INTRODUCCIÓN GENERAL
LA VIDA DE TIBULO
Al estudioso de Tibulo, lo primero que le sorprende es que un autor de una obra tan breve, compuesta por sólo dieciséis elegías auténticas —bien es verdad que diez de ellas, las del libro primero, de una rara perfección—, haya causado tanto impacto en los escritores contemporáneos y en las generaciones sucesivas: Horacio, amigo suyo, lo hace crítico de sus sátiras, protagonista de una de sus odas y destinatario de una bella epístola; Ovidio lo imita con adoración, llora su muerte y lamenta no haberlo conocido; Domicio Marso lo iguala en su género a Virgilio; para Quintiliano es el mejor elegiaco latino. En la misma línea se manifiestan Marcial, Veleyo Patérculo, Estado, Apuleyo, Diomedes, etc[262]..
Frente a este aluvión de citas y alusiones, sorprende la extrema parquedad de referencias biográficas dedicadas a Tibulo. En los manuscritos, y junto con los versos de Domicio Marso, consagrados a su muerte, aparece una breve Vita, cuyo origen algunos quieren llevar hasta Suetonio, mientras otros la ponen en entredicho. Desde luego, no aporta muchos más datos biográficos que los contenidos en su propia obra[263].
Así, se ignora su praenomen, la fecha de nacimiento y el lugar de origen. También desconocemos la fecha exacta de su muerte, aunque, de acuerdo con los ya citados versos de Domicio Marso, la unanimidad es mayor al afirmar que murió el mismo año que Virgilio, el 19 a. C.[264].
Respecto al nombre, él se cita siempre con el cognomen: I 3, 55; I 9, 83. El nomen lo conocemos por Horacio: tanto en la oda como en la epístola le llama Albio Tibulo. De la misma forma lo hace el comentarista de Horacio, Diomedes, gramático del s. IV.
Para la fecha de nacimiento, la línea de investigación más segura es, en mi opinión, la que parte de los versos de Ovidio en Tristes IV 10, 53-54:
sucessor fuit hic tibi, Galle, Propertius illi,
quartus ab his serie temporis ipse fui.
Los elegiacos latinos aparecen enumerados por orden cronológico: el primero, Galo, nacido el 69 a. C.; después Tibulo; luego Propercio, entre el 50 y 46 a. C.; y por último, Ovidio, en el 43 a. C. Está claro que el nacimiento de Tibulo hay que fijarlo entre el 69 de Galo y el 50 de Propercio. La fecha del 55 a. C. es la que goza de mayor aceptación[265], lo que conjetura para Tibulo treinta y seis años de vida, acorde con los lamentos por su temprana muerte.
La mencionada epístola cuarta del libro primero de Horacio proporciona pistas para ubicar su lugar de nacimiento. En pregunta retórica, Horacio se interesa por sus quehaceres in regione Pedana[266]. Conocedores por sus elegías de que la vida de Tibulo transcurrió entre Roma y su finca rústica, donde sitúa todos sus recuerdos, incluidos los de la infancia, parece lógico pensar que nació en la comarca de Pedum, pueblo hoy desaparecido, entre Tíbur y Preneste, los actuales Tívoli y Palestrina.
Es amplio el contenido biográfico de sus elegías, aunque no por ello deba pensarse que llega a caer en el autobiografismo. Lo cierto es que cuando se refiere a él y a sus amigos lo hace por su nombre y empleando datos verídicos, comprobables casi siempre, mientras que para aludir a sus amores utiliza seudónimos y consigue que sus aventuras en este terreno queden siempre entre la realidad y la retórica.
Por la elegía tercera del libro primero sabemos que tiene madre y hermana, a las que evoca precisamente cuando se encuentra en una situación crítica, solo y enfermo en Corfú. Así podemos reconstruir ya un dato de su biografía: huérfano de padre, criado por mujeres en un ambiente provinciano. Según la Vita, perteneció a la clase social de los caballeros, como tantos otros poetas de su tiempo, Propercio, por ejemplo. Por ello, parece lógica su vinculación a la cohors que rodea a Mesala. Lo acompaña en sus combates en Aquitania, de forma que cuando celebra la concesión del triunfo a éste, se siente orgulloso y copartícipe de él —«no sin mi ayuda»—[267]. También le seguirá a Oriente, aunque en esta ocasión una enfermedad le impedirá intervenir en combates y tendrá que volver a Roma.
Estudioso y pacífico por naturaleza, se verá desgarrado como tantos contemporáneos suyos por las guerras civiles. Posiblemente fue víctima también del reparto de tierras a los veteranos tras la batalla de Filipos, pero mantuvo lo suficiente para llevar una vida sin apuros económicos[268].
Gracias a la amistad de Horacio[269], hoy podemos sentirlo muy cerca de nosotros: de figura agraciada, elegante, culto y bueno, elocuente y famoso. Es el retrato, sin duda, elaborado por un buen amigo, a quien le habrían llegado noticias, en las cercanas Tívoli o Sabina, de la enfermedad —de tipo depresivo, diríamos hoy— que aqueja a Tibulo y que precederá a su muerte. Horacio quiere curarle con risas y burlas sobre su propio aspecto, con el vitalismo epicúreo que practicó siempre.
