27
Gene me facilitó algunas directrices sobre cómo celebrar una fiesta.
—Música alta, luz baja, comida salada, montones de priva. Camisa nueva y tejanos. El calzado deportivo que llevaste a lo del ternero Dave si está limpio. No te metas la camisa por dentro del pantalón, y si vas sin afeitar, mejor. Estrecha manos, sirve comida, sirve bebida, y no hagas nada que avergüence a Rosie.
—¿Qué te hace pensar que la avergüenzo?
—Experiencia. Y me lo ha dicho. No directamente, pero intentó que anulara mi cita con Inge para que yo la librase de ti. Pero ni hablar. Esta es la gran noche.
—¿«La gran noche»? ¿Planeas mantener relaciones sexuales con Inge?
—Lo creas o no, hasta ahora ha sido una relación de lo más casta. Pero mi instinto profesional me dice que esta noche es la noche.
Organicé los preparativos de la fiesta. Cuando llegué a casa, Rosie confirmó que todo discurría según lo planeado.
—¿Por qué tanta bebida? He tenido que firmar la entrega de cinco cajas de alcohol. No podemos permitirnos ese gasto.
—La entrega era gratuita. Y había descuento por la cantidad. Basándome en tu conducta anterior, beberás alcohol en exceso en cuanto Bud haya nacido.
—He pedido a la gente que trajera bebida. Sólo somos estudiantes.
—Yo no —repuse.
—Y, Don, me estoy planteando volver a Australia, ¿recuerdas? Antes de que nazca el bebé. No estaré por aquí para beber lo que sobre.
Había adelantado treinta minutos la charla semanal con mi madre para evitar que coincidiera con la fiesta; asimismo, había decidido mentir para no infligir ningún daño emocional.
—¿Ya ha llegado? —preguntó mi madre.
Le dije la verdad.
—Llegó el jueves.
—Tendrías que haber llamado. Tu padre está como loco con el tema. Costó una fortuna enviarlo. Y Dios sabe lo que se había gastado ya. Se pasó media noche hablando con gente de Corea, ¡nada menos!, y luego llegaron las cajas, tuvo que firmar un montón de documentos sobre patentes y secretos, y, claro, tuvo que leerse todas y cada una de las palabras, letra pequeña incluida… Ya sabes cómo es tu padre, ha trabajado en el proyecto día y noche, Trevor se ha pasado semanas en la tienda sin ayuda… Creo que deberías hablar con él. —Se volvió y gritó—: ¡Jim, es Donald!
La cara de mi padre reemplazó la de mi madre.
—¿Eso es lo que querías? —preguntó.
—Excelente. Perfecto. Increíble. Lo he probado. Cumple todos los requisitos.
Eso también era verdad.
—¿Qué opina Rosie? —preguntó mi madre desde atrás.
—Totalmente satisfecha. Cree que papá es el mejor inventor del mundo.
Eso era mentira: todavía no le había enseñado la cuna a Rosie. Estaba en el armario de Gene. Después del problema del cochecito, consideraba que las probabilidades de que rechazara el proyecto más asombroso de mi padre eran demasiado elevadas.
Los primeros en llegar a la fiesta de estudiantes formaban pareja, lo que reivindicó mi decisión de estar presente. Rosie nos presentó.
—Josh, Rebecca, Don.
Extendí la mano, que ellos estrecharon por turnos.
—Soy la pareja de Rosie —subrayé—. ¿Qué os apetece beber?
—Hemos traído cerveza —dijo Josh.
—Hay cerveza fría en la nevera. Podemos consumirla mientras la vuestra recupera su temperatura óptima.
—Gracias, pero es que hemos traído cerveza inglesa. Trabajé seis meses en un pub de Londres. Y le he cogido el gusto.
—Tenemos seis barriles de auténtica ale.
—Me tomas el pelo —contestó Josh, riendo.
