Capítulo 9
MIENTRAS Marcus se tomaba la primera taza de café del día, oyó que Amira se estaba duchando. El día anterior había sido uno de los días más frustrantes de toda su existencia, pero también había sido uno de los más satisfactorios. Frustrante, porque se había tenido que limitar a jugar con Amira al Scrabble, frente al fuego del salón. Satisfactorio, porque había descubierto que Amira no solo era muy buena jugadora, sino que además era brillante, divertida y maliciosa cuando tenía que serio.
No recordaba haberse sentido tan relajado con una mujer en toda su vida. Cuando estaba con ella se sentía él mismo.
Pero había un problema grave: ella no sabía quién era él.
El teléfono sonó en aquel momento y automáticamente contestó.
—¿Dígame?
—Me gustaría hablar con Amira Corbin.
—Lo siento, me temo que no está disponible en este momento. ¿Quiere que le deje algún mensaje?
La mujer que se encontraba al otro lado de la línea tardó unos segundos en responder. Y cuando lo hizo, no pudo ser más sorprendente.
—Soy la reina Marissa de Penwyck.
—Encantado de conocerla —dijo Brent—. ¿Quiere dejar algún mensaje a la señorita Corbin?
—¿Sabe cuándo podré hablar con ella?
—Estará aquí para desayunar dentro de media hora.
—Veo que se ha levantado temprano para salir a correr...
—No creo que vaya a salir a correr esta mañana, pero puede estar segura de que la encontrará aquí en media hora.
—De acuerdo. Entonces, dígale que me llame de inmediato.
—Lo haré. Y nuevamente, permítame que le diga que ha sido un honor charlar con usted, Majestad.
Cuando Marcus colgó el teléfono, se sentía muy inseguro. Acababa de hablar con la mujer que podía ser su verdadera madre.
Veinte minutos después, Amira apareció en la cocina. Estaba preciosa con sus vaqueros y un sencillo jersey. Se había recogido el cabello en una coleta.
—¿Quién ha llamado? —preguntó.
—La Reina.
—¿La Reina? —repitió, asombrada—. ¿Y por qué no me has avisado?
—Porque estabas en la ducha.
—No importa. Cuando la Reina me necesita...
—Vamos; Amira, no seas ridícula —la interrumpió—. ¿Qué habrías podido hacer? ¿Contestar el teléfono estando mojada?
—Sí, por supuesto.
—No creo que unos minutos más o menos puedan tener importancia. De hecho, podrías desayunar tranquilamente y seguro que el mundo seguiría su curso.
—¿Qué te ha dicho?
—Que la llames de inmediato.
Amira se acercó al teléfono y le preguntó con cierta frialdad:
—¿Puedes dejarme un momento a solas?
—Claro —respondió algo extrañado—. Estaré en mi despacho.
La joven estaba molesta con él por no haberla avisado, pero sobre todo estaba tensa por la situación que estaba viviendo. En cualquier caso, no perdió el tiempo y llamó de inmediato a la Reina.
—¿Ha ocurrido algo? —le preguntó.
—Sí. El príncipe Dylan ya ha regresado. Estuvo viajando por zonas remotas de Europa y por eso no podíamos localizarlo.
—Pero, ¿ya está en palacio?
—Sí. Se detuvo en París y fue entonces cuando supo que el Rey está enfermo, que Megan ha tenido un hijo y que Owen fue secuestrado. Se sorprendió mucho al saber que su hermana ha tenido un hijo y que Owen fue capaz de arrodillarse ante Jordan para pedirle que se casara con él.
—¿Ya sabe lo del accidente de avión de la princesa Anastasia?
—No, todavía no, pero se alegró de que estuviera con Jake Sanderstone. Dijo que Jake puede encargarse de ella. Son palabras suyas, no mías.
—¿Pero sabe que...?
—¿Te refieres a que si sabe que tal vez no sea príncipe? —preguntó la Reina—. Sí. Le conté lo que Broderick nos había dicho, pero no pareció importarle en absoluto. A fin de cuentas, siempre ha pensado que su hermano sería el Rey. En cambio, pareció mucho más desconcertado al comprender que puede que el Rey y yo no seamos sus verdaderos padres. En cuanto a Owen, le aseguré que siempre seré su madre y que ellos serán siempre mis hijos digan lo que digan los análisis de ADN.
Amira sintió una profunda compasión por la Reina. Era una situación terrible.
—Me alegro que Dylan haya regresado por fin...
