Capítulo 6
La semana pasó y, día a día, Rubén iba suavizando su carácter. Se encontraba mejor. Más fuerte. Su pierna comenzaba a parecerse a lo que había sido y eso le llenaba de positividad. Ya no era tan gruñón como al principio, aunque a veces a Daniela le mataba su prepotencia. Se creía el dueño del mundo simplemente por ser rico y estar como un cañón.
Cada día se sentía más atraída por él y decidió hacer algo al respecto. Llamó a su ex, Enzo. Estar con él la hacía disfrutar de buen sexo y, sobre todo, le confirmaba que no quería nada serio con ningún hombre.
Pero de lo que no se había percatado era de que el futbolista empezaba a observarla con disimulo y a valorarla como mujer. Daniela era graciosa, divertida, optimista, siempre estaba de buen humor y le sacaba una sonrisa. Y lo mejor, siempre le respondía con sinceridad, nada que ver con las mujeres que acudían a su casa en busca de fama y sexo. Ella era diferente, no le bailaba el agua y eso, unido a su continua sonrisa y entusiasmo vital, era lo que más le llamaba la atención: ella era real y sincera.
Uno de los viernes cuando ella llegó para comer, se sorprendió al ver que no había ninguna de sus conquistas. Solo la esperaba él y había cocinado unos espagueti carbonara. Comieron entre risas y decidieron reposar la comida sentados un rato ante el televisor.
—¿Qué te parece si vemos una película? —sugirió él.
—Una película dura mucho y tenemos que trabajar, mejor algo más corto.
—¿Qué clase de cine te gusta?
Ella apoyó su cabeza en el sofá.
—De todo un poco y sí, antes de que me lo preguntes, me chiflan las películas románticas. Al menos mientras las veo paso un rato agradable siendo testigo de cómo se fragua una bonita historia de amor que pocas veces tiene algo que ver con la cruda realidad.
Ambos rieron y él susurró:
—Ey, que yo no he dicho nada, sonrisitas.
—¿«Sonrisitas»? —se mofó ella—. Vaya… creo que me gusta más cuando me llamas «tocapelotas».
Mirándola directamente a los ojos, Rubén añadió:
—Eres la única persona que conozco que siempre está de buen humor y siempre sonríe.
—Me gusta sonreír.
—Pero ¿tú nunca te enfadas?
Con un gesto de lo más cómico ella asintió.
—Me gusta ver la vida desde el lado positivo y será mejor que no me hagas enfadar, no te lo recomiendo. Cuando me enfado soy lo peor… de lo peor… de lo peor. Como dice mi padre: no tengo término medio, paso de ser un bomboncito dulce a un auténtico cardo borriquero.
Rubén soltó una carcajada justo en el momento en el que a ella le sonó el móvil y él pudo leer en la pantalla que era Israel quien llamaba: ¿quién sería ese Israel? Ella se levantó y contestó. La escuchó reír durante unos minutos y le prometió ir con él al cine. Cuando regresó, se sentó a su lado y Rubén encendió la televisión. Tirados en el sofá el futbolista fue cambiando de canal hasta que ella dijo de pronto:
—Castle ¡Dios que bueno! ¿Te gusta esta serie?
—No sé, ¿de qué va?
Encantada, le explicó que Richard Castle era un escritor que colaboraba con la policía de una manera muy curiosa y decidieron ver el capítulo. Ambos rieron divertidos. Ver a aquel escritor guasón e irreverente intentar ligar con la inspectora Becket mientras resolvían un asesinato era todo un espectáculo. Cuando el capítulo terminó, Daniela se levantó, le entregó las muletas a Rubén y dijo:
—Vamos… llegó la hora de martirizarte.
Divertido, se levantó y la siguió al gimnasio, tenían que trabajar. A las seis y media, y tras un intenso trabajo físico, Daniela se dio cuenta de la hora.
—Por hoy basta —le dijo entregándole una botellita de agua.
Él estaba agotado. El timbre de la puerta principal sonó y ella fue a abrir. No se sorprendió al ver aparecer a una pelirroja muy guapa. Haciendo caso omiso de Daniela, la recién llegada fue directa al gimnasio subida en sus impresionantes tacones. Rubén, que estaba secándose el sudor del pelo, le dio la bienvenida sorprendido.
—Hola, bella, ¿cómo tú por aquí?
La pelirroja, de melena por la cintura, se acercó con paso sinuoso al sudado futbolista y, sin importarle que la joven que entraba tras ella les viera, le dio un beso en los labios y murmuró con voz ronca:
—He venido a verte, hoy es día quince, ¿no lo recuerdas?
Daniela al ver el panorama, se secó las manos rápidamente y se despidió.
—Me voy, es tarde y he quedado para ir al cine. Hasta mañana a las diez.
Pero Rubén ya no la escuchaba, solo tenía ojos para aquella chica. Daniela casi se atraganta al ver cómo sus manos se posaban en las caderas de la pelirroja. Sin decir más, huyó de allí.
Se fue directa a la puerta, no sin antes tocar con cariño la cabecita de la perra, que se había acercado a ella para despedirse; salió de la casa, se metió en su utilitario rojo y se marchó.
Aquella tarde recogió a Israel y Suhaila, se los llevó al cine y a comer unas hamburguesas, estar con ellos le llenaba el alma y el corazón.
