Fred Thomas, le dobló el cuello y le expuso la vena que rozó con la punta de una navaja.
—Por fin te tengo en mis manos, maldita.
—¿Qué quiere? —soltó ella aturdida, con la respiración congelada y el brazo adolorido, culpa de la presión que el hombre ejercía.
Thomas, la observaba con expresión malévola y con cierta curiosidad se preguntaba ¿Cómo una chiquilla de no más de veinte años, había logrado trastocar su mundo llevándose lo que más quería? Le pinchó el cuello. Julia soltó un gemido lastimoso.
—¿A dónde te las llevaste zorra?
No contestó. Se limitó a cerrar los ojos y a rezar en medio de los sollozos.
—¡Habla!
De pronto la puerta se abrió con un estruendo y salió Nick con expresión furibunda.
—¡Julia! —tronó.
El alivio de la joven fue tan evidente que se sintió mareada y se le destemplaron las rodillas.
—¡Retírese! Si no quiere verla con el cuello en canal ¡Retírese ahora! ¡Y tú! Dime: ¿dónde mierdas están mi mujer y mi hija?
Julia se sintió apoyada por la presencia de Nick y con la adrenalina a mil, aprovechó para darle un puntapié en la rodilla con la punta del tacón. El hombre soltó un quejido y aflojó el amarre lo que hizo que el joven preso de la desesperación, le lanzara una patada que lo separó más de Julia que empezó a gritar y a pedir ayuda. Aprovechando la ventaja, se abalanzó sobre él enseguida y le propinó un par de trompadas que lo dejaron, atontado y tirado en el piso.
—¡Maldito! —bramaba—. Nadie toca a mi mujer.
Los gritos de Julia habían llamado la atención de varias personas y en menos de nada el lugar estaba invadido de gente. Nick dejó a Thomas custodiado por el guardia del lugar y por Mike y Peter mientras llegaba la policía. Se acercó a Julia que se abrazaba a Lori.
—¿Estás bien? ¿Te hizo daño? —preguntó angustiado.
—Estoy bien.
Ya en sus brazos y lejos de las miradas curiosas se echó a llorar como una niña. Nick se limitó a abrazarla y a consolarla.
—¡Ya mi amor! Ya pasó ¡Dios mío! —se angustió, le pasó el dorso del pulgar por la pequeña herida que le había dejado el hombre en el cuello.
—¡Qué hijo de puta! —Soltó Lori—. Pero le diste su buena paliza.
No refutó. Echaba vistazos ansiosos a Julia y al malandro que la había atacado. La policía llegó en minutos; se llevaron a Fred Thomas y Nick se trasladó con Julia a la comisaría a declarar.
Lori se comunicó con los Lowell, quienes llegaron al lugar a los pocos minutos.
—¿Por qué no me dijiste nada? —fue el primer reproche de Raúl a su hija en cuanto la policía los puso al tanto.
—Porque no me dejarías volver al refugio y además, no creí que fuera tan grave.
—¿Tú estabas enterado de esto Nick? —le preguntó Raúl con talante disgustado.
—Sí señor, nunca pensamos que se atrevería a tocarla.
Nick no le haría saber a los padres de Julia, el par de disgustos que había tenido con ella por ese tipo.
—Pues muy mal hecho ¿Y si ese hijo de puta se hubiera salido con la suya?
—Ni lo diga, lo habría matado con mis propias manos.
Nick observó a Julia que después de rendir declaración se sentó en una silla franqueada por Lori y Liz.
—¡Qué nochecita de mierda!
—Lori… —la reprendió Liz—. Hiciste mal en ocultarnos las cosas Julia.
—Lo siento, mami.
Salieron de la comisaría con la seguridad de que Fred Thomas pasaría en la cárcel una buena cantidad de tiempo. Nick la llevó en el auto, seguido del vehículo de los papás de Julia.
La tensión era evidente en el automóvil. El joven rompió el silencio.
—¿Estás bien?
—No, no estoy bien.
—Ya pasó todo mi amor —se lamentó—. Hubiera matado a ese desgraciado.
—Me salvaste, muchas gracias. —Apretó su mano, él la aferró, sin soltarla maniobraba el auto.
