15 de junio
El túnel del amor
—COMO SUBA LA TEMPERATURA un poco más, vamos a empezar a caer como moscas y las moscas van a empezar a caer como moscas —dijo Link limpiando su sudorosa frente con su sudorosa mano y rociando a cuantos teníamos la suerte de estar a su lado.
—Muchas gracias —dijo Liv limpiándose la cara con una mano y despegando del cuerpo su empapada camiseta con la otra.
La carpa de Southern Crusty estaba atestada y las finalistas ya se encontraban en el improvisado estrado de madera. Yo intentaba ver algo por encima de las filas de mujeronas que nos precedían, pero era como hacer cola en la cafetería del Jackson High el día que reparten galletas gratis.
—Casi no puedo verlas —dijo Liv poniéndose de puntillas—. ¿Se supone qué está pasando algo? ¿Nos lo habremos perdido?
—Espera un momento. —Link intentó asomarse entre dos mujeres inmensas que estaban delante—. Bah, es imposible acercarse más. Me rindo.
—Allí está Amma —dije yo—. Gana el primer premio casi todos los años.
—¿Amma Treadeau? —preguntó Liv.
—Exacto. ¿Cómo lo sabes?
—No sé. La profesora Ashcroft me la habrá mencionado alguna vez.
La voz de Carlton Eaton retumbó por los altavoces. Se estaba haciendo un lío con el micrófono. Siempre anunciaba a las ganadoras del concurso. Porque sólo había una cosa que le gustaba más que abrir el correo: la luz de los focos.
—Si tienen la amabilidad de escucharme un momento, amigos. Hemos tenido algunas dificultades técnicas… Espera un momento… ¿Pueden llamar a Red? ¡Yo qué voy a saber arreglar el maldito micrófono! Maldita sea, aquí hace más calor que en el Hades.
Se limpió el sudor con un pañuelo. Nunca conseguía saber cuándo el micrófono estaba apagado y cuándo encendido.
Amma, muy orgullosa, se encontraba a su derecha. Llevaba su mejor vestido, el estampado con pequeñas violetas, y sostenía su preciada y premiada tarta de batata. La señora Snow y la señora Asher estaban a su lado con sus propias creaciones. Iban ataviadas para el desfile de Madre e Hija Melocotón, que comenzaba a continuación del concurso de repostería, y estaban igualmente espantosas con sus vestidos de gasa de colores azul cielo y rosa respectivamente. Parecían salidas de un baile de graduación de los años ochenta. Por fortuna, la señora Lincoln, que estaba junto a la señora Asher, no participaba en el desfile, así que llevaba uno de los vestidos que solía ponerse para ir a la iglesia, y sostenía su famosa tarta de mantequilla. Al mirarla me acordé del cumpleaños de Lena y la locura que se desató. Ver salir a la madre de tu novia del cuerpo de la madre de tu mejor amigo es un espectáculo digno de contemplarse. Aquella noche, al ver a la señora Lincoln, pensé en el momento en que Sarafine salió de su cuerpo igual que una serpiente muda la piel. Me entraron escalofríos.
—Mira, colega —dijo Link dándome un codazo—, fíjate en Savannah. ¡Con corona y todo! Seguro que sabe sacarle partido al premio.
Enfundadas en sus chabacanos vestidos y sudando a mares, Savannah, Emily y Eden estaban sentadas en primera fila con el resto de participantes en el Desfile del Melocotón. Savannah asomaba bajo metros de reluciente melocotón y tenía la corona de brillantes falsos de princesa de Gatlin perfectamente colocada, pero la cola de su vestido se enganchaba en la barata silla plegable en la que estaba sentada. Posiblemente había comprado el vestido en Little Miss, la tienda de ropa femenina del pueblo, que lo habría encargado a medida en Orlando.
Liv se acercó para comentar ese singular fenómeno cultural llamado Savannah Snow.
—Pero, entonces, ¿es la reina de la feria? —preguntó con un brillo en los ojos. Yo intenté ponerme en su piel, comprender lo raro que debía de parecerle todo aquello a una extranjera.
—Está a punto de serlo —dije, casi con una sonrisa.
—No tenía ni idea de que la repostería fuera tan importante para los americanos. Desde el punto de vista antropológico, quiero decir.
