Capítulo 13. Actividades artísticas

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En este capítulo

Decidirse a desarrollar la vena artística

Escoger entre varias opciones

Tener expectativas realistas sobre los logros

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Todo el mundo tiene algo de artista allá en el fondo de su alma. O cree que lo tiene. Lo que ocurre, dice, es que no ha tenido tiempo u oportunidad de desarrollarlo. Esta es la ocasión.

Advertencia.epsLas opciones son tantas como variadas: pintar, escribir, tocar un instrumento, moldear cerámica o tallar madera. No se trata, naturalmente, de convertirse en un maestro o acabar en un museo, cosa que tampoco ocurre a la mayoría de los artistas profesionales. Se trata de desarrollar una inclinación o habilidad latente que, al tiempo que te proporciona una satisfacción interior indescriptible, será un motivo de orgullo ante los demás. No sé si alargará o no tu vida, pero la hará más llena, más completa. En muchos casos podrás incluso decir que te proporciona algo que te faltaba.

Descubre tu vena artística

Se ha querido explicar la larga vida de muchos artistas con el argumento de que nunca se retiraron, de que a edades en que otros se daban por contentos con poder dar un paseíto, ellos seguían al pie del cañón con sus pinceles o instrumentos. La creatividad mantenía su actividad, y la actividad los mantenía a ellos.

INFORMACION TECNICA ok.epsEn Sargenville, Maryland, se ha hecho un experimento en esta línea. En un área de 12 km2 viven cerca de un centenar de personas muy mayores, dedicadas todas ellas a una intensa labor creativa, que son un excelente ejemplo de que dedicarse al arte podría alargar la vida: Helen Yglesias, antigua bibliotecaria y directora de la revista The Nation, que trabaja ahora en su tercera novela; tiene 85 años. Leonard Baskin, destacado ilustrador de libros que acaba de terminar un bajorrelieve de cinco metros sobre el cortejo fúnebre del presidente Roosevelt y, no contento con eso, está traduciendo a Sófocles; edad: 77 años. El profesor de pintura Dan Hodermarsky, que pese a gravísimos problemas de corazón, se dedicó a pintar prácticamente hasta el día de su muerte, con 75.

Claro que todo esto no es nada comparado con Matisse, que seguía pintando a los 85 ya en silla de ruedas, o con Renoir, que lo hacía con los pinceles atados a los dedos porque la artrosis le impedía hacerlo de otra forma. “La verdad es que no se necesita la mano para pintar”, decía. En su caso bastaba el espíritu.

Naturalmente no se trata de pretender alcanzar la cima artística de esos genios, ni siquiera de que a los demás les guste lo que haces. Con que te guste a ti debe ser suficiente. Esa posibilidad de expresarte de otra manera, sin inhibiciones, mucho más fresca, suele ser motivo de una enorme satisfacción, aparte de devolverte a la niñez, cuando descubrías el mundo.

El arte es la creación pura. No se busca con él un provecho utilitario —aunque a los artistas no les quede otro remedio que venderlo para poder comer— ni cualquier otro interés bastardo, como suele ocurrir con el arte engagé, con el arte con mensaje político, que más que arte es un mitin.

El verdadero arte busca únicamente la expresión personal y la belleza. Lo primero lo puede alcanzar todo el mundo. Lo segundo, solo los verdaderos artistas. Pero eso no debe desanimar a los demás. Todo el mundo puede, e incluso debe, intentarlo. Como decía Nietzsche: “El arte es la afirmación, la bendición y la deificación de la existencia”, de las cuales nadie debe privarse. Y el momento es este, cuando tienes tiempo y ya no te atosigan otras preocupaciones, desde las materiales al qué dirán.

Advertencia.epsNo olvides que el arte, sin embargo, en contra de lo que suele creerse, exige una enorme disciplina, un esfuerzo notable, una dedicación casi completa, lo que viene muy bien a estas edades, en las que se tiende al abandono. Una vez emprendido un proyecto artístico, pronto te darás cuenta de que dominas solo el comienzo de la obra, pues a medida que cobra forma te dominará a ti y te obligará a tomar el camino por donde ella quiere ir y a seguir por él hasta que ella decida terminar.

