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Ojos de regio azul
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--No te cuento todas estas cosas para hacerte daño, Peter --dijo Sturbridge. Se acercó a él y le apoyó una mano en el hombro--. Te lo digo para que me creas cuando te cuente otras cosas, más inverosímiles, sobre el embajador, sobre Eva y sobre lo que ha estado ocurriendo en este lugar. ¿Me comprendes?
--No entiendo nada, Aisling --repuso Dorfman--. ¿Intentas decirme que estos asesinatos cometidos en la capilla se han orquestado en la Casa Madre de Viena? Admitirás que todo esto resulta... difícil de creer.
--Lo sé. Pero tienes que darte cuenta de que hay personas muy poderosas detrás de esto, Peter. Personas sumamente poderosas. Si me devuelves a Viena en estos momentos, si me llevas ante un tribunal, habré muerto antes de poder pronunciar una sola palabra en mi defensa.
--Aisling, no seas melodramática. ¿Por qué querría verte muerta nadie en la Casa Madre? O, ya puestos, ¿por qué querría nadie organizar una serie de asesinatos en una capilla que está a medio mundo de distancia? No tiene sentido. ¿Qué pruebas tienes para sustentar estas acusaciones?
--He hablado con las víctimas --respondió Sturbridge, lacónica--. No con las víctimas de los asesinatos, aunque ellas también están ahí, sino con las víctimas de la conspiración principal... con sus peones. Eva, Aarón, el embajador, todos ellos están ahora en mi interior. Sus secretos son mis secretos.
--¡Basta! ¿Quieres que crea que, de alguna manera, has... interrogado a los muertos?
--A los muertos no, exactamente. Más bien las cosas que atormentan a los muertos en sus horas de insomnio. Como tu...
--¡No! Como mi nada. Mira, no se qué me has hecho. Ha sido impresionante, pero lo mismo podrías haber utilizado una nueva variante de lectura mental de tu invención. No puedo presentarme ante el Consejo y decirles que todo esto ha sido una especie de enorme malentendido sólo porque tú me hayas contado esas cosas. Porque hayas descubierto cosas sobre mí. Nadie se va a dar por satisfecho con eso, Aisling. Nadie.
--No te digo que vayan a darse por satisfechos, Peter. Digo que, si me conduces ante ellos ahora, me matarán. Para evitar que cuente lo que sé ante un tribunal. Y mi muerte pesará sobre tu conciencia.
--Sé razonable, Aisling. ¿Qué otra elección tengo? Créeme, será mejor para ti que vuelvas a Viena conmigo. La única manera de resolver esto pasa por presentar un cuerpo. El cuerpo del embajador, vivito y coleando, o el tuyo, no tan vivito.
--Me pregunto qué será de ellos. Cuando yo me haya ido.
--Se las apañarán, Aisling. Tengo algo de influencia. Me ocuparé de que el resto del noviciado escape a las represalias.
--Te tomo la palabra. Pero no me refería a los novicios. Hablaba de los Niños.
Dorfman exhaló un suspiro y se frotó el puente de la nariz.
--Mira, Aisling, ya sé que has visto cosas. Cosas muy inquietantes. Pero incluso a mí me cuesta creer todo esto de las pesadillas, que te hayas "comido a nuestros muertos". Es imposible que informe de algo así al Consejo y no nos ordenen acudir a los dos de inmediato a Viena antes incluso de que se seque la tinta sobre el papel.
--Ya lo sé, Peter.
--Entonces, ¿qué es exactamente lo que quieres que haga?
--Quiero que me creas.
--Te creo.
--Mientes. Si creyeras lo que te he dicho, estarías asustado. Porque se está tramando una conspiración, y de las gordas. Y tú estás atrapado en medio sin saber nada. Y esa circunstancia, incidentalmente, conseguirá que nos maten a los dos.
--Vale, te escucho. ¿Qué tal si me explicas exactamente por qué se supone que voy a morir? ¿Por toparme con algún tipo de conspiración? ¿Por culpa de unas cuantas pesadillas? ¿Por qué?
