13 – ¿QUÉ DIOSA CONSIGUE LA MANZANA DE ORO?
La rivalidad, los conflictos y las alianzas entre diosas suceden dentro de la psique de una mujer como sucedieron una vez en el monte Olimpo. ¿A cuál de ellas sigue una mujer? ¿A cuál ignora? ¿Cuál es su verdadero grado de elección? Estos personajes internos representan poderosos patrones arquetípicos compiten por expresarse, al igual que las mismas diosas griegas se disputaron en otro tiempo la manzana de oro, el precio decidido por el juicio de Paris.
El juicio de Paris
Todas las diosas y dioses del Olimpo, excepto Eris, diosa de la discordia y de los conflictos (una Diosa secundaria), fueron invitadas/os a las fiestas nupciales de Peleo, rey de Tesalia, y Tetis, la bella ninfa del mar. Eris se presentó sin ser invitada a este gran acontecimiento, y se vengó por este desaire. Interrumpió las celebraciones arrojando entre los presentes una manzana de oro con la inscripción “a la más hermosa”. La manzana rodó por el suelo e inmediatamente fue reclamada por Hera, Atenea y Afrodita. Cada una de ellas sentía que aquélla era suya por mérito y derecho propios. Por supuesto pudieron decidir entre ellas quién era la más hermosa, así que recurrieron a Zeus para que él decidiera. Éste declinó tomar una decisión, dirigiéndolas en cambio a que encontrase al pastor Paris, un mortal con buen ojo para las mujeres hermosas, que tendría que elegir.
Las tres diosas encontraron a Paris viviendo una vida bucólica en una montaña de ninfas en las laderas del monte Ida. Cada una de las tres bellas diosas intentó por su parte influir en su decisión con un soborno. Hera le ofreció poder sobre todos los reinos de Asía si él le concedía la manzana. Atenea le prometió la victoria en todas las batallas. Afrodita le ofreció las más bellas mujeres del mundo. Sin dudarlo, Paris declaró a Afrodita como la más bella, y le concedió la manzana de oro, incurriendo así en el eterno odio de Hera y Atenea.
Este juicio de Paris desembocó posteriormente en la guerra de Troya. Paris el pastor era príncipe de Troya. La mujer más bella del mundo era Helena, la esposa de Menelao, uno de los reyes griegos. Paris recogió su recompensa raptando a Helena, esposa de Menelao, y llevándosela con él de vuelta a Troya. Este acto provocó una guerra entre los griegos y los troyanos que duró diez años y acabó con la destrucción de Troya.
Cinco diosas y dioses del Olimpo se pusieron de lado de los griegos: Hera y Atenea (cuya toma de partido a favor de los griegos estaba teñida por su animosidad hacia Paris), junto con Poseidón, Hermes y Hefestos. Cuatro dioses y diosas tomaron partido por los troyanos: Afrodita, Apolo, Ares y Artemisa.
El juicio de Paris también inspiró algunas de las más grandes obras de la literatura y del teatro de la civilización occidental. Los acontecimientos desencadenados por aquella decisión fueron inmortalizados en la Ilíada, la Odisea y la Eneida (las tres grandes epopeyas clásicas), así como en las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides.
La actualización del juicio de Paris
Toda mujer contemporánea se enfrenta a su propio Juicio de Paris personal. Las cuestiones son las mismas que las que se plantearon a los invitados del Olimpo:”¿Cuál de las diosas consigue la manzana de oro?”, y “¿quién es el juez?”.
¿Cuál de las diosas consigue la manzana de oro?
En el mito, sólo tres de las diosas presentes reclamaron la manzana para ellas, éstos fueron Hera, Atenea y Afrodita. No obstante, en la psique individual de una mujer las rivales pueden ser diferentes. Tal vez sólo dos compiten por la manzana, o tres, o cuatro (pueden darse cualquiera de las combinaciones de conflicto entre las siete diosas). Dentro de cada mujer, los arquetipos activados luchan frecuentemente por la supremacía o compiten por dominar.