El sábado, cuando llegó a las diez, Rubén, que estaba con la perra en el exterior de la casa, le abrió la verja de entrada.
—¡Buenos días! —saludó ella con una sonrisa.
—Buongiorno, bella —respondió él mientras la observaba aparcar.
Cuando aparcó el coche se dirigió directamente hasta donde él estaba y señalándole con el dedo indicó sin perder su sonrisa:
—No vuelvas a llamarme bella en tu vida, ¿entendido? —y sin dejarle responder, añadió—: Yo no soy una de tus tontas muñequitas sin nombre. Mi nombre es Daniela o a lo sumo tocapelotas, como sueles llamarme en ocasiones, pero bella, ¡no!, ¿entendido?
Y sin decir nada más, entraron en la casa y se dirigieron al gimnasio. Rubén no se atrevió a hablar después de la reprimenda que esta le echado nada más verlo. Aquella mañana la notaba cansada y decidió quedarse calladito, era lo mejor. Una vez en el gimnasio, comenzaron los ejercicios inmediatamente. En ocasiones resultaban muy dolorosos, pero eran necesarios para su recuperación. Sin descanso, los dos trabajaron durante horas, hasta que el futbolista llegó al límite.
—No puedo más. Por favor, ¿podemos dejarlo por hoy?
—Vale —su gesto dolorido y la amabilidad con que se lo suplicó fueron determinantes.
Daniela, tras beber un trago de su botella, y con mejor humor que cuando llegó, comenzó a guardar sus cosas en la mochila, cuando, como siempre, sonó el móvil de él.
—Me voy, seguro que tienes cosas que hacer —dijo ella sin querer perder tiempo.
Él cortó la llamada y acercándose a ella dijo:
—Quédate a comer.
—No, gracias.
Rubén se aproximó un poco más a ella. Ella no se movió y Rubén dio un paso más, insistiendo.
—Cocinaré para ti.
—¡¿Tú?!… ¡Ni lo sueñes!
Divertido, se secó el sudor.
—Soy un buen cocinero, ayer ya te lo demostré con los espagueti. Venga quédate ¿qué te apetece: pasta o carne?
—No, mejor no, y…
Rubén hizo ademán de cogerla del brazo pero ella, rápidamente, se apartó. Aquel brusco movimiento no pasó desapercibido para él, que, sin tocarla, insistió:
—Venga… quédate, por favor. No me gusta comer solo.
La cabeza de Daniela decía ¡márchate!, pero su corazón gritaba ¡quédate!; al final ganó el corazón y más al escuchar el modo en que él se lo estaba pidiendo.
—De acuerdo, pero como no me guste, no me lo como, ¿entendido?
—¡Pero que tocapelotas eres! —rio al escucharla y al ver que se rascaba los brazos preguntó—: ¿Te apetece ducharte? —la joven le miró con sorpresa—. No te estoy proponiendo nada indecente. ¡Lo juro por mi vida! Te lo pregunto porque ambos hemos sudado y como yo voy a ducharme, si tú quieres puedes pasar al baño de la habitación de invitados y hacer lo mismo. Nada más.
—Te lo agradezco. Y sí, creo que una ducha me vendría genial.
El futbolista sonrió e indicó cogiendo su muleta.
—Vamos, sígueme.
Daniela le obedeció y accedieron a una parte de la casa desconocida para ella. Al entrar en la habitación principal no se sorprendió al ver aquella enorme cama justo en medio de la estancia. Rubén abrió un armario lateral, cogió un albornoz negro y una toalla y se los entregó.
—En la habitación de la derecha tienes un baño. Allí puedes ducharte.
—Déjame una camiseta de manga corta. La que llevo está sudada y no tengo otra de repuesto.
Rubén buscó en su armario y le entregó una gris; ella la cogió, salió de la habitación y se encaminó hacia la de invitados. El futbolista la siguió con la mirada, deseó ir tras ella y proponerle que se duchasen juntos pero sabía que lo único que conseguiría con eso sería que ella se marchara. Finalmente, se metió en su baño. Esa ducha le refrescaría las ideas.
Cuando Daniela entró en el baño cerró con pestillo. Colocó su frente en la puerta y se dio dos leves cabezazos: ¿qué estaba haciendo? Tras llamarse así misma todo lo peor, finalmente se despojó de su ropa y se metió en la confortable ducha.
—Oh, Dios… ¡qué gustazo!
El agua corría por su piel y la refrescaba. Necesita enfriarse. Ver la enorme cama de Rubén le había resecado la boca en décimas de segundo. Tener tanta imaginación no era siempre bueno, y esa era una de las veces en que no lo era.
Cuando salió de la ducha se puso el enorme albornoz negro. Inconscientemente, lo olió y sonrió al ver que tenía su aroma. Pero cuando se quitó el albornoz y se miró en el espejo, la sonrisa se le borró del rostro. Cerró los ojos, sacó la crema hidratante de su mochila y se la extendió. Después se vistió y se peinó, dejándose la melena suelta. Cuando estuvo lista, fue hacia la cocina. Él ya estaba allí.
—¿Qué te parece filete de ternera a la plancha con champiñones y ensalada? —sugirió.
—Humm… ¡qué rico!
—Y de postre tengo yogurt, helado de mandarina y…
—¿Tienes plátanos?
