14. Amor a primera vista
El trece de enero era sábado y el cumpleaños de Sergio, también teníamos la invitación de la comida en casa de su madre. Ya le había regalado un reloj deportivo de esos que tiene miles de funciones y son tan complicados que parecen cualquier cosa menos un reloj. Ahora me encontraba sin saber qué comprarle y recurrí a lo más socorrido, una corbata y una pluma estilográfica.
Se lo di el día anterior porque no me apetecía que abriera los regalos delante de su familia.
Mi madre se había ido a pasar unos días con mi hermana esa misma mañana. La habíamos llamado como todas las semanas y nos enteramos de que estaba con gripe en la cama desde hacía dos días.
—¿Y por qué no me has avisado? —preguntó mi madre—. Me voy para allá.
Aunque mi hermana trató de convencerla de que no hacía falta, no quiso escucharla.
—No podré ir a conocer a la familia de Sergio —me dijo—. Otra vez será.
—Claro, mamá. No te preocupes.
Mis hijos mayores, como siempre, no estaban nada entusiasmados con la idea de la reunión familiar pero les prometí que podrían irse a las cuatro después de la sobremesa.
Le rogué a Vicky que se cambiara de ropa y se pusiera algo más adecuado que los vaqueros con los bajos rotos que tanto le gustan y yo estoy desando tirar a la basura.
—Jo, mamá —protestó—, no sé qué tienen de malo estos pantalones.
—Ponte otra cosa, Vicky. ¡Cómo si no tuvieras ropa!
—Si quieres me pongo un vestido con volantes y unas coletas con lacitos en el pelo —dijo burlándose—. Y menudo rollo, no sé por qué tengo que ir yo.
—Date prisa, que ya está ahí Sergio.
—¡Qué coñazo!
Me vestí con una falda negra, una blusa blanca que combiné con un cárdigan de color gris claro, un pañuelo al cuello y el abrigo. Me puse unos zapatos de tacón, muy a mi pesar, pues hubiera preferido elegir cualquiera de mis dos pares de botas, y me maquillé sin excesos. Después de haber visto a la hermana de Sergio, estaba segura de que al menos ella no perdería detalle de mi vestimenta.
La casa estaba situada a las afueras, en una zona residencial conocida por el alto poder adquisitivo de los residentes, y aunque la vivienda no era de las más modernas ni de las más grandes, no dejaba de ser un chalecito muy mono de dos plantas con un jardín muy bien cuidado y su garaje particular. Un precioso perro de color canela y de raza indefinida se acercó hacía nosotros moviendo la cola, aunque al segundo empezó a ladrarnos. Alejandro se escondió detrás de mí.
—No te preocupes, no hace nada —advirtió Sergio—. Solo ladra para asustar, ¿verdad, Dog?
El perro pareció entenderlo porque dejó de ladrar al instante.
«Original nombre para un perro», pensé.
Mercedes Valdés es una mujer menuda, de piel pálida y cabello teñido en tono claro. Sus ojos azules me observaron con esa mirada melancólica tan propia de Sergio, y con una sonrisa tierna que me cautivó.
Allí estaban Félix, que me saludó muy sonriente, Lidia, su marido Álvaro, médico de familia y el hijo de ambos, también llamado Álvaro, al que Vicky saludó muy entusiasmada. Adiviné enseguida que le había gustado, y pude entenderlo, el muchacho no estaba nada mal, alto, de ojos claros y con pelo rizado de color castaño; tenía además una bonita sonrisa. Parecía tímido, apenas habló durante el aperitivo ni en la comida, lo mismo que mi hijo Daniel, que parecía estar en otro mundo; me imagino que el pobre se moría de aburrimiento y, al igual que Alejandro, me miraba como preguntándome cuándo nos íbamos a ir.
Todos fueron muy amables, la comida fue estupenda y los chicos se mostraron más educados que nunca, creo que estaban algo cohibidos ante tantas caras nuevas y por eso no se atrevieron ni a rechistar.
