capítulo 12
–¡Maldita sea!
Seis semanas más tarde, Spike se quemó la muñeca, y sentía tal dolor que se quedó ciego momentáneamente. Dejó la sartén a un lado y metió la mano bajo el aguar fría.
Nate Walter se volvió para mirarlo.
—¿Te has quemado mucho?
Spike sacó la mano de debajo del agua.
—Diablos… Ya me están saliendo ampollas.
Tenía una quemadura de tercer grado. Y todo porque no estaba atento a lo que hacía y se le había caído el aceite encima. Estúpido.
Pero así era como le iban las cosas desde hacía un mes y medio. El día anterior, había estado a punto de cortarse un dedo.
Agarró la pomada para quemaduras que guardaban cerca del fregadero y se untó la muñeca. Después se la cubrió con una gasa y regresó al fuego.
—Ah, no —dijo Nate—. Tienes que ir a que te vean eso. Ahora. Reynolds, ponte a saltear donde estaba Spike. ¡Frankie! Te necesito haciendo ensaladas. Moriarty, vete ahora mismo.
Spike se quitó el delantal y se dirigió a la puerta. Al recordar que había ido en la Harley, se volvió para pedirle la furgoneta a su amigo. La muñeca le dolía demasiado como para conducir la moto.
Su socio tenía las llaves en la mano y le dijo:
—El doctor John te atenderá en cuanto entres. Llama por la puerta de atrás, y no me traigas la furgoneta hasta mañana.
Spike se dirigió al pueblo y, nada más llegar, se puso de peor humor. Sólo había parejas por la calle. Siempre parejas. ¿Desde cuándo había tanta gente enamorada por el mundo?
Al verla, se sentía enfermo.
El doctor John tenía la consulta en su casa. Spike se dirigió a la puerta trasera, tal y como le había dicho Nate, y llamó al timbre. El médico abrió en seguida.
—Me temo que si has venido a verme es porque te has debido de hacer una buena quemadura. Normalmente, los cocineros esperáis a que se os caiga la mano antes de venir aquí.
—Ha sido una tontería.
—Normalmente es así.
Lo hizo pasar a una de las salas de curas. Se lavó las manos y se puso unos guantes.
—¿Y cómo va el negocio en White Caps? He oído que tenéis mucho trabajo —le dijo mientras le quitaba la gasa.
—Sí… ¡Ay! —dijo Spike cuando le descubrió la quemadura.
—Iré más despacio —dijo el médico.
—No, no se preocupe. Me lo merezco por ser un idiota.
—Ojalá no te hubieras puesto esa pomada alrededor de la muñeca. Voy a tener que quitártela.
—Haga lo que tenga que hacer, doctor.
—En seguida vuelvo.
Al cabo de unos minutos, Spike tenía le brazo sumergido en un líquido.
—Doctor, ¿puedo preguntarle una cosa?
—Lo que quieras.
—Si una mujer… —se aclaró la garganta—. Si una mujer no tiene el periodo, ¿eso significa que no puede quedarse embarazada?
—No.
—¿Pero si no está ovulando?
—¿Y eso cómo lo sabe?
—Porque es una atleta y tiene muy poca grasa corporal…
El doctor John negó con la cabeza.
—No, me refiero a ¿cómo puede estar segura? El cuerpo humano tiene la capacidad de hacer lo que quiera. Sólo hay una manera de prevenir el embarazo, y es la abstinencia.
Spike sintió que el cerebro se le quedaba sin sangre. Nunca debía haber…
Él médico lo miró con una sonrisa.
—No es mi intención entrometerme, pero si estáis preocupados, será mejor que se haga la prueba.
—Ella estaba convencida de que no pasaba nada.
—¿Has dicho que es una atleta con muy poca grasa corporal? Eso incrementa la probabilidad de que no esté ovulando, sobre todo si no tiene el periodo. Pero la naturaleza es capaz de encontrar la manera. Ve a comprar un test de embarazo y así estaréis tranquilos.
Hablaba como si Mad y él fueran pareja. Como si vivieran juntos. Y él la echaba tanto de menos.
Cuando Spike se marchó, media hora después, le dolía tanto el antebrazo que apenas podía ver con claridad. Se dirigió a casa y se alegró al ver que había luces encendidas. Su hermana Jaynie llevaba un par de semanas quedándose con él y, esa noche, no quería pasarla solo.
Aparcó la furgoneta y decidió hacer lo que deseaba hacer desde Memorial Day. Sacó el teléfono móvil y llamo a Sean.
Cuando terminó de hablar con él, se quedó pensativo.
