CAPÍTULO X
NO tardaron los saurios en descubrir que solamente tres de entre los “monos” extranjeros poseían facultades telepáticas. No pudiendo explicar de una manera lógica esta diferencia entre unos y otros, Adler Ban Aldrik remitió a los oficiales del Servicio de Inteligencia al Sumo Sacerdote para que éste les aclarara el misterio. Jumo no podía hacerlo sin volver sobre la historia del espacio exterior, lo cual significaría desmentir las afirmaciones de los exégetas respecto de la interpretación del Libro Sagrado, e incurrir por lo tanto en blasfemia.
Jumo habló privadamente del asunto al Faraón, el cual se mostró enormemente interesado por el mundo de los extranjeros, hasta el punto de desear charlar personalmente con Adler Ban Aldrik. O sea, que siendo la encarnación de Attman en carne mortal, el propio Togasi era el primer incrédulo respecto a su divinidad. El bartpurano fue presentado al Faraón en secreto. Togasi no sintió en ningún momento repugnancia por la presencia del “mono” lampiño, y escuchó con enorme curiosidad las sorprendentes revelaciones de éste.
Togasi era, naturalmente, un saurio lo bastante culto e inteligente para admitir como cierto lo que ciegamente rechazaba la propia religión que él mismo divinizaba. Tan buena fue la acogida que dispensó al “mono”, que Jumo se atrevió a revelarle la cura de su dolencia que, sin saberlo él, estaba realizando el “bundo”.
Irónicamente el Faraón preguntó a Jumo si no era excesivo pasarse de la Ciencia pura a la brujería.
—No es brujería, señor —rebatió Adler Ban Aldrik—. Todo es real y está científicamente demostrado, aunque las explicaciones parezcan pertenecer al campo de la fantasía. El ser humano rechaza sistemáticamente aquello que desconoce y teme. Temió y adoró el fuego, el rayo, el sol y las estrellas. Temió a la electricidad, a la desintegración del átomo y a la muerte, hasta que todo ello pudo ser comprendido y explicado. La mente posee un poder enorme, todavía no utilizado. Ese poder se puede desarrollar como los músculos. De hecho ha venido desarrollándose desde que éramos saurios y monos en el remoto origen de las especies, y ha evolucionado incesantemente hasta hoy. Mis facultades parapsíquicas no son fruto de un día, sino que arrancan de un lejano pasado y han venido transmitiéndose de generación en generación durante millones de años, hasta llegar a mí. En un tiempo futuro la telepatía será el lenguaje común de expresión entre los saurios, como ya lo fue entre los bartpuranos y lo es actualmente entre los tapos del circumplaneta Atolón. En raras ocasiones, por una alteración congénita, nace un individuo superdotado. Son, por decirlo de algún modo, seres nacidos fuera de su tiempo. Tienen y tuvieron facultades incomprensibles que despertaron el recelo y el temor entre la gente ignorante de su generación. Les llamaban brujos y solían quemarlos en las hogueras.
El Faraón quedó tan profundamente impresionado que hizo prometer al “bundo” que continuarían charlando otro día.
Durante una semana Adler Ban Aldrik siguió visitando el Palacio. Cada día le acompañaba Beg Hon para recibir una transfusión de sangre. La sangre de los saurios katumes era perfectamente compatible con la del tuma. Pese a los intensivos cuidados que recibía el estado de Beg Hon era peor de día en día.
Mientras tanto, el resto del grupo expedicionario permanecía en su alojamiento privado en el mismo edificio sede del Mando Estratégico, que era como el Almirantazgo en el planetillo Valera. Esta planta del edificio era poco frecuentada y en su “suite” los valeranos disfrutaban de aire acondicionado, de una habitación con cuarto de baño individual, de un comedor en común y una sala de estar con televisión, ¡hasta servidumbre!
Los criados eran, naturalmente, “monos” domesticados.
Cada jornada, a la misma hora, tres o cuatro oficiales del Servicio de Inteligencia, en ocasiones algún general, acudían a los aposentos de los valeranos con cartapacios y libros de notas. En la sala de estar, en un ambiente grato que convidaba a la relajación y a la confidencia, los saurios interrogaban a Adler Ban Aldrik, a Marek y al sargento Eced. El interrogatorio tenía que hacerse forzosamente con la buena voluntad de los interrogados a través de las facultades telepáticas de éstos. También interrogaron a Beg Hon, interesándose por la situación geográfica y el estado de desarrollo técnico del Imperio Tumma. Después de una semana Beg Hon, con vómitos repetidos, tuvo que ser ingresado de urgencia en el Hospital. Su estado era preocupante.