En la sobremesa, mientras tomábamos café en el salón, observé cómo Vicky hablaba con Álvaro muy sonriente mientras miraban por la ventana que daba al jardín. Conociéndola me temí lo peor, por sus gestos, su manera de tocarse el pelo y sus movimientos arrimándose al muchacho, adiviné que estaba coqueteando con total descaro. Él parecía inquieto, apoyaba el peso en un pie y luego en el otro, sonriendo, y no dejaba de mirarla. Dejé de observarlos y seguí la conversación de Félix porque mi hija me estaba poniendo nerviosa.
Nos quedamos todos pasmados cuando los dos nos anunciaron quince minutos después que se iban juntos. Como él tenía coche parecía que se había ofrecido a llevarla al centro y aprovecharían para ir a tomar algo juntos.
«¿Y Diego?», pensé, porque hasta el día anterior mi hija seguía saliendo con ese chico. ¿Solo iba a ir a tomar algo o pensaba pasar el resto de la tarde con el sobrino de Sergio? A saber…
—¿Podéis llevarme? —preguntó Dani—. Así me ahorro el autobús.
Había quedado con sus amigos.
—No volváis tarde —les dije.
Se fueron. Creo que si yo me quedé sorprendida ante la repentina amistad surgida entre Álvaro y mi hija, Lidia no salía de su asombro.
Me miró y sonrió.
—Por lo que se ve —dijo—, parece que han congeniado.
Yo también sonreí.
—Ya… eso parece.
Alex se acercó a mí con cara compungida.
—¿Cuándo nos vamos, mamá? Me aburro.
Todos le miraron.
Mercedes le preguntó si deseaba ir a ver la televisión, y por supuesto dijo que sí enseguida. Sergio se lo llevó a otra sala para que pudiera ver un canal infantil de dibujos animados.
—Qué hijos más guapos tienes —me dijo la madre de Sergio mirándome—. Bueno, tienen a quién parecerse —añadió halagándome.
—Gra… gracias —dije un poco avergonzada.
Crucé la mirada con Félix, que me sonrió. Me resultó curioso, ante su familia no era tan charlatán ni fanfarrón, se había mostrado de lo más prudente y discreto. Algo que me sorprendió.
Había decenas de fotos distribuidas por la casa, todas familiares. Pude conocer al fallecido marido de Mercedes, al que se veía muy apuesto, y me hizo gracia ver a Sergio vestido de comunión, de marinero, con la misma sonrisa que tiene ahora y esos ojos soñadores y melancólicos. Me encantó, y esperaba tener más confianza con Mercedes para pedirle una copia.
Caí en la cuenta de que desde que estábamos juntos no nos habíamos hecho ni una foto. Yo no soy muy aficionada a la fotografía aunque mi ex estaba convencido de que era muy fotogénica y siempre salía bien.
Me imagino que eso lo pensaba entonces, cuando solo tenía ojos para mi. Ahora tal vez no diría lo mismo.
Estaba profundamente dormida cuando sonó el teléfono. Me incorporé con rapidez y, asustada, descolgué mientras con la otra mano encendía la luz. Era Vicky.
—Mamá, tenías el móvil apagado. Te llamo para decirte que tardaré un poco. Estoy con Álvaro, el sobrino de Sergio. ¿Vale? Me acompañará a casa, no te preocupes. Adiós.
—¿Eh? ¿Vicky?
Miré el reloj. Las tres y media de la mañana. Se supone que tiene que estar en casa a las dos y media. Ya llevaba una hora de retraso.
¿Y con Álvaro…?
Me dejé caer sobre la almohada. A pesar de que estaba muerta de sueño ya no fui capaz de cerrar los ojos hasta que sentí abrir la puerta con la llave. Me levanté.
Vicky se había descalzado y trataba de no hacer ruido pero la sorprendí en el pasillo.
—¡Mamá, qué susto me has dado!
—¿Se puede saber de dónde vienes? Son las cuatro y cuarto —dije en voz baja.
Entró en la habitación y la seguí.
—Ah, mamá, si vieras lo fantástico que es Álvaro —dijo sentándose sobre la cama con una sonrisa—. Es el hombre de mi vida.
Suspiré.
—Vicky, a ti todos los chicos te parecen fantásticos… y todos son «el hombre de tu vida».