—No sé qué pasará en otros sitios, pero en el Sur las mujeres se la toman muy en serio. Y este es el concurso de repostería más importante del condado de Gatlin.
—¡Ethan, acércate!
Tía Mercy me llamaba agitando el pañuelo con una mano mientras, con la otra sostenía su infame tarta de coco. Thelma empujaba su silla de ruedas, con la que iba apartando a la gente. Tía Mercy participaba en el concurso todos los años y todos los años su tarta de coco obtenía una mención de honor por mucho que hubiera olvidado la receta hacía más de veinte años y ni uno sólo de los jueces tuviera valor suficiente para probarla.
Tía Grace y tía Prue iban cogidas del brazo. Llevaban al terrier de Yorkshire de tía Prue, Harlon James.
—Ethan, qué alegría que estés aquí. ¿Has venido a ver cómo le dan la banda a tía Mercy?
—Pues claro, Grace. ¿Qué otra cosa iba a hacer en una carpa llena de mujeres?
Quise presentarles a Liv a las Hermanas, pero no me dieron oportunidad. No paraban de parlotear. De todas formas, para qué preocuparse si tía Prue siempre se encargaba de las formalidades.
—¿Quién es esta, Ethan, tu nueva novia?
Tía Mercy se ajustó las gafas.
—¿Qué le ha pasado a la otra, a la chica de los Duchannes, la morena?
Tía Prue miró a su hermana con reprobación.
—Pero, Mercy, eso no es asunto nuestro. No tendrías ni que haberle preguntado. A lo mejor ha sido ella la que le ha dejado a él.
—¿Y por qué iba a dejarlo? Ethan, no le habrás pedido a esa chica que se desnude, ¿verdad?
Tía Prue dio un respingo.
—¡Mercy Lynne! Si el buen Dios no nos castiga a todos por ser tú tan deslenguada.
Liv estaba aturdida. Evidentemente, no estaba acostumbrada a seguir el parloteo de unas ancianas de más de trescientos años de edad y con acento del Sur.
—No, tía, tranquila. Y tranquilas las dos que Lena y yo no lo hemos dejado. Todo va bien entre nosotros —mentí, aunque si subían lo suficiente el volumen de sus audífonos para oír los chismorreos de los feligreses, sabrían la verdad en cuanto pisaran la iglesia—. Esta es Liv, la ayudante de Marian. Pasará aquí el verano. Trabajamos juntos en la biblioteca. Liv, estas son mis tías abuelas Grace, Mercy y Prudence.
—¡Ese, ese es su nombre, Lena! Lo tenía en la punta de la lengua —dijo tía Mercy mirando a Liv con una sonrisa que esta le devolvió.
—Es un placer conocerlas.
Justo a tiempo, Carlton Eaton dio unos golpecitos en el micrófono.
—Atención, señoras y señores, creo que ya podemos empezar.
—Chicas, tenemos que ponernos en primera fila. Dentro de nada van a decir mi nombre —dijo tía Mercy abriéndose paso por el pasillo como si la silla de ruedas fuera un tanque—. Nos vemos en menos que canta un gallo, corazón.
La gente seguía llegando a la carpa por sus tres entradas y Lacy Beechman y Elsie Wilks, ganadoras de los concursos a la Mejor Cazuela y a la Mejor Barbacoa, ocuparon su sitio cerca del estrado luciendo su banda azul. Barbacoa era una categoría importante, incluso más que Platos Picantes, así que era normal que la señora Wilks no cupiera en sí de satisfacción.
Me fijé en Amma, que traslucía orgullo y no miró a esas mujeres ni una sola vez. Desvió la vista hacia uno de los lados de la carpa y se le ensombreció la expresión.
Link volvió a clavarme el brazo en las costillas.
—Eh, ¿has visto? Quiero decir, ya sabes, la mirada.
Seguimos la mirada de Amma. En cuanto vi lo que ella estaba viendo, me estremecí.