Una permanente búsqueda

Si bien el arte es un lenguaje, una relación sublimada entre el artista y el resto de la gente, no conviene olvidar que el verdadero arte es personal. El artista escribe, pinta o esculpe sobre todo para él. En el momento en que empieza a hacerlo para los demás empieza a adulterar su obra y, en este sentido, a prostituirla. Prostitución permitida, como todas, para mantenerse, para poder seguir viviendo, que le permitirá seguir creando, ahora ya solo lo que gusta a uno mismo. En este sentido el arte es una forma de descubrirse; o para ser más exactos, el esfuerzo continuado por descubrirse. Por eso se dice que un pintor pinta el mismo cuadro a lo largo de toda su vida, que un novelista no hace más que reescribir la misma novela en distintas versiones o que toda obra de arte —poética, musical, escultórica, arquitectónica— no es en el fondo más que un autorretrato de su autor.

La actividad artística debe tener en los años de la jubilación el mismo sentido que tiene el arte: una última búsqueda de nosotros mismos para encontrarnos con nosotros mismos. ¿Lo conseguiremos? Tal vez no, pero puede servirnos de consuelo pensar que muchos grandes artistas tampoco se encontraron.

JOSE MARIA OPINA blanc.epsLa actividad artística en la jubilación no tiene igual como complemento de nuestra anterior vida profesional, como ejercicio de nuestras facultades mentales y como satisfacción íntima e intransferible. Ahora bien, que nadie espere un camino lleno de rosas. Ni, menos aún, un aplauso, como no sea interior.

La lectura

Le he echado tanto entusiasmo al asunto del descubrimiento de la vena artística que posiblemente olvidé algo fundamental: que puede haber personas que, ya por falta de habilidades o por recato personal, se resistan a desarrollar cualquier tipo de actividad artística. Para ellas, sin embargo, existe algo emparentado con el arte y directamente relacionado con la actividad intelectual, que puede llenar su jubilación. Me refiero a la lectura.

El libro es el mejor de los amigos, el más fiel de los camaradas. Lo dejas y ahí se queda aguardando a que vuelvas a retomarlo en el lugar que lo has dejado, sin la menor protesta. Un escape de la realidad, que recrea. Pero, sobre todo, es una conversación silenciosa entre el autor y el lector, un diálogo callado que hace vivir situaciones ficticias, pero más intensas a veces que la realidad misma. En ese sentido es una ventana a otros mundos, una escapada a nuevos universos, que expande la imaginación.

Para los jubilados, ha llegado la hora de leer todos esos libros que han ido acumulándose en la biblioteca y para los que hasta ahora no hemos tenido tiempo. Naturalmente, estoy bromeando. Si no se han leído hasta ahora, difícilmente eso ocurrirá durante la jubilación, pues el hábito de leer se adquiere, como la mayoría de los hábitos, muy temprano, y se tiene o no se tiene. Eso sí, garantizo a quienes lean el más exquisito de los placeres: tener a otra mente, la del autor, trabajando para nosotros. Un verdadero privilegio.

Mis libros

Suelo decir que mi patria son mis libros, a los que debo buena parte de los mejores momentos de mi existencia y la mayor parte de lo que soy. Lo que más agradezco a la época en que me tocó vivir es que durante buena parte de ella no tuviera televisión. En mi infancia había cine, había fútbol, había escapadas a bañarse o a robar manzanas y había, sobre todo, libros. O más que libros, cosas que leer. Me tragué todo cuanto cayó en mis manos, fueran tebeos, novelas de aventuras, Doc Savage, Peter Rice, Bill Barne, Coyote, Tres Hombres Buenos, Dick Turpine, Salgari, Julio Verne, mezclados con las versiones infantiles de la literatura clásica de la colección Araluce. Para pasar de estas a las versiones originales, que la mayoría de las veces ni siquiera entendía. Conservo todavía algunos de aquellos volúmenes de la colección Universal. Otros se han perdido en mis múltiples traslados.

