EL TESTIMONIO

EL porque de este libro

Creo que es mi deber empezar exponiendo las extraordinarias razones que me han llevado a escribir este libro y a titularlo como lo he hecho.

Declaro que, habiendo sido siempre católico de convicción, jamás he puesto en duda la existencia del más allá, verdad que constituye una de las bases de mi fe y de todas las religiones que no son simples sistemas filosóficos.

No obstante, nunca había pensado que esta verdad pudiera ser confirmada por los hechos.

Como católico siempre he creído en el dogma de la Comunión de los Santos, es decir, en la posibilidad de que la Iglesia militante, o sea, nosotros los que vivimos en la tierra, pudiese comunicarse con la Iglesia purgante y la Iglesia triunfante, a saber: con las almas de nuestros difuntos. Por ello, siempre he rezado por las almas de mis queridos traspasados, pidiéndoles a ellos y a los santos, que forman parte de la Iglesia triunfante, ayuda para mis necesidades materiales y espirituales y para las de mis familiares. Pero a pesar de tener este convencimiento, nunca imaginé poder o tener que dar pruebas que confirmaran esta verdad dogmática.

Debo añadir que, por mi parte, nunca me habían interesado los problemas de la parapsicología, término que ni siquiera conocía. Dada la mentalidad positivista derivada de mis estudios clásicos, de mi actividad profesional y del rigor religioso en el que fui educado, consideraba que lo poco que había oído hablar referente a fenómenos mediúmnicos, mágicos, espiritistas, etc... era fruto de engaños, artificios, exaltaciones o incluso de intervenciones diabólicas.

Jamás en mi vida habría podido pensar en la posibilidad de escribir y publicar una obra como esta. Si alguien me lo hubiera predicho, le habría desmentido categóricamente.

No obstante, si lo he hecho es porque he sido y soy testigo de una amplia serie de hechos excepcionales que han borrado todas mis dudas y reticencias, llevándome a iniciar un camino que nunca habría pensado recorrer.

Si anticipo que me han empujado a hacerlo los mensajes recibidos de mi hijo muerto, el lector estará en su derecho de pensar -en un primer momento- que el dolor me ha hecho perder la razón. Como mínimo, lo pensarán todos aquellos cuyas ideas sean parecidas a las que yo tenía en un principio. Sin embargo, estoy seguro de que estas personas, tras saber cuales han sido mis experiencias -que además hallan confirmación en muchos hechos científicamente aceptados ocurridos en el pasado y en el presente y que seguramente se verificarán también en el futuro- y si han leído mi libro con espíritu abierto, sereno y sin prejuicios, valorarán de forma muy distinta los hechos de los que he sido testigo.

La desaparición de mi hijo

Todo empezó cuando, en junio de 1981, un hecho terrible le sucedió a mi familia.

Andrea, el más joven de mis seis hijos, un muchacho ejemplar desde cualquier punto de vista, que estaba graduándose en derecho, me comunicó que antes de presentarse a su último examen, cansado por el intenso trabajo realizado en los últimos tiempos, deseaba tomarse unos días de descanso. Me dijo que se iría por la mañana temprano en su coche, un viejo Dyane 6 de segunda mano, que había comprado hacía ya algunos años con sus ahorros, conseguidos gracias a su actividad de jugador de balonvolea de la serie A nacional. Me explicó que no tenía una meta precisa. Que quizás fuera a bañarse a Lignano o a ver los bronces de Riace en Florencia, expuestos por aquellas fechas. Me comentó, también, que en caso de ir a Florencia haría una parte del trayecto en coche y la otra en tren. Lo cual era lógico, ya que su automóvil era muy viejo y no se prestaba a la realización de trayectos largos. Además, tampoco le gustaba hacer este tipo de viajes en coche.

Se marchó el martes 9 de junio de 1981, hacia las 10 horas de la mañana, diciéndome que volvería el sábado o el domingo 14 de junio a más tardar. A la mañana siguiente telefoneó, a eso de las 10 horas, para saludar a su madre, cosa que hacía siempre que se encontraba fuera de casa a causa de sus actividades deportivas, o en el caso, raro, de salir de vacaciones con los amigos.

Desde aquel momento no volvimos a tener ninguna noticia suya.

Sólo pudimos averiguar que había dormido en el Hotel Astoria de Turin, el portero del cual lo recordaba muy bien a causa de su estatura, seriedad y educación. Había pagado la cuenta y se había ido por la mañana poco antes de las 10 horas. Inmediatamente después, había llamado a Trieste a un amigo suyo, a fin de decirle que se había ausentado por algunos días y no había podido hablar con su hermano, como le había prometido, para pedirle cierta información. Además, le confirmó que estaría de vuelta el sábado o, como muy tarde, el domingo siguiente.

Es fácil imaginar el estado de preocupación y angustia en que caímos mi familia y yo al no verlo regresar en la fecha fijada y por la total falta de noticias de los días siguientes. Por otra parte, el 21 de junio debía de haberse presentado a su último examen -derecho administrativo-, para el cual se había preparado muy bien según su costumbre y tal como me lo confirmaron sus compañeros de curso.

Búsqueda desesperada

A partir del lunes 15 de junio inicié, de inmediato, todas las indagaciones posibles. Dado su carácter, su cariño a la familia, su seriedad, comprendí que algo trágico le había impedido regresar.

Averigüé que se había llevado aproximadamente unos tres millones de liras. Las había retirado de su cuenta de ahorros, para la posible compra de un coche de segunda mano en Turín. No había hablado de ello antes de irse, o bien porque de haberlo comprado -lo cual era muy improbable- lo habría hecho con sus propios ahorros, o bien debido a que era una persona muy reservada e independiente. Ya se había comportado de esta forma cuando compró su primer coche.

Pude también comprobar que había dejado en su libreta de ahorros más dinero del que había sacado.

Encontramos su Dyane 6 abandonado en la ciudad de Mestre, al lado de la estación, donde, como pude verificar, había sido aparcado el 9 de junio, el mismo día que salió de Trieste y de donde no se había movido para nada hasta que yo di con él.

En un primer momento, negándonos a aceptar la idea de la muerte, que parecía la más lógica, agotamos todas las posibilidades, aunque nos ofrecieran sólo una mínima probabilidad o fuesen totalmente absurdas dado el carácter y el temperamento de mi hijo. Indagamos en Italia, en Europa y fuera de Europa, en todos los ambientes posibles e imaginables, con resultados totalmente negativos. Por el contrario, hallamos pruebas que confirmaban su asesinato por robo, debido a que llevaba dinero en efectivo para la posible compra de un coche de ocasión.

Durante esta desesperada búsqueda tuve ocasión de conocer a un sacerdote, un carmelita descalzo, que me habló de parapsicología, campo que, como ya he mencionado, desconocía y hacia el cual tenía fuertes reticencias. Superados, gracias a este sacerdote, mis escrúpulos religiosos, me informé a través de destacados estudiosos de la materia, dándome cuenta de su seriedad y de sus límites. Tuve algunas experiencias interesantes y leí algunas obras que me permitieron centrar un poco el tema.

Conocí también a un franciscano que vive en un convento de una ciudad del Piamonte y que se dedica a la investigación parapsicológica, quien, generosamente, intentó hallar el cuerpo de mi hijo por medios paranormales, sin el menor éxito.

Mi encuentro con la Sra.Anita

Estaba perdiendo la esperanza de tener noticias suyas a través de este medio, cuando un día me visitó una nueva cliente, totalmente desconocida para mi, para un asunto de poca importancia. Dicha señora, al corriente de la desaparición de mi hijo, me sugirió que recurriera a una médium que ella conocía. Decliné su invitación, pero insistió, diciéndome que se trataba de una persona con dotes especiales, que no lo hacía por dinero y que, además, no quería que se supiera, en absoluto, que tenía tales dotes. Me refirió que cuando dicha persona descubrió lo que podía hacer se había asustado y suspendido toda actividad. Mi cliente pensaba, sin embargo, que ante mi caso estaría dispuesta a probarlo de nuevo. Acepté, un poco por no dejar escapar ninguna posibilidad de encontrar a mi hijo y otro poco por no dar la impresión de ser insensible ante la insistencia de mi cliente.

Desde mi propio despacho telefoneó a la médium -que a partir de este momento llamaré Sra.Anita-, encontrándola en casa. Le explicó mi caso, que su interlocutora desconocía, y le rogó que aceptara ponerse en contacto conmigo. De entrada, la Sra.Anita se negó. Entonces, mi cliente me pasó el teléfono para que se lo pidiera yo directamente. Evidentemente, mis palabras debieron de ser convincentes porque la Sra.Anita aceptó. Dijo, únicamente, que como sentía algo de miedo de las posibilidades que como médium se había descubierto, bajo ningún concepto quería que el encuentro tuviera lugar en su domicilio. Quedamos, pues, que vendría a mi casa.

Debo señalar que esta iniciativa mía encontró la oposición de mi esposa, que era contraria a este tipo de experiencias y que incluso habría preferido no estar en casa, aunque aceptó quedarse por mera educación.

El sistema utilizado por la Sra.Anita es el siguiente:

Sin el más mínimo aparato o puesta en escena, con la mayor simplicidad, en cualquier condición de iluminación y en cualquier ambiente, abre la mano izquierda y la pone perpendicularmente sobre una hoja de papel, un poco elevada con respecto a la misma. Apoya, también perpendicularmente, el rotulador o cualquier lápiz (una vez utilizó una barra de labios) a su mano. El rotulador, en lugar de resbalar como le sucedería a cualquier persona, se adhiere a su mano y la Sra.Anita afirma percibir una especie de latido.

Pregunta mentalmente a su propio padre, difunto hace muchos años, si la asiste. Una vez obtenida respuesta afirmativa pasa a hacer la pregunta correspondiente.

La Sra.Anita no es zurda, pero utiliza exclusivamente la mano izquierda cuando desarrolla su actividad de médium. El rotulador, al dar la respuesta, no escribe de izquierda a derecha, sino de arriba a abajo. A veces, procede con lentitud al escribir las respuestas, otras lo hace rápidamente, tanto, que la Sra.Anita tiene dificultades para seguirlo con la mano. En ocasiones, el rotulador, improvisadamente y antes de seguir escribiendo, obliga a la mano a alejarse de la linea de escritura y se pone a dibujar, dejando a todos los presentes boquiabiertos. El resultado: una pequeña ilustración que sirve para aclarar mejor la respuesta o proporcionar ulteriores detalles.

Mientras el rotulador escribe la Sra.Anita está incluso distraída: fuma, mira la televisión, conversa con los presentes sobre temas diversos...