Lena estaba apoyada en una de las columnas que sostenían la carpa con los ojos clavados en el estrado. Yo sabía que no tenía el menor interés por el concurso de tartas, pero tal vez hubiera acudido para apoyar a Amma. A juzgar por su mirada, sin embargo, Amma no pensaba como yo. Sin dejar de mirar a Lena, sacudió la cabeza ligeramente y Lena apartó la mirada. Tal vez me estuviera buscando, aunque probablemente yo fuera la última persona a quien en aquellos momentos quería ver. Pero entonces, ¿qué estaba haciendo allí?
Link me tiró del brazo.
—Es… ella…
En la columna opuesta a la de Lena estaba Ridley. Llevaba una minifalda rosa y estaba desenvolviendo un chupachups. Miraba fijamente al estrado como si el concurso no le diera absolutamente igual, como si causar problemas no fuera lo único que le importara. Aquella noche, el aforo de la carpa debía rebasarse en más de doscientas personas, así que aquel parecía un buen lugar tan bueno como cualquier otro para provocar algún lío.
La voz de Carlton Eaton retumbó por encima de los presentes.
—Probando, probando. ¿Pueden oírme? De acuerdo, pues comenzamos con las tartas de crema. Este año el concurso ha estado muy reñido, amigos. He tenido el placer de probar algunas de las tartas y puedo asegurarles que, en mi opinión, todas y cada una de ellas son merecedoras, del primer premio. Considero, sin embargo, que no puede haber más que una ganadora, de modo que, adelante y veamos quién ha sido la afortunada. —Carlton se hizo un lío con el primer sobre, que rasgó haciendo un ruido ensordecedor—. Aquí está, amigos. La ganadora del tercer premio es… la tarta de helado de naranja de la señora Tricia Asher.
La señora Asher frunció el ceño por una milésima de segundo y luego esbozó su falsa y brillante sonrisa.
Yo no apartaba los ojos de Ridley. Algo tenía que estar tramando. A Ridley ni las tartas ni los acontecimientos sociales ni nada de lo que sucedía en Gatlin le importaban lo más mínimo. Se volvió para mirar hacia el fondo de la carpa y asintió con la cabeza. Yo también me volví.
El Caster contemplaba la escena con una sonrisa en los labios. Estaba en la entrada posterior y no apartaba la mirada de las finalistas adonde Ridley volvió a dirigir su atención. A continuación, lenta y deliberadamente, Ridley empezó a lamer el chupachups. Lo que nunca era buena señal.
¡Lena!
Lena ni siquiera parpadeó. No corría una brizna de aire, pero empezó a soltársele el pelo. Reconocí en su gesto una Brisa Caster. No sé si a causa del calor, la cercanía de Lena o la mirada sombría de Amma pero empecé a preocuparme. ¿Qué estarían tramando Ridley y John? ¿Por qué estaba Lena realizando uno de sus hechizos precisamente allí? En cualquier caso, si Ridley y John se habían propuesto alguna fechoría, Lena se interpondría.
No tardé en averiguar qué ocurría. Amma no era la única que repartía su mirada como una mala mano de cartas. Ridley y John también la miraban. ¿Sería Ridley tan estúpida como para enfrentarse a Amma? ¿Existía alguien lo bastante estúpido para intentarlo?
Como si me hubiera oído y quisiera responderme, Ridley levantó el chupachups en alto.
—Oh, oh —exclamó Link—, será mejor que nos vayamos.
—¿Por qué no te llevas a Liv a la noria? —dije—. Me parece que esto va a ser un poco aburrido.
—Y llegamos a la parte más emocionante del concurso —dijo Carlton Eaton como si me hubiera oído—. Muy bien, vamos allá. Veamos quien de estas damas se va a llevar la banda del segundo premio y utensilios y accesorios de cocina por valor de quinientos dólares o la banda de ganadora y los setecientos cincuenta dólares que regala Southern Crusty. Porque si no es Southern Crusty, ni es crujiente ni es del Sur…
Carlton Eaton no llegó a terminar, porque antes de hacerlo, todos los presentes comprobamos que las tartas llevaban sorpresa.
