25. Mareas en el multiverso

Veintitrés días más tarde.

Marla se encontraba frente a la tumba de Olaf Bersi. Estaba en el cementerio de la familia, donde yacían muchos allegados del general, incluida su ex esposa, Amandine. Allí decidió dejar una pequeña piedra encima de los tallos para que la brisa matutina no se llevara las flores.

– Siempre se van los mejores -dijo una voz tras ella-. Estuve aquí en el entierro de su familia, pero no esperaba volver tan pronto…

Cuando se volvió, la sorpresa fue de lo más inesperada.

– ¡Girome! -gritó Marla. El joven Rey de Debrán seguía vivo pese a haber supuesto su muerte al no saber nada de él desde hacía semanas. Tenía rostro cansado y algunas cicatrices, y parecía cojear de un pie. Pero por lo demás poseía buen aspecto.

Él inclinó la cabeza. Un guardia debrano le aguardaba detrás.

– Lamento vuestra pérdida -dijo-. Olaf fue un hombre muy valeroso, y yo le debo la vida. Mi padre también le debía mucho.

– Pero -dijo ella sin recobrarse de la sorpresa-, ¿qué ha ocurrido con Debrán?

– La guerra civil ha terminado. Los sucesores de Delvin aprovecharon la invasión para intentar hacerse con el poder, pero finalmente fracasaron. Sigo siendo el Rey allí. Y por lo que veo, Turín también parece en pie.

– Sí -dijo ella con voz apagada-, me ofrecieron ser reina cuando todas las facciones de Turín firmaron la paz, pero lo rechacé. Ahora mismo lleva el gobierno el tutor de Gardar, aunque pronto se convocará una asamblea al no quedar nadie de sangre real.

Girome asintió mirando la tumba de Olaf, compartiendo con Marla un pequeño silencio.

– Sabréis que vuestra cabeza sigue teniendo precio en Hervine -dijo al fin mirándola.

– Sí, lo sé -asintió ella-. A Byron no debió gustarle que escapase.

– Y se apropió de Dulice y su industria armamentística. Lo pasamos muy mal conteniéndoles en la frontera Debrán- Dulice cuando creían que estaríamos diezmados. Ahora Armantia está dividida en dos, y ese tal Byron quiere, como Delvin, unificarla bajo su puño. Esto no ha acabado…

– No, pero tenemos un respiro. Vi como quedó Hervine tras la invasión, y ellos también necesitan recuperarse, Girome. No temas una guerra pronta. Quién sabe si la diplomacia se podrá encargar de esto en el futuro…

– Y ese asunto de los invasores…

– Tampoco les esperes pronto. Pero harías bien en empezar a fomentar la industria naval. Necesitamos comunicarnos con los demás. Sí, incluso con los invasores.

Girome se incomodó, aunque probablemente por respeto, no discrepó.

– Cuando leas y crezcas más, lo entenderás -añadió Marla.

– Señor… -dijo el guardia.

– En seguida -le dijo Girome-. Debo regresar cuanto antes, tengo muchísimas cosas que poner en orden.

– Me lo imagino. Suerte con tu reinado, prometo visitarte algún día.

– Lo mismo os digo -dijo él inclinándose de nuevo. Seguía dándole trato de gobernante.

Marla también retornó a su casa turinense en silencio, mientras anochecía. Aquel mismo día, por la mañana, el tutor le cedió amablemente la vivienda que Olaf tenía en la ciudad, la misma en la que este la hospedó cuando se la encontró allí, pues tras rechazar el reinado renunció a sus aposentos en el castillo.

Al regresar recordó su primer paseo con el general por la calle, visitando los mercados, el bullicio, los miradores… ahora sólo había frío, silencio, oscuridad. Las vacías calles comenzaban a tornarse azuladas.

Al entrar, el penetrante olor a madera húmeda y vieja le produjo una enorme nostalgia, por lo que decidió subir las escaleras, justo hacia la habitación en la que despertó por primera vez en Armantia. Seguía igual. La vela en la moqueta, la cama, el antiguo mapa de Armantia con los cuatro reinos y los feudos tras la cortinilla de la pared… y la azulada luz que entraba por la ventana. Lentamente se asomó, contemplando el camino por el que decidió seguir a hurtadillas a Olaf hasta la casa del escriba, el día en que le salvó de Sigmund. La noche también era muy parecida.

Definitivamente el recuerdo de Olaf perviviría con ella en aquella casa, y estaba siendo doloroso, al menos en la soledad. Pero le pareció un lugar apropiado para criar a su hijo. Pensando en ello bajó de nuevo las escaleras, y encendió una vela para poder dirigirse a la que fue su habitación en aquella casa meses atrás.

Tenía un poco más de polvo, aunque por lo general era tal y como la recordaba. En el armario seguía el uniforme de Alix B con el que llegó allí…

Me estoy torturando.

