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Tambores de guerra

La salud de Napoleón Bonaparte, el hombre más poderoso de su tiempo, era más bien precaria y le pudo pasar factura en alguno de los momentos más decisivos de su vida. Sus problemas digestivos comenzaron a manifestarse cuando el joven Napoleón apenas contaba 28 años. Debido a su estreñimiento crónico padeció de hemorroides y sus posteriores preocupaciones por el declive paulatino de su imperio le llevaron a sufrir de migraña, cálculos y cólicos. Para el gobernante francés la alimentación era una cuestión secundaria y no dedicaba demasiado tiempo ni a sus comidas ni a deglutir lo que comía. Además, no dormía más de cuatro horas diarias. En la campaña de Egipto padeció fiebres y una grave infección urinaria, en la batalla de Borodino, que tuvo lugar en 1812, padeció problemas urinarios, en la de Bautez, en 1813, sufrió problemas gástricos y ese mismo año en Leizpig el ejército francés perdió la batalla porque su general se encontraba aletargado. Todos los historiadores coinciden en que Napoleón pudo haber perdido la decisiva batalla de Waterloo, el 18 de junio de 1815, librada entre el ejército imperial francés y las tropas británicas y prusianas al mando del duque de Wellington y del general Von Blücher, por un repentino y violento ataque de hemorroides. La noche previa a la batalla el Gran Corso durmió poco y sus generales observaron cómo se movía con dificultad y cómo sus fuerzas flaqueaban. Aquella mañana, en lugar de atacar más temprano como estaba previsto, Napoleón se vio obligado a demorar el ataque ante la imposibilidad de subirse a su caballo «Marengo» con el fin de supervisar el movimiento de sus tropas. El día era terrible y la lluvia inundaba los campos de Bélgica. Napoleón pensó que si esperaba la lluvia escamparía y el terreno se secaría ligeramente. La tensión y los nervios provocaron que los músculos del esfínter de Napoleón se tensarán de tal manera que el emperador francés sintiera intensos dolores hemorroidales que le obligaron a tomar baños para calmar las molestias. Cuando pudo hacerlo, la climatología adversa y otros errores de estrategia militar —el ejército francés se dispuso en forma simétrica para cubrir las maniobras del enemigo emplazado en la colina de Saint-Jean pensando que los prusianos se retirarían al Este— facilitaron la victoria de las tropas británicas y prusianas. ¿Cómo sería la Europa del presente si las hemorroides de Napoleón no le hubiesen impedido aplicar la correcta estrategia militar en la última batalla?

La batalla de Qadesh que tuvo lugar a finales de mayo del año 1274 a. C. supuso una gran victoria propagandística aunque no militar para el faraón Ramsés II pese a lo que han escrito la mayoría de historiadores basándose en los restos arqueológicos egipcios. Cerca de Qadesh, en lo que hoy es Siria, se libró una batalla entre los ejércitos egipcios y las tropas hititas de Muwatallish. Ambos bandos perdieron numerosos efectivos y desde un punto de vista táctico ninguno de los dos se hizo con la victoria. Incluso podría decirse que los hititas vencieron a los egipcios pues Ramsés II no logró el objetivo de invadir el Imperio hitita que ocupaba la zona central de la península de Anatolia. El faraón, un hombre inteligente y carismático, supo rentabilizar aquel empate y enseguida tergiversó los acontecimientos haciendo creer al mundo que él había sido el vencedor. Para ello, ordenó que sus templos se decoraran con escenas de la batalla dónde él aparecía como el único vencedor. Por otro lado, logró que los hititas renunciaran a conquistar cualquier territorio de influencia egipcia y para ello se firmó un acuerdo por el que en caso de que un reino extranjero intentara conquistar la estratégica ciudad de Qadesh, Egipto intervendría para salvarla; los hititas y los egipcios renunciaban a ampliar sus territorios a costa del otro; y se realizaría un intercambio de prisioneros. Éste fue el primer tratado de paz de la historia, datado entre el año 1272 o 1217 a. C.

Entre el 4 y el 11 de abril de 1139, convocado por el papa Inocencio II, se celebró en la Basílica de San Juan de Letrán el Segundo Concilio Lateranense, el segundo la Iglesia Católica. Tenía como objeto condenar al antipapa Anacleto II. Participaron en sus sesiones más de mil clérigos de toda Europa. De aquellas sesiones se promulgaron más de treinta cánones de los más variados temas como la forma de vestimenta de obispos y eclesiásticos, la excomunión de los laicos que no pagasen diezmos a la Iglesia, la condena a los miembros de la Iglesia que contrajeran matrimonio, etc. Uno de los cánones era la prohibición de la utilización de las ballestas entre los soldados, arma considerada impropia de cristianos y odiada por Dios. La pena por su utilización era la excomunión. Como medio mundo cristiano iba a ser excomulgado hubo de revocarse la prohibición. La Segunda Cruzada contra los musulmanes estaba cercana…

Napoleón intentó suicidarse tras el fracaso de la campaña de Francia, la desafortunada derrota de las tropas imperiales francesas y de la ocupación de París por los ejércitos aliados de Inglaterra, Prusia, Austria y Rusia. El 4 de abril de 1814 Napoleón se vio obligado a firmar en Fontainebleau el acta de abdicación. En el documento logró reservar para su hijo, el futuro Napoleón II, los derechos de la corona de Francia. Dos días más tarde, muy a su pesar, Napoleón se verá obligado a renunciar para él y para toda su descendencia al cetro francés. Antes de partir hacia su destierro a la isla de Elba, la noche del 12 al 13 de abril, Napoleón disuelve en agua un veneno que siempre portaba consigo en un pequeño saco negro desde la campaña de Rusia, una mezcla de opio, belladona y eléboro. El intento de suicidio fracasó porque tras ingerir el veneno a Napoleón le entró un fuerte ataque de hipo que le llevó a devolver todo el veneno del estómago. Ese inoportuno espasmo del diafragma le salvó la vida y el 20 de abril pudo despedirse de su vieja guardia en el patio de Fointenebleau camino del exilio en Elba, donde llegó en la nave inglesa Undaunted el 4 de mayo de 1814.

El atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York del 11 de septiembre de 2001, el peor ataque sufrido contra Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial y el primero en el continente desde la Guerra de Secesión, confirmó la vulnerabilidad de Estados Unidos como potencia mundial. A las 8:45 de la mañana un avión comercial impactó con una de las torres del World Trade Center, en pleno centro financiero de Manhattan. Unos minutos más tarde, otro aparato explotaba contra la segunda torre. A las 9:43 minutos un avión comercial hacía lo propio en las instalaciones del Pentágono y a las 10:10 otra aeronave que se dirigía hacia la Casa Blanca era derribada precipitándose en el estado de Pensilvania. Los atentados perpetrados por terroristas árabes financiados por el disidente saudí Ossama Bin Laden, dejaron 3300 víctimas mortales y una profunda herida en la sociedad norteamericana. El sentido de la vulnerabilidad se instaló entre los estadounidenses y el gobierno Bush decretó un recorte excepcional de los derechos y las garantías civiles.

