17

Jillian escuchaba con los ojos desorbitados mientras yo recreaba las circunstancias del robo y el asesinato. Cuando pasé a contar la historia de mi visita al austero alojamiento de Knobby Corcoran, me miró atemorizada y a la vez admirada. Supongo que podría haber exagerado un poco la realidad, como por ejemplo la distancia entre los tejados…

Cuando mencioné el maletín, Jillian emitió varias exclamaciones; pero al oír que era de cuero en lugar de ante, se quejó, y cuando supo que contenía dinero, jadeó.

—Tanto dinero… —dijo—. ¿Dónde está? No lo llevarás encima, ¿verdad?

—Está en lugar seguro; si no, habré tirado cincuenta centavos.

—¿Qué?

—No importa. Escondí el maletín, pero me quedé con algunos billetes por si acaso los necesitaba. —Saqué el billetero—. Me quedan dos, ¿ves?

—¿Qué tienen de especial?

—Son bonitos, ¿verdad?

—Son billetes de veinte dólares. ¿Qué tienen de especial?

—Bueno, si vieras un maletín lleno de billetes como estos, seguramente te impresionarías, ¿o no?

—Supongo que sí, pero…

—Fíjate en los números de serie, Jillian.

—¿Qué les ocurre a los números? Son correlativos. Un momento, no son correlativos, ¿verdad?

—No.

—Son… Bernie, estos dos billetes tienen el mismo número de serie.

—Es extraordinario, ¿no crees?

—Bernie…

—En un mundo donde no hay ningún copo de nieve igual, donde cada ser humano tiene huellas dactilares distintas, resulta que encuentro en mi billetero dos billetes de veinte dólares con el mismo número de serie. Da que pensar, ¿verdad?

—¿Son…?

—¿Falsos? Pues me temo que sí. Qué lástima, ¿no? Tanto dinero y es falso… Míralos bien, Jillian, y verás que son perfectos. El retrato de Andy Jackson está mucho mejor que en otras falsificaciones que he visto, pero si los observas atentamente verás que no es ninguna maravilla.

—Aquí, en el sello…

—Sí, y si le das la vuelta descubrirás otros defectos. Naturalmente, estos billetes son nuevos. Si los arrugas un poco, los doblas y envejeces el papel cociéndolo con un poco de café… —En fin, cada profesión tiene sus trucos, y no estoy muy al día de los últimos inventos en este terreno—. Estoy seguro de que diecinueve de cada veinte billetes como estos podrían cambiarse en un banco sin que nadie notara nada. El error más evidente está en el número de serie, pero por lo demás colaría. ¿Se te ocurriría mirarlos dos veces si te pidieran cambiarlos?

—No.

—Pues como tú, todo el mundo. En cuanto vi que el dinero era falso, me apresuré a regresar al apartamento de Grabow. Nada más pisar el suelo del vestíbulo, supe que me hallaba tras la pista acertada. Grabow era un artista sin éxito que cambió los pinceles por la imprenta, aunque en eso tampoco tuvo suerte. No obstante, vive en un apartamento que más de un neoyorquino envidiaría: espacioso, muebles caros y artefactos antiguos colgados en la pared valorados en varios miles de dólares. Estuve inspeccionando el apartamento y encontré suficientes tintas y papeles para fabricar mejor dinero que la propia fábrica de Moneda y Timbre; salí definitivamente de dudas cuando hallé las planchas de impresión. Grabow tiene mucho talento. Los grabados eran de primera.

—¿Así que Grabow es un falsificador?

—Sí. Me extrañó que reaccionara con tanta suspicacia el día que nos encontramos en el vestíbulo del edificio donde vive. La verdad es que al principio me salió bastante bien fingir que buscaba a un tal Grabow, pero enseguida empezó a hacer preguntas… Preguntaba con mayor rapidez que yo respondía, y por eso tuve que librarme de él como pude; ¿por qué sospechaba de mí si no tenía nada que esconder? Sí, es un falsificador. No puedo jurar que hiciera él las planchas, pero lo cierto es que ahora están en su casa. De lo que no dudo es de que hiciera la impresión.

—¿Y le dio el dinero a Knobby Corcoran? No entiendo qué ocurrió después.

—Yo tampoco, aunque puedo intuirlo. Supongamos que Grabow y Knobby se conocieran a través de Crystal. Grabow era su amante y salía con él de vez en cuando. Si lo hizo con el sabueso legal, su otro amante, no hay razón para no creer que hiciera lo mismo con Grabow. En fin, Grabow y Corcoran urdieron un plan, como que Grabow fabricaría los billetes falsos y Knobby se encargaría de colocarlos. Hubo una traición, digamos que Knobby se quedó con el dinero y Grabow con las manos vacías; tal vez se enfadó con Crystal por algún motivo o quizá ella se quedara con el dinero.

—¿Cómo?

Me encogí de hombros.

