capítulo 13
Spike estaba empapado cuando entró por la puerta del Lancet B&B. Había cruzado el puente de Rhode Island y tras cinco minutos bajo la tormenta había decidido dar media vuelta y regresar a Newport, donde sabía que encontraría un lugar en el que pasar la noche. Después de darse una ducha para entrar en calor, bajó al comedor.
Estaba cenando cuando de pronto, una extraña sensación hizo que levantara la vista del plato. Al otro lado del pasillo, vio que Mad entraba por la puerta del hotel. Tenía el cabello empapado y parecía agotada. Observó cómo se registraba en recepción y cómo subía las escaleras que la llevarían hasta su habitación.
Con un nudo en la garganta, esperó a que bajara a cenar. Pero no fue así. El resto de los huéspedes se habían marchado cuando el camarero se acercó a su mesa.
—¿Ha terminado de cenar? Porque nos gustaría guardar el bufé cuanto antes.
Spike miró al camarero.
—Ah… sí. He terminado.
Mad se recostó sobre las almohadas y abrió el paquete que le habían enviado. Dentro encontró tres cuadernos llenos de gráficos, memorias y registros financieros.
Abrió el cuaderno número uno y le echó un vistazo. Se fijó en una página que ponía: Propuesta de Adquisición y leyó el resumen que Richard había preparado para la junta. De pronto, comprendió por qué su hermanastro había mostrado tanto interés en conservar sus acciones. Si él mantenía el derecho a voto sobre su paquete de acciones, podía presionar para la adquisición de Organi-Foods Corporation, puesto que sería el mayor accionista.
Sin embargo, ya no le quedaba más remedio que obtener su apoyo para conseguir cualquier cosa.
Y era probable que por eso la hubiera llamado tantas veces.
Llamaron a la puerta y dejó el informe:
—¿Sí?
—Te he traído la cena.
Al oír la voz de Spike se sentó de golpe.
—Puedo dejarla en el pasillo, si lo prefieres.
Ella salió de la cama, se puso el albornoz y abrió la puerta.
—No quiero… —al verlo, no pudo terminar la frase.
Estaba más atractivo que nunca.
¿Y qué le había pasado en el brazo? «No es asunto mío», pensó.
Alzó la barbilla y le dijo:
—No sabía que te hospedabas aquí.
—O si no te habrías ido a otro sitio, ¿verdad? —al ver que no contestaba, le preguntó—. ¿De veras crees que por estar al otro lado del pasillo soy una amenaza para ti?
Ella frunció el ceño y pensó que había elegido una extraña combinación de palabras.
—Por supuesto que no.
—Bien —murmuró él—. Pues demuéstramelo. Déjame pasar y cómete lo que te he traído.
—No tengo…
—¿Hambre? Ah, ya, se me olvidaba que eres Superwoman. Capaz de vivir del aire durante días —al ver que abría la boca para decirle que se marchara, la miró y dijo—. Lo siento… Lo retiro. Mira, aquí tienes la comida si te apetece.
Le entregó el plato y ella lo aceptó.
—Gracias —le dijo.
—Déjame pasar, Mad —dijo él—. Por favor. No vengo buscando sexo ni nada parecido. Sólo quiero explicarte algunas cosas. Quiero contarte lo que pasó y por qué.
Ella dio un paso atrás y lo dejó entrar.
Se sentó en la cama y probó la comida. Él se acercó a la ventana y permaneció en silencio.
—No tienes que explicarme por qué te acostaste con ella. Yo ya sé el motivo.
Él se volvió de golpe y arqueó las cejas.
—¿Qué?
—Es evidente.
Spike se agarró a la ventana.
—¿Crees que…? ¿De dónde te has sacado la idea de que me acosté con ella?
—Vamos, Spike…
—¿Por qué crees que te haría una cosa así?
—Yo… La vi salir de tu habitación y tú tratabas de retenerla. Era evidente que la deseabas.
—Espera un momento. Te marchaste porque…
—Oh, no, me quería quedar para verlo todo. Por supuesto.
—Espera. ¿Richard no te habló de mí?
—¿Por qué iba a hacerlo? Verte con mi hermanastra fue suficiente.
Spike se frotó el rostro con la mano.
—Santo cielo.
—Vamos, Spike —murmuró ella—. ¿Crees que podía quedarme? He pasado por eso dos veces. La experiencia ya no tiene nada que enseñarme.
—No sé qué decir. Supongo… Disfruta de la cena, Mad. Y… Lo que sea. Cuidate.
Se dirigió a la puerta invadido por el dolor.
