14

Kelly no estaba en su mesa. El hombre que me cogió el teléfono en la Brigada de Homicidios de Brooklyn me dijo que podía intentar que le mandaran un mensaje al busca, si era importante. Le dije que era importante.

Cuando sonó el teléfono, lo cogió Elaine.

—Un segundo —respondió, al tiempo que asentía.

Le cogí el teléfono y saludé a Kelly.

—Mi padre se acuerda de ti. Me ha dicho que eras un tipo muy entusiasta.

—Ya, bueno. Eso fue hace mucho tiempo.

—Eso mismo ha dicho mi padre. ¿Qué es tan importante para que me manden un mensaje al busca en mitad de una comida?

—Tengo una pregunta sobre Leila Álvarez.

—Que tienes una pregunta, dices. Ya suponía que tenías algo para mí.

—Sobre la intervención que le practicaron.

—«Intervención». ¿Es así como quieres llamarlo?

—¿Sabes qué utilizaron para amputarle el pecho?

—Claro, una puta guillotina. ¿A qué vienen ahora esas preguntas, Scudder?

—¿Podrían haber usado un trozo de alambre? Cuerda de piano, digamos, utilizada más o menos como si fuera una especie de garrote vil.

Se produjo una larga pausa y me pregunté si lo habría dicho mal y no me había entendido. Luego oí de nuevo su voz, tensa:

—¿Qué coño me estás ocultando?

—Solo hace diez minutos que te lo oculto y de esos diez, me he pasado cinco esperando a que me devolvieras la llamada.

—De puta madre. ¿Qué tienes, amigo?

—Leila Álvarez no fue su única víctima.

—Eso ya me lo habías dicho. También está Gotteskind. Leí el expediente y creo que tienes razón, pero ¿qué tiene que ver la cuerda de piano con Gotteskind?

—Hay otra víctima —dije—. Violada, torturada, y un pecho amputado. La diferencia es que está viva. Me he imaginado que querrías hablar con ella.

Drew Kaplan dijo:

Pro bono, ¿eh? ¿Sabrías decirme por qué esas son las dos únicas palabras en latín que conoce todo el mundo? Después de terminar Derecho en Brooklyn, había aprendido el suficiente latín como para abrir mi propia iglesia. Res gestae, corpus juris, lex talionis. Pero nunca le oigo esas expresiones a nadie. Solo pro bono. ¿Sabes qué significa pro bono?

—Estoy convencido de que tú me lo vas a explicar.

—La expresión completa es pro bono publico. Por el bien público. Que es el motivo por el cual las grandes firmas de abogados utilizan la frase para referirse a la irrisoria cantidad de trabajo legal que se dignan emprender en favor de las causas en las que creen, para así acallar la conciencia, comprensiblemente avergonzada por el hecho de que dedican más del noventa por ciento de su tiempo a oprimir a los pobres y cobrarles un mínimo de doscientos dólares la hora por ello. ¿Por qué me miras así?

—Creo que es la frase más larga que te he oído pronunciar jamás.

—Qué descaro. Señorita Cassidy, como abogado suyo, es mi deber advertirle de que no se relacione con individuos como este caballero. Matt, en serio, la señorita Cassidy reside en Manhattan, es víctima de un delito que se produjo hace nueve meses en el barrio de Queens. Yo no soy más que un pobre abogado cuyo modesto despacho se encuentra en Court Street, en Brooklyn. Así que, si me permites que te lo pregunte, ¿qué pinto yo en este asunto?

Estábamos en su modesto despacho y todas aquellas bromas no eran más que su forma de romper el hielo, pues ya sabía por qué Pam necesitaba que un abogado de Brooklyn estuviera presente mientras la interrogaba un detective de la Brigada de Homicidios de Brooklyn. De hecho, yo ya le había explicado con todo lujo de detalles la situación a Kaplan, por teléfono.

—Te llamaré Pam —dijo Kaplan—, ¿te parece bien?

—Claro.

—¿O prefieres Pamela?

—No, Pam me parece bien. Mientras no me llame Pammy…

A Kaplan se le pasó por alto el significado especial de aquel nombre.

—Pam, entonces. Pam, antes de que tú y yo vayamos a ver al agente Kelly… ¿Es agente, Matt? ¿O detective?