La afición a leer era tal que me hubiera quedado toda la noche leyendo, lo que obligaba a mis padres a apagarnos la luz a las once. Mi hermano se las arregló para inventarse una lamparilla con una mecha, sal y aceite robados a mi madre —¡aceite en la década de 1940!—, a la luz de la cual seguíamos leyendo.

Es una afición que me ha acompañado hasta nuestros días, de forma que no me siento cómodo en un cuarto sin libros y cuando entro en una casa donde no los hay, me digo que allí tengo muy poco que hacer. En mis correrías como corresponsal me he encontrado más de una vez sin un libro que llevarme a los ojos a la hora de dormir, situación angustiosa de la que me ha librado la Biblia que todos los hoteles norteamericanos disponen en la mesilla de noche. Últimamente veo que los hoteles españoles han adoptado esa sana costumbre, ya con libros más comerciales.

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Hay libros que hacen pensar y hay otros de puro entretenimiento. A lo largo de mi vida, como he dicho, no he hecho distinciones entre ellos, ya que me he tragado los más diversos géneros literarios. Pero al entrar en esta etapa y darme cuenta de que no iba a poder leer todo lo que quisiera, me he ido haciendo más selectivo y me he concentrado en la literatura policíaca y en los análisis de los problemas actuales, incluidos los científicos. Debo reconocer que ninguno me ha dado la clave de lo que acontece —al revés, me voy acostumbrando a los tremendos fallos que tenemos como profetas—, lo que no disminuye mi curiosidad por saber hacia dónde nos dirigimos. En cuanto al género policíaco, en el que ha surgido una pléyade de escritoras estupendas, estoy llegando a la conclusión de que toda novela, en el fondo, es policíaca, al versar sobre un crimen real o deseado.

Por último, la relectura. Nos apetece cada vez más en esta etapa releer esos libros que nos han marcado, esos libros con los que hemos aprendido a amar, a pensar, a soñar. La media docena de libros que son ya tan parte de nosotros como de su autor. Es la hora de volver sobre ellos con el afecto y agradecimiento que merecen. Nos enseñarán siempre nuevas cosas, al tiempo que nos descubrirán algo más de nosotros mismos.

RECUERDA.epsPuede haber un beneficio adicional a la lectura en estos años tardíos. El crítico literario alemán Walter Benjamin sostiene que la razón principal de que leamos novelas es que nos hacen comprender la muerte en vida. Cada muerte de un personaje imaginario es un aviso al lector de su precaria existencia, y en ese sentido, una preparación para la muerte real. Algo que no nos vendrá mal cuando estamos ya en nuestro camino de salida. Quién sabe si mi actual afición a las novelas policíacas no se deberá precisamente a ello.

Los libros son todo eso que he dicho y algo más: una parte, y no pequeña, de nosotros mismos. De ahí el placer de meterse de viejo en una librería y empezar a hojear volúmenes por mesas y estanterías, la emoción que sentimos al encontrar uno leído hace 40, 50, 60 años, gastado, descolorido, carcomido en los bordes, pero aún cálido y firme. No solo hemos envejecido juntos, es ya un pedazo de nosotros.

Una reflexión final a este elogio apasionado de la lectura: muchas veces me pregunto, ¿para qué escribir, con lo penoso que resulta, habiendo tantos libros hermosos que no voy a poder leer antes de marcharme?

La escritura

No se escribe por placer ni por comodidad ni por dinero. Se escribe por necesidad. ¿Quién no piensa que su vida merece ser contada en un libro? Innumerables veces hemos oído: “Si yo te contara mi vida, ¡ibas a sacar material para un best seller!”. Mi actitud en estos casos es de cándida mala intención: “¿Sí? —les digo—. ¿Por qué no te pones con ello? Nadie como tú para contarla”. La respuesta suele ser evasiva: “Cualquier día me pongo”.

