F FANTASÍAS PARA COMPARTIR

L LUGARES PARA CAMBIAR

O OCUPARSE DE UNO

R ROMANTICISMO PRESENTE

E EXPLORAR EL ENCUENTRO

S SENTIDOS PARA INCLUIR

+

V VACIARSE DEL AFUERA

I IRRACIONALIDAD SUPREMA

D DIVERSIÓN IMPRESCINDIBLE

E EXPRESIÓN DEL SENTIR

O OLVIDARSE DEL ORGASMO

Según los orientales, el sexo es la máxima expresión de la iluminación.

La iluminación es enunciada por los místicos como la disolución del yo. Esto es: ser un todo con el otro. Durante ese instante donde yo pierdo el control, por un momento dejo de ser yo y puedo conseguir la fantasía de fundirme con el otro.

Fundirse con el otro es el deseo supremo del amor.

La mente vacía de pensamientos, el éxtasis de la aceptación del otro, la ausencia de expectativas y de memoria y la entrega total al presente son los hitos del camino que lleva al sexo como iluminación.

Si fuéramos capaces de llegar a esta vivencia, aunque sea de vez en cuando…

Yo no creo que todas las relaciones sexuales sean gloriosas y magnificentes, ni que en todas se pueda llegar a la disolución del yo. Por eso digo: ojalá que podamos muchas veces.

Quiero decir, por lo menos de vez en cuando hay que desacondicionarse, dejar de controlar, entregarse…

Pero surge la pregunta, hasta dónde. ¿No será peligroso tanto descontrol, no hay peligro de caer en la perversión?

En todo caso habría que determinar, primero, qué es lo perverso y qué no lo es.

Habrá que animarse entonces a saber quién soy, qué elijo, qué me gusta y qué voy a hacer con ello. Empezar a pensar qué estamos haciendo nosotros para mejorar nuestros problemas de anorgasmia, eyaculación precoz, impotencia, frigidez…

Hay personas que no están satisfechas con su vida sexual pero que no están dispuestas a hacer nada al respecto. Hay que entender que nuestra sexualidad es muy importante.

Los argentinos somos un poco pacatos, aprensivos, fifís con la sexualidad.

Cuentan en España que un señor se encuentra con una mujer hermosa en un bar y la invita a pasar la noche. Tienen una velada de sexo y lujuria espectacular y a la mañana siguiente mantienen este diálogo:

Si ella es americana, dice: “Very good…”

Si ella es italiana, dice: “Faciamo l’otra volta…”

Si ella es española, dice: “Zi me llegaz a dejarr deshpuéz de eshto… te mataré.”

Y si ella es argentina, dice: “¡Ay… qué pensará usted de mí!”

Esto habla de nosotros, de nuestra idea vergonzante de la sexualidad, que es producto de una educación mezquina respecto de nuestra libertad sexual.

Porque la sexualidad tiene mucho que ver con la libertad personal.

Ser libre es elegir con quién, cuánto, cómo, dónde.

heterosexuales, homosexuales o

bisexuales. masturbación

Nosotros no somos heterosexuales, homosexuales o bisexuales. Somos sexuales. Tenemos una sexualidad que es energía interna que pugna por expresarse. No es casual que los vínculos homosexuales aumenten en poblaciones donde hay sólo hombres o sólo mujeres, como en las cárceles, los hospitales, barcos, instituciones psiquiátricas, etc. Porque esta energía sexual que se acumula como la carga de una batería, tiene que actuarse desde algún lugar. Y posiblemente, si estoy solo, la masturbación sea la mejor conducta sexual a la que puedo acceder. Llegado el caso que por alguna razón yo no pudiera tener vida sexual, es más sano masturbarse que sublimar la sexualidad transformándola en exceso de trabajo, por decir una transformación usual.

Potencialmente, si consideramos al hombre como sexual, ni homo, ni hetero ni bi, alguien que puede aceptar la bisexualidad como parte de su identidad, puede entonces elegir lo que quiere. A mí me parece tan patológico un homosexual que dice que no resiste la fantasía de acostarse con una mujer, como un heterosexual que vive cuidándose de que un tipo no se le acerque. Yo conozco muchos tipos que están en una relación sexual con una mujer que quieren, y cuando ella les acaricia la espalda y llega hasta el culo, gritan: ¡¡No me toques el culo, eh, qué te creés, que soy puto yo!! Y la mina dice: ¿Qué pasó?

Y yo también me pregunto: ¿Qué pasó?

Y digo: pasó que se asustó.

La erogenización que producen las zonas genitales, incluido el ano, es para los dos sexos igual. Habrá zonas más erógenas para cada uno de nosotros, pero pensar que no puedo permitir que alguien me roce debe esconder algo…

Algo debe pasar con los tipos que obsesivamente creen que el coito anal les da más placer que el coito vaginal. Me parece que alguna connotación tiene… En algunos casos esta es la expresión de un conflicto homosexual bastante mal resuelto. Para llegar a la heterosexualidad, sin hablar de si la homosexualidad es o no un tránsito, hay que tener resueltos estos conflictos homosexuales, cosa que, en general, las mujeres tienen mejor resuelta que los hombres.

La razón es que el primer objeto amoroso de una mujer es su mamá, como en el caso del hombre.

El hombre comienza su sexualidad en la vida con un vínculo heterosexual y quizás continúe en forma consciente con un vínculo heterosexual por el resto de su vida.