Él asintió.
—¡Genial!
Mientras él se encargaba de los champiñones y la carne, ella preparó la ensalada.
—¡Qué bien hueles!
Daniela pensó en soltarle una fresca pero rectificó a tiempo, en el fondo le parecía divertido.
—Es por la crema hidratante, necesito ponerme toneladas porque tengo la piel muy delicada.
—Pues huele muy bien —insistió.
Conversaron con fluidez y cuando acabaron de preparar la comida, hambrientos, se sentaron en la mesa. Durante varios minutos comieron en silencio hasta que él dijo:
—Por cierto, anoche vi varios episodios de Castle. Me está encantando esa serie, no sé cómo no la conocía.
—Normal. Tenía que venir yo a enseñártela.
Él sonrió mientras ella mordisqueaba el filete y preguntó:
—¿Más vino?
—¿Quieres emborracharme?
—¿Hay alguna posibilidad de que lo consiga? —planteó él con una sonrisa de lo más provocadora.
—Ninguna, príncipe. Y recuerda, cláusula seis, punto dos: nada de rollo entre tú y yo.
La cara de él cambió al recordar de lo que hablaba, y antes de que pudiera contestar, sonó el móvil de ella. Descolgó de inmediato y, sin moverse de su sitio, saludó en un tono afectuoso.
—Enzo, ¿cómo estás?
—¡Hola, Dani! —respondió el mencionado—. He llamado a tu casa pero no estabas.
—Estoy comiendo con un cliente —Rubén puso cara de sorpresa—. ¿Ocurre algo Enzo?
—Solo llamaba para preguntarte a qué hora paso a por ti.
—¿Habíamos quedado hoy? —preguntó sorprendida.
Enzo soltó una carcajada y añadió.
—Dani, tú me llamaste hace unos días, ¿no lo recuerdas?
Llevándose la mano a la cabeza asintió y, sin importarle cómo la miraba el futbolista, asintió.
—Es cierto… es cierto.
—¿Quedamos o no?
La joven pensó en las posibilidades. Enzo significaba sexo. Y tras mirar a Rubén y sentir que la temperatura le subía por momentos, murmuró:
—Sí, necesito verte. Pero hacemos una cosa: ¿qué tal si cenamos en tu casa? —y al escuchar al otro lado del teléfono un silbido cuchicheó—: Ya sabes, tú pones la pizza y del postre ya me encargo yo.
Rubén continuó comiendo impasible, mientras la oía reírse, a pesar de que aquella conversación tan descarada no le estaba haciendo ninguna gracia. Cuando Daniela colgó, le preguntó:
—¿Tienes Coca-Cola en la nevera?
Él asintió. Ella se levantó y cogió una.
—¿Quién es Enzo?
Daniela se sentó, abrió la Coca-Cola y tras dar un largo trago respondió.
—Mi ex.
—¿Tu ex?
—Sí, mi ex. Pero tenemos muy buen rollito entre los dos y cuando tenemos ganas de sexo le llamo o me llama. Si nos cuadra bien y si no, pues no pasa nada —al ver la reacción de su cara, le preguntó—: ¿Algo que objetar?
—No… no… tú sabrás. Pero me extraña lo que me dices.
—¿Te extraña tener buen rollo con un ex para tener sexo?, ¿por qué?
—Se me hace raro. Al fin y al cabo es un ex.
—Un ex muy… muy bueno en la cama, tengo que puntualizar.
Él no respondió, y para zanjar el tema, la joven volvió a dar otro trago a su bebida, saboreándola.
—Dios… como me gusta la Coca-Cola —y dejando la lata sobre la mesa preguntó—: ¿Qué tal tu visita de ayer?
—Bien, lo normal.
—La pelirroja natural es la de los días quince de cada mes, ¿verdad? —al ver cómo la miraba, añadió con guasa—: Oye que me parece muy bien, que yo también tengo algún que otro amigo con día fijo.
—¿En serio?
—Sí.
—El entrenador, ¿por ejemplo?
—Por ejemplo —le respondió guiñándole el ojo.
Aquella conversación empezaba a incomodar a Rubén, que cambió radicalmente el tema.
—¿Puedo preguntarte algo?
Tras tragar lo que tenía en la boca ella levantó las manos y respondió.
—Si me vas a preguntar más cosas de mis amantes o de mis ex ¡definitivamente no!
—No, mejor cambiamos de tema. Es una curiosidad: ¿por qué llevas siempre ropa tan ancha?
—Porque me gusta.
—¿Y por qué siempre ropa deportiva?
—Repito: porque me gusta y porque mi trabajo me lo permite.
—Pero es poco favorecedora y nada femenina, ¿no crees?
—Los tacones los dejo para otros momentos —se acercó a él con gracia—. Entre tú y yo, soy una bomba sexual y por eso me camuflo tras la ropa.
Rubén rio sus ocurrentes respuestas e insistió:
—Pero ese jersey que llevas te desmerece. Estoy convencido de que es varias tallas mayor a la tuya, ¿a que sí?
—Odio que la ropa me apriete. Nunca me ha gustado. Y total, como mi trabajo no me exige ir elegante, prefiero ir cómoda. Por cierto, ¿vas a ir a la cena de Navidad que organiza el Inter?
—¿Tú vas a ir? —preguntó él muy sorprendido.