La vida anónima de los manuscritos también destaca su aspecto físico: insignis forma cultuque corporis obseruabilis, y así, con las demás cualidades ponderadas por Horacio, no es de extrañar la simpatía que siempre despertó y la profusión de amistades y de amoríos. Sin duda, fue Tibulo un hombre sensible y enamorado, de lo que tenemos sobrado ejemplo en los dos primeros libros (además de lo que pueda ser suyo en el libro tercero y el amor de Glícera que menciona Horacio en su oda). Delia, Márato y Némesis son seudónimos que esconden amores del poeta. ¿Qué personas están detrás de estos tres nombres? Posiblemente jamás lleguemos a saberlo. Para Delia tenemos el testimonio de Apuleyo[270], que la identifica con una tal Plania, pero su identificación no aporta nada nuevo en lo que se refiere a su condición social o a la veracidad de lo que en las poesías dedicadas a ella nos dice el poeta. Los estudios al respecto pueden reducirse a las tres orientaciones siguientes:
- Los amores son retóricos, productos de la imitación tradicional literaria. La literatura helenística le da pie para imaginar un amor juvenil con Delia, cuyo nombre evoca el de la diosa Diana. Márato no es más que un ejercicio poético de amor homo-erótico. Y Némesis es una ficción de amor maduro, cuyo nombre recuerda la venganza del poeta sobre la traición del amor juvenil[271].
- Los tres amores son reales[272].
- Delia-Némesis representan a la misma mujer[273].
Para mí, a los tres nombres corresponden tres seres reales, objeto del amor apasionado de Tibulo en tres épocas diferentes de su vida. Que en los poemas dedicados a ellos hay tópoi propios de la lírica griega, que hay influjos de la lírica erótica que inicia Catulo y se plasma en la lírica elegiaca subjetiva de Galo, que hay idealizaciones propias de la poesía bucólica que Virgilio ha hecho triunfar en su tiempo, todo parece indudable. Pero también es seguro que en los poemas dedicados a Delia hay un amor juvenil del poeta, con las idealizaciones de la amada propias de los pocos años, con la fantasía onírica que hace ver reales los deseos: la compañía de Delia en el campo, convertida en ama de casa que atiende huéspedes ilustres, a la que sorprende trabajando a altas horas de la madrugada de vuelta de peligrosos viajes. ¿Qué es lo que me lleva a este convencimiento? En cada uno de los casos está la anécdota realista, que descubre lo que hay de verdad en lo que se cuenta: la madre de Delia es una figura viva y entrañable, el poeta no olvida los desvelos de aquélla por hacer felices a los dos amantes y nos la presenta como testimonio de unos años de su vida. Ahí no hay retórica, ni tradición literaria.
Respecto a Márato, muchos críticos, prendados del talento del poeta, no querrían para Tibulo el estigma de bisexual, pero sin darse cuenta lo defienden, en el sentido de que el poeta no hace más que seguir la tradición alejandrina que Catulo ha incorporado a la literatura latina. Ya M.a Carmen Sanmillán[274] señaló con agudeza al tratar este mismo asunto, que Catulo, en el poema 61, habla del «concubino prematrimonial» del novio romano. Y en mi opinión, quien lea el ars amandi de Priapo —elegía segunda, libro primero— se quedará sobrecogido ante la sabiduría que en el tema demuestra nuestro poeta; además, independientemente de las fuentes que maneja, él mismo cuenta las intrigas amorosas de esta novela con el humor cínico de quien tiene asumidas sus propias contradicciones.
El amor de Némesis es violento, realista, de madurez. Nada de idealizaciones: esta mujer le pide dinero con la mano hueca y está a punto de dar al traste con su hacienda. En medio de un cuadro sombrío (el amor a subasta, la lena demoníaca, la traición con un hombre de baja condición social, un antiguo esclavo) se alza la figura de la hermana de Némesis, cuyo desgraciado accidente —la caída desde un ventanal a la calle— le conmueve y le sirve como medio, que él entiende decisivo, para volver a lograr su perdido amor. Esta anécdota vuelve a descubrirnos la realidad de un amor del que muy probablemente no se recuperó Tibulo.
Durante mucho tiempo se ha hablado sobre la actitud política de Tibulo con respecto a Octavio, y se ha querido creer que el círculo de Mesala era poco menos que un foco de resistencia republicana frente al círculo de Mecenas, entregado en cuerpo y alma a la divulgación y proselitismo de las ideas imperiales de Augusto. El estudio de I 7, II 1, y II 5, ofrece hoy perspectivas diferentes. Se sabe que Mésala simpatizó primero con Bruto y Casio y que después militó contra Octavio en Filipos. Se acepta, por otra parte, que Tibulo debió sentir inicialmente deseos de restauración republicana junto con su amigo y patrono. Tras Accio, en donde se distinguió Mesala al lado de Octavio, y restablecida la paz imperial, la actitud de los mejores romanos es de comprensión y de aceptación de las ideas de Augusto. La elegía quinta del libro segundo está en la misma línea del libro octavo de la Eneida. Es verdad que no se cita a Augusto en ninguna de sus elegías, pero es porque, pertene dente Tibulo al círculo de Mesala, y siendo éste su amigo y patrono, la glorificación le corresponde a él. Pero en toda su obra está presente el espíritu del príncipe en su labor de regeneración patriótica. Esto es lo propio de Virgilio en Geórgicas y Eneida, con invocaciones expresas a Augusto. Octavio, patrono y amigo de Virgilio y de Horacio, aparece semidivinizado en las obras de éstos. En la obra de Tibulo su lugar lo ocupa Mésala, sobre todo, en I 7, y en II 1, y su hijo mayor, Mesalino, en II 5. El hijo de Mesala aparece simbólicamente en esta última elegía, separando la futura edad de oro de los desastres de las guerras civiles, exactamente como el puer de la Égloga IV de Virgilio y como Augusto-Mercurio en la segunda Oda del libro primero de Horacio. No estaban, ni mucho menos, tan distantes los tres poetas en ideas políticas y sociales como se ha creído[275].