Si bien en un principio Marek se mostraba receloso, no tardó en descubrir que durante estos interrogatorios él iba conociendo tantos datos de los katumes como éstos acerca de Valera. Los oficiales katumes hablaban como todo el mundo; es decir, evocando mentalmente una imagen o un recuerdo, y expresándolo a continuación de palabra. También con las respuestas de los tapos establecían comparaciones entre los medios técnicos valeranos y los suyos propios, y de esta sencilla manera Marek iba acumulando gran cantidad de información.
Por ejemplo, una de las primeras preguntas que le hicieron los katumes fue si los valeranos conocían los rayos desintegradores de materia, los demoledores “Rayos Z” que ya desde antiguo utilizaban como arma los terrícolas, los nahumitas y los valeranos. Marek dijo que sí, y cuando dijo el alcance efectivo de sus rayos los katumes involuntariamente establecieron una comparación con los suyos, cuyo alcance era muy inferior. Así supo Marek que los “Rayos Z” katumes eran de invención relativamente reciente, y que esta arma equipaba a las Fuerzas Aéreas y constituía, junto con los missiles autodirigidos, la principal defensa antiaérea de la ciudad.
Respecto a si los valeranos conocían algún modo de defenderse de los rayos desintegradores, la respuesta de Marek fue concluyente.
—Sólo existe un metal resistente a los rayos desintegradores, la “dedona”. Esa es la materia que forma la mayor parte de Valera. Nosotros construimos de “dedona” los cascos de nuestras aeronaves. Pero sólo existe en estado natural en Valera, y es muy costoso obtenerla por transmutación atómica.
Los katumes querían saber si los prisioneros, con sus conocimientos, serían capaces de fabricar “dedona” sintéticamente.
—No poseemos los conocimientos técnicos suficientes —fue la respuesta de Marek.
Ésta no era la estricta verdad. Adler Ban Aldrik poseía los conocimientos necesarios para construir los medios técnicos necesarios para efectuar la transmutación atómica. Y los altos oficiales katumes lo sospechaban y empezaron a considerar seriamente la posibilidad de obtener mayor información mediante la tortura.
Apenas este pensamiento surgió de la mente de los katumes fue captado por Marek y Fidel. Este último se lo dijo a Jumo en el curso de la acostumbrada sesión de terapia. El Sumo Sacerdote también estimaba sumamente interesante la posibilidad de conseguir “dedona”.
—Si conoces la técnica debes decirla —aconsejó.
—Estás loco —rechazó Adler Ban Aldrik con energía—. El costo de un solo kilo de “dedona”, obtenido con vuestros medios, resultaría a un precio prohibitivo. ¡Vuestro Imperio se arruinaría!
—No, porque una vez tuviéramos los medios utilizaríamos la transmutación para fabricar oro. Con el oro obtenido financiaríamos el elevado costo de la obtención de la “dedona”.
—El precio del oro está en función de su escasez. Si el oro fuera tan abundante como el plomo, y el plomo tan escaso como el oro, lo que tendría valor sería el plomo y no el oro. Supón que tienes la deseada máquina y empiezas a fabricar oro hasta inundar el mercado. Automáticamente bajaría el valor del oro. Y su valor sería menor cuanto más oro fabricaras. El derrumbamiento del patrón oro acarrearía una crisis económica que Katum no está en condiciones de protagonizar.
—Correríamos ese riesgo —dijo Jumo sombríamente.
Ese mismo día se hizo una radiografía del cráneo de Togasi. Se advertía claramente que el tumor había disminuido hasta la mitad del tamaño que tenía comparando las radiografías anteriores.
—¿Es cierto entonces que puedo curarme? —exclamó Togasi. Y en una explosión de alegría—. ¡Me voy a curar! Eres un tipo extraordinario, Adler Ban Aldrik, un mago de la Ciencia. Puedes pedirme la recompensa que quieras, con tal que no sea abandonarme antes de estar totalmente curado.
—No hay nada que puedas ofrecerme y yo no tenga, señor. Pero puedes impedir que se cometa un atropello. Tus oficiales del Servicio de Inteligencia no se cansan de interrogarnos. Han descubierto que existe un proceso para fabricar “dedona”, ese metal que posee propiedades antimagnéticas y es también la única defensa posible a la acción de los rayos desintegradores. En sus mentes hemos descubierto la secreta intención de someternos a tortura para arrancarnos la información que precisan. Debo advertirte que por ese procedimiento no conseguiréis nada. Mis compañeros, por supuesto, no poseen los conocimientos científicos necesarios. Yo podría hacerlo, pero no quiero. Si me lleváis al banco de tortura bloquearé mi mente y mi cuerpo será insensible al dolor físico, al hambre o la sed. Y si extremáis vuestra insistencia hasta el punto que no pueda resistirlo, me autodestruiré. Puedo hacerlo.
