Capítulo 10

PIENSO tomarme mi matrimonio muy en serio -afirmó Gabriel tras un instante de vacilación. Rachel, que esperaba una ardiente declaración de amor hacia Cassie, no supo cómo tomarse esta respuesta. El tono tan falto de entusiasmo en que él le había respondido, y, sobre todo, el vacío que advirtió en su mirada, hicieron que poco a poco empezara a ver todo aquel asunto desde una luz bien diferente.

-Mantendré mi palabra aunque me cueste -continuó-, y procuraré ser el mejor de los maridos para Cassie. La infidelidad me parece el más terrible de los pecados.

-Para un marido, puede que lo sea, pero en el caso de un amante es diferente, ¿verdad? -le reprochó Rachel-. Como entre nosotros no hubo anillos, ni promesas, te resultó muy fácil dejarme de lado... -a pesar de su furor, reparó en que Gabriel, pálido y descompuesto, estaba tan alterado que parecía a punto de estrellar su copa contra la mesa de mármol,

-No fue tan fácil como tú dices. Te aseguro que no tienes la más mínima idea de lo que yo sentía entonces.

-Pues yo dudo de que llegaras siquiera a sentir algo., aparte del puro placer físico, claro -replicó Rachel con dureza, aunque en el fondo de su corazón estaba deseando poder creerle.

-¡Maldita sea! ¡Estás completamente equivocada! ¡No tienes ni la menor idea de lo que estás hablando! -estalló Gabriel con los ojos llameantes.

-¿Cómo puedes tener tanta cara? Amanda estaba en tu cama, la vi con mis propios ojos ¿acaso puedes negarlo?

-No...

-Claro que no. Te recuerdo que ya admitiste una vez que te habías acostado con ella deliberadamente... -le acusó.

-Rachel... -Gabriel intentó interrumpirla asiendo una de sus manos, pero ella consiguió eludirle.

-Venga, explícame si puedes por qué la llevaste a tu cuarto...

-¡Para protegerme! -replicó Gabriel desafiante.

-¿Protegerte? -repitió Rachel incrédula-. No te creo. ¿De quién querías protegerte? ¿No sería de mí, verdad?

Él se limitó a asentir con la cabeza.

-¡Lo que me faltaba por oír! Si de verdad quieres que te crea, tendrás que esforzarte por inventar algo mejor que eso... -justo en aquel momento sonó la campanilla del horno-. Tu cena está lista -continuó secamente, agradeciendo la interrupción, pues aquella tensa conversación estaba a punto de acabar con sus nervios.

Ignorando la torva mirada que le dirigió Gabriel, fue a la cocina y sacó del horno el pastel. Con deliberada brusquedad, cortó un pedazo y lo puso en un plato.

-¿Quieres ensalada? -preguntó. No le hizo falta volverse para adivinar que Gabriel la había seguido hasta la cocina.

-Rachel, ¿cómo tengo que decirte que me importa un rábano la maldita cena?

-Bueno, pues no pienso ofrecerte nada más. No pienso caer en esa trampa por segunda vez.

-¡Por supuesto que no! -exclamó Gabriel de forma tan brutal que fue como si le cruzara la cara de una bofetada-. No siempre un hombre puede resistir a la tentación.

Lívida, Rachel sé agarró con tanta fuerza a la encimera que se le pusieron los nudillos blancos. Aquellas palabras habían sido las mismas que le había dicho en su habitación tanto tiempo atrás, cuando estaba a punto de meterse en la cama con ella.

Cegada por la pasión de aquel momento, le habían parecido una muestra de delicadeza por su parte, que demostraban que ella le importaba de verdad. Sólo cuando ya era demasiado tarde se dio cuenta de que no era más que una fanfarronada para impresionarla.

-Dime entonces una cosa -dijo Rachel sin volverse, procurando mantener la calma-. Si usaste a Amanda para protegerte, ¿puedes explicarme por qué te casas con Cassie?

-Porque tengo que hacerlo -replicó impertérrito.

-¿Que tienes...? -anonadada, Rachel sintió que le flaqueaban las rodillas. Como una estúpida, había pensado que se casaba porque estaba locamente enamorado de Cassie, ni siquiera se le había ocurrido la posibilidad de que lo hiciera porque ella estuviese embarazada-. ¡Bastardo! -le insultó sin poderse contener- ¡Eres despreciable! -ciega de furia, asió el plato en el que le había servido la cena y se lo lanzó a la cara. Sin embargo, Gabriel consiguió esquivarlo y se estampó contra la pared.

Ahogando un grito, Rachel salió de la cocina y se dirigió precipitadamente a las escaleras, incapaz de seguir un instante más a su lado.