Según el mito original. ¿Qué significa elegir a “la más hermosa” al rivalizar Hera, Atenea y Afrodita por tener la preminencia sobre las otras dos? Al considerar lo que simbolizan estas tres diosas, quedé sorprendida cuando me di cuenta de que pueden representar las tres direcciones principales que puede tomar la vida de una mujer, aspectos que pueden estar frecuentemente en conflicto en el interior de una mujer. Hera pone el matrimonio en primer lugar; así lo haría la mujer que se identifica con las metas de Hera. Atenea valora el uso del intelecto para realizar la maestría; una mujer que la venera como la más hermosa consideraría su carrera en primer lugar. Afrodita favorece la belleza, el amor y la pasión, junto con la creatividad como los valores definitivos, y la mujer que está de acuerdo con ella colocará la vitalidad de su vida subjetiva por encima de las relaciones estables y de los logros.
Estas decisiones son fundamentalmente diferentes, porque cada una de estas tres diosas se encuentra en una categoría diferente. Hera es una diosa vulnerable, Atenea una diosa virgen, y Afrodita es una diosa alquímica. En las vidas de las mujeres, habitualmente predomina uno de los tres estilos representados por estas categorías.
¿Quién juzga? ¿Quién decide cuál de las diosas consigue la manzana de oro?
Según el mito, un mortal tomó la decisión. En las culturas patriarcales, los hombres son quienes las toman. Y, por supuesto, si son los hombres quienes deciden cuál debe ser el lugar de las mujeres, la elección queda limitada a lo que les conviene. Por ejemplo, las tres “K” —Kinder, Küche, Kirche— (niños, cocina e iglesia) definieron en otros tiempos los límites de la mayoría de las vidas de las mujeres alemanas.
En un nivel personal, la cuestión “¿cuál de las diosas consigue la manzana de oro?” describe una rivalidad que continúa hoy día. Empezando con los padres y demás familiares, y continuando con las profesoras, compañeras de clase, amigas, novios, maridos, e incluso con los hijos. El juicio de Paris continúa todavía, y todo el mundo reparte o retiene “manzanas de oro”, recompensando con su aprobación lo que le agrada, la niña que tiene un aspecto silencioso y solitario en su personalidad (gracias a Hestia), y al mismo tiempo es una jugadora de tenis competitiva (debido tal vez a la influencia de Artemisa o de Atenea), y cuyas cualidades maternales (Deméter) salen con sus primos pequeños, descubrirá que consigue más aprobación por unas cosas que por otras. ¿Le alaba su padre por haber jugado una buena partida de tenis o por comportarse como una pequeña madre? ¿Qué es lo que valora su madre? ¿Es la suya una familia introvertida, que supone que sus miembros pasen el tiempo tranquilamente ocupados en sus propios asuntos? ¿O se trata de una familia extravertida que piensa que cualquiera que quiera estar solo es una persona extraña? ¿Se supone que una niña se retenga, no muestre su verdadera capacidad y deje siempre que el hombre gane? ¿Qué hace respecto a lo que esperan los demás?
Si una mujer deja que otros decidan lo que es importante para ella, vivirá conforme a lo que esperan sus padres de ella y se adecuará a sus prejuicios de clase social sobre cómo tiene que actuar. En su vida. Las diosas que han de ser cultivadas serán determinadas por los demás.
Si una mujer decide por sí misma “cuál de las diosas consigue la manzana de oro”, basando dicha decisión en la fuerza que tiene dentro de sí esa diosa, entonces, cualquier cosa que decida tendrá un sentido para ella. Puede que sea apoyada o no por su familia y por la cultura, pero su decisión será auténtica.
Diosas en conflicto: la metáfora del comité
En el interior de una mujer, las diosas pueden competir entre sí o puede que gobierne una de ellas. Cada vez que la mujer debe tomar una decisión fundamental, tal vez se produzca una contienda entre las diferentes diosas para conseguir la manzana de oro. Si ocurre esto, ¿es la mujer la que decide entre las prioridades, los instintos y los modelos de comportamiento en lucha? ¿O son las diosas quienes deciden por ella el camino que emprende?
Joseph Whellwright, analista junguiano y uno de mis mentores, afirma que lo que ocurre dentro de nuestra cabeza se asemeja a un comité, en el que se sientan varios aspectos de nuestra personalidad alrededor de una mesa, masculinos y femeninos, jóvenes y viejos, algunos ruidosos y exigentes, otros silenciosos y reservados. Si somos afortunados, un ego saludable se sienta en la cabecera de la mesa y preside el comité, decidiendo cuándo y quién inicia su turno o toma la palabra. El presidente de un comité mantiene el orden al ser un participante y observador, al mismo tiempo que un ejecutivo eficaz, cualidades en común con un ego que funcione bien. Cuando el ego funciona adecuadamente, el resultado es un comportamiento apropiado.