La imagen que Fidel transmitía a la mente del Faraón era la de su propio cuerpo cubierto de heridas, frío, inerte y como sin vida, tendido desnudo sobre una mesa. En tal caso, Adler Ban Aldrik yacería en un sueño cataléptico que podía durar semanas y meses.
—Nuestra aeronave llegará antes —añadió el bartpurano.
—La aeronave no sabrá que estáis aquí —dijo Jumo.
—Olvidas que a bordo de esa aeronave hay hombres que pueden recibir el mensaje telepático que nosotros enviemos. No tenemos necesidad de la radio para indicarles donde estamos y cual es nuestra situación.
—Ya hablaremos de eso en otra ocasión —cortó el Faraón.
Temía enojar al bartpurano y que éste, en represalia, interrumpiera su prodigiosa cura.
Al regresar a su alojamiento Adler Ban Aldrik relató lo ocurrido, incluyendo la reacción del Faraón.
—O sea que el problema sólo se aplaza, no se ha resuelto. Si no vienen pronto a buscarnos de Valera esos bestias acabarán por llevarnos a la cámara de tortura —dijo el profesor Valera.
—No será a ti ni a mí a quien lleven, sino a él —señaló Nuria.
La servidumbre de los valeranos estaba formada por cuatro “monos” y tres “monas”. En su tiempo libre Adler Ban Aldrik solía entablar conversación telepática con los desdichados. El “bundo” tenía en mente inseminar a las “monas” con esperma procedente de Marek. Últimamente Marek mantenía relaciones sexuales habituales con Nuria Ross. La elección parecía justificada hasta cierto punto, pero Marek se opuso.
—No me agradaría la idea de que en alguna parte de este planeta vivía un pequeño homínida hijo mío.
—No sería un homínida cualquiera, Marek. En su fisonomía y en su inteligencia habría rastros tuyos. ¡Podría ser el escalón definitivo que han de superar los “monos” para alcanzar el nivel humano!
—No me dores la píldora, abuelo. Humano o no sería un “mono”, es decir, una criatura infeliz, ¡un esclavo! Probablemente por su superior inteligencia su vida sería más desgraciada que la de todos los demás. ¡Ea, no!
Nunca se volvió a discutir este asunto. Pero de alguna forma el “bundo” se las arregló para inseminar a las dos jóvenes “monas”. Probablemente nunca llegaría a conocer el resultado de su experimento. Habían transcurrido diez días terrícolas y la aeronave de socorro podía llegar en cualquier momento a partir de ahora. Adler Ban Aldrik retardaba de exprofeso la curación del Faraón; sabía que estarían seguros hasta en tanto la salud de Togasi dependiera de él.
El curso de los acontecimientos pudieron cambiar aquel mismo día. Togasi II sufrió un atentado. Un guardia de su propia escolta le disparó un tiro en los corredores de Palacio. Otro guardia dio la voz de aviso y cubrió con su cuerpo al Faraón, recibiendo el balazo destinado a éste. El coronel de la guardia, Erto, disparó varios tiros contra el magnicida y le dejó muerto allí mismo.
Sin embargo, el hecho no trascendió al público. Adler Ban Aldrik fue llamado a Palacio por el Faraón, el cual le dijo:
—Sé que hay otros traidores a mí alrededor además del que intentó asesinarme. Te ruego que utilices tus facultades para desenmascararlos. Haré que desfilen por el Salón del Trono todos los gendarmes de mi guardia, sus oficiales y los mayordomos y la servidumbre. Tú puedes escudriñar sus pensamientos, por lo tanto no te será difícil descubrir al traidor.
Adler Ban Aldrik se mostró reacio. No quería que por su culpa se decapitara a nadie. La decapitación era el sistema comúnmente empleado en Katum para ajusticiar a los reos de muerte.
—Valerano, ¿sabes que habría sido de ti y tus amigos si esa bala me hubiese matado? —exclamó el Faraón, por primera vez enfadado con el bartpurano—. Los militares quieren poder fabricar ese metal llamado “dedona” para construir con él nuestras aeronaves; Jumo piensa en fabricar montañas de oro por transmutación molecular; el Servicio de Inteligencia sospecha que guardáis el secreto de algún arma más accesible que la “dedona”, y el obispo Milos propaga por la Corte que me dominas hipnóticamente y constituyes un serio peligro para nuestra Iglesia. ¿Sabes lo que eso significa?
