CAPITULO XIII

 

Ronnie Tyler se dio cuenta de que Norman Kelly no estaba con ellos.

—¡Kevin! —exclamó.

Arnold respingó.

—¿Qué pasa?

—¡Norman no está!

Kevin, Tina y Sharon lo buscaron con la mirada, comprobando que, efectivamente, Norman no estaba con ellos.

—Habrá subido a la torreta, en busca de Raquel —dijo Kevin.

—La lámpara de petróleo está aquí abajo.

—Debió subir a oscuras.

—Subamos nosotros también, Kevin.

—¡No! —gritó Sharon—. ¡Volverán a surgir ratas como conejos y se lanzarán sobre nosotros! ¡Nos morderán! ¡Y aunque sean falsas, hacen mucho daño cuando clavan sus dientes! ¡No podré resistirlo, Ronnie!

—¡Ni yo! —dijo Tina, estremeciéndose.

—Tenemos que ayudar a Norman y Raquel —habló Kevin—. ¿Es que no lo comprendéis?

—¡Vosotros sois lo que no comprendéis que el fantasma no nos dejará subir a la torreta! —replicó Sharon—. ¡Primero fue la serpiente pitón! ¡Después, las ratas gigantes! ¡Y ahora puede surgir un cocodrilo, un toro bravo, o un centenar de tarántulas!

—¡Cállate, Sharon! —suplicó Tina, horrorizada.

—Norman ha podido subir —dijo Ronnie.

—¿Estás seguro de que ha llegado arriba? —repuso Sharon.

—No, pero…

—¡Puede haberse tropezado con otra pitón en mitad de la escalera, y como está oscura, se le habrá enroscado al cuerpo sin darle tiempo a enterarse!

—Norman hubiera gritado pidiendo socorro —dijo Kevin.

—Tal vez no pudo —repuso Tina—. Si la pitón le aprisionó el cuello…

—Puede que esté muerto —murmuró Sharon.

Ronnie lanzó una imprecación.

—¿Cómo va a matarlo una serpiente que no existe, que no es real, que sólo es una visión provocada por el espíritu de Edward Owens…?

—Bueno, puede que Norman no esté muerto de vedad, pero si él cree que lo está, permanecerá quito y callado hasta que alguien le diga que sigue vivo. Las sensaciones son tan reales, que…

—Yo estaba segura de que las ratas me estaban devorando —dijo la pelirroja Tina.

—Y yo —se estremeció Sharon.

Ronnie se separó de ella y se puso en pie, diciendo:

—Vosotras haced lo que queráis, pero Kevin y yo vamos a subir a la torreta.

—Y sin perder un solo minuto más —dijo Arnold, irguiéndose también.

Sharon y Tina brincaron del suelo.

—¡No podéis dejarnos solas, Ronnie! —exclamó la primera.

—¡Nos moriremos de pánico! —gritó la pelirroja.

—Si tanto os asusta quedaros solas, seguidnos —sugirió Tyler—. Coge la lámpara, Kevin.

Arnold tomó la lámpara de petróleo.

Tyler ya tenía en la diestra el hierro de avivar el fuego de la estufa.

Fueron los dos hacia la escalera de caracol.

Sharon y Tina no tuvieron más remedio que seguirles, aunque ambas pensaban que Ronnie y Kevin no llegarían a subir la escalera, porque aparecería de pronto algún animalote peligroso y los obligaría a detenerse y hacerle frente.

Acertaron, aunque sólo en parte, porque no fue un animalote lo que surgió, sino el espíritu de Edward Owens, materializado, como cuando cobró forma junto a la vieja estufa

* * *

Naturalmente, Ronnie y Kevin se quedaron parados al ver aparecer al fantasma del faro.

Sharon y Tina no sólo se detuvieron en el acto, sino que saltaron las dos hacia atrás, asustadas.

El espíritu de Edward Owens sonrió burlonamente.

—¿Adónde ibais…?

—En busca de Norman y Raquel —respondió Ronnie.

—No están arriba.

—¿Dónde están, pues? —preguntó Kevin.

—Se cayeron de la torreta.

—¿Qué…? —exclamó Sharon, horrorizada.

—Se abrió un cristal, a causa del fuerte viento, y Raquel se precipitó al mar por el hueco. Norman intentó agarrarla, y se precipitó también. Han muerto los dos. Sus cuerpos se estrellaron contra las rocas, antes de ser tragados por las enfurecidas olas. Lo siento, pero nada pude hacer por salvarlos. Ocurrió todo tan rápido… —dijo cínicamente el fantasma.

Tina no se pudo contener y gritó:

—¡Miente, señor Owens! ¡Raquel y Norman no se cayeron de la torreta! ¡Los arrojó usted al mar!

