1

Todos los presentes guarden silencio[389]: purificamos mieses y campos, según el rito transmitido desde nuestros lejanos abuelos. Baco, ven y que cuelgue de tus cuernos uva madura. Y ciñe tus sienes de espigas, Ceres. En día festivo descanse la 5 tierra, descanse el labrador y, colgado el arado, cese el duro trabajo. Desatad las coyundas de los yugos: ahora junto a pesebres repletos deben estar los bueyes con su testuz coronada de flores. Cúmplanse todas las prácticas religiosas en honor del dios. Ninguna mujer ose echar mano a la tarea de la lana que 10 tiene por hilar. A vosotros también os mando alejaros; apártese de los altares aquel al que anoche gozos le ofreció Venus. La castidad agrada a los dioses: con vestido puro venid y con manos puras tomad agua de la fuente. Observad cómo acude a los 15 altares resplandecientes el cordero consagrado y detrás la gente de blanco, ceñidos sus cabellos de olivo. Dioses de mis antepasados[390], purificamos los campos, purificamos a los campesinos. Vosotros apartad desgracias de nuestros linderos. Que el 20 sembrado no frustre su cosecha con malas hierbas, no se asuste la cordera, siempre rezagada, de los veloces lobos. Entonces, vestido de limpio el labrador y confiando en sus campos colmados, echará gruesos leños a la hoguera ardiente, y el tropel de esclavos, buena señal de un colono opulento, jugará y, de25 lante, construirá cabañas de ramas. Mis preces serán escuchadas; ¿No ves cómo en las propicias entrañas la fibra mensajera señala unos dioses apacibles?

Ahora traedme ahumado falerno de la época de un antiguo cónsul[391] y a un jarro de Quíos quitadle el precinto. Que el vino 30 alegre el día: en una fiesta emborracharse no es vergonzoso, ni andar de un lado para otro con pies vacilantes. Cada uno diga al brindar: «Mesala, a tu salud» y el nombre del ausente repítanlo las palabras de todos. Mesala, famoso por sus triunfos sobre los pueblos de Aquitania, cuyas victorias otorgan destacada honra a 35 sus intonsos abuelos. Ven aquí e inspírame, todo el tiempo que con mi canto se rinde agradecimiento a los dioses del campo.

Yo canto los campos y a sus dioses. Bajo su magisterio, los humanos dejaron de saciar su hambre con bellotas. Ellos enseñaron por primera vez a trabajar vigas de madera y a recubrir 40 su pequeña choza de verde ramaje. Incluso se dice que ellos fueron los primeros en someter a los bueyes y en colocarle ruedas al carro. Entonces desaparecieron los frutos silvestres; entonces se plantaron los árboles frutales; entonces bebió el huerto fértil aguas de riego; entonces la uva dorada ofreció su 45 mosto, que hicieron brotar los pies, y se mezcló con el vino que da seguridad el agua sobria. Los campos ofrecen sus mieses cuando en el abrasador sol del estío, todos los años, la tierra abandona sus cabellos amarillentos. En el campo, en primavera, la abeja, liviana, llena su estómago de zumo de flores para colmar, afanosa, de dulce miel sus panales. Un labrador harto 50 del continuo trabajo del arado fue el primero en cantar rústicas tonadas, con ritmo cierto, y, tras la comida, en modular con una caña seca una melodía para entonarla ante los dioses engalanados. Baco, un labrador también teñido de rojo minio guió 55 el primero coros de danza, todavía inexpertos. Se le ofreció un magnífico regalo del establo colmado, un macho, guía del rebaño, una forma de acrecentar sus pobres recursos. En el campo, en primavera, un joven hizo, por primera vez, una corona de flores y la colocó sobre los antiguos Lares. En el campo 60 también, dispuesta a dar trabajo a las tiernas jóvenes, la oveja lustrosa lleva en su lomo suave lana. De aquí arranca el trabajo de la mujer, de aquí el copo y la rueca y el huso que hace girar la labor con el impulso del pulgar. Una tejedora que atiende la 65 tarea de una Minerva sin tregua entona una canción y resuena la tela por el toque del peine en los bordes. Cupido mismo también se dice nacido en medio de los campos, entre rebaños y yeguas salvajes[392]. Allí se ejercitó, por primera vez, con el arco 70 todavía no dominado. ¡Ay de mí! ¡Qué diestras manos tiene él ahora! Y no busca los ganados, como antes. Se ufana de clavar flechas en mujeres y de domar varones osados. Es él quien arrancó sus riquezas al joven; él quien ordenó al viejo pronunciar palabras vergonzosas ante el umbral de una mujer airada. 75 Bajo su dirección, burlando con sigilo a los porteros dormidos, sola la joven en medio de la oscuridad de la noche llega junto al amante y con sus pies tantea el camino, tensa por el miedo. Sus manos antes exploran las oscuras calles. ¡Ah! ¡Desgracia80 dos aquéllos a quienes este dios ferozmente ataca! Dichoso en cambio aquél a quien suavemente sopla un plácido Amor.