Daniela asintió y con gesto guasón, susurró:
—Esta semana he recibido la invitación. Imagino que habrán tenido la deferencia de invitarme por estar trabajando contigo, ¿no crees?
—Sí, me imagino que habrá sido por eso. Oye, ¿en serio vas a ir? —volvió a insistir.
—Sí —respondió con rotundidad—. Me muero por conocer a varios jugadores y esta es mi oportunidad.
—¿De qué jugadores hablas? —investigó él, ya muy serio.
—Wesley, Vid o Sinclair. ¡Oh, Dios! están buenísimos —suspiró abriendo desmesuradamente los ojos, de manera cómica.
Molesto por estar excluido de aquella lista de potentorros jugadores del Inter, Rubén se recostó en la silla.
—Son buenos tíos pero si no quieres problemas, aléjate de ellos.
Daniela sonrió y guiñándole el ojo masculló.
—Quizá me gusten esos problemas. Pero tranquilo, sé cuidarme solita. Soy una mujer del siglo XXI y yo elijo con quién estar. Además, no sé de qué te asustas si a ti te gustan todas las mujeres, ¿no?
—Todas no, solo las bellas —Daniela rio aquel comentario—. Siento haberte llamado así esta mañana. Es la costumbre.
—¿Por qué es la costumbre?
—Es una manera de hacer que se sientan bien, aunque no recuerde sus nombres.
Alucinada al descubrir el origen de aquel apelativo asintió cuando él dijo:
—Y sí. Me gustan las mujeres guapas, sexys y de medidas perfectas.
—¿Tanto aprecias la perfección?
—Sí, adoro la perfección.
Rubén empezó a decir algo pero el sonido del móvil de Daniela le interrumpió.
—¡Hola, mamá!
—Daniela, ¿se puede saber dónde estás?
Sin levantarse de la mesa puso los ojos en blanco y respondió ante el gesto divertido de Rubén.
—Mamá estoy comiendo con Rubén Ramos en su casa.
—Pues tu padre no me ha dicho nada —gruñó la mujer—. ¿Le has llamado para decírselo o es que tampoco él sabe nada?
Con paciencia respondió.
—No, mamá, no he llamado a papá pero…
—¿Y qué estás comiendo? Como me entere que has comido un simple batido proteico de esos que tanto te gustan te juro que cuando te vea, te mato, ¿entendido, jovencita?
Rubén oía sin querer los gritos a través del teléfono y le dijo con sorna.
—Dile que te hice carne con champiñones. Seguro que eso la tranquiliza.
Daniela movió las manos y dispuesta a que Rubén no escuchara más comentarios, prefirió acabar con la conversación.
—Escucha mamá, cuando llegue a casa te llamo y no… no… mañana no puedo ir a comer, tengo una fiesta por la tarde y quiero estar descansada. Mamaaá —y al ver que continuaba sin escuchar dijo antes de colgar—: Hasta luego mamá.
Las carcajadas de Rubén resonaron por toda la casa hasta que al final contagió a Daniela. Cuando consiguieron tranquilizarse el futbolista preguntó:
—¿Por qué hablas tan bien español?
—Me crié en Madrid. Ya se lo comenté a tu madre el día que la conocí —y para no contarle más su vida, cambió de tema—. Por cierto, sé que jugabas en el Atlético de Madrid, ¿verdad?
—Sí, señorita…
—Qué pena, la verdad.
—¡¿Pena?! ¿Te apena que jugara en el Atléti? —preguntó sorprendido.
—No… eso no —sonrió—. Lo que me apena realmente es que en cuanto un jugador despunta en el Atlético, rápidamente otro equipo con más presupuesto se lo arrebata. Eso es realmente lo que me entristece. ¿Te gusta Milán y jugar en el Inter?
—Sí, y más de lo que pensaba.
Ella sonrió y él aprovechó para preguntar.
—¿Y que hace una madrileña como tú en Milán?
Aquella pregunta le tocaba directamente el corazón pero decidió ser sincera.
—Todo fue a raíz de la muerte de mi hermana Janet. Mi hermana y yo estuvimos con mis padres una vez de viaje en Milán y nos enamoramos de la ciudad. Siempre fantaseábamos con regresar y pasar una temporada aquí para dejar que los guapos italianos nos piropearan. Cuando ella murió, pasado un tiempo, decidí cumplir lo que siempre habíamos planeado. Y aquí estoy, ¡en Milán!
Sobrecogido por lo que acababa de confesarle, murmuró:
—Lo siento. No sabía que…
—No te preocupes. No tenías porqué saberlo.
—¿Y tus padres que tal llevan que vivas aquí?
Encogiéndose de hombros Daniela contestó:
—Bien, aunque mi madre ¡en su línea! ¿qué te voy a contar?
—Tu madre debe ser como la mía: súper protectora, ya la viste cuando vino a visitarme al hospital, le enseñó fotos mías de bebé a todas las enfermeras. Tranquila, no sabes cómo te entiendo.
Daniela dio un largo trago a su Coca-Cola.
—Mamá es perfecta, ¡la mejor! Pero se preocupa demasiado por todo. Luis y yo a veces creemos que…
—¿Quién es Luis?