—No lo sé, pero podría ser. O tal vez el negocio les salió bien, pero Grabow averiguó que Crystal le utilizaba, que le era infiel con otros hombres y que sólo le aguantaba por lo del dinero. Tal vez se enteró de que se acostaba con Knobby o con otro. Enloquecido por los celos, cogió un escalpelo dental y salió a matarla.

—¿De dónde podría haber sacado un escalpelo?

—De Artículos Dentales y Ópticos Celniker, lo mismo que Craig.

—Pero ¿cómo…?

—Tiene una colección entera de esos instrumentos. Creo que son de la marca Celniker, a menos que otros fabricantes también diseñen los mangos hexagonales. Imagino que serán útiles para la impresión, por ejemplo para cortar el linóleo, grabar madera o cualquier otra cosa. Pudo haber cogido uno para matarla, o bien llevara uno en el bolsillo por casualidad.

—Todo esto es muy extraño.

—Está bien. Supongamos, pues, que Crystal estuvo en su apartamento y se fijó en esas herramientas; le comentó que Craig tenía las mismas en la consulta. Al fin y al cabo, era su higienista antes de casarse con él. Eso explicaría la coincidencia de que Grabow usara las mismas herramientas que Craig. Tal vez antes utilizara otras, pero Crystal le convenció de que cambiara de marca. Si Grabow sabía que Craig usaba la marca Celniker, podría haber utilizado ese escalpelo para que Craig pareciera el autor del crimen. No necesitó deshacerse de las herramientas porque nadie le relacionaría con Crystal, y además, porque con Craig en la cárcel, la policía pronto daría el caso por cerrado.

—Así pues, ¿cogió el escalpelo con la intención de utilizarlo como arma del crimen?

—Seguramente.

—¿Y se acostó con ella antes de asesinarla?

—Eso habría sido demasiado diabólico, ¿no crees? A pesar de haberle tratado durante tan poco rato, creo que no es una persona tan maquiavélica. Me pareció que era muy directo, el típico que calla pero que sabe muy bien lo que hace. Cuando Crystal salió de casa, es probable que conociera entonces al sabueso legal en el bar y que se lo llevara a su apartamento. No recuerdo de qué hablaron, pues me esforcé por ignorarles, aunque estoy seguro de que no era Grabow. Imaginemos que Grabow estaba vigilando la casa, o que la siguió desde el bar donde conoció al abogado, o fuera quien fuera, no necesariamente tenía que ser abogado. De hecho, podemos olvidarnos del abogado porque no creo que tenga nada que ver con el asunto. Que Frankie Ackerman dijera que Crystal tenía tres amigos no significa que los tres estuvieron involucrados en el crimen. Ya hay bastante con dos de ellos.

—En fin —apuntó Jillian—, que subió con alguien y Grabow los vio.

—Eso es. Luego el tipo se marchó. Grabow lo vio salir. Esperó un par de minutos a que desapareciera y llamó por el interfono. Cuando Crystal le abrió la puerta, no vaciló en apuñalarla con el escalpelo.

Jillian se llevó la mano al corazón, apretando con fuerza contra el jersey azul marino. Tuve la impresión de que mi historia le parecía una película de la televisión.

—Luego entró en el dormitorio —proseguí—. Lo primero que vio fue mi maletín apoyado contra la pared debajo del retrato de la dama francesa. Se acercó y…

—¿Qué dama francesa?

—Un retrato colgado en la pared del dormitorio. Grabow no se fijó en el retrato porque estaba pendiente del maletín. Imagínate, un maletín dentro de un maletín. Debió de suponer que estaba lleno de dinero falso, y creyó que era el momento de recuperarlo.

—Pero el dinero estaba dentro de un maletín negro, ¿no es así?

—Sí, negro y de cuero. Pero ¿cómo lo sabía Grabow?

—Pues porque seguramente él lo puso allí.

—Tal vez, pero ¿cómo podemos estar seguros de ello? Quizá se lo entregó a Crystal en una bolsa de plástico; eso hago yo con los objetos robados, pues así parecen más míos. Supongamos que sabía que alguien lo había metido en un maletín; tenía delante justo lo que buscaba. Lo normal fue que lo cogiera sin mirar el contenido y huyera del apartamento sin vacilar.

—Y más tarde, cuando abrió el maletín…

—Supongo que no pudo creer en lo que veía. Debió de imaginar que Crystal era una especie de alquimista medieval capaz de convertir papel en oro y diamantes. Luego, cuando asimiló lo de las joyas, tuvo que regresar al apartamento por el dinero. Esto explicaría el segundo robo, después de que la policía sellara el apartamento. Grabow regresó por el dinero, pero se fue con las manos vacías porque el dinero estaba en casa de Knobby Corcoran, en una estantería de su ropero.

Jillian asintió y frunció el entrecejo.

—¿Qué pasó con las joyas?

