Capítulo 10

AMIRA miró por la ventana de la cocina y vio que Brent estaba charlando con su padre mientras preparaban carne en la barbacoa del jardín. El ejecutivo había acertado al afirmar que su padre y ella se caerían bien. Se había presentado a ella con una sonrisa, le había dicho que se llamaba Joe y en todo momento había mostrado una actitud en extremo amistosa. Solo se había sentido algo insegura unos minutos antes, cuando salió a verlos y Brent la miró. Pero su mirada fue tan íntima como lo había sido en el dormitorio. Era evidente que la deseaba tanto como ella a él.

Mientras preparaba una ensalada de pasta con una receta de limón y aceite de oliva que le había enseñado Jordan, la esposa de Owen, pensó en la noche que tenían por delante. Quería conocer a Brent en todos los sentidos, y quería que él la conociera del mismo modo. Incluso estaba dispuesta a decirle que quería verlo de nuevo cuando regresara a Penwyck, y que había pensado en quedarse en Estados Unidos de forma permanente. Corría un gran riesgo al tomar aquella decisión, pero merecía la pena si el premio era el amor de Brent. Estaba cansada de llevar una vida como la que había llevado.

Cuando sonó el teléfono estuvo tentada de esperar a que saltara el contestador. Pero entonces vio el número y supo que era Everson.

—Ya tengo la fotografía, Amira; la enviaré en cuanto terminemos de hablar. También tengo su dirección. Vive cerca de De Kalb. La encontramos gracias a una transacción económica que ha efectuado recientemente. Se la enviaré junto con la fotografía.

Amira se estremeció y tuvo una sensación terrible, pero pensó que se estaba preocupando sin motivo. Muchas personas vivían cerca de esa zona.

—¿Ha dicho que vive cerca de De Kalb?

—Sí. Con esa información es posible que pueda ponerse más fácilmente en contacto con él. Pero la Reina no quiere que actúe como si fuera un detective privado. Si no consigue hablar con él en unos días, enviaremos a un profesional. Buena suerte, Amira.

Cuando colgó, Amira ya no recordaba ni la ensalada ni las verduras congeladas que había dejado sobre la encimera. Caminó hacia el estudio de Brent y esperó la llegada del fax.

 

El aroma de la carne llenaba el ambiente cuando Marcus miró a su padre, asombrado, y pregunto:

—¿Shane y yo fuimos adoptados?

Joseph Cordello había accedido a pasar a verlo, tal y como Brent le había pedido, y en cuanto salieron al jardín y estuvieron a solas quiso saber por qué. Naturalmente, Brent le contó todo lo que había sucedido. Y su padre le reveló un secreto que había guardado durante veintitrés años.

—Sí. Pero nunca quise que lo supieras de este modo, de forma tan repentina —respondió angustiado.

—¿Tan repentina? Por Dios, papá, tengo veintitrés años.

Joseph Cordello suspiró.

—Cuando tu madre y yo nos divorciamos, pensamos que erais demasiado jóvenes para saberlo. Decidimos esperar a que cumplierais los dieciocho, pero nunca encontramos el momento. Queríamos decíroslo cuando estuviéramos juntos, pero raramente estábamos en el mismo lugar...

Aunque Marcus estaba haciendo un esfuerzo por controlarse, su padre notó su nerviosismo y continuó hablando.

—Tienes derecho a estar enfadado, pero quiero que sepas que no os lo contamos porque os queremos. Además, no importa que os adoptáramos. Nosotros somos vuestros padres.

—¿Y quiénes son nuestros padres naturales?

—Según nuestro abogado, una joven pareja que murió en un accidente de tráfico. Cuando fallecieron, una tía vuestra os cuidó una temporada.

—¿Y por qué no se quedó con nosotros?

—Porque era muy anciana y sabía que no podría cuidaros adecuadamente. Además, no quería separaros. Deseaba que crecierais en una buena familia.

—¿Llegaste a conocerla?

—No. Nos dijeron que no estaba en condiciones de viajar, así que nuestro abogado y su esposa os trajeron a casa.

—En ese caso, la historia de Amira podría ser real...

Marcus aún estaba pensando en las implicaciones de todo el asunto cuando se abrió la puerta de la cocina y vio que Amira avanzaba hacia ellos. Entonces, decidió contarle toda la verdad. Pero ya era tarde. En cuanto notó la expresión de enfado de la joven, supo lo que había sucedido.

—¿Por qué lo has hecho? —preguntó ella mostrándole los faxes que acababa de recibir—. ¿Por qué me hiciste creer que eras otra persona?

