Citerior y Ulterior
La llegada a Hispania de Escipión y sus tropas fue determinante para la expulsión de los cartagineses de la península Ibérica. En 206 a.C., los romanos culminaban su invasión con la conquista de Gades. Previamente habían fundado una pequeña ciudad que poblaron en esencia con los heridos de la batalla de Hipa. Ese núcleo urbano llevó por nombre Itálica (Santiponce, Sevilla), futura capital de la provincia Ulterior. En esos años no se puede hablar de administración romana sobre Hispania, más bien debemos ceñirnos al concepto de expansión colonial por la fuerza de las armas.
Escipión estableció, gracias a sus incontestables éxitos militares, dos áreas poco definidas en cuanto a límites fronterizos pero claramente reconocibles en la geografía hispana. Por un lado la zona a la que se denominó Citerior, llamada así por su cercanía con Italia. En ese lugar se encuadraban territorios del este y noreste peninsular. Por otro estaba la zona Ulterior, nombre que diferenciaba a los territorios más lejanos con respecto a Roma. En este ámbito geográfico quedaban los lugares del sureste, sur y suroeste de la península Ibérica. En todo caso, el río Iber para una, y el río Betis para la otra, marcaban el origen de aquellas primigenias provincias romanas de Hispania.
Entre el 206 a.C. y el 197 a.C., los mandos provinciales fueron desempeñados por algunos procónsules elegidos de forma un tanto improvisada. Tengamos en cuenta que en aquel tiempo todavía no estaba claro cómo se ocuparía la Península y sobre todo cómo se llevarían los asuntos administrativos de unas latitudes cuajadas de tribus nativas muy reacias al pago de impuestos y a la concesión de tropas auxiliares para las guerras de Roma. Muchas ciudades ibéricas negociaron de forma dispar su presunta adhesión a los nuevos conquistadores. Desde la metrópoli latina se acuñaron términos que definieran la cercanía o alejamiento de las diferentes ciudades ibéricas. La clasificación establecía tres grados de unión con Roma: las oppida foederata gozaban de un tratado de amistad que las liberaba de un buen porcentaje impositivo por haber demostrado su fidelidad a los romanos en todo momento; luego estaban las libera, ciudades a las que Roma trataba de forma unilateral como amigas por la prestación puntual de algunos servicios. Finalmente, tenemos las stipendiaria. En este grupo se aglutinaban la mayor parte de las ciudades íberas, las que se habían opuesto con mayor intensidad a las tropas romanas, siendo doblegadas por acciones bélicas.
A estas plazas se les aplicó una mano dura sin concesiones, obligándolas a un pago abusivo de tributos, sin posibilidad de negociar nada que no fuera lo impuesto por Roma. El stipendium fijaba una recaudación tributaria anual que consistía en el pago obligado de oro o plata en monedas o lingotes. También se aceptaba una aportación en especies, principalmente textiles o cereales. Los tributos a recaudar fueron tan injustos como excesivos, y desencadenaron la hostilidad de muchas comunidades nativas, las cuales, una vez que se marchó Escipión, no tardaron en levantarse en armas contra los flamantes dominadores de la Península.
En 205 a.C., los caudillos ilergetas Indíbil y Mardonio lideraron una confederación de tribus que consiguió armar un ejército de 30.000 infantes y 4.000 jinetes para enfrentarse a las legiones romanas dirigidas por los procónsules L. Léntulo de la Citerior y L. Manlio Acidito de la Ulterior. El choque se produjo en los campos de los sedetanos (Zaragoza), con una derrota total para los ejércitos autóctonos. La persecución y represión sobre los supervivientes fue tan brutal como clarificadora. Los romanos no aceptaron negociar ninguna alianza, limitándose a ejecutar a los jefes rebeldes. Era un mensaje de advertencia para futuras desobediencias. Esa actitud dejaba manifiesta la intención de Roma para los siguientes decenios. Hispania se incorporaba como provincia de Roma y su gestión y explotación pasaba única y exclusivamente por las decisiones que se adoptasen en el Senado romano y no por ínfimas negociaciones con las tribus sometidas.
En 197 a.C. se dio oficialidad al nacimiento de las dos provincias hispanas. Desde entonces los nombramientos para su gobierno quedarían legitimados por los organismos políticos romanos. Se cambió el concepto de mandos duraderos con unidad de criterio por el de cargos anuales encomendados a magistrados elegidos, cuya supervisión resultaba mucho más sencilla que en los casos proconsulares anteriores. De esa manera se intentaba evitar que los militares enviados a Hispania se convirtieran en pequeños caudillos que, mediante botines, obtuvieran honores y prebendas de dudosa procedencia. Los dos primeros pretores enviados a la nueva provincia fueron C. Sempronio Tuditano para la Citerior y M. Helvio para la Ulterior. En ambos casos contaron con el apoyo de 8.000 infantes y 1.400 jinetes, los cuales, en casi su totalidad, eran tropas auxiliares con muy pocos efectivos legionarios. Esta escasa milicia se mostró a todas luces insuficiente para contener la furia de las tribus íberas y, muy pronto, se tuvo que asumir la necesidad de enviar un ejército de refresco si se deseaba mantener con éxito la presencia romana en Hispania.