Presidir el comité no es una tarea fácil, especialmente cuando existen diosas dentro de cada mujer, que exigen y reclaman el poder, a veces en abierto conflicto entre sí. Cuando el ego de una mujer no puede mantener el orden, el arquetipo de una de las diosas puede intervenir y dominar la personalidad. En este caso, esa diosa gobierna metafóricamente a la mujer mortal. O puede producirse el equivalente interno a una guerra olímpica cuando entran en conflicto elementos arquetípicos igualmente poderosos.
Cuando una persona se halla en medio de un conflicto interno, el resultado depende de cómo trabajen en colaboración los “miembros” del comité de esa persona concreta. Como todos los comités, el funcionamiento del grupo depende de su presidente y de sus miembros: quiénes son, hasta qué medida es cooperativo o contencioso el proceso del grupo y qué grado de orden mantiene el presidente.
El proceso armonioso: el ego funciona bien como presidente, y todas las diosas tienen la oportunidad de ser oídas
La primera posibilidad es que exista un proceso armonioso, presidido por en ego que observa y que puede tomar decisiones claras basado en una información adecuada. El ego es consciente de los elementos constitutivos y de sus diferentes motivaciones y necesidades. Se escuchan todos los aspectos relevantes de la personalidad, se toma en consideración la realidad y se tolera la tensión. Como cada diosa expresa un instinto, valor o aspecto particular de la psique de una mujer (la totalidad de la personalidad), la extensión de lo que tienen que decir una diosa depende de lo poderoso que sea ese arquetipo concreto, de lo involucrado que esté en el asunto de que se trate y de qué cantidades de turnos para hablar le conceda el ego (el director del comité).
Por ejemplo, puede tratarse de una decisión de una mujer sobre qué hacer un domingo. Hestia favorece la soledad y propone un día tranquilo y casero. Hera siente que tiene la obligación de visitar a los parientes de su marido. Atenea le recuerda que tienen un trabajo por acabar para consolidar una propuesta. Artemisa aboga por ir a una conferencia feminista.
O bien, la decisión puede versar sobre qué hacer con la segunda parte de la vida. En este caso, cada aspecto de la personalidad, cada diosa, puede tener intereses particulares en el resultado. Por ejemplo, ¿es el momento, “ahora que los hijos han crecido”, de terminar con un matrimonio insatisfactorio? En esta cuestión, Deméter puede que incline la balanza. Tenía una alianza con Hera para permanecer en una situación desgraciada “a causa de los hijos”. ¿Unirá ahora sus fuerzas a las de Artemisa para ser independiente?
¿O es el momento de volver a estudiar o de hacer un cambio de profesión, siguiendo así a Atenea o a Artemisa?
¿O habrá llegado finalmente el turno de escuchar a Deméter y a Hera? ¿Ha concentrado la mujer todas sus energías en desarrollar su carrera y en llegar a ser una excelente profesional y, habiendo llegado a la mitad de la vida a su destino o a un techo, siente la emergencia del instinto maternal gracias a Deméter? ¿O sabe que está sola, observa con envidia a las parejas, y desea estar casada, cuando hasta la fecha se había negado a seguir a Hera?
¿O es la diosa que falta la más tranquila de todas? ¿Ha llegado el turno de Hestia, cuando la mediana edad trae consigo una necesidad de reflexión y de búsqueda de valores espirituales?
La mediana edad puede adoptar una nueva configuración de las diosas, o la nueva preeminencia de una de ellas. Este cambio de potencial sucede en cada una de las principales nuevas etapas de la vida —adolescencia, vida adulta, jubilación, menopausia—, así como en la mediana edad. Cuando llega un tiempo de transición, si el ego está a cargo de un proceso armonioso, reflexivo y consiente, la mujer considera las prioridades, las lealtades, los valores y los factores de la realidad. No fuerza una resolución de las opciones en conflicto; la resolución llega después de que los problemas se han clarificado. Este proceso puede tomar cinco minutos, cuando decide qué hacer un domingo. O puede tomar cinco años cuando lo que está considerando es un cambio fundamental en su vida.