—Detective John Kelly.

—Antes de que nos reunamos con el amable detective, vamos a aclarar un par de cosas. Eres mi cliente: eso significa que no quiero que te interrogue nadie a menos que yo esté a tu lado. ¿Lo entiendes?

—Claro.

—Y eso incluye a todo el mundo: policía, prensa y reporteros de televisión que te planten un micro en la cara. «Hablen ustedes con mi abogado». A ver cómo lo dices.

—Hablen ustedes con mi abogado.

—Perfecto. Si te llama alguien por teléfono y te pregunta qué tiempo hace en la calle, ¿qué le contestarás?

—«Hable usted con mi abogado».

—Vale, lo has pillado. Una cosa más. Te llama un tío por teléfono y te dice que están realizando una promoción especial y que acabas de ganar un viaje gratis a Isla Paraíso, en las Bahamas. ¿Qué le dices?

—«Hable usted con mi abogado».

—No, a ese le puedes decir que se vaya a la mierda. Pero a cualquier otra persona del mundo, le dices que hable con tu abogado. Bueno, ahora repasaremos algunos detalles, pero en general solo debes responder a las preguntas cuando yo esté a tu lado, y solo si están relacionadas con el horrible delito del que has sido víctima. Tus orígenes, tu vida antes y después del incidente… Todo eso no es asunto de nadie. Si surge una línea de interrogación con la que no estoy de acuerdo, te interrumpiré para que no contestes. En el caso de que yo no te haya dicho nada pero, por el motivo que sea, te sientas incómoda ante alguna pregunta, no la contestes. Dices que quieres hablar en privado con tu abogado. «Quiero hablar en privado con mi abogado». A ver cómo lo dices.

—Quiero hablar en privado con mi abogado.

—Excelente. La cuestión es que no se te acusa de nada ni se te va a acusar de nada, así que para empezar les estás haciendo un favor, cosa que nos sitúa en la mejor posición. Bien, ahora vamos a repasar la historia una vez más mientras tenemos aquí a Matt, y luego tú y yo nos vamos a ver al detective John Kelly. Cuéntame cómo contactaste con Matthew Scudder para que encontrara a los hombres que te habían secuestrado y agredido.

Habíamos trabajado en los detalles antes incluso de que yo llamara a John Kelly o a Drew Kaplan. Necesitábamos una historia que convirtiera a Pam en la persona que había iniciado la investigación y dejara al margen a Kenan Khoury. Elaine, Pam y yo le estuvimos dando vueltas al asunto, y esto fue lo que se nos ocurrió:

Nueve meses después de los hechos, Pam estaba intentando seguir adelante con su vida. Le resultaba especialmente difícil por el miedo que tenía a que los mismos hombres volvieran a atacarla. Incluso había pensado en marcharse de Nueva York para alejarse de ellos, pero sabía que el miedo la acompañaría por muy lejos que se fuera.

En fechas recientes había estado con un hombre al cual le había contado cómo había perdido el pecho. El tipo en cuestión, un hombre respetable y casado cuyo nombre no estaba dispuesta a revelar bajo ningún concepto, se había compadecido de ella, impresionado por la historia. Le había dicho a Pam que no podría descansar tranquila hasta que pillaran a aquellos tipos y que, en el caso de que resultara imposible encontrarlos, el simple hecho de tomar alguna medida para dar con ellos y entregarlos a la justicia la ayudaría a recuperarse emocionalmente. Dado que la policía había tenido tiempo de sobra para investigar y, obviamente, no había conseguido nada, el hombre le recomendó que contratara a un investigador privado que pudiera dedicar todo su tiempo al caso, en lugar de practicar la clase de selección criminológica que se exigía a la policía.

De hecho, él conocía a un detective en el cual confiaba, porque el tipo sin nombre había sido cliente mío en el pasado. Él la había puesto en contacto conmigo y, además, se había ofrecido a pagar mis honorarios y los gastos, siempre y cuando su papel en todo este asunto no se hiciera público jamás, bajo ningún concepto.