Su tono era de burla, pero sus ojos estaban clavados fijamente en los de ella. Escrutando, indagando, intentando arrancarle sus secretos.
Pero ella estaba preparada para esto. En sus ojos, él sólo encontró su propia cara, reflejada, invertida. Se apartó y reanudó su nervioso deambular.
--¿Cómo quieres que te ayude si ni siquiera me dejas entrar? Tengo que saber la verdad, Aisling. Hechos contundentes y pruebas irrefutables.
Sturbridge sacudió la cabeza.
--Buscas en la dirección equivocada. Yo ya no tengo más verdades. Lo único que me quedan son recriminaciones y fracasos, los míos y los de aquellos que hemos perdido. Si quieres respuestas, si quieres ayudar, tienes que volver. A Viena. A la Casa Madre.
--¿Y qué se supone que tengo que hacer? Pongamos por caso que vuelvo y les digo que el embajador está muerto, caso cerrado. ¿No te parece que querrán saber cómo murió? ¿Y por qué?
--Murió porque se había convertido en un incordio. Estaba planteando demasiadas preguntas correctas. Estaba haciendo exactamente lo mismo que haces tú ahora.
--¡¿Estás amenazándome?!
--No fui yo la que asesinó al embajador. Pero si me presentara en la Casa Madre y pronunciara el nombre del responsable... Aunque no me permitirían llegar tan lejos.
--¿Quién asesinó al embajador? --preguntó Dorfman, más sereno.
--Se hacía llamar Eva. Eva Fitzgerald. Era una novicia de esta casa. Había empezado a considerarla mi protegida. --Sturbridge se rió. Era un sonido basto, rechinante, como si se hubiera roto algo en su interior--. Mi alumna más prometedora, y no es de extrañar.
--¿Intentas decirme que era una especie de topo, una enviada de Viena?
--¿Un topo? --Sturbridge volvió a reírse--. Más bien una florecilla curiosa, hermosa y letal al mismo tiempo. No creo que "enviada" sea la palabra adecuada. Aunque es cierto que venía de la Casa Madre.
Una expresión de preocupación ensombreció el semblante de Dorfman.
--Aisling, me...
--Eligió un nombre evocador, ¿no te parece? Creo que se decantó por "Eva" porque sonaba parecido al de mi propia hija. Maeve. Sin duda eligió su aspecto físico por ese motivo, para jugar con mis sentimientos... con mi pérdida, mis pesares.
Dorfman la cogió por los hombros.
--Aisling, basta. No te encuentras bien...
--Pero también el "Fitzgerald" resultaba evocador. Me pregunto si alguna vez conocerías a algún Fitzgerald, mi pequeña. En Londres, tal vez. Tengo entendido que allí es tradicional entre los vástagos de sangre real. ¿O sería eso antes de que tú nacieras?
--¡Aisling!
Sturbridge levantó la cabeza de golpe, pero la ladeó igual que un pájaro curioso. Lo miró a los ojos. En el fondo de esas profundidades Dorfman vio, no el familiar reflejo de sus defensas, cuidadosamente levantadas, sino las infinitas honduras de unas aguas turbias y gélidas.
Había un rostro allí abajo, el rostro de un niño. Flotando silenciosamente a merced de una misteriosa corriente. Era tan radiante como una luna y estaba enmarcado por enredados mechones de lo que alguna vez debía de haber sido una melena rubia. Una corona alborotada. Pero fueron aquellos ojos los que le llamaron la atención, los que no le concedían descanso. Eran azules, de un azul regio, pero vacuos, vidriosos, sin vida.
Entonces, mientras Dorfman observaba con creciente terror, el rostro le dedicó una sonrisa de desdén. Los socarrones labios azulados se separaron y fruncieron, vocalizando mudas palabras. En contra de los dictados de la sensatez, Dorfman se acercó aún más.
La tenue exhalación susurrada olía a rancio y estancado, a sepulcro acuático. Hizo cuanto pudo por ignorar el hedor y se acercó todavía más.