—Te podría decir que uno de mis amantes por darle más morbillo a la cosa, pero no, Luis es mi hermano mayor. Un amor —de nuevo ambos rieron y Daniela decidió no hablar más de su familia—. ¿Dónde tienes los plátanos?
El futbolista soltó una risotada señalando un frutero que había en un lateral y preguntó:
—¿Por qué comes tantos plátanos?
Divertida, cogió la fruta y, mostrándosela, le indicó mientras lo pelaba:
—Es una gran fuente de potasio, hierro y fibra. Además, es rico en vitamina B, combate la depresión, absorbe el calcio y mejora la calidad de los huesos. Y si a todo eso le sumas que me encantan, ¿por qué no comerlos?
—Me has convencido —dijo extendiendo la mano—, dame un plátano a mí también.
—¿Te apetece que veamos una peli? —propuso ella al comprobar la hora—. Tengo tiempo antes de marcharme.
Rubén aceptó rápidamente. Acabaron el postre, quitaron la mesa entre los dos y una vez pusieron el lavavajillas se encaminaron al espacioso y cómodo salón. Tras mirar las películas que podían alquilar en taquilla se decidieron por Los juegos del hambre.
Entretenidos, disfrutaron de la película mientras la comentaban. Y cuando terminó, Daniela se desperezó.
—Bueno, creo que ahora sí que me tengo que ir.
Cuando vio que se levantaba, Rubén se incorporó también.
—Pásalo bien esta noche con ese tal Enzo.
—¡No lo dudes!
Se puso el abrigo rápidamente sin mirarle. Quedaba con Enzo por él. Necesitaba quitárselo de la cabeza. Pero claro, eso nunca iba a confesárselo.
—¿Escuché antes que le decías a tu madre que mañana ibas a una fiesta?
—Sí. Es el cumple de una amiga, y oye, haz el favor de coger la muleta cuando te levantes —le regañó entregándosela.
—Vale, jefa —acató riéndose.
Ella recogió su mochila, se abrochó el abrigo y ambos caminaron hacia la puerta.
—Pásatelo bien.
—¡A tope!
—Conociéndote será una fiesta de café y pastitas, ¿no?
Daniela sonrió y se colocó un gracioso gorro oscuro.
—Por supuesto, esas fiestas son las mejores.
Ambos sonrieron y cuando Rubén abrió la puerta, ella murmuró:
—¡Dios, qué niebla!
La niebla era espesísima. Desde la puerta no se veía el coche de ella aparcado a escasos cinco metros. Daniela, tocó la cabeza de la perra a modo de despedida y se encaminó hacia su coche, entonces Rubén acercándose a ella le advirtió:
—Creo que no deberías conducir en estas condiciones. Quédate en mi casa ya has visto que hay sitio de sobra para los dos.
Quitándole importancia al tema respondió:
—Gracias, pero no. Tendré cuidado.
—Daniela. Yo te llevaría pero no puedo conducir y…
—Que no te preocupesss. Venga… ve dentro de la casa que vas a coger frío.
Rubén se dio por vencido. Ella se montó en el coche, arrancó y cuando Rubén le abrió la verja para que sacara su coche salió con precaución. Apenas se veía pero no iba a dar su brazo a torcer. Con Rubén no. El futbolista vio como el coche desaparecía pero cuando estaba cerrando la puerta de la casa, escuchó un enorme frenazo y posteriormente un golpe. No lo dudó, soltó la muleta y, como pudo, corrió a la pata coja hacia la entrada principal, no veía casi nada hasta que distinguió unas luces rojas traseras. Olvidándose de su pierna, corrió como pudo hacia las luces, al llegar, Daniela temblaba en el interior del vehículo. Justo delante de ella dos coches habían colisionado.
—Estoy bien… estoy bien… tranquilo —murmuró mientras salía del coche.
Con las manos temblorosas le entregó su móvil y dijo:
—Rubén, averigua si necesitan ayuda. Yo no puedo. Me tiembla todo el cuerpo.
Rubén comprobó que ella estaba perfectamente aunque eso sí, aterrorizada; llamó a los carabinieri, que llegaron minutos después, junto con una ambulancia. El golpe entre aquellos dos coches había sido feo pero sus ocupantes estaban bien. Daniela respiraba con más tranquilidad y el color había regresado a su cara.
—Da marcha atrás, mete el puñetero coche otra vez en mi casa y llama al tal Enzo para anular la cita. Y como digas que te vas a marchar con esta niebla, tú y yo vamos a tener un problema grave, y me da igual no ser tu amigo y solo tu cliente, ¿entendido?
Daniela lo sopesó. Intentar conducir con aquella niebla era de locos, por lo que hizo lo que él le pedía y metió el coche de nuevo en el interior de la parcela. Cuando finalmente cerró las puertas de la cancela Rubén sentenció:
—Vamos… hoy dormirás aquí.
Cuando entraron, el calorcito hizo reaccionar a sus cuerpos. Ella se quitó el abrigo y el gorro y le siguió al salón. Ya eran las siete y veinte de la tarde. Llamó por teléfono a Enzo y anuló la cita. Una vez colgó, él preguntó:
—¿Qué ocurre? —quiso saber Rubén al ver su gesto de derrota.
—Que tenía planes y me apetecían mucho. Además tengo mil cosas que hacer y…
—Las harás mañana o cuando sea. Hoy te quedas. Es de locos salir a la carretera con una niebla así.
