En 1980 me crucé con algunos de los libros del Dr. Ira Progoff y con su metáforo maravilloso del roble y la bellota. De la lectura de sus trabajos surgió esta idea.

En el silencio de mi reflexión

percibo todo mi mundo interno

como si fuera una semilla,

de alguna manera pequeña e insignificante

pero también pletórica de potencialidades.

Y veo en sus entrañas

el germen de un árbol magnífico,

el árbol de mi propia vida

en proceso de desarrollo.

En su pequeñez, cada semilla contiene

el espíritu del árbol que será después.

Cada semilla sabe cómo transformarse en árbol,

cayendo en tierra fértil,

absorbiendo los jugos que la alimentan,

expandiendo las ramas y el follaje,

llenándose de flores y frutos,

para poder dar lo que tienen que dar.

Cada semilla sabe

cómo llegar a ser árbol.

Y tantas son las semillas

como son los sueños secretos.

Dentro de nosotros, innumerables sueños

esperan el tiempo de germinar,

echar raíces y darse a luz

morir como semillas…

para convertirse en árboles.

Árboles magníficos y orgullosos

que a su vez nos digan, en su solidez,

que oigamos nuestra voz interior,

que escuchemos

la sabiduría de nuestros sueños semilla.

Ellos, los sueños, indican el camino

con símbolos y señales de toda clase,

en cada hecho, en cada momento,

entre las cosas y entre las personas,

en los dolores y en los placeres,

en los triunfos y en los fracasos.

Lo soñado, nos enseña, dormidos o despiertos,

a vernos,

a escucharnos,

a darnos cuenta.

Nos muestra el rumbo en presentimientos huidizos

o en relámpagos de lucidez enceguecedora.

Y así crecemos,

nos desarrollamos,

evolucionamos…

Y un día, mientras transitamos

este eterno presente que llamamos vida,

las semillas de nuestros sueños

se transformarán en árboles,

y desplegarán sus ramas

que, como alas gigantescas,

cruzarán el cielo,

uniendo en un solo trazo

nuestro pasado y nuestro futuro.

Nada hay que temer…

Una sabiduría interior las acompaña…

Porque cada semilla sabe…

cómo llegar a ser árbol.