Marcus dio un paso hacia ella, pero Amira se apartó.

—No pretendía engañarte. Déjame que me explique...

—¿Explicarte? No hay explicaciones que valgan. Eres Marcus Cordello. Te abrí mi corazón, te conté lo importante que era mi misión y tú te comportaste como si realmente te interesara. Me has estado engañando todo el tiempo. No puedo creer que no me diera cuenta... Te encontré en el hotel donde se encuentra tu oficina, y hasta sabía que tu secretaria se llamaba Barbra. ¿Cómo es posible que no pensara antes en tantas coincidencias?

—No lo pensaste por la misma razón por la que yo no te conté la verdad. Porque queríamos conocernos y todo lo demás no importaba en absoluto.

—Mi misión importaba.

—Amira...

—La primera vez que vimos al portero de tu casa, lo interrumpiste porque estuvo a punto de llamarte por tu verdadero nombre. Y el hombre que estuvo aquí ayer... sabía que lo había visto en algún sitio, en tu oficina. Me has estado engañando. Y pensar que esta tarde llegué a creer que...

—Amira, no soy como piensas...

—Sé exactamente cómo eres. Pensaste que podías engañarme y que podrías aprovecharte de mí, así que...

Marcus sabía que no tenía defensa posible.

—Nunca me aprovecharía de ti.

—¿Y qué hay de esta tarde? Si tu padre no nos hubiera interrumpido habríamos hecho el amor.

—Amira, vayamos dentro de la casa y hablemos... —dijo Marcus, que no quería discutir delante de su padre.

—No pienso ir contigo a ninguna parte.

—Amira, esta tarde ninguno de los dos nos habríamos detenido si mi padre no hubiera llegado. Puede que a veces seas inocente, pero eres una mujer. Tomaste la decisión de estar conmigo y eres tan responsable como yo.

Amira miró entonces a Joe y, al pensar que estaban hablando de asuntos tan íntimos ante él, se sintió horriblemente mortificada.

Marcus deseó abrazarla, pero tenía la impresión de que no volvería a permitir que la tocara.

—Me voy esta noche. Cuando regrese a la ciudad, tomaré el primer vuelo que pueda. Alguien de Penwyck se pondrá en contacto contigo, y espero que no juegues con ellos como has jugado conmigo.

Amira entró en la casa y Marcus intentó seguirla, pero su padre lo detuvo.

—No creo que discutir con ella ahora sea una buena idea.

—Pero no puedo dejar que se marche así...

—Tendrás que hacerlo. Se encuentra tan alterada que sería capaz de volver a Chicago andando. Le ofreceré a mi chófer. Está en un motel en De Kalb. Podría llegar en media hora.

—No puedo permitir que se marche —insistió.

—Si no lo permites, es posible que no la vuelvas a ver. Y sería mejor que aclararas tus ideas y averiguaras qué es lo que quieres antes de hablar en serio con ella.

Marcus miró a su padre durante unos segundos y llegó a la conclusión de que tenía razón.

—Está bien. Ofrécele a tu chófer.

Cuando Joseph Cordello entró en la casa, Marcus permaneció en el jardín. Se sentía como si le hubieran destrozado la vida en un momento. Y sabía que ya nada volvería a ser como antes.

 

La motora avanzaba a toda velocidad por el lago, pero Marcus no sentía placer alguno con la velocidad. Desde la marcha de Amira no había tenido un momento de tranquilidad. Ni siquiera había conseguido relajarse haciendo las reparaciones de Reunion House. Había corrido hasta el agotamiento, había pasado horas en el gimnasio y desde luego había hablado largo y tendido con su padre, pero nada lo animaba. Hiciera lo que hiciera, no dejaba de pensar en aquella mujer.

Al día siguiente de su marcha, intentó sacársela del pensamiento y hacer algo útil, así que habló con los padrastros de Jared y luego con las autoridades. Acordaron que la familia que había adoptado al niño adoptara también a Lena, y se sintió enormemente emocionado cuando Jared lo abrazó. Pero ni entonces dejó de pensar en Amira.

Cuando regresó al muelle, su padre lo estaba esperando. Aquella mañana lo había acompañado a Reunion House para ayudarlo con la instalación del gimnasio para los chicos.

—Te han llamado por teléfono.

—¿Era Amira?

