CAPITULO IX

Bruce arrugó el ceño.

—¿Es una broma?

—No, no es una broma. Yo no maté al juez Murray. No lo vi en mi vida.

—No lo entiendo. Te detuvieron por cargarte al juez.

—No me lo cargué, y, a mi llegada, debiste oír que yo protestaba contra eso.

—Sí, pero creí que era una excusa.

—No era ninguna excusa. Yo no lo maté.

Bruce había convertido sus ojos en grietas fosforescentes.

—Eso tiene gracia.

—Lo debió matar uno de tus muchachos.

—No, no lo mató ninguno de ellos.

—¿Por qué estás tan seguro?

—Es la mar de sencillo... A mí me tenía sin cuidado que el juez muriese o no. ¿Lo comprendes? Sólo estaba interesado en huir de allí. Mis muchachos no habrían hecho una cosa tan estúpida como matar al juez y dejarme en la cárcel. ¿No oíste al marshal? Si mataron al juez, otro me juzgaría, y no me escaparía de la horca. Yo estaba condenado desde que me atraparon.

—Sí, tiene bastante sentido. Pero si yo no maté al juez Murray, ni tampoco fue uno de tus muchachos, ¿quién lo asesinó?

Bruce se rascó una patilla. Fue riendo poco a poco,

—Demonios, eso es interesante.

—¿Y si no estuviese muerto, Bruce?

—¿Qué?

—No se encontró el cadáver.

—Pero tuvo que morir.

—¿Por qué tuvo que morir?

—La distancia entre Dakota Juno y Englewood es corta, cuatro horas a lo sumo, y, según he oído decir, el juez no ha sido hallado en ninguna parte. Es como si se hubiese hecho invisible.

—Pero tú sabes muy bien que nadie se puede hacer invisible.

—Claro que no.

—¿Cómo es el juez?

—Unos cincuenta y cinco años, talla media, cabello rubio, rizado. Un hombre muy serio. Para él la ley era lo más importante del mundo.

 

* * *

Thomas Haskin, gerente de las minas de cobre de la Compañía Haskin y Fisher, preguntó al hombre que estaba al otro lado de la mesa.

—¿Cómo sé que mataste al juez Murray?

—Tuve en cuenta su descripción, y cuando le pegué los dos tiros, le examiné la cartera. El hombre que yo maté tenía la credencial de juez de circuito del condado.

Thomas Haskin se arrellanó en el sillón y dio un suspiro satisfecho.

—Buen trabajo, Víctor —sonrió mostrando dos dientes de oro en el maxilar superior.

El hombre que respondía al nombre de Víctor Cook, era un asesino profesional. Thomas Haskin había tenido noticias de él por un amigo. Víctor iba de un lado a otro alquilando su revólver para matar. Era delgado, alto, de ojos azules, y cabello negro. Se cubría de oscuro.

Thomas Haskin puso un fajo de billetes al otro lado de la mesa y Víctor los cogió y contó.

—Sí, están los quinientos dólares —dijo y guardó el dinero en el bolsillo interior de la chaqueta.

—¿Dónde lo enterraste, Víctor?

—¿Lo quiere saber?

—No, la_ verdad es que prefiero no saberlo.

—Sí, señor Haskin, a usted sólo le hacía falta que le quitase de en medio al juez Murray, y su deseo ha sido cumplido. Lo demás le debe tener sin cuidado.

—¿Adónde vas ahora, Víctor?

—Un cliente me espera en Santo Espíritu.

—Buen viaje.

—Gracias, señor Haskin.

El asesino profesional dio media vuelta y se dispuso a salir de la habitación.

—Espera un momento, Víctor.

—¿Sí, señor Haskin? —dijo Víctor volviéndose.

—¿Estás enterado de que cogieron a un forastero y lo acusaron de la muerte del juez Murray?

—Algo oí.

—El forastero se fugó la pasada noche. Estaba con Bruce Dewey... Ya te expliqué que elegí el mejor momento para eliminar al juez. La gente de aquí mordió el anzuelo. Creyeron que era cosa de Dewey. El juez venía aquí a jugarlo. Y nadie daba un centavo por su vida porque uno de los compañeros de Dewey se cargó al padre del juez en River Creek.

—¿Por qué me cuenta todo eso? Yo me voy de aquí. El resto es cuestión suya, señor Haskin.

—Sí, tienes razón.

—Tengo una experiencia con los hombres como usted, señor Haskin.

—¿Qué quieres decir?

—Algo le está dando vueltas en la cabeza.

—Es posible.

—Se trata de otra persona que quiere eliminar, pero todavía no está muy seguro de seguir adelante. Me ha visto marchar y entonces ha pensado que, si ahora no me contrata, dejará pasar su oportunidad.

Thomas observó con admiración a aquel hombre.

—Eres inteligente, Víctor.

—No, yo diría otra cosa. Tengo intuición. ¿No se lo dijo su amigo?

—Sí, me dijo que eras el mejor en tu oficio.

—Lo soy, señor Haskin, y por eso me hago pagar caro.

—¿A mil dólares la muerte?

—No es un precio fijo, señor Haskin. Depende de la categoría de los clientes, de la víctima, de las circunstancias. ..

—Lo tienes todo en cuenta, ¿eh, Víctor?

—Sí, señor. Es así como hago las cosas.

—Quiero que mates a Jonathan Fisher.

—¿Quién es Jonathan Fisher?

—Mi socio.

—Vaya, parece que las cosas se complicaron.

—No voy a darte las razones que tengo para que mates a Fisher.

—Ni yo se las pido. Es algo que no me interesa.

—Te pagaré otros mil dólares.

—Siento darle una mala noticia... No realizo dos trabajos en un mismo lugar.

—Esta vez será una excepción.

—No, señor Haskin, no hago ninguna excepción.

—¿Por qué me dejastes hablar, entonces?

—Porque quizá le habría interesado que yo trabajase para usted en otro sitio. En San Luis, en Nueva Orleáns...

—¿Qué importa eso?

—Mucho, señor Haskin, pero no voy a tratar de explicarle a usted mi teoría. Tengo unas normas y las respeto. Gracias a eso sigo viviendo después de atender los pedidos...

—Tienes un macabro sentido del humor, Víctor.

—No esperaba que se riera. Y ahora, hasta la vista, señor Haskin.

—Soy de los que opinan que todo en esta vida depende del precio.

—¿De veras, señor Haskin?

—Ponlo tú.

—El precio que le pondría por romper mis normas sería demasiado elevado.

—¿Cuánto?

—Dos mil quinientos dólares.

Thomas Haskin sacudió la cabeza.

—Es mucho.

—Ya sabía que no le interesaría.

—No he dicho que no me interese.

—¿Está dispuesto a pagar los dos mil quinientos dólares?

—Sí.

Víctor sonrió y lo hacía muy pocas veces.

—Entonces, romperé mis normas.

—Quiero que lo mates cuanto antes, Víctor. —¿Dónde vive?

—Precisamente me disponía a ir a su casa. Quiero que me sigas de lejos, en la oscuridad.

—¿Cuándo quiere que lo mate?

—Cuando puedas.

—¿Vale si está usted en la casa?

—Sí. Creo que será lo mejor, porque yo no estaré con Fisher, sino con su hija.