Tras un par de entrevistas con Pam, yo había llegado a la conclusión de que la forma más práctica de enfocar el caso era asumir que ella no había sido la única víctima. El hecho de que los dos tipos hubieran discutido acerca de si debían matarla o no, hacía pensar que ya habían cometido algún homicidio con anterioridad. Por tanto, yo había recurrido a distintas tácticas pensadas para encontrar pruebas de otros crímenes cometidos por aquellos dos hombres, ya fuera antes o después de la mutilación que había sufrido mi clienta.

Tras una intensa búsqueda en la biblioteca, había dado con dos casos que parecían encajar, los de Marie Gotteskind y Leila Álvarez. En el caso Gotteskind se había producido un secuestro con furgoneta y, tras investigar un poco más a través de canales no tan convencionales, había descubierto que la víctima también había sufrido amputaciones. El caso Álvarez parecía otro probable secuestro y coincidía con el de Pam en otro aspecto: a la víctima la habían abandonado en un cementerio. (A Pam la habían dejado en el cementerio de Mount Zion, en Queens). Al descubrir el jueves anterior que la mutilación que había sufrido Álvarez, de la cual la prensa no había dado detalles, era idéntica a la que había sufrido mi clienta, me había parecido obvio que se trataba de los mismos asesinos.

¿Que por qué no le había dicho nada a Kelly en aquel momento? En primer lugar, porque éticamente no podía hacer tal cosa sin el consentimiento de mi clienta, así que me había pasado el fin de semana tratando de convencerla y preparándola para lo que tendría que afrontar. Y en segundo lugar, porque quería comprobar si había picado algo en los otros anzuelos que había lanzado.

Uno de esos anzuelos era la historia de un telefilme, que mi amiga Elaine les había contado a varias unidades de delitos sexuales de la ciudad, con la esperanza de encontrar a alguna víctima que hubiera sobrevivido. Varias mujeres habían llamado y, aunque ninguna de ellas parecía encajar ni de lejos, yo había querido esperar hasta el lunes para abandonar esa línea de investigación de manera definitiva.

Curiosamente, Pam había recibido la llamada de una mujer de la unidad de Queens. La mujer en cuestión le había dicho que tal vez estuviera interesada en llamar a la tal señorita Mardell y averiguar un poco más de qué iba la historia. En aquel momento, Pam no tenía ni idea de que nosotros habíamos puesto en marcha aquella táctica, así que se había mostrado bastante insegura al hablar por teléfono con aquella mujer, pero luego nos habíamos reído mucho los tres al comentarme Pam lo de la llamada y descubrir quién era en realidad el supuesto productor de telefilmes.

A esas alturas, lunes por tarde, yo ya no veía motivos para seguir ocultando información a la policía, pues haciendo tal cosa lo único que conseguíamos era obstaculizar la investigación de ambos homicidios y, por otro lado, a mí ya no me quedaba ninguna pista útil que seguir. Había conseguido venderle ese razonamiento a Pam, que era bastante reacia a dejarse interrogar de nuevo por la policía. Sin embargo, se había mostrado más confiada cuando yo le había dicho que tendría un abogado que velara por sus intereses.

Y, sin más, ellos se iban a ver a Kelly y yo daba por finalizada mi búsqueda de asesinos sexuales. Punto final.

—Creo que funcionará —le dije a Elaine—, pues lo abarca todo, todas las actividades que he puesto en marcha desde que recibí la primera llamada, excepto todo lo que tiene que ver con Kenan Khoury. Nada de lo que Pam cuente a la poli los puede conducir a mi investigación en Atlantic Avenue, ni a los juegos de ordenador que anoche pusieron en práctica los Kong. Pam no sabe nada de todo eso, así que no podría meter la pata ni aunque quisiera. Nunca ha oído hablar de Francine, ni de Kenan Khoury. Ahora que lo pienso, creo que ni siquiera sabe qué pinto yo en el caso. Lo único que sabe es su tapadera.

—A lo mejor se la cree.

—Se la creerá en cuanto empiece a contarla. Kaplan ha dicho que sonaba convincente.

—¿A él le has contado la verdadera historia?

—No, no tenía motivos para hacer tal cosa. Kaplan sabe que la historia que tiene no está completa, pero le resulta lo bastante cómoda. Lo importante es que no permita que los polis la tomen con ella y se interesen más por mi papel en el caso que por averiguar quién lo hizo.