La inmensa mayoría de veces no se ponen. Y cuando se ponen, las posibilidades de que salga un best seller son remotas. Es la causa también de que los primeros libros, buenos o malos, sean autobiográficos. Si son buenos, lo son de verdad, porque nos cuentan una vida vivida, palpitante. Si no lo son, al menos sirven al autor como desahogo. Luego de decidirse a seguir escribiendo, pueden ya abordar otros temas con más distanciamiento y, por tanto, producir sus mejores libros. Pero resulta significativo que sigan teniendo debilidad por el primero. Delibes, por ejemplo, siempre creyó que La sombra del ciprés es alargada era su mejor libro. Sencillamente, se veía mucho más en él que en los siguientes.

Hay, de todas formas, autores de un solo libro, que van presentando en distintas facetas. Y hay autores de muchos libros, que han conseguido romper las cadenas de su ego y se adentran por otros universos. Desde el punto de vista de la creación, estos últimos son los verdaderos escritores. Los otros se limitan a ser autobiográficos, memorialistas. Lo que no impide que los haya magníficos.

Unos y otros, cuando son geniales, crean sus propios lectores, personas que se han acostumbrado a su estilo, situaciones, lenguaje y esperan sus libros como un maná intelectual. Para ello, naturalmente, se requiere tiempo y genio. El genio no suele abundar, mientras el tiempo se nos ha limitado a unos cuantos años. Por lo que no debemos hacernos ilusiones respecto a una carrera de escritor.

Lo que tampoco quiere decir que renunciemos a ella si nos tira.

Un escritor no es un gran pensador ni una persona inteligentísima, ni graciosa, ni siquiera un gran dominador del lenguaje. Es, simplemente, un cuenta historias. Lo que es más difícil de lo que a primera vista parece. Por lo pronto, hay que tener historias interesantes que contar. Luego, hay que saber contarlas.

RECUERDA.epsFaulkner decía que “un escritor necesita tres cosas: experiencia, observación e imaginación; dos de ellas —añadía— pueden suplir la ausencia de la otra”. A veces, incluso una, cuando alcanza la categoría de genial. Lo realmente importante es saber descubrir en nuestra experiencia aquello que merece ser contado, aunque a primera vista parezca no tener el menor interés. Potenciado por la imaginación, ha de llegar a todo el mundo. De ahí que, al menos en los primeros libros, debe uno evitar los alardes literarios. Déjense para los escritores consagrados, que ya dijeron todo lo que tenían que decir, por lo que deben buscar refugio en las florituras.

La escritura literaria, lo que los anglosajones llaman certeramente “ficción”, tiene leyes tan severas como contradictorias. Entre otras cosas, requiere vivencias reales o imaginadas, distanciamiento, perspectiva, luces y sombras como la pintura, etcétera.

Si no se tiene todo eso difícilmente se será un buen escritor. Para escribir tan solo las propias emociones se presta mucho mejor la poesía. Hay que escribir las propias emociones como si fueran de otro.

RECUERDA.epsAlguien que no sea capaz de analizar sus sentimientos nunca llegará a universalizarlos y alcanzar al gran público. A fin de cuentas, escribir es un diálogo del autor con la humanidad. Claro, eso hace al escritor profesional, consagrado.

El jubilado escribe para él, aunque quisiera, cómo no, ser leído por la mayor cantidad posible de gente. Algo que para muchos es una necesidad y hace que no quieran irse de este mundo sin intentarlo al menos.

diablo.epsScott Fitzgerald lo dijo en uno de aquellos momentos de tremenda lucidez que tenía entre borrachera y borrachera: “No se escribe porque quieres decir algo, sino porque necesitas decir algo”.

Debemos advertir, sin embargo, que escribir es una labor solitaria, dura, penosa. Requiere tiempo, esfuerzo, dedicación, trabajo, mucho trabajo. Tú lo notarás y puede que tu familia lo note aún más, pues estarás como ausente en las comidas y hablarás mucho menos de lo habitual. Es el precio que hay que pagar. De otra manera es imposible construir el universo imaginario de la creación literaria. Y no esperes que la inspiración te sople al oído. Antes te va a llamar por teléfono Claudia Schiffer.