Por ejemplo, he visto mujeres luchando durante años para resolver la cuestión de tener o no hijos. Estas mujeres se preguntan qué hacer con su instinto maternal y qué hacer con su profesión. Y qué debe hacer si su marido y ella están en desacuerdo, si uno de los dos quiere un niño y el otro no. ¿Qué debe hacer cuando ya ha pasado de los treinta años y la maternidad comienza a ser una posibilidad limitada en el tiempo?
Todas estas cuestiones invadieron a la artista Georgia O’Keefee, que nunca tuvo un hijo. Por la biografía de Laura Lisle, sabemos que O’Keeffe había sentido desde su infancia un impulso interno de ser artista. También sabemos que cuando tenía unos veinticinco años confirmo a una amiga. “Voy a tener una hijo; en caso contrario, mi vida no será completa”[1].
Cuando “la cuestión de los hijos” era un problema fundamental, estaba profundamente enamorada de Alfred Stieglitz, con el que convivió primero y se casó después. Él era una de las fuerzas más influyentes del arte moderno. Su galería y sus opiniones sobre el arte y los artistas creaban la fama de éstos. Stieglitz estaba convencido de que O’Keeffe no sería nunca madre porque esto la desviaría de su pintura. Treinta años mayor que ella, y siendo ya padre de hijos mayores, Stieglitz tampoco quería volver a ser padre de nuevo.
El conflicto dentro de ella y con él sobre la cuestión de los hijos, que empezó en 1918, continuó durante cinco años, aparentemente y sólo se resolvió después de que dos acontecimientos inclinaron la balanza de un lado. En 1923 se exhibieron cien de sus cuadros. Tal vez por primera vez tuvo la confirmación externa de que era posible realizar el sueño de ser una artista con éxito. El mismo año, la hija de Stieglitz dio a luz a un hijo y después cayó en una grave depresión post-parto de la que nunca se recupero totalmente.
El interés por Stieglitz, por su relación y por su carrera como artista alinearon muchas partes de O’Keeffe contra un fuerte instinto materno. Hera, Afrodita, Artemisa y Atenea se pusieron todas juntas en contra de Deméter.
Aunque esta posición común de estas diosas, junto con las circunstancias, inclinaron la decisión de no tener un hijo, O’Keeffe tuvo que abandonar la posibilidad de ser madre sin sentirse por ello resentida; en otro caso, esta cuestión (o cualquier otra) no queda plenamente resuelta. Cuando una persona siente que no tuvo elección y que fue forzada a abandonar algo importante por alguna circunstancia interna, o por una compulsión interior, se siente enfadada, impotente y deprimida. El resentimiento mina su vitalidad y la impide concentrarse por completo en lo que está haciendo, por mucho sentido que tenga la tarea en cuestión. Para que O’Keefe (o para cualquier mujer), pudiera experimentar la pérdida de algo importante, y después sumergirse en un trabajo creativo, el ego tenía que ser algo más que un observador pasivo que pusiera de acuerdo la fuerza de decisión de los diferentes arquetipos. Tiene que asumir el resultado. Para hacerlo, una mujer ha de ser capaz de decir: “ve lo que soy y cuáles son las circunstancias. Afirmo estas cualidades como parte de mí, y acepto la realidad tal como es”. Sólo entonces puede liberarse la energía de un problema para ser usada en cualquier otra cosa.
La ambivalencia de oscilar: el ego es ineficaz cuando diosas en competencia luchan por obtener el dominio
Aunque un proceso armonioso es la mejor resolución, por desgracia no es el único modo como puede solucionarse el conflicto interno. Si el ego se pone pasivamente de lado de cualquiera de las partes que temporalmente tiene el poder, de ello resulta un patrón de comportamiento oscilante, cuando primero “gana” una parte y obtiene lo que quiere, y después la otra.
Por ejemplo, una mujer casa puede estar muy indecisa respecto a terminar con una relación (sabiendo que si no acaba con ella, será el fin de su matrimonio). Puede que sienta que su conflicto interno es irresoluble e inacabable, como pareció en otro tiempo la guerra de Troya. Una mujer con un ego ineficaz termina repetidamente una relación sentimental, para volver a ser arrastrada a ella una y otra vez.