—Esta vez es diferente, mamá. De verdad… y no te enfades. Álvaro me ha acompañado hasta el portal, y te juro que no volveré a llegar tan tarde, te lo prometo.
Se acercó a mi y me abrazó para camelarme. Yo estaba demasiado cansada y se me cerraban los ojos.
—Está bien. Anda, acuéstate que es tardísimo.
Me dio un beso y me sonrió.
No sé qué le había pasado con el sobrino de Sergio, pero parecía otra. Hasta me había dado un beso por voluntad propia, todo un milagro.
Me volví a la cama y me dormí enseguida.
No conseguí que Vicky me contara nada importante de su salida con Álvaro. Es más, me explicó que, aunque le gustaba, seguiría saliendo con Diego, y que no tenía por qué preocuparme. Yo no entendía nada, toda la euforia que parecía tener la madrugada anterior, se había evaporado de pronto, y ahora Álvaro ya no era ni el chico más fantástico del mundo ni el hombre de su vida.
—Eso sí, me cae muy bien —dijo sonriente.
No supe descifrar que todo era una maniobra de ambos para evitar preocupaciones innecesarias a los demás, es decir, al resto de la familia. Sin embargo, no tardó en descubrirse la verdad.
Era viernes y había invitado a Sergio a cenar ya que no había tenido tiempo de verlo en toda la semana. La ausencia de mi madre me obligaba a regresar a casa nada más salir del trabajo y Sergio había trabajado hasta muy tarde todos los días.
—¿Cuándo vuelve tu madre? —me preguntó mientras estaba conmigo en la cocina.
—No lo sé. Puede que la próxima semana…
Me enlazó por la cintura y me besó en el cabello.
—¿Cuándo vamos a poder estar a solas?
—No lo sé, cariño —respondí.
Nos besamos. Me hizo retroceder hasta que mi espalda chocó con los azulejos y siguió besándome mientras que su mano se abría paso por debajo de mi camiseta. Sonreí. Me acarició por encima del sujetador y suspiré. Pero al escuchar unos pasos que se aceraban por el pasillo, nos separamos.
Era Alejandro.
—Mamá, ¿cuándo vamos a cenar? Tengo hambre.
—Ahora, cariño. Di a tu hermana que me ayude a poner la mesa, ¿quieres?
—Sí.
Salió de la cocina. Sergio y yo nos miramos.
—Creo que hasta que no se vayan a la cama… —dije en voz baja.
Puso gesto compungido y me reí.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Se lamentó porque era viernes y sabía que no se irían pronto a dormir. Luego se acercó y me besó.
—Por poco nos pilla —me susurró al oído.
—Ya…
Durante la cena, Vicky parecía estar en otro mundo, Dani no hablaba ni palabra y Alejandro protestaba por los champiñones que había en su plato.
Conocía a mi hija como para saber que le pasaba algo. En los últimos días se encerraba en la habitación cada vez que le sonaba el móvil como evitando que alguien pudiera escucharla y no había vuelto a hablarme de su novio Diego, del que todas las semanas me contaba alguna aventura por pequeña que fuera.
—Vicky —soltó Dani de pronto—, te vi ayer.
—¿Y? —contestó ella con indiferencia.
—Ya sé que tienes un novio nuevo —respondió con burla.
Vi cómo su hermana enrojecía y dejaba el tenedor suspendido en el aire. Dani siguió mirándola con una sonrisa.
—¿Sí? No me digas… ja, ja…
—¿Quieres saber quién es el nuevo novio de Vicky, mamá? —preguntó dirigiéndose a mi.
No me molesté en contestar y volvió a preguntarme. Le dije que se callara y siguiera comiendo.
—Ayyyyy —chilló—, me ha dado una patada. ¡Imbécil! —añadió mirando a Vicky.
Se revolvió en la silla tratando de devolverle el golpe pero resbaló y estuvo a punto de caerse.
Vicky se carcajeó.
—¡Te está bien empleado, por idiota!
—Vale ya —dije alzando la voz—. Estamos cenando y si no sois capaces de comportaros os vais a cenar a la cocina. ¿Enterados? No quiero oír ni una palabra más, a ninguno.