Si has decidido escribir, comienza ya. Hoy mismo. ¿Sobre qué? Sobre cualquier cosa: remembranzas, pensamientos que bullen en tu cabeza...

No esperes tampoco la perfección. Escribe según te vaya saliendo. Ya se corregirá más adelante. Lo importante es ponerse a ello. Pero sin juzgar, sin moralizar, que lastra los primeros escritos y bastantes de los últimos. Limítate a contar historias.

Advertencia.epsOtra cosa que nunca está de más repetir: no esperes hacer dinero. Escribir está peor pagado que fregar pisos. El pago, la mayoría de las veces, consiste en la satisfacción que produce la obra. Luego, si hay tanta suerte como que le toque a uno la lotería, encontrarás a alguien que te publique. Pero no cuentes con ello. Pues si escribir resulta trabajoso, publicar es tarea de Hércules.

JOSE MARIA OPINA blanc.epsNo sé si con lo que he dicho te he animado o desanimado a escribir. Mi intención era buena: evitarte desilusiones, que ya no estamos para ellas. Pero dicho esto, no puedo menos de recomendar la escritura a todo aquel que se sienta inclinado a ella. Pocos placeres hay mayores que ver una novela, un cuento, un artículo, una simple página escrita por nosotros. Aunque seamos sus únicos lectores. Aparte de que puede ser saludable.

La pintura

Otra de las grandes aficiones artísticas cuando se llega a la jubilación es la pintura. Estamos posiblemente ante la más antigua de las artes. Y, paradójicamente, ante la más moderna, la que va siempre por delante de las otras.

Plasmar en un papel, lienzo o cualquier otra superficie lo que tienen ante los ojos ha tentado a los hombres de todas las épocas, y es lo único que une a Churchill con Hitler. El que a los políticos de todas las tendencias les guste no debe ser obstáculo para que lo intentemos los demás. La pintura no es, a fin de cuentas, más que la expresión íntima del pintor, como el resto de las artes. Oscar Wilde ya lo dijo con su elegancia y sarcasmo habituales: “Todo retrato pintado con sentimiento es más el retrato del artista que del modelo”. Desde luego, su Dorian Grey lo era.

Lo malo es que para pintar no bastan solo los sentimientos. La pintura se compone de dos elementos básicos: el dibujo y el color.

Vista de águila

Las pinturas de Altamira poseen una perfección técnica asombrosa para la edad en que fueron hechas. Mientras las del Levante español poseen toda la delicadeza de la pintura abstracta moderna. Los pintores se adelantan siempre al tiempo en que viven, no sé por qué, ya que solo con excepciones que confirman la regla suelen ser hombres no dados a la investigación ni a la interpretación histórica. Tal vez su vista de águila les permita ver lo que el resto de sus contemporáneos todavía no ven. El caso es que Goya anunció las convulsiones del siglo xix mejor que todos los tratadistas, como Picasso lo hizo con el dislocado siglo xx. Y no les digo nada de El grito (1893), de Edvard Munch, precursor de toda la angustia del hombre moderno.

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Todo el mundo puede tener un instinto del color y capacidad para mezclarlos. El dibujo, en cambio, ya es otra cosa. Exige tener una capacidad natural para ello y aunque puede aprenderse mucho con un buen profesor, ese trazo seguro, preciso, elegante, solo lo tienen los que han nacido con ese talento. Cuando se unen ambas cosas estamos ante el verdadero pintor.

Mucha gente, sin embargo, no aspira a tanto y se contenta con ser lo que los alemanes llaman un Sonntagsmaler, un pintor dominguero, ensayando con la acuarela, el óleo, el carboncillo, el temple o cualquiera de las otras muchas técnicas pictóricas, por no hablar ya de los estilos, que van del realismo más fiel a las combinaciones más abstractas.

