CAPÍTULO XI

 

—Peligro veinte metros adelante —Rebekah avisó.

Ana levantó la cabeza y vio a Celine.

“Allá vamos otra vez. La bruja de Rose Bay.”

—Supongo que te crees muy inteligente.

—¿Más problemas, Celine?

Los ojos de la mujer centellaban de rabia.

—¿Qué derecho tienes de verificar tus clientes?

—Cualquier reclamo al respecto de nuestros servicios es siempre investigada. Tú acusaste a Flores & Buqués de haber cometido un error y bloqueaste el pago.

—¿Eso te autoriza a atormentar a las personas?

No había la menor duda de que la discusión sería bastante desagradable.

—¿Atormentar, Celine? Mi hermana y yo chequeamos los apartamentos personalmente. La muchacha del apartamento 5 confirmó que recibió un ramo en su dirección. Y confirmamos que el apartamento 7 en el número 5 te pertenece a ti.

—¡Pero que falta de bueno juicio! ¿Por qué enviaría flores a un apartamento que está vacío?

—Eso mismo, ¿por qué?

Celine parecía furiosa.

—¡¿Me estás acusando de estar loca?!

—Las palabras son tuyas, no mías.

Ana no previó lo que pasaría. Celine fue tan rápida que ella no pudo ni siquiera protegerse.

En un movimiento certero, Celine tiró un gran jarrón de porcelana, que estaba al lado del mostrador, en su dirección. Éste cayó contra el brazo de Ana, mojando sus piernas y haciéndose añicos al contacto con el piso de concreto, lanzando pedazos de vidrio para todos lados.

Lo que siguió también fue increíble. Celine la empujó con tanta fuerza que ella perdió el equilibrio, se resbaló en el piso mojado y cayó, como en cámara lenta.

—¡Cretina! —y Rebekah le dio tremenda bofetada a Celine.

Enseguida, ella se agachó para socorrer a Ana, pálida al ver que de verdad se había lastimado.

Ana levantó sus ojos confundidos, y entonces siguió en la dirección de la mirada de su hermana. Había vidrios por todas partes. La sangre manaba de su pie, su brazo y la mano, en los cuales ella intentara apoyarse, también sangraban.

—No te muevas, Ana. Quédate ahí quietita que voy a llamar una ambulancia.

La caída inesperada... ¿Será que podría afectar al bebé? No, de ningún modo. No fue tan fuerte.

—Una ambulancia, no. No es necesario. Son apenas algunos cortes. Consigue algunas toallas de papel, y yo misma me limpiaré. —la sorpresa inicial comenzaba a desvanecerse, y en su lugar llegó la indignación.

—Petros, entonces. —Rebekah ya estaba llamando, y segundos después conversaba rápido con alguien al teléfono. — Él ya está viniendo para acá. Bueno, vamos a ponerte en una silla, y después limpiaré toda esta confusión. Pero antes sacaré una foto para usar como prueba.

—Está jugando conmigo, ¿no?

—¡De ninguna manera!

Segundos después, Rebekah ya la había levantado y ayudado a sentarse. Dentro de los zapatos de Ana había pedacitos de vidrio, y en toda su ropa también.

—¿Estás bien?

—Fueron algunos arañones, si.

—Quédate aquí sentada mientras te limpio un poco.

Rebekah tomó algunas toallitas descartables y limpió la sangre de los pies de su hermana.

Poco después todo el vidrio había sido recogido en periódicos, y, con una aspiradora, Rebekah limpiaba los últimos vestigios.

Algunos pocos escobazos y todo volvió a la normalidad.

Petros no demoró en aparecer, y Ana estuvo segura que había roto todos límites de velocidad para llegar tan deprisa.

Él la miró con increíble dulzura.

—Voy a llevarla al hospital.

—A casa, Petros. Son apenas algunos arañones.

—Al hospital, Ana —reiteró, con firmeza.

Aquella fue, registró Ana divertida, la primera vez que él la llamó por su primer nombre. Más tarde Ana lo provocaría por aquello. Pero en aquel momento estaba contenta porque Petros tomara la iniciativa.