La mujer, que establece como primera medida un vínculo homosexual, tiene que dejarlo para llegar después al vínculo heterosexual. Esto implica un trabajo.

Cuando una mujer es heterosexual ha pasado de un vínculo a otro. Quizás por eso los homosexuales sean más varones que mujeres. Y quizás por eso los hombres necesiten negar el componente homosexual, porque es sentido como poco masculino. No hay conciencia de que la elección sexual no amenaza la condición de varón o la virilidad.

Ser homosexual no significa ser femenino. La mariconada tiene que ver con una pérdida de identidad. Una mujer homosexual no tiene por qué ser un camionero y un hombre homosexual no tiene por qué ser afeminado.

Maricón, homosexual y puto son tres cosas totalmente diferentes y no necesariamente tienen relación entre sí. No todos los afeminados son homosexuales, no todos los homosexuales son putos y no todos los putos son maricas.

Hay que aprender a diferenciar para aprender quién es uno, después de todo…

Si mi libertad es, como digo yo, mi capacidad de elegir cuando tengo opción, entonces…

Ser libre es poder encontrarme para ver qué es lo que voy a hacer en la cama o qué es lo que no voy a hacer en la cama.

El significado de la sexualidad ha cambiado. Hace cincuenta años, nuestra educación nos decía que el hombre tenía que debutar, aprender, entrenarse y hacerse maestro del acto sexual para luego enseñarle a su mujer, asexuada totalmente hasta ese momento. Y así las mujeres se quedaban más o menos asexuadas toda su vida, teniendo como maestro a alguien que en general no había aprendido mucho pero que decía que era el que sabía.

Por suerte y por lucha esto no existe más.

Primero, porque las mujeres saben que no tienen por qué esperar a sus hombres para aprender de ellos.

Segundo, porque los hombres ya sabemos que no aprendimos tanto.

Y tercero, porque ya no hay ninguna duda de que el único lugar donde se puede aprender es en la cama. Y por lo tanto, si un hombre quiere aprender, va a tener que aprender de una mujer.

La historia de que los hombres le tienen que enseñar a las mujeres es un mito y por supuesto machista.

Podés aprender algunas cosas por vos mismo, de la exploración, pero no mucho estando solo. El otro, por intuición y por experiencia, es el que enseña. Así aprendemos, para alguna vez enseñar.

Lo que en un vínculo resulta maravilloso, puede no ser tan maravilloso en otro vínculo.

Habrá que darse tiempo para este aprendizaje. Y para eso hace falta estar comprometido con el otro.

pocas palabras acerca del deseo

Si la sexualidad funciona como un trámite, estamos en problemas.

Hay una sola razón para tener sexo: el deseo. No puedo llegar a la cama porque estoy aburrido, porque no tengo otra cosa para hacer, porque estoy muy tenso, porque hay que cumplir para que no te vayas a coger con otra o con otro, para no masturbarme…

La única buena razón para llegar a la cama con alguien es sentir el deseo de ir a la cama con ese alguien.

Además porque no hay nada más erotizante que sentirme deseado por el que está a mi lado. Sea yo varón o mujer, nada me excita más que sentir que aquel que yo deseo me desea.

De alguna forma es un misterio… porque si lo que me excita es que vos estés caliente conmigo y lo que te excita a vos es que yo esté caliente contigo, ¿cómo fue que empezamos?

A veces empieza porque te veo y me surge el deseo. Te espero y me ratoneo. Soñé con vos y te voy a buscar… Pero muchísimas veces empieza afuera, antes de que nos veamos. Empieza con la calentura que surge en mí a partir de otras cosas que pasan en el afuera y que no son vos.

“Eh… No, doctor ¿me está diciendo que me caliente con el aviso donde está la mina con las tetas y que después llegue a mi casa pensando que me voy a coger a mi mujer? Eso es un asco…”

Así es. Si quieren pensar que es un asco, piénsenlo. Pero es así. Me erotizo con lo que pasa afuera y es ese erotismo justamente el que importo a la relación y el que genera el deseo.

Si les molesta importar excitación a su pareja no lo hagan, serán muy felices y cogerán menos.

Nada es igual que el deseo del que deseo. Este es el gran afrodisíaco, sobre todo en la pareja. Por eso es tan importante sentirlo y que se note.

Cuentan que una mujer llega a un consultorio médico porque tenía tortícolis. Entra con el cuello torcido, el médico la revisa, le hace una radiografía, no encuentra lesiones anatómicas y le dice:

- ¿Hace mucho que lo tiene?

- No… -dice la mujer-, hace unos doce o quince años.

- ¿Y usted a qué se dedica?

- Bueno, trabajo en una oficina, hago las cosas de la casa…

- ¿Y tuvo algún golpe?

- No, nunca.

El médico piensa, no sabe qué preguntar…

- ¿La alimentación?

- Normal, como todo sin problema.

- ¿Algún deporte violento?

- No, nada. Juego a las cartas.

Como el médico ya no sabe qué preguntar, le dice:

- ¿Vida sexual?

- Normal, dos o tres veces por semana… él arriba y yo abajo… normal.

- Bueno, él arriba y usted abajo o al revés.

- ¿Está loco? ¿Cómo veo la tele?

Si uno no es capaz de estar realmente comprometido con lo que está pasando, la posibilidad de disfrutar del vínculo sexual no existe.