Los moldes empezaron a temblar y la gente tardó unos segundos en darse cuenta de lo que estaba pasando antes de ponerse a gritar. Larvas, gusanos, cucarachas y ciempiés empezaron a salir de las tartas. Fue como si todo el odio y la hipocresía del pueblo —los de la señora Lincoln, la señora Asher y la señora Snow, los del director del Jackson High, los de las Hijas de la Revolución Americana y de la Asociación de Padres y Madres, los de todos los colaboradores de la iglesia— se hubieran amasado junto con las tartas y ahora cobraran vida. De todas las tartas que había en el escenario salían bichos, muchos más de los que los moldes podían contener.
Salían bichos de todas las tartas… menos de la de Amma, que sacudía la cabeza y entrecerraba los ojos con gesto de desafío. Hordas de ciempiés y cucarachas rebosaban de los moldes y caían a los pies las concursantes. Al llegar a los pies de Amma, sin embargo, los insectos los rodeaban sin tocarlos.
La señora Snow fue la primera en reaccionar. Tiró su tarta y bichos manchados de crema saltaron por los aires para aterrizar sobre los asistentes sentados en primera fila. La señora Lincoln y la señora Asher reaccionaron a continuación y los gusanos de sus tartas cayeron como la lluvia sobre los vestidos de seda de las mujeres que iban a participar en el Baile del Melocotón. Savannah se puso a chillar. Sus gritos no eran fingidos, como de costumbre, sino auténticos y estremecedores berridos de pánico. A cualquier parte que miraras, veías gusanos manchados de tarta y gente que se esforzaba para no vomitar. Algunos lo consiguieron, otros no. Vi al director Harper doblado sobre un cubo de basura echando por la boca todas las tortas fritas del día. Si Ridley se había propuesto crear problemas, lo había conseguido.
Liv parecía mareada. Link intentaba abrirse paso entre la multitud probablemente para rescatar a su madre, como últimamente había tenido que hacer tantas veces. Considerando que su madre era irrecuperable, sentí admiración por él.
Liv me cogió del brazo mientras la gente se apresuraba hacia las puertas de salida.
—Liv, sal de aquí. Ve por ahí. Todo el mundo se dirige hacia los lados —dije, señalando la puerta trasera de la carpa. John Breed se guía apostado allí, contemplando su magnífica obra con una sonrisa y los ojos clavados en el estrado. Sus ojos eran verdes, era cierto, pero no pertenecía al bando de los buenos.
Link había llegado al estrado y limpiaba a manotazos los bichos del vestido de su madre, que estaba totalmente histérica. Yo conseguí acercarme al estrado.
—¡Que alguien me ayude! —gritó la señora Snow presa del pánico. No dejaba de chillar, era como un personaje de una película de terror. Su vestido estaba cubierto de tantos gusanos que parecía que estaba vivo. No me caía bien, es cierto, pero no la odiaba tanto como para desearle aquel castigo.
Vi a Ridley. No había terminado el chupachups y cada vez que le daba un lametón aparecían más bichos. Yo dudaba de que tuviera poder suficiente para organizar aquel embrollo por sí sola, así que lo más probable era que el Caster también hubiera intervenido.
Lena, ¿a qué viene todo esto?
Amma seguía en el estrado y parecía capaz de echar abajo la carpa con la fuerza de su mirada. Cientos de cucarachas y ciempiés correteaban y reptaban a sus pies, pero ninguno se atrevía a tocarla. Hasta los bichos sabían con quién se las gastaban. Ella no había dejado de mirar a Lena y fruncía el ceño y apretaba los dientes. No había cambiado de expresión desde que apareció el primer gusano en la tarta de mantequilla de la señora Lincoln. «¿Has sido tú la que ha provocado esta hecatombe en el peor momento para mí?».
Lena estaba al fondo de la carpa, con el pelo aún revuelto por la Brisa del Hechizo. Las comisuras de sus labios formaban una sonrisa casi inapreciable en la que reconocí satisfacción.
No todo el mundo está al corriente de los verdaderos ingredientes de sus tartas.
Comprendí que Lena en ningún momento había intentado impedir aquel desastre. Al contrario, había participado en él.
Lena, ¡ya está bien!
Pero no había forma de detenerla. Se vengaba en aquellos momentos de los Ángeles Guardianes y de la reunión del Comité Disciplinario, de los guisos que le dejaron a las puertas de Ravenwood y de las miradas de lástima y la falsa compasión de los habitantes de Gatlin.