—Yo también. Una madre siempre se preocupa por sus hijos. Además, me ha dicho que intentará ayudarnos con el asunto de Broderick. Y está deseando encontrarse con Marcus Cordello.
—Haré todo lo posible por localizarlo y hablar con él cuando regrese a Chicago. El lunes por la mañana estaré en su oficina sin falta y conseguiré una entrevista cueste lo que cueste.
—Todos sabemos que harás lo que puedas, querida. Pero dime, ¿te alojas en un lugar suficientemente cómodo?
—Sí, Majestad. Es un lugar muy cómodo y se respira una gran tranquilidad.
—Tranquilidad... Últimamente no tenemos mucha tranquilidad por aquí. Disfruta de ella mientras puedas.
Cuando terminó de hablar con la Reina, Amira decidió que debía hablar con Brent de algo importante, así que se dirigió a su despacho.
—¿Y bien? —preguntó él—. ¿El país sigue entero?
—Puedes tomarme el pelo si quieres, pero te ruego que si la Reina vuelve a llamar me avises inmediatamente. Nunca se debe hacer esperar a Su Majestad.
Brent se levantó enfadado.
—Nadie es tan importante —declaró con seriedad—. Hablas como si le pertenecieras.
—Brent, nunca vas a comprender mis responsabilidades, mi mundo, mi título...
Amira se dio entonces la vuelta y se marchó al jardín, muy alterada. A pesar de lo que acababa de decir, ya no quería sus responsabilidades, ya no quería volver a su mundo, y, desde luego, no le importaba en absoluto su título nobiliario. Lamentablemente, no tenía elección. Debía regresar a Penwyck, a donde pertenecía.
La joven siguió caminando y sin darse cuenta acabó en el claro del escondite de Brent y de su hermano.
Brent apareció segundos después y dijo:
—Por favor, ayúdame a entender tu mundo. Ahora no lo entiendo, pero me gustaría entenderlo.
—Es difícil de explicar...
El hombre acarició su cara.
—Tal vez, pero sé que tú no huyes de las dificultades.
—En Penwyck todo gira alrededor de la familia real. Por ejemplo, aunque mi padre era miembro de la Guardia Real, nunca hablaba con nadie de sus obligaciones. Era una cuestión de lealtad, de discreción. Era un hombre maravilloso, amable y cariñoso, pero fuerte y seguro. Y yo me enorgullecía mucho de que protegiera al Rey. Lo recuerdo siempre con su uniforme, caminando al lado del Rey fuera donde fuese...
—Como un miembro de nuestro Servicio Secreto.
—Sí, exactamente. Siempre supe que daría su vida por el rey Morgan de ser necesario. Pero nunca pensé que ocurriría. De pequeña, el palacio me parecía surgido de una historia de hadas. Y luego, una terrible noche, descubrí que el mundo no era un cuento.
—Te encontraste con la vida real.
—Sí, es verdad, pero también aprendí una lección sobre lealtad y cariño. La familia real cuidó de mi madre y de mí, y yo crecí con las princesas y con los príncipes, que me trataron siempre como si fuera una de ellos. Gracias a mi padre, el Rey seguía con vida. Gracias a mi padre, Penwyck aún tenía a su Rey.
—Creo que empiezo a comprender.
—Me dieron la vida. Y todo en Penwyck gira alrededor del honor y de la lealtad.
—Comprendo. Pero dime una cosa, Amira, ¿te gusta la vida que llevas?
Amira pensó que debía ser sincera.
—Antes de venir, pensaba que sí. Ahora... No lo sé. A veces creo que sí y a veces la siento como una losa.
—Yo nunca podría vivir como tú. Nunca.
—La mayoría de la gente no podría hacerlo.
El teléfono de Brent volvió a sonar, interrumpiendo su conversación.
—Se supone que estoy de vacaciones... ¿Dígame? —preguntó levantando el auricular.
Brent charló durante unos segundos, y cuando colgó, dijo:
—Era Marilyn. No puede encontrar ni a Jared ni a Lena. Al parecer la madrastra y el padrastro de Lena se van a separar y nadie sabe qué va a pasar con la pequeña. Los niños se entristecieron mucho al saberlo y creo que Jared se ha asustado y ha pensado que los alejarán aún más.
—¿Dónde habrán ido?
—Puede que se hayan marchado al bosque, o que se hayan ocultado en alguna parte. No lo sé. Solo sé que los niños de diez años no suelen pensar mucho las cosas.