—Supongo que se las quedó Grabow. La gente suele preferir quedarse con las joyas a regalarlas al barrendero. No las encontré en su piso, pero eso no significa nada. Las joyas constituyen una prueba, así que no las iba a dejar tiradas por ahí, arriesgándose a ir directamente a la cárcel.

—Pero no escondió los instrumentos dentales.

—Eso es distinto. Las joyas no tienen justificación posible, y él lo sabe. Debe de haberlas escondido en alguna parte. Es posible que continúen en King Street, debajo de una baldosa o dentro de un mueble. Mi inspección fue rutinaria, por eso no las encontré. En realidad, encontré una llave de una caja de seguridad. Quizá las joyas estén en el banco. Puede que fuera el viernes, antes de que cerraran los bancos. Sería lo más lógico. Dada su condición de falsificador, debe de conocer a alguien que perita joyas robadas. Es más fácil encontrar en la ciudad un perista que comprar un boleto de lotería. No obstante, no hay razón para especular sobre las joyas. Tenemos ya suficientes pruebas contra Grabow para que pase el resto de sus días en la cárcel.

—¿Te refieres a los instrumentos dentales?

—Eso para empezar —respondí—. Cambié algunas cosas de sitio, por si decidía deshacerse de las pruebas. Escondí unos billetes de veinte dólares y algunos de los instrumentos dentales. Si se asusta y decide tirarlos, algunos no los encontrará, pero cuando la policía inspeccione el apartamento sí lo hará. También escondí las planchas. Se horrorizará cuando empiece a buscarlas, aunque, por la manera como lo dejé todo, jamás podrá deducir que un ladrón estuvo en su casa. Incluso cerré con llave al salir, lo que muy pocos ladrones se molestan en hacer. De hecho, salí de allí con menos cosas que cuando entré, pues saqué esos billetes de mi cartera. Si siempre utilizara este método, tendría problemas para llegar a fin de mes.

Jillian se echó a reír.

—Mi madre solía decir que si algún día entraban ladrones en nuestra casa, seguro que nos dejarían algo. Por lo que sé, eres el único que realmente lo ha hecho.

—No me gustaría acostumbrarme a ello, ¿sabes?

—¿Siempre has sido ladrón, Bernie?

—No. De pequeño era como todo el mundo. Por cierto, me gusta mucho tu sonrisa. Te favorece. Bueno, creo que soy ladrón desde que dejé de ser niño.

—Creo que jamás dejaste de ser niño, Bernie.

—A veces también tengo esa sensación, Jillian.

Entonces empecé a hablar de mí mismo y de mi carrera criminal, de cómo había empezado entrando en los hogares de los demás sólo para saber qué se sentía y de cómo había aprendido que la emoción era mayor si robaba algo. Jillian escuchó atentamente mi relato y, mientras tanto, nos terminamos el café y abrimos una botella de Soave. Bebimos ese vino blanco en copas, sentados en el sofá; seguí hablando al tiempo que deseé que el sofá se convirtiera en una cama. Jillian estaba encantadora, me escuchaba con gran atención y el pelo le olía a flores.

Cuando nos acabábamos la botella preguntó:

—¿Qué vas a hacer ahora que ya sabes quién la mató, Bernie?

—Encontrar la manera de pasar esta información a la policía. Supongo que lo haré a través de Ray Kirschmann. Él no está en el caso, pero si huele el dinero, no dudará en ayudarme. No sé cómo se las arreglará para conseguir un dólar de este billete. Si aparecen las joyas, serán utilizadas como prueba. Pero ese será su problema, no el mío.

—Quiere que le llames.

—Me temo que tendrá que esperar. Ya es medianoche.

—No me había dado cuenta de que fuera tan tarde.

—Tendré que buscar un sitio para pasar la noche. Me temo que mi apartamento no me sirve de momento. Aunque no lo hayan sellado, no quiero arriesgarme, y menos si hay una orden de captura contra mí. Iré a un hotel.

—No seas ridículo.

—¿Crees que podría ser peligroso? Supongo que tienes razón. No es muy normal que alguien pida una habitación a estas horas; sí podría ser sospechoso. En fin, pensaré en algo mejor, como ocupar un apartamento vacío cuyos inquilinos hayan salido de fin de semana.

—No seas ridículo —repitió—. Anoche te quedaste aquí… No quiero que te arriesgues a que te detengan.

—Pero Craig podría…

—Craig no vendrá, y aunque viniera, no le permitiría subir. Estoy muy enfadada con Craig, para serte sincera. Creo que se ha comportado muy mal y, aunque sea un gran dentista, dudo que esté a la altura como ser humano.

—Bueno, te estoy muy agradecido, pero esta vez dormiré en la silla.

—No seas ridículo.

—No quiero que duermas en esa silla. No permitiré que me vuelvas a ceder la cama.

—Cállate.

—¿Qué? Yo no…

—¿Bernie? —Me miró a través de sus largas pestañas—. Bernie, no seas ridículo.

—Bueno… —balbuceé mientras la miraba a los ojos y olía su pelo.