Le enseñé la cámara refrigerada y tiré una pinta de Crouch Vale Brewers Gold. Pregunté a Rebecca si quería cerveza o prefería un cóctel. Estaba familiarizado con los protocolos sociales, y me sentí muy cómodo mientras le preparaba un Ward 8 y efectuaba algunos trucos con la coctelera.
Llegaron otros invitados. Preparé cócteles según sus especificaciones, y distribuí los pimientos de Padrón y los platos de edamame. Rosie interrumpió la música que yo había seleccionado, y la reemplazó por otra más actual. El nivel de ruido se mantuvo elevado, las luces bajas y el consumo de alcohol estable. Los invitados parecían divertirse. La fórmula de Gene funcionaba. Por el momento nada indicaba que yo hubiese avergonzado a nadie.
A las 23.07 horas alguien llamó a la puerta. Era George. En una mano llevaba una botella de vino tinto, y en la otra una guitarra con su funda.
—Venganza, ¿eh? Mira que no dejar dormir a un pobre anciano… ¿Os importa si me apunto?
George era nuestro casero de facto. No parecía sensato negarle la entrada. Lo presenté, cogí el vino y le ofrecí un cóctel. Para cuando volvía con su Martini, todos los invitados estaban sentados y George había empezado a tocar y cantar. ¡Desastre! Era música de los años sesenta, similar a la que Rosie había rechazado al inicio de la velada. Supuse que, en consecuencia, la actuación de George sería inaceptable para los jóvenes.
Me equivocaba. Antes de que se me ocurriera cómo silenciar a George, los invitados estaban dando palmas y cantando con él. Me dediqué a rellenar las copas.
Mientras George tocaba, llegó Gene. Teníamos la casa llena de jóvenes, de los cuales un porcentaje elevado eran mujeres no acompañadas y desinhibidas por el alcohol. Me preocupó que se comportara de forma inapropiada, pero se dirigió directamente a su habitación. Supuse que su libido estaba extenuada.
La fiesta terminó a las 02.35 horas. Uno de los últimos en irse fue una joven que se había presentado como Mai, edad aproximada veinticuatro, IMC aproximado de 20. Hablamos en la cámara de la cerveza, mientras yo seleccionaba un licor para su último cóctel.
—No eres como esperábamos. Para serte sincera, todos creíamos que serías una especie de friqui.
Era un hito notable. Esa noche, al menos en aquel ámbito limitado de interacción social, había logrado convencer a una joven cool y a sus colegas estudiantes —pese a sus prejuicios iniciales— de que me encontraba dentro de los límites normales de competencia social. Pero me preocupaba el origen de esa preconcepción.
—¿Cómo llegasteis a la conclusión de que yo era un friqui?
—Pensábamos… bueno, eres la pareja de Rosie, la única persona del planeta que estudia Medicina y hace un doctorado a la vez. Y la forma en que dice lo que piensa, y cómo tenemos que arrastrarla para que venga a cualquier acto social… y luego eso de «Vale, voy a tener un hijo, pero deja que primero acabe esta estadística». Creímos que estaría con alguien parecido, y, en cambio, fíjate, aquí estás tú con este piso, los cócteles, el colega músico y la camisa retro.
Tomó un sorbo de cóctel.
—Está alucinante —dijo—. Perdona que lo pregunte, pero ¿alguien ayuda a Rosie con el tema de las prácticas?
—¿Qué prácticas?
—Lo siento. Me estoy metiendo donde no me llaman. Pero lo hemos comentado con el grupo porque queremos ayudar. Es tan evidente que Rosie utiliza el embarazo para escapar…
—Escapar… ¿de qué?
—Del año de prácticas. Ella quiere especializarse en Psiquiatría, y no tendrá que volver a tocar a un paciente después del año que viene, al menos si consigue que la ayuden a superarlo. Supongo que tuvo algún trauma en la infancia, un accidente de coche o algo así, que hace que la asuste la medicina de Urgencias.