A partir de los atentados terroristas cambió también la geopolítica mundial. Las relaciones internacionales entre los países cambiaron y el papel de Moscú como aliado de Estados Unidos y de la OTAN a partir del 11-S permite afirmar que puso fin a la Guerra Fría. Rusia pasó a formar parte del G-8 al tiempo que aceptó que Estados Unidos estableciera su influencia en algunas repúblicas estratégicas de Asia Central, donde se conservan las mayores reservas mundiales de petróleo, y asentará bases militares en Tayikistán y Kazajistán.

Una de las grandes derrotas de los ejércitos franceses no se produjo por una mala estrategia militar sino debido a la sífilis que padecían muchos de sus efectivos. Una gran parte de los 30 000 soldados de Carlos VIII el Afable (1470-1498), rey de Francia, que en 1495 habían conquistado Nápoles para reivindicar los derechos del monarca adquiridos de su abuela María de Anjou, frente a los derechos de Fernando de Aragón, se vieron obligados a abandonar Nápoles debido a que estaban contagiados por esta enfermedad. Ante esta desbandada, Carlos VIII se vio obligado a retirarse y ordenar que se parase la conquista de Italia.

El cuerpo militar más antiguo del mundo todavía vigente es el denominado Yeomen Warders of Her Majesty’s Royal Palace and Fortress the Tower of London, abreviado Yeomen Warders. Son los guardias que tenían como misión la custodia de la torre de Londres erigida en el año 1079 por Guillermo el Conquistador. En la actualidad su cometido, además de custodiar la torre, es velar por la seguridad de las joyas de la corona británica. Se les conoce como Beefeater (comedores de bistec de vacuno, en la traducción al castellano) porque eran alimentados con una ración de carne de vacuno. En la actualidad siguen el mismo protocolo de su fundación y portan el mismo uniforme.

Durante la Segunda Guerra Mundial Alemania contó con una unidad de voluntarios españoles integrada en la Wehrmacht. Se trataba de la 250 Einheit spanisher Freiwilliger, conocida popularmente como la División Azul. Esta unidad estuvo destinada en el frente oriental, participando en la campaña de Rusia. De los cuarenta y siete mil voluntarios que la integraban perdieron la vida en el frente unos cinco mil y más de ocho mil sufrieron heridas de distinta gravedad. Sólo 321 fueron hechos prisioneros, siendo trasladados a campos de concentración soviéticos, de los que tan solo una veintena lograron sobrevivir.

La victoria del duque de Enghien sobre los españoles comandados por el capitán general de los tercios de Flandes, el portugués Francisco de Meló, en la batalla de Rocroi (1643) fue realzada por la monarquía francesa con el único fin de mantener en el trono a Luis XIV, entonces menor de edad, y consolidar la figura del cardenal Mazarino. Necesitada de una victoria continental que le reafirmara como potencia militar, la monarquía francesa inició una campaña propagandística que anunciaba el declive de los tercios españoles. Se magnificó la victoria con grandes fastos y celebraciones colaborando a elevar la leyenda del nombramiento del duque de Enghein como príncipe de Condé. La incapacidad de España para contrarrestar la propaganda francesa puso en jaque la credibilidad y la eficacia de los tercios españoles creando un nuevo mito francés porque en realidad la batalla de las Dunas de 1658 fue la que puso fin a la supremacía española en el continente.

Uno de los factores que más favoreció a la victoria de los españoles durante la Guerra de la Independencia fue, además de la guerra de guerrillas, la propaganda anti francesa por medio de panfletos, pasquines, cartas y cartillas. En todas ellas se presentaba al invasor como un ejército débil, a Napoleón como la encarnación de Satán y a los españoles como valientes luchadores en pos de una segura victoria. Aquellos textos, leídos habitualmente por los sacerdotes a sus feligreses, enardecieron el espíritu de resistencia contra el invasor y tuvieron más eficacia que las bayonetas y los trabucos con los que los españoles se enfrentaron a la Grande Armée napoleónica.

El primer sitio de Zaragoza entre el 28 de junio y el 13 de agosto de 1808 significó para España el primer paso para la victoria en la Guerra de la Independencia contra el invasor francés. Aquella revuelta de los zaragozanos bajo el liderazgo de José de Palafox se convirtió en el símbolo de la resistencia de un pueblo unido por un único sentimiento: la lucha contra la adversidad. La reacción de los zaragozanos sirvió para que en el resto de España se comprendiera que someterse a los ejércitos napoleónicos supondría la destrucción de la identidad de España como nación.

El Batallón Sagrado de Tebas lo formaban un grupo de guerreros de élite de la antigua Grecia integrado por 150 parejas de hombres. Lograron gran renombre al morir aplastados por Filipo II de Macedonia y su hijo, Alejandro Magno, cuando el resto de las tropas helénicas huían despavoridas. El honor y el heroísmo que se les suponía tenían una explicación con connotaciones sexuales. El batallón estaba integrado por hombres que mantenían una relación. Para que se motivaran durante la batalla luchaban en parejas de forma que lo hacían ferozmente para proteger a su amante. Si alguno de ellos perecía en la batalla, el otro trataba siempre de vengar su muerte. En tres décadas no perdieron ninguna batalla hasta que fueron derrotados por Filipo II, que ordenó ajusticiar a quién se atreviera a hablar mal de sus enemigos.

El prestigio de Winston Churchill como héroe de los ingleses no lo obtuvo durante la Segunda Guerra Mundial sino que se lo ganó unos años antes, en 1899, cuando durante la Guerra de los Boers el futuro premier británico ejercía como corresponsal de guerra en Sudáfrica cubriendo para el diario The Morning Post la Guerra de los Boers. Mientras realizaba un viaje en tren por el país africano el convoy militar fue atacado por milicianos boers que acabaron con la vida del maquinista. Sin pensárselo dos veces, Churchill tomó los mandos de tren con el fin de salvar a los supervivientes del ataque. Finalmente fue capturado. Dos semanas más tarde logró escapar de sus captores pero habiendo perdido la orientación, llegó poco después a Mozambique. Los británicos le aclamaron, entonces, como un héroe respetado y admirado que le permitiría años más tarde cosechar excelentes resultados como político conservador.

La Primera Guerra Mundial hubiera podido verse alterada si los planes de ocupar Constantinopla propuestos por Winston Churchill hubieran fructificado. En aquel tiempo Churchill tenía el título de lord del Almirantazgo y presentó al Estado Mayor un desembarco anfibio para ocupar la capital del Imperio Otomano. Cuando estaba previsto que las tropas terrestres desembarcaran en el estrecho de Dardanelos se produjo una total descoordinación con las fuerzas navales que imposibilitó llevar a cabo el plan. Los turcos habían acorralado a las tropas británicas en la Península de Gallipoli y Churchill planificó atacar a las fuerzas otomanas, pero al comprobar el escaso entusiasmo de sus colaboradores más cercanos y los impedimentos de otros militares de alta graduación decidió descartar el ataque. Sintiéndose desautorizado, Churchill dimitió de su cargo y las tropas británicas sufrieron una humillante derrota.