PROBLEMÁTICA DEL «CORPUS TIBULLIANUM»
El Corpus Tibullianum lo forman tres libros: el primero comprende diez elegías, el segundo lo componen seis y el tercero está constituido por veinte composiciones, agrupadas de la siguiente manera: 1-6, ciclo de Lígdamo; 7, panegírico de Mésala; 8-18, ciclo de Sulpicia, y 19-20, ciclo de la puella innominata. Este libro tercero lo ofrece así la tradición que encabezan los manuscritos Ambrosianus (A) y Vaticanas (V). Los excerpta medievales presentan el libro segundo formado por las seis elegías de Tibulo más las seis del ciclo de Lígdamo, quizá en un intento de reparto de composiciones más homogéneo [276]. El tercer libro, tal como lo ofrece la tradición y tal como nosotros lo recogemos, fue subdividido por los humanistas italianos del s. XV en dos: libro tercero, ciclo de Lígdamo; libro cuarto, panegírico de Mesala, Sulpicia y puella[277].
1. EL LIBRO PRIMERO
Lo podemos dividir en tres ciclos:
A) Ciclo de Delia, formado por las elegías 1, 2, 3, 5 y 6.
B) Ciclo de Márato, formado por las elegías 4, 8 y 9.
C) Dos elegías aisladas: la 7, dedicada a Mesala, y la 10, que puede considerarse un himno a la Paz.
Sin duda, se publicó en vida de Tibulo y, dada su perfección formal, es muy probable que el propio poeta se cuidara de su edición. Como fechas probables se dan las del 26 o 25 a. C. Para ello seguimos el testimonio de Ovidio, que en el libro segundo de Tristes, publicado el 9 d. C., busca la gracia de Augusto; le hace ver que su musa erótica sigue una tradición en Roma y acude (VV. 447-462) al testimonio del primer libro de Tibulo, para añadir:
nonfuit hoc illifraudi legiturque Tibullus
et placet et iam te principe notus erat.
(463-464)
[no le sirvió de trampa y Tibulo se lee
y gusta y, durante tu principado, ya era conocido].
Octavio fue princeps Senatus desde el 28, por lo que cualquiera de las fechas que damos puede ser aceptable.
La distribución de las elegías sigue aproximadamente un orden cronológico, salvo la primera y la última: la décima presenta a Tibulo en la situación de acudir a la guerra por primera vez: nunc ad bella trahor (v. 12). Como la expedición de Mesala a la Galia debió de ser a finales del 31 a. C. o en el 30 a. C., esta composición debe fecharse por la misma época y considerarse la primera de la colección. En cuanto a la elegía primera, que es de carácter bucólico-amoroso, Tibulo debió de elegirla para encabezar la colección porque nos presenta una síntesis de todos los temas tratados a lo largo del libro. Además, en ella aparece Delia, personaje femenino que se erige en protagonista, de forma que se considera que debió de dar título al libro, siguiendo la moda helenística[278].
Creemos que A. Cartault y M. Planchont están acertados cuando establecen el siguiente orden para las elegías de Delia: 2, 3, 1, 5 y 6, manteniéndose así la secuencia cronológica: 10, 2, 3, 1,5, 6, 4, 7,8 y 9[279].
Los hechos ocurrirían así: en el año 31 a. C. Tibulo compone un himno a la Paz, cuando se prepara para formar parte de la cohors praetoria de Mesala, que marcha a la Galia para combatir a los aquitanos. De regreso a Roma el año 30, conoce a Delia y se entrega a su pasión, componiendo la segunda elegía a finales del 30 o el 29. Tras muchas dudas, decide seguir a Mesala a Grecia, pero cae enfermo en Corfú y compone la tercera, sin duda el 29. El mismo año escribe la primera, de vuelta a Italia. En años sucesivos redacta las dos siguientes, la 5.a y 6a. Después de la 6.a cesan sus relaciones con Delia y comienza con la cuarta el ciclo de Márato. La séptima es del año 27, fecha del triunfo de Mesala, y las dos últimas, octava y novena, deben de ser del 27 y 26.
2. EL LIBRO SEGUNDO
Lo podemos repartir en los siguientes ciclos:
A) Ciclo de Némesis, formado por las elegías 3, 4 y 6.
B) Ciclo de los amigos, formado por 1 y 5, dedicadas a Mesala y Mesalino, respectivamente, y la 2, dedicada a Cornuto.
Hay práctica unanimidad al considerar que las elegías siguen una ordenación cronológica. Desde el año 24 o 23, en que Tibulo escribiría la primera, hasta el 19, en el que pudo escribir la sexta.
Los problemas surgen a la hora de fijar la fecha de publicación del libro y comprobar si tal publicación tuvo lugar en vida de Tibulo o tras su muerte.
Hay una corriente crítica, que va desde Dissen y Gruppe hasta Sellar y Martinon, según la cual Tibulo no fue quien dio su acabado último a las elegías de este libro y que, en consecuencia, debieron de ser publicadas tras su muerte[280]. Otra comente, constituida entre otros por Heyne, Ulbrich y Némethy, considera que el propio Tibulo hizo la edición del libro: el año 24 a. C., según Heyne; el 24-23, según Ulbrich, y el 20-19, según Némethy[281]. ¿Y las imperfecciones? La respuesta más convincente es la de Ulbrich: las imperfecciones no se deben más que al estado defectuoso de los manuscritos.
El ya citado testimonio de Ovidio (Amores III 9, VV. 29-32, elegías publicadas en 19 o 18 a. C.), demuestra claramente que en estas fechas ya se conocían bien, si no todas, al menos la mayoría de las elegías dedicadas a Némesis, bien porque estaban ya publicadas o porque se las habían hecho llegar a Ovidio:
La obra de los poetas perdura, la fama de la guerra de Troya,
y las lentas telas destejidas, gracias al engaño nocturno.
Así Némesis tendrá dilatado renombre, así también Delia,
la primera, amor reciente; la segunda, su primer amor[282].