—Que todos desean torturarnos. Pero ya os lo dije, nada obtendréis de mí por la tortura.
—Eso es lo que tú dices, pero hasta comprobar si es verdad podrían hasta matarte. ¡Sé lo que vas a decirme! Vuestra aeronave llegará de un momento a otro y nos castigará por el mal trato que recibisteis. Esa aeronave puede o no que venga, y también puede ocurrir que cuando llegue no quede con vida ninguno de vosotros para contar telepáticamente lo que sucedió. Descúbreme a los traidores y te hago una promesa. Si regresa tu aeronave y me has curado, podrás marcharte libremente, tú y todos tus amigos.
Aunque con repugnancia, Adler Ban Aldrik accedió. La primera tanda de gendarmes de la guardia se alineó en el salón del trono, el coronel Erto al frente de ella. Erto era el traidor. Con él estaban comprometidos dos oficiales más de la guardia. La conspiración estaba financiada por el oro de Namodo, rey de Sapaly. Namodo había abandonado la ciudad horas antes de producirse el atentado, pero también estaban ausentes de Meygo los reyes de Saceto y Doria.
Cuando Adler Ban Aldrik regresaba a su alojamiento, el túnel por donde circulaba el automóvil eléctrico de la escolta empezó a temblar. Simultáneamente se ponían a aullar las sirenas de la ciudad subterránea. ¡Meygo estaba siendo atacada con bombas nucleares!
El ataque fue tan breve que ya había terminado cuando Adler Ban Aldrik llegó al alojamiento y se reunió con sus amigos. Éstos estaban reunidos en torno al receptor de televisión, el cual difundía música militar. Hasta casi una hora después no dieron el primer boletín de noticias.
Los valeranos estaban aprendiendo rápidamente el idioma katume, pero sus conocimientos no alcanzaban a seguir una conversación. Por lo tanto, no pudiendo actuar telepáticamente sobre el locutor, se quedaron sin saber lo ocurrido. Nuria Ross expuso su opinión:
—Los reyes esperaban que el Faraón falleciera y se planteara la cuestión dinástica para atacar colectivamente Katum, ¿no es cierto? Pero supongamos que ha corrido la voz de que Togasi está sanando rápidamente gracias a los cuidados de un doctor extranjero. Los reyes podrían sentirse desanimados y decidir a atacar antes de que la excelente salud del Faraón trascendiera al pueblo llano.
La teoría de la sociólogo no era descabellada. Lo ocurrido no pudo saberse hasta que a la “mañana” siguiente vinieron los inevitables saurios del Servicio de Inteligencia para su inevitable interrogatorio. El Servicio de Inteligencia debía estar muy ocupado, sólo acudieron el mariscal Pert y dos oficiales de inferior graduación, más bien una escolta de acompañamiento.
El mariscal estaba disgustado y preocupado. Confirmó el bombardeo atómico, llevado a cabo por aeronaves que daban la contraseña electrónica de las Fuerzas Aéreas de Katum, y por lo tanto realizado al amparo de la sorpresa. Las aeronaves dejaron caer una docena de ingenios nucleares y a su vez sucumbieron bajo los rayos desintegradores de las defensas de la ciudad. Meygo, la capital imperial, podía considerarse momentáneamente a salvo. Lo peor no era esto, sino que los reyes se habían alzado en rebeldía contra el Faraón, atacando simultáneamente otras ciudades katumes.
Las ciudades subterráneas del estilo de Meygo eran muy costosas y representaban la excepción más bien que la generalidad. Un setenta por ciento de la población katume, la industria y la agricultura se encontraban al aire libre. Llegaban noticias desalentadoras del resto del Imperio.
—Necesitamos urgentemente un arma decisiva que oponer a los enemigos del Imperio —dijo el mariscal—. Vosotros tenéis esa arma, estamos seguros de ello.
—Ningún arma de nueva factura podría fabricarse con tiempo para salvar el Imperio —respondió Adler Ban Aldrik—. Máxime, cuando vuestra industria está siendo atacada y destruida por el enemigo.
El mariscal se marchó colérico y Adler Ban Aldrik se preparó para acudir a su diaria cita con el Faraón. Pero la escolta no fue a buscarle esta vez. Llegaron los criados “monos” como todas las jornadas. Marek les utilizó como caja de resonancia para interpretar las noticias que difundían los boletines de la televisión.
