21
—Es lo de siempre —dije a Jillian—. Gastaba más de lo que ganaba, perdió dinero en la bolsa, se endeudó hasta las orejas y luego malversó los fondos de algún cliente. Necesitaba dinero, y te sorprenderías si supieras de lo que es capaz de hacer la gente por dinero. Probablemente empezó pensando en la manera de hacerse con una comisión de unos miles de dólares. Luego encontró la forma de hacerlo. Además, en ese momento Crystal debía de ser más una carga que una ventaja. Su relación ya no funcionaba y vio la manera de terminarla para siempre, además de hacerse con cien mil dólares.
—Parecía tan respetable…
—Creo que él no mató a Frankie Ackerman. No lo mencionó, y ahora ya es demasiado tarde para preguntárselo. Pensé que quizá Frankie le había llamado, pero ahora pienso que debió de ser o un accidente o un suicidio. Si la hubiese matado él, lo habría hecho con un escalpelo.
Jillian se estremeció.
—Le estaba mirando cuando lo hizo.
—Yo también. Todos le mirábamos menos Ray.
—Cada vez que cierro los ojos, veo la horrible escena.
A mí también me ocurría algo similar, pero intenté guardar las formas para no dañar mi imagen.
—Fue todo un detalle por su parte —dije jovialmente—. Ahorró al Estado los gastos del juicio, por no mencionar los de su manutención durante varios años. Además, permitió a Craig dejar de estar en el candelero y a Ray Kirschmann ganarse unos dólares de más.
Y eso fue lo mejor. Unos cuantos miles de dólares cambiaron de propietario, es decir, salieron de Craig y fueron a parar a Ray a cambio de que ciertos detalles no pisaran jamás los archivos policiales; por ejemplo, que jamás había tenido lugar un robo en el apartamento del parque Gramercy. Teniendo al asesino, resultaba fácil esconder ciertos detalles bajo la alfombra.
Me incliné hacia atrás y sorbí un poco de vino. Era de noche y estaba en casa de Jillian; ya no tenía que preocuparme por si venía o no la policía. Tarde o temprano Todras y Nyswander me tomarían declaración, pero mientras tanto, tenía cosas más importantes en que pensar.
Hice ademán de abrazar a Jillian, pero me evitó.
Me desperecé y luego bostecé.
—Bueno, creo que no estaría nada mal que tomara una ducha; todavía no he podido cambiarme de ropa y…
—Bernie.
—¿Qué?
—Yo… bueno… Craig va a venir dentro de un rato.
—Entiendo.
—Dijo que vendría sobre las nueve y media.
—Sí.
Se volvió para mirarme; había cierta tristeza en sus ojos.
—En fin, tengo que ser práctica, ¿no crees?
—Es cierto.
—Me enfadé con él por la manera como actuó. Es verdad que algunas personas son mejores cuando están presionadas. Craig es dentista. Cuando está con un paciente, tiene los nervios de acero, pero no estaba preparado para ser arrestado ni para estar encerrado en una celda.
—Poca gente lo está.
—En cualquier caso, conmigo va en serio.
—Entiendo.
—Es un hombre agradable, con una profesión decente y muy respetable.
—Carson Verill también era respetable.
—Y estable, lo cual es importante. Bernie, eres un ladrón…
—Cierto.
—Vives al día. Podrías acabar en la cárcel.
—Nada que objetar…
—Además, quizá no quieras casarte.
—Pues no, no querría.
—Luego sería una tontería por mi parte que desperdiciara lo que Craig me ofrece, a cambio de… nada, ¿no crees?
Asentí con la cabeza.
—Tienes razón, Jillian.
Empezó a temblarle el labio inferior.
—Entonces, ¿por qué demonios me siento tan mal? Bernie…
Era el momento de abrazarla y besarla; sin embargo, dejé el vaso de vino encima de la mesa y me levanté.
—Se está haciendo tarde. Estoy cansado, aunque parezca imposible. He tenido un día muy ajetreado. Y tú tienes que arreglarte para cuando llegue el señor Sed. En cuanto a mí, necesito ir a casa, cambiar la cerradura de la puerta y tomar una ducha.