En una encuesta realizada para el último informe Hite, los encuestados contestaron a esta pregunta: ¿Cuál es la frecuencia sexual máxima y mínima que usted consideraría normal? Las respuestas van desde un máximo de una vez por día hasta un mínimo de una vez cada quince días. Cualquier frecuencia entre estos dos extremos es considerada normal por la sexología. (Una frecuencia menor como promedio no es anormal ni patológica, pero es poco. Una frecuencia mayor como promedio tampoco es anormal, pero es mentira…).

Dos veces por semana es lo que el 70% de las parejas estables encuestadas refieren como su frecuencia habitual.

En la Argentina, el ritmo según las mujeres es entre una y dos veces por semana y según los hombres tres o cuatro por semana. Esto genera dudas sobre la conducta fiel o infiel de los señores o sobre la necesidad de los hombres de decir que cogemos más porque nuestra educación nos dice que entonces somos más hombres.

Se trata del mito de que los hombres estamos siempre listos, lo cual, obviamente, no es cierto.

Si queremos hacer algo por la sexualidad de todos, habría que:

Insistir en que los padres reciban educación sexual para poder transmitirla. El aprendizaje empieza desde la cuna.

Evitar censurarnos. La censura en el encuentro sexual es perniciosa. Hay que trabajar con nuestra libertad y con lo que yo llamo autonomía, la capacidad para imponernos nuestras propias normas.

Revalorizar la sexualidad hasta conseguir que recupere el enorme valor que tiene.

Si tratamos de reprimir la conexión con nuestro deseo, cada vez somos más esclavos de él.

En la medida que dejemos ser a nuestro deseo; en la medida que asumamos nuestra sexualidad como parte de nosotros y no nos avergoncemos de ello; en la medida que aceptemos nuestras inquietudes, nuestras fantasías y nuestro encuentro sexual con la persona que nosotros decidamos; en la medida que podamos vivir esta historia con libertad, sin frenar y sin reprimir, nuestra sexualidad se va a volver más libre y vamos a poder dejar de pensar en ella.

La metáfora que dan algunos iluminados es que uno puede mantener la mano abierta toda su vida, pero cerrada… apenas un rato. Tarde o temprano, después de tener la mano cerrada, vas a tener que aflojar.

Manteniendo abierta nuestra conducta sexual podremos tener una sexualidad más sana, más placentera y, sobre todo, podremos mejorar nuestra capacidad de entrega.

Si ocultamos, reprimimos y escondemos nuestro deseo, en algún momento éste explotará, se volverá pernicioso y terminaremos haciendo cosas dañosas para los demás.

¿Qué es normal y qué es anormal? ¿Cuál es el límite entre lo que se puede y lo que no se puede? ¿Qué está bien y qué está mal? ¿Cuál es el límite entre lo normal y lo patológico? ¿Qué cosa es sana y qué cosa enferma?

Yo creo que si los dos están de acuerdo y disfrutan de lo que está pasando, sin involucrar a quien no quiere involucrarse, nada, repito, nada es anormal.

Palinuro de Méjico (fragmento)

Ella y yo hacíamos el amor diariamente.

En otras palabras,

los lunes, los martes y los miércoles

hacíamos el amor invariablemente…

Los jueves, los viernes y los sábados,

hacíamos el amor igualmente…

Por último los domingos

hacíamos el amor religiosamente.

Hacíamos el amor compulsivamente.

Lo hacíamos deliberadamente.

Lo hacíamos espontáneamente.

Hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres,

por favor, por supuesto, por teléfono,

de primera intención y en última instancia,

por no dejar y por si acaso,

como primera medida y como último recurso.

Hicimos el amor por ósmosis y por simbiosis:

Y a eso le llamábamos hacer el amor científicamente.

Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí:

es decir, recíprocamente.

Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo

y yo, con el miembro convertido en un músculo fláccido no podía llenarla,

entonces hacíamos el amor lastimosamente.

Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me

imaginaba que no iba a poder, y no podía,

y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía,

o bien estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno de los dos alcanzaba el orgasmo.

Decíamos, entonces,

que habíamos hecho el amor aproximadamente.

O bien a Estefanía le daba por recordar las ardillas que el tío

Esteban le trajo de Wisconsin

que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina,

y yo por mi parte recordaba la sala de la casa de los abuelos,

con sus sillas vienesas y sus macetas de rosas‚

esperando la eclosión de las cuatro de la tarde…

así era como hacíamos el amor nostálgicamente,

viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos.

Muchas veces hicimos el amor contra natura,

a favor de natura,

ignorando a natura.

O de noche con la luz encendida,

o de día con los ojos cerrados.

O con el cuerpo limpio y la conciencia sucia.

O viceversa.

Contentos, felices, dolientes, amargados.

Con remordimientos y sin sentido.

Con sueño y con frío.

Y cuando estábamos conscientes de lo absurdo de la vida,

y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro,

entonces hacíamos el amor inútilmente.

Para envidia de nuestros amigos y enemigos,

hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente.

Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente.

Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente.

Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente.

Hacíamos el amor físicamente,

de pie y cantando,

de rodillas y rezando,

acostados y soñando.

Y sobre todo,

y por la simple razón

de que yo lo quería así

Y ella también,

hacíamos el amor…

voluntariamente.