Por razones obvias, la televisión no daba las noticias al mismo ritmo que éstas se producían, ni las que facilitaba eran del todo fiables. La guerra, por esto y por las dificultades de interpretación, era un hecho que parecía estar produciéndose en un planeta distinto. Pero Meygo estaba en el centro de la conflagración y no iba a correr distinta suerte que las otras ciudades del Imperio.
Aunque Katum se reservaba para su propia defensa unos efectivos iguales a las de todos los demás reinos juntos, no era previsible que resistiera al asalto colectivo de sus enemigos. En cierta manera Katum era un país parásito dependiente de la industria, la agricultura, el petróleo y las materias primas del resto del Imperio. Era un estado moderno en la era del consumismo, con una estructura política y económica de corte feudal, basada en la explotación anárquica de sus recursos por la muchedumbre de esclavos.
¿Qué estaba ocurriendo ahora con los esclavos? Las bombas que no ocasionaron víctimas en la ciudad subterránea habían aniquilado las aldeas y los pueblos de barracas de la superficie, donde habitaba un millón de “monos”. ¡Triste destino el de estos pobres infelices, que eran siempre los primeros en pagar las consecuencias de una guerra, y los últimos en recobrarse de sus secuelas de hambre y miseria!
Pasaron otras 30 horas, una jornada. Los interrogadores faltaron por primera vez en diez días y la escolta llegó puntualmente para conducir a Adler Ban Aldrik a Palacio.
Le llevaron directamente al salón del trono, a presencia de Togasi. Éste hizo que le dejaran sólo con el extranjero.
—¿Es verdad que esperáis la llegada de una aeronave? ¿Cuándo vendrá? —preguntó el Faraón sin más preámbulo.
Adler Ban Aldrik leyó la intención en el pensamiento de Togasi. Por si le quedara alguna duda llegó en este momento Jumo haciendo revolotear su negra sotana con cenefa de oro.
—El Faraón quiere saber si realmente va a venir esa aeronave con la que tantas veces nos has amenazado y, en caso que llegara, si te comprometerías a sacarle del país.
—La aeronave llegará. ¿A dónde tenéis pensado huir?
—No importa el lugar, con tal que estemos a salvo de los asesinos a sueldo de los reyes. Tal vez a Tumma, el país de vuestro amigo saurio. Por cierto, Beg Hon se encuentra en grave estado, no dudará ni dos jornadas más, a pesar de que le estamos haciendo dos transfusiones de sangre diarias —dijo Jumo.
—Ni pienses en Beg Hon como valedor nuestro, él escapó de su patria y es buscado como traidor. Su traición consistió en salvarnos de morir asesinados.
—Bien, el hiperplaneta es muy grande, encontraremos un lugar donde ir —dijo impaciente el Faraón—. ¿A cuántos más podrás llevar en tu aeronave?
—El número no tiene importancia. Supongo que no os acompañará mucha gente, ese es el sino de los reyes cuando son destronados. Antes de regresar a Valera nuestra aeronave os depositará en el lugar que vosotros escojáis. Lo importante es que la ciudad resista unas jornadas más.
—¿Quieres aplicarme otra sesión de terapia mientras despacho con mis generales? Tengo muchos asuntos que atender.
Adler Ban Aldrik fue a ocultarse en el lugar que generalmente utilizaba, detrás del cortinaje a espaldas del Faraón. Concentrando su mente sobre el tumor cerebral de Togasi el bartpurano no podía contactar a la vez con la mente de los generales que estaban reunidos con Togasi. Finalmente, abandonó la cura por hiloclastia y se dedicó a interpretar telepáticamente lo que se hablaba en el salón.
Los generales y mariscales eran portadores de malas noticias.
Como en toda guerra moderna los primeros choques se registraban en el aire. Durante dos jornadas las fuerzas aéreas de ambos bandos libraban duros combates por lograr la supremacía. En esta disputa, lamentablemente, la aviación de Katum había llevado la peor parte. Es decir, la jactancia de los aviadores katumes, que alardeaban de ser los mejores del mundo, había sido humillada.
Sin aviación que oponer a la del enemigo, todo el reino, incluida la capital imperial, sería fácil presa de los escuadrones de gran bombardeo de los aliados. También alardeaba Meygo de ser una fortaleza inexpugnable. ¿Pero hasta dónde podía llegar la resistencia de una ciudad que no esperaba recibir auxilios del exterior? Incluso sin atacar directamente a Meygo, tomando las otras ciudades del reino, Meygo caería por sí sola como fruta madura. De momento los bombardeos aliados estaban ya atacando las ciudades mal defendidas de la periferia.