Cuando recibe las respuestas desconoce siempre su contenido, ya sea porque están escritas de arriba a abajo, ya sea porque, generalmente, se distrae. Sólo al terminar y girar la hoja es posible leer la respuesta de izquierda a derecha.

Además, la Sra.Anita puede escribir de esta forma en cualquier momento. Por ejemplo, lo ha hecho varias veces en la recepción de un hotel, en el coche y en muchos otros sitios, tanto en interiores como al aire libre.

Se niega a aceptar ningún tipo de compensación por esta actividad. No quiere, bajo ningún concepto, que se sepa lo que hace, ya que desea evitar cualquier publicidad y el descrédito que teme podría derivarse de una actividad considerada de lo más extraña.

La Sra.Anita está muy perpleja de los resultados que obtiene y abierta a todas las interpretaciones posibles.

Los datos y resultados obtenidos conmigo despertaron en ella, lógicamente, un cierto interés hacia el fenómeno, pero nada más.

Es ama de casa y su cultura se limita a la enseñanza primaria. No obstante, es indudablemente una persona inteligente, que lee generalmente los periódicos como hacen las señoras de su edad y condición. No sigue publicaciones relacionadas con la parapsicología y nunca ha leído un libro sobre el tema. Como máximo, algún artículo en alguna revista o alguna retransmisión televisiva ocasional. En una palabra, no es una adepta al tema.

Explico todo esto para encuadrar al sujeto. Cualquiera que esté familiarizado con la materia podrá apreciar el valor positivo de la situación.

Se inician los diálogos con mi hijo

Ya en el primer encuentro, la Sra.Anita, tras la ritual pregunta a su padre para saber si la asistía, preguntó si mi hijo Andrea estaba en el más allá y dispuesto a responder. La respuesta fue positiva. Empezamos entonces a preguntar sobre la causa y forma de

su muerte. Recibimos respuestas muy sorprendentes, por la precisión de datos aportados, que sacaron claramente los hechos a la luz de forma tan persuasiva que todos los puntos oscuros se aclararon.

Desde el primer encuentro tuve la precaución, ya fuese por deformación profesional o por inspiración, de establecer regularmente unas actas en las que indicaba, además de la fecha y el nombre de los asistentes, las preguntas exactas y las respuestas dadas por el rotulador, adjuntando una copia del original de ambas.

Con mucha frecuencia, por comodidad, usé el sistema de escribir las preguntas de forma que las respuestas pudiesen ser escritas a continuación.

Especialmente en los últimos tiempos, ya que dicha señora se mudó a una localidad de la periferia de Trieste, me acostumbré a mandarle las preguntas por correo o dictárselas por teléfono. Ella obtenía las respuestas en mi ausencia, casi siempre al día siguiente de recibir la pregunta y me las remitía. De esta forma se evitaba cualquier posible sospecha de que mi presencia pudiese influenciar de alguna forma la respuesta. Conservo toda la documentación, todos los originales con las preguntas y las respuestas recibidas mediante el rotulador. Además, durante un año, lo recopié todo, por riguroso orden, en un libro-diario, en el que además anotaba todos los hechos que tenían relación con la búsqueda de mi hijo.

Todo puede ser comprobado, como garantía absoluta de autenticidad de cuanto escribo.

Más aún, a partir de la primera comunicación tuve la idea, que ahora considero afortunada, de mandar copia de todo, incluyendo fotocopia de los originales, a algunos familiares y amigos interesados. Entre aquellos que las han recibido desde el primer día y que las conservan figuran un sacerdote, un abogado, un general, un directivo de empresa y, lógicamente, la Sra.Anita. Esto constituye una garantía suplementaria de que cuanto refiero a continuación corresponde exactamente a las preguntas efectuadas y a las respuestas dadas por el rotulador.

La intervención de Gigi Rosani

Algunos días después del primer encuentro con la Sra.Anita tuvimos otra sorpresa. Transcribo íntegramente el acta, ya que el hecho tiene un significado especial y confirma el carácter excepcional y extraordinario de estos mensajes.

Había planteado a Andrea una pregunta relativa a su estancia en Turín, a la que ya se había referido en el primer contacto. La respuesta fue: «Perdona. Gigi Rosani quiere saludar a María, Rosanna, Franco, Gianni, Mario. Es un alma recién llegada».

Yo pregunté entonces: «¿A quién debemos dar este mensaje?».

Respuesta: «A mi mujer y a mis hijos».

La Sra.Anita, inquirió: «¿Quién habla ahora?. ¿Gigi?».

Respuesta: «Si».

Ninguno de nosotros conocía a un Gigi o Luigi Rosani. Impresionados por la respuesta, consultamos la guía telefónica. Había varios Rosani, pero ninguno se llamaba Luigi. Mi hija, presente en el encuentro junto con mi mujer, había tenido un compañero de escuela apellidado Rosani, muerto hacía años, pero se llamaba Paolo.

Preguntó entonces: «¿La mujer y los hijos viven en Trieste?».

Respuesta: «Si».

Yo pregunto: «¿Dónde?».

Respuesta: «Soy Andrea. Esta alma ha hecho un enorme esfuerzo para dar esta pequeña señal. Ha muerto hace pocos días».

Yo insisto: «Andrea, ¿qué debemos hacer para encontrar a las personas a quienes hay que dar el mensaje?».

Respuesta: «Mira el periódico de hoy».

Mi mujer coge el periódico «Il Piccolo» de aquel día, que teníamos en casa, y halla la esquela mortuoria de Luigi (Gigi) Rosani. Son María, la esposa, y los hijos Mario, Gianni, Franco y Rosanna quienes anuncian el fallecimiento. Nos quedamos muy asombrados: ninguno de nosotros había leído aún el periódico. La Sra.Anita no lo había comprado ni visto. No conocíamos a Gigi Rosani ni a nadie de su familia.

Contactando con el hospital pude encontrar a la familia de Gigi Rosani y supe que se trataba de un muy buen católico que incluso en su juventud había tenido cierta vocación sacerdotal.

Más adelante, también obtuvimos respuestas verdaderamente impresionantes acerca de hechos que era absolutamente imposible conociera la Sra.Anita o alguno de los presentes y que resultaron rigurosamente ciertos. Citaré alguno a continuación, mientras otros aparecerán más adelante en el capítulo «Documentos»

La mancha en «Il Giornale»

Narro a continuación otro hecho sorprendente que sucedió como sigue: Mi mujer y yo nos encontrábamos en el comedor después de cenar. Yo estaba en la mesa despachando trabajo profesional, mientras mi esposa, sentada en un sillón frente a mi, hacía punto y miraba un poco la televisión. Por la mañana, había hojeado «II Giornale nuovo» de principio a fin. Aquella noche, después de la cena y en el sillón, lo había hecho de nuevo, dejándolo, al terminar, en el sofá. Lo volvió a coger para mirar las cartas al director de la última página, colocándolo de nuevo en el mismo sitio. Hacia las 23h., cuando ya íbamos a acostamos, lo cogió otra vez. Apenas acababa de abrirlo, cuando vio una gran mancha roja en la última página, la de las cartas al director. Se extendía de la parte externa hacia el centro en forma de semicírculo. Tenía un diámetro .de unos 4 cm. y aparecía en las dos mitades del periódico que había estado doblado sobre si mismo. En las páginas interiores, manchadas por contacto, disminuía paulatinamente de tamaño a medida que las íbamos pasando

La mancha tenía la apariencia y el color de la sangre fresca, pero al tacto estaba completamente seca.

Han transcurrido años (esto sucedió el 21 de junio del 83) y la mancha se ha conservado exactamente igual: su color sigue pareciendo siempre fresco, el papel no se ha ondulado y el tacto es el mismo del primer día.

Maravilladísima, mi mujer reclamó mi atención sobre aquel hecho inexplicable. Juntos hicimos todas las comprobaciones posibles, buscando alguna causa natural a la extraña mancha: quizás una herida en las manos de mi esposa, un rotulador dejado allí inadvertidamente... Nada. Absolutamente nada.

Dejamos el periódico aparte y lo fuimos controlando en los días siguientes. Siempre aparecía igual, siempre la misma mancha con aquel color rojo vivo de sangre fresca.

Aproximadamente una semana después nos reunimos de nuevo con la Sra.Anita y aproveché la ocasión para hacer a mi hijo la siguiente pregunta: «El martes 21 de junio, por la noche, encontramos inesperadamente en «II Giornale nuovo» una mancha roja. ¿Estás al corriente de ello? En caso afirmativo, ¿de dónde procede?».

Respuesta: «No es auténtica sangre. Es una señal dejada por mi».

Yo pregunté de nuevo: «Para documentar esta extraordinaria señal ¿debemos someter la mancha roja a examen? y, en caso afirmativo, ¿qué debemos decir?».

Respuesta: «Nada. Es una señal entre nosotros».

Carácter extraordinario de los diálogos

He querido citar estos dos episodios porque me parecen especialmente significativos. Debo señalar que todos los diálogos habidos en casi dos años con mi hijo son extraordinarios y están llenos de hechos que impresionan fuertemente.

Quien tenga la paciencia de leer estos diálogos (Actas de los diálogos en el apartado «Documentos»), podrá apreciar el carácter extraordinario de su contenido, las coincidencias inexplicables, la concisión en las respuestas, la correcta expresión típica del tipo de preparación y mentalidad de mi hijo, un muchacho culto y a punto de doctorarse en derecho.

Indiscutiblemente, la Sra.Anita, que habla siempre en el dialecto de Trieste y únicamente en él, es totalmente incapaz de utilizar conceptos tan cualificados y profundos.

Quiero también llamar la atención sobre la diferencia entre mis preguntas, con frecuencia elucubradas, largas y complejas - a pesar de haber sido estudiadas y preparadas- y las respuestas que recibía casi siempre de inmediato, más concisas, eficaces y en perfecta consonancia con las interrogaciones.

La «Misión» de mi hijo

El hecho fundamental que ha caracterizado y caracteriza estos contactos con mi hijo es el siguiente: En cierto momento, tras habernos informado de las condiciones de privilegio en las que él se encontraba en el más allá, por las funciones que tenía y la posibilidad de comunicarse con nosotros, Andrea nos dijo que había nacido y muerto para llevar a cabo una determinada misión, a saber: proporcionar la prueba de la existencia del más allá, a fin de que muchas personas pudieran creer más en Dios y respetar Su ley. Es inútil decir que este mensaje nos emocionó y afectó muchísimo.

