Agradecimientos y comentario final.
La idea de revisar la historia de México respecto a su versión “oficial” no es nueva. Y hacerlo de manera novelada tampoco. Tal vez lo que no se ha intentado es hacerlo de manera que se hilvanen diferentes personajes históricos, como si se fueran influyendo y conectando unos a otros, a pesar de no tener contacto directo. Y de eso se trata este ejercicio creativo.
En el canon histórico “tradicional”, Cortés es el gran villano que sometió a los aztecas presentándose como el dios Quetzalcóatl. No me convencía esa versión. En la plaza principal de Santiago de Chile me llamó la atención ver una escultura ecuestre de Pedro de Valdivia, el conquistador español y primer Gobernador, con el lema “Padre de la Patria”. En efecto, para ellos es quien crea al país. En cambio, en México el “Padre de la Patria” es quien inicia la independencia, 300 años después. ¿Por qué en México Cortés es despreciado por todos, a pesar de que el apellido derivado de su nombre, “Hernández”, el Hijo de Hernán, es el más común en el país? ¿Por qué a La Malinche se le considera la gran traidora?¿Por qué México reniega de más de la mitad de su historia posthispánica?
El otro gran villano de la historia nacional es Porfirio Díaz. Para el régimen postrevolucionario, satanizarlo era fundamental para justificar sus políticas. Pero lo cierto es que sí logró pacificar el país tras casi setenta años de constantes guerras, y consiguió un desarrollo económico en todo el territorio, ergo, algo hizo bien. Creo que no cometía fraudes electorales —recordando que los electores no era toda la población, sino unos cuantos miles que estaban satisfechos con un buen gobierno, en lo que a ellos les tocaba. Ciertamente no fue perfecto, pero buena parte de los problemas económicos de los últimos cuarenta años no se hubieran tenido de utilizar las medidas económicas que el Porfiriato aplicó exitosamente, pero que despreciamos por “porfiristas” y “contrarevolucionarias”. Incluso los años de “neoliberalismo” han sido menos liberales en lo económico que el Porfiriato.
Si leyeron el texto con la creencia de que es un mero relato novelado, tienen razón. Y si lo leyeron buscando claves secretas y hechos ocultos, también tienen razón. La diferencia entre ambos enfoques radica en qué crees que sea verdad.
He procurado ser muy cuidadoso con los datos, fechas y eventos relatados. Por ejemplo, Luz Victoria sí nació el 5 de mayo de 1875, Hernán Cortés no estaba en México-Tenochtitlan durante la matanza de Tóxcatl, y en su huida de la Noche Triste mató al hijo de Moctezuma. En efecto, Isabel Moctezuma fue hija de Moctezuma, esposa de Cuitláhuac y de Cuauhtémoc, y concubina de Cortés. Los datos sobre el funcionamiento del gobierno azteca y sus instituciones son veraces. No es un trabajo académico formal, pero no por ello es descuidado, laxo o carece de fuentes. Opté por plantearlo como novela para facilitar el entendimiento del lector y evitar caer en un debate entre expertos únicamente.
Procuré cuidar el balance de veracidad y verosimilitud; lo que para algunos puede parecer casualidad —como la pelota de hule en la casa de las águilas— es un recurso narrativo para vincular ambas historias, pero también pudo ocurrir así. A final de cuentas, las reseñas disponibles no son concluyentes sobre la muerte de Moctezuma. Una pelota de hule es tan dura como una piedra, pero se destacaría de una piedra. Por eso se usa como recurso narrativo, pero también como hipótesis de trabajo.
También me han preguntado si la novela tiene más simbolismos o mensajes en ella. Sí, los tiene. Pero requiere que el lector esté atento para percibirlos. Un ejemplo, cuando Jerónimo de Aguilar —el traductor del español al maya de Cortés— naufraga, con él va Gonzalo Guerrero, quien decide quedarse con los mayas en lugar de ir con los españoles. Su hija será Zacnic’te Guerrero, la primera mestiza conocida. Gonzalo fungirá como líder de la resistencia maya contra la conquista española, al grado que algunos le llaman “Gonzalo Guerrero, el Renegado”. Acorde a su nueva fe, sacrifica a su hija Zacnic’te en un cenote sagrado antes de dejar que sus antiguos compatriotas la mancillen. Es todo un guerrero maya y un caballero español a la vez. Procuré honrar su memoria al crear al personaje de Zacnic’te Tepeyólotl, una descendiente de mexicas con nombre maya y una gran disposición por hacer lo correcto.
