INTRODUCCIÓN
1. Historia compleja
En el año 74 a. C., Estacio Albio[1] Opiánico, caballero romano de Larino —en Apulia— casado con Sasia, trató de deshacerse de su hijastro Aulo Cluencio Hábito[2] envenenándolo. Pero fue sorprendido en su intento y ya no pudo escapar a la persecución. Cluencio lo acusó y logró su condena de parte de un tribunal cuyo presidente era el pretor Gayo Junio. Ahora bien, según nos manifiesta el mismo Cicerón, las circunstancias de esta sentencia fueron tales que toda la opinión pública se alzó contra ella porque, al parecer, Cluencio había comprado a los jueces del tribunal. El caso es que los jueces tuvieron que hacer frente a las sospechas de prevaricación y que Cluencio hubo de sufrir la nota reprobatoria de los censores. Estacio Opiánico murió en el destierro dos años más tarde, el 72, de una manera bastante oscura. Luego su hijo, Gayo Opiánico, cuando ya habían pasado seis años —el 66— arremetió contra Cluencio acusándolo de haber envenenado a su padre y añadiendo a esta acusación la de que había sobornado a los jueces que lo condenaron. Éstos son los dos personajes principales hacia los que Cicerón, a lo largo de todo su discurso, nos hace volver los ojos: Gayo Opiánico, el acusador, y Aulo Cluencio que es doblemente acusado, de haber hecho desterrar primero injustamente a Estacio Opiánico y de haberlo envenenado más tarde.
Pero hay algunos individuos más que se mueven en la trama del discurso, cuya actuación es preciso conocer también si se quieren comprender mejor las referencias y el pensamiento del orador. Aparece en primer lugar Sasia, la madre del acusado, verdadera furia empeñada en perder a su hijo. Estuvo casada primero con Cluencio, padre del acusado, y de quien el hijo tomó el nombre. En segundas nupcias se unió con Aurio Melino que era el marido de su hija, la hermana de Aulo Cluencio, de la cual Melino se divorció para poderse casar con la madre. La tercera boda la hizo con Estacio Opiánico, que había asesinado a Melino, y que —como hemos visto al principio— trató de envenenar a su hijastro Cluencio. Hay que recordar también a Tito Atio, que se encargó de mantener la acusación a nombre de Gayo Opiánico en contra de Cluencio.
2. El proceso
Este proceso tuvo lugar el mismo año en que Cicerón fue pretor (66 a. C.). La acusación la hacía Tito Atio, de la ciudad de Pisauro, en Umbría. Era presidente del tribunal Quinto Voconio Nasón, juez de la causa, y formaban el tribunal —de acuerdo con la ley Aurelia del 70— senadores, caballeros y tribunos del tesoro[3]. La demanda se hacía al amparo de la ley Cornelia «sobre asesinato y envenenamiento» del año 81 y comprendía dos puntos importantísimos: la corrupción judicial, en la que habían caído Cluencio y los jueces[4] en el momento de condenar a Estacio Opiánico en el año 74, y el asesinato de Opiánico por envenenamiento en el año 72. Cicerón trata mucho más extensamente el primer punto (9-160) que el segundo (164-194). ¿Por qué? Seguramente porque estaba convencido de que el verdadero peligro para su cliente se cernía desde la sospecha de que había sobornado a los jueces en el juicio de Gayo Junio. En todo caso parece claro que el orador triunfó en su empeño de obtener la absolución del acusado. Hay un testimonio de Quintiliano según el cual Cicerón se vanagloriaba más tarde de «haber llenado de tinieblas a los jueces en la causa de Cluencio»[5]. Aunque, como advierte Boyancé, «de esta declaración no se puede sacar la idea de que estuviera muy convencido de la inocencia de su cliente, por lo menos en lo que concierne a la corrupción del tribunal presidido por Junio»[6].
3. Análisis del discurso[7]
a) Exordio
El plan de la defensa va a dividirse, como el de la acusación, en dos partes: una tratará de la «animadversión» (invidia) creada por la corrupción de que fue objeto el tribunal de Gayo Junio y la otra del crimen de envenenamiento que se imputa a Aulo Cluencio. Se requiere el apoyo de los jueces (1-8).
b) Primera parte
α) Los crímenes que se atribuyen a Opiánico (10-48)
—El joven Opiánico, Cicerón, los jueces (10).
