11. Contraataque

– Parece que hemos tenido suerte, señor -le dijo a Keith uno de sus hombres.

Y así era. La gran nave invasora estaba atracada justo donde pensaban encontrarla, en un pequeño muelle de pesca hervinés abandonado, lo que explicaba la celeridad de la invasión; la amenaza llegó desde varios lugares de Armantia, no sólo desde Turín.

Cuando llegaron arrastrándose a lo alto de la ladera las expresiones de asombro tardaron en cesar al contemplar el antiguo puerto pesquero, pues acostumbrados a ver allí balsas años atrás, se encontraron con un monstruo de madera inabarcable por entero para el muelle. ¿Cómo puede flotar algo así? Se decía Keith.

– ¿Pero dónde están? -dijo uno a su derecha.

– Deben estar dentro -dijo otro.

– Aún así es muy raro -comentó Keith-. Acerquémonos un poco.

Ocultándose en lo posible bajo la densa vegetación, Keith y sus hombres descendieron hasta tener a la embarcación de frente.

– Empiezo a pensar que no hay nadie -dijo en voz alta su compañero más cercano. Keith optó por incorporarse del todo, y los demás le imitaron. Tensos, preparados para echar a correr en cualquier momento, contemplaron expectantes la cristalera que tenía uno de los extremos de la nave. Si el enemigo estaba dentro, tendría que haberles visto. Pero no ocurrió nada.

– Diría que siguen en tierra, lejos de aquí -dijo finalmente.

– ¿Y dejar la nave sola señor? -preguntó uno.

Keith le miró.

– Cierto -replicó sonriendo con malicia-, olvidaron que ibas a venir a llevártela.

Los demás rieron a carcajadas. Era un detalle del que no se habían percatado, la nave no poseía remos.

– En cualquier caso -añadió- nosotros hemos cumplido con nuestra parte. Ahora le toca mover ficha al Gran General.

* * *

– La próxima vez que me llames Berzas te hago bajar -le dijo a Boris en pleno trote hacia la costa hervinesa.

– ¡Eso si no me caigo antes! -respondió el viejo aterrorizado a cada salto que daba el caballo, agarrado a Olaf con los ojos cerrados.

Pocas horas después llegaron a un acantilado desde donde divisaron a lo lejos al enorme barco varado en el pequeño y decrépito muelle de pesca hervinés.

– Sí, creo que son ellos -confirmó Olaf-, y por suerte para ti, tendremos que ir a pie.

– Al fin -soltó Boris en un suspiro. A ojo, diría que quedaban dos kilómetros. El acompañante de Olaf esperaba que al menos en el camino la circulación regresara a sus piernas. Intentó bajarse del caballo, pero, torpemente, terminó cayendo de rodillas.

Olaf le levantó con una mano, viendo algo escrito en la suya.

– ¿Esperanza?

– No es nada -replicó su acompañante apartando la mano de su vista.

El general negó con la cabeza.

– ¿Qué pasa? -le dijo Boris.

– Que eres patético. Eso es lo que pasa.

– Disculpe su eminencia aldeana, pero nunca tuve necesidad de montar bestias salvajes.

– Qué decepción -seguía diciendo Olaf pesaroso como si no le hubiera oído, emprendiendo la marcha al lado del caballo.

Boris le alcanzó rápidamente, para no quedarse tras él ni dejar la conversación en ese punto.

– Ah, así que se trata de eso. De B1 y vuestra historia. ¿Y qué esperabas encontrarte, eh? ¿Uno de esos magos sabios con barba hasta los tobillos? Hazme un favor Berz… Olaf, a partir de ahora trátame como lo que soy. Un anciano de otro universo, sin más. Olvida todo lo que creas saber sobre mí, además, B1 es B1 y yo soy yo.

– ¿Y quién eres tú?

– Err… B14 -respondió casi en voz baja, muy serio. Continuaron parte del camino en silencio. Olaf permanecía muy pensativo, y volvió a tomar la palabra.

– ¿Y por qué nos ayudas, Catorce?

– No lo entenderías Berz… Olaf.

– ¿Sabes decir algo más que no lo entenderías?

– Muy bien, muy bien -respondió Boris envarado y ultrajado por el trato despectivo que alguien como él recibía constantemente de aquel nativo-, dímelo tú, lumbreras. ¿Qué esperas conseguir con todo esto más allá de intentar rescatar a tu Marla? ¿Eh? ¿De qué crees que le va a servir a tu gente viajar a Gemini suponiendo que no mueres en el intento?