—Bernie, podríamos seguir viéndonos, ¿qué te parece?
—No creo que sea una buena idea, Jillian.
—Bernie, ¿estoy cometiendo un grave error?
Guardé silencio unos segundos y luego respondí, con el máximo de honestidad posible:
—No, no cometes ningún error.
En el taxi, mientras cruzaba el parque, me sentí como Sidney Carton diciendo: «Lo mejor que he hecho, que jamás habré hecho», y toda esa bazofia de lo noble que se siente uno cuando da la vida por un amigo.
El problema era que el dentista más grande del mundo no era tan buen amigo como pensaba, ni tampoco dejaba escapar nada especial. Jillian era hermosa y preparaba buenos cafés, pero hay muchas mujeres que hacen cosas más interesantes que limpiar los dientes. Por otro lado, todavía no he encontrado ninguna persona que prepare el café mejor que yo.
Lo más cerca que estuve de Sidney Carton fue demostrando que tenía clase, lo que también hizo Carson Verill al quitarse la vida de manera limpia, en lugar de hacer algo tan vulgar como tirarse por la ventana. En fin, lo cierto es que habría podido complicar la vida de esa joven.
Podría haberle dicho, por ejemplo, quién era el ardiente amante que retozaba con Crystal mientras yo estaba encerrado en el armario. Podría haber dicho que no era otro que Craig y que la mujer a la que se refirió no era otra que ella, y que no le había reconocido la voz porque desde el interior del armario no se oía bien. No sé si eso fue verdad o no, pero en cualquier caso explicaría el extraño comportamiento de Craig.
Si hubiese continuado con esa teoría, seguramente habría conseguido arruinarles la relación. Pero ¿para qué?
También podría haber argumentado que mi profesión tenía más futuro del que parecía a simple vista, y que después de todo lo sucedido no iba a quedarme sin blanca; podría haber aludido lo del cuarto de millón de dólares que, descontando los dos mil que había escondido en el escritorio de Verill, aún reposaba en la estación de autobuses. Naturalmente, los billetes no habían acompañado a Knobby a ninguna parte. Knobby se largó de la ciudad a toda prisa cuando se percató de que los billetes habían desaparecido; sabía de antemano lo que le esperaba si no entregaba el dinero falsificado a quien había pagado por él una suma tan importante de dinero.
Me las arreglaría para encontrar a alguien que me pagara por los billetes al menos treinta mil dólares. Además, siempre me quedaba el recurso de imitar a Grabow, es decir, cambiarlos de uno en uno, para lo cual sólo necesitaría las agallas de un engañabobos y la paciencia de un santo, una combinación explosiva.
Podría haber dicho a Jillian que las joyas todavía estaban en alguna parte, que Verill no habría tenido tiempo de venderlas y que estarían escondidas donde a la policía jamás se le ocurriría buscar. Cuando las cosas se enfriaran un poco, podría intentar recuperarlas. Podría haberla convencido de que, aunque la profesión de ladrón no tenga futuro, por lo menos el presente nos ofrecía enormes posibilidades, a modo de justa recompensa por lo que habíamos pasado.
En definitiva, habría podido hacer que cambiara de opinión. Pero si para conseguirlo tenía que pasar por todo eso, podría irse al diablo. El mundo está lleno de mujeres…
Como con la que estuve hablando por teléfono. Galería Espalda Estrecha. ¿Cómo demonios se llamaba? Denise, Denise Raphaelson. Por teléfono me había parecido muy simpática, una cualidad de la que Jillian carecía por completo. Está bien que una mujer sea hermosa, pero cuando uno ya se ha acostado con ella varias veces, es necesario poder reír con ella.
Por supuesto, Denise podría acabar siendo un desastre, o podría ocurrir que la química que hubo por teléfono desapareciera al entrar en contacto íntimo. De todos modos, estaba dispuesto a visitar la galería y, si los signos eran favorables, me presentaría y, si no, también.
El mundo está lleno de mujeres…
Aunque, ¿dónde encontraría a otro dentista?