Le gustara o no, él tenía razón y finalmente se dejó caer en el sofá, dándose por vencida.
—Hoy hay partido, ¿lo sabías, verdad?
—Por supuesto, soy un profesional, ¿por quién me has tomado? Pensaba ir al estadio pero el entrenador me llamó y me dijo que no acudiera —le informó Rubén.
Su equipo jugaba contra La Lazio y aunque no estuviera en el campo no se lo iba a perder por nada del mundo. Miró su reloj. El partido empezaba en una hora.
—Bueno, ya que vamos a pasar la tarde y la noche juntos, ¿qué te parece si jugamos a… —empezó a proponer Daniela.
—Mmmm… —susurró él con voz ronca—. Nunca pensé que te oiría decir eso.
Boquiabierta por cómo la miraba y, en especial, por lo que su cuerpo había experimentado al escuchar su insinuación, se levantó lentamente del sofá y dio un paso atrás. Pero antes de que ella pudiera decir nada, él soltó una carcajada.
—¡Que lo decía de broma, mujer! Anda, siéntate. Juguemos hasta que comience el partido.
Se sentó de nuevo, pero esta vez algo más separada de él, no se fiaba. Aunque realmente en quien no confiaba era en sí misma. Rubén era una tentación muy… muy grande y no quería parecerse a todas esas mujeres que iban a su casa de visita.
A partir de ese momento se sumergieron en jugar al Mario Bross de la wii. A veces ganaba él, otras ella, pero lo que estaba claro era que jugaban bastante bien.
Una hora después estaban ante la enorme pantalla de plasma del jugador mirando el partido. Los compañeros de equipo de Rubén se esforzaban por ser mejores que La Lazio. Durante el tiempo que duró el encuentro ambos gritaron y se desesperaron y Rubén fue consciente de que ella entendía de fútbol.
—¿Llevas mucho tiempo con mi entrenador?
—¡Falta! Eso es una falta como una catedral por favorrr —gritó ella, pero mirándole respondió—: ¿A qué viene ahora esa pregunta?
—Sabes demasiado de estrategia futbolística. Me tienes muy sorprendido.
La joven sonrió y se encogió de hombros.
—Simplemente me gusta el fútbol. Aunque siento decirte que aquí en Italia soy del Milán.
—¿Del Milán?
—Ajá…
—¿Rossonera?
Divertida porque la llamara por los colores rojo y negro de su club respondió.
—Sí, nerazzurro.
—¡No me lo puedo creer! —se carcajeó divertido.
—Pues créetelo.
Durante un rato hablaron de los jugadores de Milan, pero él quiso volver al tema que le interesaba.
—Todavía no me has respondido si llevas mucho tiempo con el entrenador.
Daniela puso los ojos en blanco y para que se callara asintió.
—Sí, bastante. Y ahora, ¿qué te parece si seguimos viendo el partido?
Molesto sin saber realmente porqué, Rubén prestó atención a lo que sucedía en el terreno de juego. De pronto Beletti le dio un magnífico pase a su buen amigo Jandro quien, tras hacer un amago por la derecha, en excelente posición tiró a puerta.
—¡Goool!
Gritaron al unísono y sin darse cuenta, se abrazaron, espachurrándose de felicidad contra el sillón y solo cuando Daniela quedó bajo el cuerpo de Rubén ambos se dieron cuenta de lo comprometida que era la situación.
—Creo que nos estamos extralimitando.
—¿Por qué? —susurró a escasos centímetros de su boca.
El corazón de Daniela iba a dos mil por hora. Deseaba que la besara. Deseaba besarle y, asustada por lo que estaba a punto de ocurrir, quiso zanjar el acercamiento.
—Vamos, Rubén. Suéltame.
Durante unos instantes, el jugador dudó si obedecer la orden o no. Finalmente, la soltó y cuando ambos quedaron sentados frente al televisor, para romper la incomodidad, le lanzó una puya con su habitual chulería.
—Tranquila, guapa. No eres mi tipo. Me gustan las mujeres técnicamente perfectas.
Le dolió escuchar aquello, pero en vez de enfadarse, replicó:
—¡Anda, mi madre! Ni que tú fueras perfecto, ¿serás creído?
Rubén se calló. Lo que acababa de decirle era una grosería y ella no se lo merecía. Tampoco dijo nada. Se limitó a seguir mirando la televisión. Cuando el árbitro pitó el final del partido Rubén después de un buen rato de no tener coraje para hacerlo, le preguntó mansamente.
—¿Qué te apetece cenar?
—Cualquier cosa, por mí no te preocupes.
Los dos se levantaron y fueron hasta la cocina. Daniela abrió el frigorífico y miró en su interior. Allí había absolutamente de todo. Y cuando sintió que él se ponía tras ella se tensó.
—¿Quieres que haga pasta? —preguntó él.
—No.
—¿Pizza?
—¿Recién horneada con aceitunas negras, beicon y mozzarella?
—No, sería congelada —respondió el futbolista.
—Entonces, paso.
Desesperado porque ella ni siquiera le miraba, insistió a sus espaldas.
—¿Te gusta el pavo, la lechuga y los tomates?
—Sí.
Ver que por fin había cambiado algo de su actitud le hizo sonreír e intentó que reinara el buen rollo.