No respondió inmediatamente, pero Boris percibió un significativo cambio en su mirada, antes de decidirse a responder.

– Marla, mi Marla, me habló una vez sobre la historia de vuestro mundo. De grandes civilizaciones, grandes guerras, grandes catástrofes y grandes victorias, de no menos grandes sabios y tiranos. De hazañas imposibles. Hoy sé que Armantia proviene de todo aquello, que también nos pertenece. Que vuestro pasado es nuestra Historia Oscura, lo que nos falta. Que aquí, en nuestra obligada ignorancia, no hemos hecho más que repetirla. Que tuvisteis mil guerras como la que creó Turín, y mil Delvins. Que no hemos hecho nada nuevo pese a que imbéciles o desesperados nos ocultaron el pasado al soltarnos aquí, esperando que no lo repitiéramos. Si no puedo devolverle a los míos todo lo que gente como tú les arrebató, de nada servirá que sobrevivamos a la invasión -miró al fin a Boris-; eso es lo que espero conseguir, Catorce.

Boris se achicó ante la demoledora mirada de aquel hombre, que apenas pestañeó. En aquel momento comprendió que lo juzgó mal, aunque no pudo evitar preguntarse si tal arrebato de lucidez tuvo que ver con lo que le inyectó en Diploma.

Prefirió esperar un poco antes de preguntarle si recordaba algo nuevo.

– No -murmuró Olaf pestañeando-, no, nada nuevo.

Pese a su visible cansancio, en los veinte minutos siguientes ninguna queja más salió del anciano, hasta que sus pies tocaron la arenosa playa que albergaba el muelle.

– Vaya, un buen buque -comentó Boris acercándose al barco-, tenía uno parecido en mi apartamento de Alix. Pequeñito, claro -dijo indicando el tamaño con las manos y una exagerada sonrisa.

Olaf no contestó, se limitó a contemplar la cosa flotante más grande que había visto en su vida. De la vegetación adyacente a la playa salió un grupo de hombres que pasaron inadvertidos.

Keith y los suyos.

– Qué rapidez -le dijo Keith a Olaf palmeándole el brazo bueno.

– Edgar no me retuvo demasiado, y además conté con caballo. Traigo conmigo a Boris de Alix, o al menos uno de ellos, ya me entiendes… al parecer es el que se llevó a Enea, pero le han echado de su grupo y abandonado aquí. Creo que prefiere que le llamemos Catorce. Puede sernos útil.

– Me lo figuro -replicó Keith lanzándole una mirada poco amistosa-. La situación es la siguiente: la nave está vacía, yo diría que sus ocupantes aún deben estar por Armantia. Si quieres usarla debemos darnos prisa, podrían volver en cualquier momento. Por si acaso, dejé algunos hombres atrás, subidos a los árboles para que nos avisen de su regreso.

Olaf asintió mirando el barco.

– Perfecto. Simplemente perfecto.

– Sólo tenemos un problema, y es que… en fin… no vemos remos a la vista… y no se nos ocurre otra forma de llevarlo.

– ¿Estáis de broma? -dijo Boris-. ¿No sabéis lo que es una vela? Esos trapos que cuelgan arriba no están de decoración.

Nadie dijo nada.

– ¿Sabes llevarlo? -le dijo al fin Olaf.

Boris miró al barco nuevamente.

– ¿Por qué no? Entre mis maquetas y mis novelas de Patrick O’Brian creo que es suficiente para llegar allí. En serio, sólo espero que a bordo tengan el suficiente material para orientarnos. Si no sabemos en qué dirección está Gemini, poder movernos no servirá de nada.

– No se hable más, examinemos la nave.

Subieron a la cubierta por las cuerdas tendidas al efecto, aunque Boris necesitó ayuda.

– No está mal -dijo este casi sin resuello, contemplando la parte superior del barco-, no está nada mal. Vayamos allí, al frente, el camarote del capitán debería ser ese.

Keith hizo un gesto a sus hombres para que vigilaran la playa desde allí, y junto a Olaf se dirigió hasta el lugar indicado, tras los pasos de Boris. Una vez dentro, el general advirtió el cambio de cara de Boris al mirar una mesa próxima. Este se acercó rápidamente, sus ojos fijos en una suerte de mapas que la desbordaban. Lucían muy extraños, nítidos y de muchos colores.