3. EL LIBRO TERCERO
Todas las obras que hoy forman el Libro III del Corpus Tibullianum debieron de circular sueltas en la Roma augústea, hasta que acabaron unidas al Tibulo auténtico, por la única razón de que todas se reconocían procedentes del círculo de Me sala. En la época de Suetonio, el Corpus estaba probablemente constituido en su totalidad, porque si la vida anónima de Tibulo se remonta a este historiador, es indudable que la frase epístolas quoque eius amatoriae quamquam breves omnino utiles sunt, alude a las de Sulpicia, composiciones de este libro que ciertamente son epístolas amatorias breves.
J. H. Voss[283] es el primero que, en 1786, expone el problema de la distinción entre el Tibulo auténtico y aquello que la tradición ha presentado con su nombre. A propósito del Libro III, y concretamente del ciclo de Lígdamo, el crítico rechaza terminantemente que sea obra de Tibulo. La mayoría de los filólogos latinos a partir de él consideran que no se debe tratar el tema de Tibulo sin distinguir lo auténtico de lo pseudotibuliano. En consecuencia, podemos resumir los resultados a que llegan los estudiosos de la siguiente manera:
- Todo el Libro III es de Tibulo, incluidas las elegías de Sulpicia.
- Nada es suyo.
- Sólo son suyas las últimas, que corresponden en nuestra edición a los números 19 y 20.
- Sólo son suyas las 8-12 y 19-20.
- No lo son las de Lígdamo y el Panegírico; las demás, sí.
- Sólo las de Lígdamo y 19-20.
- Suyas: Lígdamo, 8-12 y 19-20.
Por mi parte, me adhiero a este último grupo y sólo dejo fuera el Panegírico y las de Sulpicia (13-18).
3.1. Ciclo de Lígdamo
Lo componen seis elegías: las que llevan los números 1, 2, 3, 4 y 6 están consagradas a Neera; la número 5 está dedicada a sus amigos y, posiblemente, no pertenezca a la misma época que las restantes. Éstas, por otra parte, pueden seguir un orden cronológico.
Escalígero inicia la crítica tibuliana. Desde él hasta Heyne se ha considerado que las seis elegías integrantes del ciclo de Lígdamo correspondían al Tibulo joven. La dificultad para ellos y para nosotros la ofrece el v. 18 de la núm. 5 del ciclo: Cum cecidit fato consul uterque pari. La interpretación más aceptada de este verso mantiene que se está refiriendo al año 43 a. C., cuando murieron asesinados en Módena los cónsules Hircio y Pansa. Si Lígdamo es Tibulo y ésta es la fecha de su nacimiento, Tibulo tendría unos trece años cuando fue con Mesala a la guerra de Aquitania. Luigi Pepe ha dedicado un precioso libro al estudio de toda esta problemática. Allí analiza la poesía de Lígdamo y, aparte de hacer una revalorización estética de ella (con la que estamos de acuerdo y de la que nos ocuparemos en su momento), llega a las siguientes conclusiones:
a) Lígdamo y Tibullus maior tienen una serie de motivos y temas comunes.
b) Estos motivos y temas esbozados y tratados inicialmente por Lígdamo son recogidos y amplificados por Tibulo.
c) Lígdamo y Tibulo son el mismo poeta. Tibulo joven, que se firma con el seudónimo de Lígdamo, trata unos temas que luego amplifica y mejora.
J. H. Voss, como ya hemos señalado, inicia una corriente crítica de signo contrario. Partiendo de la dificultad por todos admitida que se refiere a la fecha de nacimiento, observa que Tibulo siempre escribe explícitamente su nombre y reserva los seudónimos para sus amantes. Lígdamo sería el verdadero nombre del poeta, probablemente un liberto de origen griego, nacido en el mismo año que Ovidio. (Éste señala la fecha de su nacimiento con el mismo verso que Lígdamo[284]).
Tras Voss se han dado todas las identificaciones posibles. Según Obeke, Lígdamo es Casio de Parma; Gruppe, después de demostrar que Ovidio imita a Lígdamo, identifica a Lígdamo con Ovidio joven. Esta tesis ha tenido éxito y Radford le ha dado impulso con buenas argumentaciones de tipo filológico[285].
G. Doncieux inicia una hipótesis que ha asumido la escuela francesa: Lígdamo sería el hermano de Ovidio, nacido el mismo día de un año antes, con lo que natalis debe interpretarse como día de cumpleaños, día de aniversario del nacimiento. Esta hipótesis la acepta con convencimiento M. Planchont[286].
Hoy por hoy, y tal como están las cosas, sigue siendo un enigma la identidad de Lígdamo. No sabemos si con este nombre existió una persona que formó parte del círculo de Mésala, o bien si bajo tal seudónimo se oculta Tibulo, Ovidio, su hermano o cualquiera. Queremos dejar testimonio de nuestra simpatía hacia la tesis que mantiene Luigi Pepe, aunque no nos acaban de convencer sus últimas argumentaciones para llevar la fecha de nacimiento de Tibulo al año 66 a. C.
3.2. El Panegírico de Mesala
Es una amplia composición de 211 hexámetros, dirigida a Mesala para felicitarle con motivo de su consulado, asumido con Octavio el año 31 a. C.
Comúnmente se acepta también esta fecha como la de composición, pues el autor habla de la carrera militar de Mesala hasta comienzos de su consulado; todas sus aventuras posteriores son hiperbólicas, fruto de predicciones que, naturalmente, no podían cumplirse. En cuanto al problema de autor, tenemos, entre muchas otras, la tradicional atribución a Tibulo que comparte A. Rostagni[287] y la de la asignación a Propercio de Némethy[288].
Nos parecen poco importantes las coincidencias biográficas con Tibulo: la pérdida de parte de su rica hacienda, mencionada en los versos 183-189, es un hecho común con las gentes de su generación, y muchas las diferencias de estilo con el Tibullus maior. Así, las amplias y numerosas digresiones mitológicas, causa principal de la atribución de Némethy a Propercio, las vergonzantes adulaciones a Mesala, en contraste con la naturalidad con que Tibulo siempre se dirige a él, la falta de destreza y gracia, la hinchazón retórica, etc. Quien lea los últimos versos del poema, sabe de sobra que este poeta principiante no pudo llegar a nada.