Benito Mussolini fue, durante los primeros años de su mandato, un acérrimo crítico con la política que llevaba Hitler en Alemania. Sus críticas hacia el dictador nazi eran feroces. En su afán expansionista, Italia invadió Etiopía provocando la condena de la mayor parte de Sociedad de Naciones. Estas críticas sentaron muy mal al Duce que decidió entonces unirse a Hitler para formar el Eje germano-italiano dos años antes del inicio de la Guerra Mundial.

Descendiente de los reyes Himayríes yemeníes Hasan I Sabbah (1034?-1124), reformador religioso llamado «El Viejo de las Montañas», fue el creador y jefe supremo de los conocidos hashshashín (Secta de los Asesinos), comunidad que utilizaba el homicidio político como parte de su estrategia para eliminar a sus opositores. Es el precursor de los actuales terroristas inmolados en misión suicida. «El Viejo de las Montañas» utilizaba una fortaleza infranqueable en Mazenderan, al sur del mar Caspio, para actuar contra los sultanes y emires de la zona. Como no contaba con un ejército regular, para contratar a sus soldados empleaba un ritual secreto basado en la ingesta de la resma del cannabis, provocando en quién la ingería una sensación de evasión total. Sus hombres, fundamentalistas de la nueva da’wa o predicación, actuaban en grupos de seis convirtiéndose en uno de los grupos más terribles de su tiempo. Los yihadistas actuales han adoptado los viejos métodos de esta secta islamista.

Durante la Primera Guerra Mundial los habitantes del mundo no estaban para muchas bromas. Pero un ciudadano de los Estados Unidos, residente en Nueva York, decidió gastar una broma a sus compatriotas y pagó un anuncio en The New York Times en el que se podía leer: «¡Patriotas! ¡Atención a todos los dueños de gatos! Las ratas amenazan seriamente la vida y la salud de los soldados norteamericanos que se encuentran en los campos alemanes de prisioneros. Por acuerdo con una potencia neutral, el gobierno de los Estados Unidos está vendiendo a Alemania una gran cantidad de gatos que se destinarán a exterminar los miles de roedores que habitan en los campos de prisioneros. El gobierno pagará a quien tenga gatos en buenas condiciones los siguientes precios: machos, 82 centavos; hembras, 81 centavos; crías, 80,50 cada una. Los pagos se realizarán en la Oficina Central de Correos a partir de mañana». A las siete de la mañana, una hora antes de su apertura, más de cuatro mil personas hacían cola a la espera de entregar sus mascotas para salvar a sus compatriotas del contagio. Los patriotas norteamericanos que se agolpaban antes las puertas de la Oficina de Correos aumentaban a medida que se acercaba la hora de apertura. Cuando el director de Correos llegó al edificio donde se agolpaban miles de neoyorquinos tuvo que llamar a la policía para que dispersara a la gente. Se tardó más de ocho horas en convencer a los dueños de los gatos que aquella patriótica llamada había sido una broma de un desaprensivo.

Durante la Guerra de la Independencia americana, en el actual Estado de Nueva Jersey se libró la cruenta batalla de Trenton. El general Washington, general de las tropas norteamericanas que luchaban por la independencia de Inglaterra, organizó un operativo militar al que tuvieron acceso pocas personas. Se trataba de una batalla trascendental porque el ejército americano se encontraba en una situación delicada a punto de la disolución y una victoria podría cambiar el signo de los acontecimientos. Pero el comandante en jefe de las tropas británicas, el coronel Rahl, fue debidamente informado de los planes de Washington gracias a un espía que había logrado toda la información de manera precisa. Pero Rahl se encontraba en ese momento disputando una partida de ajedrez donde llevaba la delantera. El coronel se guardó el papel en un bolsillo de su chaleco, más pendiente de ganar la partida que del informe confidencial que había recibido. Unas horas más tarde, cuando la partida finalizó, Rahl leyó el informe y se dispuso a poner en marcha a su ejército. Pero entonces una fuerte tormenta y las tropas de Washington ya habían tomado posiciones. Ese día, el 26 de diciembre de 1776, los británicos sufrieron una humillante derrota que cambió el signo de la Guerra de la Independencia.

Napoleón Bonaparte lloró desconsoladamente el día que fue informado que su todopoderosa Grande Armée, el ejército imperial francés, liderado por el general Pierre Dupont, fue derrotado en la Batalla de Bailén el 19 de julio de 1808 por un ejército de voluntarios al mando de los militares Redding y Castaños. Tal vez las lágrimas del emperador se debieran a la constatación de que aquella humillante derrota podría cambiar el signo de la resistencia europea contra Francia. Napoleón asumió a regañadientes que un tanto por ciento muy elevado de sus 20 000 hombres hubiesen tenido que replegarse huyendo despavoridos, dejando la imagen imperial muy dañada, pero no pudo aceptarlo desde un punto de vista político. La reputación de las tropas napoleónicas quedaba en entredicho y desde ese momento las naciones sometidas a los designios imperiales comprendieron que podían levantarse contra el invasor francés, un ejército amparado por el aura de la invencibilidad.

Se conoce como el tributo de las cien doncellas al reconocimiento que el emirato de Córdoba hizo a finales del siglo VIII sobre el reino de Asturias. Corría el año 783 cuando uno hijo bastardo de Alfonso I de Asturias, llamado Mauregato, con la ayuda de Abderramán I se hizo con el trono asturiano. A cambio se le entregarían cien jóvenes doncellas. Pero cinco años más tarde, dos nobles descontentos con su gestión, los condes don Oveco y don Arias, se levantaron en armas contra el rey asesinándolo sin compasión por la entrega de aquel ignominioso tributo. Fue nombrado rey Bermudo I. La primera decisión de su reinado fue cambiar las doncellas por un elevado rescate. Las negociaciones se demoraban años hasta que en el 791 el rey falleció sin haber cerrado el trato. Le sucedió Alfonso II el Casto. Este monarca no estaba para monsergas y decidió solventar la cuestión por medio de la guerra. En la batalla de Lodos derrotó a los musulmanes recuperando a las hermosas doncellas. Muerto el rey le sustituye en el trono Ramiro I de Asturias en un entorno de debilidad política situación que aprovecha Abderramán II para solicitar que se cumpla el tributo prometido décadas antes. Ramiro, tras consultar con los nobles del reino, accede a entregar de nuevo cien doncellas al moro pero en la decisiva batalla de Clavijo los musulmanes son derrotados y desde ese momento el tributo de las cien doncellas desapareció de las pretensiones califales.