-¡Rachel, espera! -exclamó Gabriel corriendo tras ella. La alcanzó ante la puerta del ático y la rodeó con fuerza por los hombros.

-¡Déjame! ¡Suéltame! -gritó con los ojos anegados en llanto.

Rabiosa, consiguió darle una patada en la espinilla,y tuvo la satisfacción de hacerle gemir de dolor. Sin embargo, ni siquiera entonces la soltó. Todavía agarrándola, Gabriel abrió la puerta y la empujó al interior de la habitación.

-¡Rachel, siéntate! ¡Que te sientes!

-No pienso obedecerte, ¿me oyes? No voy a volver a hacerte caso nunca más -pero justo entonces fue como si algo en su interior se rompiera definitivamente, como si el dolor y la decepción hubieran ganado la batalla. Quiso gritar, pero no lograba reunir las fuerzas para hacerlo.

Temblando como una azogada empezó a golpear a Gabriel en el pecho. Parecía como si sólo utilizando la violencia se pudiese amortiguar un poco la terrible agonía en la que él la había sumido.

Gabriel no hizo el menor intento por defenderse; en silencio e impasible, esperó hasta que a ella se le pasó el arrebato, y sólo entonces la condujo hasta la cama, sentándose a su lado. Se limitó a abrazarla hasta que cesaron aquellos convulsos temblores que la hacía estremecerse de pies a cabeza. Derrotada y exhausta, Rachel apoyó por fin la cabeza contra su pecho.

Lenta, cuidadosamente, Gabriel la asió la barbilla, obligándola a levantar la vista hacia él.

-Escúchame con atención: nunca, te repito, nunca me he acostado con Cassie, y no pienso hacerlo hasta que nos hayamos casado.

-Pero... ¡si has dicho que...! -le interrumpió Rachel en el colmo de la sorpresa.

-Sí, me tengo que casar con ella, pero no por lo que tú piensas. No la he dejado embarazada.

-Entonces, ¿por qué...?

-No hagas más preguntas, Rachel, déjalo estar por amor de Cristo -le advirtió Gabriel desesperado. Pero Rachel no podía consentir que las cosas quedarán así, no cuando quedaban tantas preguntas por contestar, no mientras aquella terrible incertidumbre continuara atormentándola.

-¿Y qué hay de mí? -se atrevió a plantear por fin.

Instantáneamente, Gabriel pareció relajarse, sus rasgos se dulcificaron y, cuando contestó, su tono fue tan suave que Rachel se quedó atónita.

-Tú eras... eres... muy especial, y siempre lo serás para mí.

-¡Sí! ¡Tan especial que te costó sólo dos días olvidarme y dedicarte a perseguir a otra!

-¡Maldita sea, Rachel! ¡Nunca te he olvidado! ¡No he podido!

Por primera vez, le creyó sin reservas, y, de algún modo, la esperanza de haber significado algo para él, fue un bálsamo para «u corazón herido.

-¿Y ahora?

-¡Rachel...! -gimió Gabriel desesperado, a punto de rendirse. Rachel presintió que se estaban acercando al momento de la verdad. Levantó un poco la cabeza, y, apoyándose en su hombro, buscó la mirada de Gabriel. El la miró a los ojos, directa, sombríamente, haciendo que le recorriera por la espalda un escalofrío.

Pero ya no podía volverse atrás, ni detener lo que ella misma había puesto en marcha. Presentía que estaba a punto de revelarle algo que cambiaría su vida para siempre.

-¿Qué es lo que piensas de mí? -preguntó. Gabriel tragó saliva convulsivamente; estaba a punto de derrumbar sus defensas-. ¡Gabriel! -insistió- ¡Tengo que saberlo! ¿Todavía sientes algo...?

-¿Sentir? -repitió con la voz rota por el dolor-. ¡Dios mío, Rachel! ¡Si tú supieras...!

-¿Qué es lo que te pasa? ¿Me quieres...?

-Sí, que Dios me ayude, te quiero -reconoció Gabriel por fin con voz ronca-. Rachel... ¡ángel mío! Más que quererte: te adoro, te amo con todo mi corazón. Si pudiera, me casaría contigo ahora mismo...

-Pero... -empezó a decir Rachel, pero él la hizo callar poniéndole suavemente un dedo en los labios.

-Lo que más desearía en el mundo -continuó-, sería pasar el resto de mi vida contigo, tener hijos, envejecer a tu lado...

Aquellas eran exactamente las palabras que Rachel siempre había deseado oír, pero, sin embargo, no hicieron sobre ella el efecto que había esperado. Por el contrario, un frío estremecimiento le recorrió la espina dorsal matando toda su posible alegría.

-Pero, ¿por qué no me lo habías dicho? -preguntó. Gabriel levantó la cabeza, con la mirada perdida.