Por su parte, Martín Guerrero nos recuerda a Martín Cortés, hijo de Hernán Cortés y Malinalli —a quien opté por no llamar “La Malinche”, a fin de evitar el prejuicio negativo de ese nombre. El Mestizo, como fue llamado, padeció mucho y vivió rechazado por todos: incluso, su padre quien lo adoraba— y logró que fuera reconocido como hijo legítimo por el propio Papa— lo rechazaba en público para evitar maledicencias y conflictos con su esposa legal. Curiosamente, las llamadas “Leyes Nuevas”, que despojaban a los hijos de los conquistadores de las encomiendas se hicieron para evitar un primer intento de Independencia de México en pleno siglo XVI, y del que fue partícipe Martín Cortés, su medio hermano del mismo nombre. Al final, Martín El Mestizo morirá en España. El apellido del personaje corresponde al de Gonzalo Guerrero, nuevamente con el interés de honrarlo y recuperarlo.
Y ese es un solo ejemplo, que quien sepa interpretarlo verá qué ideas tengo hacia el futuro de esta serie de novelas. Este es un pequeño ejemplo.
Sin duda este trabajo debe mucho a mis padres, Gonzalo Tomás Suárez Belmont y María Luisa Prado Anguiano. En un afán de generar un proyecto de vida en común antes de tener hijos, estudiaron antropología juntos. Se enrolaron en la Academia de Ciencias y Artes del Anáhuac. Fue por mucho tiempo la única Academia de antropología particular en México; pero se le retiró el Reconocimiento de Validez Oficial por la SEP dados sus enfoques “poco ortodoxos” y por sus prácticas de campo “subversivas” en pro de las comunidades en las que hacían trabajo de campo en los años posteriores a la revuelta estudiantil de 1968.
Marcadamente su director, el Maestro Constantino Rábago, fue inspiración para este trabajo, con su enfoque de estudios libres y profunda erudición.
No es de extrañar que muchos de sus estudiantes compartían la pasión por la antropología pero también por el montañismo tanto en media como en alta montaña, así que en mis años de niñez recorrí montañas y zonas arqueológicas con algunos de ellos, conociendo una versión diferente de la que enseña la historia oficial. Así que parte de lo que sucede con Martín y la montaña o sus viajes de investigación libres —incluyendo la visita a Tepantitla, por ejemplo— pasa por experiencias compartidas con ellos, particularmente con Anabella Snyder, Leticia Hernández Barragán, Graciela Camacho, Josefina Oropeza y Felipe Loperena, Luisa María y Silvia Leal, Manuel Soltero, los ya fallecidos Ernesto Camacho, Arnaldo Torres (q.e.p.d.) y los hijos del grupo, Anita, Ari, Eduardo, Ernesto, Gabriela, Guillermo, Leticia, Sandra y Silvia, mis hermanos de crianza en el grupo de los llamados a sí mismos “antropolocos”, mi hermano Mauricio y algunos de mis primos maternos. Desconocida como escuela universitaria, siguió impartiendo clases y conferencias de antropología y arqueología hasta la muerte del Maestro Rábago, funcionando como una asociación cultural.
A final de cuentas, mis padres tuvieron dos hijos. También hicieron sus tesis, mi madre sobre Nezahualcóyotl (incluyendo su vertiente monoteísta) y mi padre sobre Antiguas Pictografías Mexicanas (un estudio detallado de los códices existentes). Aunque no pudieron obtener el título, debido a los problemas administrativos de la ACAA ante las autoridades educativas federales. Y si, sembraron árboles por todo el país. Así que podemos considerar que lograron las tres metas: el hijo, el árbol y el libro, por partida doble.
Recuerdo en particular algunas conferencias del Maestro Rábago —siendo yo niño—, por ejemplo, la que señalaba que a los pies de Pakal, en Palenque, se encontraron cinco esferas de jade, cuatro de ellas con sangre y una con semen. El recuerdo de ello como un ritual de fertilidad que anticipaba su posible resurrección me pareció impactante en su momento. Por eso, plantear la hipótesis de que también lo practicó Cuauhtémoc es el eje de la novela, como ya lo notaron.
Para darnos una idea del impacto de la ACAA en mi vida, la portada de este libro la realizó Eduardo Rábago, hijo del Maestro y uno de mis colaboradores en este tipo de proyectos de los últimos diez años. Por ejemplo, juntos desarrollamos una idea complementaria del libro “De hormigas a tiburones”. Si las amistades se pueden heredar, él ha sido mi amigo más tiempo que lo que ambos llevamos vivos.
En 1997 pude dictar una conferencia sobre matemáticas mayas ante el claustro de la ACAA, en el que salió el dato de que ese año comenzaba el siglo 13 (azteca) desde la fundación de la Ciudad de México, hecho poco observado antes y que aparece en el cuerpo de la novela. Sin duda, fue un aporte a los trabajos de la Academia, ya que muchas investigaciones posteriores se basaron en esa hipótesis.