En contacto telepático con el pensamiento de los generales y los mariscales, Adler descubrió en sus mentes una idea que parecía abundar entre ellos. Todos daban por perdida la guerra. Algunos incluso pensaban que lo mejor hubiera sido que el Faraón abandonara la ciudad exiliándose voluntariamente antes que se consumara el desastre. Ninguno lo declaró por temor a aparecer como traidor. Las susceptibilidades estaban a flor de piel aquel día entre los personajes palaciegos.
Después de su sesión de terapia, que no llevó a cabo, Adler Ban Aldrik fue con Jumo a visitar a Beg Hon en el centro médico. Al cabo de dos jornadas el bartpurano lo encontró alarmantemente desmejorado.
Reducido casi al esqueleto, el tuma presentaba grandes manchas en la dura piel del pecho y el vientre, donde la carne muerta se caía a pedazos. Milagrosamente consciente, aunque no podía hablar por su extrema debilidad, el “bundo” captó su pensamiento telepáticamente:
“Voy a morir, mi buen amigo. Ni siquiera tu misteriosa ciencia podrá salvarme esta vez. Esto es el fin” —le decía el tuma.
—No desanimes, Beg Hon, amigo mío —le dijo el bartpurano tomándole una mano—. No te des por vencido, sólo es cuestión de que resistas hasta que llegue nuestro crucero sideral y nos envíen una Karendón Traslator. Bastará que llegues hasta la cámara con el último soplo de vida para que te salvemos. Serás desmaterializado y reencarnarás en el Beg Hon que eras en el momento de emprender esta desafortunada expedición, joven, fuerte y lleno de vida.
Beg Hon perdió la conciencia. Jumo preguntó:
—¿Cómo esperas salvar a un hombre que ha sufrido la destrucción casi total de sus células en una descarga de radiación mortal?
—Tú no lo sabes todo respecto a nosotros, Jumo —respondió Adler Ban Aldrik—. Sólo te pido que pongas cuanto esté de tu mano para prolongar la vida de Beg Hon unas horas. ¡Sólo unas horas más hasta que llegue nuestra aeronave! El resto lo haremos nosotros.
—Por cierto, ¿cómo sabrás que tu aeronave ha regresado?
Adler Ban Aldrik tenía conciencia de las dificultades para contactar telepáticamente con Tuanko. Tal vez ni siquiera viniera Tuanko, aunque de seguro enviarían un tapo en la expedición de socorro. Pero desde que la aeronave irrumpiera en el interior del hiperplaneta, hasta pasar a velocidad sub-lumínica y funcionara el sistema automático que restituiría a la tripulación, pasarían unas horas preciosas. Sería preferible que ellos supieran inmediatamente que la aeronave estaba de regreso, y para este fin lo mejor era contar con una estación de radio potente. La aeronave emitiría sus señales de identificación desde el primer momento, antes incluso de que regresara la tripulación.
Los katumes tenían emisoras potentes, alguna de éstas funcionando en el edificio sede del Mando Estratégico, donde tenían su alojamiento los prisioneros. Jumo puso en marcha su influencia personal para que los valeranos tuvieran acceso a una emisora, lo cual consiguió poniendo por medio poderosas “razones de estado”.
De regreso en el alojamiento, con una carta de presentación para el jefe de comunicaciones del centro emisor, Adler Ban Aldrik llamó a Marek y al sargento Eced y les expuso su plan. Éste consistiría en permanecer constantemente a la escucha en la longitud de onda de las aeronaves de la Armada Sideral Valerana, turnándose los tres.
Uno de los dos saurios que permanentemente montaban guardia en la puerta del apartamento les acompañó hasta uno de los pisos superiores del edificio. Éste era un hervidero de actividad, con altos oficiales andando de un lado para otro, y ordenanzas y escribas llevando papeles de una a otra oficina. La orden que traían de Palacio sorprendió al jefe de comunicaciones, pero no opuso resistencia.
Una hora más tarde Marek estaba sentado ante el control de una cabina insonorizada, con los auriculares puestos, escuchando mientras movía lentamente el dial en la zona de frecuencia de los aparatos de la Armada Valerana. La espera podía ser larga y Adler Ban Aldrik regresó con Eced al apartamento.