—No quiero que te expongas más. Hablé con tu padre mientras rendías declaración; me gané el regaño de mi vida y con toda la razón, no debimos haber ocultado lo ocurrido.
—Mi padre me impedirá ir al refugio, pero yo ya soy mayor de edad.
El semblante de Nick se descompuso, la miró con estupor, la soltó, aferró el volante con ambas manos y la miró furioso.
—¿No entendiste todavía la magnitud de lo que acabó de pasar? No vas a volver a ese maldito lugar.
Julia fijó su mirada al frente.
—Hago lo que quiero —y con una sonrisa sarcástica, carente de humor lo enfrentó—: Discutimos antes del ataque porque salí a bailar. Tú no eres mi dueño.
Nick perdió los papeles, la tensión por todo lo ocurrido y la terquedad de Julia fueron el detonante de su rabia.
—Bailaste sí —fue su respuesta, expresada con acento cortante y ofensivo—, y toda la partida de malnacidos del lugar, estaban babeando por ti. ¿Cómo crees que me sentía? Todos se imaginaban ¡A mi mujer! estoy seguro que por sus mentes pasaron toda clase de pensamientos lascivos. Con gusto le habría reventado la cara a más de uno.
Julia elevó el tono de voz.
—Malinterpretaste todo. Solo quería divertirme. No lo hice con el ánimo de provocar.
Forzó una risotada, rabioso, afligido por lo ocurrido, celoso por el maldito baile y furioso consigo mismo por el desgobierno de su talante.
—No puedo hacer caso a tu actitud Nick. Te lo repito; no eres mi dueño. He visto muchas chicas de la escuela y la universidad pasar por lo mismo; solo se mueven para dónde su novio les diga. Yo no voy a asumir esa condición, sí estás pensando que, porque eres mi novio, tengo que hacer lo que tú quieras, las cosas no funcionaran por más que te ame.
Nick le destinaba vistazos iracundos, estaba atónito por la reacción de Julia, se había transformado en una mujer de armas tomar cuando de defender sus ideales se trataba. Atrás quedaba la mujer noble y amable que había conocido a lo largo de la jornada. Un instinto primitivo de posesión se elevaba en su interior. Se rebelaba, ninguna mujer le había inspirado lo que le inspiraba Julia. Una angustia lacerante lo invadió de pronto, al percatarse de que la podría haber perdido esa noche. Molesto todavía, observó su perfil, su gesto obstinado. La barbilla le temblaba, sinónimo que estaba conteniendo el llanto.
—No es mi intención prohibirte cosas —se defendió—. Está muy mal entonces, el querer impedir que algo malo te pase.
—No puedo vivir en una caja de cristal. El mundo está lleno de peligros y no voy a correr a esconderme porque a ti te parezca.
Llegaron a la casa de los Lowell, Liz y Raúl esperaban en la puerta. Nick bajó del auto en silencio, sin mirarla le abrió la puerta y la escoltó con sus padres.
—Hasta mañana.
—Te esperamos mañana a celebrar el día de Acción de Gracias —manifestó Liz.
—Nick está ocupado —interrumpió Julia.
Herido por el desplante contestó:
—Si señora, no podré acompañarlos, mañana tengo entrenamiento desde temprano y después debo descansar.
—Claro —interrumpió Raúl—, la gran fecha, quedas disculpado y de nuevo te agradezco lo que hiciste por Julia.
—Buenas noches.
Los padres de Julia, se miraron extrañados por la fría despedida, tan diferente al saludo de hacía unas horas.
Al llegar a la soledad de su cuarto, Julia se desmoronó. Liz entró minutos después con un agua de toronjil para calmarla. Se abrazó a ella con la compuerta del llanto liberada por completo, culpa de la angustia y el pavor.
—Shhhh, ya hija, ya, estás bien, hay que agradecer a Dios por eso —le tomó la cara con las dos manos— y porque ese desgraciado está a buen recaudo.
Lloró gran parte de la noche hasta que el sueño y el cansancio la vencieron en la madrugada. Rememoró en su mente una y otra vez el ataque de Fred Thomas. ¿Qué hubiera pasado donde Nick no hubiera llegado a ella?