—Cluencio, su hermana, su madre Sasia (11-18).
—Crímenes de Opiánico, Dinea, Marco Aurio, matrimonio con Sasia, muerte de los hijos de Opiánico (19-28).
—Llamada a los jueces, otros asesinatos (29-41).
—Cluencio, los Martiales, Opiánico (42-45).
—Tentativa de envenenamiento (46-48).
β) Sentencias precedentes (49-58)
—Proceso de Escamandro y condena (49-55).
—Proceso de Fabricio y condena (56-58).
γ) Quien intentó sobornar a los jueces fue Opiánico (59-81)
—Los jueces deben condenar porque ha habido corrupción (5964).
—Actuación y maniobras de Estayeno (65-72).
—La condena de Opiánico y sus consecuencias (73-81).
δ) Confirmación y discusión sobre la culpabilidad de Cluencio (82-142)
—Las cuentas de Cluencio y el dinero de Estayeno (82-87).
—Culpabilidad de los jueces y condena de Gayo Junio, Bulbo, Popilio, Guta y Estayeno (88-103).
—Absolución de Gayo Fidiculanio Fálcula y su significación (104-114).
—Guta, Popilio y Publio Septimio Escévola (115-116).
—Reprobación hecha por los censores. Testamento de Gneo Egnacio. Voto del senado. Opinión de Cicerón (117-142).
ε) Cluencio pudo ampararse en la excepción de la ley (143-160)
—La excepción de la ley (143-149).
—La excepción de la ley y los caballeros (150-154).
—Cicerón y los jueces frente a la excepción de la ley (155-160).
—Anuncio de la segunda parte y reproches a Cluencio por ciertos hechos del pasado (160-164).
b) Segunda parte
Cluencio no ha envenenado a nadie (164-194)
—Los pretendidos envenenamientos de Vibio Capaz, de Opiánico hijo y de Opiánico padre (164-169).
—Cluencio y las circunstancias de la muerte de Opiánico (170-175).
—Conducta de Sasia. Proceso y tortura de Estratón (176-194).
d) Peroración (195-202)
—Llamada de todos cuantos se interesan por la suerte de Cluencio (195-198).
—Cluencio y su desnaturalizada madre (199).
—Última súplica a los jueces (200-202).
4. Valor literario del discurso
El discurso Pro Cluentio es posiblemente una de las obras de Cicerón menos leídas hoy. No parece que fuera así en la Antigüedad. Comenzando por el propio autor, nos da la impresión de que él lo tuvo en una estima especial, puesto que en Or 103, nos lo pone, junto a las Verrinas y al Pro Comelio[8], como ejemplo de feliz combinación de los tres estilos oratorios[9]. Plinio el Joven juzga que «el más largo de los discursos de Cicerón[10] es también el mejor». Sidonio Apolinar[11] anota que «Marco Tulio en los otros discursos supera a todos los demás oradores, pero en el Pro Aulo Cluentio se supera a sí mismo». San Jerónimo propone este discurso como ejemplo de una elocuencia capaz de hacer triunfar una causa perdida. Respecto de Quintiliano bastará decir que el Pro Cluentio es el discurso de Cicerón que más veces cita y del que toma un mayor número de ejemplos. Por lo menos treinta y nueve pasajes diferentes del Pro Cluentio encontramos citados a lo largo de la Institutio y alguno de ellos —así Clu. 1, 1— hasta ocho veces. P. Boyancé da como razón de la estima que sintieron los antiguos hacia este discurso, así como de la indiferencia que le muestran las generaciones posteriores, «ser éste el menos político de todos los de Cicerón»[12]. L. Laurand alaba en el Pro Cluentio los pasajes «brillantes y vehementes», la peroración «patética» llena de «movimiento y audacia», las narraciones «tan diferentes unas de otras», en fin, el estilo a veces «desnudo» y de gran «sencillez»[13].