Vocaciones tardías

Algunos pintores descubren su vocación en edades tardías. El padre de un amigo diplomático se convirtió en un excelente acuarelista cuando estaba a punto de jubilarse y logró incluso hacer exposiciones individuales. Y una de las personas con más talento pictórico que conozco no se dedicó a ella hasta pasados los 50 años, ya que hasta entonces había sido camionero y ni se le había pasado esa idea por la cabeza. Hoy vive de ello y muchas veces me he preguntado dónde hubiera podido llegar de haber empezado antes con una preparación adecuada.

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A estas alturas resulta difícil en pintura distinguir el camelo de lo genial, y los entendidos, los críticos de arte, no ayudan a ello, sino que más bien contribuyen a la confusión. Pero eso es algo que afecta sobre todo al inversor en arte, no al que decide en edad tardía dedicarse a pintar; incluso puede ayudarle, ya que de noche todos los gatos son pardos. Pero tampoco creo que sea el éxito lo que en estos momentos deba obsesionarte, aunque a nadie le amarga un dulce. Y si es el éxito, la fama, el dinero lo que persigues, siempre queda el consuelo de pensar que Van Gogh no vendió en vida ni uno solo de sus cuadros. No gustaba a sus contemporáneos. Se había adelantado a su tiempo, lo que puede ocurrirle a cualquiera.

Aunque déjate de retórica. Compra el caballete, unos cuantos lienzos y los tubos de colores y ponte a la tarea, dispuesto a descubrir un nuevo mundo. O a inventarlo.

La música

Hablar o escribir de música es como discutir la teoría de la relatividad en el idioma de los orangutanes. Faltan las palabras. No alcanzan los conceptos. La estructura gramatical no es ni tan sofisticada ni tan precisa o armónica para describir el objeto. La música, pura armonía, geometría celestial, es la más etérea, sublime y depurada de las artes.

diablo.epsKart Barth decía: “No sé si los ángeles tocan a Bach para alabar a Dios. Pero de lo que estoy seguro es de que en familia tocan a Mozart”. Los hombres, cuando queremos tener una idea aproximada de lo que puede ser el paraíso, o por lo menos otra dimensión, escuchamos música. Nietzsche lo decía con su brutal aproximación a todo: “Sin música, la vida sería un error”. En cualquier caso mucho más triste.

Pero estoy cometiendo el error que criticaba al principio: tratar de describir la música con palabras, cuando el único comentario apropiado sobre ella habría que hacerlo con música. Por desgracia no es posible.

La música puede escucharse o interpretarse. Ni que decir tiene que lo segundo es infinitamente mejor. Pero solo una porción ínfima de nosotros alcanza el privilegio de tocar un instrumento. Una de mis mayores frustraciones es no haber aprendido a tocar ni siquiera la guitarra.

Llegamos tarde para eso, como para tantas otras cosas, pero no para acercarnos un poco más a las piezas que desde que tenemos uso de razón nos han hecho sentir todo más hondo.

JOSE MARIA OPINA blanc.epsSi de verdad amas la música, en esta etapa puedes al menos, aprender solfeo y seguir las piezas partitura en mano, con lo que gozarás mucho más de todas ellas.

Otro placer es empezar a comprar distintas versiones de la misma obra. Comprobar las distintas sonoridades que Furtwängler, Von Karajan y Barenboim han extraído a las sinfonías de Beethoven. Asombrarnos de cómo un nocturno de Chopin puede sonar tan igual y tan distinto bajo los dedos de Lipatti o de Horowitz. Contrastar los tempos con que Toscanini y Mehta acometen las mismas piezas. Eso permite ir adentrándose por ese enorme misterio que es la música.

Las magníficas versiones de que hoy disponemos, incluso de grabaciones antiguas, y los modernos sistemas de reproducción permiten escucharlas casi como si estuviéramos en la sala de concierto. Eso no significa renunciar a asistir a ellos; hoy los hay en todas las ciudades, sobre todo en las grandes, por no mucho dinero y en muchos casos gratis, como son los que ofrece la Fundación March en Madrid, con intérpretes muy buenos en la inmensa mayoría de los casos, pues a la música le ha ocurrido lo que a los deportes: que el nivel medio ha pegado un salto espectacular. Hace una generación, interpretar a Rajmaninov estaba solo al alcance de unos cuantos. Hoy se atreve con él un chico o chica en el último año de conservatorio.