El general francés Félix Douay es el único militar de la historia que ha sufrido una estrepitosa derrota sin haber entrado en combate. Este hecho tuvo lugar durante la guerra franco-prusiana que se desarrolló entre julio de 1870 y mayo de 1871 provocada por Otto von Bismarck para crear una Alemania unificada. El general Douay comandaba la segunda división del 7° cuerpo francés el 4 de agosto de 1870. Los soldados franceses habían escuchado rumores no confirmados de que otros cuerpos galos habían sido derrotados en Wisemburgo y Wörth. Eso implicaba un avance prusiano sobre sus posiciones. Antes de otear en el horizonte a sus enemigos y antes de confirmar la noticia las tropas de la segunda división de Douay decidieron retirarse de Mühlhouse donde se hallaban para dirigirse a Dannemarie. Pero la huida fue tan desordenada y desastrosa que el general Douay perdió a la mitad de sus efectivos y los prusianos pudieron avanzar libremente hacia París donde tiempo más tarde el emperador Napoleón III sería apresado junto a más de 100 000 soldados franceses.

En julio de 1944, tras la derrota alemana en la batalla de Stalingrado, Hitler decidió establecer el cuartel general en Prusia Oriental. El 20 de julio de 1944 una bomba estalló en el barracón de Hitler conocido como la «guarida del lobo». La bomba había sido colocada debajo de la mesa de operaciones que el dictador alemán y el Estado Mayor utilizaba para analizar las operaciones militares. La detonación destruyó por completo el barracón provocando la muerte de cuatro oficiales e hiriendo a varios de ellos, pero Hitler salió de nuevo ileso del atentado. De haber fallecido, probablemente el curso de la guerra hubiera cambiado porque había varios altos mandos convencidos de la imposibilidad de ganar la contienda mundial. Al sobrevivir ileso, Hitler se ganó entre sus tropas el aura de invencible. Incluso él mismo lo reafirmó hablando por la radio en la que reconoció el atentado aunque añadiendo que la Providencia le dispensaba siempre protección.

Dolores Ibárruri «La Pasionaria» no fue la autora del famoso eslogan del «No pasarán» con el que los republicanos españoles trataron de impedir el avance de las tropas franquistas sobre la capital. En realidad este grito de guerra había sido utilizado veinte años antes durante la Primera Guerra Mundial cuando, durante la batalla de Verdún, un oficial del general Petáin, Robert Georges Nivelle, gritó a sus valientes soldados: «Il ne passeron pas» (No pasarán). Maurice Neumont lo utilizará posteriormente en algunos carteles de propaganda tras la segunda batalla del Marne, utilizando otra fórmula «On ne passe pas!», utilizada en los uniformes de los soldados de la Línea Maginot. Tal fue el ardor guerrero del ejército francés que todavía hoy un monolito recuerda la leyenda «No pasarán» en una de las montañas donde se produjeron los más encarnizados enfrentamientos con las tropas alemanas. Los republicanos españoles pueden estar satisfechos de un eslogan que ha pasado a la historia por su lucha contra el fascismo pero el inventor fue, realmente, un militar que colaboró con el régimen de Vichy, adepto al nacionalsocialismo alemán, durante la Segunda Guerra Mundial.

Cada 5 de noviembre se quema en Inglaterra y en otros países anglosajones al muñeco Fawkes en la conocida como Noche de Guy Fawkes. Esta quema rememora el fracaso de la Conspiración de la Pólvora (Gunpowder Plot, en inglés) por la cual los católicos ingleses pretendían volar con pólvora el Parlamento inglés el día que el rey Jacobo I, su familia y la mayoría de la aristocracia protestante inglesa asistían a la apertura de las sesiones parlamentarias el 5 de noviembre de 1606. En plena reforma protestante, los católicos querían entronizar al príncipe Carlos, hijo de Jacobo I de Inglaterra, con el fin de devolver el país al seno de la Iglesia Católica.

Los Borbones españoles se significaron a favor del movimiento nacional cuando se produjo el golpe de Estado militar el 18 de julio de 1936. Desde su exilio en Roma, el monarca destronado llamó a la guerra civil «nuestra Cruzada», aportó a la causa de Franco un millón de libras, alardeaba en el hotel romano donde se hospedaba de ser un falangista de primera hora al tiempo que se felicitaba por la próxima victoria del «movimiento de salvación de España». Su hijo, don Juan de Borbón, heredero al trono, intentó por dos veces alistarse en las tropas nacionales siendo en una ocasión expulsado de España. Lucharon también contra el Frente Popular en las filas del bando nacional, el carlista Alfonso de Borbón y Leandro de Borbón. Y ocho Borbones fueron asesinados o fusilados en la retaguardia: José Luis de Borbón y Rich (agosto de 1936), Elena de Borbón y de la Torre (septiembre de 1936), Enrique de María de Borbón, marqués de Balboa (octubre de 1936), Jaime de Borbón y Esteban (octubre de 1936), Alfonso de Borbón y de León, marqués de Esquilache (octubre de 1936), Gerardo Osorio de Moscoso, conde de Altamira, Javier Osorio de Moscoso, conde de Trastamara y Ramón Osorio de Moscoso, conde de Cabra y marqués de Ayamonte, fueron fusilados en Paracuellos del Jarama, el 28 noviembre de 1936), Alfonso de Borbón y Pinto (diciembre de 1938), Alberto María de Borbón (enero de 1939) y Luis Alfonso de Borbón y de Caral (marzo de 1939).

La muerte por atentado de Hitler podría haber evitado la Segunda Guerra Mundial. Desde 1921 hasta el inicio del conflicto bélico que se inició en 1940 el Führer sufrió más de una docena de atentados. En julio de 1921 se vio envuelto en un tiroteo mientras se encontraba en el Hofbräuhaus de Munich. En 1923 el vehículo en el que viajaba por Leipzig fue tiroteado. En marzo de 1932 su coche fue tiroteado de nuevo en Munich. Tres años más tarde, un explosivo estalló en las cercanías de Stralsund, por donde iba a pasar Hitler. Al año siguiente, en marzo, se planeó asesinarle colocando una bomba en un edificio de Köningsberg donde Hitler iba a asistir a una reunión. Ese mismo año es detenido en Obersalzberg un hombre que intentó atentar contra el dictador alemán. Lo mismo ocurrió en 1936 cuando Helmut Hirsch fue detenido en Nuremberg con un bomba que pretendía acabar con la vida de Hitler. A Joséf Thomas le detuvieron en noviembre de 1937 por su intento de asesinato en Berlín.

No es cierta la leyenda que se atribuye a Isabel la Católica sobre su juramento de no cambiarse de camisa hasta que Granada no hubiese caído en manos de las tropas castellano-aragonesas. Diferente es el caso de una de sus descendientes, la soberana de los Países Bajos Isabel Clara Eugenia de Austria (1566-1633), hija de Felipe II y de Isabel de Valois. Juró no quitarse la camisa hasta que la ciudad de Ostende no hubiese sido conquistada por los Tercios de Flandes. El asedio a la ciudad duró tres largos años.

