CAPÍTULO X

 

Marta abrió la puerta del coche que la estaba esperando. A lo lejos pudo divisar cómo partía a toda velocidad el coche patrulla que llevaba al Comisario. Después miró hacia atrás, y vio cómo los periodistas se volvían a agolpar delante de la puerta de entrada de la casa de los padres de Thintia ante la presencia del portavoz familiar. Se subió al coche y se sentó junto a Juan, que era el policía que le habían asignado para que esta vez le acompañase. Marta introdujo la mano en su bolso en busca del paquete de cigarrillos, sin sacarlo cogió uno y después de mirar al joven Juan se lo encendió. Cada vez tenía más claro que la resolución del secuestro se encontraba en la casa de Blas. Mientras le daba interminables caladas a su cigarrillo y transitaba por las atascadas calles de Madrid, solo sabía que divagar con respecto a todo lo que le había contado el escritor. Empezaba a creer fervientemente en todo lo referente a los campos mórficos, y sobre todo cuando estaba avalado por estudios científicos completamente rigurosos. Miró su reloj y marcaba cerca de la una de la tarde. En apenas dos horas debería de aparecer un nuevo dedo. Tuvo la sensación de que iban muy por detrás de los hechos y que solo un golpe de suerte sería lo que sacaría adelante aquella dificultosa situación. Cuando se dio cuenta el vehículo se encontraba desacelerando y Juan con sumo cuidado lo aparcó justo delante de la casa de Blas. Marta descendió y le dijo a su acompañante que esperase allí. Llamó al timbre y a los pocos segundos la puerta se abrió. Prácticamente en un abrir y cerrar de ojos ella se encontraba de nuevo en aquel comedor que le parecía ya tan familiar. Blas estaba de pie y con una copa en la mano.

—Ya me he enterado que han aparecido dos dedos más. Lo han dicho por la tele —exclamó él mientras le daba un sorbo a su copa.

—Sí. ¿Y sabes a qué hora han sido localizados y qué colores tenían?

Blas dejó su copa sobre la mesa y después de resoplar por lo nervioso que estaba, asintió con la cabeza contestando la pregunta. Después sacó de su bolsillo trasero el plano de Madrid y lo abrió para extenderlo sobre la mesa. Ahora eran seis las señales que había, y después de mirarlas durante unos segundos levantó su cabeza.

—No lo entiendo. Las sigue dejando sin patrón alguno. Por mucho que intento hilvanar trazos coherentes, no consigo que salga ninguna figura que sea lógica. Como ya le he dicho, no lo entiendo Inspectora. Pero sin embargo el tema de los colores van a más tenues y los horarios son infalibles.

—Es cierto. Quisiera hacerle una pregunta con respecto a su novela. Antes, cuando estuve aquí, se me olvidó preguntarle ¿Qué sistema utiliza para cobrar su secuestrador?

—En la novela es un hombre muy metódico y siempre intenta guardarse las espaldas, no arriesga nada e intenta no dejar rastro alguno. Utiliza una maraña de cuentas en el extranjero, más concretamente en paraísos fiscales. Habrá oído hablar en alguna ocasión de las cuentas exprés, esas que apenas duran cinco minutos. Pues ése es el sistema que utiliza. Crea varias cuentas en distintas entidades bancarias y todas ellas de ese tipo. Hay órdenes preparadas de antemano y el dinero va de una a otra con una velocidad de vértigo. Al final se le pierde la pista y aunque la policía intente investigarlo, necesita de tantas autorizaciones que al final prácticamente desiste, porque alguien en algún lugar del mundo ya habrá extraído el dinero.

—Pero… ¿Todo eso se lleva muchas comisiones? —preguntó ella ante aquella ingeniería que se debía de organizar para distraer el dinero.

—Claro está. Todo tiene su precio. Pero solo hay que incrementar la cuantía del rescate, para que quede al secuestrador lo que quiere en un principio.

—Por cierto ¿Qué tal con mi compañero Marcelo?

—Muy bien. Es muy bueno y rápido con la informática. En apenas unos minutos tenía localizados los números de la IP,s. Dijo que si todo iba bien, sobre las tres, tendrían las direcciones de los posibles fans sospechosos— exclamó Blas mientras le volvía a dar otro sorbo a su copa.

Marta estiró sus dos brazos. Se sentía terriblemente cansada. Bostezó un par de veces y miró su reloj. Ya eran cerca de las dos de la tarde. Sí no lo remediaban dentro de una hora volvería a aparecer otro nuevo dedo. Blas que se dio cuenta dijo:

— ¿Se encuentra cansada?

—La verdad es que sí. Sabe Blas, cuando uno llega a este extremo y no duermo, la mente se me nubla y prácticamente no puedo pensar. Las ideas entran en una especie de bucle y por mucho que intento darle salida a los hechos para dar con una solución, al final vuelvo al mismo sitio. No sé si lo sabrá, pero hasta esta hora solo tenemos conjeturas —exclamó mientras con su mirada solo sabía que observar el sofá.

— ¿Quiere descansar un rato? Le vendrá bien. Cierre sus ojos durante unos momentos, y verá luego cuando se despierte cómo se despejará su mente —exclamó él mientras con la mano extendida le señalaba el sofá.

Ella sonrió levemente.

—No sea tentador. Por desgracia no tengo tiempo para el plato tan suculento que me ofrece. Pero volviendo al tema de los campos mórficos. Hay algo que no llego a entender. Si es cierto lo de la transmisión de enseñanzas ¿Por qué estamos en este momento tan atrasados? Me refiero, a si todos los seres cuando aprenden algo nuevo se lo transmiten automáticamente a otros, entiendo entonces que la evolución no sería lineal, sino más bien exponencial. En el caso que nos lleva entre manos, que según sus teorías, también se les debe de haber transmitido su novela a otras muchas personas. Vamos, entiendo que a todo el mundo. Sería tan sencillo como concentrarse y pensar en la solución final. ¿No lo cree? Pero por mucho que intento concentrarme a mí no se me ocurre nada. No sé si estaré desvariando por las horas que llevo sin dormir, pero ¿Tiene usted alguna explicación? —preguntó ella mientras se reclinaba en su silla, para posteriormente adelantarse y colocarse casi encima de la mesa, para apoyar su cabeza sobre sus dos brazos entrecruzados y así poder mirar a Blas.

—Efectivamente, en nuestro subconsciente todos tenemos la nueva información. Pero hay varias premisas para que salgan adelante. Una de ellas es la predisposición, otras serían por ejemplo la necesidad y el deseo, y la más importante es la claridad de una mente abierta. Normalmente se tiene que aunar todas para que la idea la puedas reproducir, sino lo que solemos tener son retazos. Recuerdas el caso de los monos y las patatas en las islas japonesas, que te conté la primera vez que nos vimos. Cuando dejaron las patatas en una isla nueva, casi la mitad pasó de ellas. Estaban muy sucias y llenas de barro. Sabes en general eran los más fuertes y mejor alimentados, la premisa de la necesidad no la tenían desarrollada. Otros se dedicaron a cogerlas y las olisquearon pero vieron que su aroma no les decía nada, así que las tiraron despreciándolas por completo, no las deseaban, aquella era otra premisa que no se cumplió. Y por último estaban los más hambrientos, eran los últimos del grupo. Éstos, cuando llegó la noche, y a escondidas cogieron algunas de las patatas. Algunos de ellos después de limpiarlas las mordieron pero su sabor era realmente asqueroso y las tiraron, pero otros se las llevaron hasta el mar que se encontraba a una distancia considerable de donde estaba el grupo. Allí uno de ellos la lavó en el mar. Algo en su interior le decía que era lo correcto y al final se la comió. Cumplió la principal premisa, tenía su mente clara y abierta. Por cierto, era de los más jóvenes. Ahora me dirás, que solo ha sido pura y dura selección. Pero es muy curioso que en todas las islas donde se llevaron las patatas el proceso fuera parecido pero con la diferencia de que en la primera vez el primer grupo de monos tardara casi un mes en que se le ocurriese la idea a uno de ellos y en el resto del archipiélago todo sucedió en la misma noche. Con esto quiero decirte que todos tenemos en mente las ideas de los otros, pero que no tenemos muchas veces ni el deseo, ni la capacidad y ni como ya te he comentado las otras premisas. El secuestrador que tienes que buscar sí las tiene, y creo que lo puedes buscar entre el escaso número de fans sospechosos. ¿Está de acuerdo conmigo, Inspectora? Inspectora…

Marta yacía dormida, con la cabeza recostada sobre la mesa y apoyada sobre sus dos antebrazos. Su respiración era profunda. La pobre no había podido superar la dura prueba de la disertación de Blas. Aquel tono pausado y sin sobresaltos la había tumbado por completo.  Él se quedó asombrado. No sabía muy bien hasta dónde podía haber escuchado, pero entendió que en la situación que estaba, el final seguro que se lo había perdido. Se levantó y partió hacia la habitación. Cogió una de las mantitas que solían colocárselas en el sofá cuando el invierno era más crudo, y después de volver al salón se la puso por encima para que no se enfriase. Blas rodeó de nuevo la mesa y se sentó en frente de ella. Levantó la vista y buscó el reloj de pared. Marcaba las tres menos cuarto. Según la novela, apenas quedaba un cuarto de hora para que apareciese de nuevo otra señal del secuestro.