El día de acción de gracias, Nick no la llamó. En la reunión familiar estuvo como alma en pena, mirando el móvil a cada minuto. Maggie la reprendió por enésima vez por lo ocurrido. La única que no le dijo nada fue su abuela Elizabeth, que se limitó a tomarle el rostro, examinar la pequeña herida, mirarla a los ojos y con un pequeño pellizco en la mejilla le dijo que lo único que necesitaba era una sopa caliente. Mary, enterada de lo sucedido por la policía, que fue al refugio a investigar, se presentó en el hogar de los Lowell al anochecer. Encaró el talante preocupado de Raúl.
—Si Julia no va a estar segura en ese lugar, no podrá volver a ejercer de voluntaria. No voy a permitir que a mi hija le suceda algo.
Mary se rebulló en su silla. Liz sorbía una taza de té y Julia se limitó a escuchar el intercambio. Había sido clara con su padre al respecto, pero Raúl era igual de inflexible.
—Señor Lowell, yo entiendo su preocupación, la verdad fue un episodio en un millón, nunca habíamos tenido un problema parecido.
—Pero fue mi hija la que se vio afectada.
—Papá…
Raúl interrumpió:
—Si no me garantiza la seguridad de mi hija…
—Papá, no puedes prohibirme volver al refugio. Es un lugar importante para mí. Estudio psicología por ellas y sus hijos. No me obligues a mentirte porque no voy a dejar de ir.
—Julia —terció Mary—, tú padre podría tener razón, no puedo garantizar el que no te ocurra nada, así como nadie puede garantizar que no encontraremos la muerte a la vuelta de la esquina. Debes obedecer a tus padres y si ellos no están de acuerdo, no podrás volver en un tiempo. Te agradezco todo lo que has hecho por nosotras.
Rompió a llorar. Sabía que su padre quería protegerla. Pero le dolía que la labor que desempeñó con tanto entusiasmo y por tanto tiempo se viera interrumpida por una mala jugada de la vida. No quiso discutir más con sus padres. Mary se despidió al rato. Julia apenas comió y se retiró temprano. Revisó el móvil por enésima vez, No había mensajes.
El sábado amaneció soleado pero algo frío. Pensaba ir a Berkeley y adelantar un trabajo atrasado, pero recibió la llamada de Lori.
—Peter ya tiene las entradas pasaremos a recogerte a las dos. Abrígate, hace frío.
—No voy a ir.
—¿Cómo? Hoy es el gran día. Nick se jugará el pellejo, no vamos a perdérnoslo —se quedó unos instantes en silencio—. ¿Estás bien? ¿Pasó algo?
—Discutimos la noche que me trajo de la comisaría.
—Oh, Julia, lo siento ¿Qué pasó?
—Nos ofendimos, estábamos exaltados, no me ha llamado.
—Pues qué raro, le dio pases a Peter e insistió en que tú estuvieras.
—¿En serio? —Se desanimó otra vez—. No sé, Lori.
—Piénsalo y te llamó más tarde.
Al colgar se percató que tenía un mensaje de texto.
“Mi amor, soy el imbécil más grande del mundo y no te culparía si no me vuelves a hablar. Perdóname, soy celoso, cabeza dura y no quiero que nadie más te mire o te piense ¿Podrías lidiar con eso? Además, estaba angustiado por todo lo ocurrido. He tenido dos días para pensar y no puedo vivir sin ti, mi preciosa chica Berkeley. Te espero antes del partido, recuerda que eres mi amuleto de la buena suerte.
Tu Nick”.
Se le transformó el semblante enseguida. Claro que iría, claro que arreglaría las cosas y claro que podría lidiar con los celos, eso y más. Se arregló con esmero. A pesar del frío, llevó falda corta y botas negras, un suéter rojo y chaqueta de cuero negra. Sabía que esa tarde el estadio estaría a reventar y pues si Nick era celoso, ella no se quedaba atrás. Lo dejaría con la boca abierta.
—¡Julia! Estás de infarto, vas a dar guerra por lo que veo.
—No quiero a nadie cerca de él está tarde.