En un primer momento, en el terrible estado de ánimo en el que nos encontrábamos por la muerte de nuestro hijo y en nuestro grandísimo y angustioso deseo de recuperar su cuerpo, pensamos, ante todo, que la prueba de la autenticidad de los mensajes nos llegaría a través de indicaciones que nos permitieran alcanzar este objetivo. Pero las cosas sucedieron de forma muy distinta a como nosotros esperábamos. Los primeros mensajes que recibimos de Andrea parecían ser conformes a nuestras expectativas, a pesar de que en uno de ellos, en un momento en el que nos hallábamos en dificultades para recuperar su cuerpo, nos había amonestado diciendo: «Sé que todo esto es difícil y penoso. Pero pensad en lo que hemos aprendido sobre la vida y la muerte de nuestro Dios. Todo esto en comparación no es nada. Lo sé, no es un consuelo, pero las cosas grandes y bellas casi siempre son difíciles de alcanzar».

En otra ocasión, ante la perspectiva de que se recuperase su cuerpo y el problema de contarlo todo, eventualmente, a la prensa, nos contestó: «La divulgación de esta maravillosa noticia es sin duda útil, pero debe hacerse al modo divino a fin de que todos los escépticos vuelvan a creer y puedan entender».

Habiéndole preguntado yo que quería decir con la expresión: «al modo divino», él respondió: «No divulgarlo de modo publicitario».

La búsqueda del cuerpo

La búsqueda del cuerpo de Andrea, que en aquellos primeros días, como ya he dicho, constituía nuestra principal aspiración, se desarrolló de la siguiente forma: A través de las respuestas habidas por la Sra.Anita supimos que el cuerpo de Andrea se encontraba en Turín, en la zona del Parque Valentino, bajo tierra y junto al agua que corría sobre él.

Mi mujer y yo decidimos entonces ir allí con la Sra.Anita. No obstante, antes de partir supimos que cuatro radioestesistas de Milán, informados de nuestro caso por una de sus amistades, habían también localizado, en el Parque Valentino de Turín, el lugar donde se encontraba el cuerpo de Andrea.

Nos pusimos en contacto telefónico con ellos y quedamos de acuerdo para encontramos. Decidimos que mi esposa y yo nos reuniríamos con ellos en Milán a primeras horas de la mañana, para seguir, con tres de ellos, hasta Turín en coche. La Sra.Anita y su marido se reunirían con nosotros por la tarde a primera hora. Y así lo hicimos.

Ni los milaneses ni la Sra.Anita habían estado nunca en Turín.

Durante el viaje de Milán a Turín, los radioestesistas nos contaron que los tres -más un cuarto que se había quedado en Milán-, y de forma completamente independiente el uno del otro, habían localizado el lugar donde estaba sepultado el cuerpo de Andrea, en el Po, delante del Borgo Medie vale del Parque Valentino. Aparcamos el coche al lado del Corso Sclopis.

Una vez en el parque, uno de los radioestesistas, el señor U.M., se paró, indicando el punto donde sus percepciones le señalaban la presencia del cuerpo de mi hijo. Los otros dos, que habían partido de posiciones distintas, llegaron a la misma conclusión: el cuerpo de Andrea estaba en el agua, frente al dique, junto a un arbolito que nacía de las raíces de un gran árbol vecino.

Por la tarde se nos unió la Sra.Anita. Naturalmente, nada le dije del punto señalado por los radioestesistas y empezamos la búsqueda por la parte opuesta, es decir, la del Corso Vittorio.

Preguntamos a Andrea si su cuerpo estaba allí y nos dirigió hacia el dique del Po, sugiriéndonos que girásemos a la derecha hacia el Borgo Medievale. De vez en cuando, nos parábamos para preguntar si ya habíamos llegado al lugar buscado. La respuesta era siempre: «Más adelante».

Así, alcanzamos el punto señalado por los milaneses y lo sobrepasamos ligeramente. De repente, Andrea nos indicó: «Medio metro a la izquierda». De esta forma, llegamos exactamente al mismo punto señalado previamente por el Sr. U.M.

Para una mejor verificación hicimos una última prueba: Abrimos un plano topográfico de Turín y lo pusimos delante de la Sra.Anita, sin darle la menor posibilidad de averiguar donde nos encontrábamos. Ella colocó el rotulador en un punto cualquiera y pidió a Andrea que le indicase donde estaba su cuerpo.

El rotulador se movió, recorriendo un largo trayecto, para detenerse exactamente en el lugar donde nos encontrábamos, es decir, en el sitio previamente determinado.

Por la noche los radioestesistas regresaron a Milán.

La señal del capuchón

Al día siguiente, mi mujer, la Sra.Anita y yo, quisimos hacer, solos, una última prueba a modo de comprobación, con el fin de estar seguros de que la presencia de los radioestesistas no había influido en la búsqueda.

Así pues, tomamos la salida desde un punto del parque distinto y anduvimos un poco. Después, pedimos a Andrea que nos indicara el sitio donde estaba sepultado. El rotulador escribió: «Os dejé una señal. Hice caer el capuchón de la pluma».

Impresionados por la respuesta, recordamos que el día anterior, cuando terminamos de hacer las preguntas frente al árbol donde había sido determinada la presencia del cuerpo de Andrea, uno de los radioestesistas había recomendado a la Sra.Anita que tapase el rotulador para que no se le secara. La Sra.Anita hizo la acción de coger el capuchón de la parte posterior del mismo, donde lo colocaba siempre mientras escribía, pero no lo encontró. Tampoco estaba en su bolso. Pensamos que lo había perdido. En el estado emocional en que nos sentíamos no dimos ninguna importancia al hecho y volvimos al bar.

Rememorando lo ocurrido, la Sra.Anita recordó perfectamente que cuando nos detuvimos la vez precedente, antes de llegar al árbol y en una plazoleta bajo el castillo medieval en la que hay un Crucifijo, había colocado el capuchón en el rotulador. En consecuencia, sólo podía haberse caído cuando lo había vuelto a sacar de la bolsa delante del árbol.

Preguntó entonces a Andrea si confirmaba que el capuchón de la pluma se había caído delante del árbol. La respuesta fue: «Si».

Otras comprobaciones

Poco después, quisimos hacer aún una última comprobación.

Debo señalar que, en el segundo encuentro con la Sra.Anita, habíamos preguntado a nuestro hijo donde se encontraba su cuerpo y nos había contestado: «Cuarto árbol después del quiosco que se encuentra en medio del parque más grande de Tarín».

Por ello, cuando una vez en Turín nos encontramos frente al quiosco, le pregunté si era aquel al que se había referido en la respuesta que nos fue dada en Trieste. A su contestación afirmativa, yo pregunté cual era el cuarto árbol que nos había mencionado.

La respuesta fue: «A lo largo del Po. Coloca la pluma sobre el quiosco, un poco más abajo».

Habíamos olvidado el plano de Turín en el hotel, pero disponíamos de un croquis del Parque Valentino, que nos había remitido hacía pocos días un amigo, en el que estaba reproducida la zona donde nos encontrábamos, incluido el quiosco al que Andrea se había referido con anterioridad. El croquis no llegaba, sin embargo, hasta la zona del arbolito, situado un poco más arriba del restaurante San Giorgio, sino únicamente hasta el edificio de la Facultad de Arquitectura que está un poco más abajo del citado restaurante.

La Sra.Anita colocó el rotulador entre el quiosco y el Po, éste se deslizó hasta llegar al dique, sin dejar de seguirlo ascendió hasta el extremo del croquis, es decir, hasta la altura de la Facultad de Arquitectura, prosiguió fuera del mismo, dibujó cuatro grandes árboles e inmediatamente después del cuarto árbol un cuerpo humano estirado.

Hicimos, inmediatamente, las debidas comprobaciones sobre el lugar.

Efectivamente, desde el lugar donde nos encontrábamos y siguiendo el curso del Po hay únicamente cuatro árboles grandes. Junto al cuarto, que es especialmente espectacular, nace, de sus raíces y a nivel del dique, el arbolito ya indicado varias veces como el sitio donde se hallaría el cuerpo de Andrea.

Allí, juntos, buscamos el capuchón en el punto exacto en el que el día anterior se encontraba la Sra.Anita en el momento de hacer las preguntas, es decir, en la orilla del dique que desciende casi perpendicularmente hacia el agua. No lo encontramos. Preguntamos pues a Andrea: «¿Por qué no está?».

Respuesta: «Allí en el agua. Deberíais haberlo visto cuando se cayó. Allí estoy yo».

Los hechos expuestos hasta aquí eran indudablemente sorprendentes. No obstante, yo, un tanto por el escepticismo que siempre he sentido ante tales fenómenos y otro tanto por mi mentalidad profesional que exige siempre hechos concretos, no me decidía a hacer público el tema y a interesar a las autoridades para obtener aquellos medios de búsqueda que sólo están a su disposición.

En consecuencia, decidí regresar al lugar con un buceador privado, para hacer las investigaciones oportunas.

Debo añadir que hubo también un sacerdote que, declarando actuar bajo secreto de confesión, me sugirió que buscara el cuerpo de mi hijo exactamente en el lugar indicado por la Sra.Anita y los radioestesistas milaneses.

La búsqueda en el Po

Antes de tomar cualquier otro tipo de iniciativa, quise esperar a tener los resultados del sondeo preliminar hecho por el buceador privado. Quería averiguar si la situación bajo el agua correspondía a la descripción hecha por mi hijo y si se prestaba a que pudiera encallarse un cuerpo de las dimensiones del suyo. Lógicamente, en el caso de encontrar algo tangible, recurriría de inmediato a las autoridades.

Estábamos a finales del mes de marzo. El Po se encontraba en plena crecida y la corriente era muy fuerte. Por razones de seguridad, el buceador pidió ser asistido por un colega. Por fin, ambos iniciaron la inmersión.

Las aguas bajaban como un río de barro, lo cual impedía a los buceadores ver nada incluso a unos pocos centímetros de distancia. La corriente limitaba sus movimientos. Con una mano, debían sujetarse fuertemente a una cuerda instalada con el fin de no ser arrastrados. Con la otra mano, cubierta por un grueso guante, es decir, con escasas posibilidades de descubrir algo a través del tacto, intentaron sondear un poco, actuando con suma prudencia ya que no veían lo que tocaban.

Esta inspección, sin embargo, puso de manifiesto que el estado del dique bajo el nivel del agua y la cuenca del río en aquel lugar correspondían exactamente a las precisiones dadas por mi hijo: revelaron la existencia de una gran masa fangosa, raíces y mucho cieno en el fondo (más de un metro, como pudimos comprobar más adelante).

Descubrieron también que la corriente del río, a partir del puente Isabella que se encuentra un poco más arriba, tomaba una dirección ligeramente oblicua que tendía a arrastrar los materiales sólidos hacia aquel lugar, para después seguir discurriendo hacia el valle.

También pudimos constatar que era la única parte del dique bordeada por árboles. El resto estaba formado por construcciones de hormigón o de otro tipo, lo cual hacía que fuera perfectamente factible la hipótesis de que las grandes raíces de tales árboles pudieran retener un cuerpo.