Dios puro, ven al banquete festivo, pero depón tus flechas y aleja de aquí, por favor, tus antorchas ardientes. Vosotros cantad al dios famoso, invocadle en favor del ganado: en favor del ganado en alta voz, en secreto cada uno invóquelo para sí, 85 o más bien cada uno para sí en alta voz, pues los gritos de burla de la gente y el sonido de la curvada flauta de Frigia[393] producen mucho raido.

Jugad: ya la Noche[394] unce sus caballos y acompañan al carro de su madre las brillantes estrellas con alegre danza y de90 trás llega silencioso, ceñido de alas oscuras, el Sueño y con pie inseguro las Pesadillas.

2

Pronunciemos palabras de fiesta: el dios del cumpleaños[395] se acerca al altar. Todos los presentes, hombres y mujeres, guarden silencio. Quémese piadoso incienso en la lumbre, quémense los perfumes que el blando árabe envía de su rico país. El propio Genio acuda a contemplar sus honras; flexibles guir5 naldas le adornen su sagrada cabellera. Sus sienes rezumen gotas de nardo puro y quede saciado de torta y embriagado de vino. Concédate, Cornuto[396], todo lo que pidas. Ea, ¿por qué va10 cilas? Él lo consiente: pídele.

Desearás, me imagino, el amor fiel de tu esposa. Creo que los propios dioses lo han decretado ya. Lo preferirás a todos los campos que por el mundo entero un fuerte labrador pueda arar con buey robusto y a todas las perlas que se crían en las 15 Indias felices, por donde enrojece la ola del mar de Oriente.

Tus deseos se cumplen. Ojalá vuele Amor con sus alas resonantes y a vuestro matrimonio traiga cadenas de oro; cadenas que duren siempre, hasta que la lenta vejez marque arrugas y encanezca los cabellos. Que llegue ésta, dios del cumplea20 ños, otórgueles a los abuelos nietos y juegue ante tus pies un tropel de niños.

3

El campo y sus cortijos, Cornuto, retienen a mi amada; ay, ay, de hierro es quien se queda en la ciudad. Venus en persona se ha trasladado ahora ya a los dilatados llanos, y Amor apren5 de toscas palabras de labrador. Si yo lograra ver a mi dueña, con qué esfuerzo cavaría allí con el pesado azadón el fértil suelo, y como un labrador seguiría tras el corvo arado, mientras los estériles bueyes aran el campo para la siembra. Y no 10 me quejaría de que el sol tostara mi delicado cuerpo, ni de que afeara mis tiernas manos una ampolla reventada.