Todo ello por no hablar de las emisoras de radio dedicadas exclusivamente a la música. En España tenemos varias, comenzando por Radio Clásica, con programas excelentes todas ellas, completados en muchos casos con información adicional sobre piezas y compositores que permiten al oyente hacerse una idea más global de lo que escucha.

Es una lástima que la ópera siga siendo todavía en España un acontecimiento más social que musical, ya que estamos ante el verdadero gran espectáculo del mundo. La ópera es el arte total, al reunir música, teatro, danza y pintura incluso en los magníficos escenarios que hoy se estilan. Algunos de Zeffirelli son auténticos cuadros, que uno quisiera fijar por su fastuosa belleza.

En fin, que si a lo largo de tu vida has gozado de la música a trompicones y en ratos robados a otras actividades, tendrás al jubilarte la oportunidad de gozar de ella plenamente. Descubrirás que la música se parece a la vida. Es efímera, inmaterial, vibrante e incomprensible como ella. Nos transporta a otras esferas y nos precipita sobre nosotros mismos, y nos produce siempre la impresión de estar entre la humanidad cuando estamos solos, y solos cuando estamos entre la gente. En todas las edades nos trae júbilo. En la vejez, compañía.

El cine

Más que el séptimo arte, vaya a saber cuántos hay, el cine es el arte del siglo xx. Ignoramos todavía si va a serlo también del siglo xxi, como casi todo lo que a él se refiere.

Reencuentro con dos amores

Te lo digo por experiencia, ya que he logrado reunir casi un centenar de películas que en su día me impactaron. Dos de ellas llegué a temer no conseguirlas nunca.

De la primera película no recordaba el título, el director ni los actores. Sabía solo que la había visto a principios de la década de 1950 en un cine de sesión continua de Barcelona en la calle Aragón entre Aribau y Muntaner. Recordaba vagamente un choque bronco y electrizante entre dos familias ganaderas de numerosos hermanos, en un escenario muy oscuro, en blanco y negro, naturalmente. Pero quedó grabada en mi memoria como la mejor película del Oeste que jamás había visto. Lo malo era que con tan pocos elementos no tenía ni por dónde empezar su búsqueda. Hasta que un día, viendo en el canal Fox de la televisión norteamericana un viejo episodio de la serie MASH, di un salto al reconocer en él ciertas escenas de la película que yo buscaba desde hacía tanto tiempo. Como tengo siempre dispuesto el vídeo, grabé lo que restaba. Y allí aparecía: título, My Darling Clementine; director, John Ford; actores, entre otros, Henry Fonda y Victor Mature. Con esos datos me fue fácil hacerme con ella. En España creo que se tituló Pasión de los fuertes.

De la otra película recordaba también muy poco y tuve casi tantas dificultades como con la primera. La había visto también en Barcelona por las mismas fechas, y recordaba que tenía varios episodios, dos de los cuales me impresionaron profundamente: el que nos presentaba a Charles Laughton como vagabundo que intenta pasar el invierno en la cárcel y no lo consigue hasta que ya no lo desea, y el que nos contaba la historia tragicómica de una joven pareja que vende (cada uno por su lado) lo más precioso que tiene para comprar un regalo al otro, sin darse cuenta de que el otro no podrá usarlo al haberlo, a su vez, vendido. Con esos elementos conseguí saber que el título original era O’Henry’s Full House (traducida como Cuatro páginas de la vida), y que cada episodio había sido dirigido por un director distinto, entre ellos Jean Negulesco. Pero de ahí no pasé. Aunque di la lata a muchas personas de la Filmoteca Nacional, de la productora y de la distribuidora en España, se me dijo que no existían copias de tal película, rodada en 1952. Me había resignado ya, cuando en las navidades del año 2000 me la encuentro anunciada en el canal TMC, Turner Movie Classic, que se dedica exclusivamente a dar películas antiguas las 24 horas del día. No tuve más que grabarla, con una emoción difícil de describir. Desde entonces la he visto ya un par de veces, pues las buenas películas, como los buenos libros, cuanto más se ven, más gustan.

