girasol, y me pregunté qué vería en él que nosotros no podíamos ver.
—¿Qué hay de tu tarea? —le pregunté.
—Que será, será —silbó mientras se reclinaba hacia atrás para que le diera el sol—. Me parece que voy a echar una cabezada.
Le sugerí que pensara en la posibilidad de pasar a la primera planta.
—Esperaré hasta que Ernie esté listo —contestó.
El problema era que Ernie no quería marcharse. En la última reunión de personal ya había propuesto que trasladáramos también a Ernie a la primera planta. Desde su «curación» no había mostrado ningún síntoma de su fobia incapacitante: no usaba mascarilla, no se quejaba de la comida, no se ataba por la noche ni dormía en el suelo. De hecho, pasaba mucho tiempo con los demás pacientes, sobre todo con Bess y con María. Era capaz de reconocer varias identidades de esta última, se aprendió todos sus nombres y características, esperaba pacientemente a que apareciera la María «real» y la animaba a que se dedicase a la costura y el macramé. Era evidente que Ernie tenía un don especial para ayudar a los demás, y le animé a que pensara en dedicarse a alguna actividad sanitaria o social. «¿Con todo lo que hay que hacer aquí?», respondió.
Por aquellos días Chuck organizó un concurso de redacciones para decidir quién se iba con prot el diecisiete de agosto. El plazo de entrega terminaba el diez de agosto, una semana antes de su «partida», que cada vez estaba más cerca. Al parecer prot había accedido a leer todas las redacciones para el día diecisiete.
Varios empleados advirtieron que la segunda planta estuvo muy tranquila durante esas dos semanas en las que todos estuvieron sentados delante de una hoja de papel, pensando y agachándose de vez en cuando para escribir algo. Los únicos pacientes que no querían ir a K-PAX eran Ernie y Bess; Ernie porque aquí había mucho trabajo, y Bess porque creía que no se merecía viajar gratis. Y por supuesto Russell, que consideraba el concurso «una obra del diablo».