Sin que ella lo esperase, el mayordomo la tomó en brazos, ignorando sus protestas, y dijo a Rebekah, al caminar en dirección a la puerta:

—La llamaré ni bien un médico la examine.

El Mercedes estaba estacionado en doble fila, la puerta del pasajero, abierta. Con facilidad, Petros la colocó en el asiento.

—Petros, no sabía cuanto se preocupaba por mí. —los ojos de Ana se llenaron de lágrimas.

Estaba emocionada por el susto y grata por la rapidez del mayordomo. Tenía la certeza de haber visto un músculo en el mentón de él temblar, antes que Petros cerrase la puerta, sin decir nada, y diera la vuelta al vehículo para ponerse tras la dirección.

 

El equipo del hospital fue muy eficiente. Y detallista también. Petros se quedó la mayor parte del tiempo al lado de Ana.

Salió apenas un momento, para reaparecer poco después.

Ana precisó de puntos en dos de los cortes. Fue examinada de arriba a abajo y le hicieron un ultrasonido. El obstetra hizo exámenes detallados, y por fin la dejaron en observación algunas horas.

Petros continuaba en guardia, apenas alejándose de su lado cuando la enfermera así lo solicitó.

—Usted está bien, querida —el médico aseguró. — El bebé está bien. Ninguna señal de que todo esto lo haya afectado.

—¿Puedo ir a casa?

—Mañana. —el doctor sonrió. — Vamos a mantenerla aquí esta noche, sólo por precaución.

¿Por qué tenía la sensación que aquello era una conspiración?

Tan pronto el obstetra salió, Ana llamó a la tienda y habló con Rebekah. Después, se recostó en las almohadas y se puso a pensar en la actitud de Celine, recordando el momento en que entró en la tienda.

¿Será que Celine quiso realmente dañarla? ¿Ó fue un simple acto impulsivo? Era difícil de adivinar.

Una enfermera le trajo un té y algunas revistas, y Ana poco después se adormeció.

Debía haber dormido bastante, pues, cuando abrió los ojos, se topó con Luc sentado en el sillón al lado de su cama.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Él se levantó de un salto y fue hasta ella. La sonrisa en el rostro pálido era afectuosa, pero había algo más en sus ojos que Ana no podía definir.

—¿Estas son formas de saludar a tu marido? —inclinó la cabeza para besarle los labios, con suavidad al principio, después más profundamente, ansioso por sentir la respuesta de ella.

¿Será que Ana tenía idea de la angustia que vivió en las últimas horas? La llamada de Petros lo dejó trastornado. En pocos minutos, ya salía de la reunión en que se encontraba, tomaba prestado el auto de uno de sus colegas, y manejaba hacia el hotel. Después, mientras hacía sus preparativos para volver a Sydney, una rabia extrema se apoderó de él.

Después de llamar al obstetra de Ana y checar las informaciones del hospital, llamó a Celine. Su sangre hervía de ira al recordar el cinismo con que ella respondió a sus acusaciones, fingiéndose aturdida, sorprendida, y enseguida consternada, por lo que le pasara a Ana.

Cuando colgó el teléfono, Luc no tenía duda en cuanto a las intenciones de las acciones de aquella mujer enardecida. Ni de su rabia.

El vuelo de una hora le pareció una eternidad. Corrió del aeropuerto al hospital y casi llegó a la velocidad de la luz.

El médico ya lo había tranquilizado, pero Luc precisaba verla con sus propios ojos. Nadie osó interrumpirlo cuando pasó por la recepción, ó cuando subió las escaleras. La enfermera del primer piso abrió la boca para protestar, pero la cerró enseguida, constatando la determinación de él.

Luc ni siquiera llamó a la puerta del cuarto de Ana, como mandaba la buena educación. Sólo consiguió parar cuando la vio durmiendo tranquila, recostada en las almohadas.

Su cabeza pendía para un lado, y sus ojos estaban cerrados por el sueño.

