Capítulo 2
—¿Seguro que no te estarán gastando una broma pesada, Andrés? — Dijo María, con incredulidad. — Igual la han retocado de alguna manera…
—Imposible, nadie sabe dónde guardo esos recuerdos y sabes que tengo la manía de que no me gusta invitar a gente a casa, tú apenas has estado una vez y ha sido muy poco.
—Sí, es verdad, a veces pienso que eres muy raro — Dijo en una carcajada.
—Es mi espacio, no quiero que nadie lo invada. — Expliqué.
—¿Y Por qué no vamos a ese pueblo tuyo? Es una locura, pero será divertido estar en ese sitio deshabitado e investigar.
—Ya lo había pensado, vamos tú y yo, solos, donde vivía de pequeño — contesté, arrepintiéndome al momento.
Ella levantó la mirada de la fotografía que descansaba sobre la mesa y me miró por unos segundos, pensando algo. Comenzaba a sonrojarme.
—Decías que había otra foto. — Comentó al fin.
Estábamos en su casa de la calle vitoria, sentados, frente a frente, en la cocina de paredes de azulejo blanco, con dos tazas de café sobre la mesa y el sonido de un reloj de pared sonando de fondo. Por lo demás, predominaba un silencio mañanero que incomodaba. Saqué de mi bolsillo la segunda fotografía y se la tendí, ella la miró con curiosidad por unos segundos.
—Está claro, Andrés, que está foto está relacionada con eso de lo que nunca quieres hablar. — Dijo María, hablando otra vez de lo que no me gustaba.
Se acomodó en el respaldo de la silla y bebió un sorbo de su taza, acción que yo imité. Llevaba un pijama azul y tenía cara de no haber dormido bien. Me miraba fijamente, parecía que estuviera pensando algo todo el tiempo. No dije nada.
—No vamos a hablar de eso, ya te conté que…
—Andrés, si quieres que te ayude, debes de contarme todo. Esta vez, tiene que ser así. Lo que tenemos en nuestras manos es muy grave y yo, te voy a ayudar. — Cortó de repente, muy seria, inclinándose hacia mí y apoyando los brazos sobre la mesa.
Yo sabía que no tenía nada que hacer, cuando María se ponía así, era imposible pararla.
—Sabes que esto me duele… — Dije entristecido.
—Lo sé, pero quiero ayudarte.
Supe en ese momento que, por más que lo intentara, no podía seguir evitando contar a mi amiga lo que significaba aquella segunda fotografía, apenas una imagen difuminada y mal cuidada, pero que significaba mucho dolor para mí.
Entonces, antes de empezar a relatar lo sucedido en aquel pueblo alejado de la mano de Dios, hace catorce años, me juré que volvería a pisar aquel suelo maldito, para desvelar el enigma de aquellas fotografías que sugerían que estaría con mis padres tan solo ocho meses.
Pero, lo que en verdad daba miedo, no era la foto, si no el hecho de que el futuro y el presente estaban entrecruzados entre sí.