INTRODUCCIÓN

Bastardos y Borbones

—¡Bas-tar-do…!

Además de abrupto al oído, el término originario del francés antiguo bastart resulta hiriente para quien no se resigna a escucharlo.

La Real Academia Española lo reserva, en su diccionario, a quien «degenera de su origen o naturaleza».

Aplicado a la realeza, el desdén con que sigue empleándose hoy es todavía mayor.

Recuerdo, en este sentido, el cruel comentario de Emanuela Dampierre, viuda del infante don Jaime de Borbón y madre del duque de Cádiz, sobre su nieta ilegítima Estefanía de Borbón: «Odio a los bastardos —sentenció por escrito la duquesa de Segovia—. No lo puedo resistir. Siempre acaban acercándose a uno por interés… Ella [Estefanía, hija ilegítima de Gonzalo de Borbón Dampierre] hizo unas declaraciones en las que decía haber echado en falta a un padre. Es muy fácil. Todo el mundo echa en falta aquello de lo que carece, pero ¡qué le vamos a hacer…!».

Parecida frialdad debió estremecer también a Alfonso de Bourbon —«El Borbón desconocido», como se autoproclama este hombre apellidado como el conocido whisky francés— tras sentirse abandonado por quienes un día supo que eran sus padres: Alfonso de Borbón y Battenberg, primogénito del rey Alfonso XIII, y la cubana Edelmira Sampedro.

Alfonso de Bourbon vive en la actualidad su ancianidad en California, Estados Unidos, donde pude al fin localizarlo y entrevistarme con él.

Nadie de su pretendida familia ha brindado jamás un solo desvelo a este caballero distinguido y afable, confiado desde su nacimiento a unas monjitas suizas de la orden de San Carlos Borromeo. Nadie, salvo la reina Victoria Eugenia de Battenberg, quien, según una de las más íntimas amigas de Alfonso de Bourbon, se ocupó a su muerte de dejarle una pensión vitalicia para que pudiese subsistir el resto de su vida.

En 1969, el mismo año que Franco designó a don Juan Carlos como su sucesor en la jefatura del Estado a título de rey, Alfonso de Bourbon visitó a su tío don Juan en Estoril. Meses después pudo conocer a su otro tío don Jaime, en París, donde residía con su segunda esposa, la prusiana Carlota Tiedemann. De ambos recibió luego, en su domicilio de San Diego, una cariñosa felicitación del nuevo año 1970.

Tanto de él como de Estefanía de Borbón, afincada también en Estados Unidos, hablaremos largo y tendido en estas mismas páginas.

Rendiremos igualmente homenaje a otra bastarda ignorada hasta hoy: Mercedes Basáñez, hija natural del rey Alfonso XII y hermana de Alfonso XIII, cuya identidad emerge al fin, con toda justicia, en esta obra.

Mercedes Basáñez era el fruto no deseado del amor insaciable de Alfonso XII, volcado esta vez en la esposa del entonces primer secretario de la embajada de Uruguay en Madrid, Adolfo Basáñez de la Fuente. Al distraído representante de la República del Uruguay pareció no importarle ceder el lecho conyugal al legítimo depositario de la monarquía española. Pero la historia encierra, a menudo, paradojas como ésta.

Mercedes Basáñez regresó a Uruguay con sus padres, siendo una niña. En 1925, con cuarenta años ya, volvió a España convertida en esposa del embajador de Chile en Madrid, Emilio Rodríguez Mendoza. Durante el lustro que permaneció en la capital española, gozó del favor de su hermano Alfonso XIII y del cariño de la infanta Isabel, apodada «la Chata».

Hallándose en el exilio de Fontainebleau, Alfonso XIII encargó a su secretario, el marqués de Torres de Mendoza, que escribiese a su hermana y al marido de ésta agradeciéndoles todo su apoyo en los momentos más duros. La carta y otros valiosos documentos los hallará el lector en estas mismas páginas.

Capítulo especial merece la correspondencia vaticana, que revela detalles de otros dos hijos bastardos de Alfonso XII: Alfonso y Fernando Sanz, frutos de la relación adúltera del monarca con la cantante de ópera Elena Sanz.

Ofrecemos también las cartas del padre Bonifacio Marín, camarero secreto del papa León XIII y confesor de la reina Isabel II, así como las del criado de palacio Prudencio Menéndez, las cuales desvelan extremos tan interesantes como ignorados de esta otra comprometida paternidad de Alfonso XII.

Merecido tributo rendimos también a Juana Alfonsa Milán Quiñones de León, hija natural de Alfonso XIII, de quien aportamos detalles sobre el trayecto final de su vida, ingresada en el hospital madrileño de la Fuenfría a causa de una más que probable demencia senil.