—¿Por qué creías que podría soportarlo? —dijo ella—. ¿Sabiendo que después de lo que hicimos juntos… te fuiste con ella?
—Sí, habría sido horrible —soltó él—. Igual de horrible que la falta de confianza que tienes en mí.
Mad dejó el plato a un lado y se puso en pie.
—No puedo creerlo. ¿Por qué estás tan enfadado?
Él se volvió para mirarla.
—¿No crees que es un poco ofensivo acusarme de haberme acostado con tu hermanastra?
—Pero lo hiciste, ¿no es así? Entonces…
—No. No lo hice. No tengo ni idea de qué es lo que viste…
—Estabais en la puerta de tu habitación. ¡Tú medio desnudo! ¡Y ella en albornoz! —Mad bajó la voz y trató de dejar de temblar—. ¿De veras quieres que me crea que no la deseabas…?
—No se parece en nada a ti.
—Eso ya lo sé. Y le dijiste: Eres tú.
Spike la miró y apretó los dientes.
Ella metió las manos en los bolsillos del albornoz para que él no viera que estaba temblando.
—Mira… Yo… Bueno, no hay mucho más que decir, ¿no crees?
Él la miró durante largo rato. Al final, contestó desanimado.
—Tienes razón.
Y se marchó en silencio.
Mad se quedó paralizada durante un instante, tratando de pensar cómo Spike podía tener tanta desfachatez como para actuar como si hubiera sido él el ofendido.
Regresó a la cama y se obligó a comer.
¿Y por qué le había preguntado si Richard le había hablado sobre él? ¿Y por qué le había dicho que no se había acostado con Amelia?
Mad decidió seguir leyendo los documentos de la junta, pero no conseguía concentrarse. Al cabo de un momento, salió de la cama y se dirigió a la habitación que había al otro lado del pasillo. La puerta estaba medio abierta y se oía el ruido del agua en el interior.
—¿Spike?
—Se le ha escapado, si es que busca al señor Moriarty —la recepcionista asomó la cabeza por la puerta del baño—. Se ha ido.
Mad sintió una fuerte presión en el pecho.
—Yo… ¿Y dónde ha ido?
—Dijo que tenía que volver a casa —se encogió de hombros—. Fue muy amable. Iba a devolverle parte del dinero, pero no quiso aceptarlo.
Una racha de viento hizo temblar las contraventanas y el ruido de la lluvia era tan fuerte que parecía que hubieran tirado un cubo de agua.
«Oh, cielos. Spike se ha ido en la Harley. Regresa a Adirondacks. De noche. En medio de la tormenta».
—Sé que no bajó a cenar. ¿Quiere que le suba algo? —preguntó la mujer.
—Gracias, pero… no. Ya me han subido algo de comer.
Mad regresó a su habitación. Cerró la puerta y se metió en la cama.
Media hora más tarde, estaba paseando de un lado a otro de la habitación. La tormenta no había cesado y era cada vez más fuerte. Se detuvo junto a la cama, agarró el teléfono móvil y llamó a Sean.
—O’Banyon al habla —dijo él cuando contestó. En el fondo se oía el ruido de algo parecido a una fiesta.
—¿Sean?
—¡Mad! ¿Eres tú? Eh, no sabes con quién estoy.
—¿Con quién?
—Con tu buen amigo, Mick. Hemos quedado para salir esta noche. Los dos necesitábamos un poco de tiempo libre.
—Eso es estupendo…
—¿Estás bien, Mad? —antes de que pudiera contestar, añadió—. Espera un momento —se dirigió a un lugar más tranquilo—. ¿Qué ocurre?
—Spike estaba en Newport cuando atracamos, pero creo que eso ya lo sabes. Tú le dijiste que llegábamos, ¿no es así?
—Sí, fui yo. Dijo que necesitaba verte cara a cara y me pidió que no te dijera nada porque tenía miedo de que si te enterabas no quisieras verlo. Lo siento, Mad. Me he sentido muy mal, en serio. Pero parecía tan…
—Está bien. Pero ¿puedes hacerme un favor?
—Cualquier cosa. Mi conciencia se muere por la salvación.
—¿Puedes llamar a Spike y ver si está bien?
—¿Tan mal han ido las cosas entre los dos?
«Sí».
—No, es por la tormenta. Spike se ha ido con ella.
—Ah, sí. En Manhattan también hay tormenta. Hace una noche terrible. Pero no te preocupes, es buen conductor.
—Ha venido en moto, Sean.
Se hizo un tenso silencio.
—Voy a llamar a ese idiota, ahora mismo.
—¿Me llamarás si está bien?
