Gillian

La lluvia ha llevado a todos los habitantes del parque de caravanas a refugiarse dentro de los remolques, así que pasamos por los caminos a medio asfaltar sin encontrarnos a nadie. Cuando llegamos a la caravana de Dallas, este me indica:

—Tengo las llaves en el bolsillo de mi pantalón, ¿te importa? Tu hermana se ha quedado dormida.

Dudo antes de responder. Eso parece muy poco apropiado, pero Dallas no tiene mucha libertad de movimientos y yo tampoco quiero que Lisa se despierte. Así que meto la mano por el ceñido bolsillo y rebusco la llave de la forma más rápida posible, aunque no puedo evitar que el calor me suba por el cuello al hacerlo. Algo nerviosa, abro la puerta y dejo pasar a Dallas, que me indica que encienda la luz. La caravana tiene más amplitud de la que había imaginado, pero está bastante desordenada, lo cual ataca automáticamente a la maniática del orden que hay en mí. Dallas esboza una sonrisa irónica al leer mis pensamientos y camina hasta el fondo de la caravana, donde una puerta conduce al dormitorio. Me pide que la abra y, cuando estamos dentro, propone:

—Tú y tu hermana podéis dormir aquí. El sofá se convierte en cama individual, así que yo dormiré allí.

Hace ademán de tumbar a Lisa en la cama, pero yo lo detengo:

—¡Espera!

—¿Qué sucede?

Yo vacilo: no sé cómo expresar lo que estoy pensando. Finalmente, contesto:

—Antes de acostar a mi hermana en la cama de un extraño me gustaría comprobar que no hay nada…

—Tranquila, no hay insectos aquí dentro.

—No me refería a insectos, sino a otras cosas.

—¿Cosas?

Dallas comienza a mirarme como si estuviera loca. No lo estoy, solo tengo la lógica preocupación por el bienestar de mi hermana, así que insisto:

—Sí, ya sabes, cosas…

No necesito leer su mente para saber que está perdiendo la paciencia cuando replica:

—No tengo la menor idea de a lo que te refieres.

—Preservativos usados, drogas…

Las palabras me salen de la boca en un susurro, que aun así provoca que Dallas me pregunte airado:

—¿Estás hablando en serio? —Mi expresión contesta a su pregunta y añade con sarcasmo—: No tomo drogas y no traigo a chicas a mi caravana, así que ¿puedo dejar ya a tu hermana en la puñetera cama? Porque para ser tan pequeña pesa bastante.

Comprendo que tiene razones para estar enfadado, pero también que no voy a permitir que mi hermana sufra ningún percance, así que contesto en tono más suave:

—Sí, pero con cuidado.

Dallas deja a Lisa según mis instrucciones, pero cuando lo hace me mira y con el gesto asqueado pregunta:

—¿Siempre eres tan mandona?

—No soy mandona —protesto.

—Sí lo eres. Y justo por eso acabo de recordar por qué no traigo a chicas a mi caravana.

—Se me hace difícil de creer.

—¿Por qué? Hay un montón de lugares en los que puedo estar con ellas sin tener que conversar después de hacerlo ni dejarles que se cuestionen lo que hay o deja de haber en mi caravana. Así que, felicidades, Gillian, eres la primera y, con un poco de suerte, la última chica a la que dejo entrar.

Quizá me lo merezco por atacarlo cuando él solo ha sido amable, pero solo sé responder al sarcasmo con sarcasmo, así que farfullo:

—¡Qué gran honor!

—Sí, sobre todo porque ni siquiera he sacado nada a cambio.

—Has ayudado a una niña enferma. Puedes anotarlo en el lado del diario de las buenas acciones —ironizo.

—No tengo esa parte del diario. Con el de fechorías tengo de sobra.

Reconozco que es rápido en su defensa, también que es hora de que deje de discutir con él y me centre en Lisa. Por ello replico:

—Imaginaba que dirías eso. Pero aun así, gracias por haberla llevado al hospital y también por dejar que nos quedemos esta noche en tu caravana.

Los ojos de Dallas centellean cuando me ordena en tono hastiado:

—Deja de hacer eso. —Arqueo una ceja sin comprender, y él se explica—: Darme las gracias después de comportarte como una esnob conmigo.