Fernando del Paso

El amor en la pareja

Hay otro sendero unos metros a mi derecha. Alguien con quien me encontré me hizo notar su presencia, corre paralelo a éste pero está bastante más arriba. Parece hermoso. Si me tomara el trabajo de llegar hasta allí podría ver algunas cosas que desde donde estoy no se alcanzan a distinguir (siempre se ve más allá desde un lugar más alto). Me doy cuenta de que escalar no sería una tarea fácil y que aún después de llegar, caminando a esa altura podría caerme y lastimarme. También me doy cuenta de que no estoy obligado a hacerlo.

Sin embargo me invaden dos emociones, por un lado me frena la sensación del absurdo esfuerzo inútil, ya que mirándolo desde aquí parecería que los dos caminos llegan al mismo lugar, por otro me anima, misteriosamente, la intuición de que solo lograré completarme si me atrevo a transitar el camino elevado. ¿Qué hacer?

Desde hace más de medio siglo la sociedad parece estar enseñando que la pareja es necesariamente una especie de antesala del matrimonio, éste un pasaporte a la familia y aquélla la garantía de hospedaje eterno (hasta que la muerte los separe) en una especie de sofisticado centro de reclusión al que deberíamos ansiar entrar como si fuera la suprema liberación.

El mecanismo propuesto opera así: Uno escoge una pareja, se pone de novio, acuerda una fecha de casamiento, participa de la tal ceremonia e ingresa con su cónyuge en una especie de prisión llamada con cierta ironía el “nidito de amor”. Llegados ahí, uno le echa el primer vistazo sincero al compañero de cuarto. Si le agrada lo que ve, se queda allí. Si no es así, empieza a planear su escape de prisión para salir a buscar otra pareja, rogando tener mejor suerte o reclamando ayuda para aprender a elegir mejor.

La solución del problema de la insatisfacción en la vida de parejas desdichadas, planteada modernamente por la sociedad que supimos construir, es separarse, comenzar otra vez con otra persona mejor para uno. En otras palabras, para el 80% de todas las parejas, y el 50% de los matrimonios, que la pareja haya fracasado es la consecuencia de la incapacidad de cada uno para elegir la persona adecuada.

En la Argentina siempre nos jactamos de ser capaces de encontrarle un problema a cada solución. El problema que aporta esta solución es que el cambio de destino carcelario es siempre muy doloroso. Hay que repartir los bienes, los males, los hijos y los regalos; hay que pasar por el dolor de abandonar los sueños; hay que soportar perder los lugares y abandonar a algunos amigos; y como si esto fuera poco, hay que vivir con el residuo de miedo a la intimidad y con la desconfianza de que las siguientes relaciones también puedan fallar. Ni qué hablar del daño emocional a los otros habitantes del nido, si los hay. Los hijos, que muchas veces se imaginan que son de alguna forma responsables de esa ruptura y otras son arrastrados a permanecer en el lugar de trofeos disputados, terminarán preguntándose, de cara a su propio dolor, si valdrá la pena transitar el proyecto de construir una familia.

Planteado así, el único antídoto para todo este dolor parece ser lamentable: permanecer prisionero, cerrar la puerta con llave, abrir una pequeña ventana por donde espiar la vida y conformarse con mejorar un poco la relación matrimonial durante el resto de nuestra existencia, deseando secretamente que no sea demasiado larga. En el mientras tanto se supone que uno aprende a sobrevivir en un matrimonio hueco, a llenarse de comida, de alcohol, de drogas, de trabajo, de televisión o de fantasías de infidelidad.

¿hay otra posibilidad?

Existe un enfoque de las relaciones amorosas más alentador y, a mi modo de ver, más preciso.

La pareja no es un estado inmutable de dos personas que no cambian. Es más bien un viaje por un camino elevado psicológica y espiritualmente que comienza con la pasión del enamoramiento, vaga a través del escarpado trecho de descubrirse y culmina en la creación de una unión íntima, divertida y trascendente, capaz de renovarse en la reelección mutua, una y otra vez, durante toda la vida.

La construcción de un vínculo de este tipo no se apoya en la habilidad para poder conquistar al compañero o a la compañera perfecta ni en la suerte de cruzarse algún día con la persona ideal, sino en el darse cuenta definitivamente de que:

La creencia heredada del mito del amor como prisión es falsa.

La pareja no es una prisión, ni un lugar donde engancharse o quedarse atrapado, sino un camino del desarrollo de ambos. Un camino elevado y quizás riesgoso. Pero sin duda uno de los más hermosos y nutritivos caminos que se pueden escoger.

Redefinir la pareja significa hablar sobre amor y esto implica saber de qué cosas hablamos cuando hablamos de ese sentimiento en un vínculo tan especial como es el que se entabla entre un hombre y una mujer que planean seguir juntos el camino.

Este amor es, como está dicho, un sentimiento idéntico a los otros amores y, como propuse muchas páginas atrás, se define como el genuino interés por el bienestrar del otro.

En la ensalada de la pareja, sin embargo, lo vertical de mi capacidad de amar se entrelaza con lo horizontal de mi deseo.

Uno podría analizar el tema de esa mezcla desde múltiples lugares, podríamos por ejemplo hablar de este amor romántico pensando sólo en un paisaje hermoso, al lado de la persona amada, mirando el mar o las estrellas y tomados de la mano, aunque si nos pusiéramos demasiado poéticos no nos quedarían demasiadas ganas de seguir hablando.