Mi hijo nos había indicado que su cuerpo se hallaba encallado en las raíces de un gran árbol y sumergido en el barro.

Personas que conocían bien la zona nos informaron de que en aquel punto habían sido encontrados con anterioridad cadáveres arrastrados hasta allí por la corriente.

Otros hechos dignos de ser mencionados, y que dan que meditar, sucedieron mientras los buceadores investigaban.

Mientras éstos se encontraban en el agua, la Sra.Anita y yo estábamos en el coche aparcado en la calle. Desde allí era totalmente imposible ver la orilla del río y menos aún a los buceadores en el agua. En un determinado momento, por propia iniciativa y sin que hubiéramos formulado ninguna pregunta, el rotulador escribió: «No deben dejarme. Estaban junto a mi. Papá ayúdame».

Salí del coche y fui a observar el dique. Uno de los buceadores se encontraba ya fuera del agua y el otro estaba saliendo del río unos 15 metros más arriba, en una zona a la que la Sra.Anita y yo, estando en el coche, dábamos la espalda y de la que no teníamos ninguna visibilidad.

Hablando con los buceadores, supimos que antes de salir del agua se encontraban en el punto indicado, es decir, exactamente donde Andrea nos había señalado, a mí y a la Sra.Anita, que estaba.

Comprendimos que haría falta un nuevo intento más eficaz, cuando el caudal del río fuera menor y menor también la fuerza de la corriente y cuando las aguas estuvieran más limpias y transparentes.

Así pues, encargué a un amigo que me tuviera al corriente de las condiciones del río.

Durante la segunda quincena de Abril pareció que la situación había mejorado y decidimos volver a Turín, aprovechando la festividad del primero de Mayo, con los radioestesistas milaneses y dos amigos suyos buceadores.

Desgraciadamente, unos días antes cayeron fuertes lluvias, especialmente en la montaña, con lo cual la situación, en lugar de mejorar, empeoró. Mi amigo me informó telefónicamente. No obstante, fuimos igualmente. Lo temamos todo preparado y estábamos impacientes. En Turín encontramos el río en las mismas condiciones que en marzo, o peores. No nos quedó más remedio que regresar y dejar el intento para mejor ocasión, cuando el río bajara con menos caudal.

Entretanto tomé una iniciativa un tanto insólita.

Fotografías de rayos infrarrojos y ultrasonidos.

Un cliente mío, A.C., técnico apasionado por los fenómenos eléctricos y que ha patentado varios inventos interesantes, estando al corriente de mis problemas me expuso la posibilidad de fotografiar el eventual cuerpo sumergido en el cieno del río utilizando una película de rayos infrarrojos.

Le encargué que fuera a Turín a realizar unas pruebas. En el momento de su partida de Trieste le entregué las películas que yo mismo había conseguido a través de la Kodak de Milán. En Turín, le esperaba un amigo mío residente en la ciudad que le acompañó al lugar y le ayudó a hacer las fotos. Los negativos fueron llevados inmediatamente a la Kodak de Cinisello Balsamo de Milán. Una vez reveladas, las fotografías fueron recogidas, algunos días después, por una persona de mi confianza que me las trajo a Turín, donde me había desplazado junto con mi esposa y la Sra.Anita.

Habían sido revelados dos rollos. Los examinamos de inmediato, constatando, con sorpresa, que en tres fotografías aparecía la forma de un cuerpo de las características del de mi hijo. Merece especial mención el hecho de que una de las fotos, tomada desde el dique, lo mostraba de lado, con la cabeza girada en la dirección opuesta, otra, hecha desde una barca mirando al dique, mostraba la cara dirigida hacia el fotógrafo y una tercera, realizada desde la barca situada cerca de la orilla, lo mostraba visto desde encima. En resumen, las tres fotografías, hechas desde tres ángulos distintos, se complementaban con toda exactitud.

Acto seguido, rogamos a Andrea, a través de la Sra.Anita, que nos señalase donde estaba su cuerpo en las fotografías.

Antes de seguir, debo precisar que en el primer examen, hecho con cierta agitación, en condiciones de luz nada favorables y en presencia de varias personas, una de las tres fotografías no nos reveló nada. Precisamente, la que nos muestra la cabeza de Andrea. Fue mi esposa quien, examinándolas con más calma poco después, advirtió la forma de la cabeza.

Así pues, sometimos a Andrea dos de las tres fotos, más una tercera en la que la presencia de un cuerpo podía ser, en cierto modo, sólo intuida.. La Sra.Anita colocó el rotulador fuera de la foto, en el margen blanco. El rotulador se movió inmediatamente hacia el interior, resiguiendo sobre la fotografía, exactamente, el contorno del cuerpo.

En la segunda fotografía que le expusimos, el rotulador permaneció en el margen y escribió: «No».

En la tercera, el rotulador avanzó de nuevo hacia el interior resiguiendo una vez más la forma de un cuerpo.

Quiero señalar que la delimitación del cuerpo fue hecha con extraordinaria exactitud. Posteriormente, intenté hacer lo mismo sobre otras copias y me resultó difícil hacerlo tan bien, viéndome obligado a destruir varias copias a causa del mal resultado obtenido. Debo también señalar, que el amigo que sacó las fotos localizó el sitio exacto utilizando un aparato de ultrasonidos de su invención. Es decir, que el cuerpo fue localizado exactamente en el mismo sitio por la Sra.Anita, por los radioestesistas y por la persona que hizo las fotografías.

¿Hallado el lastre?

Rogué a este amigo que me acompañara de nuevo a Turín, a fin de repetir el experimento con el aparato de ultrasonidos y establecer con precisión la ubicación del cuerpo. Las fotografías habían sido tomadas en un sector de aproximadamente diez metros a lo largo del dique del río y a dos o tres metros de la orilla, por lo que se hacía difícil averiguar desde donde había sido disparada, con exactitud, cada una de ellas.

Llegados al lugar, A.C. puso en funcionamiento su aparato de ultrasonidos, que indicó la presencia del cuerpo en el mismo sitio precedentemente señalado por la Sra.Anita y los radioestesistas, es decir, a una distancia de uno o dos metros del dique.

Dado que el nivel del río había descendido notablemente bajamos hasta el agua. Sin embargo, la capa de barro era muy profunda y uno se hundía más de un metro en ella.

Cerca del dique, unos treinta metros más arriba del punto señalado como sepultura del cuerpo de mi hijo, encontramos un saco de plástico que contenía tierra y pesaba mucho, como si ésta hubiera sido mezclada con un material de un peso específico superior al suyo (hierro u otro tipo de metal). El saco, que pesaba más de diez kilos, estaba fuertemente anudado. Tenía unos cinco metros y medio de largo, estaba enroscado sobre si mismo en forma de espiral y daba la impresión de haber estado enrollado alrededor de algo.

Decidimos interrogar a Andrea: «G. y C. han encontrado, una treintena de metros más arriba del segundo tronco (se trataba de un tronco pequeño situado cerca del arbolito mencionado con anterioridad), un saco de plástico que está ahora delante nuestro. Contiene tierra, con una prolongación de, aproximadamente, 5,5 metros. Creen que puede tratarse del lastre utilizado para hundir tu cuerpo que se hubiera desprendido. ¿Tiene realmente algo que ver contigo?.

Respuesta: «Me ataron a este saco y me tiraron al Po. Después quedé enganchado a unas ramas. Una noche de fuerte lluvia el saco fue separado del cuerpo que al quedar libre fue arrastrado por la corriente hasta el punto en que se encuentra ahora»

Todo encajaba. Aquel saco no podía haber tenido otro objeto que el descrito por Andrea.

Los hallazgos de los bomberos

Al llegar a este punto, creí tener elementos suficientes para dirigirme a las autoridades. Ya que, aún sin tomar en consideración los mensajes recibidos a través de la Sra.Anita o las indicaciones de los cuatro radioestesistas, existían datos objetivos como: las tres fotografías, los resultados obtenidos con el aparato de ultrasonidos (con todas las reservas posibles sobre un sistema todavía experimental) y el hallazgo del lastre.

Me dirigí a los bomberos con el ruego de que exploraran la zona. Por escrúpulos, justifiqué la petición mostrando únicamente las tres fotografías. Los bomberos se presentaron con una barca y sondearon el fondo con arpones. Cuando llegaron al punto exacto, uno de los bomberos, al levantar el arpón del fondo del río, sintió cierta resistencia. No obstante, éste subió a la superficie vacío. Una segunda tentativa obtuvo el mismo resultado. Al tercer intento extrajo una pernera de pantalón, desgarrada a lo largo de la costura. Se apreciaban en ella los dos arponazos anteriores. Comprobamos su longitud: 116,5 cm. La mía tenía 112 cm. Yo mido 1,90 m. Mi hijo 1,96 m. La longitud de la pernera correspondía a la altura excepcional de un hombre como mi hijo.

Casi en el mismo momento, otro bombero extrajo del barro un calcetín que medía 30 cm., exactamente lo mismo que los míos. Mi hijo y yo temamos la misma medida de pie, un 47, un número muy poco corriente. El calcetín era del tipo de los que solía utilizar Andrea.

En este punto, interrumpieron la búsqueda con la intención de continuar al día siguiente. Su tumo de trabajo había concluido.

Inútil tentativa de desecar la zona

Vistos los resultados de la actuación de los bomberos me preocupé. No me parecía la utilización de arpones un medio idóneo para extraer un cuerpo del río sin dañarlo.

A la mañana siguiente, me dirigí a las autoridades competentes para que suspendieran aquel tipo de búsqueda. Solicité que, en base al éxito objetivo obtenido a través de las fotografías y los objetos hallados, fuese aislada y desecada una parte del dique de tres metros de amplitud a partir de la orilla, de forma que se pudiera examinar el terreno.

Superadas las dificultades burocráticas, mi propuesta fue aceptada. Había que aislar la zona con láminas de acero o construyendo un pequeño dique de arcilla. Se optó por la segunda solución. La obra fue encargada a una empresa de construcción civil del Piamonte. Se inició un lunes y concluyó el jueves siguiente por la tarde. Se desecó el recinto obtenido, de forma que el viernes por la mañana, junto con un equipo de amigos expertos, yo pudiera explorar el fondo.