Llegaron al estadio casa de los Cardinales donde tendría lugar el partido de ese año. El sitio estaba atestado, el gentío rugía, las diferentes barras animaban a los equipos. Los Cardenales no habían tenido suerte en el Big Game de los años anteriores. Julia dejó a sus amigos acomodados en las sillas y fue a encontrarse con Nick. Era un partido televisado, había periodistas por todas partes, con un pase especial que le entregó Peter, entró en el pasillo que la llevaba al lugar de reunión. Le envió un mensaje de texto; en el que decía, que ya estaba llegando al lugar de concentración. Varias personas pululaban por el lugar, entrenadores, estudiantes y chicas que deseaban ver a los jugadores antes del juego.
Nick salió en segundos a recibirla y en un par de zancadas devoró la distancia que los separaba. En un instante, Julia desapareció bajo el equipo de Nick, que la aferró sin querer soltarla.
—¡Julia!
—Eres mi vida —contestó ella con la voz enterrada en su pecho.
—Mi amor, mi amor, mi amor —recitaba en una letanía—. Gracias por venir, te amo, te amo. ¡Perdóname! No merecías que te tratara de esa manera y más después de lo ocurrido. Estaba como loco, si algo te llega a pasar, no quiero ni imaginarlo.
Nick cerró los ojos con fuerza, como si así, pudiera ahuyentar las imágenes que lo atormentaban desde el miércoles en la noche. Le enmascaró el rostro con las dos manos y se fundieron en un beso, que encerraba los sentimientos que los asolaban: dudas, temores infundados, celos, pasión y por supuesto el amor.
—Creí que habíamos terminado.
Nick levantó la mirada con semblante fiero.
—¡Nunca! Estos dos días fueron un maldito infierno.
Ella se levantó en puntas de pies y le susurró en el oído:
—No dejo de pensar en ti.
Lo surcó un escalofrío al percibir la suavidad de sus labios en su oreja y el tono en el que le habló. Ella continuó:
—Pero no te voy a distraer más. Ve a patear los traseros Cal, dale la victoria a tu equipo.
Nick soltó la carcajada.
Julia volvió a su lugar. El partido estaba a minutos de comenzar. Las porristas meneaban los pompones y bamboleaban las caderas. Las barras gritaban sus arengas. Minutos después en una ovación de parte y parte salieron los jugadores a la cancha.
Después del lanzamiento de moneda, el equipo de los Cardinales se puso en posición como atacante. El kicker golpeó el balón y se dio inicio a la batalla. Julia tenía toda su atención en el campo mientras la pelota surcó el aire. Había aprendido algo del deporte. Los estudiantes de Stanford aclamaban con más brío al ver como Los Cardinales hacían salir de sus posiciones a los Cal. Stanford tomó el control del juego en el primer cuarto, avanzando seis posiciones y haciendo retroceder a los Cal. El final del primer cuarto fue 8-6 a favor de los Cardinales. En el segundo cuarto hubo una jugada brillante por parte de Nick que interceptó un pase de 30 yardas y aseguró el balón dentro del campo, pero un acción de Cal los puso de nuevo en desventaja. Para el último cuarto, el marcador estaba empatado. A los cinco minutos de iniciado el juego y después de una patada de despeje; Cal respondió con un touchdown aventajando el marcador. Quedaban dos minutos de juego. Nick conectó con el quarterback desde la línea de 30 yardas. Cal intentaba repeler el ataque. Stanford anotó. La pelota estaba en poder de Stanford y con un minuto para anotar. El Mariscal de campo lanzó un pase a Nick que ya había adivinado la jugada y estaba bien situado, se comió las yardas y aferró la pelota en el aire. Unos de los jugadores, el defensa estrella de Cal se dirigía hacia él que corría como nunca hacia la línea de gol.
El defensa de Cal con un rugido como el de una trituradora, se abalanzó sobre Nick, pero fue interceptado y lanzado al aire por un defensa de Stanford. La atmósfera en el estadio era electrizante. Nick corría con la agilidad de un bailarín. Con una fuerza y una velocidad atronadora, sus manos llegaron a la línea de gol. Julia se clavó las uñas en la mano. Sorprendida vio como en segundos le daba la victoria a su equipo. Era un guerrero, un luchador y en ese instante supo que estaba frente a una persona muy especial, como Nick de la Cruz no habría dos y se sintió orgullosa de pertenecerle porque le pertenecía en cuerpo y alma.