Sin duda, debió de componerlo alguien allegado al círculo de Mesala. Quien editase la colección, al descubrirlo en sus archivos, lo colocó en lugar destacado para señalar que la figura de Mesala fue la animadora de todos estos poemas.
3.3 El ciclo de Sulpicia
O. F. Gruppe fue el primero en darse cuenta de que este ciclo (8-18) debe subdividirse en dos: 8-12 y 13-18. El segundo grupo lo forman seis auténticas epistulae amatoriae, a las que, más que cartas, denominaríamos notas o billetes amorosos[289].
En forma de diario, se va marcando una serie de vicisitudes amorosas protagonizadas por una mujer que se llama a sí misma Serui filia Sulpicia (16, 4). Esta Sulpicia ha sido perfectamente identificada como hija de Servio Sulpicio Rufo y de Valeria, hermana de Mesala. Huérfana de padre, su tío sería para ella un tutor excesivamente preocupado, como cuenta en III 14, 5: nimium Mesala mei studiose. Con independencia de los que, como Rostagni, quieren que Tibulo sea el autor de todo el ciclo[290], la línea de investigación más atinada sería la que acepta a Sulpicia como autora de este grupo de epístolas y que considera que, enviadas todas ellas a un poeta de prestigio como Tibulo, éste transforma las 8-12, convirtiéndose la misma apasionada historia de amor en una obra sobria y delicada. Este poeta deja hablar en dos de ellas, la 9 y la 11, a la misma Sulpicia, pero en un tono menos espontáneo que en sus propias cartas. K. F. Smith[291] defiende entusiasmado la idea de una poetisa en la época de Augusto y multiplica los argumentos en favor de esta tesis. Vamos a recoger los que nos parecen más convincentes y a aportar las observaciones personales que nos ofrece la lectura directa.
Comienza Smith destacando el carácter de billetes amorosos, dirigidos al propio Cerinto y no destinados a su publicación que tienen los poemas de Sulpicia (13-18). Después nos habla de su sencillez, falta de afectación y de su apasionamiento, para desechar a continuación la excesiva importancia que se ha dado en estudios precedentes al carácter arcaizante de su lenguaje, como corresponde a los círculos femeninos que, según Cicerón, conservan incorruptam antiquitatem, a causa de que las mujeres, «al estar apartadas de las conversaciones generales, retienen siempre lo que aprendieron primero».
Continúa Smith insistiendo en que el contenido del epigrama 18 es la mejor prueba de que lo escribe una mujer, hasta el punto de que sus dos últimos versos ocuparían, al menos, un capítulo en una novela psicológica moderna. Por último, señala el 16 como propio de una mujer romana de elevado nivel social, que a duras penas contiene su indignación ante su orgullo herido por la traición de su amante con una esclava.
Aceptamos también su ordenación cronológica y psicológica: 14, 15, 17, 18, 16 y 13.
Por mi parte, juzgo oportuno añadir que, si partimos de la hipótesis de una mujer escritora en la Roma de su tiempo, parece lógico que, cuando se ha llegado al nivel cultural que supone la composición de estos versos, se produzca una rebelión contra la hipócrita moral «burguesa» del momento, y ésta se dé con la fuerza con que lo hace en las epístolas amorosas y en los dos poemas de «la guirnalda» en que Tibulo, o el poeta que sea, le deja hablar en primera persona.
Están inquietos por mí aquéllos cuyo principal motivo de dolor es éste: no vaya yo a entregarme a un lecho desconocido (16, 5-6).
Es decir, Sulpicia se indigna porque no se escandalizan de que se entregue a un hombre, sino porque se entregue «a un cualquiera».
Los dos poemas primeros en el orden de Smith, 14 y 15, son dos gritos: el primero, de coraje, porque su tutor la obliga a marchar al campo y se pierde la fiesta de cumpleaños de su amante; el segundo, de alegría, porque ha logrado lo que quería, quedarse en Roma en la fiesta. A cualquier contemporáneo que tenga hijas, estos versos le pueden parecer escritos «aquí y ahora».
Pero es el 18, desde luego, el que revela como ningún otro el aturdimiento y la zozobra de una mujer enamorada con poca experiencia, consciente de la pasión que despierta en su amante sin llegar a entregarse, pese a sus deseos. El 13, que lógicamente es el último, descubre la satisfacción del amor gozado con una franqueza tal: «me gusta haber cometido esta falta, componer mi rostro por mi reputación me asquea», que haría las delicias de nuestras feministas actuales. ¿Puede haber algo más moderno, más actual en todo el corpus que estos epigramas de Sulpicia?
En cuanto a la identificación de Cerinto con el Cornuto destinatario de la elegía II 2, y también citado en la II 3, no parece haber graves inconvenientes. Aparte de que sería un argumento más para hacer de Tibulo el autor de la novela amorosa de sus dos amigos, Cornuto y Sulpicia; es bueno que esta novela, frente a las demás de su colección, acabe en «happy end», pues se cita expresamente a la mujer de Cornuto en la 2. Después de unos borrascosos amores de juventud, se llegaría a una larga y feliz vida matrimonial, como sin duda se merecían estos dos simpáticos personajes.
3.4 El ciclo de la puella
Lo forman dos poemas, una elegía amorosa de veinticuatro versos y un epigrama de cuatro. Se ha creído durante mucho tiempo que inauguraban un más extenso ciclo que quedó interrumpido.
Por otra parte, la unanimidad es casi total en su atribución a Tibulo. A. Cartault, como un hito en la tradición crítica, identifica esta puella innominata con la Glícera de Horacio en Odas 1 33[292].
LAS «NOVELAS DE AMOR» DE LOS TRES LIBROS
En el Corpus Tibullianum se dan las siguientes «novelas de amor»:
Libro I:Tibulo-Delia.