Juana Alfonsa Milán era hija del monarca y de Beatrice Noon, de ascendencia irlandesa, antigua institutriz de los infantes en palacio, a quienes impartía también clases de piano. Expulsada de la corte para evitar el escándalo, Beatrice Noon dio a luz en París a Juana Alfonsa, que adoptó finalmente como primer apellido uno de los títulos históricos de Alfonso XIII: el ducado de Milán.

De su educación se ocupó, al principio, el entonces embajador español en París, José Quiñones de León, convertido en su padre putativo.

Muchos años después, he podido entrevistarme con una persona que la visitó asiduamente durante su larga convalecencia en el hospital de la Fuenfría.

Obnubilada a veces, Juana Alfonsa trató de hacer valer allí su regia condición, como me contaba Carmen Valero: «Llegó incluso a pedir que le hiciesen reverencias. Tenía unos ratos tremendos y otros buenísimos. “¡A mí no me levantéis la voz porque soy la hija de Alfonso XIII!”, clamaba. Y eso, en el pueblo [Cercedilla], pues no sentaba bien. Al mismo tiempo, ella tenía mucha falta de cariño. Yo iba todos los días a verla; procuraba que viniera conmigo algún conde o marqués, para que así se sintiera más acompañada».

Sirva este párrafo como anticipo de una entrevista que ilumina con gran nitidez el sombreado perfil de esta hija de rey.

Arrojaremos también luz sobre el que hemos denominado «enigma Picazo», en alusión al célebre actor español Ángel Picazo, señalado por algunos como hijo ilegítimo de Alfonso XIII.

Además de su asombroso parecido físico con el monarca, a quien encarnó en la película Las últimas horas, estrenada en 1966, ofrecemos al lector nuevos indicios sobre la paternidad de este genial actor de cine y teatro, cuya biografía sigue siendo hoy, en gran parte, un misterio. Su mismo certificado de defunción, en lugar de esclarecer sus orígenes, alimenta aún más la intriga, como en uno de los thrillers que tanto le gustaban a él.

De bastardos rebosa la dinastía que reina hoy en España.

Empezando por los ocho hijos ilegítimos de la reina María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII, con su apuesto guardia de corps Agustín Fernando Muñoz.

Casada con él en secreto para no perder la regencia ni poner en peligro el futuro reinado de su hija legítima Isabel II, María Cristina debió disimular hasta la extenuación sus constantes embarazos, recurriendo al miriñaque, las ropas abultadas y la abundancia de adornos.

El lector hallará por vez primera el pasaporte a nombre de la «condesa de Isabela», gracias al cual la reina pudo cruzar la frontera de incógnito para visitar a sus hijos instalados en París.

Pero la falsa acreditación de María Cristina es cosa de niños comparada con su decisión de bautizar a cada uno de sus ocho hijos en diferentes parroquias, atribuyéndoles en sus certificados el nombre de otros padres para mantener oculto el engaño. A todo ello aludiremos, respaldados de nuevo con documentos, en el momento oportuno.

Revelaremos también detalles sobre la verdadera paternidad de las infantas Eulalia, Paz y Pilar, hijas de Isabel II; no así de su padre oficial, el rey consorte Francisco de Asís, apodado «Paquita» en las cortes europeas por razones obvias.

Intentaremos descifrar el «misterio de la niña de Alcaudete»: la supuesta hija ilegítima de la infanta Eulalia de Borbón, de la cual publicamos en el anexo documental de este libro sus certificados de nacimiento y de bautismo.

Inscrita como «Eulalia de Borbón» en ambas partidas, la niña abandonada en un hospicio de la villa jienense de Alcaudete vino al mundo el 12 de febrero de 1883, diecinueve años después que su presunta madre, la infanta Eulalia.

La primavera anterior, Eulalia había disfrutado de lo lindo con el futuro rey Carlos I de Portugal en la Feria de Sevilla. Su romance sale a relucir también en la copiosa correspondencia entre ambos, la cual tuve oportunidad de exhumar ya en mi biografía de Eulalia, La infanta republicana.

Bastardos tampoco faltan en la rama carlista de los Borbones de España. Aludiremos así a los tres hijos ilegítimos de la infanta Elvira de Borbón y Borbón-Parma, protagonista en su día de un escandaloso romance tras fugarse, ciegamente enamorada, con el pintor florentino Filippo Folchi. La infanta dio tres hijos al mediocre artista, el primero de los cuales, Jorge Marco de León, nació el 20 de mayo de 1900; cuatro años después lo hicieron los gemelos León Fulco y Filiberto.

Elvira murió repudiada por su padre don Carlos María de los Dolores de Borbón y Austria-Este, jefe de la rama carlista, nominado Carlos VII por sus partidarios.