La guerra de Troya es una metáfora adecuada para describir esta situación. Helena, el premio por el que luchaba, era como un ego pasivo en medio de un conflicto matrimonial-amoroso. Un ego pasivo es retenido como rehén, como posesión, primero de una parte, y después de otra.
Las fuerzas griegas intentaban devolver a Helena a su marido. De su parte se encontraban los defensores del matrimonio. La principal fue Hera, diosa del matrimonio, que insistió en que continuase la lucha, hasta que Troya fue destruida y Helena devuelta a su marido, Menelao. También, ayudando a los griegos, estuvo Hefestos, dios de la forja, que hizo la armadura para Aquiles. La simpatía de Hefestos por la posición griega es comprensible, puesto que era el marido engañado de Afrodita. Otro aliado de los griegos fue Poseidón, el dios patriarcal que vivía bajo el mar. También Atenea, defensora de los derechos de patriarcado, se puso naturalmente de lado del marido legal.
Estas/os diosas/es del Olimpo representan actitudes dentro de una mujer que actúan en ella para conservar el matrimonio como una promesa sagrada y como una institución legal, convencidos de que la esposa es una posesión del marido, por lo que sintieron simpatía por Menelao.
Afrodita, diosa del amor y ganadora de la manzana de oro, se puso, por supuesto, del lado de Troya. Es interesante que también lo hicieran Artemisa y Apolo, los gemelos andróginos que pueden simbolizar los roles no estereotipados de los hombres y de las mujeres, y que son posibles únicamente cuando se desafía el poder del patriarcado. El cuarto dios del Olimpo que tomó posición a favor de Troya fue Ares, dios de la guerra, que (al igual que Paris) hacía el amor con la esposa de otro hombre. Ares era el amante de Afrodita.
Estas/os cuatro diosas/es del Olimpo representan elementos o actitudes en la psique de una mujer, que suelen tomar parte en una relación sentimental. Representan la pasión sexual y el amor. Representan la autonomía y la insistencia en que su sexualidad le pertenece y no es una posesión de matrimonio ni de su marido. Estas/os cuatro se rebelan contra los papeles tradicionales y son impulsivos. De esta manera, unen sus fuerzas en una aventura sentimental que puede considerarse una declaración de guerra contra su marido.
Si el ego de una mujer su pone pasivamente del lado del ganador momentáneo del conflicto amoroso y de la competición externa por conseguirla, ella oscilará de uno a otro de los dos hombres del triángulo. Esta ambivalencia perjudica ambas relaciones y a todas las personas involucradas.
El comité caótico: el ego queda sobrepasado por las diosas en conflicto
Cuando surgen feroces conflictos en la psique de una mujer y el ego no puede mantener el orden, ni siquiera es posible que pueda empezar un proceso armonioso. Surgen muchas voces, de las que resulta una cacofonía del ruido interno. Como si las diosas estuvieran gritando en alto sus intereses, intentando cada una de ellas ahogar la voz de las demás. El ego de una mujer no puede distinguir lo que está diciendo cada voz dentro de ella, mientras crece internamente una gran presión. La mujer en la que se produce este caos se siente confusa y presionada a hacer algo, en el momento en el que no puede mantener una claridad de pensamiento.
Una vez tuve un paciente “comité caótico” y que estaba a punto de dejar a su marido. No había otro hombre, y se trataba de un matrimonio que otros idealizaban. Mientras fue ella la que consideraba separarse, podía oír los muchos puntos de vista que competían entre sí de una manera más o menos racional. Pero cuando le dijo a su marido lo que estaba reflexionando y dejó de sospesar cada aspecto de la cuestión, estalló el caos interno. Decía que sentía como si “tuviera una lavadora funcionando dentro de mi cabeza”, o como si “estuviera dentro de ella”. Aspectos d sí misma reaccionaban alarmados y atemorizados a lo que constituía una decisión auténtica, aunque llena de riesgos.
Por un tiempo estuvo inmovilizada, su ego estuvo temporalmente abrumado. Pero más que abandonar y volver hacia atrás, se agarró a la necesidad de poner las cosas en claro, y permaneció con algunas amigas hasta que llego a tener cierta claridad. Poco a poco, su ego recuperó su posición habitual, y escuchó las voces de alarma y de miedo. Al final, dejó a su marido. Un año más tarde, por fin estuvo segura de haber tomado la decisión adecuada.