Regresó, no sin antes detenerse frente al espejo astillado que descansaba al lado del armario. ¡Cuánto había cambiado! La primera vez que se contempló en aquel espejo, tiempo atrás, tenía los ojos llorosos, grandes ojeras y gesto de desesperación. Ahora sus facciones denotaban una cierta tristeza, pero también infinitamente más serenidad, seguridad, madurez…

¡Toc toc toc!

¿Quién podría ser? Era un poco tarde para que fuera Keith.

Vela en mano, se aproximó a la puerta, pegando la oreja…

– ¡Soy yo! -se oyó al otro lado.

Marla la abrió cuan rápido pudo, sin terminar de creer que Enea siguiera con vida.

– ¡Estás viva! -gritó Marla abrazándola como pudo.

– Sí, sí… me dijeron que estarías aquí…

– Por favor, pasa…

Cerraron la puerta con gusto, pues entraba cierto frío del exterior, y Marla dejó la vela en la mesa de la entrada.

– Ven, siéntate. Lamento no poder ofrecerte nada, me acaban de dar la casa…

Enea le hizo un gesto apaciguador con la mano mientras se sentaba.

– No te preocupes, tranquila. Me he enterado recientemente de lo de Olaf… Lo siento muchísimo.

Marla asintió en silencio.

– Le enterramos en aquí, en Turín como pidió. Aún quedaban turinenses que honrarle.

– Entiendo.

– Y además… estoy embarazada. De él.

– ¡Eso es estupendo!

– Sí que lo es -dijo Marla también sonriendo.

– Yo… me temo que mi visita es breve.

Le contó todo por lo que había pasado. Gemineanos, etéreos… Ishtar.

– …y no puedo quedarme.

Marla no dijo nada. Se limitó a suspirar largamente mirando a la mesa, como si encajara una pesada losa más de soledad.

– A decir verdad presentía que no volvería a verte -dijo al fin.

– ¿No conoces a nadie aquí?

– Keith me visita de vez en cuando…

– Keith -repitió Enea con cierto retintín.

Eso hizo que Marla sonriera.

– Ya, es un mujeriego, pero tranquila, sé cuidarme. Además para él la voluntad de Olaf es sagrada, y está en Hervine junto a los que quieren echar a Byron.

– Eso espero -replicó Enea poco convencida-. En cualquier caso -añadió cogiéndole la mano- estoy aquí, aunque sea para despedirme. No me dejan mucho tiempo y quería al menos dejarte esto.

Sacó de su traje un libro y se lo entregó. Ella lo observó con curiosidad: se trataba de un ejemplar impreso de “Barco a la Luna y otras aventuras”.

– Para ti y vuestro hijo -concluyó Enea.

Marla se quedó mirando en silencio el libro, deslizando los dedos suavemente sobre la portada con relieve. Estuvo así cerca de un minuto.

– Gracias -dijo finalmente, volviendo a mirarla con lágrimas en los ojos-, muchas gracias.

– En fin, debo irme. Vaya, parezco Dorothy en El Mago de Oz -dijo riendo- aunque no vuelvo exactamente a casa. En cualquier caso, debo destacar que te dejo mejor que cuando te encontré. Pese a todo, ya tienes hogar y proyecto de futuro. Y esperanza. Ahora me toca a mí buscar todo eso.

– Que tengas suerte. Ha sido un placer haberte conocido… y una rareza también -ambas estallaron en carcajadas-. ¡Es raro despedirse de una doble!

– Cuídate, y cuídale. Tal vez ese niño sea la esperanza de este lugar.

Volvieron a abrazarse.

– Adiós.

– Adiós…

Marla contempló desde la puerta cómo Enea desaparecía en la distancia.

Suspiró al entrar en su casa con el libro, al que miró de nuevo fijamente. Podría leerlo, pero ya no sería lo mismo, y ya no cambiaría, ni falta que le hacía. Aunque le recorría el cuerpo un escalofrío de tiempos pasados, un deseo frustrado de querer leer aquel libro en su adolescencia. Pero supo que lo importante no era que lo leyera ella, sino su hijo. Debía conservarlo como un tesoro. Él sí lo leería en el momento oportuno.

Así pues entró en la biblioteca privada de Olaf -se puso como nota mental desempolvarla cuando pudiera y darle la vuelta al maldito cuadro de Boris coronando al Rey-, y colocó el libro en uno de los estantes, sobresaliendo levemente más que el resto.

Se le iluminó el rostro levemente ojear la biblioteca. Las palabras de Enea alegraron lo que se presentaba como una larga y triste noche, pero ya no podía sentir euforia. Tampoco el futuro sería tan apacible como su amiga se lo pintó. Nuevos desafíos llegarían, nuevas escaladas bélicas, quedaba pendiente también saber en qué colonias caerían las cápsulas de salvamento de todas aquellas estaciones, así como las intenciones de sus tripulaciones y si portarían armas avanzadas. Pero ella se mantendría al margen una temporada. Necesitaba descansar.

En cualquier caso ya no los gobernaban omnipresentes desde el cielo, ahora el futuro les pertenecía. Y no sólo eso…

Ahora tenía por quién defenderlo.