III
Paula se sienta frente a él y lo interroga con la mirada. Vestida con una camisa amplia, un jean y zapatillas aparenta un aire casual y relajado, sin embargo su gesto denota un nerviosismo que no se esfuerza en disimular. La empleada deja sobre la mesa una bandeja y la mira.
—Gracias, Francisca. Andá tranquila que cualquier cosa te llamo.
La mujer asiente y se retira. Pablo percibe que hay entre ellas un trato familiar y afectuoso.
Mira la sala en la que está y repara en algunos detalles. Un hogar a leñas, un enorme e imponente cuadro cuyo autor no reconoce, un piano y una pared vidriada que deja ver la belleza del lugar.
—Debo confesarle que esperaba ansiosa este encuentro.
—Lo imagino.
Ella sonríe.
—Es raro verlo aquí, en mi casa —lo mira directamente a los ojos—. Siempre quise tener la oportunidad de que pudiéramos conversar. Fui a muchas de sus charlas pero jamás me animé a acercarme. Ya sabe, la idealización a veces dificulta el contacto entre dos personas. Además, no quería que pensara que era una estudiante tonta y deslumbrada que buscaba relacionarse con usted a toda costa.
Sonríe.
—¿Qué le causa gracia?
—Que, ahora que lo pienso, quizás era así. —Vuelve a mirarlo. Pablo no le devuelve ningún gesto—. Pero mejor hablemos del tema por el cual vino a verme. Supongo que si se llegó hasta acá es porque aún no se decide a darme una respuesta ¿no?
—¿Cómo lo sabe?
—Porque bastaba con un llamado para decir que sí o que no. Por eso imagino que su visita tiene que ver con que necesita saber algunas cosas más antes de resolver qué hacer.
Ahora es él quien la mira.
—Una deducción inteligente, y acertada, además. La felicito, es muy perceptiva.
—Gracias, viniendo de usted es todo un halago para mí. —Se sirve una taza de té y bebe un sorbo—. Pero antes de que pregunte nada me gustaría pedirle un favor. ¿Puede ser?
—Por supuesto… aunque, pensándolo bien, me da un poco de miedo lo que pueda pedirme. Por lo poco que la conozco, no es usted una mujer cuyas demandas sean fáciles de complacer.
Ella se ríe.
—No lo crea. No siempre me veo en la obligación de buscar peritos para que intervengan en un caso de asesinato. Hay aspectos mucho más cotidianos en mi vida.
—Me alegro por usted… ¿Entonces, cuál es el pedido que quiere hacerme?
—Si no le molesta, me gustaría que nos tuteáramos. No soy su paciente y, sea cual fuere su decisión, me parece que entre nosotros la distancia analítica no es necesaria. Si acepta tomar el caso nos será más fácil comunicarnos de esa manera. Y si no… Bueno, supongo que no anda por la vida tratando tan formalmente a todo el mundo. De hecho no lo haría conmigo si nos hubiéramos conocido en otra situación. ¿O me equivoco? No olvide que lo he visto actuar en otras circunstancias y pude comprobar que no es para nada un hombre tan formal.
Al tiempo que termina de hablar, Paula apoya sus talones sobre el sillón y se abraza a sus rodillas de un modo relajado. Dibuja una sonrisa y él se da cuenta de lo hermosa que es. El reflejo del sol le da a sus ojos una profundidad extraña y su piel tan blanca resalta aún más en contraste con su pelo negro. Sabe que, en otras condiciones, la habría encontrado perturbadoramente atractiva, pero dada la situación, lo que podría haber sido un gran impacto ha dejado lugar al simple halago estético.
—Está bien. Me parece un buen acuerdo. Paula, hay algo que te tengo que decir.
—Te escucho.
—Anoche hablé con el doctor Rasseri y le pedí que evaluara la posibilidad de sacar a Javier del estado en el que está para que yo pudiera hablar con él.
—Lo sé. —La mira asombrado—. Pablo, Miguel Ángel Rasseri no sólo es un gran médico y un hombre de una ética intachable sino que además, después de tantos años, se ha convertido en un apoyo importantísimo para nosotros. Casi te diría que es un amigo. Por eso anoche me llamó y me contó acerca de tu pedido. Me dijo que iba a evaluarlo, pero que antes necesitaba saber si yo tenía alguna objeción que hacer. —Lo mira—. Parecés sorprendido.