También llevó a pastar los toros de Admeto[397] el hermoso Apolo. Ni la cítara, ni sus cabellos sin cortar le ayudaron, ni pudo curar sus afanes amorosos con hierbas medicinales: todo cuanto había en el arte de la medicina, lo había vencido Amor. El propio dios se habituó a hacer salir de los establos a las vacas <***> y enseñó a mezclar el cuajo con leche reciente y que 15 esta leche se espesara con la mezcla. Entonces se tejió una canastilla con flexible mimbre de junco y por las junturas se producía un estrecho resquicio para el suero. ¡Oh, cuántas veces, dicen, mientras llevaba por los campos un ternero, enrojeció su hermana[398] al encontrárselo! ¡Oh, cuántas veces, mientras can20 taba en el fondo del valle, se atrevieron las terneras a interrumpir con mugidos sus doctos cantos! Con frecuencia los generales llegaron a consultar sus oráculos ante la incertidumbre de sus empresas. Vino también decepcionado el pueblo en masa de los templos a sus casas. Con frecuencia se dolió Latona[399] al ver erizados sus sagrados cabellos, que la misma madrastra había admirado antes. Todo el que viera su cabeza sin adornos y sus cabellos en desorden, se preguntaría si aquélla era la cabe25 llera de Febo. ¿Dónde está ahora tu Delos?, Febo; ¿dónde la pítica*[400] Delfos? Por cierto que Amor te obliga a vivir en pequeña choza. Dichosos los tiempos en que se cuenta que los 30 eternos dioses no se avergonzaban de ser esclavos de Venus sin disimulos. Ahora él es objeto de habladurías, pero quien sufre de afanes amorosos por una joven prefiere ser objeto de burlas a ser un dios sin amor.

Pero tú, quienquiera que seas, a quien un Cupido de fruncido ceño ordena que tu campamento se instale en mi casa <***>. Estos siglos de hierro no alaban a Venus, sino el botín y, 35 sin embargo, el botín ha traído consigo muchas desgracias. El botín ciñó de discordes armas a ejércitos salvajes; de aquí proceden la sangre, los asesinatos y la muerte cada vez más cerca. El botín ordenó multiplicar los peligros a un mar agitado, cuando a unas naves inseguras les añadió espolones de 40 guerra. El ambicioso arde en deseos de vallar inmensos llanos para hacer pastar muchas yugadas de terreno por rebaños de innumerables ovejas. Hay quien se afana por el mármol extranjero y en medio del ajetreo de la ciudad se hace transportar una columna por mil yuntas de robustos bueyes, hasta lograr 45 que un dique le cierre el mar desenfrenado, para que dentro el pez no se cuide indolente de las amenazas del invierno, próximas ya[401]. En cuanto a mí, prolonguen mis alegres banquetes las copas de Samos y la arcilla pastosa moldeada por el torno de Cumas[402].

Ay, ay, estoy viendo que con los ricos gozan las jóvenes. 50 Vengan ya los frutos del robo, si Venus desea riquezas, para que mi Némesis nade en lujo y por la ciudad camine digna de admiración con mis regalos. Lleve ella vestidos finos que tejió 55 y bordó con hilos de oro una mujer de Cos[403]. Acompáñenla negros que la India tuesta y ennegrece el fuego del sol, al aproximar sus caballos. Ofrézcanle a porfía sus selectos colores: Africa, el escarlata; el púrpura, Tiro. Conocido es todo lo que hablo: ahora reina en ella el mismo a quien muchas veces obli60 gó a llevar sus pies enyesados el estrado de esclavos extranjeros[404].

