CAPITULO III
—Soy un gusano —rezongó Robert Sullivan.
—¿Por qué dices eso, amor? —preguntó la sensual Deborah, acariciándole el desnudo torso con suavidad.
—Me caso la semana que viene, y estoy en la cama con otra mujer. Es imperdonable.
—¿Que te casas, dices...? —exclamó la rubia.
—Sí.
—¿Con quién?
—No te importa.
Deborah se fijó en la fotografía que tenía Robert Sullivan sobre la mesilla de noche.
—¿Es tu novia la chica de la foto? —preguntó.
—Sí.
—Es muy atractiva. ¿Cómo se llama?
—Marion.
—¿La quieres mucho. Robert?
—Estoy loco por ella.
—Sin embargo, has hecho el amor conmigo...
—No sabes lo arrepentido que estoy.
—¿Por qué? Gozaste intensamente conmigo, Robert. Me besabas, me estrujabas, me mordías... En esos momentos estabas loco por mí, no por Marion.
—Perdí la cabeza. Tú me la hiciste perder, exhibiéndote completamente desnuda. Me echaste los brazos al cuello, te pegaste literalmente a mí, y...
—No pudiste resistir la tentación, ¿eh? —sonrió maliciosamente la rubia.
—Creo que me hipnotizaste con tus ojos de gata.
Deborah rió.
—No busques excusas. Robert. Me trajiste a tu dormitorio porque deseabas hacer el amor conmigo. Y no es cierto que estés arrepentido. En el fondo estás deseando poseerme de nuevo, confiésalo.
Robert Sullivan apartó la sábana bruscamente y salió de la cama, procediendo a vestirse con rapidez.
Deborah continuó echada en la cama, cubierta sólo hasta la cintura por la sábana.
—Me tienes miedo, ¿verdad, Robert?
—No
—Sí, temes que te haga olvidar a tu novia.
—¡No digas estupideces!
Deborah desgranó una risita.
—Creo que ya empiezas a estar enamorado de mí. Robert.
—¡Cállate!
—Te gusto más que Marion, admítelo. Tengo mejor cuerpo y soy más hermosa. Y más ardiente. Lo que sentiste en mis brazos, jamás lo habías sentido en los de tu novia.
—¡Te equivocas!
—Acabarás casándote conmigo, ya verás.
—¡Estás loca!
—Por ti, Robert.
—¿Qué?
—Te quiero. Mucho más que Marion. Y serás mío, Robert
Sullivan la apuntó con el dedo, terriblemente furioso.
—¡Tienes cinco minutos para abandonar mi cama, Deborah! ¡Y mi casa!
—¿Desnuda...?
—¡Ese es tu problema!
—Déjame pasar la noche contigo, Robert Y, por la mañana..
—¡Ni hablar! —la interrumpió Sullivan—. ¡Si no te vas voluntariamente, te echaré yo!
—¿Serías capaz...?
—¡Ya lo verás!
Robert Sullivan caminó hacía la puerta.
Antes de salir de la habitación, se volvió y dijo:
—¡Cinco minutos, no lo olvides!
Saltó y cerró la puerta de un portazo.
Deborah irguió su desnudo torso, alargó el brazo, y cogió la fotografía enmarcada de Marion Tracy.
—Robert no se casará contigo, Marion. No podrá hacerlo, porque vas a dejar el mundo de los vivos. Yo haré que lo abandones —dijo, entrecerrando sus felinos ojos.
Los convirtió en dos rendijas.
Dos rendijas que brillaban agudamente.
La expresión de su rostro era ahora tan siniestra, que a Robert Sullivan se le hubiesen puesto los pelos de punta, de haber entrado en aquellos momentos en la habitación.
* * *
Marion Tracy se asomó al cuarto de baño, envuelta en una delgada bata brillante, porque se había desvestido apenas entrar en su apartamento.
Vio que la bañera estaba casi llena y cerró los grifos.
Después, metió la mano en el agua, para comprobar su temperatura.
Estaba tibia.
Como la novia de Robert Sullivan quería.
Sabía que la relajaría
Marion se despojó de la bata y de las zapatillas, y se metió en la bañera, estirando su cuerpo al máximo.
—Que delicia... —murmuró, cerrando los ojos.
Apoyó la cabeza en el borde de la bañera y se quedó muy quieta, gozando de la tibieza del agua
Llevaba unos cinco minutos así, cuando escuchó un ruido.
Marion abrió los ojos al instante.
¡El ruido, había sonado en el interior del baño!
La novia de Robert Sullivan se tranquilizó al ver abierta la puerta del armario. Se había abierto sola, seguramente a causa de la presión del muelle, o porque no estaba bien cerrada.
Fue lo que pensó Marion, así que volvió a cerrar los ojos, dispuesta a seguir gozando del baño de agua tibia.
Tan sólo unos segundos después, escuchó otro ruido.
También dentro del baño.
Marion abrió los ojos de nuevo y miró el armario.
¡La puerta se estaba abriendo más!
¡Lenta y suavemente!
¡Como si tirara de ella una mano invisible!
Marion contuvo la respiración.
¿Qué significaba aquello..?
¿Por qué se abría la puerta sola...?
¿Quién o qué tiraba de ella...?
Marion estaba asustada.
Ella no creía en fantasmas ni en espíritus, pero lo que estaba sucediendo era como para pensar en ellos.
La puerta del armario siguió moviéndose misteriosamente hasta quedar totalmente abierta. Entonces, ocurrió algo aún más extraño y sorprendente.
Marion tenía varias cuchillas de afeitar en el armario.
Solía usarlas para afeitarse las piernas, con una maquinilla.
De pronto, una de las cuchillas se elevó sola y salió del armario.
Marion dilató los ojos, al tiempo que se estremecía de pies a cabeza en la bañera.
La cuchilla, como sostenida por una mano invisible, avanzó hacia la novia de Robert Sullivan.
Marion estaba tan aterrada que no se movió.
Tampoco gritó.
Y eso que abrió la boca con esa intención.
Pero no le salió la voz.
El pánico la había dejado tan muda como paralizada.
Lo único que podía hacer, era seguir con sus desencajados ojos el lento pero inexorable avance de la cuchilla de afeitar.
Venía directa hacia la muñeca izquierda de Marion.
¿Con qué intención...?
Marion se dijo que con la de cortarle las venas, y su terror se acentuó considerablemente.
Quiso retirar el brazo, pero no pudo moverlo.
Era como si alguien se lo sujetase con fuerza.
Marion, desesperada, intentó de nuevo gritar, pedir socorro, pero sus cuerdas vocales seguían sin responderle.
No podían emitir sonido alguno.
Ni siquiera un leve gemido.
Presa de un pánico cerval. Marion Tracy vio que la cuchilla de afeitar alcanzaba su muñeca izquierda y se clavaba en ella, cortando las venas.
Marion sintió dolor cuando la cuchilla se hincó en su muñeca, pero ni siquiera entonces pudo gritar.
La cuchilla se elevó de nuevo y buscó la muñeca derecha de la novia de Robert Sullivan.
Marion nada pudo hacer por evitar que se clavara en sus venas.
Su cuerpo no le obedecía.
Parecía el de otra persona.
La cuchilla de afeitar cortó limpiamente las venas e hizo brotar la sangre.
Marion Tracy, presa de un terror indescriptible, vio cómo se desangraba con rapidez, cómo se debilitaba su agarrotado cuerpo, cómo se le escapaba la vida...
Poco después, cerraba los ojos y doblaba la cabeza.
Ya no podría casarse con Robert Sullivan.
Estaba muerta.