—Yo no hago eso. Solo me preocupo por mi hermana. Si estuvieses en mi situación harías lo mismo.

—Si estuviese en tu situación, haría que mis padres se encargaran de ella.

Sus palabras se me clavan en el corazón como un puñal y los ojos comienzan a humedecérseme. Normalmente, soy buena fingiendo que todo va bien, pero no esta noche. Por suerte para mí, Lisa se despierta y no tengo que dar ninguna respuesta. Acaricio la mejilla de mi hermana con suavidad y le pregunto:

—¿Estás bien?

—Ya no me ahogo, pero el vestido me molesta para dormir.

—Si quieres puedo dejarle una camiseta. Tampoco tiene preservativos usados ni drogas. —Me ofrece con ironía Dallas.

—¿Qué son preservativos?

—Nada, Lisa —contesto fulminando con la mirada a Dallas, quien obviamente no sabe lo que se debe y lo que no se debe decir delante de una niña pequeña. Él se encoge de hombros en una leve disculpa, y yo le pregunto:

—¿Tendrías otra camiseta para mí?

—¿Estás segura de querer ponerte una camiseta mía?

Ignoro su gesto provocativo que acompaña a la pregunta y contesto con sequedad:

—Es más cómoda para dormir que mi vestido.

Dallas esboza una mueca victoriosa y me entrega las dos camisetas, para después salir de la habitación. Yo cambio de ropa a Lisa, pero en cuanto ella vuelve a dormirse, salgo todavía vestida, cerrando la puerta tras de mí. Dallas ha abierto el sofá cama y está sentado en él con los pies descalzos. Se ha quitado la cazadora y su estrecha camiseta le resalta con fuerza los bíceps. Es el chico más guapo y con mejor cuerpo que he visto, tengo que reconocerlo, lo cual explica por qué va por el mundo como si las chicas debieran desmayarse a sus pies. Tiene las facciones perfectas, enmarcadas por el cabello oscuro y ondulado, y esos ojos de un verde tan intenso que lo hacen parecer un gato. Sus labios son sensuales cuando esboza una media sonrisa. Es consciente de que lo estoy evaluando; también de que me gusta lo que veo. Eso me avergüenza, y más cuando comenta:

—No te has puesto la camiseta.

—En cuanto me meta en la cama lo haré.

—Comprendo… ¿Tienes miedo de ser demasiado irresistible para mí en camiseta?

Los ojos le bailan divertidos, esperando mi respuesta con anhelo, pero no caigo en su trampa y respondo:

—Sé que no soy irresistible ni con camiseta ni sin ella, pero no tengo intención de pasearme casi sin ropa delante de un desconocido.

—No serías la primera.

El tono de voz prepotente tiene algo que me irrita y pregunto:

—Solo por curiosidad, ¿alguna vez las chicas te lo ponen difícil?

Él niega con la cabeza y se pasa las manos por detrás del cuello, marcando los abdominales, en un infructuoso intento de que yo caiga también rendida a su encanto. Lo que él no sabe es que estoy inmunizada, así que mascullo:

—Nota mental: comenzar a advertir a Lisa sobre los chicos como tú antes de que sea demasiado tarde.

—¿«Los chicos como yo»? ¿Quieres decir los que salvan la vida de tu hermana llevándola al hospital y luego te dejan su cama para que no paséis la noche bajo la lluvia?

El tono de voz suena acusador, y nuevamente siento que estoy siendo injusta con él, pero también que hago bien en establecer las distancias. Por muy amable que haya sido conmigo, Dallas es el típico chico que terminará convirtiéndose en el tipo de hombre que mi madre siempre ha llevado a casa: guapos y seductores, pero adictos a pasar las noches en el bar y a no comprometerse. Hombres que, en definitiva, se convierten en una fuente inagotable de problemas. Y no quiero eso para mí, pero tampoco ser desagradable con alguien que ha sido amable conmigo, así que me disculpo:

—Tienes razón, lo lamento; estoy siendo muy desagradecida contigo. Será mejor que me vaya a dormir. Aunque antes necesitaría secarme el cabello. ¿Por casualidad tienes un secador de pelo?