Doce horas más tarde las defensas antiaéreas de Meygo entraban en acción contra una nube de missiles dirigidos que caían sobre la ciudad desde una altura considerable. Los proyectiles, hechos estallar en el aire, arrojaban oleadas de intenso calor y radiaciones mortales sobre la ciudad. Los que deflagraron a menor altura causaron daños en las antenas parabólicas del radar, mermando la capacidad operativa de las baterías de rayos desintegradores.
El bombardeo continuó con algunas pausas, y aunque ninguno de los proyectiles estalló a menos de 20 kilómetros de altura, la onda expansiva produjo nuevos daños en el sistema de dirección de tiro por radar.
De nuevo hubo un período de calma, hasta que horas más tarde el enemigo atacó de nuevo, simultáneamente con proyectiles dirigidos y aeronaves de gran bombardeo. Las defensas, ya mermadas en su capacidad de autodirigirse, tenían que acudir simultáneamente a destruir los bombarderos y detener los missiles a distancia. Algunas bombas estallaron a menos de mil metros de altura, causando un gran destrozo en las antenas de radar, en las plataformas de lanzamiento y en las mismas baterías de proyectores de rayos “Z”. En ese momento voló también la antena de la emisora de radio, que permaneció dos horas en silencio hasta que se pudo reparar la avería.
Marek volvía a estar ante el control en ese momento, y su ansiedad fue recompensada por unos lentos “bip bip” de la contraseña modulada de un crucero sideral. A continuación escuchó una voz clara anunciando:
—Aquí el crucero sideral “Coimbra”. Atención, “Coimbra” llamando a Marek. Repito; crucero sideral “Coimbra” llamando a Marek. Hable Marek, escucho.
—Aquí Marek. Marek a crucero sideral “Coimbra”. ¿Quién está al micrófono?
—Atención, Marek. El Contralmirante Tuanko al habla.
Casi enseguida se escuchó la voz jubilosa de Tuanko Aznar:
—Atención, Marek. Soy Tuanko. ¿Estáis todos vivos? Cambio.
Poco después Marek utilizaba el teléfono para llamar al apartamento y dar la buena nueva a Adler Ban Aldrik:
—Tuanko está de regreso. He hablado con él y ya viene hacia aquí. Necesita conocer exactamente las coordenadas de la ciudad. Le he dicho que venga hacia donde vea deflagrar las explosiones nucleares y nos encontrará. Parece ser que en este momento somos el blanco de todas las bombas que hay en esta parte del hiperplaneta. Tuanko quiere saber también donde dirigir la cápsula portadora KT. Tardará unas cinco horas en llegar.
Adler Ban Aldrik se hizo conducir a Palacio. Mientras viajaba en el automóvil de la escolta sentía temblar las paredes y la bóveda del túnel. Balanceaban los focos eléctricos y se desprendían piedras y polvo de la bóveda. Las bombas estaban llegando directamente a las defensas de la ciudad.
Una vez en Palacio se dirigió al centro hospitalario, donde halló a Jumo presenciando como se hacía una nueva transfusión de sangre a Beg Hon. El tuma seguía inconsciente.
—Nuestra aeronave está aquí —dijo el bartpurano—. Enviará una pequeña aeronave para recogernos. ¿Hay algún lugar a cubierto de las bombas a donde pueda llegar un aparato de siete metros de alto y veinte metros de largo?
Jumo dijo que había un hangar para aeronaves en la base de la fortaleza directamente sobre el edificio.
—Ese lugar es bueno. Que estén preparados para dentro de cuatro horas todos los que han de venir en la aeronave. Habrá mucha radioactividad en el ambiente, por lo tanto es preferible que todos se provean de trajes contra la contaminación. ¿Podéis devolvernos nuestras armaduras de cristal?
Jumo dudaba que en el caos reinante fuera posible dar con el paradero de las armaduras, pero lo intentaría. En todo caso se ocuparía de que los valeranos recibieran un traje anticontaminación con escafandra y botellas de oxígeno.
—Hay que señalizar adecuadamente la fortaleza para que la cápsula pueda identificarla —apuntó Adler Ban Aldrik—. Por ejemplo hacer arder una gran cantidad de petróleo en sus proximidades para que produzca mucho humo.
Jumo llamó al coronel de la guardia personal del Faraón y le dio instrucciones en presencia del bartpurano. Éste regresó al edificio del Mando Estratégico, donde todo el mundo iba de un lado a otro como si nadie se dirigiera a ninguna parte en concreto. El caos llegaba hasta los despachos de los altos mandos, donde había penetrado el virus de un sentimiento de derrota.
Siempre seguido de un guardia de escolta, el bartpurano subió hasta la emisora para instruir a Tuanko acerca de los detalles relativos al aterrizaje de la cápsula KT.