Por supuesto, mi esposa Ana Ivette Hernández y mis hijos Anette y Gonzalo fueron parte importante en este proyecto, particularmente con su paciencia y disposición a “no distraer a papá mientras está escribiendo”. Debo confesar que ellos fueron los primeros que filtraron detalles de la historia al comentar en su escuela que hay cosas que no son como les dicen, porque “el libro de su papá dice otras cosas”, lo que muestra el destino que quiero para este trabajo empieza a lograrse: invitar a pensar y divertirse con la historia, particularmente a los más jóvenes.
También debo agradecer a mi editora de cabecera, Aline López-Enriquez, quien asumió este proyecto en condiciones muy complicadas. La primera vez que lo platicamos fue hace casi un año, período en que empecé el desarrollo de la idea. Pero la revisión del texto la hicimos contrarreloj, en menos de quince días. Y creo que es un buen trabajo. El texto es mejor gracias a su labor. Y tengo dos matices: mi abundante uso de los puntos suspensivos en los diálogos, que ella limitó bastante, y mi apoyo —aunado a su rechazo— a la regla moderna de que “solo” no se acentúa. Aquí prevaleció mi criterio, aunque sea criticado por muchos y algunos lo consideren el mayor error en el formado del libro.
Al arranque de la idea conté con el apoyo de dos personas: Ricardo Monroy, el músico que escribió el disco que acompaña a mi primer novela, “Clara Sandra solía soñar”, y con quien discutí el esquema general de esta historia antes que con nadie. Por cierto, el disco está disponible en http://bit.ly/Liminal_CD sin costo para nuestros lectores. Y Mario Antonio Arroyo, con quien comenté que una historia “de aventuras” pero basada en la historia real podría ser sumamente interesante, y quien me convenció de que era mejor idea preservar el enfoque de aventura y de entremezclar los tiempos, en lugar de mantener las historias lineales. A ambos les agradezco el impulso inicial para redondear la idea y no abandonarla antes.
Estoy muy agradecido también con personas que, habiendo leído mis trabajos anteriores, o a través de comentarios sobre este proyecto en mi blog Dichos y Bichos (http://gjsuap.com) o en redes sociales (siempre con gjsuap como nombre de usuario), decidieron sumarse como lectores beta, en una tarea muy demandante contra reloj. Porque les di poco tiempo para hacerla, y atendieron el llamado.
Algunos, como Gonzalo T. Suárez Belmont —quien la leyó completa dos veces en una semana, y aportó muchas de las correcciones a los vocablos náhuatl presentados—, o como Vania Berruecos, Daniel Gutiérrez, Héctor del Valle y Manuel Márquez me hicieron observaciones y precisiones muy importantes, que añaden coherencia al texto, por ejemplo: que Luz Victoria nació en Veracruz y no en Oaxaca; que la viruela se controla pero no tiene cura, que debemos considerarla un arma bacteriológica y no un arma química; que los Indios Verdes fueron “de paseo” a la Exposición Universal de París antes de develarse en México o que la puerta al norte de Templo Mayor conectaba por tierra, pero pasando por Tlatelolco, por lo que no podía usarse para un escape veloz —pero sí existía, hecho del que yo dudaba—. Son errores o datos laxos que no están en el texto final, gracias a ellos.
Otros leyeron diligentemente y me señalaron errores y fallas tipográficas, gramaticales y de otro tipo. Algunos leyeron incluso al “ritmo de producción”: ni 30 minutos después de terminado el capítulo, tenía sus comentarios u observaciones, incluso pasada la media noche. Aquí destaco la labor y apoyo de Blanca Leyva, Erika Zárate, María Luisa Suárez (homónima de mi mamá), Mónica Moreno y de I. Ramírez. Por supuesto, las charlas con Aline también abonaron en este tema, ya que compartió los borradores con su familia y me regresaron interesantes comentarios. A todos ellos les agradezco sus críticas, observaciones, felicitaciones y buenos deseos para esta obra. El buen resultado me ha convencido de mantener este esquema de trabajo y pedir lectores beta y revisores antes de publicarla.
A pesar de todo el trabajo y cuidado de todo el equipo y los voluntarios, el texto aún puede contener errores: son totalmente mi responsabilidad. Un ejemplo de ello: hay quien señaló que el lenguaje es “demasiado contemporáneo” y que se debió enfatizar más en formas precisas respecto al siglo XVI e incluso el XIX. Es cierto, pero no lo creo: parte de mi interés es generar un texto interesante para los jóvenes. Complicar el leguaje puede parecerles aburrido. Excepto en citas textuales en que se preservó incluso la ortografía original, en lo demás usé licencia literaria a costa de la precisión lingüística temporal, e incluso aclaramos que las traducciones podían encontrar errores entre ambos grupos o palabras especiales (marcados, por ejemplo, en que los españoles le llaman Montezuma y los aztecas les decían “Castilla” y no españoles, que hemos señalado con itálicas en sus respectivos diálogos).
