CAPITULO V
Por fortuna, Kevin Arnold no recibió más golpes.
No obstante, continuó tirado en el suelo, encogido, rabiando de dolor, porque el rodillazo en los genitales había sido tan duro como certero.
Ronnie Tyler, que había dejado la lámpara de petróleo sobre una pequeña mesa, reaccionó y se arrodilló junto a él.
—¡Kevin!
—¡Me han golpeado, Ronnie!
—Tu broma le sentó mal.
—¿A quién?
—Al tipo que le bajó el slip a Norman.
—¿Por eso me atizó? ¿Por lo que dije…?
—Sospecho que sí.
Kevin, con los ojos llorosos, porque el terrible dolor le había hecho saltar las lágrimas, miró a su alrededor.
—¿Quién es, Ronnie…? ¿Por qué no podemos verle…? ¿Qué extraño poder posee?
Tyler miró también a su alrededor, pero sólo vio a Norman y a las chicas, paralizados los cuatro después de lo sucedido.
—No lo sé, Kevin —respondió.
—¿Será realmente un fantasma…? ¿Un espíritu maligno…? ¿Un ser inmaterial…?
—¡Seguro que lo es! —gritó Tina.
—¡Este faro está maldito! —chilló Raquel.
—¡Debemos abandonarlo inmediatamente! —aconsejó Sharon.
—La tormenta sigue —recordó Ronnie—. No podemos dejar el faro.
—Aquí también corremos peligro —repuso Norman—. No sabemos a quién nos enfrentamos, no podemos verle, y por lo tanto, no podemos defendernos de él. Puede atacarnos cuando quiera y por donde quiera. Los pellizcos a las chicas, no tuvieron mayor importancia. Y mi bajada de slip, más pareció una broma del ser invisible. Lo que le ha hecho a Kevin, en cambio, es mucho más serio. Demuestra que el tipo, o lo que sea, es violento y tiene malas pulgas.
—Si no nos metemos con él, es posible que nos deje tranquilos —repuso Ronnie—. Quizá sólo quería jugar un poco con nosotros, pero la broma de Kevin lo enfureció y …
—No le gastaré ninguna más, te lo aseguro —dijo Arnold.
—Creo que debemos seguir cobijados en el faro hasta que cese la tormenta. ¿Tú que dices, Kevin?
—Pienso como tú, Ronnie.
—¿Norman…? —consultó Tyler.
—De acuerdo, quedémonos. Pero, en cuanto pare la tormenta, nos largamos, ¿eh?
—Sí.
—Bien.
—¿Te ayudo a levantarte, Kevin?
—Sí, por favor.
Con la ayuda de Ronnie, Kevin se puso en pie.
Tina le atendió la nariz.
—Estas sangrando, Kevin…
Arnold se pasó el dorso de la mano por el labio superior.
—Fue un puñetazo muy duro. Aunque, comparado con el rodillazo que me atizó entre los muslos, resultó una caricia.
La pelirroja se mordió los labios.
—¿Te duele mucho, Kevin?
—Tanto, que puedes despedirte de hacer el amor conmigo en los próximos siete días. Eso, como mínimo.
—¿Quién piensa en hacer el amor, ahora?
Se escuchó una carcajada.
Bronca.
Siniestra.
Con un eco que ponía los pelos de punta.
Parecía llegar del Más Allá.
Del reino de los espíritus.
De las tinieblas…
Tina se abrazó a Kevin, aterrorizada.
—¡Es la risa del fantasma!
—¡Se está burlando! —gritó Sharon, que se había abrazado a Ronnie.
—¡Creo que me voy a desmayar! —chilló Raquel, entre los musculosos brazos de Norman.
Este, Ronnie y Kevin no dijeron nada.
No sabían dónde mirar, porque, miraran donde mirasen, no conseguían ver al tipo que había lanzado la tenebrosa carcajada.
El ser invisible no volvió a reir.
Ni a actuar.
—Será mejor que volvamos abajo —dijo Ronnie, cogiendo la lámpara de petróleo.
Kevin, Norman y las chicas estuvieron de acuerdo.
Empezaron a bajar la escalera.
Lo hicieron en el mismo orden que al subir, por lo que Ronnie iba delante y Norman el último.
De pronto, se escuchó un fuerte maullido.
Y sonó arriba, en la torreta.
—¡Es un gato! —gritó Raquel.
—¡Está arriba! —dijo Norman.
—Arriba no había ningún gato —recordó Kevin.
—¡Pues ahora lo hay! —repuso Tina.
Se escuchó otro maullido.
Fiero.
Rabioso.
El gato, no cabía duda, estaba enfurecido.
Y un gato enfurecido, es un animal muy peligroso, por lo que Sharon chilló:
—¡Bajemos, rápido!
Ronnie, empujado por Sharon, acabó de bajar la escalera con mucha ligereza. Corriendo, también, la bajaron Sharon, Tina, Kevin, Raquel y Norman.
En la torreta del faro, el gato seguía maullando con rabia.
Ahora, claro, sus maullidos sonaban más lejanos.
De repente, sin embargo, empezaron a oírse más próximos.
¡El gato estaba bajando la escalera!
¡Venía a por ellos!
¡Iba a atacarles!
Sharon, Tina y Raquel lo adivinaron y se pusieron a chillar histéricamente.
—¡Salgamos de aquí!
—¡El gato se nos echará encima!
—¡Huyamos…!
Como se iban ya las tres hacia la puerta, Ronnie gritó:
—¡Norman, Kevin, detened a las chicas! ¡Yo me ocupo del gato!
Sharon, Tina y Raquel fueron sujetadas por Norman y Kevin.
El gato seguía bajando la escalera de caracol, sin dejar de maullar de forma escalofriante.
Ronnie empuñó el hierro que servía para avivar el fuego de la estufa y esperó valientemente la aparición del gato rabioso.
De pronto, cuando parecía que el felino iba a surgir y atacar a Ronnie, cesaron los furiosos maullidos y se escucharon varias carcajadas seguidas, tan siniestras y estremecedoras como la que se oyó minutos antes en la torreta del faro.
Ronnie Tyler adivinó lo sucedido y dijo:
—No hay ningún gato en el faro. Los maullidos rabiosos los fingía el tipo que golpeó a Kevin. Ha querido asustarnos, y como lo ha conseguido, ahora se está riendo a gusto.