Vicky me miró.
—Ha empezado él. Yo no he sido.
Me daba igual quién hubiera empezado. Lo único que quería es que se callasen y terminaran de cenar. Sergio debió de verme angustiada porque trató de restarle importancia al tema diciendo que no me preocupara.
—Esto pasa en las mejores familias.
Lo que él no se imagina, o bueno, puede que ya sí, es que en mi familia, y en mi casa sobre todo, a las horas de las comidas pasa casi todos los días. Siempre encuentran un motivo para reñir entre ellos, molestarse o insultarse.
—Mamá, no me gustan los champiñones —dijo ahora Alejandro—, ¿puedo dejarlos?
—No. Come la mitad al menos.
—Pero, mamá, no me gustan.
Suspiré. No pasaron ni tres minutos cuando Dani volvió a la carga. Lo de molestar a sus hermanos le entusiasma. No sé si lo hace para llamar la atención, por incomodarme o fastidiarnos a todos.
Cuando les había avisado de que Sergio cenaría con nosotros no escuché ninguna protesta y me sentí aliviada. Deduje que todo saldría bien y no tendríamos complicación alguna; por lo visto me había equivocado.
—Pues el novio nuevo de Vicky es… tachan, tachan… ¿Lo digo? —preguntó Dani—. Es… es…
Volví a decirle que se callara y nos dejara cenar en paz.
—¿Lo digo yo o lo dices tú, Vicky? —volvió a preguntar ignorándome.
—Mira que eres gilipollas, Dani.
Creí que me daba un ataque. Menuda cena me estaban dando. No quería gritarles ni montar una escena delante de Sergio, así que respiré hondo y les hablé con calma, sin alterarme.
—Por favor, terminad de cenar y callaros, si puede ser…
Dani me dijo que ya había acabado. Era verdad, ya no había nada en su plato. Lo mejor era alejarlo de la zona de conflicto.
—Pues vete a por el postre a la cocina, por favor. En la nevera hay natillas.
—¿Yo? ¿Y por qué tengo que ir yo? ¡Que vaya Vicky!
—¿Pero qué te estoy diciendo? Obedece.
Se levantó de mala gana y con paso apresurado se dirigió a la puerta, pero antes de salir se giró y gritó bien alto para que todos pudiéramos escucharlo:
—Pues es Álvaro, el sobrino de Sergio, para que lo sepáis. Ayer estaban morreándose donde la playa, que los vi. Y era él… estoy seguro. ¿A que sí, Vicky?
Sergio y yo nos quedamos mudos.
—¡Hala! —exclamó Alejandro—. El sobrino de Sergio —repitió.
Vicky no nos miró. Dejó el tenedor sobre el mantel y se levantó furiosa de la silla. Supuse que iba en busca de Dani.
—Vicky… espera… Vicky…
No me hizo el menor caso. Miré a Sergio confusa. ¿Sería una broma? ¿Me estaban tomando el pelo? ¿Qué iba a ser lo siguiente?
—¿Y todavía quieres seguir saliendo conmigo después de esto? —pregunté abatida con la vista clavada en él.
—Claro, cariño. Tu familia es muy divertida —contestó bromeando.
—Mamá…
Era Alex.
—¿Quéééééééé? —respondí alzando la voz.
¿Qué pasaba ahora? ¿Tenía que acabar enfadándome? ¿No podía tener una noche tranquila?
—¿Puedo dejar los champiñones?
Dejé caer el tenedor en el plato con desesperación y puse los codos sobre la mesa al tiempo que me tapaba los ojos con las manos.
Escuché la risa de Sergio.
—Tranquila, Paula —me dijo—. No te desesperes.
Alejandro siguió diciendo que no le gustaban los champiñones y preguntándome si podía dejarlos. Al final le dije que sí por no oírlo más. Después se levantó de la silla y salió disparado del salón.
—Pero si no has terminado de cenar… Alejandro. ¿A dónde vas? Ven aquí.
Sergio me pasó el brazo por encima del hombro.