5. Otros valores del discurso
Además de los méritos puramente literarios existen también en el discurso otros puntos que despiertan nuestro interés. En primer lugar es un claro documento de los recursos de toda clase de que disponía el abogado Cicerón. Se encuentra ante una causa que —por los datos que tenemos— era difícil de defender. No obstante salió airoso. En las palabras del orador puede verse desgranada una gran parte de la jurisprudencia de aquella época. Por otra parte esas mismas palabras nos dan fe del clima moral en que se movían entonces las familias ricas de los municipios de Italia. Claro que no son ciertos todos esos crímenes con que el abogado quiere envolver al acusador, pero el ambiente de divorcios, de rivalidades, de crueldad y de codicia que nos describe puede ser bien auténtico[14]. Queda, por fin, en el aire una pregunta que suelen hacerse los comentaristas. ¿Cuáles son las razones últimas que movieron a Cicerón a cargar con la defensa de esta causa?[15]. La primera que suele esgrimirse es la de que Cluencio era caballero romano y Cicerón se mostró —en éste como en otros casos— siempre dispuesto a la defensa del orden del cual él mismo traía su origen[16]. Es muy posible también que, en un momento en que todo su pensamiento estaba puesto en la candidatura al consulado, quisiera cargar las culpas sobre aquellos que gozaban de poca consideración en el municipio y, al contrario, ahorrar responsabilidades a los que tenían influencia en él[17].
6. Tradición manuscrita
El conocimiento del discurso Pro Cluentio nos viene de tres fuentes diferentes: a) Del Palimpsesto de Turín (P). Pereció en un incendio a principios de este siglo. Sólo contenía algunos fragmentos y no estaba de acuerdo de una manera sistemática con ninguno de los dos restantes manuscritos, b) Del manuscrito Laurentiano LI, 10 (M), que es el más antiguo de los conservados. Fue copiado en el siglo XI en minúsculas lombardas y con una escritura poco cuidada[18]. De este manuscrito (M) depende principalmente la vulgata transmitida por las ediciones del discurso, c) De dos manuscritos del siglo XV —el Codex Monacensis 35a y el Codex Laurentianus XLVIII, § 12— a los que Classen califica de codices optimi y sobre los que funda su excelente edición.
7. Nuestra edición
Para nuestra traducción hemos seguido el texto propuesto por A. C. Clark en su edición de la colección de Oxford del año 1989 (=1905).
8. Bibliografía
Ediciones:
A. C. CLARK, M. Tulli Ciceronis orationes, I, Oxford, 1989 (=1905).
L. FRUECHTEL, M. Tulli Ciceronis quae manserunt omnia, Leipzig, 1933.
H. G. HODGE, Cicero, The speeches, núm. 198, Londres, 1959 (=1927).
J. VERGÉS, Discursos, VIII, Barcelona, 1962.
P. BOYANCÉ, Discours, Vili, París, 1953.
Traducciones y comentarios:
Aparte de las traducciones citadas anteriormente de HODGE, VERGÉS y BOYANCÉ, recordamos:
J. B. CALVO, Obras completas de M. Tulio Cicerón, XIII, Madrid, 1917.
Y. W. FAUSSET, Cicero, Pro Cluentio, 4.a ed., Londres, 1910.
G. G. RAMSAY, Pro Cluentio, 3.a ed., 1883.
Estudios:
A. ALBERTE, «Cicerón y Quintiliano ante la retórica. Distintas actitudes adoptadas», Helmantica, XXXIV (1983), 249-266.
J. A. CROOK, Law and Life in Rome, Londres, 1967.
J. HUMBERT, «Comment Cicéron mystifia les juges de Cluentius», Rev. Ét. lat. (1938), 275-296.
W. KROLL, «Cicero’s Rede für Cluentius», Neue Jahrb. (1924), 174-184.
H. NETTLESHIP, Lectures and essays, Oxford, 1885, págs. 67-83.
C. NIEMEYER, Ueber den Prozess gegen A. Cluentius Habitus, Kiel, 1871.
W. PETERSON, The speech of Cicero in defence of Cluentius, Londres, 1895.