En tal situación es útil hablar a alguien de los miedos e impulsos conflictivos, o escribirlos, para empezar el proceso de aclarar las posibles soluciones en lucha. Cuando se descompone en preocupaciones diferentes una aglomeración de problemas, puede que el ego no se sienta abrumado.
El “comité caótico” es con frecuencia algo temporal, un corto lapso que sigue a una relación caótica inicial o a algo que se percibe como nuevo y amenazador. Poco después, el ego restaura el orden. Sin embargo, si no lo hace, el caos mental puede llevar a que se produzca un derrumbamiento psicológico. El espíritu continúa lleno de emociones, pensamientos e imágenes que compiten entre sí; se hace imposible pensar de manera lógica y la persona deja de funcionar.
Miembros favorecidos y miembros censurados del comité: el presidente, con una actitud parcial, favorece a algunas diosas y se niega a reconocer a otras.
Como presidente, un ego con una actitud parcial reconoce únicamente a ciertos miembros del comité. Silencia a otros que expresan necesidades, sentimientos o puntos de vista que considera inaceptables, no permitiendo que se expresen. Censura todo lo que no quiere mirar o escuchar, de manera que en la superficie no parece que exista conflicto alguno. Algunas diosas, o incuso una sola, mantienen a veces el “estatus de diosa favorecida”, predominando entonces sus puntos de vista. Éstas son las diosas con las que se identifica el ego.
Mientras tanto, se suprimen o reprimen la perspectiva y las prioridades de las diosas desfavorecidas. Pueden ser acalladas, o incluso estar presentes en el comité. Su influencia se siente “fuera de la sala de reuniones del comité” (fuera de la conciencia). Acciones, síntomas psicosomáticos y ciertos estados de humor pueden ser expresiones de estas diosas censuradas.
“Reaccionar de manera pasiva” es una conducta inconscientemente motivada que reduce la tensión creada por los sentimientos conflictivos. Por ejemplo, una mujer casada, Bárbara, se siente resentida porque, Susana, la hermana de su marido, presupone que siempre puede conseguir que ella la lleve en coche. Bárbara no puede decir que no sin sentirse egoísta y culpable, y no puede enfadarse porque el enfado es algo inaceptable. Así, su ego, actuando como presidente, se pone de lado de Hera y de Deméter, las diosas que insisten en que sea una buena esposa que cuide de los familiares de su marido y en que sea una persona siempre dando a los demás y cuidando de ellos. Se va acumulando así una tensión interna, que ella descarga “reaccionando de manera pasiva”. Bárbara “olvida” la cita para recoger a Susana. Enfrentarse a Susana de manera deliberada habría sido un comportamiento muy hostil, algo que Artemisa o Atenea podrían defender que se hiciera incluso a propósito. Sin embargo, mediante el “olvido”, Bárbara “expresa” su hostilidad y disuade a Susana de su hábito. Pero Bárbara todavía es “inocente” respecto a su propio enfado y a su afirmación de independencia.
Una de mis pacientes proporcionaba otro ejemplo más significativo de “reaccionar de manera pasiva”. Tenía que acudir a un ensayo para un papel secundario de una importante película. El director la había visto y había pensado que ella podría ser perfecta para ese papel, así que le había pedido que lo intentase. Se trataba de una gran oportunidad. Esta actriz de treinta años era miembro de una pequeña compañía de teatro y vivía con su director. Durante tres años habían tenido una relación de rupturas y reconciliaciones.
En alguna parte de sí misma sabía que él no podría soportar que ella tuviera más éxito que él. Pero había reprimido esta información, junto con otras comprensiones internas que la protegían de verle tal como él era en realidad. Cuando llegó la oportunidad de participar en aquella película, se preparó para el ensayo, ensayó hasta el último minuto, y llegó a estar tan absorta que “perdió la conciencia del tiempo”. Falló la cita.
Así, “expresó” su ambivalencia, aunque deseaba aquel papel y conscientemente hizo todos los esfuerzos posibles por conseguirlo. Artemisa le proporcionaba la ambición, y Afrodita le ayudaba a expresar su talento. Pero inconscientemente ella tenía miedo de conseguir aquel papel y de poner a prueba la relación: Hera había puesto en primer lugar la relación, y Deméter protegía al hombre de sentirse amenazado o inadecuado. Su decisión de no presentarse a desempeñar aquel papel fue tomada fuera del campo de la consciencia.