En cuanto a ti, mala cosecha, que te llevas a Némesis de la ciudad, sin garantía alguna te devuelva la tierra las semillas. Y tú, tierno Baco, sembrador de la alegre uva, tú también, deja, Baco, los malditos lagares. No impunemente se puede escon65 der a las hermosas en tristes campos. No valen tanto tus mostos, padre. ¡Crezcan las cosechas, con tal de que no estén en el campo las jóvenes! Sea la bellota alimento y, según la antigua costumbre, bébase agua. La bellota alimentó a nuestros antepasados y por doquier siempre amaron. ¿Qué daño produjo no te70 ner los surcos sembrados? Entonces a cuantos Amor tocaba con su soplo ofrecía abiertamente gozos en valle umbrío una Venus suave. No había vigilantes, ni puerta dispuesta a mantener fuera a los dolientes. Si es lícito, por favor, costumbres de otro tiempo, volved <***>. Los cuerpos sin cuidado cúbranse de 75 pieles. Ahora, si la mía está encerrada, si la posibilidad de verla es escasa, ay, desdichado, ¿de qué me sirve una toga suelta? Conducidme allí: a la orden de mi dueña araremos los campos. No me niego a las cadenas y a los golpes.80

4

Aquí veo preparadas para mí esclavitud y dueña. De ahora en adelante, libertad de mis padres, adiós. Bien triste es la esclavitud que se me otorga; estoy sujeto con cadenas y nunca a mí desdichado sus ataduras afloja Amor. Me quema sin preo5 cuparse de mi falta o de mi inocencia. Me estoy quemando. ¡Ay, aparta, niña cruel[405], tus antorchas! ¡Oh, si pudiera yo no probar tales dolores, hasta qué punto preferiría ser roca en heladas montañas o elevarme escollo, expuesto a los furiosos vientos, que azota la ola del vasto mar, quebrantados de na10 ves! Ahora amargo me es el día y más amargas las sombras de la noche. Todas las horas están empapadas de funesta hiel.

De nada sirven mis elegías, ni Apolo, inspirador de mi canto. Ella siempre me exige dinero con el hueco de su mano. 15 Alejaos, Musas, si no aprovecháis a un amante. Yo no os venero porque haya guerras que cantar, ni describo los caminos del Sol, ni cómo la Luna, cuando ha completado su círculo, regresa tras hacer girar sus caballos[406]. Un fácil acceso a mi dueña 20 busco con mis versos. Alejaos, Musas, si ellos no valen nada. Pero yo con crímenes y delitos tengo que preparar regalos para no postrarme llorando ante su casa cerrada. O más bien robaré exvotos colgados en los santuarios sagrados. Pero es a Venus a quien yo, antes que a los demás dioses; tengo que profanarla. 25 Ella me aconseja un delito y me otorga una dueña codiciosa: sienta ella mis manos sacrilegas.

¡Muera todo el que recoge verdes esmeraldas y tiñe la blanca oveja con púrpura tiria! Añade motivos de codicia a las 30 chicas la ropa de Cos y la brillante perla del mar Rojo. Todo esto las ha hecho malas: desde entonces la puerta ha sentido la llave y empezó a ser vigilante del umbral el perro. Pero si pagas mucho dinero, la vigilancia está vencida: no pone trabas 35 las llaves y el propio perro guarda silencio. Ay, quienquiera que sea el dios que otorgó belleza a una avara, ¡qué gran bien ha mezclado él con desgracias sin cuento! Por ello resuenan llantos y riñas. Ésta es, en fin, la causa que hizo que ahora Amor vague errante como un dios sin renombre.

Pero a ti, que dejas fuera a los amantes vencidos en la puja por tu amor, viento y fuego arrebaten tus riquezas adquiridas. 40 Más aún, el incendio de tus bienes contémplenlo entonces alegres los jóvenes; nadie eche presuroso agua a las llamas. Y si la muerte te llega, no habrá nadie que te llore, ni quien entregue ofrendas en tus tristes exequias. En cambio, la que fue 45 buena y generosa, aunque haya vivido cien años, será llorada delante de su pira ardiente y algún anciano, devoto de su antigua pasión, ofrecerá guirnaldas todos los años en el túmulo levantado. Y al marcharse dirá: «Descansa en paz, sea la tierra 50 ligera sobre tus huesos tranquilos».

