CAPITULO II
Nick pasó por la derecha de donde estaban los otros dos, el forastero y Red.
Max Simons sentía otra vez cómo la cólera se mezclaba con su sangre.
—Eh, ustedes no tienen derecho a ahorcarme. No pueden tomarse la justicia por su mano.
—¿Lo oíste, Nick? —dijo Red—. Eso fue muy gracioso.
—Sí, Red, lo oí —contestó el otro hombre, mientras se hacía cargo del lazo del propio Simons. Luego vino hacia ellos andando lentamente, asegurándose de que era una buena cuerda la que tenía entre las manos.
—Oiganme los dos —dijo Simons—. Tengo derecho a un juicio, si es que creen que soy culpable.
—No hay juicio —repuso Red.
—¿Por qué no?
—Porqué no puede ser. No tenemos juez. Tú te lo cargastes. El señor Murray venía a Englewood para juzgar a un prisionero, tu patrón.
—Yo no tengo patrón.
—Bruce Dewey. Ese es el hombre que te pagó para que matases al juez.
—No he oído en mi vida ese nombre. Les digo que estoy aquí- de paso y que me llamo Max Simons.
—Claro, vas a México.
—No, no voy a México, sino a California.
—A México o a California, ¿qué más da? Después de todo, ya no vas a ir a ninguna parte. Bueno, sí, vas a ir a cierto lugar de donde nunca se vuelve.
—Oigan, ¿cómo quieren que les convenza?
—Te voy a dar un consejo, muchacho.
—Hable.
—Sería mejor que confesases.
—¿Qué?
—Confiesa que mataste al juez Murray y morirás tranquilo.
—No puedo confesar eso. No maté a Murray... ¡No maté a nadie...!
—Es una pena.
Nick pasó la cuerda por una viga.
Por un momento, los ojos de Max Simons vieron la soga balancearse, pero en seguida Nick cogió el extremo y se puso a hacer un lazo. Poseía unos dedos largos, delgados, y en seguida se demostró que eran también ágiles. Estaba haciendo el nudo corredizo.
Max Simons comprendió que se había equivocado con respecto a Nick, porque ahora éste demostraba ser un hombre mucho más peligroso que Red. Tras su aparente tranquilidad, escondía al hombre que sabe lo que quiere.
Red apartó por fin el revólver de la cabeza de Max, se incorporó y retrocedió unos pasos.
—Arriba, muchacho.
Max también se levantó. Sus piernas se habían entumecido debido a la posición forzada en que había estado durante aquellos largos minutos.
Llevó aire a sus pulmones y se relajó.
Nick se estaba dando mucha prisa en hacer el lazo. Comprobó que el nudo corría.
—Listo —dijo.
Entonces, Red hizo una señal con el revólver.
—Anda, acércate a Nick.
—No.
—Oye, si crees que te vas a librar de la horca, te equivocas. Te vamos a ahorcar y eso puedo jurártelo por mi padre.
—Tendrá que matarme a tiros.
—No te voy a matar a tiros, muchacho. Sólo dispararé una bala. Te la meteré en la pierna. Con eso bastará para que Nick y yo podamos arrastrarte hasta la cuerda.
—¿Qué clase de tipos son ustedes? —gritó Simons—. Me acusan de ser un asesino, y ustedes son los criminales... Sí, ustedes, porque van a acabar con un inocente.
—Si te sirve de consuelo, derramaremos una lágrima en tu memoria.
—Son un par de canallas.
—Cuidado, muchacho, o te ahorcaremos sin dientes. A la de tres si no te pones en marcha, te meto una bala en la rótula.
—Está bien. No hace falta que cuente.
—Así me gusta.
Max se frotó las manos en las perneras del pantalón y echó a andar hacia Nick. Para ello casi dio la espalda al hombre que lo amenazaba con el revólver.
De pronto saltó.
Tuvo éxito.
Red disparó su revólver, pero Max ya lo había golpeado en la muñeca.
El proyectil aulló siniestramente antes de morder en la pared.
Luego el puño derecho de Simons se estrelló contra la cara de Red el cual se marchó dando vueltas por la habitación.
Max Simons sabía que no podía concederse descanso.
Se arrojó de cabeza sobre Nick. Su idea era pegarle un testarazo en el estómago antes de que lograse sacar, cosa que estaba haciendo en aquellos instantes.
Esta vez, Max falló.
Nick saltó a un lado dejando pasar a Simons.
Al volverse, tenía ya el revólver en la mano.
Max dio vueltas en el suelo y se detuvo en la pared.
Nick amartilló el revólver.
Sus ojos echaron chispas mientras decía:
—Gracias por aportar la prueba que necesitábamos.
—¿Qué prueba?
—Tú eres el asesino.
—¿Por qué dices eso?
—Por tu habilidad, muchacho. Sí, señor, tienes mucha habilidad...
Red estaba conmocionado y rezongaba maldiciones por lo bajo. Se levantó y escupió un cuajo de sangre.
Sus ojos estaban desencajados mientras miraba fijamente a Max.
—¡Te voy a romper la cara...! ¡Te voy a quebrar los dientes...!
—Cuidado-, Red —dijo Nick—. No te acerques a él. Es un tipo peligroso.
Red interrumpió su camino hacia Max.
—Sí, está claro que capturamos al hombre que mató al juez Murray. Ahorquémoslo de una vez. Pero métele una bala en la rótula.
—No.
—¡Si no lo haces, lo haré yo, maldita sea...!
—No hace falta, Red. Esta vez el muchacho va a ser dócil. ¿Verdad que sí, Max Simons? ¿Verdad que vas a ser obediente?
Max se dijo que había jugado y había perdido, y que ahora no podía hacer otra cosa que meter la cabeza en el lazo.
—Anda, muchacho. Ya hiciste bastante el héroe —dijo Nick.
Max se pasó nuevamente la lengua por los labios.
—Oigan, puedo demostrar que se equivocan.
—No queremos oírte.
—He dicho que puedo demostrarlo.
—Está bien. ¿En qué consiste esa prueba?
Red intervino:
—¡No lo escuches...!
—¿Qué vamos a perder? Lo tenemos a nuestra disposición.
—Tú mismo has dicho que acaba de demostrar lo hábil que es.
—Sí, Red. Lo ha demostrado. Pero si trata de moverse le meteré una bala y te aseguro que no va a ser en la rótula.
—Va a decir una sarta de embustes.
—De acuerdo. Sí son embustes, lo pasaremos divertido. ¿No te parece?
Red se limpió la sangre de la boca con el dorso de la mano.
—Como tú quieras, Nick, pero yo de ti no escucharía a este forajido.
—Adelante, muchacho —dijo Nick sin embargo.
—Regístreme.
—¿Qué?
—He dicho que me registren.
—¿Para qué quieres que te registremos?
—Le dije a Red que sólo tenía un dólar cincuenta. Si yo hubiese matado al juez Murray, ¿no tendría más dinero?
—Eso no prueba nada.
—¿Cree que los asesinos matan a cambio de nada, que lo hacen gratuitamente?
—Pudiste robar y guardarte el dinero.
—Dígame, ¿cuándo murió ese juez?
—No lo sabemos.
—Muy bien. ¿En qué lugar lo mataron?
—Eso tú lo habrás de decir.
—¿Cómo?
—Todavía no encontramos su cadáver. ¿Lo oyes, Simons? Tú mataste al juez Murray y lo tiraste por algún sitio. ¿O quizá lo enterraste? Ahora te voy a decir algo. No te he ahorcado en seguida porque quería saber dónde está el juez Murray. Y tú nos lo vas a decir.