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Pero que en el siglo pasado dominó la escena artística con una fuerza que llegó casi a barrer al teatro y en cierto modo sustituyó a la novela —pero ¿qué es una película sino una novela contada en imágenes?— es algo que pocos discutirán. En la segunda mitad del siglo, con la llegada de la televisión, tuvo un bache e incluso pareció batirse en retirada. Pero ha reaccionado con el empuje de los grandes y hoy se hacen más películas que nunca, con éxitos de taquilla que si no llegan a los de su mejor época, poco les falta. Incluso puede decirse que hay canales de televisión que no se mantendrían sin las películas que incluyen en su parrilla.

Todo ello hace que el cine desempeñe un papel importante en la vida de al menos un par de generaciones. Los que nacimos en las décadas de 1920, 1930 y 1940 crecimos con él, y hay películas que influyeron en nosotros tanto o más que libros, discursos o personas. Todos los de este tiempo, o mejor dicho, los que quedamos, estamos ya jubilados o a punto de hacerlo. Y más de uno sentirá ganas de acercarse de nuevo a esas películas tan caras para él, o al cine en general. Puede hacerlo, aunque la dificultad dependerá ya de dónde viva.

Si vives en Madrid, la Filmoteca Nacional te ofrecerá pases diarios de cine de época, generalmente por ciclos de directores, artistas o temas. En Barcelona existen también salas dedicadas a él. Ya en otras capitales tendrás que contentarte con lo que ofrece La 2 de Televisión Española y lo que vayas reuniendo por tu cuenta. Se trata de un coleccionismo que añade a la excitación de la búsqueda y satisfacción del hallazgo el premio de gozar de manera plena de la pieza alcanzada. En los últimos tiempos, hay que reconocer que todo esto ha cambiado enormemente. El DVD te ofrece grandes posibilidades de encontrar las películas de tus directores favoritos para disfrutarlas en la tranquilidad de tu hogar.

Puedes ir completando tu colección de “películas que te gustaron”, y aunque compruebes que no todas están a la altura que tenían en tu memoria, el gozo que produce volver a verlas cuando el cuerpo y el ánimo lo piden es inmenso y hasta cura ciertos desasosiegos típicos de esta edad.

Ni que decir tiene que el verdadero cinéfilo no se limita a gozar de la cinta, sino que profundiza en ella más allá del director y los protagonistas. Los actores secundarios son tanto o más importantes (de hecho, la fortaleza del cine norteamericano se funda en que tiene unos actores secundarios mejores que ningún otro); los guionistas, excelentes dramaturgos muchos de ellos (aunque a los novelistas no se les da tan bien); la banda sonora, bellísima muchas veces (“¿Dónde están hoy los grandes compositores?”, pregunté una vez a un director de orquesta. “Haciendo cine”, me respondió); los decorados, que han llegado a tal perfección en algunas películas de época que podrían confundirse con la realidad; los efectos especiales espectaculares, sin duda (aunque se ha llegado a tal abuso de ellos que empiezan a perder fuerza, al menos desde mi punto de vista), y todos los demás elementos que se dan cita en una película.

RECUERDA.epsEl cine, en fin, conserva su magia siglo y pico después de nacer. Es un soñar despierto que encandiló a un par de generaciones a las que tocó vivir uno de los periodos más dramáticos de la historia. Pero se apagaban las luces de la sala y uno podía empezar a soñar a lomos de las imágenes que iban apareciendo en la pantalla. Unas imágenes que todavía hoy siguen emocionándonos y que gracias a la tecnología puedes volver a pasar ante tus ojos como si fueran un fragmento de tu vida.