Desgraciadamente, nos esperaba una desagradable sorpresa. En lugar de utilizar arcilla para su construcción se había usado grava y arena del río, a las que, una vez terminada la obra, se añadió una pequeña capa de arcilla en el flanco de la parte superior. Como consecuencia, el agua del río, empujada por la presión de la corriente, penetraba en el sector aislado en tal cantidad que incluso los bancos de peces entraban y salían del mismo. Estas filtraciones, que se iniciaron prácticamente de inmediato por la parte superior, la que recibía lógicamente mayor presión, aumentaron rápidamente y se hicieron patentes por todas partes. Incluso entraba en la zona aislada agua procedente de tierra firme. Hubo que instalar bombas de extracción suplementarias en el limitado espacio disponible, que por cierto se estropeaban continuamente quizás por el exceso de trabajo al que estaban sometidas. Esto provocaba que en el pequeño dique artificial el nivel del agua subiera y bajara continuamente. Lo cierto es que no se consiguió hacerlo descender de una determinada altura.

El domingo, y más aún el lunes, constatamos que el pequeño dique artificial, evidentemente presionado por la fuerza de la corriente del río no compensada por el nivel del agua del interior, quedaría pronto totalmente inundado.

Desastrosa utilización de una grúa

Llegados a este punto, recurrimos a un medio tan desesperado como desastroso. Instalamos una grúa, que desde el pequeño dique prefabricado debía sacar el barro del fondo del río y depositarlo en él.

Fue un gravísimo error, ya que la grúa sumergía su pala y penetraba perpendicularmente en el terreno, llegando a través del barro hasta la grava que conformaba el lecho del río. En consecuencia, en la operación de extracción, la grava quedaba en el fondo de la pala y el barro y el agua en la parte superior. Al salir a la superficie, la pala adquiría una posición oblicua, por lo cual el agua y el barro resbalaban cayendo de nuevo en la cuenca del Po. Al diquecillo llegaba únicamente la grava, que al tratarse del material que conformaba el lecho del río, sólido y permanente, excluía cualquier posibilidad de encontrar allí el cuerpo de mi hijo.

Por otra parte, entre una descarga y otra, sólo podíamos observar, de modo superficial y apresurado, el contenido del material descargado en el pequeño dique, en el que el cuerpo de Andrea no podía encontrarse ni desintegrado.

También hay que tener en cuenta que, tras dos años y medio de yacer en el barro, el esqueleto habría adquirido necesariamente su color. Así pues, aun cuando algún trozo hubiese salido a la superficie no habría sido posible apreciarlo, ya que para ello era precisa una labor de verificación exhaustiva, algo completamente imposible en aquellas circunstancias.

En cierto momento, la pala arrancó del fondo una gran raíz, justo donde mi hijo había señalado su presencia y nos había dicho que estaba encallado.

Era por la tarde. El agua entraba en cantidades cada vez mayores por el diquecillo o por el ribazo, ya que la grúa había .removido la tierra en la base del dique original.

Por medio de la Sra.Anita, que se encontraba allí cerca, en el coche, pregunté a Andrea: «Ahora sacarán la bomba que se encuentra junto al lugar de la excavación, para así poder buscar en el sitio ocupado por ésta. Si no encontramos nada habrá sido un fracaso y deberemos dar por concluidas las tentativas de recuperación de tu cuerpo, pues ya no sabemos que más podríamos hacer. ¿Tienes algo que decir?».

Respuesta: «No me explico lo sucedido pero ciertamente, llegados a este punto os aconsejo que lo dejéis correr. Más adelante apenas tenga alguna indicación podremos conocer la explicación de lo sucedido. Perdonadme pero no es culpa mía ni vuestra. Todos juntos nos hemos sentido siempre unidos para alcanzar este objetivo. No desesperéis. En el peor de los casos considera este lugar como la tumba que tenías previsto hacer. Ten serenidad, consuela a mamá y recordad siempre que yo soy feliz. Lo único importante es que quiero veros serenos. Besos Andrea».

Las fotografías no reales

En honor a la verdad, debo decir que, poco antes de la construcción del pequeño dique, hice que mi amigo, el técnico, hiciera un centenar de fotografías infrarrojas con el fin de establecer con exactitud el punto en el que se encontraba el cuerpo fotografiado con anterioridad, dado que en la primera ocasión no había sido tomada nota del punto exacto desde el que se había disparado cada fotografía. En esta nueva colección de fotos no sólo no apareció ningún cuerpo, sino que únicamente quedó fotografiada la superficie del agua y de la tierra. En ninguna de ellas se reproducía la más mínima imagen de profundidad.

Antes de dar el permiso para la construcción del pequeño dique, el representante de Magistratura interpeló a diversos técnicos sobre las posibilidades de obtener fotografías de un cuerpo sumergido en el barro, bajo el nivel del agua, utilizando películas infrarrojas. Todas las respuestas que obtuvo fueron en sentido negativo. Incluso encargó a un profesor de la Universidad de Turín que hiciera unas pruebas: lo único que consiguió fue fotografiar la superficie del agua.

Unos días antes de iniciar los trabajos de búsqueda y al pedir a Andrea información respecto a las fotografías, obtuve la siguiente respuesta: «Son obra de la Luz Infinita. Te he dicho que es bello ser su amigo». Tras una nueva pregunta mía aclaratoria, añadió: «ESTAS FOTOS NO SON REALES». Inquiriéndole sobre el significado de dichas palabras precisó: «No respetan la realidad de como está mi cuerpo, sólo mi presencia».

A pesar de esta respuesta, que consideré excepcional, y no obstante mi mentalidad positivista y prudente, el resultado negativo de la búsqueda en las aguas del Po me produjo un gran desaliento.

Tiempo de espera

A pesar de todo, pregunté a mi hijo: «¿Estás ahora en condiciones de saber y poder explicar por qué falló el intento de recuperarte, si en principio estaba previsto el éxito?»

Respuesta: «En lo que respecta a las cosas terrenas se han cometido muchos errores. Se debía haber desecado. Este fue el mayor error. En lo que se refiere a la promesa de la Luz Infinita aún no he comprendido bien pero sé que no era el momento adecuado, que otras cosas y otros hechos deberán impulsarte a seguir el camino trazado. Por el momento no sé nada más».

Debo señalar, que habiendo en otra ocasión preguntado a mi hijo si a las almas, en el más allá, les estaba permitido conocer el futuro, contestó negativamente, diciendo que, respecto al porvenir, únicamente sabían aquello que la Luz Infinita les comunicaba (es decir -como nos había precisado en otra ocasión-: «Dios, como le llamáis vosotros los vivos»).

En otras circunstancias, al preguntarle si en una próxima búsqueda tendría la posibilidad de encontrar su cuerpo, contestó precisando que ya lo habíamos encontrado, que si me refería a la posibilidad de recuperarlo se trataba de algo muy difícil.

Cuando le pregunté el motivo por el que no habíamos podido recuperar su cuerpo en las operaciones anteriormente descritas, contestó: «Querido papá, comprendo tu estado de ánimo. Incluso yo de momento quedé desilusionado; pero mira, sólo yo, que soy uno de los que forman parte de la gran grey de almas que siguen a la Divina Luz Infinita, puedo entenderlo. No es fácil explicároslo a vosotros los vivos.»

Concluyó diciendo: «Ahora yo he sido apartado y mis hermanos continúan su trabajo. Mira la televisión. Cuando llegue el momento justo quizás también yo sea llamado a continuar mi misión».

Me informé de si la televisión emitía algún programa de parapsicología en aquellos momentos. Con sorpresa, averigüe que el tema estaba siendo tratado en «Italia Sera», un programa del primer canal. Era el 2 de Noviembre de 1983.

Al día siguiente, pregunté a mi hijo si se refería al citado programa. La respuesta fue: «Si este mismo. Solicitan testimonios y noticias. Otros hermanos han colaborado y colaboran aún. Tu testimonio será indispensable pero por el momento no tengo órdenes al respecto. Síguelo; mantente al corriente. Llegado el momento veremos que se hará. Besos Andrea.»

Solamente pude seguir la emisión en una ocasión, ya que se emitía a una hora en la que yo debía estar en el despacho a causa de mis obligaciones profesionales. En el curso de aquella emisión se habló de los problemas del más allá. Posteriormente, fue mi esposa quien se encargó de seguir el programa. El tema del más allá fue tocado tan sólo una vez más. Así, pues, pregunté a Andrea: «Andrea, el 3 de Noviembre nos dijiste que siguiéramos la transmisión de «Italia Sera» en la que se hablaba de las comunicaciones relacionadas con el más allá, a fin de estar preparado para dar testimonio en el momento oportuno. Asistí a la emisión del día siguiente y me enteré de cosas interesantes. Pero después no volvieron a tocar el tema. Mamá preguntó a la RAI cuando volverían a hacerlo. Le respondieron que no por el momento. ¿Qué debemos hacer?»

Respuesta: «Aun se hablará por televisión del tema, sino en éste en otro programa. Te señalé éste concretamente porqué hablaron de dos almas que yo personalmente tuve el encargo de acoger. Cuando haya alguna otra información te lo haré saber.»

En aquella época, quise pedir consejo a un amigo sacerdote que desde el inicio había estado al corriente de los diálogos con mi hijo y al que había hecho llegar, íntegramente, las actas que yo redactaba escrupulosamente.

Dicho sacerdote, queriendo actuar en mi interés personal, me aconsejó que por lo menos temporalmente suspendiera los diálogos, ya que mantenían siempre viva en mi la tragedia de la muerte de mi hijo.

Entonces, me dirigí a Andrea en los siguientes términos: «En el transcurso de una conversación que tuve el domingo con M., el cual siempre me había animado a mantener los diálogos a través de Anita con el fin de recuperar tu cuerpo, me aconsejó, en esta ocasión, suspenderlos, en espera de que Dios, si lo cree conveniente, nos dé a conocer Su voluntad de una u otra forma. Le manifesté mi intención de seguir en contacto contigo, no únicamente por el grandísimo placer y consuelo que me proporciona, sino también por necesidad, para poder recibir tus instrucciones y saber que debo hacer a fin de que tu misión se cumpla. No obstante, hemos quedado en hablar de ello el próximo domingo. ¿Qué me aconsejas?».

Respuesta: «M., como la mayoría de la gente, aunque están dispuestos a creer en estas comunicaciones se sienten bloqueados a dar su pleno acuerdo porque creen que para nosotros es doloroso o que la Luz Infinita no lo permite plenamente. Pero, como ya te he dicho una vez, aquellos que pueden comunicarse son privilegiados. Por ello cuantos más contactos hay más feliz es la Luz Infinita. Porqué, papá, imagina que el mundo entero estuviese convencido de la existencia del más allá, sería una forma de eliminar la deshonestidad de la vida, ya que todos querrían poder elevar su alma hasta las cimas más altas. Por eso, sigue. Este también es un camino para llegar al fin previsto»

Posteriormente, y en ocasiones sucesivas, al preguntar si tenía algo que comunicarme referente a su misión, obtuve varias veces la misma respuesta:«Aún no es el momento».