Los gritos de los aficionados de Stanford, retumbaban en el lugar. Años sin ganar el gran juego. Julia reía y lloraba.
—¡Por Dios! Tu Nick lo hizo, le dio el triunfo a Los Cardinales —gritaba exaltada Lori.
Mike y Peter celebraban la victoria con unas jóvenes ubicadas en la gradería cercana. Todos quedaron de ir a celebrar a un bar cercano. Los chicos y Lori se adelantaron. Julia quería verlo. Tuvo que esperar casi una hora hasta que el pasillo quedó despejado y empezaron a salir los jugadores. Demoró un rato más, se preocupó, se había ganado sus buenos golpes en el encuentro. Pero al preguntar por él, le dijeron que estaba atendiendo a algunos periodistas.
Al final salió, hermoso, con un golpe en la cara y la felicidad de la victoria. Se veía agotado.
La alzó y le dio varias vueltas en el aire. Reía como loca.
—Estuviste fantástico —lo besó y lo abrazó en cuanto puso los pies en el piso—. Esa jugada es de no creer. No me extrañaría que te convocaran a profesionales.
—No me interesa.
Caminaron abrazados por el pasillo.
—Podrías concretar tus planes de esta forma también.
Nick no quiso seguir sobre el tema y ella le contó cómo se había sentido los últimos minutos del partido.
—Eh, eres mi fan —la arrinconó contra una pared cercana—. Lo sabía. Sabía que acabarías amando el fútbol.
Empezó a besarle el cuello. Ella respondió a su caricia con un suave gemido. Corrían chispas entre ellos.
—El fútbol no, a cierto jugador sí, con toda el alma —le pasó la punta de los dedos por el filo de la nariz, le dibujó el contorno de la boca. Nick tenía una boca preciosa, era un rasgo sobresaliente en él. Siguió el recorrido por la mandíbula y luego le acarició el golpe en la mejilla. Para todo lo que vio durante el juego, había salido bien librado. Se acercó de nuevo y le ronroneó—. Ya que lo hiciste tan bien quiero mi autógrafo.
Nick introdujo las manos dentro del suéter, de suerte que las manos las tenía calientes por el partido. Porque hacía frío.
—Me estás dando ideas —la acercó más él y le acarició el contorno de la cintura. Un par de chicos pasaron, apenas les prestaron atención. Sobre sus labios susurraba—: Te pondría sobre mis rodillas y firmaría mi nombre con tinta imborrable en tu hermoso trasero.
Ella le susurró al oído:
—Yo tengo una idea mejor ¿Me firmarías tu autógrafo en mi interior, con esto? —llevó una de sus manos al miembro que ya estaba erecto tras el pantalón.
Nick la miró sorprendido, sin poder dar crédito a lo que escuchaba. Como siempre ella le llevaba la delantera. Estaba más que listo para complacerla. El pasillo estaba desierto. La arrastró varios pasos hasta una puerta, que abrió con premura. Era un cuarto de útiles de aseo. Cerró con suavidad. La única luz que tenían era la que entraba por la ranura de debajo de la puerta.
—Creo que podré complacerte.
—Eso espero —dijo ella, mientras ansiosa, le subía el suéter. Necesitaba tocarlo, necesitaba calmar la vorágine de fuego y necesidad que había creado en su cuerpo y que solo sería satisfecha en el momento de sentirlo dentro de ella y también, necesitaba, calmar lo ocurrido hacía dos noches. Se aferró de sus hombros, al tiempo que él la levantaba en sus brazos y le quitó la ropa interior.
—Me estás matando, chica Berkeley. Desde que te vi con esa falda. He querido hacer esto —dijo él, en cuanto puso sus manos en el trasero de Julia y luego le friccionó el sexo con su cuerpo. La intensa humedad de ella aun lo sorprendía. La apoyó contra la pared, se abrió el pantalón dispuesto a entrar en ella.
—Shhh no nombres Berkeley en el recinto sagrado y no —susurró ella en un estado de excitación casi doloroso—, no deseo que mueras, aún no, primero quiero mi orgasmo, por favor.