Lo había llamado la noche después de haberse marchado de la mansión de los Maguire, pero Sean estaba en Japón y no pudo preguntarle por qué no le había contado lo que le había sucedido a la madre de Mad. Después, cuando regresó su amigo, ya no le parecía adecuado contarle todo lo que había sucedido.
Pero esa noche, Spike necesitaba saber una cosa, y Sean se la había contado.
Al cabo de un rato, Spike bajó de la furgoneta y subió por las escaleras hasta su casa.
Cuando entró en la cocina, oyó el ruido del teclado del ordenador.
—Spike…
—Soy yo…
Su hermana y él hablaron a la vez. A ella no le gustaba estar sola en casa y él siempre tenía cuidado de gritar al entrar para no asustarla.
—Llegas temprano.
—Sí —cerró la puerta y se dirigió a la nevera para sacar un poco de zumo.
Se estaba sirviendo un vaso cuando su hermana entró en la cocina.
—¿Qué…? Oh, ¿estás bien?
—Estoy bien.
—¿Qué te ha pasado?
—Nada que no cure unos días de baja —se bebió el zumo—. Jaynie, estoy bien. Es sólo una quemadura. ¿Cómo va el trabajo?
Ella lo miró a los ojos un momento. Después, asumió que él no iba a contarle lo que le había pasado.
—Bueno… Voy despacio. Las transcripciones médicas son como tratar de contener agua en las manos. Las palabras se escapan por muy despacio que vayas. Pero es mejor que otras cosas que he hecho, y no me pagan mal —se subió las gafas—. Sabes, me gustaría que me dejaras darte algo por el alquiler.
—Y a mí me gustaría que intentaras quedarte más de un mes o dos. O que te mudaras para siempre. Ya te lo he dicho, me gusta la compañía.
También le gustaba saber que ella tenía una casa en la que dormir segura. Aunque no dormía demasiado. Él la había oído merodear por la casa de noche.
—¿Y qué te parece si dejas de ser mi invitada y te conviertes en mi compañera de piso?
—Ya veremos.
Lo que significa que no. Pero al menos, estaba allí.
—Escucha, Jaynie, mañana tengo que irme de viaje. Sólo una noche. ¿Estarás bien aquí tú sola? Nate y Frankie viven a un minuto de aquí. De hecho, podrías quedarte con ellos…
—Estaré bien. Este edificio es seguro.
—No me iré mucho tiempo.
—¿Se trata de Madeline?
Spike la miró sorprendido.
—¿Cómo lo sabes?
—Dijiste su nombre. En sueños —Jaynie se sonrojó—. No te estaba espiando. Es sólo que te oigo cuando estoy despierta. Parece que la echas de menos.
Él suspiró.
—Yo… Sí, se trata de Madeline.
Su hermana sonrió.
—Ya era hora de que alguien te importara lo bastante como para echarla de menos.
Al día siguiente por la tarde, Mad estaba en la cubierta de un yate de setenta y cinco pies observando cómo la tierra se hacía cada vez más grande en el horizonte. Newport, Rhode Island no era más que una mancha en el mar.
Ella había pasado el último mes y medio poniendo a prueba el barco que habían tenido que reconstruir en Las Bahamas. Y después, ella y otros dos miembros de la tripulación habían llevado el barco hasta Newport. El viaje había sido un éxito.
—Mad, ¿qué te pasa? —le preguntó Bonz, uno de los tripulantes—. Has estado muy callada.
—Nada —al ver que él la miraba incrédulo, le preguntó—. Oye, ¿sabes cuándo zarpa el barco de Hoss hacia las Caimán?
—Mañana a primera hora. Jaws y yo íbamos a formar parte de la tripulación, pero necesitamos un descanso.
—Me pregunto si todavía habrá una plaza disponible.
—¿Para ti? Hoss tiraría a su propia madre por la borda si se trata de tenerte a bordo en uno de sus barcos.
—Dices cosas muy bonitas.
—Es cierto, no es un halago.
Permanecieron en silencio durante un rato, contemplando el océano. Después, Bonz puso la mano sobre el hombro de Mad.
—Ha llegado el momento de compartir sentimientos, Mad.
—Oh, no…
—Escucha y terminaré en seguida. Jaws también está preocupado por ti. Y si no me cuentas qué te ocurre, me veré obligado a decirles a todos que estás preocupada por algo.
—No es nada…
—Piénsalo. Los doce. Todos encima de ti. Hasta que nos cuentes por qué has estado tan callada desde Memorial Day.
Ella sonrió y lo miró.
—Me estás intimidando.