La amiga Paola

Cuando supe que la RAI había programado dos emisiones en las que se hablaba de parapsicología pregunté a Andrea: «Las emisiones de «Blitz» y de «Italia Sera» de la semana pasada sobre parapsicología, ¿tienen relación con el momento en que podrás llevar a cabo tu misión?».

Respuesta: «Deberías ponerte en contacto con la amiga Paola».

Ni yo, ni la Sra.Anita, ni ninguno de los presentes entendimos a que se refería, por lo cual pregunté: «¿Quién es esta amiga Paola? ¿Dónde puedo encontrarla?».

Respuesta: «Giovetti, la que emite para “Italia Sera”».

Averiguamos que, efectivamente, Paola Giovetti participaba en el programa «Italia Sera» como experta en fenómenos para- normales.

En el siguiente encuentro con Anita, pregunté a Andrea si debía ponerme en contacto de inmediato con Paola Giovetti. Su respuesta fue: «Diría que es mejor esperar; no mucho: quizás uno o dos meses».

En otra ocasión, precisó que por mediación de la Dra. Giovetti debería: «hacerlo saber todo» y que debía remitirle todas las actas.

Y llegó el día en que me dijo que debía contactar con Paola Giovetti. Ante mi solicitud de esperar un poco a fin de no perjudicar las indagaciones judiciales en curso, consintió: «No para descubrir a los culpables sino para tener la prueba de que mi cuerpo está allí». Esta precisión se ajustaba a cuanto venía diciendo desde un principio, invitándonos a perdonar, como él había hecho, a sus asesinos, negándose por ello a dar datos que pudieran llevar a su identificación.

Mis titubeos

Tras esta respuesta, dejé pasar bastante tiempo antes de volver a tocar el tema. Debo precisar que, como católico practicante, como es lógico, deseaba no hacer nada en absoluto que pudiera quedar fuera de las leyes de la Iglesia. Por ello, me preocupaba la ortodoxia de los contactos con mi hijo y las posibles repercusiones negativas que darlos a conocer pudiera tener en las almas de los fieles. Así pues, a pesar de las pruebas recibidas, dudaba sobre si hacía bien o no continuando por este camino. Se añadía a ello el hecho de que, decididamente, era del todo contrario a mi carácter y a mi estado de ánimo dar publicidad a algo tan personal y delicado. Sobre todo teniendo en cuenta mi formación cultural y profesional de jurista, que me lleva a razonar, discutir y fundar las propias convicciones en pruebas positivas y concretas. También por mi sensibilidad, común en toda nuestra familia incluido el querido Andrea, que nos hacía ser generalmente reservados, sobre todo cuando se trataba de asuntos familiares o privados. Era duro aceptar hacer público todo este tema. Por otra parte, me daba cuenta de que informar a una periodista de tales problemas significaba, inevitablemente, publicitar la cuestión, con todas las posteriores repercusiones que ello conllevaría, incluso negativas, como sucede siempre en estos casos.

Pedí su opinión a dos personas de confianza. Ambas me aconsejaron que concluyera los contactos con mi hijo. Bien que teniendo en cuenta estos consejos, me preocupaba no prestar mi colaboración a la gran misión a la que Andrea decía estar llamado. Resumiendo, deseaba seguir el desarrollo de la situación sin implicarme personalmente.

En aquella época, un sacerdote experto en parapsicología que estaba al corriente de todos los mensajes de Andrea, expresó su deseo de preguntarle de donde había sacado el color rojo para manchar «II Giornale». Antes de plantearle la pregunta, inquirí si sabía quien estaba conmigo. Me contestó: «Es un hermano que tiene en todo esto mucha más fe que tú». Habiéndole pedido si sabía cual era la profesión de mi acompañante, respondió: «Sirve a la Iglesia». Contestando a la pregunta, ya citada, que el sacerdote deseaba le fuera planteada, dijo: «Te digo que aquella señal os la mandé para despertar vuestra confianza en todo esto y basta. Ahora preguntas de que forma lo ha hecho la Luz Infinita, como las fotos. Nadie ha preguntado nunca como se hace un milagro».

Tras un mes y medio de incertidumbre hice preguntar a Andrea si tenía alguna instrucción que darme con respecto a su misión. Era el 31 de julio de 1984.

Respuesta: Querido papá, tú sabes mejor que yo que es necesario tener fe para conseguir lo que se desea. Por eso como puedes convencer a aquellos que no creen si incluso tú de fe en todo esto tienes poca. Recuerda que la Luz Infinita para daros estas señales me ha dado una concesión importante. Pero siento en ti siempre la incredulidad y -no lo niegues- sientes remordimientos de comunicarte conmigo y debes pedir consejo a gente que con la Luz Infinita no se entiende. La religión es otra cosa».

Entonces le pregunté: «¿Andrea, tienes algo más que decirme o sugerirme sobre lo que debo hacer?».

Respuesta: «Creer en mi y contactar con Paola. Papá no te sepa mal lo que te he dicho pero quiero que tengas confianza. Entonces quizás alcanzarás la meta».

La epístola de San Juan

Con el fin de superar mis problemas religiosos, que ya he mencionando con anterioridad, algunos días más tarde hice preguntar a mi hijo: «Andrea, queridísimo mío, estoy seguro de que te das cuenta de que lo que diga la Iglesia nos obliga a nosotros, sus fieles, a ser muy prudentes con los mensajes recibidos del más allá, dada la imposibilidad de ver a la entidad con la que establecemos contacto. Yo, obviamente, intento mantenerme siempre rigurosamente dentro del marco de la Iglesia. Por ello, debo tener en cuenta las palabras de San Juan, que en una de sus epístolas afirma: «Queridos, no confiéis en cualquier espíritu, probad a los espíritus para saber si proceden de Dios, ya que muchos falsos profetas han venido al mundo.. En esto conoceréis el espíritu de Dios: Todo espíritu que confiese a Jesucristo encamado procede de Dios y todo espíritu que no confiese a Jesucristo no viene de Dios». Por ello, te ruego, con todo el corazón, que me digas claramente que piensas de estas palabras».

La respuesta, verdaderamente magnífica y edificante, fue la siguiente: «Sobre el tema expuesto puedo confirmarlo todo. En efecto, Jesús, es decir la Luz Infinita, quiere con amor infinito que todas sus ovejas pastoreen en el gran prado salpicado de divinas palabras que es la Biblia».

Yo insistí: «Así pues, ¿confirmas que Jesús vino de Dios a la tierra y se encamó?».

Respuesta:«Si lo confirmo en nombre de Cristo».

Estaban presentes familiares próximos a la Sra.Anita, adeptos de una Iglesia evangélica que no cree en la Comunión de los Santos ni en la comunicación con los difuntos.

No obstante, uno de ellos pidió a Andrea que confirmase los versículos 5, 6 y 10 del capitulo 9 del Eclesiastés, que dicen: «5) Pues los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben ya nada, ni están en estado de merecer y su memoria ha quedado sepultada en el olvido. 6) Asimismo, el amor, el odio y las envidias se acabarán juntamente con ellos y no tendrán ya parte alguna en este mundo, ni en cuanto pasa debajo del sol.

10) Todo cuanto pudieres hacer, hazlo sin perder tiempo; puesto que ni obra, ni pensamiento, ni sabiduría, ni ciencia ha lugar en el sepulcro hacia el cual vas corriendo».

Andrea contestó: «Estos versículos son exactos, pero es preciso saber interpretarlos. Es verdad que aquí no existe odio, esclavitud y que todos los sentimientos que vosotros experimentáis son cosas terrenas. Nuestro mundo es muy distinto. A nosotros el amor nos llega de cuanto nos rodea, no únicamente para nuestros seres queridos sino también para todos los malos porque absorbemos el amor que nos da la Luz Infinita».

La otra persona que estaba presente, seguidora de la misma Iglesia y que compartía las ideas de la primera, intervino diciendo en voz alta: «En nombre de Cristo que revele quien es». La Sra.Anita sintió la necesidad de coger el rotulador y, con su insólita forma de hacerlo, escribió: «Andrea, soy Andrea».

Antes de terminar este contacto hice una última pregunta: «En nuestro encuentro del 31 de julio me sugerías de nuevo que me pusiera en contacto con Paola Giovetti, ¿debo hacerlo de inmediato a pesar del daño que ello pudiera significar para las investigaciones en curso, debo esperar como ya habíamos acordado en otra ocasión o tienes alguna sugerencia distinta que hacerme?»

Respuesta: «Mándale ya las actas para que Paola pueda estudiarlas. En ella puedes confiar. Si le pides que espere lo hará».

Era el día 3 de agosto.

Extraordinaria intervención

Algunos días después, me fui de vacaciones con mi esposa, quien dada la depresión en que vivía las necesitaba sobremanera. Regresamos a Trieste a finales de mes. A primeros de septiembre, nos fuimos ambos en peregrinaje a Medjugorje, Herzegovina, donde cinco jóvenes afirmaban ver aparecerse a la Virgen, cada anochecer, por lo que su Iglesia se había convertido en un centro de grandísima afluencia de fieles de todo el mundo. La devoción era extraordinaria.

Naturalmente, fui a Medjugorje con el propósito de pedir a la Virgen que me concediera la gracia de encontrar el cuerpo de Andrea y que me iluminara sobre lo que debía hacer referente a los mensajes que venía recibiendo de él.

Tras el diálogo habido el 3 de agosto no había vuelto a hacer nada más. No había hecho ninguna pregunta a Andrea, ni me había puesto en contacto con Paola Giovetti.

Volví de Medjugorje a Trieste, tras seis días de ausencia, hacia las 5,30 h. del 12 de septiembre.

Hacía apenas cinco minutos que estaba en casa, cuando me llamó por teléfono, agitadísima, una tal Sra. I, diciendo que necesitaba hablarme urgentemente. Conocía a la Sra. I., ya que me había sido presentada por la Sra.Anita, hacía prácticamente un año, como la persona que le había hablado por primera vez de la escritura automática. Tenía también facultades paranormales, practicaba la escritura automática y tenía visiones. Fue por ello por lo que, cuando fuimos a Turín por segunda vez con la Sra.Anita a fin de verificar la situación en el Po, había venido con nosotros con el deseo de poder ser útil.

Dicha señora había también declarado haber localizado el cuerpo de mi hijo en el mismo lugar que lo habían hecho los demás. Desde entonces, había transcurrido un año sin haberla vuelto a ver ni hablado con ella.