—Tercer cajón del baño.

Asiento en silencio y me meto en el cuarto de baño. Cuando salgo, Dallas me mira detenidamente y susurra admirado:

—Tienes un cabello precioso.

Su comentario me sorprende. El cabello que había estado mojado sobre mi espalda hasta ese momento, una vez seco se ha convertido en una melena de bucles rubios que, como he comprobado en el espejo, acentúan la dulzura de mi rostro. El hecho de que a él le guste me halaga y me pone nerviosa a la vez. Dallas advierte mi turbación y me pregunta:

—¿Nadie te lo ha dicho nunca?

Yo vacilo. Lisa siempre me cuenta que tengo el cabello de una princesa, algo que no voy a repetir delante de un chico como Dallas. Así que me encojo de hombros y me vuelvo para retirarme a la habitación, pero él sugiere:

—Quédate y hablamos un rato.

—Creía que no te gustaba hablar con las chicas. —Le recuerdo.

—No, pero dado que voy a dormir en el sofá y no tengo sueño, quizá si hablas lo suficiente me entrarán ganas de dormir.

—Eso es muy poco halagador —protesto.

—No necesito halagar a nadie.

—No lo dudo. Pero no puedo. Tengo que controlar la respiración de Lisa y si dejo la puerta abierta puede despertarse al oírnos hablar.

Dallas hace un gesto, contrariado, pero se levanta y rebusca en un armario diciendo:

—Tengo una idea…

Cuando veo lo que ha encontrado, arqueo una ceja, incrédula:

—¿De dónde has sacado un aparato de escucha para bebés?

—Los antiguos dueños de la caravana se lo dejaron. Y como te habrás dado cuenta, en mi desorden hay lugar para muchas cosas.

Su tono es irónico y burlón, así que replico:

—No te he dicho nada sobre el orden de la caravana.

—No ha hecho falta: a veces puedes ser muy expresiva —insiste él.

Yo vacilo antes de contestar, pero decido que si el chico duro quiere jugar, jugaremos:

—No voy a disculparme por mis pensamientos, solo por mis palabras.

—Muy profundo… Entonces ¿te quedas un rato conmigo?

—Está bien. —Accedo a regañadientes.

Su sonrisa victoriosa se hace más amplia, y sé que en algún lugar de su mente está pensando que soy como las demás. No sabe lo equivocado que está. Con un movimiento que no sé si pretende ser sexy pero que lo es, se dirige a la nevera y me ofrece:

—¿Te apetece una cerveza?

Yo niego con la cabeza, y él se burla:

—No bebes. Lo sabía.

—¿Qué es lo que sabías? —Mis palabras incluyen una velada amenaza de que no me gusta que me cataloguen antes de conocerme, pero no parecen causar efecto en él, porque contesta:

—Eres el prototipo de chica Disney: vestido de flores, nada de alcohol ni de sexo y una vida llena de castos besos en las mejillas con chicos que van a la iglesia todos los domingos. La definitiva chica buena.

Siento cómo los ojos me centellean, y contesto con la verdad, marcando mi terreno:

—No te confundas, no soy una chica buena. Pero la enfermera ha dicho que Lisa podría tener otro ataque, así que la idea de estar borracha si ella comienza a ahogarse de nuevo no es muy tentadora. Aunque no espero que comprendas eso.

Su expresión cambia rápidamente, y mira la cerveza que ha tomado para él. En un tono mucho más amable sugiere:

—Si eso pasara, necesitarías mi ayuda, así que tengo una idea: compartámosla. Ninguno de los dos beberá lo suficiente como para que le afecte, pero al menos yo después de esta noche necesito un trago.

