Tres meses después de su visita a la casa del profesor, Joanes comenzó a trabajar en una modesta empresa fabricante de cable telefónico. Un año más tarde él y su novia se casaron y casi de inmediato ella quedó embarazada.
En el trabajo Joanes se esforzaba por hacerlo lo mejor posible, pero las cosas no marchaban tan bien como esperaba, ni tampoco como esperaban sus superiores. Se sentía fuera de lugar. Añoraba el puesto que nunca llegó a ocupar en Robot Systems. Descubrió que lo había deseado mucho más de lo que era consciente. Llegó a pensar que estaba destinado a aquel puesto y que, eliminada tal posibilidad, ya no encajaría en ningún otro lugar. Una vez tras otra, sus iniciativas en la empresa concluían en resultados negativos.
Al cabo de dos años fue trasladado a un departamento de menor importancia, donde se aplicaba el recubrimiento de polietileno a los cables. Allí su desempeño tampoco llamó positivamente la atención.
Una tarde, al volver a casa, mientras hacía cola en una cabina de peaje de la autopista oyó a alguien gritar su nombre. En la cola de la cabina de al lado, un conductor asomaba medio cuerpo por la ventanilla de su coche y agitaba el brazo para captar su atención. Era un amigo de la Escuela de Ingenieros. No se habían visto desde que terminaron la carrera. Gritándose de coche a coche, acordaron reunirse en la ciudad para tomar unas cervezas.
A su amigo no le iban mal las cosas. Dirigía un pequeño negocio de aire acondicionado. Actuaba como intermediario entre las empresas fabricantes y los clientes. En ese momento tenía más trabajo del que era capaz de atender. Dejó caer que no le vendría mal un socio con conocimientos técnicos. Joanes no se dio por aludido pero esa misma noche lo habló con su mujer. Era cierto que nunca se había imaginado al frente de un negocio de frío-calor, pero la oportunidad llegaba en el momento preciso y resultaba muy tentadora: solo dos socios, nadie por encima, la oportunidad de tomar decisiones…
La entrada en el negocio exigía aportar un capital del que Joanes no disponía. Habló con su padre y este le cedió el dinero ahorrado para su velero. Joanes le prometió devolvérselo lo antes posible.
Durante un tiempo las cosas marcharon a la perfección; tal como Joanes había deseado e incluso mejor. El negocio creció. Joanes devolvió a su padre el dinero prestado, aunque este continuó sin comprarse el barco. Él, la mujer y la niña dejaron el piso alquilado donde la pareja se había instalado tras la boda y se mudaron a otro más grande. Aun así no pensaban quedarse allí para siempre. Ahorraban para comprar una casa. Querían una desde la que se viera el mar.
Pero con el paso de los años, su amigo comenzó a mostrarse receloso y distante. Evitaba tratar con Joanes más allá de las horas de trabajo. Se autoasignaba todos los viajes para visitar a los clientes, como si deseara pasar el menor tiempo posible en la oficina. Hasta que un día reveló su intención de instalarse por su cuenta en una ciudad mayor. Ofertó su parte del negocio. Joanes podía hacerse con ella o arriesgarse a que la comprara alguien con quien no se entendiera igual de bien. Lo habló con su mujer y entre los dos se decidieron por la primera opción. Echaron mano de sus ahorros para la casa. Joanes volvió a pedir ayuda a su padre.
De pronto era dueño del cien por cien del negocio.
Y entonces las cosas empezaron a ir mal. Como si su antiguo socio se hubiera llevado consigo la confianza de los clientes, los encargos comenzaron a menguar. Un negocio que poco antes había sido próspero pasó en cuestión de meses a deslizarse sobre el umbral de la solvencia. Joanes empezó a pensar que él no había tenido nada que ver en los anteriores buenos resultados, sino que todo el mérito correspondía a su socio. Ahora que él, y solo él, estaba al cargo, las cosas se desmoronaban. Su empeño carecía de fruto, igual que había sucedido en la empresa de cable telefónico.
En todos aquellos años no había olvidado su visita al profesor, pero cuando su negocio comenzó a ir de mal en peor el recuerdo pasó a asaltarlo cada día. Ya no se preguntaba qué había visto en él el profesor para no recomendar su entrada en Robot Systems; el modo como habían discurrido las cosas desde entonces lo dejaba claro. Ahora se preguntaba cómo el profesor había sido capaz de verlo, cuál era la naturaleza de su presciencia. Y se preguntaba también si durante el breve tiempo que habían pasado en aquella terraza, en las escasas palabras que habían intercambiado, el profesor había atisbado algo más aparte de un porvenir profesional opaco.
Las noches en que no podía conciliar el sueño, cuando estos pensamientos se presentaban en su cabeza girando como una espiral sin fin, el amor propio se erigía en sistema de defensa y lo obligaba a rebelarse.
La intuición del profesor, por certera que fuera, no le permitía escudriñar el futuro. Si no había recomendado su ingreso en Robot Systems, podía deberse a que reservaba el puesto para algún familiar o conocido, o incluso a motivos más prosaicos, como el desagrado que le producía algún rasgo físico de Joanes o por las connotaciones territoriales de su apellido.
Pero esto tampoco suponía un alivio, porque, al margen de las razones del profesor, Joanes, y nadie más que él, era el responsable de su pobre carrera.
Y a continuación se decía que no. Que él no podía ser el único culpable. Tenía que haber alguien más. Alguien sobre quien descargar parte de la responsabilidad. Y el profesor resultaba perfecto para ese fin.
De este modo el profesor se convirtió en culpable virtual de los problemas de Joanes. Durante su breve encuentro en la terraza no había visto el pobre futuro que aguardaba al que había sido su alumno, sino que él —el profesor— lo había provocado. De algún modo, por alguna razón privada, lo había condenado, le había arrojado una maldición.
Se concedió pensar de este modo. Y con el tiempo llegó a creérselo. El profesor se convirtió en un recipiente donde desaguar las frustraciones y el rencor. Y a medida que el recipiente se fue llenando y su contenido adensándose y, finalmente, petrificándose, el profesor dejó de ser visto como un mero recurso emocional, como una fantasía autoexculpatoria, y pasó a convertirse en el culpable único y verdadero de todo lo malo que le sucedía a Joanes.