CAPÍTULO
16
LA MAGIA DEL GRAN FARSANTE
La mañana siguiente el Espantapájaros dijo a sus amigos:
—Felicítenme; al fin voy a ver a Oz para que me dé mi cerebro. Cuando regrese seré como todos los demás.
—Siempre me has gustado como eres —declaró Dorothy.
—Eres bondadosa al querer a un Espantapájaros —repuso él—. Pero seguramente me apreciarás más cuando te enteres de los maravillosos pensamientos que saldrán de mi nuevo cerebro.
Después se despidió de todos con gran alegría y fue hacia el Salón del Trono.
—Adelante —respondió Oz a su llamado.
Al entrar, el Espantapájaros vio al hombrecillo sentado junto a la ventana, sumido en profundas reflexiones.
—Vengo a buscar mi cerebro —dijo con cierta vacilación.
—Sí, sí. Haz el favor de sentarte en esa silla —repuso Oz—. Tendrás que perdonarme por sacarte la cabeza, pero lo haré a fin de poner tu cerebro en su sitio apropiado.
—Está bien. Puedes sacarme la cabeza, ya que me la habrás mejorado cuando vuelvas a ponérmela.
Y el Mago le quitó la cabeza y le vació la paja de que estaba rellena. Después fue a otra habitación y tomó una medida de afrecho que mezcló con gran cantidad de alfileres y agujas. Una vez que hubo mezclado bien todo esto, puso la mezcla en la parte superior de cabeza del Espantapájaros y terminó de rellenarla con paja para mantenerla en su lugar.
Cuando volvió a poner la cabeza sobre los hombros del paciente, le dijo:
—De aquí en adelante serás un gran hombre, pues acabo de ponerte un cerebro de primera.
El Espantapájaros sintióse tan complacido como orgulloso ante el cumplimiento de su gran deseo, y una vez que hubo agradecido debidamente a Oz, regresó al lado de sus amigos.
Dorothy lo miró con curiosidad al ver su cabeza que parecía haberse agrandado en la parte superior.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Muy sabio por cierto —contestó él con gran seriedad—. Cuando me acostumbre a mi cerebro, lo sabré todo.
—¿Por qué te sobresalen de la cabeza todos esos alfileres y agujas? —preguntó el Leñador.
—Esa es la prueba de que es agudo —comentó el León.
—Bien, ahora me toca a mí —dijo Leñador, y fue a llamar a la puerta del Salón del Trono.
—Adelante —le invitó Oz.
—Vengo en busca de mi corazón —anunció el hombre de hojalata.
—Muy bien. Pero tendré que abrirte un agujero en el pecho para colocar el corazón en su sitio adecuado. Espero que no te haga daño.
—En absoluto. No sentiré nada.
Oz fue a buscar un par de tijeras de hojalatero e hizo un orificio rectangular en el costado izquierdo del pecho del Leñador. Después abrió un cajón de la cómoda y sacó un bonito corazón hecho de seda roja y relleno de aserrín.
—¿Verdad que es hermoso? —preguntó.
—Lo es de veras —repuso el Leñador, muy complacido—. ¿Pero es un corazón bondadoso?
—Muchísimo. —Oz puso el corazón en el pecho del paciente y volvió a colocar la tapa del orificio, soldando las coyunturas con gran cuidado—. Ya está. Ahora tienes un corazón del que cualquiera se sentiría orgulloso. Lamento haber tenido que ponerte un remiendo en el pecho, pero fue inevitable.
—El remiendo no importa —exclamó el feliz Leñador—. Te estoy muy agradecido y jamás olvidaré tu bondad.
—Ni lo menciones —dijo el Mago.
El Leñador volvió al lado de sus amigos, los que lo felicitaron sinceramente por su gran fortuna.
El León fue entonces a llamar a la puerta del salón.
—Adelante —invitó Oz.
—Vengo en busca de mi valor —anunció el felino al entrar.
—Muy bien, iré a buscarlo —contestó el hombrecillo.