—¿Serían capaces de algo así?

Me encogí de hombros.

—No sé de lo que son capaces. Anda suelto un equipo de asesinos en serie que ya llevan más de un año actuando y el Departamento de Policía de Nueva York ni siquiera sabe que existen. Que un detective se presente con información que toda la policía ha pasado por alto es algo que le va a tocar las narices a mucha gente.

—Y el mensajero pagará los platos ratos.

—No sería la primera vez. En realidad, no es que a los polis se les pasara algo obvio. Es fácil pasar por alto los asesinatos en serie, sobre todo cuando los distintos casos están repartidos entre varios distritos y barrios, y cuando los elementos unificadores son de los que no se publican en la prensa. Aun así, podrían tomarla con Pam por dejarlos en evidencia, sobre todo si tenemos en cuenta que es prostituta y que no mencionó ese pequeño detalle la primera vez.

—¿Y ahora lo va a mencionar?

—Mencionará que, de vez en cuando, se prostituía para sacarse un sobresueldo. Sabemos que tiene antecedentes, que la han multado en un par de ocasiones por prostitución y por merodear con fines sospechosos. Cuando investigaron el caso por primera vez no lo descubrieron porque ella era la víctima, así que no existía la obligación de comprobar si estaba fichada.

—Pero tú crees que tendrían que haberlo comprobado.

—Bueno, es un descuido considerable —reconocí—. Las prostitutas suelen ser un blanco fácil en estos casos porque resultan accesibles. Podrían haberlo comprobado. Tendría que ser automático, en realidad.

—Pero ahora les contará que dejó de prostituirse tras volver del hospital. Que tenía miedo de volver a la calle.

Asentí. Pam lo había dejado durante un tiempo, pues le daba pánico la idea de volver a subirse a un coche con un desconocido, pero la cabra siempre tira al monte, así que había vuelto. Al principio, se limitaba a hacerlo en coches, pues no quería desanimar ni disgustar a los posibles clientes al quitarse la blusa. Pero había acabado por descubrir que a la mayoría de los hombres no les molestaba tanto su deformidad. Algunos lo consideraban una interesante peculiaridad, y a unos cuantos incluso les excitaba muchísimo, por lo que habían acabado por convertirse en clientes regulares.

Pero nadie tenía por qué saber todo eso. Así, les contaría a los polis que trabajaba como camarera en un par de locales del barrio, cobrando en negro, y que más o menos la mantenía el anónimo benefactor que la había puesto en contacto conmigo.

—¿Y tú qué? —me preguntó Elaine—. ¿No tienes que ir a ver a Kelly para hacer una declaración?

—Supongo, pero no hay prisa. Mañana hablaré con él y ya veré si necesita algo oficial de mí. En realidad, no tengo nada para él, porque tampoco es que haya destapado ninguna prueba. Me he limitado a descubrir vínculos hasta ahora invisibles entre los tres casos.

—Entonces, ¿se ha terrrminado la guerra, mein Kapitän?

—Eso parece.

—Me imagino que estarás agotado. ¿Quieres ir a la habitación a echarte un rato?

—Prefiero estar despierto, para recuperar el horario de sueño normal.

—Lo entiendo. ¿Tienes hambre? Ay, Señor, pero si no has comido nada desde el desayuno, ¿verdad? Siéntate, voy a preparar algo.

Comimos ensalada variada y un enorme plato de lacitos con ajo y aceite. Nos sentamos a la mesa de la cocina y, después, Elaine preparó un té para ella y un café para mí. Nos fuimos al salón y nos sentamos en el sofá. En un momento determinado, Elaine dijo algo desacostumbradamente vulgar y, al ver que yo me echaba a reír, me preguntó qué era lo que me parecía tan divertido:

—Me encanta cuando hablas como una mujer de la calle —le dije.

—Crees que es una pose, ¿no? Crees que soy una delicada flor de invernadero, ¿verdad?

—No, te considero la rosa del Harlem hispano.

