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CAPÍTULO 22
EL PAÍS DE LOS QUADLINGS

Los cuatro viajeros pasaron sin inconvenientes por el bosque, y al salir de sus umbrías profundidades vieron ante ellos una empinada colina salpicada desde arriba hasta abajo por grandes rocas.

—Será una subida difícil —comentó el Espantapájaros—, pero tendremos que hacerlo.

Así diciendo, encabezó la marcha seguido por los otros, y habían llegado casi a la primera roca cuando oyeron una voz áspera que gritaba:

—¡Atrás!

—¿Quién eres? —preguntó el Espantapájaros.

Asomó entonces una cabeza por sobre la roca y la misma voz replicó:

—Esta colina nos pertenece y no permitimos pasar a nadie.

—Pero es que debemos pasar —objetó el Espantapájaros—. Vamos al país de los Quadlings.

—¡No pasarán! —declaró la voz, y desde detrás de la roca salió a la vista el hombre más extraño que jamás hubieran visto los viajeros.

Era bajo y robusto, y poseía una enorme cabeza algo chata y sostenida por un grueso cuello lleno de arrugas. Mas no tenía brazos, y al ver esto, el Espantapájaros no temió que un ser tan indefenso pudiera impedirles ascender por la colina. Por eso dijo:

—Lamento no hacer lo que deseas, pero, te guste o no, tendremos que pasar por tu colina.

Y se adelantó con gran decisión.

Tan rápida como el rayo, la cabeza del otro partió hacia adelante y su cuello se estiró hasta que su coronilla, que era chata, golpeó el pecho del Espantapájaros y lo arrojó dando tumbos cuesta abajo. Casi con la misma rapidez volvió la cabeza al cuerpo, y el hombre rió con aspereza al tiempo que decía:

—¡No les será tan fácil como piensan!

Un coro de ruidosas risas partió de las otras rocas y Dorothy vio entonces a centenares de los Cabezas de Martillo que se hallaban diseminados por la cuesta.