Tibulo-Márato.
Libro II:Tibulo-Némesis.
Libro III: Lígdamo-Neera.
Sulpicia-Cerinto.
Tibulo-puella innominata.
Lo primero que llama la atención es que todas estas historias amorosas se reducen a un solo argumento, común a todas ellas: el de un pareja muy enamorada que vive una aventura que es interrumpida por un tercero en discordia; quien cuenta la aventura sufre de despecho, de celos, etc. Por último, se puede sospechar la separación de los amantes. Si examinamos la estrofa que Horacio le dedica a Tibulo en la Oda I 33, y en la que cuenta su amor por Glícera, vemos que es el mismo argumento celular que origina todas «las novelas de amor» del libro[293]; en definitiva, es el núcleo central que produce todas las historias amorosas de la lírica elegiaca, pero resulta curioso comparar los elementos positivos y negativos, que contribuyen a favorecer o a interrumpir el idilio amoroso de las distintas «novelas». Se observa un entramado de semejanzas y diferencias, por otra parte, típico del estilo de Tibulo y común con las elegías no propiamente eróticas.
Elementos positivos de Tibulo-Delia: el campo, la madre, la magia y el vino.
Elementos negativos: el dinero, la lena y la enfermedad (muerte evocada) de quien canta.
Elementos positivos de Tibulo-Némesis: la hermana.
Elementos negativos: el dinero, la lena y el campo.
Elementos positivos de Tibulo-Márato: la magia.
Elementos negativos: el dinero y la alcahuetería. (Tibulo ha hecho de leño con Fóloe y Márato).
Elementos positivos de Lígdamo-Neera: la madre, el padre y el vino.
Elementos negativos: la enfermedad-muerte y el dinero.
Elementos positivos de Sulpicia-Cerinto: la belleza.
Elementos negativos: la caza, la enfermedad de Sulpicia, que es quien canta, la timidez de Cerinto, el campo y la esclava meretriz.
No cabe comparar la historia de Tibulo-puella, porque contiene exactamente la historia celular, la misma que la fábula de Tibulo y Glícera tal como nos la cuenta Horacio. (Ya hemos dicho anteriormente que esta Glícera se ha identificado con la puella).
Hay elementos positivos comunes entre las historias de Tibulo-Delia y Lígdamo-Neera: la madre y el vino, entre Tibulo-Delia y Tibulo-Márato: la magia. Elementos negativos comunes. El dinero es común prácticamente en todas, menos en Sulpicia-Cerinto; la alcahuetería, en Tibulo-Delia, Tibulo-Má rato y Tibulo-Némesis; la enfermedad (muerte), en Tibulo-Delia y Lígdamo-Neera; el campo, en Tibulo-Némesis y Sulpicia-Cerinto.
En consecuencia, existe una gran confluencia en las historias de amor de Tibulo-Delia, Tibulo-Márato, Tibulo-Némesis y Lígdamo-Neera. Es más, la coincidencia de elementos positivos es destacable en las historias de juventud de Tibulo-Delia y de Lígdamo-Neera. La más ajena parece la historia de amor de Sulpicia-Cerinto; cosa lógica, porque posiblemente sea la más real y la menos personal de Tibulo. Además, si Tibullus maior nos indica el «happy end» de esta historia, es lógico que sea la más extraña al resto.
Queda apuntar que el campo es un elemento negativo en Sulpicia-Cerinto, historia de primera juventud escrita por una mujer urbana, la más real, y en Tibulo-Némesis, historia crepuscular, de renuncia de ideales.
LA POESÍA DE TIBULO
A la hora de ocupamos de la poesía de Tibulo, de la poesía del primero de los elegiacos latinos, por decirlo con palabras de Quintiliano, conviene, antes, desarrollar en un sentido diacrónico el concepto del género elegía.
La elegía[294] se conoce en Grecia desde el s. VII a. C. y el primero de sus rasgos era el ser cantada con acompañamiento de un flautista que tocaba la doble flauta. En su origen se manifiesta como un género popular y era corriente que, además de los poetas, personas de cierta cultura escribiesen pequeñas elegías, los epigramas. Su metro más corriente era el dístico elegiaco y su temática, muy amplia: exhortación de la guerra, del amor, de los banquetes. Se usaba también para himnos, para trenos o cantos de duelo e, incluso, para la sátira.
En el s. VI, el término élegos era usado en el sentido de canción de duelo. La elegía fue capaz de absorber el treno con fines literarios. Entre los primeros cultivadores destacaremos a Arquíloco, a Semónides, a Solón y a Mimnermo.
En los ss. V-IV, escritores como Esquilo y Sófocles, y, en los umbrales del helenismo, Antístenes, cultivan también la elegía. Teócrito y Calimaco, Filetas y Hermesianacte, pueden completar el cuadro de elegiacos griegos con la advertencia de que los azares de la transmisión textual han maltratado la poesía elegiaca helenística.
Quintiliano (I. O X1, 93) sostiene lo siguiente: elegía quoque Graecos prouocamus, «también rivalizamos con los griegos en la elegía». Es decir, frente a otros géneros como la sátira, en que era proverbial la originalidad romana sobre la griega, aquí considera Quintiliano que no se trata más que de una emulación frente a Grecia.
Va a ser la crítica moderna la que descubrirá la originalidad de la elegía de los romanos. Lo diremos con las palabras de K. Büchner: «con los elegiacos latinos aparece en escena un género de poesía enteramente nuevo en la cultura europea: la poesía subjetiva del amor[295]». Los poetas latinos se muestran en las mismas situaciones emocionales que los héroes de la poesía helenística, transformando la elegía objetiva griega en elegía subjetiva.