Así que intentemos llegar a un acuerdo desde un lugar más reflexivo, empezando por preguntarnos qué significa y qué alcances tiene esta atracción hacia otra persona.

el misterio de la atracción romántica

La idea del amor romántico surgió de un eco filosófico tanto platónico como aristotélico literariamente derivado del poeta romano Ovidio y su Ars Amatoria. Nótese que en la antigua Grecia la mujer estaba destinada a las tareas del hogar y al servicio del hombre, y por lo tanto no existía el respeto o sentimiento de consideración para con ella (recordemos que la Atenas de entonces no carecía en este sentido de sus propias contradicciones. Por un lado se ufanaban de la ateniense igualdad de derechos para todos los ciudadanos de la polis, y por otro determinaban autoritariamente que los esclavos, los extranjeros y las mujeres no tenían ese privilegio simplemente porque no eran ciudadanos). El griego practicaba entonces el amor de sí o el amor a la idea. Amaba la belleza de hombres y mujeres, pero no a esos hombres y a esas mujeres.

El amor medieval, en cambio, era motivado por un respeto profundo hacia la dama, por ejemplo, pero no debía ser consumado. Era etéreo y trascendental y activamente alimentado por actos de caballerosidad y galantería, en absoluto contraste con la tradicional persecución acosadora de los apasionados amantes enamorados.

Mas contemporáneamente asistimos a posturas encontradas con lo que los sentidos nos dicen sobre nuestro interior. El determinismo físico cree que el mundo se puede medir y determinar y por ende cada acontecimiento es la consecuencia de los componentes biológicos de la química del cuerpo humano. Por este mismo camino, los genetistas invocan la teoría de los genes que forman los criterios determinantes en lo sexual o en el tipo de elección romántica. Algunos neurobiologistas reducen todos los exámenes del amor a la motivación fisicoquímica del impulso sexual.

Muchos conductistas dicen que el amor no es otra cosa que una respuesta emocional frente a otro por quien se siente físicamente atraído, y que por ello la acción de amar abarca gran parte del comportamiento, inclusive cuidar, escuchar, ocuparse de alguien, preferir a otros.

El expresionista considera el amor como la manifestación de un estado interno hacia el amado que, no importa cómo se manifieste (palabras, poesía, regalos, presencia, cuidados), tendrá como finalidad el alivio catártico del enamorado. El placer es poner en acción mi sentimiento más allá del otro.

teoría de la preservación de la especie

Últimamente, siguiendo el estilo de cómo se encaran las nuevas investigaciones, científicos de varias disciplinas han estado trabajando convergentemente para profundizar nuestro entendimiento del amor en la pareja, y de cada área de investigación se han derivado valiosos conocimientos. Los biólogos aportaron que hay una cierta “lógica” relacionada con la elección de pareja. Los hombres se sienten naturalmente atraídos por mujeres jóvenes, de piel suave, ojos brillantes, cabello brilloso, buena estructura ósea, labios rojos, mejillas rosadas y senos turgentes, no en razón de lo que está de moda sino porque estas características indican una buena salud y buen nivel hormonal, signos de que una mujer se encuentra en el mejor momento para procrear. Las mujeres escogen a su pareja desde otros lugares. Como la juventud y la salud física no son esenciales para la función reproductiva masculina, las mujeres instintivamente prefieren parejas con características de asertividad manifiesta, la capacidad para dominar, la resistencia emocional, y sus habilidades económicas. La suposición es que estas son las garantías de la supervivencia del grupo familiar.

Sin embargo, aunque los factores biológicos desempeñan un papel clave en nuestros intentos amorosos, el amor debería ser más que esto.

teoría de mercado de virtudes y defectos

La idea básica de la teoría de intercambio es que elegimos la pareja pensando que se adaptará a nosotros. Evaluamos y nos fijamos mutuamente en el atractivo físico, el nivel económico y el rango social de cada uno, lo mismo que en varios rasgos de la personalidad tales como la amabilidad, la creatividad y el sentido del humor. Con la velocidad de un computador, sumamos las calificaciones y si los números son aproximadamente equivalentes, una luz verde se enciende y avanzamos. Según los psicólogos sociales, no solamente nos interesan la juventud, la belleza y el rango social, sino la totalidad de la persona. Por ejemplo, el hecho de que una mujer se encuentre pasada de años o de que un hombre tenga un trabajo de baja categoría puede compensarse por el hecho de que él o ella sean personas encantadoras, inteligentes o compasivas.

teoría del reconocimiento

Una tercera idea agrega otra dimensión al fenómeno de la atracción. La teoría de la búsqueda del reconocimiento sostiene que el factor importante en la elección de pareja es la forma en que la relación con ese otro podría incrementar nuestra valoración de nosotros mismos. La pregunta que surge en este momento es: ¿Cómo afectará a mi ego el hecho de estar con esta persona? Todos hemos experimentado orgullo cuando la presa más apetecible de la reunión finalmente salía del salón con nosotros.

A este valor adicional que me confiere ser el elegido por el que es codiciado por otros lo voy a llamar la búsqueda del placer narcisista de la relación. El reclamo de una mirada privilegiada, selectiva y puntual que quizás empezó con la necesidad de ser el preferido de mis padres y sobre todo el amado de mi madre. Porque la mirada de la madre no es remplazable. Tanto para los hombres como para las mujeres, la madre representa la única persona con quien alguna vez fuimos uno.