—¿Qué te hace suponer que yo…?

—¡Es usted ruín, perverso, cruel! ¡Goza aterrorizándonos y haciéndonos sufrir! ¡Nos ha encerrado en su maldito faro porque piensa acabar con todos nosotros! ¡Tiene intención de matarnos a los seis, confiéselo!

—Si lo dices por lo de la serpiente pitón y lo de las ratas, fue sólo una broma. No eran de verdad, ya lo visteis.

—Tiene usted un extraño sentido del humor, señor Owens —dijo Ronnie, serio.

—Bueno, la verdad es que tenía que impedir que subierais a la torreta, porque quería estar a solas con Raquel. Deseaba pasarlo bien con ella.

—¿La violó? —preguntó Kevin, tan serio como Ronnie.

—No, aunque confieso que estuve a punto de hacerlo. Pero a ella no le gustaba la idea y me insultó. Gravemente, además.

—Por eso la arrojó al mar, ¿verdad? —masculló Ronnie.

—Yo no la arrojé. Se cayó cuando intentaba escapar de mí. Y Norman se cayó cuando intentaba salvarla, ya os lo he dicho.

—¡No le creemos, señor Owens! —gritó Sharon.

—¿También tú crees que los arrojé yo, rubia?

—¡Sí!

El fantasma soltó un gruñido.

—Está bien, admito que los arrojé yo al mar. Y os arrojaré a vosotros también si no me obedecéis sumisamente.

—¡Asesino! —rugió Ronnie, y lo ensartó con el hierro.

Naturalmente, no pasó nada.

Sólo ensartó el aire.

La imagen inmaterial del farero.

El fantasma rió y le asestó un puñetazo a Ronnie en el rostro, derribándolo.

Kevin se deshizo de la lámpara de petróleo y le atacó también, rabioso por la muerte de Norman y Raquel.

—¡Espíritu del demonio!

Sus puños sólo golpearon la atmósfera.

Atravesaban el cuerpo del fantasma, pero no le causaban el menor daño, porque era solamente eso, una imagen, una visión, una aparición.

El espíritu volvió a reír burlonamente y tumbó a Kevin de un puñetazo en el mentón.

—¡No podéis luchar conmigo, estúpidos! ¡No podéis hacerme nada!

Ronnie se incorporó lentamente.

—Quiere que le obedezcamos, ¿eh, señor Owens?

—¡Exacto!

—¿Qué desea que hagamos?

—Que os estéis quietecitos aquí abajo, mientras yo me divierto en la torreta con Tina.

—¡No! —chilló la pelirroja.

—Más tarde, me divertiré con Sharon.

—¡Prefiero la muerte! —gritó la chica de Ronnie.

—La encontrarás, te lo aseguro, si no accedes a complacerme. Y a ti te digo lo mismo, Tina.

—¡Yo también prefiero morir! —respondió la pelirroja.

—De acuerdo. Te llevaré arriba y te arrojaré al mar, desnuda. Después bajaré por ti, Sharon. Serviréis las dos de pasto a los peces. Y Ronnie y Kevin os harán compañía muy pronto.

El espíritu de Edward Owens iba ya hacia la pelirroja Tina, cuando, repentinamente, la puerta se abrió como coceada por un elefante y una especie de bola de fuego, no mayor que un balón de fútbol, penetró en el faro.

Por un momento, quedó suspendida en el aire, a un metro aproximadamente del suelo. Despedía una luz tan cegadora, que Ronnie, Kevin, Tina y Sharon se vieron obligados a protegerse los ojos con las manos.

El fantasma del faro miraba la bola de fuego con ojos espantados.

Quiso difuminarse, pero le fue imposible hacer desaparecer su imagen.

Aterrorizado, se lanzó hacia la escalera de caracol y empezó a subir por ella.

La bola de fuego fue tras él, desplazándose a gran velocidad.

Ronnie, Kevin, Sharon y Tina se hallaban perplejos.

No sabían qué demonios era aquella bola de fuego que hacía huir al fantasma del faro, pero debían estarle agradecidos, porque les había abierto la puerta y ahora tenían posibilidad de escapar.

—¡Huyamos, deprisa! —gritó Ronnie, cogiendo de la mano a Sharon.

Kevin cogió a Tina y salieron los cuatro disparados del faro.

Bajaron los escalones con toda rapidez y corrieron hacia donde quedaba el Talbot de Ronnie.

De repente, empezaron a brotar llamas de la torreta del faro.

¡El viejo faro se había incendiado!

¡Ardía como si fuera estopa!

En sólo unos segundos, se convirtió en una gigantesca antorcha.

Del viejo faro no iba a quedar nada.

O muy poco.