—Sin duda ni remordimiento.
Ella se rió.
—Bueno, agradezco tu preocupación… Pero no es nada.
Vamos, Mad. ¿Qué te pasa? Suéltalo.
—Está bien. Tú ganas. Tengo el corazón roto.
Bonz soltó una carcajada.
—Sí, claro. ¿Por un hombre? Lo creeré cuando lo vea. Te disgustarías más por un día de mal viento. ¿Por qué no eres sincera? Quiero decir, suponía que tenías que estar contenta. La tripulación está en buena forma. El barco está bien. Nuestras marcas han sido buenas.
—Y yo estoy bien. Estupendamente.
—Me temo que no voy a llegar a ningún lado, ¿no es así?
—No —aunque ya le había contado la verdad. Tenía el corazón roto y no conseguía olvidar a Spike—. Estoy bien.
—Estás mintiendo —se marchó.
Llevaba seis semanas fuera y no le había servido para sentirse mejor. La idea de permanecer en tierra un solo día hacía que sintiera ganas de llorar.
Sola, en la cubierta, observó con temor cómo Newport se hacía cada vez más grande.
Dos horas después, hacia las seis de la tarde, estaban atracados y recogiendo el material en el Club Náutico de New England.
Cuando terminara, iría a buscar a Hoss para ver si tenía un hueco para ella en su barco. Después, iría al pueblo, buscaría un hotel y se derrumbaría. Estaba agotada. Llevaba navegando cuarenta y cinco días.
Terminaron de sacar las cosas del barco y Bonz le preguntó:
—¿Quedamos en el bar?
—Sí, en un minuto.
—De acuerdo. Y escucha, pasa por la recepción. Cuando he ido a registrarnos me han dicho que tenían un paquete para ti.
Cuando los hombres se marcharon, ella cerró los ojos y disfrutó del silencio. Más tarde, entró en el camarote y sacó el teléfono móvil de su bolsa. Despacio, marcó el número del contestador y descubrió que tenía nueve mensajes.
Dos eran de Sean. Uno de Alex Moorehouse. Cinco de Richard, de los cuales no escuchó ninguno. Y el último era de Mick Rhodes. Por suerte, eran buenas noticias.
Justo después de Memorial Day, Richard se había presentado en el juzgado para evitar que lo destituyeran como albacea de su herencia. Y Mick se había ocupado de su hermano de forma rápida y eficaz. Ella no sabía qué había sucedido, pero Richard había retirado la demanda y ella se había librado de él.
Suponía que debía sentirse triunfadora. Sin embargo, no era así.
Mad cerró la bolsa y se la colgó del hombro. Lo mejor era que fuera a buscar a Hoss.
De pronto, mientras salía a cubierta, recordó que no podía marcharse de viaje otra vez. Dos días más tarde tenía que asistir a la reunión de la junta directiva de Value Shop Supermarkets.
Era extraño tener otra cosa que hacer que no fuera navegar.
Salió a cubierta y miró hacia el océano por última vez. Se acercaba una tormenta y el cielo había oscurecido. Las nubes venían cargadas de lluvia.
Cuando se volvió, Spike estaba esperándola en el muelle.
Mad pensó que era una crueldad que fuera tan atractivo. Llevaba los pantalones de cuero y las botas de motorista. La chaqueta en la mano. El pelo de punta. Los ojos del color del sol.
Era como la noche que llegó a Greenwich: un shock. Una fuerte atracción.
El tiempo que había pasado alejada de él no había cambiado nada. Seguía siendo cautivador. Pero entonces, recordó otras cosas acerca de él.
La rabia se apoderó de su pecho.
Spike estaba preparado para lo peor, y mientras esperaba que Mad retrocediera con disgusto en la mirada, se fijó en su aspecto. Estaba bronceada y parecía saludable. Excepto porque tenía ojeras. «Oh, cielos», pensó. Estaba preciosa. Llevaba el cabello recogido en una trenza y el viento le había soltado unos mechones. Deseaba acariciarle el rostro y darle un beso de bienvenida.
Algo que no iba a suceder.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con voz tensa.
—He venido a verte.
—¿Y cómo has entrado en el club?
—Solía trabajar aquí en la barbacoa de verano. Todo el mundo me conoce.
—Por supuesto —saltó del barco y pasó junto a él—. Si me disculpas, estaba a punto de marcharme.
—¿Estás embarazada? —no era su intención preguntárselo de esa manera, pero ella caminaba deprisa y tenía que saberlo.
Mad se quedó de piedra y lo miró con ojos entornados.
—No, no lo estoy.
—¿Estás segura?
