4. La Red de la Humanidad

Tras comprobar las noticias del día, Julio Steinberg miró la ventana a solas, pensativo. Aún estaba amaneciendo, y la luz del despacho -que imitaba algunos matices de la solar en tiempo real- se fue tornando anaranjada. El mundo se va al garete demasiado rápido, pensó tras el ritual de ponerse al día, y me va a tocar vivirlo. Movió la cabeza en un gesto de desaprobación. No era un buen panorama para alguien de treinta y nueve años, sin duda. Como hacía siempre que se sentía así, decidió oír El Bolero de Ravel, la única pieza musical que era capaz de ponerle a tono para empezar el día.

Miró el estado de las cuentas de Alix. Cuesta abajo y sin frenos. Tenía, no obstante, muchas peticiones de gente poderosa para usar su tecnología. Si por él fuera montaban un estanco, el dinero entraría sin parar, pero no le quedaba más remedio que ser precavido con los clientes. Alix era una gallina de huevos de oro, y alguien podría caer en la tentación de matar a la gallina para ver cómo hacer huevos de oro también. Era una tecnología demasiado poderosa, capaz de hacer ronronear de ambición a quienes ya lo tenían todo.

Ese fue el dilema que se encontró cuando llegó a la presidencia de Alix. Su carrera fue fulminante, y todos tenían esperanzas en sus planes para levantar la compañía. Pero por una serie de reveses económicos, no pudo llevarlos a cabo. Claro que… no contaba con las instalaciones secretas dedicadas a la tecnología dimensional, que conoció únicamente cuando ocupó el cargo; fue entonces cuando descubrió por qué la compañía iba tan mal. Esas instalaciones eran un pozo negro de dinero que nunca se recuperaba, así que se encargó de explotarlas. Y no le iba mal.

Ojalá pudiera usar la tecnología dimensional para levantar a la compañía. Pero ese era el tipo de operación que sólo podría llevarse a cabo en un universo con una Alix que también tuviera las instalaciones de tecnología multiversal, interacción que resultaba muy peligrosa. De hecho ya detectaron tiempo atrás sondas de vigilancia revoloteando por toda la ciudad. Sólo ellos podían detectarlas, porque sólo ellos las fabricaban y conocían. El problema, claro, era que no les pertenecían, eran con casi total seguridad de otras Alix que tanteaban su mundo, probablemente intentando averiguar si allí existía la división de tecnología multiversal o no. Ellos también lo hicieron en otros universos, y cuando se topaban con una lo dejaban en paz ipso facto. Él esperaba que las demás, presumiblemente iguales, hicieran lo mismo con su universo. Pero, ¿podía estar completamente seguro?

Justamente el peligro era lo que oscurecía sus previsiones. Julio poseía una habilidad especial para prever el futuro, era imprescindible a la hora de hacer negocios. Como en una partida de ajedrez, tendía en su mente un árbol de distintas jugadas que llegaban bastante lejos, pero eso ya no pasaba. Todas las jugadas que se le ocurrían quedaban en jaque mate con mayor prontitud de la que desearía.

La compañía podía hundirse de un momento a otro. Tal y como estaban las cosas era bastante posible, particularmente con lo delicado de la situación política y bélica. Pero lo peor, lo que realmente le quitaba el sueño, eran los jaques mates derivados de la tecnología multiversal. Una de sus peores pesadillas -y tenía un abanico muy amplio- era que el ejército se apropiara de la compañía y su tecnología. Aunque, por supuesto, podía amenazarles con usar dicha tecnología en su contra, lo que les obligaría a pactar una alianza. Y sería sin duda una alianza muy poderosa… imparable… y tentadora. Con el ejército daría igual tontear con universos que tuvieran otras Alix similares, no tendría límites. Pero prefería que la compañía estuviera en el menor número de manos posible.

¿Qué habrán hecho en su lugar los Julios de otros universos similares? Estaba perdiendo su habilidad…

Sus dilucidaciones se vieron interrumpidas por una solicitud en su IA para comprobar las noticias.

– Ya las he visto.

Pero el sonido de la IA volvió a sonar dos veces más, mezclándose con la pieza musical que crecía como una tormenta. Le pasaron directamente el enlace a su mesa, por lo que debía tratarse de una señal de vídeo, que activó apoyando ambas manos encima.

Y se vio a sí mismo con el pelo cano.

«…lo mejor para todos. Tengo el placer de anunciar a esta Tierra algo que cambiará su historia tal y como la conocen. Van a formar parte de La Red de la Humanidad, una unión entre mundos como nunca han podido imaginar. Les ruego que no opongan resistencia, todo esto es para bien…»

Estupefacto contempló cómo se abría a un lado de la mesa una ventana de vídeo más pequeña. Miles de enormes vehículos acorazados de tono violáceo oscuro cuyo aspecto nunca había visto antes iban llenando las calles. Intensos destellos de luz daban lugar a estremecedoras estampidas sonoras que provocaban la caída de los cristales de edificios a incluso decenas de metros de distancia, mientras una fuerza invisible arrojaba violentamente a un lado a personas y tráfico cada vez que cada uno de esos ¿tanques? iba a hacer acto de presencia en su lugar.