—No, era la señora Dunlap, la dueña de Cacao. Al parecer llamó a Barbra y tu secretaria le dio tu número. Dice que la perrita no se llama Cacao, sino Brownie, y le conté todo lo que había sucedido... Me dijo que se le había escapado en Chicago y creo que le gustaría venir a Reunion House y comprobar que se encuentra bien. Está dispuesta a dárnosla si permitimos que la vea de vez en cuando.

—Sería una solución perfecta para todos, desde luego. Le diré a Fritz que la traiga en cuanto regrese a la ciudad.

—¿Vuelves mañana?

—Sí. Fritz vendrá esta noche. ¿Qué vas a hacer tú?

—Me marcharé a primera hora de la mañana, pero ¿te encuentras bien? ¿Aún me quieres como si fuera tu padre? —preguntó angustiado el hombre.

Entre Marcus y su padre no había cambiado nada. Aún sentía el respeto y el cariño que siempre había sentido por él.

—Por supuesto que sí. Siempre has sido y siempre serás mi padre.

—¿Vas a decírselo a Shane?

—Creo que será lo mejor.

—Me sorprende que no hayas recibido ninguna llamada de Penwyck.

—No sé si Amira se ha marchado ya. Puede que siga en Estados Unidos. Quién sabe, hasta es posible que me la encuentre mañana en la oficina, esperándome...

—¿Crees que sería capaz de hacer algo así?

—No, no lo creo.

—Hijo, sé que fui un idiota en lo relativo a tu madre. Teníamos problemas y pensé que yo quería más de lo que ella me podía dar. Pero cometí un error terrible y mi orgullo me impidió confesarle lo mucho que la amaba. Si amas a Amira, no permitas que se aleje.

—Me temo que nunca me perdonará.

—Eso no lo puedes saber.

Marcus supo que su padre tenía razón de nuevo, y supo algo aún más importante: no quería pedirle perdón a Amira porque fuera justo, sino porque estaba enamorado de ella. No pretendía enamorarse. Había estado luchando con todas sus fuerzas para no enamorarse de ella, desde el principio, pero no había podido evitarlo. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde, que pudiera perdonarlo y quererlo.

—Llamaré al aeropuerto y reservaré un billete para mañana.

—Veo que vas en serio con ella...

—Sí, papá. Muy en serio. No puedo vivir sin ella, y ahora solo tengo que convencerla de que ella tampoco puede vivir sin mí.

Marcus no dejó de pensar en Amira en todo el día. Llamó al aeropuerto y a la mañana siguiente se encontraba a punto de tomar un avión hacia Penwyck, dispuesto a solucionar la situación. Pero antes de despegar tuvo tiempo de hacer una compra en una joyería.

Su vuelo aterrizó sin retraso. Debido al cambio horario, aún era muy temprano cuando se dirigió hacia palacio. Cuando descendió del taxi, se presentó a los guardias de la entrada, uno de los cuales entró en el edificio y regresó poco después para acompañarlo al interior.

Tomaron un largo corredor de suelos y columnas de mármol, con enormes ventanales a un lado. Después, giraron en otro pasillo y finalmente se detuvieron ante una gran puerta. El guardia la abrió y Marcus entró en la sala.

El ejecutivo no prestó atención alguna a la belleza que lo rodeaba. No se fijó en los elegantes muebles de época, ni en los cuadros de Monet y Renoir que decoraban las paredes. Solo se fijó en una fotografía en la que aparecían varias personas a caballo; supuso que debía de ser la familia real, pero Amira no estaba entre ellos y apartó la mirada.

De repente, otra puerta se abrió y aparecieron dos mujeres. La primera parecía tener poco más de cuarenta años; era rubia, de ojos azules, y llevaba el pelo recogido en un moño. La segunda mujer era mayor, de más de cincuenta años, y llevaba una pequeña corona en la cabeza. Al igual que la primera, también tenía los ojos azules y era inmensamente bella.

El guardia de la puerta se cuadró ante las mujeres y anunció:

—Su Majestad la Reina y su dama de honor, Gwendolyn Montague.

Marcus había solicitado ver a la Reina o a la madre de Amira, pero no esperaba obtener una audiencia con tanta facilidad. Al parecer, su nombre era conocido en palacio.

—Es un honor —dijo, inclinando la cabeza ante la Reina y sonriendo a su acompañante.

Ninguna de las mujeres habló, de modo que decidió explicarse.