—Me preguntó si habría podido sobrevivir en la calle —dijo, con aire pensativo—. Aunque me alegra no haber tenido la ocasión de comprobarlo, claro. Pero una cosa te voy a decir: cuando todo esto acabe, nuestra querida amiguita va a dejar las frías esquinas. Va a coger la teta que le queda y va a desaparecer de las calles.

—¿Estás pensando en adoptarla?

—No, y tampoco vamos a ser compañeras de habitación ni nos vamos a peinar la una a la otra. Pero puedo conseguirle un sitio en una casa de citas decente o enseñarle a llevar una agenda y trabajar en su propio apartamento. Si es lista, ¿sabes qué hará? Poner un par de anuncios en la revista Screw para hacer saber a los obsesos de las tetas que ahora pueden tener una al precio de dos. Ya te estás riendo otra vez. ¿Eso también es hablar como una mujer de la calle?

—No, pero tiene gracia.

—Vale, entonces te dejo que te rías. No sé, a lo mejor tendría que pirarme sin más y dejar que viva su vida. Pero me cae bien.

—Y a mí.

—Creo que se merece algo mejor que la calle.

—Todo el mundo se merece algo mejor —dije—. Y puede que al final salga bien parada de todo esto. Si pillan a los tíos y los juzgan, podría conseguir sus quince minutos de fama. Tiene un buen abogado, ya se preocupará él de que nadie le sonsaque la historia sin pagar.

—A lo mejor hasta ruedan un telefilme.

—Yo no lo descartaría, aunque veo difícil que Debra Winger interprete a nuestra amiga.

—No, lo más seguro es que no. Ah, ya lo tengo. A ver qué te parece… Lo que habría que hacer es buscar a una actriz que hubiera tenido que someterse a una mastectomía en la vida real. ¿Qué, te parece lo bastante high concept o no? ¿Te das cuenta de la idea que estaríamos transmitiendo? —dijo, al tiempo que me guiñaba un ojo—. Bueno, ha hablado mi yo del mundo del espectáculo, pero seguro que te gusta más mi personaje de mujer de la calle.

—Tendría que decidirlo a cara o cruz.

—Me parece justo. ¿Matt? ¿Te molesta trabajar en un caso como este y luego dejarlo en manos de la policía?

—No.

—¿En serio?

—¿Por qué iba a molestarme? No tengo ninguna excusa para quedármelo. El Departamento de Policía de Nueva York tiene recursos y personal de los que yo no dispongo. Lo he llevado hasta donde lo podía llevar, y ahí se acaba la historia. Pero estoy dispuesto a investigar la información que obtuve anoche y ver qué puedo descubrir en Sunset Park.

—No le vas a contar nada a la policía sobre Sunset Park.

—No puedo, es imposible.

—Claro. ¿Matt? Tengo una pregunta.

—Adelante.

—No sé si querrás oírla, pero yo tengo que hacerla. ¿Estás convencido de que se trata de los mismos asesinos?

—Tiene que ser así. ¿Utilizar un pedazo de alambre para amputar un pecho? ¿Una vez con Leila Álvarez y otra con Pam Cassidy? ¿Y abandonarlas a las dos en cementerios? Venga ya, en serio.

—No, doy por sentado que los tipos que atacaron a Pam son los mismos que se cargaron a Álvarez. Y a la mujer de Forest Park, la maestra.

—Marie Gotteskind.

—Pero ¿qué me dices de Francine Khoury? No la abandonaron en un cementerio y, en principio, tampoco le amputaron un pecho con un garrote vil. Y, según los testigos, los secuestradores eran tres. Si había algo de lo que Pam estaba segura es de que los agresores eran solo dos, Ray y el otro.

—Tal vez solo fueran dos en el caso Khoury.

—Pero tú dijiste…

—Ya sé lo que dije. Pero Pam también dijo que los tipos pasaron del asiento a la caja y luego de la caja al asiento. Tal vez solo parecía que eran tres personas, porque si ves a dos tipos subir a la parte trasera de una furgoneta y el vehículo arranca, asumes que había otra persona sentada delante para conducir.

—Es posible.

—Sabemos que esos tipos se cargaron a Gotteskind. Gotteskind y Álvarez están relacionadas por el tema de los dedos, amputación e inserción, y tanto a Álvarez como a Cassidy les cortaron un pecho, de lo cual se deduce que…

—Que son los mismos en los tres casos. Vale, hasta ahí te sigo.

