Comentario del autor
En esta crónica de Prydain, que sigue a El Libro de los Tres y El caldero mágico, lo que le sucede a la heroína es tan importante y peligroso como la misión que debe llevar a cabo el héroe. La princesa Eilonwy, la del cabello rojo y oro, debe hacer mucho más que enfrentarse a la inevitable (y, en su opinión, absolutamente innecesaria) ordalía de convertirse en una joven dama. Tal y como le advierte Dallben, el viejo hechicero, «A cada uno de nosotros le llega el momento en el que debe ser más de lo que es». Y esto es así tanto para las princesas como para los ayudantes de porquerizo.
En cierto sentido, El castillo de Llyr es una crónica más romántica que las dos anteriores: Taran es claramente consciente de cuáles son sus sentimientos hacia Eilonwy. Y en algunos momentos incluso resulta más cómica: por ejemplo, la terrible desesperación de los compañeros cuando tienen que vérselas con el bienintencionado pero más bien inútil príncipe Rhun. El tono del relato quizá sea más agridulce que abiertamente heroico. Pero la aventura debería contener algo más aparte de los elementos típicos del cuento de hadas: una joya mágica, una reina vengativa, un castillo misterioso y rivales que aspiran a obtener la mano de la princesa. La naturaleza del género fantástico permite que ocurran cosas capaces de revelar mucho más claramente cuáles son nuestras debilidades y nuestras virtudes. Los habitantes de Prydain son figuras creadas por la fantasía; tengo la esperanza de que también resulten humanos.
Sin embargo, Prydain es un lugar totalmente imaginario. Mona, el telón de fondo donde se desarrolla El castillo de Llyr, es el antiguo nombre galés de la isla de Anglesey. Pero ese telón de fondo no ha sido trazado con la precisión de quien dibuja un mapa y, más que describirla de una forma realista, mi esperanza es haber logrado que el lector sienta cómo era la tierra de Gales y sus leyendas.
Algunos lectores quizá protesten, indignados ante el destino de varios villanos de esta historia, especialmente ante el de uno de los canallas más desagradables de todo Prydain. Creo mi deber recordarles que, aunque El castillo de Llyr, igual que los dos libros anteriores, es una crónica independiente y puede ser leída aparte de las demás, algunos de los acontecimientos que se relatan en él tienen consecuencias que llegan hasta un futuro bastante lejano. Salvo lo dicho, no voy a dar más pistas, y me limitaré a recomendarles que procuren dar muestra de una de las virtudes más difíciles de practicar: la paciencia.