Cuando llegaron a Reunion House estuvieron buscando un rato en compañía de Marilyn y de Joanie.
—Estamos perdiendo el tiempo —dijo Brent al cabo de unos minutos—. Jared no se arriesgaría a que los encontráramos tan fácilmente. Iré al bosque. Marilyn, llama a la policía y diles que necesitamos encontrar a esos chicos.
—Iré contigo —dijo Amira.
Poco después ya se habían internado en el bosque, y al poco tiempo, Brent dijo:
—Allí. ¿No has visto algo amarillo?
—No, pero eso no quiere decir que no esté donde dices.
Siguieron caminando y segundos después, Brent volvió a ver lo que parecía ser una prenda amarilla, entre los árboles.
—Deben de ser ellos. Creo que se dirigen hacia el muelle.
Entonces los vieron con claridad. Jared y Lena les sacaban una distancia considerable, y Amira notó que la niña caminaba demasiado despacio.
—No avanza tan deprisa como él... Puede que se haya herido.
—A eso me refería al decir que los niños no piensan demasiado. Cualquiera sabe qué pretende Jared dirigiéndose hacia el muelle. A menos que... Oh, maldita sea, le enseñé a llevar la lancha y hasta le dije dónde guardo la llave...
A pesar de sus esfuerzos, no pudieron alcanzarlos. Cuando llegaron al muelle, Jared ya había puesto en marcha la lancha y se alejaba de la orilla.
—Espérame en el muelle.
—¿A dónde vas?
—A por ellos.
Brent subió entonces a una motora que estaba amarrada en las cercanías, la puso en marcha y aceleró. La embarcación avanzaba a toda velocidad hacia la lancha de los niños, pero Amira seguía sin imaginar lo que pretendía. Solo lo vio claro cuando observó que quería interceptarlos: iba a saltar a bordo de la lancha.
Y un minuto después, lo hizo. Colocó la motora en paralelo a la lancha y saltó al interior. Amira se sintió más aliviada que nunca al observar el éxito de la operación, pero tuvo miedo. Sabía que podría haber salido gravemente herido.
Esperar en el muelle fue todo un infierno para ella. No sabía cómo estarían los niños, ni qué había pasado mientras tanto en la lancha. En cuanto los vio, notó las expresiones de los pequeños. Lena parecía muy asustada. Jared, en cambio, adoptaba un gesto desafiante.
—Desembarcad ahora mismo —ordenó Brent con seriedad.
Los niños obedecieron.
—Lena se ha torcido un tobillo —comentó él—. Menos mal que los he alcanzado.
—No has debido traernos de vuelta —protestó Jared—. Nos escaparemos de nuevo.
—Si no te hubiera detenido, ¿a dónde habrías ido? El lago es pequeño y no habrías llegado lejos. ¿Y después? ¿Dónde habríais dormido? ¿Qué habríais comido?
—Teníamos comida —dijo el niño sacando unas galletas de sus bolsillos.
—Huir no es una forma de arreglar las cosas. —Pero por lo menos seguiríamos juntos — dijo Jared, casi gritando y a punto de llorar—. No quiero que nos separen de nuevo. No quiero que se lleven a Lena a un lugar donde no pueda verla. Queremos estar juntos, señor Carpenter. Por favor...
Amira se estremeció. Era una situación terrible y su corazón estaba partido.
—No puedo prometerte nada, Jared, pero tengo bastantes contactos y veré lo que puedo hacer —dijo Brent.
—¿Quiere decir que podremos seguir juntos?
—Lo intentaré. Confía en mí.
Jared y Lena se miraron.
—Bueno, supongo que no podíamos quedarnos en un hotel sin tener tarjeta de crédito...
—No, salvo que tuvieras un montón de dinero —bromeó Brent sonriendo.
—No mucho, solo cinco dólares. Pero está bien, confiaré en ti.
Brent estrechó su mano.
—¿Trato hecho, entonces?
—Trato hecho.
Acto seguido, llevaron a los niños a la mansión y se encargaron de curar el tobillo torcido de la pequeña. Un buen rato más tarde, mientras regresaban a Shady Glenn, Brent giró el vehículo en redondo y dijo:
—Voy al muelle a ver qué ha pasado con esa motora.
—¿Estás loco?
—Por supuesto que no. ¿A qué viene eso?
—Estoy preocupada por ti. Deberías comprobar el estado de tu hombro.