La expresión Quinta Columna, que se ha asociado a la guerra civil española, no fue una invención republicana. En una de sus cartas a la emperatriz Eugenia de Montijo, Próspero Merimé escribió a la española que el imperio de Napoleón III estaba a punto de desintegrarse debido a la proximidad de la «quinta columna de M. de Bismarck».

En 1588 Felipe II organizó la Grande y Felicísima Armada, conocida para la posteridad como la Armada Invencible, con el fin de invadir Inglaterra durante la guerra anglo-española de 1585-1604 con el fin de destronar a la hija de Enrique VIII, Isabel Tudor, y reimplantar el catolicismo. La flota española la integraban treinta mil hombres y estaba formada por 130 navíos entre los que se contaban sesenta y cinco galeones, barcos de gran peso y porte para lograr mayor estabilidad durante la travesía. El monarca español contaba con el beneplácito del papa Sixto V que le ofreció un millón de ducados de oro para financiar la expedición. El primer contratiempo que encontró el monarca español fue el repentino fallecimiento de don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. El rey eligió entonces al duque de Medina Sidonia, don Alfonso Pérez de Guzmán, un hombre del que se decía se mareaba en alta mar, con Diego Flores de Valdés, experto marino, como su principal asesor. Una vez llegados a Flandes comandaría la flota el duque de Parma, Alejandro Farnesio. Los barcos soltaron amarras del puerto de Lisboa el 29 de mayo de 1588 pero los vientos adversos les obligaron a refugiarse en el puerto de La Coruña. El temporal, la escasez de víveres y las bajas entre la tripulación provocaron las dudas del duque de Medina Sidonia. Felipe II le ordenó que prosiguiera con la magna empresa. La flota prosiguió su ruta adentrándose en el canal de La Mancha, transcurridos dos meses de su partida de Portugal. La flota inglesa, más ligera y veloz, con cañones de largo alcance y más manejable, les esperaba cerca de Plymouth. Se produjeron varias escaramuzas hasta que la flota española fondeó en la bahía de Calais a la espera de la llegada de las tropas del duque de Parma. Los ingleses aprovecharon aquel descuido estratégico de los españoles y enviaron ocho barcos incendiados repletos de explosivos. Los españoles se vieron obligados a levantar amarras y dirigirse mar adentro. Era el 7 de agosto de 1588. Los barcos españoles quedaron al albur de los fuertes vientos y las corrientes que les empujaban hacia el norte. Allí les esperaba la armada inglesa, más dinámica, y cargó contra los pesados barcos españoles provocando graves daños en muchos de ellos. Como se pudo, la marina española regresó a España, sin víveres, sin agua potable y con muchas naves dañadas por el fuego artillero inglés. Las tempestades, los fuertes vientos y el mar embravecido que hacía imposible la navegación impidieron a muchos navíos llegar a su destino, hundiéndose en el fondo de los mares. Cuando la Armada española llegó a Santander el 23 de septiembre lo hizo con la mitad de los efectivos humanos y unos sesenta navíos.

Isidro Yuga (1791-1809) falleció a los 18 años en plena guerra de la Independencia. Su leyenda nace el 9 de febrero de 1808 cuando las tropas francesas del general Philippe Guillaume Duhesme cruzan la frontera para ocupar Cataluña. La ocupación de Barcelona fue muy rápida y el 4 de junio un batallón francés se dirigió hacia Manresa, en aquel entonces una villa con gran actividad económica, con el fin de aplacar el comercio con América. La columna del general Schwartz formada por casi cuatro mil mercenarios franceses, suizos e italianos llegaron a Igualada donde fueron detenidos por el ejército español al mando del teniente Franz Krutter Grotz, de nacionalidad suiza. Más de dos mil españoles lucharon valientemente contra el invasor francés que fue derrotado. Diez días más tarde, las tropas francesas lograron reponerse gracias al envío de nuevos refuerzos, al mando de los cuales se encontraba el general Joseph Chabran. De nuevo las tropas francesas fueron derrotadas. En este caso, el miedo había invadido a los invasores. El joven Isidro Yuga, campesino de Santpedor, comenzó a tocar el tambor en lo alto de la montaña de Montserrat. La reverberación acústica hizo creer a las tropas napoleónicas que había más soldados españoles de los que realmente luchaban en ese momento causando un gran desasosiego en el bando francés. Esa derrota hizo creer a los invadidos que el ejército de Napoleón podía ser vencido.

Cuando se produjo la muerte de Isabel I Petrovna de Rusia (1709-1762), al tránsito de la emperatriz se le conoció como «El milagro de la Casa de Brandemburgo». En plena Guerra de los Siete Años, los prusianos se encontraban en una situación crítica y su rey, Federico II, superado por los acontecimientos, había decidido acabar con su vida para evitar la humillación de una derrota. Pero al fallecer la emperatriz, su sobrino Pedro III accedió al trono imperial. El nuevo monarca simpatizaba con la causa prusiana. Su primera decisión fue retirar las tropas de Prusia y poner fin a aquella larga contienda. Federico II pudo respirar tranquilo gracias a la muerte de su principal oponente. Cuando Hitler invadió Rusia y el ejército nazi estaba a punto de ser humillado a las puertas de San Petersburgo, el dictador alemán invocó al pasado recordando el milagro acaecido en el siglo XVIII. Pero en este caso la providencia no estuvo de su lado porque ninguno de los tres dirigentes de la triada aliada falleció para salvar a las tropas alemanas.

Abraham Lincoln y Jefferson Davis, los dos máximos dirigentes de los bandos opuestos en la guerra civil norteamericana, nacieron a pocos kilómetros de distancia y con un año de diferencia. Ambos, naturales del estado de Kentucky, mantuvieron sin embargo opiniones políticas muy dispares. Lincoln, nacido el 12 de febrero de 1809 se convirtió en el décimo sexto presidente de los Estados Unidos y el primero por el Partido Republicano en 1860 mientras que Jefferson, nacido el 3 de junio de 1808, fue el presidente de los Estados Confederados durante la Guerra Civil.

Gracias a la pericia de Arminio, un caudillo germano adiestrado en Roma, en septiembre del año 9 d. C. las legiones XVII, XVIII y XIX sufrieron en los espesos bosques de Germania una de las mayores humillaciones militares de los ejércitos romanos. En aquellos bosques de Teutoburgo perdieron la vida más de 20 000 preparados soldados de Roma lo que supuso el comienzo del fin de la política expansionista del emperador Augusto y su intento de pacificar la convulsa Germania, conquistada doce años antes de la llegada de Cristo al mundo. El emperador estuvo tan afectado por aquella derrota que estuvo un tiempo gritando por los pasillos de palacio: «¡Varo [Quintilio Varo, gobernador romano en Germania], devuélveme mis tropas!».