Proclamo la verdad, pero ¿de qué me sirve la verdad? Bajo su ley yo debo honrar a Amor. Incluso si ordenara que vendiese la casa de mis abuelos, quedad bajo su mando y en venta, Lares. Cuanto veneno tienen Circe y Medea, cuantas hierbas pro55 duce la tierra de Tesalia[407] y cuanto hipomanes[408] destila la ingle de una yegua en celo, cuando Venus insufla su pasión al ganado salvaje, y mil otras hierbas que ella mezcle, con tal de que mi Némesis me mire con rostro apacible, todas ellas beberé.60

5

Febo, sé propicio. Camina hacia tu templo un sacerdote nuevo[409]. Ea, ven aquí con tu cítara y tus cantos. Ahora te ruego que toques con tus dedos las cuerdas armoniosas y ahora también que adaptes tus palabras a mis alabanzas. Tú en persona, 5 ceñidas tus sienes con el laurel del triunfo, mientras se colman de regalos los altares, acude a tu ceremonia. Pero acude con tu radiante belleza: ahora viste tu ropa de fiesta, ahora peina bien tus largos cabellos, tal como te recuerdan cuando, ahuyentado 10 el rey Saturno, cantaste a Júpiter[410] vencedor sus méritos. Tú de antemano ves el futuro; el augur a ti consagrado sabe bien qué destino canta el ave profética y tú regulas la suerte; por ti presagia el arúspice, cuando un dios ha marcado con señales las 15 escurridizas entrañas. Bajo tu guía, jamás engañó a los romanos la Sibila, que predice en hexámetros el destino oculto[411]. Febo, deja que Mesalino toque los escritos sagrados de la sacerdotisa y tú mismo enséñale, por favor, lo que ella predice.

Ésta fue la que entregó a Eneas los oráculos, una vez que 20 él, según se cuenta, sostuvo sobre sus hombros a su padre y a los Lares, rescatados del enemigo. No confiaba en que Roma iba a existir, cuando, triste, desde alta mar volvía la mirada hacia Ilion y sus dioses en llamas. Rómulo todavía no había levantado los muros de la ciudad eterna, que no debía habitar 25 Remo en su compañía. Entonces pacían la hierba del Palatino terneras y se alzaban en la ciudadela de Júpiter humildes chozas. Allí, a la sombra de una encina, descansaba Pan[412], húmedo de leche, y Pales, tallada en madera, con una rústica hoz; quedaba colgada de un árbol como ofrenda de un pastor errante, la flauta sonora, consagrada al dios del campo, la flauta, cuyas 30 cañas van poco a poco decreciendo de tamaño, pues se pega con cera una caña cada vez más pequeña. Por otra parte, por donde se extiende la región del Velabro[413], una barquilla solía deslizarse por el estanque con la ayuda de los remos. En ella, 35 muchas veces destinada a complacer al rico dueño del rebaño, fue transportada junto al joven una doncella en día de fiesta. Con ella volvieron los regalos del campo fecundo: queso y un blanco cordero de oveja de nieve.

«Diligente Eneas, hermano de Amor[414], inquieto en tu vuelo, que en fugitivas naves transportas los objetos del culto tro40 yano, ya te señala Júpiter los campos de Laurente[415], ya llama la tierra hospitalaria a tus errantes Lares. Allí serás sagrado, cuando el agua venerable del Numicio[416] te haya enviado al cielo como dios indígena. He aquí que sobre tus quebrantadas naves revolotea Victoria, al fin llega en ayuda de los troyanos la 45 diosa soberbia. He aquí que veo brillar en el campamento rútulo las llamas: ya te anuncio, bárbaro Turno[417], la muerte. Delante de mis ojos se alzan el campamento de Laurente y la mura50 lla de Lavinio[418], y Alba Longa, fundada bajo la dirección de Ascanio. Ya veo también que tú, Ilia[419], sacerdotisa destinada a complacer a Marte, has abandonado el fuego de Vesta; tus furtivos amoríos, tus cintas por los suelos, y, dejadas en la orilla, 55 las armas del dios apasionado. Comed, ahora, novillos, la hierba de las siete colinas, mientras es posible. Aquí en seguida se construirá una gran ciudad. Roma, tu nombre consagrado por el destino para gobernar las tierras por donde, desde el cielo, contempla sus campos Ceres, por donde se extiende Oriente y 60 por donde el río[420] de ondulantes aguas baña los caballos jadeantes del Sol. Entonces Troya se admirará y dirá que vosotros habéis mirado por su gloria con un viaje tan largo. Canto la verdad. Que pueda alimentarme siempre, sin daño, del laurel 65 sagrado y séame eterna la virginidad». Esto predijo la sacerdotisa y te invocó, Febo, en su ayuda y echó sus cabellos en desorden delante de su rostro.