– Qué hijos de puta… -murmuró.

– ¿Qué ocurre? -inquirió Olaf.

Pero no respondió. Miró rápidamente hacia arriba, casi involuntariamente, para seguir examinando mapa tras mapa.

– ¿Podremos orientarnos? -probó de nuevo Olaf.

– ¿Con esto? Naturalmente que sí Berz… Bersi. Lo sabía, ese cabrón era un infiltrado de la RH. ¡Lo sabía! ¿No te das cuenta? -dijo alzando la voz y mirando a Olaf con cara de loco-, los gemineanos contaban con fotos de Armantia y Gemini hechas desde la Oberón… sólo él pudo dárselas. Sí, es verdad, no me entendéis, pero… ¡Demonios! Eso tal vez signifique que la RH se haga con ellas dos… -le dio un puñetazo a la mesa-. ¡Me lo olía! Y él sabía que sospechaba… hizo que me expulsaran… maldito hijo de…

– ¿Sabes entonces dónde está Gemini?

– ¿Qué si lo sé? -dijo volviendo a la realidad. Volvió a mirar a la mesa nervioso, cogiendo un objeto cercano a uno de los mapas -¿Sabes qué es esto? Una brújula, siempre marca el norte, con lo que… -echó un nuevo vistazo a los mapas- Gemini está en aquella dirección -concluyó señalando a la pared-. Bien, por aquí deben guardar provisiones, buscadlas. Si hubiera… nada nos impide zarpar ahora mismo. Tendríamos que empezar a…

Todos miraban mudos a un Boris que no paraba de hablar y gesticular, hasta que se volvió hacia ellos.

– ¿Qué hacéis ahí parados?

Olaf y Keith se miraron, y el primero asintió con la cabeza.

– Buscad -ordenó Keith a sus hombres.

Un grito del exterior les interrumpió.

– ¡Vuelven! ¡Los invasores vuelven a por el barco!

– Con el tiempo que tenemos para salir sería demasiado arriesgado -les dijo Boris.

Keith y Olaf se volvieron a mirar instantáneamente.

– No hay otra manera -dijo Keith con una sonrisa triste.

– Lo sé -respondió el general.

– Te dejaré cuatro de mis hombres para que vayan con vosotros -dicho esto se acercó y le agarró por los hombros-. Debes ser el único armantino con esperanza ahora mismo. Espero que consigas todo lo que vas a buscar a esas tierras. Suerte, amigo.

– Tú también. Te prometo que volveré.

– No lo dudo -dijo Keith con su eterna sonrisa, dándose la vuelta-, vosotros quedaos con ellos. Los demás, nos vamos.

– Señor Taylor -objetó uno de los excluidos dirigiéndosele en voz baja-, mirad a Peter, está aterrorizado, nunca ha estado en la mar. En cambio yo he pescado con mi padre por estas costas.

– De acuerdo, quédate con ellos… ¡Peter, te vienes con nosotros! ¡A la playa todos, ahora!

Boris se puso rápidamente a dar instrucciones a los cuatro hervineses que quedaron a bordo para preparar el barco, mientras Olaf, asomado a la baranda de cubierta, contemplaba a Keith gritando órdenes en la playa. Su voz se confundía con las olas.

– ¡Sabemos que los invasores no son indestructibles! ¡Arqueros! ¡Justo después de que disparen estarán indefensos intentando recargar! ¡No pueden llegar a la nave! ¡Esa será nuestra…!

– ¡Vamos! -gritaba Boris en cubierta. El navío comenzó alejarse muy lentamente de la costa, aunque suficiente para que Olaf se tuviera que agarrar con fuerza de la impresión.

Mientras se alejaban, todos se dirigieron a la popa, para ver lo que ocurría en la costa. Los hervineses se habían replegado a lo largo de toda la vegetación con la que lindaba la playa, por lo que ya no vieron a nadie.

– ¿No es peligroso que esos invasores se queden en Armantia con el armamento del que disponen? -preguntó Olaf.

Boris negó con la cabeza.

– No durará eternamente.

Lejana y ahogada, resonó una plétora de disparos.

– ¿Y Keith -añadió al oírlos-, tiene alguna posibilidad?

Catorce se volvió, dando la espalda a lo que dejaban atrás.

– No pienses en eso.