El 16 de noviembre de 1896, Carlos VII sentenció a su hija a morir en vida declarando en público, sin piedad: «A los carlistas. Sois mi familia, mis hijos queridísimos, y me considero en el deber de anunciaros que una hija mía, la que fue infanta doña Elvira, ha muerto para todos nosotros».

Pero no siempre los adulterios regios dieron frutos palpables. El destino quiso también que todo un monarca como Alfonso XIII cayese rendido a los pies de la cantante francesa Genoveva Vix, convertida así en efímera reina de corazones.

Nacida en Nantes en 1879, Genoveva Vix tenía treinta y seis años la primera vez que el monarca la vio actuar en Madrid. Era realmente bella y distinguida; poseía un don natural para la interpretación y su voz era un torrente desbordado de fuerza y de increíbles matices.

Recién llegada a Madrid, se la escuchó cantar acompañada del genial guitarrista Andrés Segovia, en un gran concierto celebrado en el hotel Ritz que congregó a lo más granado de la aristocracia y de la nobleza.

Alfonso XIII la visitó luego en un pisito alquilado por ella en la calle Almagro. Más tarde volvió a verla en París, donde protagonizó otro apasionado romance con la celebérrima Bella Otero, reina también, pero de la frivolidad. La Bella Otero fue reemplazada muy pronto en el corazón de Alfonso XIII por otra atractiva damisela: la argentina Celia Gámez.

Camuflado bajo el nombre de «Monsieur Lamy», el monarca viajó a París para encontrarse con su diva, a la que había conocido en Madrid cuando el empresario José Campúa la contrató para actuar en el teatro Romea de la calle Carretas. «La Perla del Plata», como era ya conocida Celia Gámez, cantó para Alfonso XIII, en público y en privado, el inolvidable tango «A media luz» que la hizo tan irresistible ante sus ojos.

Otros escarceos amorosos dejaron, en cambio, huellas perceptibles. A una de éstas ya hemos aludido: Estefanía de Borbón, hija secreta de Gonzalo de Borbón Dampierre, hasta que la reconoció en 1983, tras reunirse con ella en Londres, pagado por la revista Hola, en una exclusiva de muchas cifras.

Nadie, fuera de su círculo más íntimo, sabía hasta entonces que don Gonzalo era padre de una hija nacida en Miami, Florida, el 19 de junio de 1968, fruto de su relación con la atractiva Sandra Lee Davies Landry, divorciada a su vez de Gareth Davies en 1965 y más tarde unida al astronauta Alfred Worden, uno de los primeros en viajar a la Luna a bordo del Apolo XV.

Bautizada el 4 de agosto como Stephanie Michelle de Borbón por el reverendo Roger J. Radloff, la hija bastarda de Gonzalo de Borbón fue finalmente reconocida por él mismo, pudiéndose apellidar ya Borbón con todas las de la ley.

Tampoco su primo hermano don Juan Carlos, rey de España, se libró de que le adjudicasen la paternidad de una hija ilegítima. El semanario milanés Oggi salió el 13 de septiembre de 1989 con una sensacional exclusiva que removió los cimientos de La Zarzuela.

Olghina di Robilant, antigua novia de don Juan Carlos en Estoril, dejó boquiabierto a medio mundo con estas palabras: «El rey de España es el verdadero padre de mi hija. Hoy puedo declarar tranquilamente que hubiera podido arrastrar a Juan Carlos a los tribunales, pero hubiese comprometido su futuro».

La Zarzuela jamás desmintió a Olghina di Robilant.

Según publicó el semanario, Paola di Robilant, nacida el 18 de octubre de 1959, era también hija de don Juan Carlos. Con Olghina di Robilant, precisamente, he podido entrevistarme también. La aristócrata, de 76 años, rompe al fin su silencio veinte años después de sus polémicas declaraciones.

El llamativo mutismo de la Casa Real española sobre tan grave acusación, contrastó con su fulminante desmentido sobre otra pretendida paternidad de don Juan Carlos: la de Marie José de la Ruelle, una francesa de cuarenta y siete años que en septiembre de 2001 emprendió acciones legales en París para demostrar que era hija del rey de España y de otra antigua novia suya, la princesa María Gabriela de Saboya.

La noticia pasó casi inadvertida en España. Tan sólo el diario El Mundo se hizo eco de ella con cierto relieve.

Finalmente, el Tribunal de Gran Instancia de Burdeos rechazó las pruebas genéticas que reclamaba la demandante, condenándola a pagar una indemnización.

Antes de profundizar en ésta y otras muchas historias sorprendentes de los Borbones de España, quiero advertir al lector que los nombres de algunos entrevistados así como determinadas situaciones han sido alterados por petición expresa de aquéllos, sin que ello afecte en modo alguno al sentido y alcance de cuanto se relata en estas páginas.

EL AUTOR,
en Madrid, a 23 de febrero de 2010