Los síntomas psicosomáticos pueden ser expresiones de diosas censuradas. Por ejemplo, la mujer independiente que tiene cualidades de Atenea, que nunca pide ayuda ni parece necesitar de nadie, puede crearse úlceras o ataques de asma. Tal vez ése sea el único camino que su ego puede permitir a la Perséfone dependiente de conseguir algo de atención y cuidados maternales. O el tipo de mujer Madre Tierra, que lo da todo, puede llegar a tener hipertensión lábil. Su presión sanguínea se dispara hacia arriba a partir de constantes normales, normalmente cuando ella se comporta de una manera especialmente generosa. Aunque puede no tener suficientes elementos de Artemisa para permanecer centrada en sus propias prioridades, siente tensión y resentimiento cuando con tanta prontitud pone las necesidades de los demás en primer lugar.
Ciertos estados de humor pueden revelar también la existencia de diosas censuradas. La actitud distante en la que cae una felizmente casada cuando oye noticias de amigas que tomaron caminos diferentes puede representar las emociones de ciertas diosas vírgenes. Esa vaga insatisfacción sentida por la mujer profesional cuando tiene el periodo podría ser debida a una Deméter insatisfecha.
El cambio de engranaje: cuando varias diosas “se turnan”
Las mujeres se describen a sí mismas a menudo como que son “más de una sola persona” cuando varias diosas se turnar en poseer la influencia dominante. Por ejemplo, Carolyn vende más de un millón de dólares al año en seguros; se ocupa de miles de detalles y va activamente en búsqueda de clientes. En el trabajo es una mezcla eficiente de Atenea y Artemisa. En casa, la tigresa de los negocios se convierte en una solitaria gatita que se pasea tranquilamente por la casa y el jardín, como una introvertida Hestia disfrutando de la soledad.
Leslie es la persona que tienen las ideas en su agencia de publicidad. Sus presentaciones son brillantes. Si creatividad y su capacidad de persuasión hacen de ella una persona muy eficaz. Es una mezcla dinámica de Artemisa y de Afrodita, que fácilmente se transforma en una Perséfone complaciente cuando está con su marido.
Ambas mujeres son conscientes de que se comportan como dos personas diferentes cuando cambian de engranaje y van de una faceta de su personalidad a otra; los cambios diarios son naturalmente perfectos para ellas. En cada situación se sientes auténticas consigo mismas o con las diosas que “se turnan” en expresarse en ellas.
Conociendo los cambios que se producen en sus personalidades, las decisiones psicológicas tipo “una cosa u otra” confunden o divierten a muchas mujeres, que son muy conscientes de que las respuestas dependen de cómo se sientan. Tanto si describen las reacciones de su yo laboral como las de su yo doméstico, la madre o la artista en ellas, es cómo reaccionan cuando están solas o cuando están en pareja influirá en sus respuestas. Muchas veces las respuestas y, por lo tanto, el perfil de la personalidad, parecen depender de “qué diosa” de la mujer está siendo examinada. Como señalaba una psicóloga: “Soy muy extravertida en una fiesta, y no se trata de que me ponga una máscara o una cara de fiesta; ¡se trata de mí misma disfrutando! Pero su me vieseis cuando estoy investigando, soy una persona muy diferente”. En una situación es una Afrodita burbujeante: extravertida, emocionalmente abierta, y sensual. En la otra es una Atenea cuidadosa, llevando a cabo de una manera meticulosa un proyecto que ella ha planificado y del que tienen que reunir pruebas para verificarlo.
Cuando existe un arquetipo principal de diosa que domina la personalidad de una mujer, sus test de tipo psicológico suelen concordar con la teoría junguiana. Será consecuentemente, o bien extravertida (reaccionando directamente a los acontecimientos externos y a la gente), o bien introvertida (respondiendo a las impresiones internas que tiene); utilizará el pensamiento (sospesando las consideraciones racionales) o los sentimientos (sospesando los valores) para evaluar a las personas y a las situaciones; y confiará en la información obtenida a través de los cinco sentidos, o bien en la intuición. A veces sólo una de las cuatro funciones (pensamiento, sentimiento, sensación e intuición) está bien desarrollada.