—Sí.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé.
—¿Te has hecho la prueba?
—Te llamaré si hay algún problema, ¿de acuerdo?
—Para mí no sería un problema tener un hijo contigo —susurró él.
Al ver que ella lo miraba con los ojos bien abiertos, Spike se percató de que había expresado su pensamiento en voz alta.
—Para mí sí lo sería —soltó ella.
Spike bajó la vista. En la vida se había llevado muchas bofetadas. Incluso un par de puñaladas, pero nunca había sentido tanto dolor.
—Sí, supongo que lo sería —contestó él.
Se hizo un largo silencio. Cuando por fin levantó la vista, ella lo miraba con una expresión extraña.
—Al menos parece que te arrepientes de lo que sucedió en Greenwich —dijo ella.
—Por supuesto que sí —habría preferido haber sido él quien le contara su pasado. Quizá ella hubiera reaccionado de otra manera.
—Tengo que irme —dijo ella.
—Yo… Lo siento.
—Yo también —dijo ella, mirando al mar.
—Me llamarás si…
—Sí, lo haré. Pero no estoy embarazada.
—No sabes cómo encontrarme. Deja que te dé mi número…
—Sean lo tiene, ¿no es así? Hablaré con él si necesito encontrarte —se volvió sin decir nada más.
Spike la observó marchar. Ella no miró atrás.
Por algún extraño motivo, el recuerdo del momento en el que, diez años atrás, su vida había cambiado por completo, invadió su cabeza. Spike se estremeció y volvió a centrarse en Mad. Estaba entrando en el edificio del club, y cuando cerró la puerta, él se percató de que su vida había vuelto a cambiar. Su vida futura sería más solitaria, sobre todo después de haber conocido el significado de la palabra amor.
Tras unos minutos, se dirigió al aparcamiento y se subió a la Harley.
Regresar a Adirondacks tan tarde sería cansado, pero debía iniciar el viaje. Le dolía el brazo, pero no le importaba. Nada le importaba.
Cuando arrancó a Bette, cayó la primera gota de lluvia.
A Mad le temblaban las piernas cuando entró en el club. Después de recoger el paquete que tenían para ella en recepción, se dirigió al baño de mujeres. Dejó la bolsa y el paquete en el suelo. Respiró hondo y se lavó la cara.
Seis semanas… Había pasado seis semanas pensando en Spike y recordando la maldita mañana de la casa de Greenwich. No podía olvidar la imagen de Spike y Amelia juntos en el pasillo.
Pensó en Spike y en su traje de cuero. Él le había dicho que sólo se lo ponía para los viajes largos. Así que era evidente que había ido allí desde Rhode Island. Sólo para verla. ¿Por qué?
Quería averiguar si estaba embarazada. Por eso.
Y no lo estaba. Ella se había hecho la prueba antes de zarpar de Las Bahamas. Lo peor de todo había sido esperar el resultado porque, en el fondo, deseaba estarlo. Lo que era una locura. No podría arreglárselas como madre soltera, y eso era lo que sería. No era bueno que Spike formara parte de su vida… y tampoco era que él se hubiera ofrecido.
Pero el test había dado negativo.
Mad se miró el vientre y se percató de que tenía la mano posada sobre él. ¿Estaría presionándola el reloj biológico? No, era la imagen de un bebé con cabello oscuro y ojos color ámbar. Pero querer tener un hijo de un hombre que había jugado con ella era algo autodestructivo.
Un rayo iluminó el cielo y el ruido del trueno fue ensordecedor. Cuando empezó a llover, Mad miró el reloj. No le apetecía conducir hasta Manhattan tan tarde y con tormenta. Era mejor que buscara un hotel y se marchara a primera hora de la mañana.
Se colgó la bolsa del hombro, agarró el paquete y salió de allí. Sabía que lo que le habían enviado era el material para la reunión de la junta. Mick Rhodes le había ofrecido su ayuda por si le surgían dudas al preparársela. Y estaba segura de que Sean también estaría dispuesto a ayudarla.
Mad salió del club y decidió no ir al bar a reunirse con los chicos. Recogió su coche del aparcamiento y se dirigió hacia el pueblo. Apenas tenía visibilidad a causa de la lluvia y los rayos caían a su alrededor.
Las lágrimas inundaban sus ojos y, cuando llegó al Lancet Bed and Breakfast, lloraba desconsoladamente.
En seguida supo por qué se había derrumbado. Era la primera vez que estaba a solas desde que se había reunido con la tripulación.
Mientras la tormenta caía con furia, ella siguió llorando hasta quedar exhausta.