—He venido por dos razones. En primer lugar, quiero hablar con Amira para que sepa que no soy el canalla que cree que soy. En segundo lugar, he venido para averiguar si mi hermano y yo podemos ser los herederos del trono. Hasta hace unos días no supe que me habían adoptado; por esa razón no tomé demasiado en serio la historia que me contó Amira. Además, no quería que fuera cierta. No quería que rompieran mi vida de ese modo.

Marcus se detuvo un momento antes de continuar. Miró a la madre de Amira y añadió:

—Sin embargo, su hija ha cambiado mi vida por completo. Cuando se marchó comprendí que no puedo vivir sin ella.

La Reina y su dama de honor intercambiaron una mirada.

—Bien, señor Cordello —dijo la Reina—. Ha conseguido calmar nuestra indignación sobre el asunto de Amira. Debo advertirle que veníamos con intención de darle una buena lección.

—Seguramente Amira tiene intenciones peores.

La Reina hizo un gesto hacia un sofá cercano. Marcus esperó a que las dos mujeres se acomodaran antes de hacerlo él mismo en un sillón.

—Hace poco tiempo que conoce a mi hija, señor Cordello —dijo la madre de Amira—. ¿Pretende hacerme creer que se ha enamorado de ella en solo dos semanas?

—Sí.

—No quiero parecer poco delicada, pero Amira cree que usted se comportó del modo en que lo hizo porque quería acostarse con ella.

La Reina arqueó una ceja y sonrió. Sabía que Marcus se sentía muy incómodo charlando de una cuestión tan problemática con la madre de Amira.

—Esa era mi intención, es cierto. Cuando le pedí que me acompañara a mi casa de Shady Glenn, pensé que teníamos toda una semana por delante. Pero nunca pretendí aprovecharme de ella. Y si Amira es sincera con usted, estoy seguro de que se lo dirá ella misma.

—Ya me lo ha dicho. Pero tenía que hablar con usted antes de decidir si era cierto o si se había dejado engañar.

—Comprendo que necesita conocerme algo mejor para poder tener una opinión más formada sobre mí, pero voy a pedirle a su hija que se case conmigo.

Una vez más, las dos mujeres se miraron.

—Amira sigue muy deprimida —dijo la Reina—. Ha cambiado. Dice que quiere dejar el palacio y comprar su propia casa. Pero si usted no es el príncipe heredero, y esperamos que no lo sea, su vida seguirá siendo como siempre. ¿Espera entonces que Amira abandone la existencia que ha llevado y que se marche con usted?

—No estoy seguro de cuál sería la solución más adecuada. Pero sé que encontraremos una solución.

—Señor Cordello, no sé lo que Gwen piensa de todo este asunto, pero creo que es usted sincero. Sin embargo, ella es su madre y es ella quien debe decidir si informa a su hija sobre su presencia en palacio.

—¿Está aquí? —preguntó él con ansiedad.

—Tengo la impresión de que sería capaz de poner patas arriba todo el edificio para encontrarla —dijo Gwen.

—Lo haría. Sé lo especial que es.

—Está bien, señor Cordello —dijo la madre de Amira, tras unos segundos de silencio—. Le diré dónde puede encontrarla, pero el resto es cosa suya. Está desayunando en la ciudad, en un pequeño café llamado Artist Place. Se marchó hace una hora, así que estoy segura de que podrá encontrarla allí. ¿Necesita un coche?

—Le pedí al taxista que esperara —dijo—. Muchas gracias por todo. Conocerlas ha sido un verdadero placer.

—Aún tenemos que hablar sobre las pruebas de ADN —dijo la Reina.

—Lo sé, y por mi parte no habrá problema alguno.

—Entonces, ¿se quedará esta noche en palacio?

—Si es su deseo, Majestad...

—Me gustaría, pase lo que pase con Amira. Es posible que usted sea el heredero, y debemos asegurarnos.

Después de despedirse de la Reina con una reverencia, Marcus estrechó la mano de Gwen Montague.

—Gracias por ser tan comprensiva.

—Amira es joven pero inteligente y sabrá cuidarse. Le deseo suerte, señor Cordello.

—Llámeme Marcus, por favor.

Un guardia escoltó a Marcus a la salida, y poco después se encontró de vuelta en el taxi, dirigiéndose hacia el café que le habían indicado. En cuanto llegó, entró y echó un vistazo a su alrededor. Era un lugar tranquilo, con mesas de madera.

Amira estaba sentada en una de las esquinas, en la zona más oscura del establecimiento. Ante ella había un plato con un emparedado, pero no estaba comiendo. En aquel momento estaba mirando los cuadros de las paredes, con expresión distante. El corazón de Marcus comenzó a latir tan deprisa que no podía pensar. Solo podía sentir.