Acudieron varias decenas de policías, que disparaban inútilmente contra los acorazados intentando taparse los oídos a su vez. Pero estos seguían creciendo en número. El cúmulo de guardias fue literalmente arrancado y arrojado a los alrededores, chocando violentamente contra las fachadas al aparecer varios vehículos en el lugar que ocupaban. Una cámara de seguridad a ras de suelo mostró un cuerpo que fue arrojado a la pared desde fuera del campo de visión de la cámara, enseñando al caer, en primer plano, su ensangrentado e inidentificable rostro.

Julio se dio cuenta entonces de que una de las manos que apoyaba en la mesa estaba justo sobre aquella cara. La retiró con horror dando un alarido, como si la mesa estuviera al rojo vivo. Su réplica anciana continuaba hablando, mientras su mente ya ataba cabos.

Notó varios resplandores que no venían de la mesa, y aterrorizado se volvió hacia el ventanal. A lo lejos estallaban explosiones y humaredas, y entre ellos automóviles y cuerpos pequeños como hormigas saltando por los aires, mientras empezaban a aparecer más acorazados. Comenzó a tener temblores de pánico, particularmente tensos en su cuello, al tiempo que la música llegaba a su punto álgido, restallando en tambores y platillos.

– Huir, esconder, huir, esconder… -balbuceó apenas. Su mente reorganizó varios de sus recuerdos, llegándole un eco de la voz de Allegra. Refugio de guerra entre universos. Caldo de cultivo. Volver a empezar. Aún tenía una oportunidad.

Pero me seguirán… yo lo haría, pensó contemplando a su envejecido alterego en la mesa mientras seguía con su charla. Debía ser rápido, pues sin duda querrían conservar las redes de Alix operacionales y aquel jodido doble debía conocer tan bien como él que el presidente de la compañía podía activar la autodestrucción de estas redes.

No hay tiempo que perder. Sin duda ellos también sabrían cómo desactivarla, por lo que era vital dejar un tiempo ajustado. Veinte minutos estaba bien. No, quince. Bah, era el presidente, se podía saltar el proceso de esterilización. Finalmente lo dejó en diez minutos y lo ajustó en su IA, situada en su muñeca. Salió corriendo de su despacho hacia uno de los ascensores, hasta llegar a Alix C, y se puso a dar golpes en la puerta de la sala de intercambio. El responsable le miró a través de la ventanilla, y le hizo gestos furiosos que le daban a entender que debía pasar con urgencia. El hombre tras reconocerle toqueteó rápidamente algo en su consola y las puertas se fueron abriendo una tras otra. Según su IA, tenía cuatro minutos.

Sudando, siguió corriendo hasta llegar a la sala de tránsito.

– ¡Dónde está el responsable! -gritó.

Una mujer lo reconoció.

– Señor Steinberg, esto es una sorpre…

– Tengo que hacer un viaje urgente -cortó-, un salto a las coordenadas que conserváis del viaje de Marla Enea, lo del asunto de Alix B. Tiene que ser ya.

La dejó con la palabra en la boca, corriendo hacia la sala de las cápsulas. En cuanto entró se encerró en una, mirando a la cristalera. La mujer hablaba preocupada con otros.

Contempló su IA.

Dos minutos.

– ¿¡Hay algún jodido problema!? -gritó furioso Julio por radio.

– Ya estamos procediendo, señor Steinberg.

Entre nervio y nervio pensó cuan buena idea fue el aislamiento de las divisiones de Alix dedicadas al multiverso. Ninguno de esos infelices sabía lo que estaba pasando.

Un minuto.

Les seguía metiendo prisa por radio, viendo que ya estaban programando la interfaz dimensional. Imaginaba de qué estaban hablando. Ya se darían cuenta de que intentaba huir, pero se lo tomarían con humor, guiñándose ojos y pensando que escapaba de algún escándalo financiero. Un cambio de presi. Pobres desgraciados.

Veinte segundos.

La esfera de la interfaz dimensional empezó a moverse sola. Julio tragó saliva, su corazón estaba cerca de salirse del pecho y el cuello le latía con fuerza. Miraba compulsivamente su IA, sufriendo cada segundo menos que mostraba.

Diez segundos.

La esfera giraba ya a una velocidad considerable, a espasmos. Iba de punto en punto, parándose en seco y volviendo a girar a gran velocidad.

Cinco segundos.

Sus sentidos se esfumaron.