—¿Por qué no puedo tener una familia normal como todo el mundo? —pregunté resignada mirándole.
Le hizo mucha gracia y me estrujó contra él.
—Entonces ya no sería tan divertida, Paula. Sería muy aburrida, ¿no crees?
Viendo que ninguno de mis hijos regresaba, decidí ir yo misma a por la fuente de natillas.
En la cocina Vicky y Dani discutían alterados mientras Alejandro los miraba muerto de risa.
—¡Basta ya! —les grité ahora ya muy en serio—. ¡Me estáis dando la cena! ¿Se puede saber qué os pasa? A la mesa los dos, ahora mismo —ordené más que alterada.
Los dos me dijeron que no querían postre.
—¡Me tenéis harta! Dani, deja a tu hermana —le ordené— y vete a tu habitación.
—¿Eh? ¿Por qué?
Sin embargo, fue Vicky la que salió de la cocina y se fue a su cuarto.
Cogí la fuente de natillas de la nevera. Las había hecho por ellos, por los tres, pero solo Alejandro estaba dispuesto a probarlas.
—Vamos, Alex.
Él, al menos, obedeció.
Sergio me estaba ayudando a colocar los platos en el lavavajillas cuando Vicky apareció por la puerta preparada para salir. Me dijo que volvería a la hora de siempre. Deseaba preguntarle con quién había quedado pero no me dio ni tiempo.
—Tengo prisa. Me están esperando.
Salió a toda velocidad sin querer escucharme, como hace siempre que no le interesa.
Estaba segura de que su hermano no se había inventado lo de Álvaro. Lo más probable es que fuera cierto y por eso había estado tan misteriosa en los últimos días.
—Debe de ser verdad —le dije a Sergio.
—Bueno, pues me parece magnífico. Así quedará todo en familia —exclamó riéndose—. Además hacen una pareja estupenda, tanto como tú y yo.
—¡Ay, Sergio! ¡Cómo eres! ¿No puedes tomarte nada en serio?
—¿Pero qué problema hay? Si se han enamorado, ¿qué tiene de malo?
Suspiré.
—Seguro que es un problema más, Sergio.
Me abrazó.
—Míralo por el lado bueno —dijo con una gran sonrisa—. Seguro que ahora a Vicky le caigo mucho mejor que hace un mes. ¿No te parece?
Me reí.
—Viéndolo así…
Pero no las tenía todas conmigo. Su sobrino parecía un buen chico y eso no lo ponía en duda, pero era hijo único, vestido con ropa demasiado clásica para su edad, toda de marca, coche propio… Me dio la impresión de que poco tenía que ver con mi hija, y mucho más después de haber conocido a dos de sus novios, Jorge y este último, Diego, más afines a un estilo moderno, con camisetas y pantalones arrastrando, como van todos ahora, como ella misma se viste la mayoría de las veces.
Álvaro no tiene ese estilo ni mucho menos. Desde los pantalones, hasta los zapatos de cordones, pasando por el jersey de Buberry's y la camisa de rayas… Podría decir que entre él y Vicky había un abismo.
Estaba deseando hablar con ella para que me aclarara la historia pero me quedé dormida antes de que apareciera.
Al día siguiente no pudo escabullirse. Le exigí que me explicara qué había entre ella y Álvaro y qué había pasado con su novio. Primero intentó evadirse diciendo que Dani se lo había inventado todo pero no coló. Resignada no tuvo más remedio que decirme la verdad.
Después de conocerse en casa de la madre de Sergio y haber salido tantas horas con él como amigos, me resaltó, había llegado a la conclusión de que tenía que cortar con Diego porque Álvaro le gustaba mucho, y así lo había hecho. Álvaro le había confesado que se había enamorado de ella nada más verla. Me quedé atónita. ¿Eso era amor a primera vista? ¿Un flechazo?
—Si no dijimos nada fue porque como tú y Sergio estáis enrollados… no queríamos líos de familia —afirmó sonriendo.
—Me gustaría que confiaras más en mi, Vicky —le respondí molesta.
—Bueno, no sabía cómo se lo iba a tomar Sergio.