A partir de esta idea, Lacan cree que finalmente la búsqueda permanente del ser humano es la de alguien que me pueda dar lo que alguna vez tuve de mi madre, ser uno con el otro.

Su planteo es que en cada persona que encontramos buscamos este amor incondicional que creemos haber tenido con ella y la unión de nuestra vida intrauterina.

Por eso dice Lacan: “El amor es pedirle un imposible a alguien que no existe”.

Es decir, te imaginás que el otro es el que no es y a ese alguien imaginario le pedís algo que es imposible: que sea uno con vos, que seas más importante en su vida que él mismo.

En definitiva, ser tan imprescindible para su existencia, que nunca te pueda abandonar…

teoría social

Desde el punto de vista sociopolítico, puede verse incluso al amor como una instancia de la dominación social de un grupo (hombres) sobre otro (mujeres), y esto se refleja en el idioma y la etiqueta socialmente construida. La teoría es a menudo atractiva para las posturas radicalizadas del feminismo, el cual plantea el amor romántico como un subproducto del patriarcado y, análogamente a la definición marxista de la religión (el opio de los pueblos), llega a decir que el amor es el opio de las mujeres y considera las relaciones sociales (familia, costumbres, idioma, política, instituciones) como reflejo de las estructuras sociales más profundas que dividen a la gente en clases, sexos, carreras y ni qué decir de la moda.

teoría del enriquecimiento espiritual

La visión espiritualista del amor incorpora las nociones místicas de todos los tiempos y culturas. Encontramos otro con quien compartimos la sensación de ser incompletos y nos valemos de nuestras ventajas para completarnos, para complementarnos, para formarnos. El contacto con el otro nos permite indagar en nuestras carencias, buscar, formarnos, darnos cuenta, cambiar, crearnos, descubrirnos mejores.

La pareja permite que yo me descubra y tenga el placer de ayudar a que el otro se descubra.

La pareja constituye, pues, un encuentro privilegiado en mi camino hacia mí mismo, un encuentro simultáneo con lo otro y con lo mismo. Se parte de uno para llegar a la unidad.

El encuentro en pareja da lugar a la novedad, un espacio compartido que propicia el conflicto y la creación de nuevos paradigmas.

Si, como ya dije, el encuentro con el otro es siempre una nueva oportunidad para encontrarse con uno mismo, el vínculo de pareja es en este sentido el mejor de los encuentros.

En este encuentro los dos marchamos hacia la meta de la individualidad, pero juntos.

teoría del 1+1=3

El amor saca de su aislamiento a la personalidad individual conduciéndola al “nosotros” de la completud. La idea de la media naranja, fantasía de la pareja como una unidad, se apoya en esta concepción de ser uno con el otro, de que los dos renunciemos a nuestra identidad para construir un yo superior más elevado y poderoso.

Platón cuenta que los seres humanos fueron alguna vez mitad masculinos y mitad femeninos, de hecho tenían dos caras, cuatro manos y genitales de ambos sexos. Esta unidad, parece ser, los volvía extremadamente poderosos, y estos hermafroditas empezaron a desafiar a los dioses. El Olimpo no era un lugar donde vivían deidades capaces de tolerar las rebeldías, así que los dioses decidieron matar a los humanos. Cuenta el mito que a último momento una toma de conciencia narcicista los frenó: “Si los matamos a todos no habrá quien nos adore y nos ofrezca sacrificios”. Zeus ideó la solución: “Cortaré a cada uno de los humanos en dos mitades con vida propia, así su fuerza disminuirá y no habrá más desafíos”. La idea fue aplaudida y la escisión tuvo lugar. Apolo volvió invisibles las heridas. Y los humanos divididos en hombres y mujeres empezaron a poblar la tierra. Sin embargo, cuenta la leyenda que el esfuerzo de todo el Olimpo no pudo evitar que quedara algo del recuerdo de aquella unidad y que por eso los seres humanos siguen buscando permanentemente su otra mitad, para recuperar su fuerza y completud.

En esta teoría buscamos acercarnos a aquellos que percibimos que serán capaces de sacrificar su identidad a cambio de que nosotros hagamos lo propio en beneficio de la constitución de la pareja.

teoría del rol complementario

Con aportes de muchas escuelas psicoterapéuticas, estas teorías intentan demostrar que la búsqueda de la pareja se encamina tendencialmente hacia las personas que sean más capaces de desempeñar el rol necesario para sostener nuestras neurosis. Es decir, buscamos a aquellos y aquellas con quienes reproducir la situación de conflicto internalizada que define quiénes somos o reafirma la vigencia de nuestro argumento de vida.

Así, para el planteo psicológico clásico las situaciones emocionales irresueltas en nuestra infancia configuran el trauma que da punto de partida a nuestro conflicto y abre la puerta a la repetición neurótica de la situación dolorosa. Para conseguirlo busco y encuentro personas a quienes pueda percibir como capaces de actuar de forma similar a los personajes de mi historia infantil. Quiero decir, personas suficientemente parecidas casi siempre a alguno de mis padres por identidad o por oposición.

