CAPÍTULO V

 

Ana eligió un restaurante próximo a Flores & Buqués para almorzar con su padre.

La ocasión prometía ser tensa. Para completar, William se atrasara mucho, y encima llegó diciendo que tendría que irse pronto.

A pesar de eso, la saludó con afecto.

Interesante como su presencia era marcante. Tal vez su agilidad, ó el modo como hablaba. Pero aquel día no se podía decir que estaba en su mejor forma. Parecía triste, encogido.

Pidieron agua helada, antes de cualquier otra cosa.

—¿Estás bien, papá?

¿Será que fue algo en el tono de Ana que había causado el dolor en el mirar de él?

—Luc te contó, ¿no?

Fingir que no sabía nada sería un ejercicio inútil, y Ana odió el remordimiento que vio surgir por segundos en la expresión de él.

—¿Creías que no lo haría?

William pareció avergonzado... ¿Cuál sería su reacción si le contase que Luc usara esa arma para forzar la reconciliación entre ellos?

El mozo les sirvió, y ellos almorzaron. Ambos sabían que no tendrían porqué demorar con aquello.

—Di la razón, papá.

—Una mujer... —William interrumpió lo que decía, para enseguida continuar, con obvia renuencia: — Cuando descubrí que ella estaba colocando por lo menos tres hombres en conflicto, yo ya había gastado una fortuna en préstamos para satisfacerla.

La cuestión ocurrió de inmediato a Ana:

—¿Qué pretendes hacer al respecto?

—Vender el apartamento e intentar recuperar mi reputación, lejos de aquí. Tengo contactos en Nueva York.

Tal vez fuese de verdad una buena estrategia, y ella le dijo eso.

—¿Te gustó tu viaje, hija?

—Es bueno estar de vuelta. —Ana no quería extender el asunto, ya que no estaba dispuesta a hacer confidencias. —¿Qué te parece la idea de convertirte en abuelo?

Una sonrisa tierna afloró en el rostro de William, que cubrió la mano de ella con la suya.

—¿Estamos hablando de proyectos ó de hechos?

—Hecho consumado.

—Amor, ¡estoy tan feliz!

 

Pasaba de las dos cuando Ana volvió a la tienda. El final de la tarde pasó rápido, visto que tenía mucho que hacer actualizando los archivos del computador, lidiando con el balance financiero de Flores & Buqués, atendiendo el teléfono.

El tránsito era intenso, y demoró en llegar a Vaucluse. Soñaba con un baño, ropas holgadas y un enorme vaso de agua helada, cuando estacionó el coche en el garaje. Una comida leve, tal vez un video. Pero pretendía dormir temprano.

Petros surgió en la baranda, y Ana le dirigió una bella sonrisa.

—Hola, ¿cómo fue tu día?

—Lo de siempre, sra. Dimitriades. ¿Y el suyo?

—Lo mismo. —su respuesta tenía un tono de falsa solemnidad, que el mayordomo notó muy bien.

—Luc pidió que le avisara que llegará tarde. Una cena de negocios, por lo que entendí.

—¿Entonces somos sólo el gato y yo? Por favor, sirve apenas una ensalada de cena.

Los labios de él dejaron trasparentar una visible desaprobación.

—Preparé algo más sustancial que “una ensalada”. Si usted pudiera decirme a qué hora quiere comer, podré servirle la comida.

—¿Y el gato? —Ana no pudo resistir la tentación de provocarlo, pues sabía que Petros era contra el trato que ella y Luc resolvían darle al bichito.

—Estuvo de mal humor todo el tiempo que usted estuvo fuera.

Así como el dueño de casa, Ana pensó.

—Ah, entonces debo corregirlo y dedicarme más a él.

Cualquier persona deduciría que, si Luc tuviese en casa un animal de cuatro patas, sería un perro enorme, de raza. Pero, en verdad, fue Oliver quien los adoptara, un mes antes. Llegó hambriento, mojado y con un aire estático. Después de alimentado, continuó por allí.

Sólo le era permitido estar en la cocina y la lavandería, pero el atrevido corría por toda la mansión, día y noche.

—Una sugerencia excelente.

Ana encontró al animal dormido en el cesto de la lavandería. Él la miró, dudoso, como decidiendo si debería levantarse para saludarla ó no. Ana no venía siendo muy presente, realmente. Pero ó la entonación cariñosa, ó el modo gentil como lo tocó, hizo que luego rodase por el piso.