Caminó hacia ella, tan deprisa como pudo, y preguntó:

—¿Lady Amira Sierra Corbin?

Ella levantó la mirada, pero no dijo nada.

—Permíteme que me presente. Soy Marcus Cordello y estoy buscando a la mujer más maravillosa que he conocido. Hice algo terrible al no revelarle mi verdadera identidad, pero solo fue por miedo.

Marcus se detuvo un momento antes de continuar, ya sin juegos, con total sinceridad.

—Quise que estuvieras conmigo en Shady Glenn porque temía no volver a verte. Y cuando te marchaste, la idea de perderte para siempre se me hizo insoportable. Nunca quise herirte. No pretendí aprovecharme de ti, como no pretendí enamorarme de ti, pero lo hice.

Entonces, Marcus sacó una cajita negra de un bolsillo y se la dio.

—Si te casas conmigo, te dedicaré el resto de mi vida. Te prometo que nunca volveré a mentirte. Te amo, Amira. No puedo imaginar mi existencia sin tu risa, tu sinceridad, tu compasión. ¿Me harás el honor de casarte conmigo?

Amira lo miró con asombro y abrió la cajita. Contenía un anillo de diamantes, en forma de corazón. Era un anillo digno de una princesa.

—¿Marcus?

—¿Sí, cariño?

—Solo quería pronunciar tu nombre. Te queda bien.

—¿Por qué no miras si el anillo te queda tan bien como mi nombre a mí?

La joven lo sacó de la caja y se lo puso en un dedo. Era perfecto.

—¿Podrás perdonarme, Amira?

—Te perdono, Marcus. Te amo...

Un segundo después, estaban abrazados, besándose. Y se besaron durante tanto tiempo que la concurrencia del local rompió en un aplauso.

Marcus levantó entonces la cabeza, con miedo de que Amira se pudiera sentir avergonzada.

—Debimos besarnos en privado, pero no me he podido contener —dijo él en voz baja.

—Me alegra que no te hayas contenido.

—¿Seguro?

—Seguro. Ahora sé qué clase de hombre eres. Cuando supe la verdad, me sentí traicionada y ni siquiera sabía si volvería a verte. Pensé marcharme a París, pero me dije que huir no serviría para nada y tomé la decisión de esperarte en Penwyck y de averiguar si realmente sentías algo por mí o si mi imaginación me había jugado una mala pasada.

—Tu imaginación no te engañó. Me enamoré de ti en cuanto te vi. Sí, deseaba acostarme contigo... pero quería mucho más que eso y no me había dado cuenta.

—Siento todo lo que ha pasado, Marcus. Antes de marcharme de Shady Glenn, tu padre me dijo que te había confesado que Shane y tú fuisteis adoptados. ¿Qué pasará si resultas ser un príncipe? Sé que no quieres serlo. Sé que...

—No tengo respuestas sobre eso, Amira, no sé lo que sentiré si descubro que soy un príncipe. Pero sé que te amo y que deseo que seas feliz. Le dije a la Reina que no puedo saber lo que pasará ahora, pero que encontraremos una solución.

—Tienes razón. La encontraremos.

A pesar de que todo el mundo los estaba mirando, Marcus volvió a besarla. Pero esta vez no los interrumpieron con ningún aplauso. Esta vez se besaron durante tanto tiempo que se quedaron sin aliento.

—¿Cuándo podemos casarnos? —preguntó entonces él.

—Dentro de unas semanas, si te parece bien.

—¿Tendrás tiempo para organizar una boda digna de un cuento de hadas?

—Oh, mi madre y la Reina son capaces de hacer maravillas. Tendrán tiempo de sobra.

—Me alegro, porque no me siento capaz de esperar para hacerte mía.

—Eso no es ningún problema, Marcus. Haremos el amor esta misma noche, si lo deseas...

Marcus negó con la cabeza.

—No, quiero hacer las cosas bien. Me has dado un regalo maravilloso y quiero ofrecerte a cambio el mayor de los respetos, el respeto que mereces.

Amira pasó los brazos alrededor de su cuello y apoyó la frente en él.

—No importa lo que digan esos análisis de ADN. Yo sé que tú eres un príncipe. Mi príncipe.

—Te amo, Amira.

Marcus pensó que en pocas semanas serían marido y mujer. Y aunque no sabía lo que les depararía la vida, sabía que se enfrentarían a ello juntos, y que se amarían y cuidarían para siempre.

Fin.