Otra crítica fuerte es que Martín es un personaje “que se deja llevar”, por lo que no puede ser protagonista. No, de hecho no lo es: es un acompañante de Zacnic’te. Es un personaje secundario, aunque tenga la obligación de abrir la historia y defender un punto: este no es un trabajo académico. Y Martín deberá debatir con quien eso crea, y con quien busque errores o acuse la falta de fuentes. Tal vez crezca más adelante; aún es un personaje secundario en este texto.
También me señalaron que “toma un aire fantasioso, del estilo de Antonio Velasco Piña”. Debo señalar que he tenido oportunidad de hablar con el maestro Velasco un par de ocasiones, antes de preparar este libro. No hablamos de él, sino de otros temas y de algunas de sus obras. Confirmo que quien quiera ver su obra como mera ficción está en lo cierto, quien quiera verla como textos de divulgación, tiene razón; y quien la asuma como un texto esotérico puede estar en lo correcto. Algo similar puede pasar con este texto. Lo que nadie le puede negar es su amor por México y su interés por mejorarlo, y en eso asumo que coincidimos totalmente. En lo demás, ya es cuestión individual de qué pensar sobre nuestros respectivos textos.
Quiero señalar no es mi interés defender a Hernán Cortés o a Porfirio Díaz, sino simplemente tomar los hechos y analizarlos, tratando de hacer ciencia. Divulgación de la ciencia. Invitar a pensar. Hay quien de entrada me dijo que la hipótesis de que Díaz hizo lo que hizo en pro de México por aceptar su parte Mixteca es absurda, porque “si se hubiera asumido indígena no habría matado a los yaquis o a los mayas”, o que debió no postularse a la reelección en 1910 si quería hacer lo correcto. Creo que son cosas diferentes y confunden las razones de Estado con las motivaciones personales; cada una tiene su espacio y tal vez lo relevante es rescatar las políticas que adoptó su gobierno y que pueden dar resultados aún ahora: honestidad, trabajo, invertir en infraestructura y desarrollo social, respeto a la ley, abrirse al mundo y asumirse mexicano. No suena mal ese plan de gobierno. En cuanto a su fuero interno, nos es totalmente desconocido y la idea de que sea novela es que tenemos la licencia literaria para suponer sus motivaciones, así sea una búsqueda de su identidad, toque que no podría haber hecho en un texto más académico, por ejemplo.
La última aclaración: buena parte de mis lectores beta insistieron en que la historia no se puede quedar allí. Que hay que trabajar una secuela. Y, por supuesto, ante personas tan apasionadas y comprometidas no puedo fallar: sí, ya estoy trabajando en ella. Pero este libro pensaba presentarse el 13 de agosto de 2015. Y como el Monumento a Cuauhtémoc, no tomó dos meses, sino casi un año y dos meses para ponerse la primera piedra… o el primer borrador. Así pasa. ¿Habrá secuela? Si. ¿Para cuándo? No lo se: aún tengo textos e ideas en el tintero y algunas deben salir ya o muy pronto antes de poderme enfrascar en la continuación de esta historia.
La gran pregunta que nos queda, fuera de la novela, es ¿seremos capaces de encontrar el Nuevo Sol? ¿Podremos construir el Grande México Anáhuac? Me gustaría pensar que sí, que todos y cada uno, como individuos y como nación encontraremos el tesoro de Cuauhtémoc. En tanto, nos queda hacer la búsqueda y tratar de dar ejemplo, cada uno desde nuestro espacio y labor. Que no es fácil, pero es el camino del llamado “Joven Abuelo”, el Huey Tlatoani Cuauhtémoc, de quien dijo López Velarde en el intermedio del poema “La Suave Patria”: “Joven abuelo, escúchame loarte. Único héroe a la altura del arte…”.
Y como él, nos toca dar ejemplo, aunque asumas que todo está perdido. Porque Cuauhtémoc “hizo lo que tenía que hacer. El bien que pudo hacer, está hecho. El daño que causó, ya está hecho. No le toca a él juzgar ni uno ni otro. Llegó el momento de rendirse”. Mientras tanto, luchemos conscientes de defender nuestro legado y cuidando nuestro ejemplo.
México-Tenochtitlan, Julio de 2016.
Giacommo J. Seráuz.