Era un afecto incondicional, Ana pensaba, al subir las escaleras. Si al menos los humanos fuesen un poco más parecidos con él, fuesen menos complicados...

Después de un baño demorado y relajante, Ana vistió un jean holgado y una blusita fresca, presa con pequeños lazos. Recogió sus cabellos en un moño flojo y se dirigió a la cocina, donde Petros acababa de arreglar un plato con un bife suculento encima de una gruesa porción de arroz.

Ana tomó un tenedor y llevó un poco de arroz a la boca, dirigiendo al mayordomo una sonrisa cómplice, dispuesta a quebrar la severidad de siempre.

—No te preocupes con la mesa. Voy a cenar en la terraza.

—Es mi trabajo servirla. —Petros intentó argumentar, después de un largo suspiro. — Luc diría...

—Luc no está aquí. Así que hazme sólo un favor, enciende la luz.

—Está bien —anunció, aunque aún en crisis con su conciencia.

El silencio y la brisa fresca nocturna en sus mejillas le traían tranquilidad. El cielo estrellado estaba muy bonito, y la vista del puerto era espectacular.

Era fácil dejar que su mente vagase. Recordaba la primera vez que estuviera en aquella casa. El placer de estar con el hombre que amaba, las promesas que vivirían juntos, a pesar que parte del corazón de él le perteneciera a Emma, la joven con quién se casara y que perdiera tan pronto.

En los once años que siguieron entre el primer y el segundo casamiento de Luc, hubo otras mujeres. Un hombre como él ejercía inevitable magnetismo sobre el sexo opuesto.

Ana podía aceptar aquello. Podía inclusive lidiar con los flirtees inocentes que pasaban en su ambiente social. No en tanto, a una amante ella no podría cerrar los ojos. Celine hacía de todo para que Ana creyese que la aventura entre ella y Luc estaba viva, inclusive más ardiente que nunca. Luc juraba que no. ¿En quién debería creer?

—Si ya terminó, voy a llevar su plato.

Saliendo de su devaneo, Ana se volvió hacia Petros.

—Gracias, era una delicia.

—¿Quiere postre? ¿Frutas?

—No, gracias.

—¿Tal vez un poco de té?

—Cuando entre, me sirvo, gracias.

—Quédese aquí mismo. —Petros miró alrededor. — Está es una noche muy agradable.

Ana sonrió.

—¿Conversando conmigo, Petros? ¿Cómo osas?

—Iré a preparar su té.

Suspirando, Ana volvió su atención a Oliver, que dormía enrollado a su lado. La acarició las orejas, le arañó la barriga, y él respondió con un ronronear satisfecho.

—Bien... —Petros dijo, atento, mientras apoyaba con cuidado la taza en la mesita. — ... parece que él decidió hacer las paces con usted.

Oliver levantó la cabeza y encaró Petros con los ojos semicerrados, como si aprobase lo que él decía.

—Voy a buscarle un chal.

Ana recostó la cabeza en la silla acolchonada y se quedó observando las luces que brillaban en las calles a lo lejos. Se parecían también a pequeñas estrellas.

 

Fue así que Luc la encontró, durmiendo, cuando llegó. Paró delante de la reposera, admirando sus facciones tranquilas, su cuerpo relajado. Lentamente, se agachó, y con todo el cuidado arregló una de las mechas rubias por detrás de su oreja.

Ana comenzó a despertar, y él puso la mano en su hombro, viéndola erguir los párpados, aprehensiva.

—¿Qué estás haciendo aquí afuera, pedhaki mou? ¿Admirando el firmamento?

Ana extendió la mano para tocar el lugar vacío donde el gato estuviera durmiendo.

—¿Dónde está Oliver?

—Petros lo llevó a la cesta, en la lavandería. —en un gesto fluido, Luc se colocó de pie y la tomó en brazos.

—Puedo caminar.

Él le besó la frente.

—Deja que yo haga esto.

Luc la cargaba con facilidad, aún apagando las luces y accionando las alarmas, al caminar por los pasillos. Después subió la escalinata, dirigiéndose al cuarto de ellos.

—Tú puedes...