—Mira, hagamos una cosa. Quédate en casa y prepara un chocolate caliente mientras voy al muelle. Quiero asegurarme de que la motora no ha provocado ningún accidente, porque tuve que dejarla en marcha. Volveré pronto.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo. Estaré aquí en quince minutos.
—De acuerdo. Prepararé chocolate y algo de comer.
Amira se quedó en la casa y preparó chocolate y unos emparedados. Fiel a su palabra, Brent regresó quince minutos más tarde. Cuando se quitó la chaqueta, notó que hacía un gesto de dolor. Obviamente, le dolía el hombro.
—Arriba hay vendas y antisépticos. Vamos a echar un vistazo a tus heridas.
—Eres muy insistente —dijo él, divertido.
Al llegar al piso superior, el hombre preguntó:
—¿En el cuarto de baño, o en mi dormitorio?
—Será más fácil si te sientas en una cama — respondió ella.
Amira recordaba lo que había sucedido la última vez, y estaba segura de que él también lo recordaba.
Tal y como había sucedido en la ocasión anterior, Amira se colocó entre las piernas de Brent. Pero esta vez ocurrió algo diferente. Esta vez, Amara no negó lo que estaba sintiendo. Esta vez, le puso la venda y lo miró fijamente a los ojos.
—Me diste un susto de muerte en el muelle. Pensé que... Tuve miedo de que te ocurriera algo terrible.
Brent tomó las manos de ella entre las suyas.
—No sabía lo que iba a pasar. Solo sabía que debía saltar a bordo y detenerlos antes de que se hicieran daño.
—Eres un héroe...
—Oh, Amira... No soy un héroe. Solo hice lo que tenía que hacer.
Entonces, Brent alzó sus manos y besó sus dedos, uno a uno.
Amira no había imaginado nunca que pudiera sentir tanto placer con un gesto tan aparentemente inocente.
—Solo nos quedan unos días —murmuró ella.
—Lo sé. ¿Qué quieres que hagamos con los días que nos quedan?
—No me importa, siempre que esté a tu lado.
—Te deseo —dijo él.
—Yo también te deseo —susurró ella.
—¿Estás segura?
—Lo estoy.
Brent la puso entonces sobre su regazo y comenzó a besarla como si no la hubiera besado nunca y como si fuera la última vez. La devoró con todo el deseo que había acumulado, y ella quiso entregarse sin limitaciones, libremente.
—Quiero que nos lo tomemos con calma, Amira —dijo él, apartándose—. Quiero que experimentes todo el placer que se puede sentir haciendo el amor.
—No, no tenemos que ir despacio. Confío en ti —dijo ella sin más.
Brent la besó de nuevo y la tumbó en la cama.
—Será maravilloso, Amira, te lo prometo.
Amira no sabía exactamente lo que significaba la palabra «maravilloso» aplicada a una situación como aquella; pero comenzó a temblar cuando empezó a besarla cuello abajo. Si su boca era mágica, también lo eran las manos que recorrían su cuerpo. Y al sentir su contacto en la piel, comenzó a contonearse para que pudiera tocarla aún más, en todas partes.
—Despacio —dijo él—, despacio...
El hombre le quitó el jersey con delicadeza y acto seguido hizo lo propio con su sujetador. Después, se inclinó sobre ella y lamió sus pezones.
Amira no había sentido hasta entonces nada tan exquisito, tan sublime. Sin poder evitarlo, gritó su nombre.
—Será aún mejor, cariño, te lo aseguro.
Brent había empezado a desabrocharle los vaqueros cuando, de repente, se detuvo.
Al principio, Amira estaba tan concentrada en el momento que ni siquiera se dio cuenta. Pero por fin se apartó y lo miró, preocupada.
—¿Qué sucede?
—Creo que he oído algo en el piso de abajo.
—¿Hay alguien en casa? —preguntó entonces un hombre desde el pie de las escaleras.
Amira recogió su jersey se tapó a toda prisa.
—Oh, Dios mío. ¿No es la voz de Fritz?
—No, no es Fritz, es mi padre. Será mejor que salga a recibirlo antes de que suba.
Brent respiró profundamente antes de levantarse de la cama. Después, se inclinó y la besó en los labios.
—Descuida, sé que mi padre y tú os gustaréis. Y cuando esta noche se marche a la cama, terminaremos lo que hemos iniciado.
Brent se marchó y Amira pensó que no podía esperar tanto tiempo. Amaba a Brent Carpenter y estaba dispuesta a mostrarle toda la fuerza de su pasión.