Poesía amorosa subjetiva se ha dado en Grecia a través del epigrama helenístico, sobre todo; y personajes de la Comedia Nueva descubren sus penas amorosas. Sin embargo, cuando Teócrito quiere pintar a un hombre esclavo de su pasión amorosa acude a un personaje rústico, como el pastor de su Serenata (Idilio III) o el cíclope Polifemo (Idilio XI). Fr. Klingner[296] nos ha hecho ver con claridad que, tanto en el teatro como en la lírica, estas grandes pasiones son propias de las mujeres y que, además, corresponde a Catulo el mérito de transferir al hombre lo que hasta su época correspondía a la mujer. Es más, ha llegado a ser él mismo quien ame sin ninguna reserva, quien sufra, y su amada se ha convertido en el ser superior, soberano, en la domina que hace al poeta víctima de sus caprichos[297].
Se han considerado como las primeras elegías de la literatura latina los poemas 65, 68, 76 y 99 de Catulo, sobre todo el 68, donde se dan sus características fundamentales: el subjetivismo y el empleo de los mitos subordinados a los elementos de la narración del yo del poeta, esto es, los mitos en la poesía elegiaca latina explican el material erótico subjetivo en contra de la tradición griega que establecía precisamente lo contrario: el material erótico de la poesía helenística debía estar estructurado de forma que apareciera subordinado a los elementos narrativos del mito.
En resumen, las dos principales aportaciones de Catulo, absolutamente originales son: el ego amoroso del poeta y la subordinación a éste de los elementos míticos narrativos.
De Galo es muy poco lo que queda[298], pero el hecho de que Virgilio presente a Galo en su Bucólica X contestándole con palabras de sus propias elegías ha dado ocasión a que investigadores como F. Caims[299] se atrevan a enumerar características de su poesía que heredarán los elegíacos posteriores. Así, Galo pudo incrementar el subjetivismo que se daba en las elegías de Catulo; pudo tratar temas diversos, no exclusivamente amorosos; pudo haber sido también el primer poeta que escribió libros de elegías subjetivas y objetivas a la manera helenística. Tibulo y Propercio adaptarían esta tradición a las peculiares características de su propio estilo.
Al contrario de lo que hizo Propercio, Tibulo no fue capaz de introducir aires de originalidad en todo el material erótico y bucólico que la tradición le aportaba. Lo que sí logró, con no poca habilidad, fue crear una forma de composición que le permitiese expresar lo que pretendía; y debemos reconocer que resultó perfecta para él. Sus elegías constan de una serie muy limitada de temas: amor, naturaleza, religión… (no son los únicos, pero sí los más importantes), que repite una y otra vez, en medio de una variedad y un interés logrados a base de cambiar la forma de combinarlos. Todo ello bajo una óptica de unidad, que consigue al estar presente siempre su autobiografía en forma de reflexión mental. El yo tibuliano da unidad a los dos libros y va ofreciendo situaciones variadas para dar frescura, espontaneidad y novedad a sus temas, que, en realidad, son siempre los mismos.
El amor tibuliano es una creación que contrarresta la realidad externa. Cuanto más lejano y más soñado es, resulta más pacífico y sereno. Cuanto más real y vivido, se muestra más doloroso. El amor de Delia es predominantemente tierno; el de Némesis, más apasionado. A medida que avanza la redacción de las elegías, los episodios amorosos —incluido el de Márato— se vuelven más realistas y desesperanzados[300].
Quisiéramos también destacar el toque de modernidad representado por el hecho de que en la poesía de Tibulo la presencia de la amada se asocie a la naturaleza, de forma que podemos descubrir pormenores en los que la paz amorosa aparece enfrentada a una naturaleza desapacible.
¡Cómo me gusta oír acostado los furiosos vientos
y estrechar a mi amada en tierno abrazo
o, cuando el austro invernal ha derramado sus aguas heladas,
prolongar seguro el sueño con la ayuda del gotear de la lluvia!
(I 1, 45-50)
La naturaleza en la poesía de Tibulo es una naturaleza no paradisíaca, sino concebida como asilo para el atareado hombre de ciudad. Como el amor, el campo aparece soñado frente a la vida militar. La Edad de Oro, evocada una y otra vez, y siempre asentada en los campos, es una demostración de lo mucho que tiene su naturaleza de experiencia literaria. No queremos decir con esto que Tibulo oculte las vivencias personales de su vida en el campo: así, toda la II 1, es una demostración de que el poeta está empapado de costumbres campesinas que conoce como nadie; de igual modo, la evocación de su infancia en el campo en la I, 10 (15 s.), asociada a los humildes dioses, es un prodigio de sinceridad y ternura:
Lares… vosotros mismos me habéis criado
cuando, yo, un niño, corría delante de vuestros pies.
Lo que sucede es que la naturaleza es un recurso, como el amor, para oponer y contrarrestar todos los sinsabores de la vida cotidiana; cuando las guerras civiles le aterran, cuando el amor le abandona, el poeta siempre se protege con una naturaleza o con un amor idealizados.
Tibulo es enormemente sincero al cantar el culto de los sencillos y antiguos dioses del campo, de los Lares familiares o del Genio, una divinidad típicamente familiar; todos estos dioses sencillos y humildes encuentran un eco especial en su alma. Los grandes dioses sólo se cantan en las elegías que presentan la solemnidad de los himnos. Venus, con características muy originales creadas por Tibulo, portadora de la inmortalidad para sus fieles, está cargada de resonancias esotéricas; y, por otra parte, los dioses orientales, Isis y Osiris, no son más que el tributo que debe pagarse al momento histórico y a las doctrinas helenísticas: no olvidemos advertir la clara delimitación marcada por el poeta entre los dioses romanos vinculados a él y los orientales, unidos principalmente al mundo femenino.