—Por supuesto. Ese estúpido…
Cuando se cortó la llamada, Mad permaneció con el teléfono en la mano.
Sonó al cabo de unos minutos y ella contestó:
—Mad, me salta el buzón de voz. Seguiré intentándolo hasta que hable con él. Te llamaré en cuanto termine de echarle la bronca por salir con este tiempo a la carretera. A menos que… ¿prefieras que te llame él?
—No.
Sean suspiró.
—Esperaba que las cosas hubieran salido bien entre vosotros.
—Gracias. Pero no le digas que te he llamado yo para que lo llamaras, ¿de acuerdo?
—Mad…
—Sé que todo esto es un poco infantil, pero prefiero hablar contigo. Ah, y me temo que tengo que pedirte otro favor. La reunión de la junta es pasado mañana. ¿Crees que puedo ir y quedarme en tu casa? Pensaba ir a la ciudad a primera hora de la mañana.
—Claro. Estaré en el trabajo, pero tienes una llave. Y escucha, si necesitas ayuda para prepararte el material, llegaré a casa pronto.
—Sería estupendo.
—¿Mad?
—¿Sí?
—¿De veras me has perdonado por haberle dicho a Spike dónde encontrarte?
—Sí, Sean —esbozó una sonrisa antes de colgar.
Mad tardó un rato en meterse de nuevo en la cama para seguir hojeando los informes. Debió de quedarse dormida, porque cuando sonó el teléfono se sobresaltó y no sabía qué pasaba.
—¿Sean? —contestó.
—Está en casa sano y salvo. Me ha llamado en cuanto ha escuchado el primero de mis ocho mensajes. Dice que está calado y agotado, y que se iba a la cama. Sigue durmiendo.
—Buenas noches. Sean.
Mad colgó el teléfono y miró el reloj. Eran las dos y cuarenta y ocho de la madrugada.
Spike había conducido todo el trayecto bajo la lluvia. Y con el antebrazo herido.
Algo le decía que ningún hombre hacía un viaje como ése sin motivo.
«Hay algo que falla en todo esto», pensó Mad. Cerró los informes y apagó la luz.
Pero no sabía lo que era.
Como una hora después de llegar a casa, Spike se dio la vuelta en la cama. Sospechaba que estaba despierto, pero cuando abrió los ojos, no estaba seguro del todo.
Estaba… tumbado en una cama que no era la suya. Excepto que tenía la sensación de haber estado antes en aquella habitación con cortinas de encaje. No recordaba cuándo ni por qué…
«La habitación de Mad». Sí, ahí fue donde todo había pasado la primera vez. Donde la había besado y la había poseído…
El recuerdo de ambos haciendo el amor hizo que se excitara y se retorciera en la cama. Podía sentirla bajo su cuerpo. Su calor… Su ritmo… Estaba con él y sus cuerpos estaban unidos, y se movían juntos… Y él estaba a punto de…
De pronto, estaba solo.
Miraba a su alrededor y veía la sombra de Mad. Trataba de llamarla, pero no podía hablar. Arqueaba su cuerpo y movía las caderas, ofreciéndose a ella.
Mad se subía a la cama y de pronto se iluminaba la habitación. Estaba vestida. Con mucha ropa. Incluso llevaba puesto un traje de esquiar. Lo miraba, como si considerara la posibilidad de quitarse la ropa. Entonces, negó con la cabeza y se subió la cremallera de la chaqueta hasta arriba del todo.
—Lo siento —le dijo—. Me dejas helada.
Spike se sentó en la cama sobresaltado.
Blasfemó y se alborotó el cabello.
Gruñó y se levantó de la cama. Estaba tan excitado que le dolía el cuerpo. Disgustado consigo mismo, entró en el baño y se lavó la cara con agua fría hasta estar más calmado. Eran las cuatro de la madrugada.
Necesitaba aire fresco. Salió al pasillo y, al pasar por delante de la habitación de su hermana, comprobó que estuviera dormida. Estaba a punto de abrir la puerta de la terraza cuando se detuvo en seco. En la pared había un calendario que Jaynie había colgado.
Cuando Spike miró la fecha, el vértigo se apoderó de él.
Faltaban dos días para el aniversario del día en que mató al hombre que abusaba de Jaynie. Santo cielo.
Durante los dos últimos años, no había pensado demasiado en el pasado. Pero la historia con Mad había desempolvado sus recuerdos.
Necesitaba aire fresco.
Salió a la terraza e inhaló al aire de la noche de verano. En otras circunstancias, el olor a pino lo habría calmado.
Pero esa noche no.
Y temía que no lo haría durante mucho tiempo.