Cuando existen dos o más arquetipos de diosas dominantes, una mujer no se ajusta forzosamente a un arquetipo psicológico. Puede ser introvertida y extravertido, dependiendo de las circunstancias —y de la diosa que prevalezca—: una Artemisa o una Deméter extravertidas pueden “obtener la manzana de oro” en una situación, pero pasar a ser la Hestia o la Perséfone introvertidas en otra.
Según la teoría junguiana, el pensamiento y el sentimiento son funciones de expresión; la sensación y la intuición son funciones perceptivas. Cuando una de estas cuatro funciones es la más desarrollada, la opuesta (su pareja contraria) es teóricamente la menos consciente. La teoría se mantiene cuando un modelo de diosa es subyacente a toda la personalidad: una mujer Atenea piensa con gran claridad, pero su capacidad para manifestar valores relativos a los sentimientos es típicamente inexistente. Sin embargo, puede que éste no sea el caso cuando existe más de una diosa influyente. Por ejemplo, si Artemisa se une a Atenea un arquetipo activado, el sentimiento y el pensamiento pueden estar desarrollados igualmente o casi, en oposición a lo que afirma la teoría.
Bajo estas circunstancias —cuando las diosas cooperan y se turnan para expresarse dentro de una mujer— “cuál de las diosas consigue la manzana de oro” depende de las circunstancias y de la tarea inmediata.
Conciencia y toma de decisiones
Cuando una mujer (a través de la observación del ego) se vuelve consciente de los arquetipos de las diosas y desarrolla su aprecio por la metáfora del comité para aplicarla en los procesos internos, posee dos herramientas de percepción interna muy útiles. Puede escuchar con un oído sensible sus propias voces internas, reconocer “quién” está hablando y volverse consciente de las diosas que le influyen. Cuando representan aspectos conflictivos de sí misma que tiene que resolver, puede conectar con las necesidades y preocupaciones de cada diosa y decidir después por sí misma qué es lo más importante.
Si algunas diosas no se expresan y son difíciles de reconocer, suponiéndose su presencia únicamente a través de la aparición de ciertos hechos, de un síntoma psicosomático, o de un determinado estado de humor, puede necesitar tiempo y atención percibir quiénes son. Tener una idea de los patrones de comportamiento arquetípicos y conocer el abanico existente de diosas puede ayudar a identificar a las que necesitan ser reconocidas.
Puesto que todas las diosas constituyen patrones innatos en toda mujer, puede que una mujer concreta caiga en la cuenta de la necesidad de familiarizarse más con una diosa en particular. En este caso pueden tener éxito los esfuerzos para desarrollar o fortalecer la influencia de ésta. Por ejemplo, cuando Dana estaba trabajando en su tesis, solía serle difícil hacer el esfuerzo necesario para investigar en la biblioteca. Pero imaginarse a sí misma como Artemisa o como una cazadora le proporcionaba el impulso necesario para ir a la librería y buscar los artículos que necesitaba. La imagen de sí misma como Artemisa activaba la energía que necesitaba para la tarea.
Imaginar activamente a las diosas puede ayudar a una mujer saber qué arquetipos actúan en su psique. Puede visualizar a una diosa y después, una vez tienen una vívida imagen en su mente, ver si puede tener una conversación con la imagen visualizada. Sirviéndose de la “imaginación activa” —como se conoce este proceso descubierto por Jung—, tal vez descubra que puede plantear cuestiones y obtener respuestas. Si está sintonizada de manera receptiva para oír una respuesta que ella no invente de manera inconsciente, una mujer que utiliza la imaginación activa se encuentra con frecuencia entablando consigo misma una verdadera conversación, que aumenta su conocimiento de una figura arquetípica que es parte de sí misma.
Cuando una mujer puede conectar con diferentes partes de sí misma y puede escuchar, observar o sentirse discrepar de las prioridades y de las lealtades en competencia, puede clasificarlas y medir la importancia que tienen para ella. Entonces puede tomar decisiones conscientes: cuando surgen conflictos, decide qué prioridades deben prevalecer y qué acciones emprender. Como consecuencia, sus decisiones resuelven conflictos internos en lugar de instigar guerras interiores. Paso a paso, se convierte así en una persona capaz de tomar decisiones conscientes, que decide cada vez cuál de las diosas consigue la manzana de oro.