Se ha llegado a decir que Tibulo es un poeta helenístico y, para no olvidarlo, conviene pasar revista a sus muchas fuentes alejandrinas, que volveremos a recordar en su momento: Calímaco, Teócrito, autores de la Antología Palatina, Baquílides, Apolonio, etc. El Himno 2 de Calímaco, dedicado a Apolo, está presente en fondo y forma en numerosas elegías. Baste recordar los siguientes: II I, II 3, y II 5. El como, canción de cortejo o serenata, cuyo ejemplo más característico es el de Polifemo en el Idilio XI de Teócrito, aparece en las elegías I 2,1 5, II 6, etc. El paraclausítiro o canción ante la puerta cerrada de la amada, con sus característicos lugares comunes —el no volver más, el suicidio y el rechazo con frases altivas—, se encuentran en Asclepíades y en Meleagro, autores de la Antología, y en las elegías de Tibulo I 2, I 5, y II 6. Es indudable que Tibulo recibe la influencia que este género había tenido en la propia literatura latina, con gran éxito por cierto[301]. El propémptico o canción de despedida, con sus topoi de viaje por tierra y/o por mar y sus motivos contrastados amor-paz-guerra, lo tenemos en I 3, II 6, sacados de la literatura griega y renovados en Roma, como lo demuestra la famosa Oda 3 del Libro I de Horacio.
Hay, además, imitación de recursos formales, como en la composición anular o Ring-Komposition, que podemos detectar en las elegías I 5, II 2, II 5, etc. Las técnicas de flash-back, de anticipación, de digresión, de transición abrupta, de asimilación por semejanza o por contraste, las variationes sintácticas, etc., son típicamente helenísticas y de constante presencia en Tibulo.
También en lo que se aparta del helenismo es, por cierto, muy abundante. No vamos a repetir lo dicho respecto las notas originales de la elegía latina. El barroquismo en el uso y abuso del material mitológico, que se da en Calimaco, por ejemplo, y que luego vemos en Propercio, en Tibulo ha desaparecido y es precisamente esto lo que hace a nuestro autor tan moderno y asequible a lectores de cultura media. Hay un equilibrio perfecto, que podíamos llamar clásico, entre cultura y espontaneidad, entre fantasía y arte, que constituye para nosotros su mayor originalidad. Tibulo huye de todo exceso. Así sucede con las expresiones crudas, excesivamente realistas, que podemos ver, como ejemplo, en su vocabulario erótico: hay referencias al sexo, pero no usa palabras concretas, las que la educación tradicional ha tachado de groseras. Explota en estas ocasiones la mayor polisemia de los lexemas latinos: así, emplea gaudia por «l’orgasmo» en la traducción de Della Corte[302], operum uices por «I suoi congiungimenti amorosi», mouet por «ti eccita», quot teneatue modis por «e in quanti posizioni la gode», etc. Vemos, así, que nuestro autor restringe deliberadamente su vocabulario: los adjetivos que más se repiten son tener, mollis, placidus, etc., y los verbos parcere, abstinere, fingere… Los grecismos y los diminutivos son escasos.
Armonía, tono plácido, contenido, melancolía, limpieza y elegancia; pero todo ello iluminado por una sutil ironía, un humor finamente corrosivo, que no explota en carcajada y que descubre el desencanto de un hombre[303].
LA TRANSMISIÓN DEL TEXTO
El texto del Corpus Tibullianum con sus tres libros, tal como lo presentamos en esta edición traducida, se ha reconstruido teniendo en cuenta, sobre todo, dos manuscritos: A = Ambrosianus, del s. XIV, que como su nombre indica, se encuentra en la Biblioteca Ambrosiana de Milán; y V = Vaticanus, de comienzos del s. XV. Los dos derivan de un mismo arquetipo O, del que proceden probablemente todos los códices conservados en la actualidad, de un valor muy inferior al de A-V, porque han sido interpolados por los humanistas del s. XV.
Hay otras fuentes que merecen mencionarse, como F = Fragmentum Cuiacianum, llamado así por su dueño, el famoso jurista Cuias, (1522-1590). Después pasó a Escalígero y luego se perdió. Desgraciadamente, sólo contenía desde III 4, 65, hasta el final.
Además, están los excerpta y florilegio medievales. En primer lugar citaremos los Excerpta Frisingensia, que se encuentran en un manuscrito del s. XI llamado Codex Monacensis= M (en la edición de Hiller). También están los Excerpta Parisina en dos manuscritos: el Thuaneus = th, del s. XIII, que perteneció a Thou, y el Nostradamensis = n, del s. XIII también y del mismo dueño. A continuación vienen los manuscritos inferiores (deteriores) o Itali (q), los ψ de Postgate, que son numerosos. Podemos destacar: el Guelferbytanus = g de Postgate, del s. XV, y el Líber Cuiacianus, utilizado por Escalígero, del XV también, perdido durante mucho tiempo, pero encontrado por A. Palmer en 1876. Postgate lo utiliza en más de una ocasión.
También hay que tener en cuenta el testimonio de los gramáticos como Carisio y Diomedes.
NUESTRO TRABAJO
Está claro que, en períodos de incertidumbre y confusión, lo mejor es volver a los clásicos, griegos, latinos y españoles del Siglo de Oro. Nunca agradeceré lo suficiente a la Biblioteca Clásica Gredos que me haya confiado a Tibulo para darme nuevos alientos en mis estudios
En la selva bibliográfica tibuliana cualquiera puede perderse, pero me han servido de guía: Smith, Alfonsi, Planchont, Della Corte, Cairns y Otón, principalmente.
Al grupo de amigos que me ayudaron con ocasión del Apéndice Virgiliano nos alcanzó «como el rayo» la muerte de M.a C. Sanmillán, que ya había estudiado a Tibulo con talento y devoción. Sin embargo, han redoblado su entrega y aciertos los Profs. José González, Salvador Núñez, Leonor Pérez y Rafael Rodríguez Marín. Gracias una vez más.
Granada, diciembre de 1990.