Rosie estaba en el coche el día en que su madre murió y Phil acabó malherido. Parecía razonable que enfrentarse a las heridas de otros estimulase recuerdos traumáticos. Pero ella nunca me había comentado nada.
Inge pidió verme con carácter de urgencia la misma mañana del lunes posterior a la fiesta, y luego me dijo que me invitaba a un café.
—Es que se trata de un asunto personal.
No le veo ninguna lógica a que los temas personales y sociales deban hablarse en la cafetería acompañados de una bebida, y que en cambio los relacionados con la investigación puedan discutirse en ambos entornos, tanto en el laboral como en la cafetería. Pero cambiamos de lugar y adquirimos café para facilitar el inicio de la conversación.
—Tenías razón con Gene. Debería haberte escuchado.
—¿Ha intentado seducirte?
—Peor. Dice que está enamorado de mí.
—¿Y esa emoción no es recíproca?
—Claro que no. Es más viejo que mi padre. Yo lo veía como un mentor, y él me trataba como una igual. Aunque yo nunca hice nada que insinuase… me parece increíble que él lo haya malinterpretado. Y me parece increíble que yo lo haya malinterpretado a él.
Por la noche, llamé a la habitación de Rosie y entré. Esperaba verla trabajando en el ordenador, pero estaba echada en el colchón. No había ningún libro a la vista. La ausencia de distracciones me brindó una oportunidad ideal para mencionar un tema importante.
—Mai me dijo que tenías ciertos problemas con las actividades hospitalarias. Una fobia al contacto con los pacientes. ¿Es eso correcto?
—Joder, ya te lo he dicho, dejo el curso. Las razones no importan.
—Dijiste que lo aplazabas. David Borenstein…
—Que le den a David Borenstein. Lo aplazo. Quién sabe, puede que vuelva, puede que no. Ahora mismo estoy algo ocupada con los exámenes y con tener un hijo.
—Evidentemente, si hay un obstáculo que te impide alcanzar un objetivo, deberías investigar métodos para superarlo.
Comprendía la situación de Rosie y podía ayudarla. Me había enfrentado a una situación similar cuando dejé la informática para empezar a estudiar genética. Descubrí que la repulsión que sentía al tocar animales se incrementaba proporcionalmente con el tamaño del animal. Era irracional, pero lo sentía como instintivo, por lo que me resultaba difícil de superar.
Me sometí a hipnoterapia, aunque atribuí la cura al Incidente del Rescate Felino, en que tuve que salvar al gatito de un compañero de piso, que se había caído al inodoro… Una tarea desagradable por partida doble. Aprendí a crear una separación intelectual de la sensación física en caso de emergencia. Una vez conocida la configuración cerebral, fui capaz de reproducirla lo suficiente para empezar a diseccionar ratones, incluso para asistir en el parto de un ternero. Estaba seguro de que gracias a eso también podría ayudar en un caso de urgencia médica y que podría instruir a Rosie para que lo aplicase.
Empecé a explicárselo, pero me interrumpió.
—Olvídalo, por favor. Si realmente quisiera hacerlo, lo superaría. Pero no estoy lo bastante interesada.
—¿Quieres ir al teatro? ¿Esta noche?
—¿Qué obra?
—Es una sorpresa.
—Así que no has comprado entradas. ¿No tienes nada… programado?
—Sí, había programado una obra. Para los dos. Como pareja.
—Lo siento, Don.
Luego vi a Gene. También estaba en su habitación, echado en la cama. Nuestro entorno doméstico estaba colectivamente deprimido.
—No digas nada —me soltó—. Inge te lo ha contado, ¿verdad?
Gene me había pedido que no hablase, pero luego me había formulado una pregunta que exigía que respondiese. Decidí que la última petición anulaba la primera.
—Correcto.
—Dios, ¿cómo podré mirarla a la cara? He sido un completo idiota.