El comandante Daniel Sickles perdió su pierna durante la batalla de Gettysburg que tuvo lugar entre el 1 y el 3 de julio de 1863. Esta batalla, la más cruenta de la guerra civil norteamericana, está considerada también como la más decisiva por marcar el definitivo inicio de la ofensiva unionista contra el sur. Durante la misma un cañonazo destrozó la pierna del valiente comandante quien, sin embargo, orgulloso de tal hazaña donó la pierna una vez amputada al Museo Nacional de Salud y Medicina de Washington junto a una dedicatoria escrita en una tarjeta de visita. Hasta el día de su muerte, Sickles la visitaba con frecuencia, acompañado en muchas ocasiones de compañeros y amigos.

La Guerra de Ifni-Sáhara de 1957 fue la última en la que participó España. Ifni era un pedregoso territorio al sur de Marruecos habitado por la tribu Ait Baamarán, más deseosa de pertenecer al reino marroquí que a España. La madrugada del 23 de noviembre tres marroquíes, uno de ellos montado en un borrico, comenzaron a disparar contra los soldados españoles. Entonces, desde las casas próximas y desde los palmerales cercanos se inició un incesante intercambio de disparos. España perdió aquella guerra debido en parte a que el ejército español estaba muy mal equipado. Los soldados no tenían ni botas, ni vestimenta ni la artillería adecuada. En 1953 Franco había firmado el tratado de cooperación con Estados Unidos, pero en el mismo se establecía que todo el material de guerra norteamericano suministrado a España no podía ser utilizado en las colonias. En aquella guerra perdieron la vida 198 personas y hubo más de 570 heridos y alrededor de 80 desaparecidos.

La Restauración española de Alfonso XII se adelantó al tiempo previsto por Antonio Cánovas porque el general Martínez Campos se anticipó, con gran disgusto de Cánovas, que deseaba tener bien allanado el camino de la llegada del pretendiente, con su pronunciamiento militar en Sagunto. Allí proclamó rey de España a Alfonso XII. La leyenda decía que Cánovas no deseaba que la restauración llegase como consecuencia de un golpe militar aunque detrás del levantamiento estaba la mano del político. Lo que Cánovas no pudo prever fue que uno de sus militares se impacientara de tal manera que se adelantara a sus planes. La realidad es que el pueblo aplaudió el pronunciamiento porque aceptaban complacidos la figura de Alfonso XII ya que deseaban que en el trono de España reinara un Borbón varón. Esta decisión provocó el fin de las guerras carlistas y la salida de España del pretendiente, el príncipe don Carlos, exiliado a Francia.

Los mamelucos (poseídos en árabe) eran esclavos blancos de origen turco procedentes de Anatolia, el Cáucaso y Asia Menor entrenados para convertirse en verdaderas fieras militares aunque con una intensa formación humanista pues además de ejercitarse en la esgrima y la equitación recibían lecciones de caligrafía y poesía. Napoleón Bonaparte los reclutó en su campaña de Egipto y en 1801 creó un escuadrón integrado por 250 soldados. El imperioso militar francés tenía tanta confianza en ellos que incluso nombró a Rustam Raza su sirviente personal. En 1808, tras la invasión francesa en España, los mamelucos fueron enviados a la península cumpliendo con el honor de escoltar a Joachim Murat, el gran duque de Berg. Los mamelucos desempeñaron un papel crucial en la represión francesa durante el dos de mayo de 1808 en la Puerta del Sol de Madrid.

La lista de accidentes con armas nucleares en Estados Unidos es muy amplia pero muchos de esos accidentes han pasado desapercibidos. El 24 de enero de 1961 un bombardero B-52 de las fuerzas aéreas de Estados Unidos, con dos bombas nucleares dos mil veces más poderosas que las utilizadas durante la Segunda Guerra Mundial contra los japoneses, se estrelló sobre Godlsboro, en Carolina del Norte. En el momento de la investigación, los agentes de seguridad nacional que analizaron el accidente comprobaron que cinco de los seis dispositivos de seguridad se habían activado pero que el último dispositivo de una de las ojivas nucleares quedó atascada en un árbol evitando que se accionara la llave. Aquel hecho fortuito evitó la que podría haber sido la mayor tragedia nuclear para Estados Unidos.

El 5 de diciembre de 1965 un avión de caza A-4 Skyhawk norteamericano con un cabeza nuclear de un megatón se hunde en el mar del Japón mientras trataba de aterrizar sobre el portaviones U.S.S. Ticonderoga. El aparato no pudo recuperarse al quedar hundido a unos 5000 metros de profundidad. Las autoridades norteamericanas ocultaron el suceso, pero 15 años más tarde el Departamento de Defensa reconoció que el accidente había tenido lugar a 2500 km. de la costa. La realidad es que aquel accidente se había producido a 150 km. de las costas japonesas lo que provocó la reacción del gobierno nipón prohibiendo a los norteamericanos entrar en sus aguas territoriales con armas nucleares.

Cerca de España los accidentes con armas nucleares también han tenido lugar. El 12 de abril de 1970 se hundió a 480 kilómetros al noroeste de España un submarino K-8 soviético con 52 tripulantes y dos reactores nucleares. De los 24 torpedos nucleares sólo se localizaron cuatro.

El militar, arqueólogo y escritor británico Thomas Edward Lawrence (1888-1935), más conocido como Lawrence de Arabia, no pudo combatir durante la Primera Guerra Mundial por no alcanzar la talla mínima para ir al frente. Gracias a ello, su mente privilegiada sirvió en los servicios de inteligencia británicos integrando la Geographical Section of the General Staff (GSGS), en calidad de civil. Su trabajo inicialmente consistía en cartografiar los mapas de la zona. Más adelante fue nombrado 2° Teniente e intérprete y encargado de reclutar agentes para el servicio de inteligencia británico.

Una de las mayores incompetencias militares de la historia tuvo lugar en el guerra greco-turca de 1919. Los griegos, independientes del Imperio Otomano desde 1823, decidieron intervenir en la Primera Guerra Mundial con el fin de ampliar sus fronteras en territorio turco. El objetivo principal era hacerse con la estratégica ciudad de Estambul, la antigua Constantinopla griega, el puerto que comunicaba dos mares. Cuando finalizó la guerra, el gobierno de Eleuterio Venizelos reclamó a los aliados vencedores en la contienda los territorios prometidos que afectaban al vencido y humillado Imperio Otomano: entre ellos la costa de Jonia y el Mar Negro, Estambul y Tracia. Pero ante la delicada situación geopolítica se decidió que Grecia mantendría sus fronteras. Ofendidos y engañados, los griegos decidieron que lo que no conseguían en los despachos lo lograrían por medio de las armas. Nombraron al general Georgios Hajianestis como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas griegas, un excelente militar pero que había desarrollado una enfermedad mental durante la contienda mundial. El ejército griego atacó Turquía pero el general dirigió a sus tropas desde la distancia, postrado en la cama como consecuencia de una neuralgia. Las tropas turcas las dirigía el padre de la nueva patria, Kemal Ataturk. El 26 de agosto de 1922 tuvo lugar la decisiva batalla de Dumlupinar, que iba a suponer la debacle griega y el fin de la carrera militar de Hajianestis. Los turcos iniciaron el ataque pero el general griego decidió en ese momento que había muerto y en tal estado de locura se negó a dar órdenes militares a sus tropas. Lo argumentó diciendo que nadie se atrevería a obedecer a un cadáver parlante. El alto mando griego incapacitó a su jefe supremo pero cuando lo hizo el enemigo turco había ganado la batalla. Incluso su sustituto, el general Tricoupis se enteró de su nombramiento cuando se hallaba detenido. No hubo conmiseración con Hajianestis. Fue juzgado y condenado a muerte por «esquizofrénico». Un batallón de fusilamiento acabó con su vida.