Un gran trabajador de los condicionamientos de nuestra conducta, John Bradshaw, conmovió al mundo cuando desarrolló su concepto del niño herido. Simplificando al extremo la idea, se diría que cada uno de nosotros ha dejado la infancia con el registro del daño recibido a manos de los mayores (violencia, desprecio, desamor, maltrato) y hemos archivado esas lastimaduras en una estructura que Bradshaw llama “el niño interior”, interiorización del niño que alguna vez fuimos que sigue sufriendo por aquellas heridas y busca sanarlas. Desde esta visión, si no me doy cuenta de reparar por mí mismo ese condicionamiento, terminaré eligiendo mi pareja entre aquellos que creo que pueden hacerse cargo de ese niño.

Eric Berne decía que anida en nosotros una especie de experto en psicología, él lo llamó “El pequeño profesor”. Es tan intuitivo, decía el creador del análisis transaccional, que con una sola mirada es capaz de diagnosticar el juego que el otro juega y decidir si se complementa con el nuestro.

La teoría del complemento sustenta también de alguna manera la tesis desarrollada en nuestro libro Amarse con los ojos abiertos12. Nos acercamos por las afinidades pero nos mantenemos juntos por las diferencias, porque son ellas las que nos permiten utilizar los conflictos como herramientas de nuestro crecimiento y considerar al otro mi maestra o maestro cuando discutimos (en lugar de tratarlo como un enemigo), para poder enriquecerme con todo aquello de lo que el otro es capaz y yo no…

Y podría seguir enunciando teorías que intentan explicar el encuentro de dos que deciden armar una pareja. Pero hay un aspecto enigmático relacionado con la selección de pareja que ninguna teoría termina de explicar.

Durante el curso de tu vida, vos has conocido a miles de personas, haciendo un cálculo conservador, supongamos que varios cientos de ellas resultaron lo suficientemente atractivas físicamente o tenían el suficiente éxito como para llamar tu atención. Cuando reducimos este campo aplicando la teoría de intercambio social podríamos llegar a cincuenta o cien personas de este grupo selecto, quienes tendrían un “valor de puntos” combinado igual al tuyo o superior. Lógicamente, vos tendrías que haberte enamorado de varios cientos de personas. Y sin embargo, la mayoría de los individuos solamente se han sentido profundamente atraídos por algunas pocas personas. Conclusión: algo falta en las teorías.

Y creo que lo que falta es justamente lo inexplicable, el verdadero misterio, la magia.

Porque es ciertamente inexplicable que alguien “pierda la cabeza” por otra persona, que alguien no pueda pensar en otra cosa que el amado, que alguien llore durante semanas esperando un llamado de aniversario que no llegó… Estas emociones violentas e irracionales que pueden suceder únicamente cuando ese alguien está enamorado.

Es que estar enamorado no es amar.

Porque amar es un sentimiento y estar enamorado es una pasión.

Las pasiones, por definición, son emociones desenfrenadas, fuertes, absorbentes, intensas y fugaces como el destello de un flash, que son capaces de producir transitoriamente una exaltación en el estado de ánimo y una alteración de la conciencia del mundo del que la siente.

Hay que entender esto para poder diferenciar después el enamoramiento del amor.

Este caos emocional tiene, lamentable y afortunadamente, una duración muy corta: Digo lamentablemente porque mientras lo vivimos nos gustaría, a pesar de todo, permanecer en la fascinante intensidad de cada una de las vivencias, y digo afortunadamente porque creo que nuestras células explotarían si este estado se prolongara más allá de unas cuantas semanas.

Inmerso en esa pasión perturbadora, nadie puede hacer otra cosa que no sea estar, pensar o recordar a la persona de la cual está enamorada. Se trata pues de un estado fugaz de descentramiento (uno cree que el centro de la vida de uno es el otro), una especie de locura transitoria que, como dije, se cura sola y en general sin dejar secuelas.

Durante el tiempo que dura el enamoramiento (dicen los libros que entre cinco minutos y tres meses, no más), uno vive en función del otro: si llamó, si no llamó, si está, si no está, si me miró, si no me miró, si me quiere, si no me quiere…

Estar enamorado es enredarse en un doloroso placer, el de la disolución en el otro.

Si nos detuviéramos a pensarlo en serio nos daríamos cuenta de lo amenazante para nuestra integridad que sería vivir en ese estado.

Juan Carlos Benítez, un escritor costarricense, describe la felicidad de estar enamorado en un texto que creo maravilloso:

Cuando estaba enamorado, había mariposas por todas partes, la voluptuosidad de la pasión me carcomía la cabeza. Durante todo ese tiempo no escribí, no trabajé, no me encontré con los amigos. Vivía pendiente de los movimientos o de la quietud de mi amada; consumía montañas de cigarrillos y toneladas de vitaminas, me afeitaba dos y hasta tres veces por día; hacía dietas, caminatas. Me perseguía hasta la certeza la paranoia del engaño, pensaba todo el tiempo en besarla, en mirarla, en acariciarla. Durante semanas gasté demasiado dinero, demasiada esperanza, demasiada crema para el sol, demasiada esperma y demasiado perfume. Escuchaba demasiada música clásica, utilizaba demasiado tiempo, consumí toda mi tolerancia y agoté hasta la última de mis lágrimas. Por eso siempre digo recordando esos momentos: Nunca he sufrido tanto como cuando era feliz.

La confusión reinante entre estos términos, más la malintencionada idea de homologarlos, ha sido y es causante de horribles desencuentros en las parejas.