—Muy bien, pues hacemos una ensalada o un sándwich, ¿qué prefieres?
Cuando él se quitó de detrás de ella respiró tranquila y cambiando su gesto le miró e indicó.
—Prefiero un sándwich, y si tienes mayonesa ¡mejor!
—¡Wooo mayonesa!… qué mujer más arriesgada.
Divertida por entender a qué se refería, se tocó el trasero y, haciéndole sentir culpable por lo de antes, añadió en tono jocoso:
—Tengo que cuidar mi gordo e imperfecto culo, ¿no crees?
—Daniela yo…
—Mira, guapo —le cortó con una sonrisa en los labios—. Tengo veintinueve años y soy una mujer adulta y segura de mí misma. Uso la talla 44 ¡Oh Dios, sacrilegio! ¿Cómo puedo usar esa talla? Por favor… Por favorrr… ¡que me quemen en la hoguera por ceporra! —dramatizó haciéndole sonreír—. Pero ¿sabes? Estoy muy orgullosa de mi cuerpo y de mi persona. No necesito usar la talla 36, como las iluminadas de tus conquistas, para sentirme guapa y sexy, ni para conseguir que el hombre en el que yo me empeñe babee por mí, que te quede bien clarito…
—Pero yo…
—Ah… y no se te ocurra ofrecerme una Coca-Cola Zero o Light, porque yo solo la tomo normal y con mucho hielo, ¿capicci?
Rubén la miró: su personalidad le arrollaba, pero pensaba disculparse. Entonces ella soltó una carcajada y le propinó un cómplice culetazo.
—Venga, colega que no pasa nada. Ya sé que no soy perfecta, pero oye… que conste que tú tampoco lo eres, aunque he de reconocer que tienes una buena percha.
Ambos rieron y comenzaron a preparar la cena mientras charlaban en un ambiente más relajado. Una vez terminaron de preparar los sándwiches regresaron al salón, donde se sentaron y abrieron sus respectivas bebidas. Ella una Coca-Cola y él una cerveza. Hablaron de cine y ambos se sorprendieron al ver que eran forofos de El Señor de los Anillos. Y como Rubén tenía la trilogía en DVD, decidieron verla.
Mientras veían la primera parte, sonó el móvil de Daniela: era su madre otra vez, así que se levantó para hablar sin molestar y regresó al cabo de quince minutos.
—He parado la película —le informó Rubén.
—Oye… qué detalle ¡gracias! —y guiñándole un ojo, cuchicheó—: Al final me vas a caer bien y todo.
—Tu madre, ¿bien? —se interesó.
Daniela asintió moviendo la cabeza.
—Sí, como siempre: mamá oca controlando a sus polluelos.
Reanudaron la película y a la media hora, a ella le sonó el móvil de nuevo. Esta vez resultó ser un mensaje. Lo leyó de inmediato y sonrió.
Física y química 7’5. Buenas noches. Israel.
Rubén cotilleó por encima del hombro.
—¿Israel es otro de tus amantes?
Ella se encogió de hombros, asintió y continuó viendo la película como si nada. Rubén se sentía atraído por la vida libertina que ella parecía tener.
—Pero tú, ¿cuántos amantes tienes?
—Los que me apetece —y al ver cómo la miraba, añadió—: Como verás no hay que ser futbolista, ni perfecta, para tener una vida sexual activa.
—Pero ¿qué sabrás tú de mi vida sexual?
Divertida por aquella pregunta, soltó una carcajada.
—Veamos, en la prensa cada semana sales con una monada ¡Uissss, perdón! bella diferente. Pero eso hasta cierto punto si no te conociera, pensaría que es tema de los paparazzi. Pero disculpa, melenitas…
—¿Melenitas?
—Ajá… melenitas —repitió divertida señalando su bonito pelo—. Soy tu fisio, tengo ojos en la cara y cada día te espera en el salón una mujer técnicamente perfecta, según tú, cuando terminamos la sesión. Ah… y eso sin contar con la del día quince de cada mes y porque estás jorobado con la pierna y hay niebla fuera, que si no, te aseguro que aquí sentadito viendo El Señor de los Anillos con una imperfección como yo de la talla 44, no estabas —Rubén parpadeó—. Mira, como dice mi madre, Dios pudo haber creado al hombre antes que a la mujer, pero siempre hay un borrador antes de la obra maestra. Y ahora si no te parece mal, continuemos viendo la peli. Me interesa mucho más que seguir hablando de ti y de tu vida.
Tras aquel chorreo que lo dejó sin habla, el futbolista fijó la vista en la pantalla. Sí, iba a ser mejor ver la película.
Sobre la una de la madrugada andaban por la segunda parte de la trilogía y a Daniela le comenzó a entrar sueño. Intentó resistirse como pudo pero, al final, cerró los ojos y se dejó llevar por Morfeo. Cuando Rubén se percató, se levantó y le puso una manta por encima. Inconscientemente, ella sonrió y él la imitó. Detuvo el DVD, y el silencio, unido a la acompasada respiración de Daniela, resultó muy agradable para sus oídos. Con deleite, la observó y se sorprendió al sentir que quería besarla. ¿Se había vuelto loco? Con tranquilidad recorrió su rostro y lentamente, cuando se cercioró que estaba profundamente dormida se acercó más a ella y tocó con cuidado aquel ondulado pelo rubio. Pero rápidamente, volvió a su lugar, al notar que ella se movía y se despertaba.