Nick que ya tenía los pantalones abajo, no pudo evitar soltar una carcajada. Su Julia, era la única mujer que lo hacía reír en medio de la pasión. La amaba con locura. Se puso serio de repente al pensar en cuanto la necesitaba. Los dos días anteriores transcurrieron con una piedra en el pecho que le impidió respirar con tranquilidad. Hundió los dedos en su cabello y fijó la cabeza con sus grandes manos, deseaba mantenerla quieta mientras le recorría el rostro con la vista, amaba como se oscurecían sus ojos en medio de la pasión. Aunque la luz era escasa podía atestiguarlo. Le comió la boca con la lengua. Estaba excitado al tope, su pene presionaba contra el vientre de ella. Le subió el suéter y se separó de ella unos segundos mientras la pieza de ropa pasaba por su cabeza. El encaje blanco del sujetador brilló en la oscuridad. Lo abrió con premura y él volvió a besarla con ímpetu. Tomó los dos senos con las manos y los masajeó con rudeza.
Julia sintió un alivio momentáneo, dejó escapar un gemido grave, que Nick devoró. Se cimbreaba deseosa contra él. Nick le respondió con más ganas, se separó de ella y le prestó atención a sus pechos que succionó con deleite. Luego volvió a su boca para aplacar los gemidos.
—Quiero devorarte, eres una delicia —murmuró en tono áspero que le puso a Julia el vello de punta.
Le acarició la entrepierna, hasta encontrar la hendidura tierna y húmeda, introdujo un dedo y percibió la suave caricia que lo oprimió. Soltó una palabra que Julia no entendió y reemplazó el dedo por su miembro. Julia gemía al sentir el pene abriéndose paso dentro de ella, la deliciosa fricción, el empuje.
—Estoy dentro de ti y ya quiero correrme.
No hablaron más, el espacio fue invadido por el sonido de las respiraciones agitadas, la fricción de los cuerpos, la unión de sus bocas. Julia no podía aguantar más los gemidos que pugnaban por salir, la unión con Nick y sus caricias la estaban volviendo loca y sabía que pronto llegaría su liberación. La detenía el lugar en el que estaban, que alguien de pronto necesitara algo de este cuarto. Nick percibió su inquietud.
—Mírame Julia.
Ella en medio de la semioscuridad, le regaló su mirada de oro oscurecido y escogió ese momento para pronunciar un lamento que endureció aún más su miembro, sus ojos vagaban por su rostro grabando cada gesto, cada seña, cada clamor, engulló cada uno de sus sonidos. Percibió cada una de sus caricias, hasta la de los tacones de la botas clavándose en su espalda. Era una experiencia del otro mundo. Se impulsó más dentro de ella. Se sentía cada vez más salvaje, más encendido. El ritmo cambió y las embestidas se hicieron más rápidas.
—Me pones tan caliente.
—Nick, por favor.
Julia llegó al clímax con una sensación demoledora, un cataclismo de sensaciones que le comprometieron desde la punta del pie hasta el último rincón de la cabeza. Apenas escuchaba los gruñidos de Nick, en cuando volvió a la vida.
Nick escogió ese momento para liberarse en ella. Su orgasmo fue cobrando fuerzas antes de estallar de manera irreal y explosiva. Bombeando pegado a ella y viendo como sus pechos se movían al ritmo de sus acometidas, la unión que lo devoraba. Fue como si una llamarada lo consumiera entre convulsiones y un intenso placer.
La sensatez volvió a su puesto. A Julia se le regularizó el pulso y estudió el entorno. Útiles de aseo, escobas, baldes. Soltó una carcajada nerviosa. Una profunda ternura la invadió al ver el rostro de Nick que no perdía detalle de ella. Todavía unidos, la abrazó y le besó el cuello y el cabello.
—Tenía otros planes —susurró ella.
—¿Cómo?
—Quería ir a un lugar, pasar la noche juntos.
—¿No te gustó? Todavía no me repongo.
—Claro que me gustó, solo que quería ir a algún lugar, una habitación, champaña, música, algo de comida.
Nick soltó la carcajada.
—Haremos borrón y cuenta nueva, me pongo en tus manos, llévame a donde quieras. Estoy listo para repetir.
Salieron abrazados minutos más tarde.