“Ya no es como antes…”, “Las parejas con el tiempo se desgastan…” y “No estoy más enamorado… me voy”, son algunas de las frases que escucho en mi consultorio y leo en los medios, apoyadas en la idea de que los matrimonios deberían continuar enamorados “como el primer día”. Es muy lindo pensarlo posible, y a uno le gustaría creérselo, pero es mentira.

El estado ideal de una pareja no es el de aquellos primeros meses en que estaban enamorados, sino el de todo el tiempo en que se aman en el sentido cotidiano, verdadero.

Probablemente desde la fantasía, a mí me gustaría estar enamorado de mi esposa después de veinte años, porque estar enamorado es algo realmente encantador. Aunque, con toda seguridad, si yo estuviera enamorado de mi esposa, de verdad enamorado de mi esposa, en este preciso momento no estaría escribiendo este libro.

Si yo estuviera enamorado, sentiría que esto es perder el tiempo.

Si yo estuviera enamorado de mi esposa, en este preciso momento no tendría nada de ganas de estar acá, porque estaría pensando en estar allá, en encontrarme con ella, o en todo caso en escribirle un poema, pero siempre alrededor de ella, porque ella sería el centro de mi vida.

Cuando en un vínculo que comienza con esa pasión, estar enamorado da paso al amor, todo sale bien. De hecho nada mejor podría pasarnos.

Pero cuando no conduce allí, el desenamoramiento sólo deja detrás de sí una sensación de ciudad devastada, la ruina emocional, el dolor de la pérdida, el agujero de la ausencia.

Y uno se pregunta: ¿Por qué terminó? ¿Porque no era cierto? ¿Porque era poco? ¿Porque era mentira?…

No. Se terminó simplemente porque era una pasión.

En un vano intento de aportar algunos datos sobre la magia y sin ninguna posibilidad de saber por qué sucede, me atrevo solamente a establecer dos hechos que, sin lugar a dudas, son necesarios para que el enamorarse suceda:

1. El otro debe tener (o yo imaginar que tiene) una virtud o cualidad que yo (aunque sea por el momento) sobrevaloro. Quiero decir, eso que el otro es, tiene o hace me parece increíblemente valioso. (Si en ese momento de mi vida sobrevaloro la estética, me enamoraré de alguien que se ajuste a los modelos de belleza del momento; si en ese momento me parece fundamental el dinero, me enamoraré de alguien que tenga buena situación económica; y lo mismo con la inteligencia, el color de la piel, la simpatía, etc.)

2. Para enamorarme es imprescindible que yo tenga la predisposición “enamoradiza”. Quiero decir, que yo esté dispuesto a perder el control racional de mis actos enamorándome. Si bien este concepto está en contra de nuestra idea de que enamorarme me pasa más allá de mi deseo, parece ser que esto es cierto después, cuando ya estoy enamorado. Es decir, antes, si yo no estoy dispuesto a dejarme arrastrar por la pasión, si no estoy decidido a vivir descentrado, si me niego a perder el control, el enamoramiento no sucede.

En una charla, una señora me preguntó si no podía ocurrir que uno hiciera centro en otro, no por estar enamorado, sino por no poder hacerse cargo de su propia vida. Yo le contesté que a simple vista puede parecerse, pero que es bien diferente.

Uno siempre sabe que está enamorado cuando está pasando, y sabe que el otro se volvió el centro de su vida por esa circunstancia. Cuando esto sucede porque soy un imbécil que no puede hacerse cargo de su propia vida, a los demás puede parecerles, pero no es lo mismo.

Una cosa es estar enamorado, otra cosa es ser un idiota irresponsable, son cosas diferentes.

Una cosa es ser un soñador y otra es no despertarse para ir al trabajo.

Una cosa es que yo te mire con ojos embelesados y parezca un bobo, y otra muy distinta que yo sea un bobo y que mis ojos parezcan embelesados.

Es verdad que cuando estoy enamorado a veces parezco un imbécil, pero no necesariamente lo soy. (Podría suceder que un imbécil esté enamorado, pero una cosa no debe deducirse de la otra.)

De todas maneras, y aunque aceptemos que no es un estado permanente, convengamos en que durante esos fugaces momentos de pasión uno parece abrir su corazón a otra realidad mayor y vive cada pequeño hecho con una intensidad que posiblemente añore cuando la pasión se termine. Al decir del poeta Antonio Machado.

En el corazón tenía

la espina de una pasión

Logré arrancármela un día

Ya no siento el corazón

Aguda espina dorada

quién te pudiera sentir

en el corazón…

clavada.

Estar enamorado y amar son dos cosas maravillosas, pero no hay que confundirlas.

Hay que entender que si bien la pasión de estar enamorado es maravillosa, en realidad amar no es menos maravilloso. Amar es fantástico porque si bien es verdad que no tiene la intensidad de las pasiones, seguro que no, tiene una profundidad de la que el estar enamorado adolece.

Es por esa profundidad que el amor es capaz de aportar estabilidad al vínculo pagando con la desaparición del embrujo y la fascinación. Porque se puede amar con los pies sobre la tierra, mientras que estando enamorado se vive en las nubes.

Lo cierto es que, me guste o no, el enamoramiento se acaba. Y cuando esto sucede con suerte vuelvo a centrarme en mí y desde allí puedo permitir que florezca el amor verdadero.

La más bella definición de amor que escuché en mi vida es la de Josef Zinker: