CAPÍTULO XIV

Cuatro meses después.

 

El aire húmedo y caliente azotaba el rosto de Blas. Su mirada se alzaba en busca de una señal. A lo lejos de la calle, que ni tan siquiera se encontraba asfaltada, la pudo ver. Se agarró el sombrero con su mano izquierda para que no se volase y avanzó en pos de la iglesia Católica que buscaba. Al estar en las Islas Seychelles en el Índico, que era una antigua colonia Francesa, no tuvo ningún problema en localizar una que fuese de esa creencia. Más complicado fue que el sacerdote fuese español.  Cuando se pudo dar cuenta se hallaba delante de la entrada. Era totalmente diferente a las que conocía en España. Sus tejados de una especie de paja, caían hacia los lados con una verticalidad inusitada. En la parte más alta había una cruz, la cual depositaba su sombra a lo largo de la calle. Blas se quitó el sombrero y entró muy tímidamente en el interior del templo. Buscó el confesionario y éste estaba ocupado por una feligresa. Se sentó frente al altar y esperó su turno. Al cabo de unos minutos, la mujer se levantó y después de santiguarse, se marchó. Blas miró a su alrededor y vio que allí no había nadie. Se levantó y muy despacio se acercó al confesionario.

—Ave María Purísima —exclamó él mientras se arrodillaba.

—Sin pecado concebida —contestó el sacerdote desde detrás del enrejado y con voz asombrada al escuchar hablar en español, su lengua natal.

—Padre. Yo me acuso de haber pecado.

— Dime hijo. ¿Qué te atormenta?

—He tramado algo que ha tenido un desenlace fatal. Alguien ha muerto en cierta manera por mi culpa.

— Cuéntame hijo mío.

—Verá, en España era escritor de novelas. Había publicado unas cuantas de ellas, pero sin tener mucho éxito. Por qué no decirlo, fueron prácticamente un fracaso. Era mi pasión. Le dediqué los mejores años de mi vida. Leía a otros autores que triunfaban y vendían miles de libros para parecerme, y por mucho que me afanaba en encontrar en ellos algo que me superase, siempre los notaba inferiores a mí. No lo podía comprender. La literatura me debía un best-seller. Así que urdí un plan para triunfar. Mezclé la ficción con la realidad. La novela trataba de un secuestro y para darle más publicidad realicé el secuestro igual que mi historia. Cuando salió a la luz pública toda la trama de la novela relacionada con el secuestro de uno de los personajes más famosos de nuestro país, las ventas de mi novela fueron creciendo exponencialmente con respecto a las veces que se comentaban en las tertulias rosas de las televisiones del país. En definitiva, llevo en España más de cinco millones de ejemplares vendidos en apenas tres meses y medio, y ahora la van a traducir a diversos idiomas. Por desgracia en el desenlace del secuestro murió un hombre accidentalmente y eso en cierto modo me atormenta. No hay noche que no pueda dormir pensado en ello. Me encuentro completamente arrepentido y necesitaba contárselo a alguien. ¿Podrá Dios perdonarme?

—Sí, hijo. Dios es misericordioso, y más con los arrepentidos de corazón— exclamó el Padre mientras comenzaba a absolverlo.

Blas asumió la penitencia que le había puesto el Padre y se levantó para desaparecer de inmediato de aquella recóndita iglesia donde había exculpado sus penas. Salió a la calle sin asfaltar, y de manera apresurada, se acercó al puerto donde una barcaza le trasladaría a una isla cercana llamada Silhoutte que es donde residía de incógnito, desde hacía tres meses. Allí se había alquilado una especie de choza con todos los lujos occidentales y con unas vistas paradisiacas al océano. Después de surcar el mar durante tres cuartos de hora, desembarcó en un pequeño embarcadero. Anduvo durante unos minutos hasta que llegó a su residencia. El tiempo había cambiado y el aire había dejado de soplar. Entró en su casa y se tumbó boca abajo en un camastro. Al parar el aire el calor comenzó a ser agobiante, pero allí y en aquel lugar siempre corría una pequeña brisilla que hacía la estancia muy agradable. Desde aquel lugar podía ver el océano y como las olas batían sobre una pequeña roca redondeada que se encontraba en medio de las hermosas arenas doradas de la playa. Suspiró un par de veces, y se estremeció con la sensación de encontrarse completamente desinhibido y a gusto consigo mismo. De pronto notó cómo alguien descalzo se acercaba por detrás. Se sentó justo en el lateral del camastro, y le colocó una bebida refrescante en una especie de taburete que tenía justo delante de él.

—Tómatelo. Ahora está fresquito. Aprovéchate de mí. Mañana he de irme —exclamó Thintia mientras le daba un pequeño sorbo a su bebida.

Blas se giró y se puso boca arriba.

—No te comprendo cariño. Con lo bien que estamos aquí los dos juntos en este paraíso y quieres marcharte a España —dijo él mientras la cogía de la mano.

—Pasa el tiempo y nunca me comprenderás. Desde el primer día que te conocí en Comillas siempre has sido un soso. Pero no sé por qué siempre me has gustado. Debe de ser que eres mi álter ego. Supongo que es lo que me atrae de ti.

—Será eso. Tú siempre quieres más y no lo comprendo —exclamó Blas.

—Mira, cuando te conocí me encontraba completamente desilusionada, ya nada me entretenía. Había practicado todo tipo de deportes de riesgo. Había asistido a las fiestas más locas que te puedas imaginar, donde el Marqués de Sade se asustaría. Había coqueteado con todo tipo de drogas que me habían llevado a otro mundo inimaginable. Pero cuando en esos tres días de fiesta me hablaste de la novela que tenías en mente nada más haberme conocido, una chispa en mi cabeza se encendió. Llevar a cabo aquella idea de la novela me enloqueció.

—Sí que es curioso. Montamos una novela para realizar un secuestro —exclamó Blas mientras cogía la copa para darle un pequeño sorbo.

—Sí. Las emociones que tuve en aquellos días serán muy difíciles de superar. El dejar las cajas con los dedos. Saltar al cementerio y cortarle los pies a esa chica. El ver cómo todo el mundo andaba loco sin saber muy bien qué hacer. Tatuar cuidadosamente la marca en el dedo cortado para que pareciesen los míos. Han sido muchas sensaciones indescriptibles. Era como estar dentro de una montaña rusa pero con caída libre constantemente. Nada comparable a lo que había hecho con anterioridad.

—Bueno ¿Y no te quejarás de los doce millones de euros que has ingresado?

—Bah. Eso solo es un adelanto de la herencia de mi padre. Tarde o temprano llegaría a mí poder.

— ¿Sabes Thintia? Hoy he ido a la isla principal. Me he confesado a un Padre de origen español. Le he contado todo. Sobre todo, que estaba arrepentido por la muerte de aquel joven. Pero no te preocupes, ellos tienen secreto de confesión. Y encima que no me conoce. Le he dicho que era un turista y que no vivía aquí.

—Bueno… Quizás tengas razón. Pero fueron circunstancias del juego. Debían de haber entrado en la casa al menos un minuto después. El Comisario decidió adelantar la acción. El pobre chico solo estaba esperando a que fuesen las nueve menos veinte en punto para pulsar uno de los tres interruptores y ganar el juego de rol que también habías organizado por internet. Pensó que la policía eran simplemente los otros dos jugadores que hacían de policía e intentaban atraparlo. Con solo que hubiesen entrado a su hora, él hubiese ganado el juego y no se hubiese enfrentado a la supuesta policía. Ahora se encontraría en la cárcel como están los otros dos a la espera de juicio por mi secuestro. Pero estaría vivo.

— ¿Crees que al final podrán salir de la cárcel?

—Con todas las pruebas que dejamos en contra de ellos creo que lo van a tener mal. Y por mucho que digan que ha sido solo un juego de rol, nadie los creerá, y más teniendo en cuenta que muy hábilmente pudimos organizar la partida desde uno de sus ordenadores con un programa controlador de pc. Y para más inri y con mucha suerte fue en el del que murió. Y éste como no está, no tiene defensa alguna. Pero ya sabes cómo es la justicia en España, en un par de años fuera en el caso de que los condenen. Dime Blas ¿Tú crees realmente en el rollo de los campos mórficos?

Blas se incorporó y se sentó junto a ella, le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia sí.

—Sí creo y pienso que muchas personas creen. Si no hubiese sido así, la inspectora Marta nunca hubiese acertado la dirección de la casa. El que ella fuese la primera en llegar fue la mayor satisfacción que he podido tener en estos últimos años, aparte del triunfo de mi novela. Durante el tiempo que estuve junto a ella intenté transmitirle mi idea de cómo debía de solucionar el jeroglífico de mi novela. Y sin leerla y ni habiéndolo yo escrito, acertó. Creo que funcionaron los campos mórficos.

—Desde luego, mira que estás majareta. Ya entiendo por qué al final Marisa te dejó.

— ¿Tú crees que fue ella? —preguntó él mientras la empujaba para tirarla en la cama y colocarse sobre ella.

 

*****

 

Dos meses después de que se realizase el secuestro en España, tanto en Japón, Sudáfrica, India, Mongolia y Sudán se produjeron secuestros en los cuales el nexo común, fue la aparición de dedos para chantajear a la familia. En estos países nunca había transcendido la noticia del secuestro español.

 

 

 

FIN