—Diosss ¡qué calambreee!
—¿Qué te ocurre? —preguntó asustado.
—Me ha dado un calambre horroroso. ¡Qué dolorrr! —gritó agarrándose la pierna derecha.
Él le tomó la pierna y comenzó a masajearla, ella intentó resistirse pero el futbolista no se lo permitió.
—Dame un minuto y el calambre desaparecerá.
Sus ojos y los de ella conectaron. Él continuó masajeando en el punto justo y cuando todo pasó, la joven murmuró:
—Graciasss.
Estaban demasiado cerca y él murmuró con voz ronca.
—De nada. Ha sido un placer ayudarte —y al percatarse que se había quedado mirándola como un tonto, continuó—: Te habías quedado dormida.
Daniela, incorporándose, parpadeó con gracia.
—¿Cómo me has dejado hacerlo? Estábamos viendo la película.
—Es tarde. Creo que deberíamos ir a dormir —sugirió divertido por su naturalidad.
—Me parece una idea estupenda. Dime… ¿dónde duermo yo? —preguntó somnolienta, mientras se soltaba el cabello.
Rubén sonrió y ella, adelantándose a lo que él estaba pensando, cuchicheó divertida:
—¡Ni lo sueñes!
El futbolista soltó una carcajada.
—Puedes dormir en la habitación de invitados, la del baño en el que te has duchado esta tarde, pero también puedes dormir conmigo —y levantándose para acercarse más a ella murmuró—: Soy un icono sexual nena, aprovéchate de mí ¡que yo me dejo! Piénsalo. Tú… yo… una cama, estamos solos, sexo… ¿qué te parece?
El cuerpo de Daniela se calentó en décimas de segundo. Imaginarse en sus brazos era algo morboso y, sin duda placentero, pero se quitó la idea de la cabeza enseguida, y le indicó muy segura de sí misma.
—No dudo que seas un icono sexual para otras, pero lo siento, no para mí. Eso sí, si fueras Viggo Mortensen o Gerald Butler ¡no te escapabas!
De nuevo le dejó sin saber qué decir ante aquel espectacular rechazo. Le acababa de dar calabazas a lo grande. Mientras ella, entregándole la muleta, añadió con pitorreo.
—Vamos, icono sexual… venga, que te llevo a la camita.
Rubén, por primera vez en su vida no supo qué decir. Nunca nadie se había resistido a una oferta así y no le gustó en absoluto esa sensación.
—¿Me prestarías un pijama o algo para dormir? —le pidió ella.
Rubén asintió y ambos entraron en su habitación. Él se encaminó hacia una cómoda y abrió un cajón, de allí sacó unas prendas y se las entregó.
—Te van a quedar muy grandes.
Ella las cogió. De pronto se puso nerviosa. El silencio, estar en aquella habitación y cómo Rubén la miraba, la desconcertaban por momentos, pero trató de disimular, hechizada momentáneamente por su mirada.
—No importa, no pretendo seducir a nadie esta noche.
—¿Esta noche? —murmuró en un tono demasiado íntimo.
Un calor recorrió su cuerpo al sentir su mirada y, en especial, su voz. Rubén era tan sexy, tan apetecible que en cualquier otra situación habría mandado a hacer puñetas el pijama, le habría agarrado del cuello y le habría besado.
El futbolista, al ver por primera vez la duda en ella, aprovechó y se acercó aún más.
—Ahora no.
—¿Ahora no? —repitió él.
—No.
Él, desplegando todas sus armas de seducción, preguntó con voz ronca sin separarse.
—¿Y eso por qué?
—Soy tu fisio. No creo que sea bueno mezclar el trabajo con…
—¿Sexo?
Aquella aclaración tan tajante la hizo reaccionar. Él tenía razón, aquello era solo sexo.
—Sexo y trabajo no es un buen cóctel: mejor olvídalo.
—Somos dos personas libres. ¿Por qué he de olvidarlo?
—Yo no soy libre, créeme.
—Si lo dices por tus amantes, a mí eso no me importa, yo…
—No lo digo por eso Rubén —le cortó y manteniendo su eterna sonrisa, con dulzura, aclaró—: Ahora no debo, es solo eso; quizá otro día.
—Quizá sea yo entonces quien no quiera otro día.
Con seguridad, Daniela clavó sus ojos en él y dijo con chulería:
—Dudo que tú rechaces sexo, principito.
Nunca fue una chica tímida. Siempre había sido dueña de su vida y de su sexualidad. El problema era que aquel tipo le resultaba terriblemente apetecible, sexy, morboso… Intuía que el sexo con él debía ser pasional, pero ahora, justo ahora, no le convenía. Si hubiera sido un hombre al que supiera que no iba a volver a ver nunca más, no se lo habría pensado, pero no era el caso. Por ello tras meditar su respuesta, dijo antes de desaparecer:
—Que duermas bien. Hasta mañana —y salió de aquella habitación como alma que lleva el diablo. Cuando entró en la suya, cerró la puerta y se horrorizó al ver que no había pestillo. Entró en el baño y se puso el pijama, le gustó el tacto, aunque lo que más le gustó al meterse en la cama fue su olor: olía a él, a Rubén.