—Lo estoy.
—No veo por qué. Teniendo en cuenta que él no puede tomar decisiones por sí mismo, a pesar de que nuestra diferencia de edad es mínima, fui nombrada temporariamente tutora de mi hermano, y como tal tengo el derecho y la obligación de estar al tanto de cada cosa que le suceda. De modo que, aunque Miguel Ángel estuviera de acuerdo, si yo no lo autorizo vos no vas a poder hablar con él.
Se la nota firme y segura a pesar de la difícil circunstancia que está afrontando. Está tranquila, aunque algo triste y cansada.
—¿Y cuál fue tu respuesta?
—Que no tenía inconveniente siempre y cuando yo pudiera verlo antes.
—¿Puedo saber el porqué de esa condición?
Asiente.
—Pablo, mi hermano hace semanas que está en un estado en el que no es consciente de lo que está pasando a su alrededor. Y está en ese estado porque su último acto voluntario fue un intento de suicidio. Por eso no me pareció lo más conveniente que su primer contacto con la realidad fuera una charla con alguien a quien no vio nunca en la vida para hablar justamente del tema que generó su última crisis. Me pareció conveniente, por su bien, que su regreso al mundo sea de la mano de alguien que lo ama y en quien confía y no de un extraño. No te ofendas, sé que sos un gran psicólogo, de otra manera no te hubiera contactado para pedirte que nos ayudaras, pero aun así creo que antes de charlar con vos se merece un poco de cariño y contención.
La mira casi con admiración. Paula es muy joven para tomar las riendas de la situación con la claridad y la coherencia con la que lo está haciendo. Pero sabe que a veces el dolor empuja a las personas a una madurez anticipada.
—No sólo te comprendo, sino que estoy totalmente de acuerdo.
—Gracias.
—Pero siendo que coincidimos en este punto, no habrá ningún problema entonces para que yo pueda hablar con tu hermano.
—No lo sé. Como te dije, no hubieras podido hacerlo sin mi consentimiento.
—Consentimiento que acabás de darme.
—Sí. Pero quien aún no lo ha hecho es Rasseri, y yo no pienso hacer nada que él me diga que puede perjudicar a Javier. Incluso si eso implica que no aceptes ayudarme en este caso.
Pablo no dice nada. Se inclina hacia la bandeja y se sirve un poco de café. Ella le acerca el azúcar pero él la rechaza. Hace años que toma el café amargo.
—Pero no te preocupes —continúa Paula—, no creo que su decisión se haga esperar demasiado.
—Lo sé. Al menos eso me dijo anoche. —Bebe un poco antes de continuar—. Pero, como bien dijiste, si estoy acá es porque necesito saber algunas cosas.
—Decime.
Pablo está a punto de hacer una pregunta cuando algo lo interrumpe. Algo extrañamente familiar. Cierra los ojos y su mente busca la respuesta. No tarda mucho en identificar el sonido de un violín interpretando algo que reconoce al instante: el concierto en La Menor de Bach. Recuerda que Alejandra amaba ese concierto y que, durante mucho tiempo, fue la música que acompañó sus silencios, sus cenas, su intimidad.
—¿Pasa algo?
Pablo la silencia con un gesto de su mano. No puede dejar de escuchar aquella música. Al cabo de unos minutos la obra termina, pero ambos permanecen en silencio hasta que Paula decide interrumpirlo.
—Hermoso, ¿no?
—Increíble. Te pido disculpas. No esperaba encontrar algo así en medio de una situación como ésta y no pude evitar…
Paula ve sus ojos húmedos y sonríe con ternura.
—Emocionarte.
—Sí.
—Vení, entonces. —Se levanta y le ofrece su mano. Él la mira sorprendido, pero la toma casi con obediencia.
—¿Adónde vamos?
—Acompañame, quiero que conozcas a alguien.
Paula golpea suavemente y abre apenas la puerta de una de las habitaciones. Se asoma con una sonrisa y pregunta en voz baja.
—¿Puedo pasar?
Pablo no escucha la respuesta, pero la intuye porque ella lo mira sonriente.
Paula abre y entra.
Él la sigue en silencio.