--Díselo --susurró Eva, exultante--. Dile a Padre que ya está hecho.
Nada más que un reguero de agua negra salió de sus labios.
Dorfman se apartó de ella y se encontró, una vez más, inclinado sobre Sturbridge, contemplando el hilo de sangre negruzca que escapaba de sus labios resquebrajados.
Sturbridge entreabrió los labios, pero no fue su voz la que se escuchó.
--Pregúntale si se siente orgulloso de mí, Peter. Prométeme que se lo preguntarás.
--¡Cállate! --Dorfman se puso en pie de un salto, volcando la silla, y se impulsó hacia la puerta.
--¿Adónde vas, Peter? --Esta vez era la voz de Sturbridge, aturdida, desorientada.
--A Viena. Necesito respuestas. Respuestas sinceras. No sólo estos desvaríos e insinuaciones. Parece que alguien no ha sido del todo sincero acerca de esta investigación. No me gusta cuando la gente me oculta cosas. Menos cuando se trata de cosas que podrían costarme la vida.
--Pero ¿cómo sabrás a quién estás buscando cuando las encuentres?
Dorfman se giró.
--Ésa, Aisling, es la incógnita más simple de todas. Lo sabré porque querrán matarme. Pero no te preocupes. Se me da bastante bien encontrar a las personas que intentan asesinarme. Mientras tanto, permanecerás aquí. Y cuando digo "aquí" me refiero a esta habitación. Te pondré oficialmente bajo arresto domiciliario si me obligas.
Estaba preparado para discutir este punto. Cuando Sturbridge no hizo ademán de protestar, la observó con franco escepticismo.
--Hablo en serio. No me contradigas en esto, Aisling. Tengo que saber que estarás a salvo hasta mi regreso. Y no puedo permitir que vayas por ahí asustando a los novicios y dando palizas a mis hombres. Volveré en cuanto pueda. Mientras tanto, estarás confinada en tus aposentos. Órdenes del médico. Y no quiero que te acerques a mis hombres. No hará falta que te diga lo mucho que me costó encontrar a Stephens... por no hablar de sacarlo de ese condenado diagrama tuyo abajo en las criptas.
--El diagrama no era mío --musitó Sturbridge.
--Me da igual de quién fuera, tuyo, de esa novicia renegada, el caso es que...
--Era el diagrama de Eva.
Dorfman se contuvo para no proferir una maldición. Parecía que las cosas que desconocía estaban decididas a acabar con él, de una forma u otra.
--¿Algo más que me estés ocultando? --No pudo apartar la nota de exasperación de su voz.
--Sí. Que voy a Viena contigo.
--¡De ninguna manera! Tú te quedas aquí, lejos del peligro.
Sturbridge hizo caso omiso de su arrebato.
--Pero no iré a la Casa Madre como tu prisionera --musitó--. No, la única forma de salir de esto que se me ocurre pasa por que me hagas partícipe de los pormenores de tu investigación, en calidad de socia. Si no te despegas de mi lado, a lo mejor puedo ayudarte para que no hagas las preguntas erróneas a las personas equivocadas.
Dorfman se carcajeó de esta última presunción.
--Estás chiflada. Lo sabes, ¿no? No puedo convertirse en mi socia. He venido para investigarte, ¿recuerdas?
--Pues redacta un informe en el que se me exculpe de cualquier posible infracción y otro solicitando oficialmente mi colaboración en el caso. Eso les pondrá nerviosos. Y luego nos presentamos en Viena...
--Ni hablar. Te recuerdo que hace apenas un minuto me aseguraste que te matarían en cuanto te dejaran hablar contra ellos en la Casa Madre. Quienesquiera que sean "ellos".
--Por eso somos socios en esto. Yo impido que cometas alguna tontería y consigas que te maten. Tú impides que me maten hasta que consiga cometer una tontería. ¿Trato hecho?
Dorfman le volvió la espalda y salió de la habitación.