Él la calló con los labios, provocándola con la lengua. La caricia duró apenas un instante... lo suficiente para encender su deseo.

Ana pensó con tristeza en los sueños y esperanzas que tuvo, en lo que realmente existía entre ellos y en lo que podría existir. Pensó sobretodo en aquel instante.

Luc la colocó de pie y descendió las manos, sosteniéndola por detrás. Inclinó la cabeza, y comenzó a acariciarle la espalda y el cuello con la boca, con tamaña  dulzura que Ana sintió deseos de llorar.

—No quiero continuar, Luc. —fue un susurro lleno de tristeza, que llegó directo al corazón de él.

—Entonces dime que pare.

Era imposible. A pesar de lo que dijera, Ana quería demasiado que su marido la tocase. Todo su cuerpo ansiaba aquello, como guiado por una fuerza mayor que su racionalidad.

Con besos suaves en los labios, en el rostro, Luc la provocaba, forzándola a abrirse en una entrega total.

Y ella lo hizo, imaginando que protestaría, pero en realidad, deseosa de que pudiesen profundizar más el beso.

Luc acariciaba su espalda, alcanzaba la nuca, destruía con habilidad toda y cualquier resistencia que ella pudiese imponer.

Los dos querían mucho más que aquello, y tenían conciencia de eso.

Ana precisaba sentir su piel contra la de él, sin la barrera de la ropa. En un gesto impulsivo, comenzó a desabotonar la camisa de lino, después el pantalón.

Luc la acompañó en el mismo instante, sacándole primero su chal, enseguida la blusa. Ana no pudo contener el gemido ronco que se le escapó cuando él le acarició los senos por encima del sostén, antes de desabrocharlo y tirarlo lejos.

Colocándose detrás de ella, Luc continuó la caricia, envolviendo sus senos con las manos, el pulgar provocándole los pezones rosados, excitándolos hasta que Ana se sintiese quemar de pasión. Era como si recorriese una espiral que la llevaría a la locura.

Volvió a gemir, el sonido perdiéndose en el beso de Luc, que ya la acostaba en la cama.

Mirándola con los ojos llenos de lujuria, la cubrió con su cuerpo muy excitado, pronto para ella.

Ana pensó que debía gritar, exigir que interrumpiesen aquella locura, pero no tenía fuerzas para ir contra el poderoso ardor que la envolvía.

Cuando Luc pasó a succionar sus senos con avidez, Ana sintió su sangre entrar en ebullición. No podía soportar más la espera para que su marido la poseyera.

Casi desfalleció cuando él comenzó a penetrarla lentamente, con todo el control del que aún disponía. Con las manos en su cintura, mantenía un lento movimiento de vaivén, haciéndola implorar para que le diese lo que tanto anhelaba.

De a poco él aumentó el ritmo, besando sus labios con lascivia, succionándolos, como si intentase domarla. Apenas cuando Ana dijo cuanto lo quería, él se permitió soltarse por completo, alcanzando con ella el clímax, vibrante, intenso, único.

Después de rodar de lado, manteniéndose aún abrazado a su mujer, Luc murmuró:

—Adoré tu renuencia.

—Te odio.

—Ajã... —Luc le mordisqueó el hombro.

—Celine...

img1.png  ...no forma parte de lo que tenemos juntos.

—No es eso lo que ella piensa.

Luc no pudo dejar de notar la tensión que se formó de inmediato en el semblante de Ana. El roce de sus labios fue como el posar de una mariposa, suave y sensible.

—Insistes en hablar de otra mujer, cuando la única que me interesa eres tú.

Él conseguía deshacer sus defensas usando aquel tono.

—Son sólo palabras, Luc.

—¿Qué quieres que haga?

“Quiero que digas que me amas.” El pedido silencioso venía del fondo de su alma. Ana estaba casi en lágrimas, sabiendo que esperaba por una declaración que jamás oiría.

—Tú eres mía, pedhaki mou. Estás embarazada de mi hijo. Y eso es suficiente.

Luc estaba equivocado. Nunca sería suficiente, pero ella no podría decírselo.

—¿Aún quieres continuar esa discusión?

Con mucho esfuerzo, Ana consiguió decir con alguna firmeza:

—¿Para qué? —y, a pesar del nudo en su garganta, finalizó: — No hay nada que discutir.