Devolvía cuanto había recibido como si hubiera guardado hasta el más ínfimo fragmento, como si hubiera acumulado todo el desprecio de que había sido objeto y ahora reventara delante de sus narices. Supongo que era su forma de despedirse.
Amma se dirigió a ella como si no hubiera más personas bajo la carpa.
—Ya basta, niña. De esta gente no vas a conseguir lo que quieres. Esperar compasión de un pueblo que se compadece de sí mismo es inútil. No te darán más que un molde de tarta lleno de nada.
La voz de tía Prue resonó por encima del estrépito.
—¡Dios mío, socorro! ¡A Grace le ha dado un infarto!
Tía Grace estaba inconsciente en el suelo. Grayson Petty estaba arrodillado a su lado comprobándole el pulso mientras tía Prue y tía Mercy apartaban cucarachas con los pies para que no treparan sobre su hermana.
—¡He dicho que basta! —bramó Amma desde el estrado.
Eché a correr hasta tía Grace y habría jurado que la carpa empezaba a vencerse sobre nosotros.
Me agaché para ayudar y vi que Amma sacaba algo del bolso y lo sostenía por encima de la cabeza: Amenaza Tuerta, el viejo cucharón de madera, en todo su esplendor. Dio un sonoro golpe en la mesa.
—¡Ay!
Al otro lado de la carpa, Ridley hizo una mueca de dolor como si Amma le hubiera atizado directamente con Amenaza Tuerta y el chupachups rodó por el suelo.
La catástrofe cesó.
Busqué a Lena con la mirada, pero se había marchado. El hechizo, o lo que fuera, se había roto. Las últimas cucarachas salieron de la carpa y sólo quedaron unos cuantos gusanos y ciempiés.
Me incliné sobre tía Grace para comprobar que seguía respirando.
Lena, pero ¿qué has hecho?
Link salió conmigo de la carpa. Estaba tan confuso como de costumbre.
—No lo entiendo. ¿Por qué iba Lena a ayudar a Ridley y a ese Caster a realizar un hechizo así? Alguien podría haber salido muy malparado.
Me fijé en las atracciones que había cerca en busca de Lena y de Ridley, pero no las vi, sólo a los voluntarios de la organización 4-H abanicando a ancianas y dando vasos de agua a las víctimas del maldito concurso de repostería.
—¿Cómo esta tía Grace?
Link daba tirones a sus pantalones comprobando que no tuvieran bichos.
—Pensé que no lo contaba. Menos mal que sólo ha sido un desmayo. Será debido al calor.
—Sí, ha tenido suerte.
Yo, en cambio, tenía la sensación de que no tenía suerte. Estaba demasiado furioso.
Tenía que encontrar a Lena aunque ella no quisiera que la encontrase. Tendría que explicarme por qué había sembrado el terror, para saldar qué cuenta y con quién.
¿Con una reina de la belleza ya entrada en años? ¿Con la madre de Link, que era tan mayor como ella? El lío que se había armado era propio de Ridley, no de Lena.
Empezaba a anochecer. Link buscó entre la multitud bajo las luces recién encendidas y entre feligresas piadosas e histéricas.
—¿Adónde ha ido Liv? ¿No estaba contigo?
—No lo sé. En cuanto empezó el concurso de bichos le dije que saliera por la puerta del fondo.
Link puso cara de asco al oír la palabra «bichos».
—Estoy seguro de que sabe cuidar de sí misma. Creo que esto es algo que nos toca hacer a los dos solos.
—Totalmente de acuerdo.
Al poco llegamos al túnel del amor y vimos que Ridley, Lena y John estaban delante de los deslucidos vagones de plástico que remedaban unas góndolas. Lena iba entre los dos y llevaba una cazadora de cuero echada sobre los hombros. Pero ella no tenía ninguna cazadora de cuero y John sí.
La llamé casi sin darme cuenta.
—¡Lena!
Déjame en paz, Ethan.
No. ¿En qué estabas pensando?
No estaba pensando. Por una vez, estaba actuando, haciendo algo. Sí, una estupidez.
No me digas que te has puesto de su parte.
Yo andaba deprisa. Link mantenía mi paso a duras penas.
—Vas en busca de pelea, ¿a que sí? Amigo, espero que el Caster no nos prenda fuego o nos convierta en estatuas o algo parecido.