Sonrío. En realidad yo también lo necesito, aunque no le daré la satisfacción de ponérselo tan fácil, así que me limito a encogerme de hombros aceptando su propuesta. Él da un sorbo a su cerveza y después, sentándose a mi lado, me la pasa. Yo doy otro sorbo y me sorprendo al pensar que hay algo muy erótico en que ambos bebamos de la misma botella; también que eso tiene el poder de excitarme de forma inconveniente. Dallas se equivoca: no soy una chica buena, solo trato de parecerlo porque es lo que mis hermanos necesitan. Por ellos tengo que ser responsable, controlar mis hormonas adolescentes revolucionadas por alguien como Dallas y concentrarme en lo único que importa: mi familia. Así que suspiro, le tiendo la cerveza y, tratando de sacarme de la cabeza sus sensuales labios cada vez que dan un trago a la botella, permanezco con la vista al frente. Dallas me mira de reojo y comenta tendiéndome de nuevo la botella:

—Hay algo que debes saber. Los páramos son sitios peligrosos, sobre todo de noche. El bar en el que me encontraste, también. Ya que eres nueva en la ciudad, debes aprender los lugares a los que no conviene que vayas.

—Pero tú vas a ese bar —protesto.

—Nadie se atrevería a meterse conmigo. Tú eres otra historia.

—Sé cuidar de mí misma. —Le recuerdo, molesta por que me trate como a una niña.

Dallas sonríe y deduzco que está pensando en la cara desencajada por la sorpresa de ese tipo cuando lo he lanzado al suelo. Intrigado, me pregunta:

—¿Dónde aprendiste a pelear?

—Es una larga historia.

—Yo sigo sin tener sueño…

De nuevo, dudo antes de contestar. Nunca cuento a nadie lo que sucede en mi vida, quizá porque tampoco tengo amigos a quien hacerlo. Solo tengo a mis hermanos, y siempre estoy midiendo mis palabras con ellos, sobre todo con Lisa. Así que, algo envalentonada por la cerveza, de la que ya llevamos la mitad, doy un nuevo sorbo antes de decir:

—Me enseñó un vecino que era marine retirado.

—¿Por qué lo hizo? ¿Te gusta meterte en líos?

Definitivamente, necesito otro golpe de cerveza antes de confesar:

—No, no me gustan los conflictos, y no empiezo nunca una pelea. Pero no permitiré que abusen de mí sin tratar de defenderme. Es lo que mi vecino me enseñó. —Él me interroga con las cejas y yo le explico—: Mi madre trajo a uno de sus novios a vivir con nosotros. Era guapo, alcohólico y había estado en la cárcel; perfecto para ella y para sus gustos, pero una terrible decisión para nosotros. Nos insultaba, nos castigaba sin motivos y, una mañana que nos quedamos a solas él y yo, hasta me atacó… Era fuerte, y antes de que me diera cuenta me tenía bloqueada contra la pared. —El horror se adueña del rostro de Dallas, así que acelero la explicación de la historia—: Grité con fuerza y, por suerte, mi vecino me oyó, de modo que entró como una exhalación, lo alejó de mí y se lo llevó a golpes no sé adónde. Cuando mi madre volvió, mi salvador tuvo una discusión enorme con ella en la cual la amenazó con denunciarla si aquel tipo volvía a acercarse a nosotros. Mi madre le dijo que no se metiera en sus asuntos y, al día siguiente, él me hizo ver que necesitaba aprender a defenderme, porque nadie más lo haría por mí. Y no andaba desencaminado.

—¿Qué pasó con el tipo que te atacó?

—No volvió, no sé si porque mi madre entró en razón y rompió con él o porque después de la paliza que el vecino le dio no se atrevió a enfrentarse a la posibilidad de que lo golpeara de nuevo.

Cuando me detengo, Dallas hace algo que me sorprende. Me cubre la mano con la suya y juguetea unos segundos con los dedos diciendo:

—Lamento lo que he dicho antes.

Yo doy otro trago y bromeo:

—No importa, lo cierto es que el aspecto Disney normalmente me va muy bien para conseguir lo que quiero, aunque en el hospital me haya fallado. —Dallas me observa y soy consciente de que estoy hablando demasiado. Así que comento—: Es tarde y estoy cansada; será mejor que vaya a dormir.

—Espera, todavía no has conseguido que me duerma —protesta, y me retiene la mano.

Yo suspiro, y lo cierto es que hay algo extraordinariamente agradable en el roce de las yemas de los dedos de él con las de los míos. Y sin embargo, no debo dejarme llevar por eso, así que pregunto burlona:

—Imagino que un chico duro como tú no querrá que le cuente un cuento como hago con mi hermana.