Ambrosio Spinola Doria (1569-1630), marqués de Balbases, era un general genovés que desempeñó el cargo de Capitán General de los ejércitos españoles en Flandes. Durante la Guerra de los Treinta Años fue comandante del ejército español. Su mayor éxito fue la toma de la ciudad holandesa de Breda, que Velázquez inmortalizó en su célebre cuadro. Pese a sus éxitos fue un general humillado por el Conde Duque de Olivares que le tenía enormes celos y por su propio hijo. El estado de ánimo por el trato que recibía fue la causa de su muerte. Pero la puntilla fue la actitud de su hijo. En septiembre de 1629 Spinola fue nombrado plenipotenciario español en la Guerra de Sucesión de Mantua. Su hijo Felipe ejercía el cargo de general de la caballería pero no pudo detener las tropas francesas. Cuando su padre indagó que había ocurrido no se pudo dar razón de su hijo. No pudo soportar que un hijo suyo hubiese perdido el honor en una batalla.

Una de las evidencias de que Hitler tenía sospechas de que la guerra iba a perderse se produjo un poco antes de la invasión de Rusia por culpa de un cigarrillo. El 4 de junio de 1942 Carl Gustaf Emil Mannerheim (1867-1951), mariscal y comandante en jefe del Ejército de Finlandia y sexto presidente del país entre 1944 y 1946, celebraba su onomástica. Ese día cumplía 75 años y el gobierno le había nombrado mariscal de Finlandia. Hitler le visitó cerca del aeropuerto de Inmola de manera inesperada para felicitarle personalmente, hecho que a Mannerheim no le agradó porque no quería ofrecer a la opinión pública finlandesa la idea de que el dictador nazi le rendía homenaje a él en lugar de hacerlo como visita de Estado. Mannerheim despreciaba a los alemanes, de los que pensaba interferían de manera continuada en los asuntos internos de Finlandia, pero finalmente, para no desairar al Führer, aceptó recibirlo, pero lo hizo en una vía muerta cerca de la frontera con Rusia. Cuando Hitler bajó de su vehículo para saludar a Mannerheim, el alemán se dirigió corriendo hacia el mariscal finlandés y éste, en tono de burla, dijo a sus acompañantes de campo: «Sólo los cabos corren, un oficial nunca lo haría». Hitler quería plantearle a Mannerheim la colaboración finlandesa en la guerra de Rusia y pedirle que prosiguieran las hostilidades contra los soviéticos. La respuesta del militar finlandés fue echarle humo en la cara de Hitler. En aquel tiempo el tabaco estaba proscrito en Alemania ya que se consideraba veneno y, además, Hitler lo aborrecía. Los más estrechos colaboradores del líder nacionalsocialista esperaron una violenta reacción pero éste no se inmutó. Hitler estuvo en Finlandia no más de cinco horas y Mannerheim lo despidió con la sensación de que Alemania no tenía muy clara su victoria en la guerra.

La elección del «Día-D» para el desembarco de Normandía, el más decisivo para poner fin a la Segunda Guerra Mundial, dependió de los servicios de meteorología de los Estados Mayores. Cuando el plan militar estaba definido y los militares estaban convencidos de que la guerra no podía ganarse sólo por los avances técnicos sino que había que organizar una batalla estratégica que fuese decisiva, se decidió poner en marcha la operación Overlord y la operación táctica Neptuno aprobada por los Estados Mayores de Inglaterra y Estados Unidos. Todo estaba decidido y era necesario concretar el día en que ser realizaría el desembarco, pero para ello se debían coordinar varias cuestiones: que se realizara un día con luz lunar a medianoche, que la marea media fuese de 40 minutos para que los soldados pudieran alcanzar sus objetivos al llegar a la playa y que en el espacio de 18 horas pudiera haber tres mareas con el fin de desembarcar a más de 20 000 vehículos de guerra y un contingente de 200 000 hombres. Estas condiciones sólo se daban los días 5, 6, 7, 19, 20 y 21 de junio de 1944. La elección del día 5 de junio la decidió el presidente de los Estados Unidos Eisenhower, que no quería demorar más el inicio de la ofensiva debido al nerviosismo de sus tropas. Eligió el primer día porque en caso de que surgieran problemas, tenía dos días de margen para intentarlo de nuevo. El día escogido en las playas francesas el clima era infernal y finalmente el desembarco tuvo lugar el día 6 de junio.

El día 5 de junio de 1944 el mariscal Rommel decidió tomarse unos días de vacaciones porque consideraba que los aliados no iban a invadir Francia de forma inminente. Aquel día, el previsto para el «Día-D», el desembarco que tuvo lugar al día siguiente, las condiciones meteorológicas eran pésimas. Llovía a cántaros y había una neblina que imposibilitaba ver a corta distancia. Por la mañana del día 5 Rommel telefoneó a su superior von Rundstedt para solicitarle que le diera unos días de descanso y el mariscal partió del castillo de La Roche-Guyon donde se hospedaba, propiedad de los duques de La Rochefoucauld, en dirección a su pequeña propiedad alemana de Herrlingen. La autorización de von Rundsted se debió a las evidencias que tenía Rommel de que no se produciría la invasión debido a las condiciones del tiempo. En aquella conversación el militar alemán informó a su superior de que al día siguiente le haría llegar un informe detallado sobre la situación. Cuando llegó el informe a von Rundsted se le informaba de que los aliados habían incrementado los bombardeos sobre las playas de Calais advirtiendo que podía ser el primer paso para un gran desembarco aliado; anunciaba que en el sector de Dover se habían concentrado una gran cantidad de barcos y en que en algunos puertos del sur de Inglaterra las fuerzas de reconocimiento alemanas habían avistado muchos barcos enemigos. El informe también decía que se había constatado desde el primer día de junio un aumento de las retransmisiones por radio entre el alto mando aliado y la resistencia francesa. Pero se advertía de que no había posibilidades de que el desembarco aliado se realizara de forma inminente.