-Porque no puedo hacerlo... no debo. Mejor dicho, no debemos hacerlo.

Rachel no podía creer lo que estaba oyendo.

-Gabriel, no te entiendo. ¡Yo también te quiero!, ¿me oyes? Te quiero -repitió, mientras él se limitaba a negar una y otra vez con la cabeza-. Entonces, ¿por qué no podemos estar juntos? -insistió tenazmente.

-¿Qué es lo que quieres de mí? -preguntó Gabriel tristemente en lugar de responderla.

-¿Acaso todavía no lo sabes? Quisiera poder retroceder cinco años en el tiempo y hacerte olvidar todas tus objeciones y estúpidos prejuicios que tanto mal nos han hecho. ¡Quiero que volvamos a empezar de nuevo!

Gabriel no movió un solo músculo, incluso pareció distanciarse aún más ante su ardiente declaración. A punto de desesperarse, Rachel se acercó aún más a él.

-Escucha, lo único que quiero es que me beses, so tonto. Luego quiero que me tumbes en esta cama, que me quites la ropa y que hagamos el amor apasionadamente hasta no poder más, hasta que borremos el más mínimo escrúpulo que todavía puedas mantener.

Era evidente que Gabriel deseaba hacerle caso, pero, incomprensiblemente, se resistía a ello con todas sus fuerzas.

-¡Santo Dios! -gimió. Sin poderse contener, Gabriel le acarició suavemente la mejilla. Sus dedos estaban fríos como el hielo-. ¡Dios! -volvió a exclamar rabioso.

Con una urgencia casi violenta, se agachó hacia ella y la besó apasionada, salvajemente. Rachel le respondió con la misma ansia desesperada y ardiente, y de aquel modo pareció que al fin se derrumbaban los muros que les habían tenido separados durante cinco largos años.

Rachel sentía que el corazón se le escapaba del pecho, como si fuera un pájaro al que por fin abrieran la puerta de la jaula. Pero justo cuando aquel beso tan ansiado empezaba a hacerse más sensual, más exigente, Gabriel se desasió de su abrazo con un gesto tal de desesperación que hizo que a Rachel se le helara la sangre en las venas.

-¡No puede ser! ¡Maldita sea, no puede ser! -gritó, y empezó a proferir tal sarta de juramentos que Rachel se encogió asustada sin saber cómo reaccionar ante tal arrebato de furia.

De repente, Gabriel se quedó callado e inmóvil, con los ojos cerrados y la respiración entrecortada. Una palidez mortal se extendió por su rostro durante un instante que a Rachel se le antojó interminable.

Al fin pareció reaccionar, y con un gesto cargado de ternura, la besó brevemente en los labios, tras lo cual se separó de ella bruscamente.

-¡Gabriel! -suplicó Rachel sin entender absolutamente nada- ¿Qué te pasa? ¿Por qué...?

-No puedo.

-Pero, ¿por qué? ¿Acaso piensas todavía que soy demasiado joven? ¡Pero si ya ves que he dejado de ser tu hermanita pequeña!

Por imposible que pareciera, Gabriel se puso aún más pálido al oírle decir eso.

-Ese es el problema precisamente, cariño -dijo, y su voz parecía más firme.

-¿Aún me ves como a una hermana? -preguntó Rachel incrédula-. ¡Por favor, Gabriel! ¡Olvídate de esa estupidez! Yo... -se quedó repentinamente muda al ver el cambio en la expresión de su rostro, contraído en una mueca de dolor terrible.

-¡No puedo olvidarme! -estalló-. ¡Eres mi hermana, tienes mi misma sangre! Rachel, mi amor, tenemos el mismo padre, ¿no te das cuenta? Todo lo que ocurrió aquella noche no fue más que un tremendo error.

Rachel sintió que se le venía el mundo encima, incapaz de asumir todo lo que aquellas palabras significaban.

-¡No puede ser! ¡No puedo creerlo!

-¡Tienes que hacerlo! ¡Por favor, créeme! ¡Olvida todo lo que sientes por mí, el futuro que imaginaste a mi lado! ¡Olvídalo y procura encontrar a otra persona que pueda hacerte feliz!

-¡No! ¡Eso nunca! -replicó con un acento tal de desesperación que Gabriel tuvo que hacer un tremendo esfuerzo por contenerse y no abalanzarse para consolarla.

-Tendrás que intentarlo, Rachel. Esa es la única forma, no tenemos otra alternativa. Yo...

-...te casarás con Cassie -le interrumpió Rachel entendiendo por fin todo.

-¿Comprendes ahora por qué tengo que hacerlo? Nunca podré amar a otra mujer. Pero si me caso con ella, procuraré ser el mejor marido del mundo... ésa es mi única esperanza de salvación.