Normalmente, Link nunca rehuye una pelea. Aunque era delgado era casi tan alto como yo y estaba el doble de loco. Pero enfrentarse a un Sobrenatural no tenía el mismo atractivo. Ya habíamos salido escaldados otras veces.
—Yo me encargo, tú vete a buscar a Liv —dije con la intención de mantenerlo al margen.
—Ni lo sueñes, colega. Te cubro las espaldas. Cuando llegamos a las góndolas, John se adelantó con ademán protector y se colocó ante las chicas, como si fueran ellas quienes necesitaban protección.
Ethan, márchate de aquí.
Oía miedo en su voz, pero esta vez era yo el que no pensaba responder.
—¿Qué tal, novio? ¿Cómo te va? —dijo Ridley sonriendo y desenvolviendo un chupachups azul.
—Que te follen, Ridley.
Al ver a Link detrás de mí, le cambió el semblante.
—Hola, flacucho. ¿Quieres dar una vuelta en el túnel del amor? —dijo para dar la impresión de que la situación le divertía. Su voz, sin embargo, expresaba nerviosismo.
Link la cogió del brazo con fuerza, como si en verdad fuera su novio.
—¿Qué hacías en la carpa? ¿Qué pretendías que ocurriese? Podías haber matado a alguien. La tía de Ethan es muy mayor y casi le da un infarto.
Ridley se soltó con un tirón.
—Si sólo han sido unos cuantos bichos, no te pongas tan melodramático. Me gustabas más cuando eras un poco más complaciente.
—Eso seguro.
Lena dio un paso al frente y se colocó junto a John.
—¿Qué ha pasado? ¿Tu tía está bien? —preguntó con tono amable y sincera preocupación. Fue como si la Lena de siempre, mi Lena, hubiera vuelto, pero yo había dejado de confiar en ella. Hacía unos minutos atacaba a las mujeres que odiaba y a todas las personas que había en la carpa y ahora era la chica a la que había besado detrás de las taquillas. ¿Cómo podía confiar en ella?
—¿Qué hacías en la carpa? ¿Cómo has podido ayudarles?
No me di cuenta de lo enfadado que estaba hasta que me oí gritar. Pero John sí. Me golpeó en el pecho con la mano abierta.
—¡Ethan! —gritó Lena. Desde luego, estaba asustada.
¡Déjalo! No sabes lo que estás haciendo.
Como tú misma has dicho, por lo menos estoy haciendo algo.
Pues haz otra cosa. ¡Vete de aquí!
—No puedes hablarle así. ¿Por qué no te marchas antes de que sufras algún daño?
¿Me había perdido algo? Lena se había separado de mí hacía apenas una hora y John Breed la estaba defendiendo como si fuera su novia.
—Ten cuidado y mira bien a quién empujas, Caster.
—¿Caster? —repitió John Breed acercándose más a mí y cerrando sus enormes puños—. No me llames así.
—¿Y cómo quieres que te llame? ¿Saco de mierda? —dije. Quería que me pegara.
Me embistió, pero fui yo quien di el primer puñetazo. Así de estúpido soy. Liberé toda la ira y frustración que llevaba dentro en el momento en que mi suave puño humano impactó en su dura mandíbula sobrenatural. Fue como dar un puñetazo a una pared de cemento.
John parpadeó y sus verdes ojos se tornaron negros como el carbón. Ni siquiera había notado el golpe.
—Yo no soy un Caster.
Me había visto involucrado en unas cuantas peleas, pero ninguna me preparó para lo que sentí al golpear a John Breed. Recordaba la lucha entre Macon y su hermano Hunting, su fuerza y rapidez increíbles. John apenas se movió, pero enseguida me vi en el suelo. Y muerto.
—¡Ethan! ¡Déjalo, John! —gritó Lena, con dos regueros de maquillaje en el rostro a causa de las lágrimas.
Oí como John tiraba también a Link. En favor de mi amigo he de decir que se levantó antes que yo. Sólo que también volvió a caer antes que yo. Me incorporé como pude. No estaba muy dolorido, aunque me iba a ser difícil ocultarle mis magulladuras a Amma.