Gracias a la Guía Michelin las tropas expedicionarias británicas pudieron llegar sobre París al término de la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo sucedió cuando los soldados británicos llevaron a cabo en mayo en 1940 en la costa de Dunkerque la Operación Dynamo, el proyecto de evacuación de las tropas aliadas de Bélgica. La Fuerza Expedicionaria Británica bajo el mando del mariscal John Gort no contaba con mapas actualizados de las carreteras francesas. Sólo los soldados que hablaban francés podían preguntar a los ciudadanos de los pueblos por los que pasaban la ruta a seguir. Los superiores exigían a Londres que les facilitaran mapas actualizados de las carreras, pero las solicitudes se veían frenadas por la burocracia imperante en la administración. Ante tanto desbarajuste y debido a la falta de medios, el mayor Cyril Barclay decidió comprar en una librería todas las guías editadas por Michelin asumiendo personalmente los gastos de aquella adquisición. Al regresar al cuartel general Barclay entregó el ticket de compra pero sus superiores se negaron a reembolsarle el dinero pues en las partidas presupuestadas por el Ejército no había ninguna destinada a la compra personal de libros turísticos o mapas de carreteras.

Alemania utilizó también la misma estrategia cuando invadió Francia en 1940. Consciente de que la guía Michelin sería más precisa que los mapas elaborados por la Wehrmacht, decidió utilizar los mapas de carretera franceses, más actualizados. Lo mismo sucedió durante la invasión a Austria. Alemania prefirió adquirir miles de mapas Baedker antes que utilizar los suyos propios. Cuando en junio de 1942 Góring inició la batalla de Inglaterra la Luftwaffe alemana —la aviación del Reich—, tenía claros cuales eran sus objetivos: todos los monumentos señalados con tres estrellas en las guías turísticas del momento.

Durante la Segunda Guerra Mundial la torre inclinada de Pisa servía al ejército alemán como mirador para controlar los movimientos aliados. Durante el avance de las tropas norteamericanas en Italia, el 27 de julio de 1944 el sargento León Weckstein recibió la orden de destruirla para eliminar a los francotiradores nazis allí aposentados, pero aquel edificio de mármol construido a lo largo de 200 años desde 1173 le conmovió tanto que decidió no ejecutar la orden. En su lugar lanzó unas bombas incendiarias que provocaron el derrumbe de la parte del tejado destruyendo los frescos Triunfo de la Muerte, obra de Buonamico Buffalmacco.

Nagasaki, la segunda ciudad arrasada por la bomba atómica, no era en realidad el blanco ideado por los norteamericanos para descargar la bomba. La bomba de uranio que arrasó Hiroshima el 6 de agosto de 1945 con una potencia de 12 500 toneladas de TNT ha eclipsado habitualmente a Nagasaki.

El gobierno japonés, debido a la perdida total de comunicación, no conoció la noticia de la destrucción de Hiroshima hasta dos días después que ésta se había producido, lo que provocó en el seno del gobierno una prolongada discusión sobre la conveniencia de rendirse a los norteamericanos. Mientras, en las Islas Marianas, a las 10 de la noche del 8 de agosto, se cargaba en el bombardero B-29 Bock’s Car una segunda bomba de plutonio. A las 11 y dos minutos del día 9 la bomba de 22 000 toneladas de TNT destruía por completo la ciudad de Nagasaki provocando la muerte de más de 70 000 personas y más de 150 000 a lo largo de los siguientes cinco años. Pero el objetivo no era Nagasaki sino Kokura, una ciudad en la isla de Kyushu donde se encontraba uno de los principales arsenales militares del ejército nipón con más de 12 000 empleados allí destinados. Pero la intensa niebla que había en aquel lugar obligó al piloto a continuar su ruta. Se decidió entonces descargar la bomba sobre Nagasaki.

Desde la independencia de España en 1898 los Estados Unidos consideraban a Cuba uno de los países de mayor influencia estratégica. Sin embargo, la revolución castrista de 1959 quebró aquella relación de privilegio y los norteamericanos perdieron toda influencia política y militar en la isla. En 1961 la Casa Blanca rompió relaciones diplomáticas con Cuba, inició un bloqueo económico que todavía perdura y organizó la fallida invasión en Bahía de Cochinos (abril de 1961) con un ejército de anticastristas emigrados a Estados Unidos.

Desde un primer momento, la orientación nacionalista cubana pretendía un alejamiento de Estados Unidos y Castro se alineó con la Unión Soviética imponiendo en la isla un sistema comunista. La situación cubana tensó las relaciones diplomáticas entre las dos superpotencias pues a Estados Unidos le resultaba muy incómodo tener una dictadura comunista en su zona de influencia y tan solo a unas millas de sus costas. El momento en que durante la guerra fría se estuvo casi a punto de llegar a un enfrentamiento militar entre Estados Unidos y la Unión Soviética tuvo lugar en octubre de 1962. Varios aviones espía americanos detectaron la presencia de tropas soviéticas en la isla. Los soviéticos estaban construyendo unas rampas de misiles nucleares orientados hacia el continente. El presidente Kennedy ordenó que la marina de su país desplegara todo su potencial alrededor de la isla caribeña. Cuando se disponían a llegar a las costas cubanas buques de guerra soviéticos les impidieron el paso. Sólo las negociaciones secretas entre los dos líderes políticos evitó la guerra nuclear. Kennedy aceptó la propuesta de su homólogo soviético. Kruschev se comprometía a retirar los misiles nucleares de Cuba a cambio de la promesa de que los norteamericanos no invadirían la isla y que retirarían ipso facto los misiles que apuntaban a la URSS en las bases norteamericanas en Turquía.

La crisis de los misiles de Cuba no fue sólo el episodio más peligroso de la Guerra Fría. Fue el episodio más peligroso para la historia de la humanidad. Estas palabras las pronunció en octubre de 2002 Arthur Schlesinger, historiador y asesor de John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos en el momento de la crisis, durante una conferencia en La Habana para conmemorar el 40 aniversario de la crisis de los misiles en Cuba. Unos documentos desclasificados demostraron que el 27 de octubre de 1962 el destructor estadounidense USS Beale lanzó varias cargas de profundidad frente a las costas de la isla y una de ellas estalló de manera accidental en el casco de un submarino soviético que iba cargado con armas nucleares, hecho que los americanos desconocían. El oficial responsable de decodificar los signos electrónicos del submarino, Vadim Orlov, estuvo a punto de activar el armamento nuclear al pensar que había comenzado la guerra. Pero el capitán Valentin Savitsky, ante la ausencia de noticias del alto mando soviético, decidió emerger el submarino.

La Guerra de los Cien Años, que enfrentaron entre 1337 y 1453 a los monarcas de Inglaterra y Francia con el fin de decidir quién sucedería a la rama principal de la dinastía capeta, duró realmente 116 años pues hubo 61 años de conflicto armado y 55 años de tregua.