Cuando telefoneó, muy alterada, pensé que debía ocurrirle algo grave y que necesitaba mi ayuda profesional. La cité en mi despacho una hora más tarde. Llegó acompañada de su marido, a quien yo no conocía, y me dijo encontrarse en una situación terrible. Hacía seis días que la voz de mi hijo la atormentaba continuamente (jamás lo conoció en vida), al igual que la de otros miembros próximos de su familia también difuntos. Las voces la invitaban a visitarme urgentemente para decirme que me pusiera en contacto con la Sra.Anita de inmediato y, a través de ella, con Andrea. Dada la insistencia de las voces temía que se avecinara alguna desgracia de la que yo debiera estar advertido. Quería que llamara a la Sra.Anita inmediatamente, para que me pusiera en contacto con él.

Lo hice, pero nadie respondió. Llamé a un amigo común y supe que la Sra.Anita estaba de veraneo y que regresaba a Trieste precisamente aquella noche.

Prometí a la Sra. I. llamar a la Sra.Anita al día siguiente. Me dijo que las voces se habían calmado.

El día siguiente, conseguí hablar con Anita, la informé de lo sucedido y quedé que pasaría por su casa a última hora de la tarde a llevarle la pregunta, a fin de que se la planteara a Andrea lo antes posible.

Los estímulos de Andrea

La pregunta era la siguiente: «La Sra. I., desde el día 3 de septiembre, se siente continuamente apremiada por ti y por otros a hablar con el abogado Sardos, tu padre, diciéndole que me llame inmediatamente a fin de establecer contacto contigo para recibir tus mensajes. Ayer, miércoles por la tarde, hablé por fin con el abogado Lino Sardos, que acababa de llegar de Medjugorje, quien me lo refirió todo a mi regreso de la montaña. ¿Puedes decirme si tales llamadas procedían de ti? y, en caso afirmativo, ¿qué es lo que tienes que decirme?»

Respuesta: «Si, proceden de mi pero no para poneros en guardia contra algo que debe suceder como supone I. Ha llegado el momento para todos de colaborar en nuestra misión. De hacer lo que había sido prometido. Desdichadamente, yo estoy perdiendo la esperanza de poder formar parte de este grupo de élite. Tú eres circunspecto y desconfiado en todo esto, por lo cual no estás preparado para ayudarme. Era lo que quería decir. Besos. Andrea».

Al conocer esta respuesta escribí a Paola Giovetti el 20 de septiembre. Dirigí la carta a la «Domenica del Corriere», le expliqué mi caso y le pedí una cita.

No obstante, los días transcurrían sin que obtuviera respuesta alguna. Entonces, rogué a la Sra.Anita que hiciera la siguiente pregunta a Andrea, que le remití por correo dada su residencia fuera de la ciudad: «Tu padre ha escrito hace ya algunos días a la Sra. Giovetti, pero no ha tenido aún respuesta. Por ello, quiere que te haga en su nombre la siguiente pregunta: ¿Estoy aún a tiempo de colaborar en tu misión?.

Andrea contestó: «Papá, no se si haces ver que no me entiendes o es verdad. El tiempo en lo que respecta a mi misión no cuenta. Es en ti que algo no va bien. Lo que deseas hacer por mi lo haces sin convicción, no estás seguro, eres incrédulo como aquellos a los que deberías convencer. Tú que eres un buen seguidor de la Luz Infinita deberías saber que los milagros se conceden únicamente a aquellos que creen firmemente y no para dar pruebas o ver que pasa. Por eso si quieres seguir adelante de esta forma no me pidas consejo. Perdóname pero debo ser sincero. Te quiero mucho. Andrea.»

A continuación, planteé una nueva pregunta, que remití por correo a la Sra.Anita como tenía por costumbre: «Queridísimo hijo mío, he leído la respuesta que diste a Anita el pasado 1 de octubre y te confieso que ya no comprendo nada. Hasta ahora habías dicho que tenías una misión que cumplir en honor a Dios, misión para la que habías nacido y muerto. Parecía que, a tal fin, yo podría haberte sido útil, con gran alegría por mi parte. Me dijiste que para ello me pusiera en contacto con Paola Giovetti, lo cual he intentado hacer, pero todavía espero una respuesta. No veo donde está mi inseguridad, comprensible, no obstante, dados los resultados negativos habidos en el intento de recuperación de tu cuerpo. No sé a quien debería convencer, ni de que, ni como. No veo que tiene que ver en todo esto mi fe en los milagros. Sobre todo, no veo de que forma puedo ser útil a tu misión si no es preguntándote que debo hacer, especialmente porque ya no sé en que consiste, puesto que tú mismo dices que la recuperación de tu cuerpo es imposible. Por ello te pregunto: ¿Sigue siendo válida tu afirmación de que tienes que cumplir en esta tierra una misión especial en honor a Dios? Si este es el caso, ¿puedo serte útil y qué debo hacer a tal fin?».

La respuesta recibida por la Sra.Anita el 15 de octubre de 1985, decía: «Papá, claro que hay una relación en todo esto; porqué yo estoy obligado a disponer de ti para mi misión y si tu no estás seguro de que realmente este maravilloso contacto entre nosotros existe, todo se vuelve difícil, sino imposible. Tú aludes siempre a los resultados negativos en la recuperación de mi cuerpo, pero esto sucedió por la poca confianza que teníais. Lo sé, para vosotros los vivos puede parecer excesivo, inhumano, pero la Luz Infinita quiere poner a prueba a aquellos que deberán ser elegidos para este fin. De otro modo todo sería demasiado fácil. Papá, por lo que entiendo tú no sabes aún en que consiste mi misión: es necesario hacer saber al mundo que el más allá existe, ya que únicamente con esta convicción la humanidad volverá a creer y a vivir en paz en honor de la Luz Infinita. Esta tentativa ya se ha hecho diversas veces pero siempre en vano. Es por ello que los elegidos para esta misión como yo deben disponer de la máxima confianza por parte de sus intermediarios. Ciertamente mi oferta es válida, pero debes creer en mí. Paola aún no sabe nada, no ha leído tu carta. Adiós papá tu Andrea».

Los contactos con la Dra. Giovetti

Al día siguiente, recibí respuesta de la Dra. Giovetti a mi carta del 20 de septiembre. Llevaba fecha del 10 de Octubre. Paola Giovetti decía haber leído mi carta el día precedente, ya que había permanecido en la redacción varios días antes de serle entregada.

Inmediatamente, mandé la siguiente pregunta a la Sra.Anita para que se la hiciera a Andrea: «Queridísimo hijo mío, la respuesta que diste el 15 de octubre a mi compleja y difícil pregunta, tan llena de dudas y controversias, ha sido verdaderamente extraordinaria y clarificadora para mi. Para luchar, a tus ordenes, en la grandiosa y maravillosa batalla que constituye tu misión, debo estar, como tú dices, no sólo convencido sino preparado para convencer a los demás. Por tal motivo, te ruego que me aclares un punto que me parece contradictorio. En tu respuesta del 15 de octubre, entre otras cosas, dices: «Paola aún no sabe nada, no ha leído tu carta». El 16, por la mañana, recibí una carta de Paola, con fecha 10 de octubre, en respuesta a la mía, que decía haber leído el día antes en Milán. Es importante que me des una explicación del porque de esta contradicción, sobre todo porque cuando hable con Paola Giovetti me la pedirá a mi. ¿Qué me dices?»

Respuesta: «Querido papá, perdona no me doy cuenta de qué nuestra percepción es muy distinta de la vuestra y por ello debo tener paciencia y explicártelo de forma que puedas entenderlo. Aquí no existe el tiempo. Si alguna vez te he señalado horas y fechas ha sido siempre en respuesta a tus preguntas y estas respuestas te las he dado únicamente para no complicar las cosas y no confundirte las ideas. Yo no sé que día recibió Paola tu carta pero seguro que no fue antes de que redactaras tu pregunta y no me refiero al momento en que contesté a Anita sino a aquel en que tu la concebiste estudiaste y escribiste. Con otras palabras cuando en lo más íntimo de ti mismo intentas comprender todo esto yo estoy contigo y en aquel preciso momento te respondo. Anita es una intermediaria. Mis respuestas las doy a través de ella, pero es a ti a quien yo contesto. Nunca sabrás lo mucho que debes agradecer a Anita lo que hace. Recuérdalo. Espero haber aclarado y ahuyentado una vez más tus dudas. Besos Andrea».

Consulté de inmediato mi agenda. La pregunta en cuestión había empezado a prepararla el día 2 de octubre, la modifiqué el 4 de octubre, la recompuse e hice recopiar el texto definitivo a plantear a Andrea el 7 de octubre. La Sra. Giovetti - como ella misma me escribió- leyó mi carta el 9 de octubre. Los hechos habían ocurrido exactamente como Andrea había indicado.

Inmediatamente, telefoneé a la Dra. Giovetti, concertando una cita con ella para el 11 de noviembre de 1984, a la que acudí junto con la Sra.Anita. Le referí los hechos, en síntesis, y le entregué todo el material que había ido recopilando desde el primer día.

Las preguntas de la Dra. Giovetti

Durante aquel primer encuentro, la Dra. Giovetti, a través de la Sra.Anita, hizo algunas preguntas a Andrea, entre ellas ésta: «Estoy emocionada por este contacto y dispuesta a ayudar. ¿De qué forma puedo hacerlo?»

Respuesta: «Tú sabes a quien dirigirte. Tengo mucha confianza en ti».

Pregunta: «¿Crees que debería contar todo esto en el periódico? ¿Debo implicar a otras personas?»

Respuesta: «Si ciertamente. Es necesario hacerlo saber todo. Tú Paola debes, por favor, dar a conocer a través del periódico que el más allá existe. Si quieres contactar con personas interesadas en esto hazlo. ¿Lo sabes verdad?»

Tras aquel primer encuentro, la Dra. Giovetti me confirmó su vivo interés y me pidió que planteara a Andrea algunas preguntas, que comuniqué a la Sra.Anita. Las respuestas que obtuvimos fueron plenamente satisfactorias y además sorprendentes. Cito a continuación algunas de las más significativas.

Pregunta: «¿Qué se experimenta en el momento de la muerte? ¿Cómo sobreviene el traspaso?»

Respuesta: «Yo puedo decirte lo que experimenté personalmente, porque es muy diferente una muerte de otra. En aquel momento físicamente yo estaba bien pero asustado. Mi situación era mala, estaba a merced de individuos peligrosos. Cuando fui asesinado no me di cuenta, pero contemplaba la escena desde lo alto y seguía todos los detalles con despego, indiferencia. Esto duró un buen rato, hasta que mi alma se adentró en un largo túnel».

Pregunta: «¿Puedes decir algo más preciso sobre el túnel que hay que atravesar?»