—Bien, los testigos del caso Gotteskind también dijeron que eran tres hombres, los dos que la secuestraron y el que conducía. Pudo tratarse de una ilusión y nada más. O tal vez ese día eran tres, y también el día en que se cargaron a Francine, pero la noche en que secuestraron a Pam uno de ellos estaba en casa con la gripe.

—O en casa cascándosela —aventuró Elaine.

—Lo que sea. Podríamos preguntarle a Pam si en algún momento hablaron de un tercer hombre, tipo «a Mike le encantaría este culito» o algo así.

—A lo mejor le cortaron el pecho para llevárselo a Mike.

—«Eh, Mike, tendrías que haber visto la otra teta, la que se salvó».

—Ahórrame los detalles, ¿quieres? ¿Crees que la poli le sacará una descripción decente de esos tipos?

—Yo no he podido.

Pam había dicho que no recordaba el aspecto de los dos hombres, que cuando intentaba imaginarlos no veía más que rostros desdibujados, como si llevaran medias de nailon a modo de máscaras. Y eso había convertido la primera investigación en un ejercicio inútil cuando le habían mostrado libros llenos de fotos de delincuentes sexuales, pues Pam no sabía cómo eran los rostros que estaba buscando. Luego lo habían intentando con un experto en retratos robot, también sin éxito.

—Cuando Pam estaba aquí —dijo Elaine— me vino a la mente Ray Galindez.

Ray Galindez era agente del Departamento de Policía de Nueva York, además de artista. Poseía un asombroso talento para conectar con un testigo y realizar un retrato del agresor con un considerable parecido. Elaine tenía en la pared del cuarto de baño dos de sus bocetos, enmarcados y realzados con paspartú.

—Yo he pensado lo mismo —reconocí—, pero creo que ni él podría sacarle nada. Si hubiera trabajado con ella uno o dos días después de los hechos, tal vez habría conseguido algo, pero ya ha pasado demasiado tiempo.

—¿Y la hipnosis?

—Es posible. Supongo que ha bloqueado el recuerdo y cabe la posibilidad de que un hipnotizador pueda desbloquearlo. No sé muy bien cómo funciona el tema. Pero los jurados no suelen confiar en esas técnicas, y yo tampoco lo tengo claro.

—¿Por qué no?

—Porque creo que los testigos hipnotizados pueden crear recuerdos imaginarios movidos por un deseo de complacer. Suelo recelar de los recuerdos de incesto que tanto oigo en las reuniones, recuerdos que afloran de manera inesperada a la superficie después de veinte o treinta años. Estoy seguro de que algunos de ellos son reales, claro, pero tengo la sensación de que otros muchos no son más que pura invención de pacientes que quieren alegrarle el día a su terapeuta.

—A veces son reales.

—No lo pongo en duda. Pero otras no.

—Puede. De todas formas, te aseguro que es un trauma que está de moda. No pasará mucho tiempo antes de que las mujeres que no recuerdan haber sido víctimas de incesto en su infancia empiecen a pensar que tal vez su padre las consideraba feas. ¿Jugamos a que yo soy una niña traviesa y tú eres mi papi?

—Mejor que no.

—Qué soso eres. ¿Prefieres jugar a que soy una puta callejera, astuta y sexy, y tú estás sentado al volante de tu coche?

—¿Tengo que ir a alquilar un coche?

—Podríamos hacer ver que el sofá es el coche, pero es un poco forzado. ¿Cómo podemos arreglárnoslas para que nuestra relación siga siendo excitante y apasionada? Yo te ataría, pero ya nos conocemos. Te quedarías dormido y ya está.

—Sobre todo esta noche.

—Ya veo. ¿Jugamos a que te gustan las deformidades y a mí me falta un pecho?

—Dios no lo quiera.

—Vale, amén. No quiero beshrei, como diría mi madre. ¿Sabes qué significa beshrei? Creo que es el equivalente yiddish de la arrogancia, tipo «No digas eso, le vas a dar malas ideas a Dios».

—Vale, pues no lo digas.

—No. ¿Cariño? ¿Quieres que nos vayamos a la calle?

—Esa es mi chica.