Las últimas cuatro horas parecían interminables, con las bombas cayendo directamente sobre la ciudad. Tuanko ya había localizado la ciudad y dirigía hacia ella la cápsula KT. Hasta el cuarto de la emisora trajeron un traje de amianto anticontaminante con escafandra y botella de oxígeno. Hasta el último momento permaneció Marek ante la emisora. La cápsula estaba aterrizando. A dos mil kilómetros de altura sobre la vertical de Meygo, el crucero sideral tendía con sus rayos de “luz sólida” una sombrilla protectora contra la que se estrellaban los proyectiles del enemigo. En este momento no había aeronaves del bombardeo a la vista.
Los compañeros ya estaban esperándoles cuando Marek descendió al apartamento. Una camioneta eléctrica, precedida de un automóvil de la gendarmería con sirena, les condujo a Palacio por un túnel lleno de saurios excitados, agitando pancartas y blandiendo palos. El pánico y la desmoralización cundían en la ciudad subterránea y los fieles vasallos de Togasi exigían la abdicación de éste y la rendición sin condiciones.
Por contraste con los tumultos de la ciudad, el palacio aparecía silencioso y casi desierto. El Faraón esperaba con sus mujeres y sus hermanas. A la hora de la verdad se veía desasistido de toda ayuda. Con Jumo y el coronel de la guardia, en total eran ocho personas. Jumo había hecho traer a Beg Hon, que aparecía tendido en una camilla vestido con un traje de amianto y escafandra, pero ni siquiera quedaban camilleros ni gendarmes para ayudar en su traslado. Marek, y el profesor Castillo levantaron la camilla y siguieron al grupo hasta un ascensor. Las tres esposas y las dos hermanas de Togasi, éste y el coronel de la guardia llevaban cada uno una pesada maleta. Se suponía que todo su equipaje eran las joyas y el oro que pudieron sacar de la cámara del tesoro real, pero los valeranos no hicieron objeciones.
El ascensor, de uso reservado para un caso de emergencia, les llevó directamente al espacioso hangar de la base de la fortaleza de hormigón. En el hangar había una aeronave de gran porte. Sólo quedaban allí dos soldados de servicio que accionaron el dispositivo eléctrico que descorrió las pesadas puertas de hormigón armado del hangar. Al abrirse las puertas vieron la cápsula portadora KT posada en el suelo. La cápsula se deslizó a ras del piso y entró en el hangar. Inmediatamente se abrió la proa cónica del aparato y cayó hacia afuera el portón levadizo.
Jumo y el coronel miraban con desconfianza la pequeña cápsula.
—¿No hubiera sido mejor que el crucero descendiera para recogernos? —dijo Jumo—. Es muy pequeña, apenas vamos a caber. Y la pueden derribar mientras viajamos en ella.
—No temas, aunque la derribaran tú ya no estarás en ella. No perdamos tiempo, subid —dijo Adler Ban Aldrik.
La camilla de Beg Hon fue introducida en primer lugar. Detrás subieron todos los demás. El portón se levantó y cerró automáticamente, obedeciendo las órdenes recibidas por control remoto desde el crucero sideral. En el interior de la cámara quedaron sumidos en la oscuridad. Se escuchaba un sordo zumbido. De pronto brilló un relámpago y se hizo la luz. Esta luz entraba por el hueco entre las paredes de la cámara y una pantalla separada que cubría todo el hueco de la puerta.
Al salir de la cámara Togasi II y Jumo miraron con sorpresa a su alrededor. Estaban en un lugar totalmente desconocido, una sala bastante espaciosa con mamparos de acero y una puerta junto a la que esperaban dos “monos” vestidos de blanco de pies a cabeza.
—Estáis a bordo de nuestra aeronave —dijo Adler Ban Aldrik a los incrédulos saurios.
Marek se enfrentaba con el ceño fruncido del contralmirante Tuanko y la cara sonriente de la comandante Belén Izquiaola.
—Muy bien, mocito —dijo Tuanko Aznar sin desplegar los brazos cruzados sobre el pecho—. Se acabó la diversión, prepárate a rendir cuentas de todos los disparates que habéis cometido.
Marek suspiró. Descargado de un enorme peso, sentía la alegría de encontrarse de regreso ensombrecida por el recuerdo del profesor Ferrer. El progreso y el conocimiento científico siempre cobraban sus víctimas.
Nuria Ross llegó junto a Marek y le apretó cálidamente la mano con la suya enguantada.
F I N