Respuesta: «La entrada te atrae porque ves en el fondo del túnel una Luz grandiosa que te llama; pero no siempre se llega enseguida a ultrapasarla. Los más afortunados, como yo, que son recibidos y acompañados por amigos o familiares, si. Otros deben esperar mucho tiempo y esto hace sufrir, porque se sabe que más allá es maravilloso y se querría llegar cuanto antes».

Pregunta: «¿Qué sentiste al comprender que habías muerto? ¿Tuviste inmediatamente alguien a tu lado que te ayudó, o permaneciste solo por algún tiempo?»

Respuesta: «Mucha paz, ningún deseo de volver atrás. Si, mi amigo Marco vino inmediatamente a recibirme para traspasar la gran Luz».

Pregunta: «¿En qué ambiente viven las almas? ¿Se puede describir?

Respuesta: «Bellísimo, tan bello que es indescriptible. ¿Cómo puedes tú describir las sensaciones?»

Hasta el momento de la visita a la Dra. Giovetti yo no tenía, absolutamente, ni idea de lo que se nos pedía a ella y a mi en concreto. Sabía únicamente que debía informarla de todo y que ella cooperaría en la misión.

La idea del libro

Tras aquel encuentro, y a continuación de las respuestas dadas por Andrea en aquella ocasión, comprendí que la forma de alcanzar el fin deseado por él podía ser escribir un libro-documento en el que se refirieran exactamente los hechos, tal y como se habían desarrollado y el contenido de los mensajes recibidos de mi hijo, a fin de que pudieran ser conocidos y valorados por todas aquellas personas interesadas en el tema, en lugar de conservar esta experiencia como patrimonio privado mío y de mi familia. De modo que la función de la Dra. Giovetti, en su vertiente de periodista y experta en la materia, fuera la de dar difusión al caso y a otros análogos, para que la opinión pública los conociera y evaluara en su complejidad, sacando las debidas consecuencias.

Así, adquirían significado y valor las repetidas alusiones de mi hijo a la existencia de otras almas elegidas para la misma misión y la necesidad de una integración recíproca.

Importancia de la fallida recuperación del cuerpo

Antes de tomar en consideración otros aspectos, querría concluir con la cuestión de la fallida recuperación del cuerpo de Andrea, hecho que nos había desilusionado mucho, pero que resultó providencial.

En la época en la que conocí a la Dra. Giovetti, pregunté a

Andrea si sabía algo de una conversación que yo había tenido con dos personas y si conocía el resultado de la misma.

La respuesta fue: «El primero aún no ha hecho nada, el segundo está a favor. Bravo papá. Besos Andrea».

Sorprendido por aquel «Bravo papá» que a mi parecer estaba fuera de contexto, ya que la referida conversación fue algo ocasional y sin la menor importancia, rogué a la Sra.Anita que hiciera a Andrea la siguiente pregunta: «Queridísimo hijo, en tu respuesta del 20 del corriente a una cuestión a través de la cual lo único que pretendía saber era si dos magistrados se habían interesado por ti, tras contestarme añades: «Bravo papá». Te pregunto: Esta expresión, ¿se refiere a la pregunta planteada o a algo que me afecta? y, en tal caso, ¿a qué?.

Respuesta: «A todo lo que estás haciendo en relación a mi misión y a lo que piensas hacer, es decir el libro. Ves papá todo está sucediendo del modo más adecuado. Cierto que vosotros queríais recuperar mi cuerpo; pero si esto hubiera ocurrido, tal y como estaban las cosas, todo hubiera estallado en una gran publicidad, no demasiado favorable al objetivo fijado, pero si para los medios de comunicación. Esto no era lo que deseábamos ni nosotros ni vosotros. Lo que interesa es hacer saber que el más allá existe».

Debo señalar, que en aquellos momentos la idea de escribir un libro apenas había aflorado en mi. Estaba estudiando la posibilidad de hacerlo. En consecuencia, no había hecho a mi hijo la más mínima alusión a ello en el curso de nuestras conversaciones. Esta respuesta de Andrea me hizo evaluar de distinta forma la fallida recuperación del cuerpo.

Me refiero al hecho, que ya he mencionado, de que a través de los mensajes recibidos por medio de la Sra.Anita yo creía que el objetivo de todo era dicha recuperación. Gracias a ésta, los vivos habrían tenido una prueba de la existencia del más allá. Además, pensaba que Andrea opinaba lo mismo.

Cuando la citada recuperación falló, me sumergí en una gran desilusión y nació en mi una cierta desconfianza, injustificada, respecto a todas las señales y pruebas recibidas y a las advertencias de Andrea sobre las dificultades con que debería enfrentarme dada la importancia de la misión.

Reflexionando a fondo, debo reconocer que si cuando intentamos recuperar el cuerpo lo hubiésemos conseguido, aquello que mi hijo llama su misión seguramente habría fracasado. Ya que, aunque yo en el momento de la recuperación hubiera podido afirmar que el lugar me había sido indicado por mi hijo a través de la Sra.Anita, no hubiera podido negar que los radioestesistas milaneses también lo habían localizado y, además, medio día antes. No hay que olvidar que también los citados radioestesistas habrían estado presentes, puesto que participaban personalmente en la búsqueda.

En consecuencia, frente a la prensa y a la opinión pública, los mensajes de Andrea habrían quedado en segundo término y no habrían constituido un elemento probatorio de la existencia del más allá. Como máximo, habrían sido una curiosidad periodística durante algunos días, del tipo de otros ejemplos del género como los descubrimientos del Dr. Croiset hace algunos años, y todo habría concluido.

Si hubiera encontrado el cuerpo de mi hijo habría dejado de interesarme en el caso y, seguramente, no habría escrito nunca estas páginas, destinadas a llamar la atención de quien las lea sobre los hechos tan particulares de que he sido testigo, tanto antes como después de la fallida recuperación.

Ciertamente, no hay la más mínima duda de que fueron las dificultades las que hicieron madurar en mi la decisión de escribir estas páginas y las que me permitieron conocer a aquellos que gracias a las indicaciones, sugerencias y ánimos recibidos de mi hijo ayudaron a que su contenido fuera conocido en un ámbito mucho más amplio que el de mis amistades personales.

Hoy, me doy cuenta del carácter providencial de toda esta vivencia, que se desarrolló superando mi estrechez de miras personal, es más, en contraposición a la misma. Veo, también, cuanta razón tenía mi hijo cuando me amonestaba sobre la necesidad de superarla.

Mensajes de diversas procedencias

Queda un aspecto de los mensajes que me gustaría señalar, antes de pasar al capítulo de conclusiones.

En una de sus respuestas, Andrea había hecho ya alusión a la condición de privilegio de que gozaba por el hecho de poder comunicarse con nosotros a través de distintos médiums. Por tanto, considero necesario mencionar que no hemos recibido mensajes únicamente a través de la Sra.Anita, sino que nos han llegado también por otros caminos. Me he limitado a hablar de los de la Sra.Anita porque son los que he podido controlar personalmente y porque, dadas sus modalidades y características ya referidas, son los que ofrecen mayor garantía de objetividad.

No obstante, sumariamente, citaré algunas otras fuentes:

1) El radioestesista U.M., ya mencionado, es una persona muy piadosa, discípulo del -en Italia- muy conocido padre Gino, que vive en el santuario de San Vittorino, cerca de Tívoli, y que goza de fama de santidad. El fue, no únicamente el primero en indicar el punto donde se encontraba el cuerpo de mi hijo en el Po, sino que, además, recibió numerosos mensajes que le hablaban de la misión de Andrea, como en los recibidos por la Sra.Anita.

2) Un médium de Milán, interpelado por uno de los radioestesistas, había tenido comunicaciones del mismo tipo.

3) También una cierta Sra. G.C., muy piadosa, que vive en las cercanías de Turín en condiciones muy modestas, sociales, culturales e intelectuales y que, después de rezar, de vez en cuando se siente inspirada a escribir mensajes, ha declarado haber recibido uno de Andrea. Lo único que sabía de él es que se trataba de un joven que, como habían publicado los periódicos, salió de casa para unas cortas vacaciones y nunca había regresado, que no se sabía nada de él y que se estaba buscando su cuerpo. Tres días después de haber recibido el mensaje, tuvo la visita ocasional e imprevista del radioestesista U.M. Al saber que éste me conocía le puso al comente del mensaje recibido y le entregó una copia, en la que se decía:

«Considerad a Andrea como víctima de un martirio, martirizado por culpa del pecado que el diablo ha introducido en el mundo, pero consideradlo también como un feliz instrumento en manos de Dios, para hacer triunfar Su Gloria y para la salvación de muchas almas. Todos los diversos discípulos de Jesús que de forma especial han tenido una gran y delicada función que cumplir, de salvación a través de la fe, no hubieran conseguido nada si no hubieran vertido su sangre.»

4) Finalmente, quiero mencionar el caso de un amigo y compañero del equipo de balonvolea de Andrea, que desconocía totalmente el hecho de que recibíamos mensajes a través de la Sra.Anita. Tenía un pariente que era médium y, a través de él, preguntó a las entidades con quien éste se mantenía en contacto si Andrea se encontraba en el más allá. La respuesta fue: «Ha muerto violentamente, hace mucho tiempo. No está con nosotros. Yo no le veo porque Andrea está en la jerarquía».

Además de estos, otros mensajes llegaron a diversas personas. Cada vez que recibía información de este tipo preguntaba a Andrea si estaba al corriente de la misma y si eran genuinos los mensajes. En la mayoría de casos los confirmaba como auténticos, otros los reconocía parcialmente y algunos afirmaba que eran la expresión de los sentimientos de las personas que decían recibirlos.

Respecto de los que acabo de mencionar quiero señalar que Andrea confirmó su autenticidad.

En el caso del recibido por la Sra. G.C., quise saber si realmente procedía de una entidad positiva inspirada por Dios, si era mera sugestión del médium o si estaba inspirado por una entidad no aprobada por Dios. La respuesta de Andrea fue: «Es un mensaje mío y todos son aprobados por la Luz Infinita. No sabes lo afortunado que soy de tener a mi disposición a tantos intermediarios para comunicarme con vosotros. Muchas pobres almas no tienen esta posibilidad. Gracias.

En relación al mensaje recibido por su compañero de equipo, le pregunté que querían decir las palabras «el está en la jerarquía». Andrea confirmó la veracidad de la respuesta, pero precisando que el término jerarquía no era correcto. Para concluir, quiero citar una respuesta que tuve yo mismo cuando me disponía a escribir estas páginas.

Después de que Andrea hubiera contestado a las preguntas planteadas por la Dra. Giovetti, le pregunté si tenía algo que decirme. A lo que contestó: «Estoy a tu lado y te animo con todas mis fuerzas. Verás papá, estoy seguro de que todo irá bien. Besos. Andrea».