—Ya es suficiente, John —dijo Ridley aparentando tranquilidad. Su voz, sin embargo, denotaba que estaba asustada, tan asustada como era capaz. Cogió a John por el brazo—. Vámonos. Hemos terminado.
Link la miró a los ojos.
—No quiero que me hagas ningún favor, Rid. Sé cuidar de mí mismo.
—Ya lo veo. Eres un verdadero peso pesado.
Link hizo una mueca, no sé si a causa del comentario o del dolor. Lo cierto, en todo caso, era que no estaba acostumbrado a ser el que mordía el polvo cuando se peleaba. Se puso en pie y enseñó los puños, listo para proseguir la pelea.
—Son los puños de una furia, nena, y esto no ha hecho más que empezar.
Ridley se interpuso entre él y John.
—No. Ya se acabó.
Link bajó los puños y dio una patada al suelo.
—Podría con él si no fuese un…… ¿Qué demonios eres, chico?
No di a John oportunidad de responder. Estaba completamente seguro de lo que era.
—Es una especie de Íncubo —dije y miré a Lena. Seguía llorando con los brazos cruzados sobre el vientre, pero no intenté hablar con ella. Ya ni siquiera estaba seguro de en qué se había convertido.
—¿Crees que soy un Íncubo? ¿Un Soldado del Demonio? —dijo John echándose a reír.
Ridley sonrió con sarcasmo.
—No seas presumido, John. Ya nadie llama Soldados del Demonio a los Íncubos.
John chascó los nudillos.
—Es que soy de la vieja escuela.
Link parecía confuso.
—Yo creía que ustedes, los vampiros, no podían ver la luz del día.
—Y yo creía que vosotros, los paletos, tenían un Trans Am con la bandera confederada pintada en el capó —dijo John, y se echó a reír. La situación, sin embargo, no tenía ninguna gracia. Ridley aún se interponía entre los dos.
—¿A ti qué te importa, flacucho? En realidad, John es de los que les gusta respetar las reglas. Es una especie de… ser único. A mí me gusta pensar que tiene lo mejor de ambos mundos.
Yo no tenía ni idea de qué estaba hablando Ridley. En cualquier caso, no nos dijo qué era John.
—¿Ah, sí? Pues a mí me gusta pensar que va a volver a su mundo y se va a largar a rastras del nuestro —dijo Link con desprecio, pero cuando John lo miró, se le demudó visiblemente el rostro.
Ridley se volvió.
—Vámonos —le dijo a John.
Se dirigieron al túnel del amor cuando los vagones aún no habían pasado bajo el arco de madera decorado como un puente veneciano. Lena vaciló.
—Lena, no vayas con ellos.
Se quedó inmóvil un instante, como si estuviera pensando en volver a mis brazos, pero algo la detuvo. John le susurró algo al oído y subió a la góndola de plástico.
Me quedé mirando a la única chica que había amado en mi vida. Tenía el pelo negro y los ojos dorados.
Y ya no podía seguir fingiendo que aquel color no significaba nada. Ya no.
Vi desaparecer los vagones del túnel del amor y me quedé a solas con Link. Estábamos tan doloridos y magullados como el día de quinto curso en que nos peleamos con Emory y su hermano en el recreo.
—Vámonos de aquí —dijo Link, y echó a andar. Había anochecido. Vimos a lo lejos las luces de la noria, que estaba girando—. ¿Por qué creías que era un Íncubo?
A Link le gustaba pensar que le había dado una patada en el culo un demonio y no alguien normal.
—Se le oscurecieron los ojos y tuve la misma sensación que si me hubieran golpeado con una llave inglesa —respondí.
—Sí, pero lleva todo el día expuesto a la luz. Y tiene los ojos verdes, como Lena… —adujo Link, y se interrumpió. Yo sabía que él también se había dado cuenta.
—Como Lena los tenía antes, ¿verdad? Lo sé, y no tiene ningún sentido.
En realidad, nada de lo sucedido aquella noche tenía sentido. No podía olvidarme del modo en que me había mirado Lena. Por un instante estuve seguro de que no pensaba seguir a John y a Ridley. Pero yo seguía pensando en Lena cuando Link quería hablar de John.