—¿Sergio? Sergio dice que hacéis una pareja estupenda, así que mira…
No pudo disimular su alegría al saberlo.
—Ay, mamá… es tan romántico… no sé, es distinto —exclamó entusiasmada—. Además ya está en tercero de Medicina y tiene un coche para él solo. Reconozco que es un poco pijo, y no me gusta la ropa que lleva, pero eso no importa, ya lo cambiaré —dijo convencida—. ¡Está colado por mi! —exclamó con entusiasmo—. Es Aries como tú, mamá —sonrió tal vez creyendo que eso me complacía.
No salía de mi asombro. Se la veía ilusionada. No sé por qué solo fui capaz de ver problemas acechantes en el horizonte.
—¿Por qué se me complican tanto las cosas? —exclamé en voz alta.
—Mamá… ¡qué exagerada eres!
—Escúchame bien —le advertí—, mucho cuidado con lo que haces. No quiero problemas con la familia de Sergio, ¿entendido? Ni el más mínimo…
Torció el gesto.
—¿Ves por qué no quería decírtelo? —protestó.
Luego empezó a arremeter contra su hermano, diciendo que era un entrometido y un cotilla y que debía castigarlo por haber sacado a la luz su vida privada.
No tuve más remedio que reírme.
—No es para tanto…
Me miró indignada.
—O sea que a mi me montas un pollo por cualquier cosa y a él se lo pasas todo, ¿verdad? ¡Es increíble!
Me agotó oírla. Siguió dándome un discurso sobre su derecho a la intimidad, a que ya tenía dieciocho años, exponiendo razones por las que tenía que castigar a Dani, sin darme un respiro ni dejarme hablar. Fue detrás de mi por toda la casa.
Acabé con dolor de cabeza.
—Por favor, Vicky. Vale… Me aturdes.
Le pareció fatal y salió de la cocina protestando. Llegué a la conclusión de que sería una espléndida abogada. «Locuacidad verbal», desde luego, no le faltaba.
Siguiendo los consejos de Sergio, dejé de preocuparme por el hecho de que su sobrino y mi hija salieran juntos. Tal vez sería algo pasajero, lo más probable, y entonces, ¿por qué inquietarse? Me informó de que su familia ya estaba enterada y también me confesó que a Lidia no le agradaba mucho; no por Vicky, si no porque temía que Álvaro se distrajera demasiado y se olvidara de los estudios.
—Es su primera novia —dijo Sergio.
Le miré incrédula. Un chico tan atractivo de diecinueve años habría tenido más de una ocasión para salir con muchachas. Pensé que tal vez se refería a que no era un rollo como decían ellos, si no que iba más en serio.
—No, no —afirmó Sergio—. Vicky es la primera;
Me enteré de que el chico había estado siempre muy protegido, quizás en exceso, por su madre, ya que esta sentía verdadera devoción por él. Era un estudiante ejemplar, nunca les había causado el más mínimo disgusto ni problema, y por supuesto no le había faltado de nada; un niño mimado que había sido el centro de atención de todos los Lambert y que había crecido entre adultos por ser además el único nieto de Mercedes. Nada más cumplir los dieciocho años, sus padres le compraron un coche cuando aún no tenía ni el permiso de conducir, algo que me parece una verdadera estupidez, y por lo que veo ha crecido entre algodones, así que sigo sin comprender cómo mi hija ha podido fijarse en él, porque me da la impresión de que poco tienen en común. Y no es que los míos tengan carencias materiales, quizás no lleguen al nivel de Álvaro pero tienen la ropa que desean y casi todos los caprichos a los que su padre puede llegar, que para mi son un exceso innecesario. Yo puedo pagarle a Vicky las clases de conducir, pero lo que no puedo es regalarle un coche, además soy de la opinión de que tienen que aprender a valorar el dinero y el esfuerzo que supone ganarlo, no que piensen que cae del cielo como la lluvia o la nieve.
—Para unas cosas es muy infantil —siguió diciéndome Sergio—, bastante inocente. Vicky le da cien mil vueltas, seguro, así que no te preocupes.
Tal vez debería de preocuparme más entonces si Álvaro se dejaba manipular por mi hija… prefería no pensarlo.