—Correcto. Afortunadamente, Inge tampoco ha percibido que tus interacciones con ella tenían como objetivo la seducción. Recomiendo…
—Vale, Don, no necesito consejos de urbanidad.
—Incorrecto. Tengo una inmensa experiencia en manejar la vergüenza resultante de ser insensible con las emociones de los demás. Soy un experto. Recomiendo una disculpa y la admisión de que eres torpe. A ella le he recomendado que se disculpe por no dejar clara su postura. Está avergonzada en grado similar. Nadie más lo sabe salvo yo.
—Gracias. Te lo agradezco.
—¿Quieres ir al teatro? Tengo entradas.
—No, creo que me quedaré en casa.
—Mala decisión. Deberías acompañarme al teatro. De lo contrario, reflexionarás una y otra vez sobre tu error, pero el progreso será nulo.
—De acuerdo. ¿A qué hora?
Don Tillman. Asesor.
Antes de marcharme, le preparé la cena a Rosie y dejé dos platos en la nevera para cuando volviésemos Gene y yo. Tuve un leve percance con el plástico de envolver, debido al mal diseño del dispensador. Rosie se levantó de la mesa y sacó una nueva lámina.
—Me parece increíble que ni siquiera puedas usar el papel film. ¿Cómo vas a poner un pañal? ¿No puedes ser normal en algo? —Se volvió. Gene había llegado de su dormitorio—. Lo siento, no quería decir eso. Olvida lo que he dicho. Es que a veces me frustro porque lo haces todo de forma distinta.
—No es cierto —repuso Gene—. Don no es el único hombre que tiene problemas con el plástico de envolver. O con encontrar cosas en la nevera. Recuerdo que, en Melbourne, tu amigo Stefan se puso histérico porque alguien robaba el azúcar del armario de los cafés. La pataleta le duró cinco minutos, y cuando terminó, la mitad del departamento estaba allí, delante del azucarero, mirándolo.
—¿Y qué tiene que ver Stefan con esto? —dijo Rosie.
«¿Queréis Rosie o tú hacer un turno?».
Era Jamie-Paul, la noche siguiente; me había enviado un mensaje desde el bar de vinos que antes había sido una coctelería.
«¿Wineman me ha perdonado?».
«¿Quién es Wineman? Héctor se ha ido».
Rosie se ofreció a acompañarme, pero Jamie-Paul había dicho «Rosie o tú», lo que interpreté, según el uso común de la lengua, como una disyunción exclusiva.
Ya no era lo mismo, en parte debido a la ausencia de Rosie, pero Jamie-Paul me dijo que empezaban a volver los antiguos clientes y que pedían cócteles. A Wineman lo habían despedido después de un incidente en el que nadie fue capaz de prepararle un whisky sour satisfactorio al hermano del dueño. Faltaban sólo quince días para Navidad, y el bar estaba concurrido; de ahí que necesitaran mis servicios. Dejé la cena lista para Rosie y Gene.
Preparar cócteles me proporcionó una sensación muy agradable; increíblemente agradable. Me sentí competente, y los clientes apreciaron mi competencia. A nadie le importaban mis opiniones sobre la oxitocina o las parejas homosexuales que criaban bebés, ni mi capacidad para intuir lo que sentían, ni mi pericia para manipular el plástico de envolver. Me quedé cuando terminé el turno, y seguí trabajando sin cobrar hasta que cerró el bar y pude volver, andando en la nieve, a un piso vacío en sentido virtual, debido a que sus ocupantes dormían.
La cosa no fue exactamente según lo planeado. Mientras escribía una nota para advertir a Rosie y a Gene que no me despertasen antes de las 09.17 horas, Rosie abrió la puerta de su habitación. Su silueta estaba claramente modificada. Sentí algo que fui incapaz de nombrar: una combinación de amor y angustia.
—Llegas muy tarde. Te hemos echado de menos, pero Gene ha estado muy amable. Son momentos difíciles para todos.
Me besó en la mejilla, para completar el conjunto de mensajes contradictorios.