—¿Y a qué ha venido esa idiotez de tener lo mejor de ambos mundos? ¿Qué mundos? ¿El espantoso y el horripilante?
—No sé. Yo creía que era un Íncubo.
Link movió los hombros para comprobar si le dolían.
—Sea lo que sea, ese chico tiene superpoderes. Me pregunto qué más puede hacer.
Pasamos cerca de la salida del túnel del amor. Me detuve. Lo mejor de ambos mundos. ¿Y si John era capaz de mucho más que desaparecer como un Íncubo y hacernos papilla a Link y a mí? Tenía los ojos verdes. ¿Y si era un Caster especial con su propia versión del Poder de Persuasión de Ridley? Ridley no podía ejercer por sí sola tanta influencia sobre Lena, pero ¿y si John la estaba ayudando?
Eso explicaría el extraño comportamiento de Lena, porque me dio la impresión de que quería quedarse con nosotros hasta que John le susurró algo al oído. ¿Cuánto tiempo llevaba susurrándole frases al oído?
Link me dio en el brazo.
—¡Qué raro! —dijo—. ¿El qué?
—Que no hayan aparecido.
—¿Cómo que no han aparecido?
Me indicó la salida del túnel del amor.
—Los vagones ya han dado la vuelta, pero ellos no han salido.
Link tenía razón. No podían haber salido antes de que nosotros dobláramos la esquina. Nos quedamos mirando, pero las góndolas iban vacías.
—¿Dónde se han metido?
Link negó con la cabeza. De momento se le había agotado el grifo de las ideas.
—No lo sé. A lo mejor son unos pervertidos y se han quedado ahí dentro haciendo… ya sabes. —Nos miramos frunciendo el ceño—. Vamos a comprobarlo. Nadie nos ve —dijo Link, encaminándose a la salida.
Tenía razón. Los vagones seguían saliendo vacíos de la atracción. Link saltó por la puerta lateral y se metió en el túnel. Dentro había muy poco espacio y era complicado pasar al lado de los vagones sin llevarse un golpe. Link se dio en la barbilla con uno de ellos.
—Aquí no hay nadie. ¿Adónde habrán ido?
—No pueden haber desaparecido —dije, y recordé cómo había desaparecido John Breed el día del funeral de Macon. Pero aunque él pudiera viajar, Lena y Ridley no podían.
Link pasó sus manos por las paredes.
—¿Crees que ahí dentro habrá una puerta secreta de los Caster o algo así?
Las únicas puertas Caster que yo conocía conducían a los Túneles, el laberinto de pasadizos subterráneos horadados debajo de Gatlin y del resto del mundo Mortal. Era un mundo dentro de otro mundo y tan distinto del nuestro que en él se alteraban el tiempo y el espacio. Por lo que yo sabía, sin embargo, todas las entradas se encontraban en edificios: Ravenwood, la Lunae Libri, la cripta de Greenbrier. Unas cuantas tablas de contrachapado no alcanzaban la categoría de edificio y bajo el túnel del amor el suelo era de tierra.
—¿Una puerta? Pero ¿adónde podría llevar? Esto lo acaban de levantar hace dos días, y está justo en medio de la feria.
Link se abrió paso hasta la salida.
—Pero, si aquí no hay ninguna puerta secreta, ¿dónde se han metido?
Lo que yo quena era averiguar si John y Ridley estaban utilizando sus poderes para dominar a Lena. Eso no explicaría su comportamiento de los últimos meses ni el dorado de sus ojos, pero tal vez sí por qué estaba con John.
—Tengo que irme —dije.
—¿Por qué me imaginaba yo que ibas a decir algo así? —repitió mi amigo, que ya había sacado las llaves de su coche del bolsillo trasero del pantalón.
Me siguió hasta su vieja chatarra. La grava crujió bajo sus playeras cuando corrió para alcanzarme. Abrió la oxidada puerta y se sentó al volante.
—¿Adónde vamos? Aunque será mejor que yo no…
Link seguía hablando cuando oí sus palabras, apenas un susurro desde el fondo de mi corazón.
Adiós, Ethan.
Y se desvanecieron. Las palabras y la chica. Como una pompa de jabón o un algodón de azúcar, o como la última esquirla plateada de un sueño.