Cuanto predijo Amaltea[421] y la marpesia Herófile[422], lo que advirtió Fito de Grecia[423] y la Tiburtina[424] que a través de las aguas del Anio había llevado los oráculos sagrados y los había 70 conservado en su seco regazo. Ellas anunciaron que surgiría un cometa[425], funesto presagio de guerra, y que se produciría una prolongada lluvia de piedras sobre las tierras. Cuentan que trompetas y trepidar de armas se oyeron en el cielo y que los bosques vaticinaron la derrota. Incluso un año nuboso vio al 75 propio sol eclipsado uncir sus caballos con el color perdido. También las estatuas de los dioses derramaron tibias lágrimas y bueyes dotados de voz predijeron el destino. Todo esto ocurrió un día. Pero tú ya sereno, Apolo, hunde los prodigios bajo 80 las aguas desenfrenadas del mar y el laurel encendido con la llama sagrada crepite de buen augurio, un presagio con el que el año será sagrado y dichoso.

Cuando el laurel da una buena señal, contentaos, colonos. Colmará de espigas los hórreos repletos Ceres. Borracho de 85 mosto el campesino pisará las uvas, hasta que aneguen los toneles y los grandes lagares y, empapado de Baco, el pastor cantará a coro a las Palilias[426], su fiesta: de los establos entonces alejaos, lobos. Él, bebido, prenderá fuego a los rituales 90 montones de ligera paja y saltará las hogueras sagradas. También la madre dará hijos y el niño, agarradas las orejas de su padre, le robará besos; no se cansará el abuelo de andar pendiente de su nieto pequeño y, viejo, de decir con el niño pala95 bras balbucientes. Entonces, los jóvenes, después de cumplir con el dios, se tumbarán en la hierba donde cae vacilante la sombra de un árbol añoso y con su ropa armarán un sombrajo ceñido de guirnaldas, y con guirnaldas se alzará la misma 100 copa. Por otra parte, cada cual se preparará el banquete con grandes mesas festivas de césped y de césped un lecho. Aquí el joven, bebido, maldecirá a su amante y en seguida querría que sus maldiciones quedaran sin efecto, pues habiéndose comportado salvajemente con su amada, pasada la borrachera, él mismo prorrumpirá en llanto jurando que tuvo un momento de locura.

105 Con tu asentimiento mueran los arcos y mueran las flechas, Febo; solo sin armas por las tierras vague Amor. Era un buen arte, pero una vez que tomó sus armas Cupido, ay, ay, ¡a cuántos ha traído ese arte desgracias! Y a mí sobre todo: yazgo he110 rido desde hace un año y alimento mi enfermedad desde el momento que me gusta mi propio dolor; siempre canto a Némesis, sin la que ningún verso mío puede hallar la palabra, ni la medida adecuadas.