Por un largo momento Luc se quedó apenas allí, apreciando sus facciones en reposo. Fue necesario imponerse una extrema fuerza de voluntad para no tomarla en sus brazos en aquel mismo instante.

Y lo habría hecho, si tuviese la certeza de que el movimiento no la lastimaría.

Al contrario, no obstante, se sentó en el sillón y esperó hasta entonces, cuando ella despertó.

—Hum... —Ana murmuró, cuando Luc interrumpió el beso. — ¡Muy bueno!

Un calor calentó todo su cuerpo. Aquel perfume, una mezcla de musk y madera, que era sólo de Luc, la embriagaba.

—Tal vez debiera hospitalizarme más veces.

—No si yo puedo evitarlo.

Él estaba maravilloso, tan masculino, ¡tan parte de ella!

—El bebé está bien —ella le informó, queriendo reafirmar las palabras del obstetra.

Luc irguió una mano y rozó con sus dedos la mejilla de ella.

—¿Y tú, pedhaki mou? ¿Me quieres contar que pasó?

Ana lo encaró bien directo a los ojos.

—Ya acabó.

—Si.

—No tengo la menor duda que Petros te colocó a la par de todo lo que sabe.

—Es lógico. Tanto él como Rebekah. —su mano descendió, masajeándola en la nuca y en la base del cuello. — Prometo que Celine nunca más se aproximará a ti.

Debía ser apenas una reacción del momento, pero Ana sentía que algo profundo y lleno de significado estaba pasando allí, en aquel minuto. Pero no comprendía bien que era.

A Luc ella le importaba, no había la menor duda. Su voz se mostraba embargada de emoción. ¿Sería apenas pasión por alguien por quién él sentía un afecto especial?

—Es a ti a quien ella quiere, Luc. Y yo estoy molestando.

—La única persona que molesta es Celine.

La puerta se abrió, y una enfermera vino hasta Ana, a medirle la presión y la temperatura. Minutos después, la muchacha dejó el cuarto, afirmando que todo estaba en orden.

—¿Precisas algo?

¿Cómo debía Ana responder aquello? Levantó una mano y la bajó de nuevo, meneando la cabeza.

—Petros ya me trajo algunas cosas. —y al recordar abrió una sonrisa contenta. — ¡Y me llamó Ana por primera vez!

—¡Gran conquista! —Luc continuaba masajeando su hombro. — ¿Te duele algo?

No el cuerpo. Pero Ana continuaba afectada con lo que su rival hizo. No se preocupaba por si misma, sino que aquel fue un ataque contra su bebé, que ni había nacido aún.

Cerró los ojos, como si pudiese también borrar de su memoria el gesto de aquella mujer, motivada apenas por la envidia.

—Ve a casa, Luc. Debes estar cansado.

—Ni lo pienses. —él alcanzó el sillón, dejándose caer en él.

Ana cerró los párpados y, cuando volvió a erguirlos, su marido aún estaba allí.

Las enfermeras fueron y vinieron durante toda la tarde, y la llegada de la cena para dos personas hizo que Ana reclamase de nuevo:

—No hay necesidad de que te quedes aquí.

—Déjame.

—No oí tu celular sonando ni una vez.

—Está apagado.

Cuando terminó el horario de visitas, Luc fue obligado a dejarla. Sin que Ana supiese, entre tanto, un guardaespaldas fue contratado para quedarse en su puerta, y la enfermería fue colocada en estado de alerta con la información de que Ana aún corría riesgos.

Era una exageración, sin duda, pero él mismo no quería correr riesgo alguno. Nadie se metía con Luc Dimitriades ó con uno de los suyos sin pagar el precio.

En el camino de vuelta, pudo pensar mucho, y luego que llegó a la mansión, comenzó a actuar.

Reorganizó sus obligaciones más urgentes en relación al trabajo, dio instrucciones a Petros, arregló su maleta.

No había necesidad de más palabras. La influencia de Luc era conocida por todos. Como enemigo era mortal.