De todos modos, no sé si sería tan inocente como Sergio afirmaba, porque cuando regresamos cerca de las dos de la mañana, a la semana siguiente de enterarnos de la noticia, los encontramos besándose en el portal apoyados en el mármol de la pared y manoseándose sin decoro alguno; no vi candidez por ningún lado.
Yo nunca había visto a Vicky en esa actitud, jamás. Y por mucho que digamos que es normal y que no hay que escandalizarse, la primera vez impresiona a cualquier madre. O al menos fue lo que me pasó a mi, porque una cosa es suponerlo y otra verlo con los propios ojos.
Estaban tan efusivos que ni siquiera nos vieron, y eso que estábamos a su lado. Yo estaba atónita. Sergio tosió y fue cuando se separaron.
—Ah… hola, mamá —dijo Vicky.
Álvaro se puso rojo pero mi hija estaba tan tranquila.
—Bue… buenas noches —dijo él mirándome.
—Vicky, sube enseguida —ordené mientras abría con la llave.
Sergio me acompañó hasta el ascensor muerto de risa. Al parecer le había hecho mucha gracia mi expresión al ver a los chicos.
—No te rías, Sergio. A mi no me parece nada divertido. Pero… ¡si llevan quince días juntos! —exclamé.
—Ya sabes que esta generación no pierde mucho tiempo en conocerse, Paula.
—Sí, anda, arréglalo… Y dile a tu sobrino que no tenga tanta prisa por conocer a mi hija, ¿quieres? ¡Vaya con el infantil e inocente niñito! Y deja ya de reírte —protesté
Él continuaba carcajeándose.
—Es que si hubieras visto tu cara…
—Ja, ja… —me burlé—. ¿Subes? —pregunté al ver que llegaba el ascensor.
—Humm… no sé… Es que si ahora doy la vuelta, ¿cómo crees que me los voy a encontrar? —preguntó divertido—. ¿Seguirán con las lenguas pegadas?
—Pero qué gracia —contesté molesta de que me tomara el pelo.
—No, cariño, no subo. Te veo mañana.
Me besó en los labios.
—¿Le digo a Vicky que suba o la dejas un poco más?
Pulsé el timbre del ascensor sin contestarle.
«¡Hombres! Qué fácil lo ven todo», me dije.
Vicky llegó pocos minutos después. Yo estaba en la habitación desvistiéndome y entró sin llamar, como siempre.
—Hola —dijo—. ¿No te habrá parecido mal, verdad? Quiero decir, que es normal y todo eso… Que estamos enrollados, y bueno…
—Vale, Vicky. No soy de la Prehistoria —dije—, pero no quiero espectáculos en el portal. Así que calmaros un poquito…
—Mamá, no había nadie.
—Lo mismo que he llegado yo podía ser cualquier vecino.
—A mi eso no me importa.
—Claro, ¡a ti qué te va a importar! Ya sé que no te importa…
Se quedó callada mirándome.
Le pregunté si era verdad que Álvaro no había salido con ninguna chica antes que ella.
—No. Yo soy la primera —dijo orgullosa—. Ni un rollo ni nada. Ni siquiera… bueno… no… quiero decir que… ni había besado nunca a nadie.
—Pues vaya, aprende rápido, por lo que se ve —murmuré.
No le debió hacer mucha gracia mi comentario porque salió pitando sin decir nada más.
La que también se quedo atónita fue mi madre.
—¿Con el sobrino de Sergio? —preguntó.
—Sí, mamá. No habrá chicos suficientes en la Facultad de Derecho ni en los sitios por los que se mueve…
—¿Pero no estaba saliendo con otro?
Me encogí de hombros.
—Lo ha mandado al cuerno.
—No pierde el tiempo, por lo que veo. ¿Y cómo es? —preguntó con curiosidad.
—Humm… muy mono. La verdad es que no está nada mal. No puedo decir lo contrario porque mentiría. Tiene buen gusto.
—Mientras sea buen muchacho. Eso es lo importante.
Suspiré. Con todos los chicos que había en el mundo, tenía que liarse con Álvaro…