Pero tú, ya que la protección de los dioses defiende a los poetas, te lo advierto, joven: compadécete de un poeta sagrado, 115 para que logre celebrar a Mesalino llevando como premio por sus campañas delante de su carro las imágenes de las ciudades conquistadas. Él mismo, con laurel en sus manos, ceñido de laurel silvestre el soldado, cantará a gritos: «¡Io, triunfo!». Entonces mi querido Mesala otorgue a la plebe el piadoso espectáculo de un padre aplaudiendo al pasar el carro.120

Dime que sí y ojalá, Febo, puedas conservar tus cabellos sin cortar y te sea por siempre casta tu hermana.

6

A la guerra se va Macro[427]. ¿Qué será del tierno Amor? ¿Podría ser su compañero y llevar con esfuerzo las armas pendientes del cuello? Y ya lo lleve un largo camino por tierra, ya por las libres aguas del mar, ¿querrá ir a su lado con armas? Niño, por favor, prende fuego a quien, soberbio, ha de5 jado tus ocios, y al desertor llámalo de nuevo bajo tus banderas. Y si a los soldados compadeces, yo seré también soldado, yo mismo el que lleve en el casco su ración de agua inquieta. Al campamento me voy. Adiós, Venus, adiós, niñas; tengo 10 fuerzas y la trompeta se ha hecho para mí. Pronuncio magníficas palabras, pero a mí, que con ostentación pronuncio estas magníficas palabras, unas puertas cerradas rechazan mis altivas frases. ¡Cuántas veces he jurado que nunca volvería a sus umbrales! Aunque lo he hecho con firmeza, mis propios pies han vuelto.

Amor cruel, ¡ojalá pueda ver rotas las flechas, tus armas, y 15 apagadas las antorchas, si es posible! Tú atormentas a un desdichado, tú me obligas a lanzar imprecaciones contra mí mismo y a blasfemar alocadamente. Ya habría acabado con mis 20 desgracias suicidándome, pero Esperanza[428] ingenua alienta mi vida y siempre dice que será mejor el mañana. La Esperanza alimenta a los labradores, la Esperanza confía a los surcos arados la semilla que el campo se encargará de devolver a un interés mayor; ella coge con lazo pájaros, ella con caña peces, una 25 vez que delante el cebo ha ocultado el sutil anzuelo. La Esperanza también consuela al preso atado con fuertes cadenas; las piernas hacen resonar el hierro, pero canta durante el trabajo. La Esperanza me promete una Némesis accesible, pero ella dice que no. Ay de mí, no quieras, joven desdeñosa, vencer a una diosa.

30 Perdóname, te lo ruego por la muerte prematura de tu hermana: descanse en paz la pequeña bajo una tierra ligera. Ella es pura para mí; yo depositaré ofrendas en su sepulcro y guirnaldas rociadas con mi llanto. A su tumba acudiré y permane35 ceré suplicante y con su ceniza muda lamentaré mi destino. No soportará que su protegido llore siempre por tu culpa. En su nombre te prohíbo que te muestres indiferente conmigo, no sea que te envíen pesadillas sus Manes enojados y en medio de tu sueño surja delante de tu lecho tu hermana entristecida, tal 40 como desde la alta ventana al caer de cabeza alcanzó los lagos infernales cubierta de sangre.

Lo dejo por no renovar a mi amada duros motivos de llanto. Yo no valgo tanto como para que ella llore una sola vez. No merece afear con lágrimas sus ojos elocuentes. Una alcahueta 45 nos está perjudicando. Ella, la joven, es buena. Frine[429], la alcahueta, me está matando desdichadamente. Va y viene furtiva llevando mensajes ocultos en su seno. Muchas veces, cuando yo desde el umbral despiadado reconozco la dulce voz de mi dueña, ésta dice que no está en casa. Muchas veces, cuando una noche se me ha prometido, me anuncia que la niña está enferma o que teme ciertas amenazas. Entonces muero de ansie50 dad; entonces mi fantasía fuera de sí imagina que alguien la posee y las distintas maneras de poseerla. Entonces, alcahueta, lanzo maldiciones contra ti: vivirías muy angustiada si una pequeña parte de mis deseos conmoviera a los dioses.