La mirada verde de Dallas se clava en la mía, y se acerca más a mí preguntándome:

—¿Has dicho que eres una chica mala y no se te ocurre nada mejor para dormirme que un cuento?

El corazón me da un vuelco. Comienzo a entender por qué todas las chicas se vuelven locas por él. Dallas tiene algo más aparte de belleza y un cuerpo impresionante. Está en su aura, en la forma que tiene de acariciarme, consiguiendo con un solo roce que todo mi cuerpo se excite como no lo había hecho nunca. Un escalofrío me recorre la espina dorsal. En mi mundo centrado en controlar a mi desastrosa madre y cuidar de mis hermanos, no ha habido lugar para este tipo de sensaciones. Quizá por ello me estoy sintiendo tan alterada, me digo convencida. Es solo que no estoy acostumbrada a estar a solas con un chico, y menos con uno tan sexy como Dallas. Así que tratando de recuperar el tono institutriz que tan útil me resulta para hablar con adultos replico:

—No hablaba de sexo. Además, te recuerdo que mi hermana está detrás de esa puerta y que has dicho en la cafetería que no soy tu tipo, así que deja de hacerme insinuaciones.

Mis palabras provocan un efecto curioso en Dallas, porque se ríe a carcajadas. Yo le interrogo con la mirada y pregunto:

—¿Y ahora por qué te ríes?

—Porque es la primera vez en toda mi vida que tengo que hacer insinuaciones.

Sus palabras me hacen sonreír también a mí, pero antes de que pueda pensar una réplica, mi teléfono comienza a sonar al son de una sensiblera canción de amor avisándome de que estoy recibiendo mensajes. Aliviada, comento:

—¡He recuperado la cobertura! ¿Me acercas el teléfono, por favor?

Dallas sonríe ante mi entusiasmo por unos simples mensajes y alarga la mano para pasármelo. Al hacerlo, aunque finja que lo hace sin darse cuenta, mira la pantalla y exclama:

—¡Veinte mensajes de un tal Cody! Tienes un novio muy insistente.

Durante un segundo me pregunto si su tono es de burla o de celos, pero dado que esto último me parece imposible en alguien que presume de tener a todas las chicas que quiere, le digo la verdad:

—No es mi novio, sino mi hermano pequeño. Y tengo que hablar con él, pues debe de estar muy preocupado. Voy a llamarlo, ¿puedes vigilar a Lisa? Aprovecharé para hablar con él fuera de la caravana ya que ahora no llueve.

Dallas asiente, aunque tengo la impresión de que se le pasa por la cabeza preguntarme por qué no puedo hablar con mi hermano delante de él. Por suerte no me dice nada al respecto y salgo a conversar con Cody sin tener que dar explicaciones. Cuando regreso, varios minutos más tarde, comenta:

—Pareces inquieta.

—Lo estoy: no me gusta que estemos separados.

—¿Por qué te preocupas tanto por tu hermano? Está con tu madre…

No termina la frase, y leo en su mente que se está cuestionando toda mi historia. Bien, puede que le haya contado por qué aprendí defensa personal, pero no me voy a arriesgar a revelar mi secreto a nadie, así que contesto con vaguedad:

—Soy una hermana muy protectora. Y ahora necesito descansar un poco. Gracias por todo, Dallas. Hasta mañana.

Él me da las buenas noches mientras sigue clavando la mirada interrogativamente en mí. Es un chico listo, advierto, así que si no quiero que mi historia salga a la luz, voy a tener que volver a mi antigua pauta de mantenerme alejada de todo y de todos. No importa lo agradable que sea estar con alguien de mi edad, ni que una parte de mí todavía esté emocionada por las sensaciones que la cercanía de Dallas me provoca; lo más importante siguen siendo mis hermanos. De forma que entro en la habitación y me cambio de ropa, aunque cuando me meto en la cama, no puedo evitar pensar que también me resulta muy erótico saber que estoy durmiendo con su camiseta. Me pongo de lado y mi nariz aspira el olor de colonia masculina de Dallas, lo que me provoca un nuevo escalofrío de placer en la espina dorsal. Con un gesto de fastidio, trato de apartarlo de la mente, pero algo me dice que hoy en mis sueños van a colarse mucho más que facturas y obligaciones.